CAPÍTULO LV: SALVE



  ─“Antares es una luciérnaga roja en medio del impresionante cielo nocturno estrellado –le contaba la señora Oakes a Kirsten en casa de James-, una bombilla que alumbra el negro solemne del sur. Pero por lo que me contó John, ahora es el sol la gran linterna que la eclipsa. Este mes lo celebramos los escorpiones, pero son los potentes rayos de nuestra estrella los que la ocultan y por eso ahora no se ve. Habrá que esperar a la primavera, casi al verano.”

─“Esperaremos unos meses para verla otra vez.”
─“No, cariño. Yo ya no volveré a verla. No tardaré en irme.”
   Y viendo que Kirsten no podía soportarlo y lágrimas de miedo la tomaban, le dijo:
─“Vamos al balcón, cielo. No quiero que tu hermano te vea llorar. Sabes que es muy impresionable. Y desde allí veremos la Colina de los Caballeros y el olmo donde están vuestros nombres. Si los días son amargos, es mejor contemplar el sol.”
   Ya en el balcón, Kirsten tenía los ojos enrojecidos, pero no vertían su carga de agua salada.
─“Contempla su brillo. Todo es un ciclo. También nuestra estrella morirá un día. Cumplimos una función y nos vamos. Yo creo que a la tercera vida, a la Sabiduría, pero para llegar, algo hemos de aprender en la segunda, el Horror. A ti te quedan muchos años y puedes no entender al principio los períodos de la vida. Igual observas un día que Antares te hace un guiño. Seré yo que intentaré transmitirte mi afecto. Confío en papá Nike y en ti porque tú también tienes su fuerza. Por eso te digo todo esto y sé que estoy abrumándote. Pero tu padre me contó que un día le dijo a tu abuelo Herbert que tú eras Ra, una diosa solar, y por eso te he traído al sol. Y siendo Ra, tu brillo no se apaga en ninguna estación.”
─“Te echaré de menos, abuelita.” –Kirsten siempre llamaba así a su bisabuela Madeleine.
   Esos días de principios de noviembre, y mientras Luke se recuperaba, Nike pasaba las tardes solo. Una de esas jornadas  decidió sentarse en la pequeña escalinata de St Mary a hacer su trabajo. Hubo un momento en que el sol intenso lo agobiaba y decidió entrar en el templo y se halló con una escena imprevista. Olivia y Gerald estaban allí, seguramente como padrinos de la señora Oakes, que increíblemente parecía estar bautizándose. Tomó asiento y esperó. La ceremonia fue emotiva, pero no duró demasiado. Mientras Olivia se quedó un rato hablando con su hermano, la señora Oakes, que lo había visto, se acercó a Nike.
─“Hola, compañero.”
─“Ha sido espectacular, Madeleine. Pero no puedo creerme que al final te hayas hecho católica.”
─“Siempre he respetado toda fe. Nací presbiteriana y al fin y al cabo lo seré hasta que me muera –y guiñándole, preguntó-, ¿crees que a última hora necesito un consuelo espiritual?”
─“No te imagino necesitándolo. Creo que tienes otra teología.”
─“No sé si todo ha sido un bello sueño, como la vida, o existe de verdad la tercera estancia, pero es hermoso creer que existe la Sabiduría y que allí seguiré mi camino con otros seres-dioses, hasta que vuelva a cumplirse mi ciclo y siga peregrinando a la cuarta morada, la Dignidad.”
─“Entonces, ¿qué sentido tiene todo esto? Porque me consta que lo has hecho con algún propósito.”
─“Gerald sabe lo que va a pasar dentro de muy poco. Me temo que Olivia también, pero no podría soportar saber que es inminente. Nike, todos los acontecimientos importantes en mi familia han ocurrido en noviembre, y así será también. Pero quiero descansar junto a vosotros. El Arrabal de la Mano Cortada ha sido un espléndido hogar y deseo seguir en espíritu en vuestras hogueras. Me he hecho católica para que me entierren en San Albano. Gerald se encargará de todo. Y así cuando comentéis vuestra jornada cada noche, yo estaré tan cerca que incluso oiré vuestros nuevos cuentos.”
   Nike se dio cuenta de que abundantes lágrimas lo regaban, pero de repente dijo:
