En el país de Miguel las personas tienen dos apellidos, pues la madre
también aporta su sangre. Bien es cierto que los apellidos de las mujeres se
van perdiendo, pero es la costumbre de este país y a mí me gusta saberlo. Allí
nació un buen día un hombre que ha recorrido siempre su camino sin aparentes
desorientaciones, y que siempre ha creído en la libertad y la belleza. Con él,
la vereda de los tres últimos ha cambiado y es verdad que los últimos cuatro lo
hemos elegido.
─Perdóname, Protch, pero debo irme
ya. Espero sinceramente que no te esté cansando mi manera de contarte la
historia de mis compañeros. Pues mañana vendrían la del quinto, el sexto y el
séptimo y seguramente hasta el día 16 no comenzarías a saber de la mía.
─Nike, no tengas ningún miedo. Sólo
deseo volver a verte mañana y entretanto pasaré la tarde y la noche evocando lo
que me has ido contando y recordando el estremecimiento que me produce oírte
hablar de todos con tanto cariño. Y de este modo os iré conociendo por orden
cronológico. Ya sé que sois la señora Oakes, Olivia, Lucy y Bruce, y empiezo a
ver que ahora viene un tal Miguel. Me faltan dos, pues sé que el octavo es un
hombre llamado Nike, muy querido. Todavía no logro verte con ellos. Pero me
muero de ganas de saberte en la historia. Y no te preocupes por los vecinos.
Ven cada día, por favor, y créete de verdad que quiero ser tu amigo.
─La amistad se va construyendo
lentamente, Protch, pero es verdad que me has oído con cariño y respeto, con
curiosidad por mi camino pero sin adelantarte, oyendo con atención la historia
de mis cuatro primeros compañeros. No temas, Protch, volveré mañana. Espérame
sobre las 9.
Y a la mañana siguiente estaba allí a esa hora. Protch amablemente me
invitó a sentarme cada día en el sofá, y me traía un café y un paquete de
cigarrillos, para que reanudara sin
prisas mi historia.
Alfred y Laura McDawn eran un matrimonio desahogado, que vivían sin
apuros de la abogacía, y que apenas casados quisieron tener un hijo, y así
nació Brenda McDawn, señora y gran amiga de Olivia, como recordarás. Con ella
aparentemente les bastaba, mas tres años después, se decidieron a tener un
segundo hijo, y el destino quiso que fueran dos gemelos. Los padres eran de
sólidas raíces religiosas, sin fanatismos, y quisieron que sus hijos se
llamaran Matthew y Mark. Se distinguían porque Matthew, que había nacido
primero, tenía una mancha en forma de fresa en el codo derecho.
Los dos hermanos, como suele pasar a muchos gemelos, vivían avatares
parecidos, enfermaban al mismo tiempo de las mismas dolencias, prácticamente se
emparejaban a la vez con mujeres de edad parecida y muy similares físicamente y
llegados a la juventud, tuvieron la misma vocación y estudiaron periodismo.
Comenzaron a trabajar el mismo día y pronto empezaron a cubrir las noticias del
exterior del país. Y un día, fueron destinados ambos como corresponsales a un
país del sur, de donde frecuentemente llegaban noticias de ambiente
prebélico. Y los dos hermanos acabaron
en Cádiz, dicen que la ciudad más antigua de occidente, y se quedaron prendados
de ella, de la luz, del mar, de sus puertas de tierra…
Mandaban crónicas muy similares y hasta se emparejaron al mismo tiempo.
Pero Mark conoció a Consolación Tébar Villarino, de familia noble y muy
religiosa, y estuvo dos años de novio. Matthew conoció a Sagrario Íscar García,
también periodista. Se enamoraron profundamente y se casaron y en apenas un año
tuvieron a su hijo Miguel. Los gemelos seguían sendas parecidas, pero no
siempre semejantes. Sagrario era rubia; Consolación, morena. La primera era
republicana; la segunda pronto quedó del lado fascista. Sagrario y Matthew tuvieron un hijo y lo
llamarían Miguel. Tres años después Consolación y Mark tuvieron una hija de la
que ya te hablaré.
