El aire se divertía haciendo
cabriolas en el teleférico. Volvíamos de Crownridge escarchados, con el rostro
tan helado que las lágrimas resbalaban sin esfuerzo. El viento era un puñal
decidido a desollarnos e inclemente jugaba con nosotros a algún juego tétrico
de apocalipsis. Íbamos demasiado abrigados pero se ve que se colaba por
cualquier hendidura de las ropas y no sólo el viento. De sabe Dios dónde se
levantaban motas de barro sucio y nuestras desprotegidas epidermis eran un coladero para aquel juego cruel de los
pinceles del viento.
Era el solsticio de invierno, 21 de diciembre del año 62. Entraría en
realidad a las 11:12. Para ese día los mayas habían previsto el fin del mundo,
o eso se decía y había mucha gente que lo creía. En realidad concluía el baktún
13 del antiguo calendario mesoamericano de la cuenta larga. Otros pensaban que
era el fin de un ciclo y que la humanidad experimentaría una transformación
espiritual que marcaría una nueva era.
Volvíamos a las 6:10 de la cima de las montañas. A esa hora abría el
teleférico y en una sola cabina retornábamos mis tres padres, mi marido y yo,
ateridos y algo dormidos. Habíamos querido ir a las cimas de Crownridge a
saltar en paracaídas. Desde que cumplieron cincuenta años, iban sólo una vez al
año, pero cuando Nigel se transformó en el décimo mendigo, se acogieron al
viejo lema que les había marcado la vida: aceptar algo de un mendigo, y ahora
admitían que Nigel y yo pagáramos los saltos y fuéramos una vez al mes. Yo
había saltado en realidad por primera vez y había sentido lo que todos me
dijeron. Me sentí bailarina en las cimas del aire, pluma que desciende los
pasillos del viento y se queda colgada de esa sensación de ser ave que
raramente vivimos los humanos. Nigel me había hablado mil veces de ese placer
en el que lo había introducido Shirley y finalmente me decidí un día a probar a
ser águila. Y ya desde esa tarde, había saltado a las 7, supe que repetiría
siempre, que ya tenía también mis alas y querría seguir batiéndolas dos o tres
veces por año.
Después del salto, nos habíamos pasado un par de horas viendo las
estrellas y al final fuimos a cenar al restaurante del hotel Moonshine. Nigel decidió que puesto que la mesa más al
nordeste era su lugar habitual con Shirley, ahora eligiéramos todos la mesa más
al noroeste como la mesa de Kirsten. Habíamos decidido pasar la noche en el
hotel y ya de madrugada, apenas media hora para desayunar, esperar ateridos la apertura del teleférico
que nos llevara de vuelta a casa. Allí veríamos el fin del mundo maya junto a
nuestros compañeros. Nigel y yo estábamos ya en las vacaciones de navidad y esa
fue la razón de que hubiéramos escogido ese día para mi primer salto. Bruce
nunca se había decidido a saltar y aunque a veces subía a las montañas a vernos,
esta vez se despidió de todos nosotros con un fuerte abrazo. John había saltado
muchas veces, pero dejó de hacerlo al perder a Miguel. Para él no tenía sentido
volar sin su pareja. Richard nunca se decidió. Decía con razón que en la vida
había que tener valor para muchas cosas, pero no era necesario arriesgarla
saltando de las montañas. Deseábamos reunirnos de nuevo con Paul, Ermelinda y
Régulo y abrazar el fin del mundo como habíamos abrazado a mi hermano y su
familia cualquier otro día.
Pero quizá nuestro fin del mundo llegara unas horas antes de lo
previsto. Las cabinas se balanceaban con un peligro cierto de desprenderse. Era
como estar en lo alto de una noria una noche de viento. Iban de lado a lado y
casi se giraban. Nos empezamos a mirar con miedo. En las cabinas vecinas, los
pasajeros se veían asustados, llorando y de muchos de ellos se dijera que
rezaban. Me acordé de Dios-Destino. No le tenía mucha fe pero en momentos como
ese todos lo invocábamos. ¿Sería posible que Tu plan divino para estos cinco
viajeros terminara aquí esta noche? Mi marido mantenía su mirada, por no mirar
el abismo, en Orión, Tauro y Géminis que todavía tardarían en ponerse.