─“Basta de llorar. A pesar de todo te veo feliz. Te vas como has vivido. Y necesitas que el compañero del que sí te puedes despedir aumente tu felicidad.”
─“Ha sido un verdadero placer conocerte, compañero. He podido querer a siete hijos que conmigo hemos formado los ocho motivos de Verôme. Y el octavo ha sido un río del que han brotado nuevas sangres para que al morir sepa que he tenido una inmensa familia.”
   Al día siguiente, ya 6 de noviembre, Nike se la encontró paseando por las piedras del Puente del Meandro.
─“Hola, Nike. Quería ver todos los alrededores por última vez. Siento decirte, compañero, que será esta noche. No mires en el vertedero, pero ahí está el cadáver de Ted. Y esa es la señal. Te necesito muy feliz ahora. Los demás no han de saber nada. Estaré en la hoguera hasta después de las doce. Cumpliré 79 años y después me iré a dormir… para no despertar.”
─“Déjame llorar ahora –le dijo completamente derrumbado- para no llorar esta noche. Que tus últimas horas con nosotros sean fértiles y felices y que los demás crean que sólo estamos celebrando tu cumpleaños.”
─“¿Sabes, Nike? A todo el mundo le gustaría morir en la cama. Dicen que es una muerte muy dulce, pero durante años me rebelaba. Quería morir de cualquier forma, pero siendo consciente. Pero al fin y al cabo, soy consciente. Ahora sé que me apagaré esta noche. Iré a dormir y ya no despertaré. Me voy tan feliz como he vivido. Abrázame, compañero. Y llora ahora para no llorar después. Piensa que en la vida debe haber un gran número de experiencias amargas para que todo el camino tenga sentido. Me voy feliz. Adiós, Nike.”
   Y se fundieron. Nike se propuso sacar de su interior la fuerza que su compañera aseguraba que tenía. Debía hacer que se sintiera feliz en su última hoguera. Antes de ella, quería pasear para presentar esta noche una gran sonrisa.
   La noche grana era un vestido de lujo en aquel noviembre casi estival, y los árboles eran los botones que abrochaban aquella prenda de fantasía y el río llevaba un murmullo de calma. Con alguna excusa, la señora Oakes los había convencido de salir aquel día tarde a mendigar, para quedarse más tiempo en la hoguera y celebrar todos que cumplía 79 años. Nike había pasado dos horas también mendigando. Lo necesitaba para reflexionar y darle a su compañera una de las noches más felices de su vida. Y al fin los ocho, que fueron diez con los dos niños, se sentaron plácidamente a comer.
    La luna tapaba las estrellas pero las lenguas de la hoguera ponían el brillo y la niebla no quiso presentarse. Madeleine empezó charlatana contando una experiencia de cuando todavía estaba sola en la Alameda de Umbra Terrae.
─“Un jardinero me contó un día que había árboles machos, árboles hembras y hermafroditas. Pero no es fácil saberlo. No me preguntéis qué sexo tienen los olmos, fresnos o alisos que nos rodean.”
   La conversación siguió un rato más tratando de árboles y Madeleine Oakes contaba anécdotas de su juventud, de sus primeros años en la calle. Nike miraba los ojos de Olivia, notando cómo algo le hacía intuir que no celebrarían el día en que su compañera llegara a los 80. Nike acompañaba a Madeleine en su vivacidad. Era verdadera alegría y él sintió envidia. Ojalá cuando me llegue la hora, me pueda ir así.
   Las 12. Todos se acordaron de felicitar efusivamente a la señora Oakes, que risueña repetía que en realidad cumplía 56, los años que llevaba en la calle. A las 12 y cuarto se despidió de todos para acostarse, contempló a Nike con una última mirada de belleza y se retiró a su tienda.
   Esa noche Nike dormía con Lucy y Luke se marchó a casa de su hermano. Con la excusa de un fuerte dolor de cabeza, consiguió que su mujer y él se pasaran un par de horas hablando y el alimento de la conversación fueron la noche, la luna, el fuego, los árboles y la dicha de su querida Madeleine. Nike tenía miedo a dormirse y después a despertar. Seguramente algún sueño echó cuando a las 8 de la mañana lo sobresaltó un fuerte grito aterrado. Era Olivia. Lucy y él se levantaron de inmediato, mientras los ojos de Nike, que sabía lo que había pasado, se llenaban de lágrimas. Lucy lo miró.