Pero un 18 de julio comenzaría una guerra que duraría tres años. Cádiz
era tomada por un tal general Varela y un 7 de agosto fue bombardeada. Fue una
noche terrible en que Sagrario y Matthew no lograron dormir, preocupados por
Miguel, pero lograron sobrevivir. No te hablaré demasiado de esta guerra,
Protch, de la que puedes leer en los periódicos, sólo y brevemente de lo que
afecta a la familia McDawn. Los fascistas la fueron ganando y está llena de
miserias y terror. Un año antes del final de la guerra, Consolación y Mark se casaron
y cuando mayo se iba haciendo junio, tuvieron a una hija. Fue un domingo, 29 de
mayo, y decidieron que la prima de Miguel se llamaría Brenda Dolores. Domingo
oscuro, mayo invernal; nubes grises, umbrías, esperaban zainas. Todos
inspiraban risueños aquel dulce orto de Brenda Dolores. Fue al amanecer y el
tiempo se serenaba. Y al abrir las ventanas sin demora, el alba era una acción
de gracias por las lágrimas abundantes de aquella doncella, espejos de Venus y
las primeras estrellas.
Dos meses antes del final de la guerra, Consolación y Sagrario, que no
se soportaban, tuvieron una disputa pueril por unas mantas, pero se fueron
acalorando y la primera se vanagloriaba de cómo cambiaría el país cuando
ganaran la guerra, y se obligaría a todos a ser católicos y decentes. Sagrario
era un diablo cuando se enfurecía y empezó a devolverle improperios a aquella
niña rica que nunca había tenido que trabajar. Sus maridos intervinieron con
ánimo de apaciguarlas, pero por defenderlas, acabaron diciéndose de todo y se
enfadaron. Orgullosos, no quisieron pedirse perdón, y estuvieron años sin
hablarse. Al final los fascistas ganaron la guerra. Matthew no era del país y
un periodista no era necesariamente un enemigo declarado del régimen, pero para
el bando perdedor era inseguro permanecer allí y el hambre se cebaría con el
país. Y con gran dolor de su corazón prefirió exiliarse y regresar a su patria.
Sus padres ya habían fallecido y Matthew, con su mujer y su hijo, se quedaron
en la capital.
Matthew heredó la casa de sus padres, y aunque Sagrario siempre tuvo
morriña de su tierra, no se daban las condiciones para regresar. Tal vez si un
día el general Franco falleciera, el retorno sería posible. Entretanto alguna
vez volvieron, y el pequeño Miguel veía de nuevo su Cádiz natal, pero enfadados
con la familia de su hermano, regresaban pronto.
Miguel fue siempre un alumno brillante que creció con claras ideas
libertarias. Se fue acostumbrando a pensar que debía probarlo todo al menos una
vez, todo lo que no hiciera daño a los demás, y creció en un ambiente sin
fanatismos y algo revolucionario; católico, claro, casi se diría que a la
fuerza, pues en el país de su madre era obligatorio, y allí fue bautizado. Pero
avanzó por la niñez leyendo todo lo que caía en sus manos de la biblioteca de
su desaparecido abuelo Alfred. Ya no tenía más novelas que leerse y empezó a
mirar por curiosidad sus viejos libros de leyes y fue durante años un buen
lector.
─“Perdóname que te interrumpa. Otras
partes de su vida las tengo más claras, pero ¿fue un gran lector?”
─“Fue y es un buen lector. En su adolescencia lo devoraba todo, pero estos
últimos años lee menos y su pareja lo supera como lector.”
─“Pero aún no tenía sospechas de lo
que su corazón en verdad le decía.”
─“Miguel siempre fue un espíritu
libre y fue probando pero para muchas cosas hubo de esperar a los 40.”
De todos nosotros, posiblemente fuera el alumno más brillante, pero
acabada la secundaria aún no tenía sospechas de qué quería hacer con su vida.
Sólo buscaba libertad, siempre examinando los cielos por donde pudieran volar
sus pensamientos. Y pensar en las alturas le dio una idea: el ejército del
aire. Podía intentarlo.