Imaginaba si su mazo sería esa madrugada para nosotros un hacha. Mi madre
miraba con amor a los dos hombres de su vida y debía estar pensando que 32 años
juntos no es nada si se seguían amando como el primer día. Luke recordaba un 18
de noviembre del año 28 y un 4 de octubre del año 29, las dos fechas que su
corazón había elegido para amar a quienes todavía seguía amando. Los
pensamientos de Nike se acomodaban en la cueva de la mendiga Sally. Deseaba
estar en la tierra, entrar en ella de nuevo y besar el suelo. Los tres se
miraron. Desde la operación de mi padre Luke, mis padres sabían bien que Nike
había tenido una visión en que morirían los tres juntos. Pensaban sin duda que
quizá fuera ese día, pero le oí susurrar
a mi padre Nike, mirando a Luke, que estaba a su izquierda.
─“Kirsten no.”
─“Otro día tendremos que venir
solos.” –dijo Luke.
Mi padre había tenido una visión en la que eran segadas al mismo tiempo
tres espigas. Y cuando dijo “Kirsten no” no se sabía bien si quiso decir que yo
no entraba en aquella visión o que este nuevo vaticinio no podía ser tan
injusto que se cumpliera incluyéndome.
Pero el viento era una amenaza cada vez más latente y enseguida oímos un
sonido que nos heló la sangre. Una cabina se había desprendido y había caído al
suelo, afortunadamente vacía. Quizá el peso de los que en la nuestra íbamos
lograra que no se balanceara tanto. Éramos de los primeros y la que había caído
era una de las últimas. Oímos chillidos aterrados y rezos desesperados en las
cabinas vecinas. Yo sentía la presencia a nuestro lado de la señora Oakes, de
mi abuela Olivia, de Miguel y de mi abuelo Herbert Protch. Quizá estuvieran
allí para acompañarnos en el último segundo o para indicarnos que todavía no
era la hora, que no sería esa mañana, que estaríamos junto a mi hermano, su
mujer y mi sobrino viendo el fin del mundo maya y que como este no se iba a producir,
después nos iríamos a mendigar. De repente Nigel decidió besarme. Mis padres
Lucy y Luke se dieron un cálido beso, llamándose mi amor; luego se besaron Luke
y Nike llamándose amor mío; y finalmente Lucy y Nike completando el círculo con
su estremecedor corazón mío. Y por último se besaron los tres, para recordar
treinta años de amor, y si el final era hoy, se habían amado toda la vida, mi
madre siempre en la tierra, mi padre Luke en Knightsbridge Street, en su época
como calvo y sus muchos años de mendigo, mi padre Nike media vida con una
fortuna y media vida caminando las calles sin nada, iluminando a sus compañeros
y a sus hijos.
Ya sólo quedaban unos 500 metros para llegar al suelo, pero la altura
era aún letal. Nigel ironizaba diciendo que de haberlo sabido nos deberían
haber dejado un paracaídas a cada uno, y que con él puesto habríamos saltado
todos de aquel teleférico mortal.
Fue entonces cuando mi padre Luke, que se había dado la vuelta, miraba
hacia el sudeste y la señaló.
─“Mirad. Allí está.”
Me había llevado un buen rato contemplando la estrella Syrio, la de mi
marido. Y ahora veía al fin la de mi madre, Algieba y me veía a mí misma, Ras
Elased Australis, y en esa dirección miraba Nigel emocionado. Todavía faltaba
un rato para que salieran las estrellas de mi padre Luke, Denébola y la de mi
padre Nike, Zosma. Pero el cielo exhibía la gema más preciosa de su joyero, la
estrella de mi inspiración, que me recordaba que aún me quedaba por escribir y
que a pesar de las tétricas apariencias tal vez hoy no fuera el día. Allí se la
veía blanco-azulada, redonda, brillante, pura, cristalina. Tierna y casi
percibiéndose su fragancia de fuego que pudiera llevarse aquel viento
espectral, observada durante milenios por generaciones y generaciones y que aún
daría esplendor a las humanidades futuras. Rutilaba sobre el cuello de Luke, o
sobre el hombro, en realidad. Alfa Leonis,
el basilisco, el pequeño rey, la estrella Régulo.