─“¿Tú sabes algo?”
─“Me temo que sí, corazón mío. Salgamos.”
   Estaban todos levantados y Olivia los espantó diciéndoles que la había hallado muerta. Empezaron a llorar a moco tendido. Olivia de repente se fue como loca en dirección a la cuesta, muñeca de aquella mano ahora sí verdaderamente cortada, por donde subía milagrosamente, en apariencia, su hermano Gerald.
─“Está muerta, Gerald”
    Y éste, llorando también, refugió a su hermana en su pecho, y doliéndole los latidos, gimotearon juntos. La besó y le dijo:
─“Entonces para esto me hizo venir. Ella sabía que me levanto a las 7 y me dijo que necesitaba decirme algo a las 8 de hoy, que viniera a verla y me lo comentaría. Sabes que llevaba unas semanas hablando conmigo en secreto, cariño, y me contó lo que iba a pasar, pero no me dio fecha. Ahora debo ocuparme de los trámites. Ya se hizo católica pues quería yacer en San Albano, junto a vosotros. Ahora debo encargarme de todo.”
─“Pero no serás el único, Gerald –dijo de repente Nigel, que llegó de improviso, sin avisar, sobresaltándolo-. A mí también me citó a esta hora. Te echaré una mano”
   Su hijo Peter se había levantado ese día muy temprano, y vio de repente a un montón de personas llorando, entre ellas su querida Kirsten, su novia, sentada en una roca, con toda una llovizna en los ojos. Fue hacia ella, se sentó a su lado y le dio un besito. Kirsten se lo contó. A su lado Paul lloraba sin descanso.
─“Vamos un rato al río, Régulo –su hermana lo llamaba así a menudo y él a ella Elased- al Puente del Menhir.”
   Y fueron tres porque Peter los acompañó al río.
─“La bisabuelita me dijo un día que nosotros somos agua. Todavía, como el río por aquí, estamos comenzando nuestro curso. Pero un día nuestra agua se ha de verter en la del mar. De ahí subirá a las nubes, que se harán lluvia, que caerá otra vez al río y de nuevo al mar, a la nube…a la lluvia. Como sus once estancias. Ella ha desembocado en otro mar, pero su camino, su alma, su agua, siguen. Ahora no la veremos, Régulo, pero la señora Oakes no se ha ido, sigue navegando, pero donde no la vemos.”
   Paul abrazó a su hermana y lentamente sus lágrimas se fueron apaciguando. Peter, que no había dicho nada, los acompañó de vuelta. Kirsten se fue decidida a hablar con su abuela, que casi se daba cabezazos contra los árboles, sentada en la roca-sombrero.
─“Dame un besito, abuela. Ella no me dejó su sangre, y a ti tampoco, pero te dejó su camino. El trazado ya lo tienes. Ahora has de caminarlo sin ella, pero con muchos que te pueden acompañar. Yo voy a darle un beso a mamá, pero pasaré todo el día contigo.”
   Primero se abrazó con su padre Nike y en la mirada se vieron ambos que debían ser fuertes para aliviar las lágrimas de todos. Él acababa de venir de casa de Nigel para telefonear a Joan Weissmann, que llevaba las riendas de la Thuban mientras Anne-Marie estuviera de baja, e informarla de lo que había pasado. Y como esperaba ese día no tenía que ir a trabajar. Ella informaría a su padre, a Anne-Marie y a Richard. Nike volvió a mirar a su hija y contempló el sol tostado en sus cabellos, tan  pequeña y tan enorme, como Ra en toda su gloria.
  Lucy lloraba sentada en el suelo, tan inmóvil como una estatua en una foto, llorando aguas amargas y vio llegar a su hija y se dieron otro beso.
─“Si tú aprendiste mucho con ella, recuerda que Paul y yo, mamá, ahora queremos aprender contigo. Y nos contarás muchos cuentos y si en ellos hay una maestra, llámale señora Oakes.”
   Y Lucy sintió que necesitaba aquel abrazo de su hija para poder sacar fuerzas y acompañar todo ese día a su madre. Le dio las gracias a Kirsten y se fue en busca de Olivia.