En él pasaría tres años, y si es cierto que no hallaba en esa conducta
la libertad, sí halló la capacidad para domesticar su corazón y para
acostumbrarlo a vivir en duras condiciones. Pronto fue prosperando y acabó
convertido en el teniente McDawn, enseñando a sus reclutas cómo saltar de una
avioneta en vuelo, pero al mismo tiempo esperando que nunca tuviera que hacerlo
en días de guerra. Allí compartía mando con sus desde entonces amigos Ferdinand
Aubrey y Morgan Fielding, que le hablaban a menudo de su sueño de crear un día
un bufete de abogados, si antes estudiaban la carrera, claro. Conoció a mucha gente
y empezó a flirtear con algún recluta, pues todo le estaba permitido, y quería
aprender de cualquier cosa. En suma el ejército lo volvió más disciplinado,
pero también más rebelde, y se hubiera quedado toda la vida allí, pero en unas
vacaciones se trasladó a Cádiz. Se halló con Brenda Dolores de nuevo, con la
que sí se hablaba, y su familia lo fue convenciendo de que el ejército no era
salida para él, que probase a estudiar una carrera, pues tenía capacidad.
Dejó entonces la armada y con un férreo método ya aprendido, se
matriculó en derecho y fue tan buen estudiante, voluntarioso y disciplinado,
que en 6 años logró sacarse la carrera. En la universidad se encontraría
también con sus amigos Ferdinand y Morgan, que asimismo abandonaron el ejército
por la ley. Miguel tenía parte de dinero
aún de la herencia de su abuelo Alfred y con Ferdinand y Morgan, ambos de
Hazington, montaron un bufete en Longborough Street, en esta ciudad, por lo que Miguel se vino a esta villa y dejó la Capital, instalado en un piso de
alquiler en la misma Longborough Street, llamado, y en esto se pusieron de
acuerdo en el orden alfabético Aubrey, Fielding& McDawn. Ferdinand Aubrey se ocupaba sobre todo de
asuntos de derecho civil. Morgan Fielding era el más serio de los tres y se
ocupaba de cualquier negocio turbio o de madejas por desenredar. Miguel se
había especializado en derecho mercantil y entre otras empresas, pronto pasaron
por sus manos los negocios de la Thuban Star, y aunque de esas cosas se
encargara Walter Hope, quizá se encontrara cara a cara alguna vez con John
Richmonds.
Montaron el bufete en nuestro año 13, y en nuestro año 18, tres cosas
torcieron su voluntad con mayor o menor fuerza. Su tía Brenda falleció y aún
estaba intentando reponerse de ese dolor cuando, una vez reconciliados los
hermanos, sus padres se volvieron definitivamente a Cádiz. Él se quedó a solas
en el País y un día de julio vio entrar en su despacho a Olivia Rivers, de la
que tanto le había hablado su tía Brenda. Y por primera vez sintió un fuego
abrasador hundirse en su carne. Mientras le hablaba de la muerte de su tía, y
conocía los hechos por los que su hija Lucy podía ser denunciada, hechos por
los que al final no tuvo que hacer nada, se fue sintiendo traspasado por las
saetas ablandadas que aquella mujer, cercana a los 40, le disparaba. No pudo
quitarse esa sensación y durante varios años la silueta de Olivia lo perseguía
como un fantasma y se hacía muchas preguntas sobre aquella mujer. Terminando el
año 18, como si se hubiese tratado de una enfermedad contagiosa, su tía
Consolación también falleció por algo relacionado con el estómago. Sí, tenía
que viajar a Cádiz y consolar a su prima y a su tío. Brenda Dolores era ya una
mujer muy guapa de treinta años, pero Miguel sólo pensaba en Olivia. Su prima
le hablaba de que su madre había tenido dulces palabras de despedida para con
él, con Matthew y hasta con Sagrario. Esa fue la última vez que Miguel fue a
Cádiz antes de la calle, y al regresar al país, más que nunca, una desazón cada
vez mayor lo iba devorando. No se sentía feliz con su vida y a todas horas
recordaba el aire de libertad que le había traído esa mendiga, Olivia Rivers.
No podía dejar de recordarla y más
tarde o más temprano, ya se reconoció enamorado de ella sin ambages. Sentado
en su despacho los pensamientos a veces se le escapaban y se le volvían
imágenes de aquella mujer que tan importante había sido para su tía. Incluso su
padre le hablaba de ella alguna vez en sus cartas. Él podía permitirse una
criada, y con ese objetivo anduvo buscándola en la Basílica. Estaba con otra
señora a su lado, mas se dirigió solamente a ella.
─“Hola, Olivia, ¿me recuerdas?”