Disserenascit.
Aun no es el día.
ResponderEliminarPuede que sea el día de la visión de Nike sobre las tres espigas y el Tres caiga ingrávido...
ResponderEliminarPero puede que no sea el día...
Sin embargo, ese "Disserenascit" nos indica, creo, que no les ha llegado aún la hora del viaje definitivo...
Y se terminó el libro.
Siempre recordaremos esta oda a la amistad y el amor.
Inor
Escena final, el destino pasa de las manos del autor a las manos del lector en un acto de generosidad literaria inigualable. La prosa con una cadencia vigorosa, hipnótica, impetrada de frases cortas y sin casi aliento, traspasando la angustia del momento, acertada en la riqueza de entonación, de sus marcadas pausas para digerir lo leído, sosteniendo en vilo al lector, pero breves porque de inmediato arranca la narración de nuevo en su orden enfático, constante y coherente, que nos abduce con su gravedad y belleza. Dos mordiscos, otra vez, porque devoraremos este capítulo tanto como el capítulo nos devorara a nosotros. El lector asiste a un recorrido vivencial, una excursión que nos recuerda, de nuevo, la libertad del aire, plasmado en el salto en paracaídas, Nike, Luke, Lucy, Kirsten y Nigel, son los protagonistas, la inclemente tormenta tambien lo es, el fatalismo aparece y asistimos en una tension creciente a sus peligros. Soberbia lectura que perdura en los sentidos por su implícita sorpresa, la de una historia narrada con realismo, con personajes dibujados en toda su angustia y con un argumento nada frívolo ni incoloro. Interesante, angustioso en su globalidad, un sólido ejercicio literario, magnífico e impactante, escrito de forma singular, y que nos maniata en la sensación de no saber qué pasará.
ResponderEliminarDescrita la percepción de peligro en todas sus facetas, la angustia de ese miedo ante un riesgo futuro es utilizada aquí para recordar al lector las diferentes fases de la novela, un breve "déjà vu" de fechas, vocativos, de espigas y visiones, un recorrido por todos los mendigos del Arrabal, los que se fueron y los que están. Y tambien estrellas, las que les observaban desde el cielo, Syrio, Algieba, Elased, y el pequeño Rey, el basilisco, Regulo sin el cual nada hubiera sido posible, y nada posible podría ser. Un hermoso epílogo digno de quien lo ha escrito, y vuelvo a referirme a la grandeza de este final abierto, un regalo al lector, muestra de modestia y respeto. Fin o ¿Fin?.
Y he encontrado, en esta trilogía, mil valores, otras tantas reflexiones, la bondad de ser, el respeto, y la música, si, la música de las palabras, que es al mismo tiempo literaria y cotidiana, una música transparente que se respira como el aire y que pareciera hecha solo para el que la lee. Salve o Ave como tú prefieras, Alma mater y literato honoris causa de esta novela, y ya por siempre estimado Germán Llanes.
Pol
CONTRAPORTADA
ResponderEliminarEn una esquina del espacio y del tiempo un escritor escribe un libro. En otra muy distinta un lector lo lee y, en esa vanidad propia del que lee, siente que ha sido escrito para que él, y nadie más que él, lo lea. Entonces se conmueve por el regalo que le han hecho la vida, la literatura y ese autor, se conmueve tanto que casi siente inquietud, aunque enseguida entienda que esa inquietud es en realidad signo de magia, una magia que podría concitar precisamente inquietudes.