   En ese momento llegó Luke, el rostro bañado en lágrimas mientras subía la cuesta. Paul y Kirsten, al verlo, se fueron hacia él. Su hija le dijo:
─“Papá, piensa en todas las cosas que no sabemos de ella y que tú nos vas a contar y que pronto llegarán los días en que recordarla te hará embellecerla y nos la transmitirás dorada, feliz y libre.”
   Gerald se detuvo un segundo a preguntarle a su hermana qué iban a hacer con su tienda.
─“Conservarla –dijo Olivia-. Es una buena tienda y la próxima vez que duerma en el Arrabal –acababan de aceptar la invitación de Nigel de pasar esa noche en su casa- si nadie se atreve, yo entraré a dormir aquí. Y si un día –dijo mirando a Nike, que se acercaba, con cariño- otra serpiente vuelve a morder a alguien, ya tendrá una tienda donde recuperarse.”
   Pero Nike, que pensaba hablar un rato con Olivia, vio a Bruce volver del río casi tambaleándose, y se le acercó.
─“Cuando la conocí, nada más verla, ya supe que me quedaba con ella, con las tres. Se regocijó al saber que yo era el hijo de Joe Scully, pero siempre he sentido que me quería no por descender de él, sino por Bruce. Y tantas veces hemos hablado del amor que yo sentía por su niña. Sin su ternura, me voy a sentir más incomprendido, pero me queda gente como tú, Nike.”
─“Compañero, amigo mío, querido Bruce. Hoy es día de llorar pero de ver también, como tú me acabas de demostrar, cuánto nos queremos los que aquí nos quedamos.”
   No veía a Miguel y John, pero al momento oyó un llanto estremecido entre los fresnos. No sabía si acercarse o dejarlos a solas. John lo había visto y le hizo seña de que se uniera a ellos. Miguel era una estatua de sal, pero débil al fin, comprendiendo que cualquier viento se lo llevaría soplando de allí si no fuera por las ramas firmes de John, que lo sostenía. Éste lloraba con la seguridad de que Antares le daría fuerza para mantener su ajado equilibrio y el de su pareja.
─“Se nos fue, compañero –le dijo Nike a Miguel-, pero en medio de mi reposar cansado me paro a pensar que nunca habría sido el octavo sin ella, sin su confianza en cuál habría de ser nuestro destino. Y los tres últimos acabamos siguiendo la senda que tú nos marcaste, Miguel. Se fue pero su Libertad nos seguirá acompañando. Y ahora debes sacar fuerza de tu signo y todos debemos buscar nuestra Grandeza. Y la Claridad de tu gemelo te hará ver luz en esta oscuridad.”
─“Gracias, Nike.” –y se abrazaron con fuerza.
   Gerald se ocupó de todos los trámites y no le faltaron energías ni para hacer que el cuerpo sin vida de la señora Oakes pasara esa noche en su casa, en Chamberlain Street. Todos durmieron  en casa de Nigel, menos Olivia, que se quedó sin dormir hablando con su señora en casa de su hermano. Éste incluso se ofreció a acompañarla en la calle por las tardes, cuando saliera del trabajo, pero ella le contestó que iría con Lucy, en tanto se acostumbrara a caminar sola después de tantos años. Su hija hablaría con Amanda Cohen para volver a su primitivo horario de tres horas por la tarde y estaría con su madre casi todo el día.
  La mañana del 8 de noviembre fue radiante. Sol perenne con fuego de verano, flores que aún resistían en San Albano como un ramo de esperanza, como un tributo a su gloria. Gerald les dijo a todos que ella quería descansar en la tierra, donde siempre había vivido, y allí estaba, en el suelo fértil, al nordeste. Nike les comentó que tenía que ser allí, en el norte, cerquita de sus compañeros, y en el este, por donde siempre surgían los astros. En tanto el sacerdote le dedicaba sus últimas palabras, los siete se colocaron en círculo alrededor de su tumba, Gerald muy cerquita de Olivia hasta que al fin la dejó sola para que se recostara en el pecho de Lucy, Nike en su otro lado, con Luke a su costado de forma que estaban colocados en orden cronológico. El círculo se podría iniciar en Olivia y a su derecha Lucy, Bruce, Miguel, John, Luke y Nike.