─“Sí, eres Miguel McDawn, que pudo
ayudarme cuando mi hija estuvo a punto de ser denunciada. Y el sobrino de
Brenda, y el hijo de Matthew.”
─“Quería invitarla a tomar algo.
¿Sería esto posible?”
Ella, que se sabía enamorada también, aceptó. Quería tomar algo con él y
habló con la señora Oakes, que permaneció en la Basílica sin oponerse,
alentándola a que estuviera a solas con
él, pues conocía perfectamente los sentimientos de su niña.
En un bar de Castle Road, se sentaron tímidos como dos niños que se
acaban de conocer y no saben bien cómo tratarse. Él se pidió un whisky y para
ella trajo un refresco.
─“¿Cómo le fue con la señorita
Ackroyd al final?” –empezó Miguel.
─“Su pulsera acabó apareciendo, pero
la experiencia me hizo abandonarla. Ahora sólo vivo en la calle. Lamento que mi
hija siga aquí, pero puede encontrar pronto un trabajo. Y supongo que la señora
Oakes, mi compañero Bruce y yo podremos quizá un día dejar este mundo.”
─“Algo me ha contado mi tía de su
historia, pero me gustaría conocerla de sus labios.”
─“Puede llevarme una hora
contársela.”
─“No tengo prisa, Olivia. Y si no la
acaba hoy, puedo invitarla más días.”
Ella también quería verlo a menudo, pero no sería correcto que la
invitara cada día. Le habló de verse una vez al mes. Era entonces 21 y quedaron
en verse los 21 en la Basílica. Miguel supo entonces de buena mano toda la
historia de Olivia y en un momento la detuvo para preguntarle.
─“Entonces, ¿eres legalmente Olivia
Rivers?”
─“Me llamé a mí misma así muchos
años, pero no era legal, claro. Pero al divorciarme recuperé mi apellido de
soltera. Ahora soy oficialmente Olivia Rivers, sí.”
─“Si tú quisieras trabajar en mi
casa, yo podría alojarte a ti y a tu hija.”
Olivia sintió entonces una fuerte
tentación. Pero supo desasirse. No podía dejar abandonados a la señora
Oakes y Bruce, y no sería muy correcto trabajar en la casa del hombre que amaba.
Además sospechaba que él la correspondía. Pero supo ser firme y decirle que no.
Se veían cada día 21 y Olivia le habló también de la señora Oakes, de la
que podría llevarse ya horas hablando, y de su compañero Bruce. Cometió el
error de contarle a Miguel que seguramente Bruce la amaba. Ella había sido su
primer amor y él sintió celos de aquel desconocido Bruce.
Estuvo cinco años más trabajando para Aubrey, Fielding & McDawn,
pero el desencanto presidía su vida. La abogacía había sido su vocación, mas
ahora le parecía un fraude. Es cierto que creía que todos los seres humanos
merecíamos un juicio justo, eso era civilizado y de sentido común, pero
pareciole cada día más que lo único importante para sus correligionarios era
ganar, y él tuvo clientes a los que sabía manifiestamente culpables, más que el
mismísimo diablo, incluso clientes acusados de delitos graves como el
asesinato, y si lograba que saliesen absueltos se sentía mal, sin poderlo
evitar, y no satisfecho y ufano. Pero al mismo tiempo perdía juicios en los que
sabía que el acusado era notoriamente inocente; algunos pazguatos, tímidos, con
cara de deshonestos, pero claramente no culpables, que debían pagar con cárcel
su posible falta de recursos.
¿Cómo explicarte, Protch, lo que le ocurrió a Miguel? Al mismo tiempo que le pasaba todo esto,
seguía viéndose con Olivia. No era sólo el amor, ninguno de nosotros se fue a
la calle sólo por amor. Era la brisa de libertad que le traía, triste quizá,
pero de aires firmes. Cada día soportaba menos su vida, y la decisión que tomó
un día puede ser incomprensible, él mismo a veces no la entiende si habla de
ella, pero es un hombre feliz y no se arrepiente de lo que hizo. Nosotros
llamamos a su decisión Grandeza. La falta de fe en su trabajo, su bendita libertad
y querer vivir con sus propias leyes. Acaso también, ¿por qué no decirlo?, su
deseo de vivir con Olivia, como ella, basten para explicarlo. Pero un buen día
de agosto, salió una tarde después del trabajo y se puso a abrir la mano en la
iglesia de St Mary. Así estuvo una semana. Al fin el día 21 le tocaba de nuevo
reunirse con Olivia y la volvió a ver. Le estuvo explicando lo que había estado
haciendo toda esa semana. Ni siquiera había ido a su piso en Longborough Street
a dormir. Había hallado algún lugar resguardado en la Alameda de Umbra Terrae.