Creo que lo que hace a un texto grande es su originalidad y su buena fe y oficio al escribirlo, y si a esto añadimos cierta ruptura y un algo revolucionario a cuanto se viene haciendo, es cuando se resuelve la ecuación. Un trabajo modesto, concienzudo, sencillo, humilde, fruto de años de dedicación suele ser el valor que garantiza la importancia y grandeza del resultado, pero, como es este el caso, además, pone de relevancia su creación, dando un plus de alcance cualitativo y de transcendencia a los que hay que sumar su buen oficio en la ciencia literaria, con una historia bien estructurada, culta y humana, con aportación a valores éticos y a la condición intelectual del ser humano.
Me gustaría confesaros un secreto. Veréis: tenía en consideración esta novela, dubitativo ante ella, y antes de empezar su lectura, me causó preocupación, un ridículo temor, tal vez ese respeto hacia las cosas distinguidas o apreciadas de antemano, un no sé qué vacío de no estar a la altura, a la comprensión, al gusto, al disfrute de sus virtudes literarias, de su cultismo, de sus éticas sociales. Sí, insisto, suena ridículo, pero es así; y es lo que me sucedió al principio de este "Luces de la Tierra". Y más ante la magnitud de sus primeras líneas:
"Es el hombro, en realidad, el que soporta la tensión de todo el brazo, pero el movimiento se inicia en el codo............ En un día de frío, los ojos llorosos, los harapos apenas cubriendo un cuerpo miserable, con hambre eterna, las yemas de los dedos crecientemente insensibles, el dolor casi se hace carne. Para llegar hasta aquí se debe tener domesticada la vergüenza. Hay que aprender a soportar el juicio de los demás".
Luego, sorprendido y entusiasmado a un tiempo, me sumergí en la historia, o mejor en la desnuda reflexión de un autor novel que se aprestaba a la más bella aventura, la de escribir y perpetuarse.
Seguí, hasta el final de la novela, leyendo. Mascar y arrullar los capítulos que todavía me faltaban, y aquellos que no quería que terminarán jamás, buscando en todas sus páginas de carne sin papel la sangre literaria que necesitaba mi sed, sin desear su rúbrica ni el colofón o Fin.
Un libro es un objeto tangible que se puede levantar, apoyar, abrir y cerrar, y sus palabras representan muchos años de la soledad necesaria para escribirlo. Un hombre se sienta solo en una habitación y escribe. Y es lo que hizo Germán Llanes, una invención desde esa introspección que le ha permitido, crear historias, reflexionar sobre ellas, sin prejuicios ni mezquindades, sin miedos, sin importar que estos ejercicios sean quiméricos o sustanciales, puros, casi instintivos, y con la única intención de hacernos mejores personas.
Si ni siquiera somos capaces de encontrar nada que explique por qué somos como somos, por qué actuamos así y no de otra manera, es que no hemos vivido. Eso y que la vida no es lo que hemos sido, sino lo que no podemos olvidar. Esta novela es una luz, sin duda, como su título, para disfrutarla por su humildad, por su fuerza, por su humanidad, por sus valores, por su recreo en cada personaje, que permanecerán siempre con un grato recuerdo y fortaleza; por su amor, grande y pequeño, universal y particular, serio y versátil, sustancial y personal. Diga lo que se diga, en definitiva, agradezco a esta creación Llanesiana haberme hecho sentir especial, emocionado, conmovido, por haberme inoculado una dosis de vida en vena, en sus letras henchidas de emociones. Un libro imprescindible. Recomendable.
Pol
DE METÁFORAS :
ResponderEliminarUn libro para leer con gafas de sol y unos comentarios que le viene de mano de Pol como anillo al dedo.
Hablando en castellano :
ResponderEliminarUna trilogía BRILLANTE y que he podido refrescar gracias a los comentarios de Pol.
Gracias por tu trilogía Germán Llanes Membrillo.
ResponderEliminarEs muy útil en mi vida diaria.
La humildad, la sencillez, el amor, la ausencia total de soberbia.
Gracias de nuevo.