    Pero junto a ellos Paul y Kirsten, que quisieron estar presentes acompañando a su bisabuela en su último viaje. Con los dos estuvo  Gerald Rivers, toda la tarde atento a su hermana, a la que de vez en cuando se acercaba para darle un beso, y ocupado entretanto en cuidar de sus sobrinos. A su lado James Prancitt, sin Rosa de Lima, que se había quedado en casa con gripe, que tuvo palabras para todos y una cadena de recuerdos de su compañera desaparecida. Tampoco quiso faltar Nigel Matts, aliento de los ocho en sus últimos años, que siempre se sintió apoyado por Madeleine Oakes para crear mundos simbólicos. No quiso faltar Richard Protch, mientras su mujer se quedó en casa cuidando de Armand y de Crystelle, a quien la señora Oakes pareció siempre encargar que se ocupara de Nike, de Luke y de Lucy y a quien hablaba como si sospechara que un día fuera uno de ellos. Estuvo siempre con él su antiguo jefe, ahora amigo, Samuel Weissmann, que tantas veces había reído con ella. Desconsolada y mustia estaba Anne-Marie Beaulière, en sus últimos días amiga de verdad y que no podía dejar abandonados a sus queridos John y Nike, ni a ninguno de sus cinco compañeros. Brandon tenía que trabajar y no había podido ir. Más al fondo Maude Protch, recogida en sus pensamientos, musitando se dijeran paganas plegarias con su marido. Herbert Protch, cerrando el cortejo, llorando y recordando cómo al final había sido abuelo sin haber tenido hijos.
   El solemne funeral al fin concluyó pero todavía se quedaron, los siete en círculo, cuando oyeron el sonido que no habían podido escuchar en todo el día, la voz de Olivia sin lágrimas, que en un último esfuerzo por hacer visibles las cavernas sonoras de su alma, estremeció a todos con unas palabras como homenaje.
─“Salve, Madeleine, señora Oakes. 29 años a tu lado y como tú un día descansaré en la tierra, pero hasta que me vaya seguiré contigo, andando cada calle, cada plaza, acera, esquina, templo o río. Y cada noche te comentaré cómo ha ido mi jornada y seguiré oyendo tus consejos, sobre cada nuevo mendigo que conozca, cada nuevo ser humano del “otro lado”, cada fuente, cada nuevo paisaje, cada noche de estrellas. Qué duro todo sin ti, pero qué hermoso que siempre estaremos juntas.”
   Todos estallaron con esas palabras, pero entonces en Lucy surgió la serenidad y llorando pero sin el río de sus ojos, también quiso decir algo:
─“Salve, señora Oakes, abuela. En cada rincón de mi vida hablándome de las bifurcaciones que podría tomar mi camino y siempre comprendiéndome asentada en la vereda de Luke y de Nike, con mi madre, tu compañera eterna; con mis hijos, tus bisnietos, con la fuerza con la que me recordabas que mi motivo de Verôme era justo, que mi camino tenía bastante sentido. Y lo ha tenido, porque ahí estabas siempre tú, ayudándome a valorar la senda.”
   A su lado Bruce lloraba, se vertía, sollozaba, hipaba, pero al fin entendió que debían hablar todos y en su dolor encontró el sustantivo más bello para acompañar al nombre de ella.
─“Salve, señora Oakes, compañera. Tanto me has enseñado… y contigo he venerado siempre el número ocho hasta que ahora, en este amargo momento, sombras durante el día, luces apagadas en la noche, volvemos al inútil siete. También aprendí contigo que el universo es una mujer. Y tú, mujer y compañera, has sido, eres y serás nuestro universo.”
    Pensaba que no había podido encontrar palabras pero al oírlas todos fueron fuente. Apenas podía tenerse en pie, pero llegado a su turno, Miguel hizo esfuerzos por hallar nuevos vocablos.
─“Salve, señora Oakes, madre de todos, amiga. Ay de aquellos crepúsculos de fuego en que me prestabas tus hombros porque mi corazón desorientado no había encontrado aún a su gemelo. Matriarca que siempre me hacía detenerme en un recodo y notar las luces que aún se veían antes de retomar la vereda. Salve, señora Oakes, madre de todos, amiga.”