Se despertaba, volvía a su piso a ducharse, iba al trabajo y de nuevo
mendigando por las tardes, iba viendo que tenía mucho tiempo para pensar y se
acabó creando toda una filosofía. Vive sin hacer daño a los demás, sin defender
a los que sí lo hacen, sin ver como culpables a quienes no han hecho nada.
Esa noche Miguel conoció a todo el grupo de Olivia. No sabía qué pensar
de Bruce, pero éste se había dado cuenta de lo que sentía Miguel, y durante un
tiempo le tuvo celos, aunque Miguel era más celoso. Como todo el que la
conocía, se sintió inmediatamente estremecido por la señora Oakes, a la que le
contó grosso modo su vida, y concebía que ella la apreciaba. Pero fue un
impacto para él volver a ver a Lucy, a la que recordaba haber conocido con 18
años y ahora tenía 23. En sólo cinco años, se había convertido en toda una
mujer, un esbelto cisne, una primavera clara. Esa noche lo invitaron a pasarla
con ellos en el puente Wrathfall y acudió allí. Era un placer charlar con seres
humanos libres, pero el aire de esa noche veraniega le iba trayendo con fuerzas
otra nueva sacudida. Se quedó a su lado. Entendió con ellos que lo que
necesitaba para su vida, lo que siempre había buscado, era la vida dura pero
bohemia que ellos llevaban. Y definitivamente decidió quedarse. Habló con sus
socios Ferdinand y Morgan, después de vender definitivamente su piso de
alquiler. Ferdinand Aubrey le recordaba que él era conocido como un abogado de
prestigio, que la empresa se seguiría llamando Aubrey, Fielding & McDawn,
que en cualquier momento, si se arrepentía, se lo esperaba con los brazos
abiertos.
Una semana después de haberse quedado definitivamente en la calle, ya
reconoció lo que desde hacía una semana le iba pareciendo seguridad: se había
enamorado de Lucy. No se atrevía a decirle nada, porque viendo a Olivia tenía
remordimientos por lo mucho que la había amado. La notaba aún enamorada, y no
podía hacerle daño. Además Lucy, que seguramente se había dado cuenta, esquivaba
cualquier conversación en que Miguel hablara de ternuras o cariños. Y así pasaban los días sintiéndose mal por no
poderle decir nada a su primer amor, y no atreverse a hablar con el segundo. ¡Pobre corazón que quiso a dos reinas y no
tuvo trono porque no supo elegir entre las dos!
Ya eran cinco, y el horizonte de cada noche los veía encender la misma
hoguera, antes de dormir todos en el mismo puente, Miguel en el primer ojo, el
más occidental, y los astros de verano rivalizaban con su fuego calentando sus
vidas, en la misma sana competición brillante y opulenta.
Otro tramo ganado a la novela, este nos ha hecho recuperar el sosiego que habíamos perdido en la zozobra del capítulo anterior. Muy interesante a pesar de lo inaudito del argumento. Ana.
ResponderEliminarUn capítulo más "conquistado" a la novela. Interesante trama, de inaudito argumento pero muy bien conectada.
ResponderEliminarEstimado Germán, estimado Danny…
ResponderEliminarNo es la primera vez que un conocido (por internet o en persona), me deja una novela suya para que la lea. Pero sí se da la feliz circunstancia de que la novela que me entregan es de mi total agrado. La voy leyendo y pienso: esta, sin duda, la ha escrito alguien que tiene esa madera humana que se necesita para amar profundamente, para soportar el dolor más lacerante, para perdonar, para la empatía con la otredad…para escribir, en suma: para ser un buen escritor capaz de transmitir emociones hondas, de sorprendernos. Exquisita la facilidad y hondura para describir emociones y sentimientos que no nos pasan desapercibidos ni dejan de tocarnos a “los amorosos”, como los llamaba Sabines en sus poemas: a los que aman, han amado intensamente en el sentido más amplio de la palabra. Creo que canalizas vida y obra en algo hermosamente escrito en cientos de páginas, inventando personajes o evocando personajes quizá conocidos que, acaso, ni siquiera pretendían encontrar autor, como los de Pirandello. Personajes que vivirán para siempre en tu libro despertando emociones fuertes de empatía y compasión (en ese sentido hermoso de la diosa Kuan Yin), en el lector o lectora que se atreva a leer. Nadie saldrá defraudado si lo hace. Yo acabo de terminar el cuarto capítulo y espero ya al de mañana.