LA VIVA VOZ DE GERMÁN LLANES
ResponderEliminarYo no he olvidado nunca aquellos días en que el autor me acompañó tanto, haciendo un doble paraíso de la lectura de esta novela maravillosa. Porque tuve la bendición de leer acompañado de la mano del autor que en todo momento guio mi lectura, sembrándola de anécdotas, comentarios, explicaciones, que me hicieron disfrutar de esta obra, humilde y sencilla, nacida de la vendimia de un corazón estelado.
Todo en el libro rezuma la sabiduría de su autor, su fructífero trabajo de documentación y también su profundo amor a cada personaje y al universo que los inspira.
Tributo hoy al autor, hacedor de prodigios, que nos ha regalado la oportunidad de ser leído, máxima aspiración de todo el que escribe, y en este caso sin el obligado desembolso monetario que conlleva el arte. Por eso animo a todos los que hayan leído esta novela a que la tengan en su estantería y no en el ordenador, a que miren los tres tomos de esta trilogía desde el sillón, seguro de que en cualquier momento nos dirigiremos a ellos para leer otra vez ese capítulo o capítulos que nos llegaron al alma, o tal vez leer algunas frases, asombros de sabiduría y sencillez, y que a buen seguro tendremos subrayadas, con las que el autor nos ha emocionado. Y este hombre escritor que nada pide, cruza la tierra solo, apoya su voz en el dolor y el amor del mundo, y nada pide..... Entregó su sabiduría y su belleza interior y nada pidió.
Porque dentro de esos tres tomos, en el papel que parece adormecer cada libro, se encuentran, Nike, Luke, Bruce, Olivia, Madeleine..... y tantos otros, esperándonos, siempre ahí, siempre para nosotros, diciéndonos nunca te abandonaré, personajes tratados con excepcional delicadeza y generosidad por el autor, nacidos de la humildad y sencillez de quien los ha creado para su deleite y para el nuestro.
Una maravillosa trilogía. Ahí esta ese hombre escritor, lleno de anhelos literarios, con la sabiduría de las estrellas, recibámoslo, leámoslo, con amor, que lo merece, es uno de los hombres escritores del que podemos tener las más vivas esperanzas. Este escritor, creador de sus propios paraísos Llanesianos, de una narrativa encadenada a Régulo, que posee un gran temperamento y la virtud esencial, a mi juicio, en el arte: entusiasmo.
No hay predicción para esta literatura naciente. Todo está allí, en cada página en cada frase, frente a nuestros ojos, en la preñez del sentir de quien cavila, de quien escribe y describe, de quien se ilumina para volver a nacer. Y en algún momento aparece lo inesperado, lo asombroso, y el quebranto narrativo se hace posible. Y preñará de fisuras el relato y tornará a otra existencia, a otro camino. ¿Repetitivo? ¿Nuevo? ¿Impredecible? No importa. Queda la escritura latiendo, viva.
Por eso y por más de lo que podemos esperar y a buen seguro vamos a encontrar, animo a leer Luces de la Tierra, a tenerlo en nuestra estantería para siempre, para esos momentos en los que regresaremos a su lectura, porque todo escritor quiere ser leído y por ende perpetuado en su legado, y cuando ese legado está hecho con el misterio de los sencillos, con la grandeza y gesto altivo del maridaje de humildad y honestidad, me pregunto: ¿Por qué no tenerlo para siempre, y poder rescatarlo de la estantería?. Y no corras, ve despacio en su lectura, porque donde tienes que ir es a ti mismo, después de transitar calles sin nombre, arrabales, hogueras, sabiduría, estrellas dadoras de nombre (y perdóneseme por el autor la broma: águilas y catedrales -el autor entenderá esta licencia-).
Encontrará el lector en sí mismo que en su pecho lleva la aurora y en su espalda aún brilla el poniente.
Créanme que nunca hubo tanta luz en las oscuridades de mi eterno rompecabezas. Créanme que nada enyesa tantas grietas como leer Luces de la tierra.
Todos los miedos empiezan por ¿Y sí?... todos los sueños también.
Ya lo dijo Dante en los últimos versos de la Divina Comedia: El amor que mueve el sol y las estrellas (L’ Amor che muove il Sole e l’altre stelle).
Pol__