   Y John a su lado lo sostenía a duras penas, porque sabía que ahora tenía que hablar. ¿Qué más decir? Un rayo de sol entre los árboles lo iluminó para hacerle recordar aquellas otras luces del cielo.
─“Salve, señora Oakes, Antares. Aquí nos quedamos como todas las estrellas del sur y como  ellas hemos vivido siempre, sin tierra que nos pertenezca. Y como podamos te hemos de seguir Espiga, Algieba, Aldebarán, Cástor, Pólux, Denébola y Zosma, con tus estrellas bisnietas Régulo y Elased. Pero tú has navegado por el sur y por el norte y de Umbra Terrae al Puente Wrathfall, de la Colina de los Caballeros hasta tu última casa, ese Arrabal de la Mano Cortada que estuvo siempre en la Eclíptica pero que contigo se hizo circumpolar.”
   Luke supo que debía dejar de llorar y recostado en los hombros de Nike, viendo un cálido destello en los ojos de Lucy, dijo. 
─“Salve, señora Oakes, Libertad. Ese fue tu don y de ti lo heredamos. Y me enseñaste que para tomarlo debemos dejar en algún punto del camino la mochila de las cosas innecesarias y cargar con otra que tenga la carga abrumadora de la soledad, pues sólo con ella se puede encontrar la propia fuerza, ver quiénes somos y cómo somos, para recibir al fin a los amigos que deseen calentarse en nuestros corazones, nuestras hogueras.”
   Y Nike tenía que completar aquel círculo de voces compañeras, y al fin dijo:
─“Salve, señora Oakes, Dama de la Penumbra. Con qué lúcida oscuridad has visto siempre nuestros siete caminos y hasta las últimas piedras del tuyo. Ahora te vas a la Sabiduría, pero poco tendrás que permanecer en la tercera estancia porque no te quedará mucho por comprender que no hayas aprendido aquí, en esta segunda morada, el Horror, donde los siete quedamos intentando asimilar lo que la vida nos enseña. Pero aunque estés allí poco tiempo, espéranos, Madeleine, para volver a caminar los ocho juntos y dirigirnos, erráticos seres-dioses, a la cuarta habitación, la Dignidad. Entretanto aquí permanecemos siete luces sin tierra.”
  Empezaba a deshacerse el círculo pero Paul, que tenía una espiga en la mano, súbitamente comprendió que podía dejar al corazón llorando mientras descansaban sus ojos, y abriéndose paso, lanzó de nuevo aquella espiga a la tierra donde descansaba la señora Oakes y dijo:
─“Salve, bisabuela Madeleine. Hasta siempre.”
   Y Kirsten, que había cortado una rosa, roja como Antares, la arrojó también y habló con su última lágrima.
─“Salve, bisabuela Madeleine. Hasta que nos volvamos a ver. Salve.”
   Y entonces el círculo se deshizo y los siete, como pudieron, intentaron hablar con los otro ocho asistentes al funeral, que habían entendido que debían estar allí, pero mudos, dejando que sólo los corazones de los siete compañeros tuvieran voz. Esa noche y alguna más dormirían todos en casa de Nigel y hacia allí marcharon.
   Olivia, con el corazón helado, a veces resucitaba y junto a su hija, ya sólo una mitad, continuaba. Y en enero se atrevió al fin a descansar una noche en la tienda circumpolar, que no habían retirado.
   La primavera vino más fría y siguieron las hogueras hasta que mayo se fue haciendo junio. Una noche Paul no podía dormir y al levantarse vio a su padre Luke recogido en su alma con un pequeño fuego encendido mirando al este.
─“Anoche la vi. Ya está otra vez entre nosotros Antares. Hoy también quería levantarme al lubricán a contemplarla. Tu madre también se ha despertado y enseguida vendrá. Contémplala, Paul, y a todo el escorpión.”
   Mientras miraba la constelación, sintió al unísono levantarse a su madre al tiempo que su padre Nike venía del palacete con su hermana. En ese instante percibió que la magia aparece cuando no se la espera y dirigiéndose a papá Luke, con urgencia, señaló al sudeste.
─“No sé si son mis sentidos los que la han visto encenderse y apagarse en un estremecedor destello. No sólo titila ahora Antares –y esas palabras las oyó también Kirsten, que sonrió-. Ha sido un guiño, estoy seguro, papá.”