En la historia, en tu historia, todo se va hilando. Todo se va hilvanando como si las mismas parcas tejieran las cuitas de tantos destinos y vidas entrelazadas en esa su rueca de la vidamuerte. Lo que en un principio parece un puzzle abarrotado de personajes y lugares y calles y toda una amalgama de datos que nos cuesta ubicar , poco a poco se va convirtiendo en el mapa urbano y humano de Hazington -que se va trazando de forma diáfana, encajando cada pieza del puzzle, sin que haya resquicio. Los destinos se van uniendo…y ya son cinco estos extraños y conmovedores mendigos cuyas circunstancias espero seguir devorando con mis ojos cada día.
Y nada más…a seguir leyendo y a decirle a quien me lea: Eh, tú…sigue leyendo también. Merece la pena.
Saludos de Inor
Miguel, Honeste vivere, naeminem laedere et jus sum cuique tribuere (*)
ResponderEliminarMiguel, E pluribus unum, (De muchos, uno) porque creo que Miguel está llamado a unificar al conjunto y dar alma al grupo.
Las artes o la filosofía no sirven para responder preguntas, sino para formularlas (a veces), después de unos capítulos intensos en lo emocional, se transita en este por una calma, aparente, donde descubrimos el trazo y la historia de Miguel, una hagiografía pagana, porque Miguel es la definición de bondad, esto se une al cruce de caminos de la vida del protagonista que transportan a una suave mezcla de nostalgia y recuerdos de lo anteriormente sucedido, recuperando para la memoria momentos significativos solo con el mero enunciado del personaje en cuestión. Hacía falta el bálsamo que es este capítulo.
Miguel o el confuso don de la bondad. Personaje, adrede, no en profundidad dibujado, con casi escasa interacción dialéctica (son más extensos los diálogos entre Nike y Protch que los del propio Miguel) y un esmerado cuidado que parece forzar el autor para no ponernos en pista alguna de hechos posteriores (Y a pesar de eso y preso de su picardía narrativa algo nos deja intuir).
Me arriesgo. "Reductio ad absurdum" generado por sospechas, agradables si se materializaran, pero que no dejan de ser conjeturas sobre este personaje. Como humanos tenemos una innata ignorancia sobre los sentimientos, no pueden enseñarse ni ser moldeados, es algo tan personal que nos convierte en únicos a la hora de expresarlos, por eso no se puede nunca hablar de sentimientos equivocados. Miguel se siente atraído sentimental y pasionalmente por las almas, podría parecer que solo fuera una humana confusión entre sentimiento y deseo, una inercia que nos lleva a veces a mal gestionar nuestras reacciones biológicas y mentales cuando estas parecen concatenarse, en Miguel como diapasón desacompasado, su alma, acomoda el ritmo con el alma ajena, así le pasa con Olivia y después con Lucy, pero en Miguel además existe un componente que desencadena estos acomodos de ritmo, la bondad, en Miguel está la bondad, la admiración por los valores ajenos y la fragilidad ante personalidades limpias, amen de su búsqueda por un acomodo existencial, cuando todo esto se junta Miguel puede convertir un abrazo de consuelo en una caricia de deseo, y aquí viene mi riesgo, creo que esta caricia se producirá pronto o tarde, y con Miguel llegará el sexo, y quien sabe si también vendrá mezclado con una historia de amor, creo que llegará de la mano de otro mendigo (y obsérvese que digo mendigo), el encuentro de la pieza perdida de su propio puzzle.
Perdóneseme de nuevo estos súbitos ataques de pedantería hay momentos que no puedo evitar hacer cábalas. El que mucho habla, mucho yerra; el que es sabio refrena su lengua.
Pol
(*) Vivir honestamente, no dañar al otro y dar a cada quien lo que le corresponde