3 comentarios:

  1. Pena grande, de nuevo, por las palabras de la Sra Oakes a Kirsten y curiosa e inesperada escena de bautizo con dos padrinos insospechados. Bautizo con una finalidad emotiva, hermosa, triste para el lector.
    6 de Noviembre: el cadáver de Ted, esa es la señal.

    Medianoche, felicitaciones y...final.
    8 de la mañana en el campamento...se nos saltan las lágrimas. No comentaré más de este hermoso, emotivo y triste capítulo, quizá tan triste como imprescindible, siendo realistas.

    Pasan los meses...llega Junio...Antares titila de nuevo en el cielo como un guiño.
    Inor

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  2. LA muerte que ella quería y donde deseaba... '' en la tierra''
    Muy emotivo y triste capítulo.
    (vuelta a verter lagrimas)

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  3. Acabada la lectura mi corazón era una cuerda de violín, y sonaba, sonaba...

    Si elevas tus ojos hacia el cielo y miras hacia la constelación de Escorpio, la verás. Es Antares, estrella agonizante de intenso color rojizo....

    Madeleine estuvo frente a su bifurcación, y tomo el camino menos transitado, eso hizo la diferencia. La senda es más importante que la meta: llegar a la vejez con cuanto hayas ganado -experiencia y conocimiento-. Y la vida le regaló un hermoso viaje. No apresuró el paso porque fue el paso en sí mismo lo que la enriqueció, y aunque no faltaron Lestrigones y Cíclopes, miedos y monstruos internos que obstaculizaron su avanzar, pronto aprendió que vencería a tales monstruos si no los llevaba en su alma, si no era su alma quien los ponía ante ella, si mantenía alto el pensamiento, y limpia la emoción. Y repartió con sus iguales, su familia del Arrabal, el contenido de su bagaje, aceptar las sombras, enterrar los miedos, liberar el lastre, retomar el vuelo. El día llegó de estar sola sobre el corazón de la tierra, traspasada por un rayo de sol: y no amanecer, le gustaría estar, pero no puede ser, porque ya estaba presta al vuelo la flor seca de las ramas. Y esperó con paciencia el momento de ese vuelo irrevocable.

    ...Su masa se está reduciendo a gran velocidad: Antares está perdiendo materia a medida que se expande hacia afuera en su última fase de vida, que resolverá en supernova en una gran explosión final...

    La ausencia es eso, un lugar que uno conoce y recuerda de memoria, como si fuera una foto, donde uno falta.

    En silencio, suavemente, apenas imperceptible, su marcha fue la que deseó, con tranquilidad de espíritu, era una extraña pena la que dejo en el corazón de los que la perdieron, una pena dulce confortada por haber compartido tiempo y camino, sabiendo que no les abandonaba que no se iba muy lejos, apenas unos metros más allá, y que en sus almas como un suave perfume estaría siempre su esencia.

    ....La situación de la estrella Antares en el centro de la constelación de Scorpius explica su nombre, de origen árabe, Kalb al Akrab («el corazón del escorpión»)....

    En su despedida, cada uno le ofreció su salve, con un nombre dado que fue y será siempre en sus corazones. Por orden cronológico fue Olivia la que inicio el esperado rito: Regresa a menudo y guíame, mi Señora, regresa y reconforta mi espíritu cuando mi memoria se despierte. "Salve, Madeleine, señora Oakes". Siguió la naturaleza, Lucy, serena, regaba con sus lágrimas la tierra, "Salve, señora Oakes, abuela". El amado hijo que pudo ser, Bruce, tomo la palabra, "Salve, señora Oakes, compañera", Miguel el Mendigo Hechicero y John el Mendigo Luminoso dador de astros, continuaron con sus salves, "Salve, señora Oakes, madre de todos, amiga", "Salve, señora Oakes, Antares". Luke no hubiera sabido a quién amaba, a quién ama, sin su rescate: "Salve, señora Oakes, Libertad", y fue Nike, su "chico guapo", quien cerro aquel círculo de voces emocionadas, "Salve, señora Oakes, Dama de la Penumbra".

    Dura lección para ellos, aprender del dolor de la perdida. Desde su mundo lleno de luz sus ojos buscaban la luz que no podían ver, Paul, le regaló una espiga:"Salve, bisabuela Madeleine. Hasta siempre", Y Kirsten, con una rosa, roja como Antares, cerro las despedidas "Salve, bisabuela Madeleine. Hasta que nos volvamos a ver. Salve"

    Portentosa la forma en que el autor transmite sensaciones, escenas, imágenes, detalles, sin recrearse salvo en lo necesario, escritura precisa y certera, no sobra, pero tampoco falta nada, realiza un retrato veraz, una narración casi poética. Si la intención del autor es llevarnos al punto de la lágrima claramente lo consigue.

    ....y sonaba mi corazón como un violín, angustiado, desbordado, congoja del alma humana. Un capítulo inolvidable, de esos que cuando lo terminas sientes la necesidad de ser cofre donde atesorar la sensibilidad, la admiración, todos los sentimientos y emociones deparadas de su lectura.

    Pol

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