─“Antares es una luciérnaga roja en medio del impresionante cielo
nocturno estrellado –le contaba la señora Oakes a Kirsten en casa de James-,
una bombilla que alumbra el negro solemne del sur. Pero por lo que me contó
John, ahora es el sol la gran linterna que la eclipsa. Este mes lo celebramos
los escorpiones, pero son los potentes rayos de nuestra estrella los que la
ocultan y por eso ahora no se ve. Habrá que esperar a la primavera, casi al
verano.”
─“Esperaremos unos meses para verla
otra vez.”
─“No, cariño. Yo ya no volveré a
verla. No tardaré en irme.”
Y viendo que Kirsten no podía soportarlo y lágrimas de miedo la tomaban,
le dijo:
─“Vamos al balcón, cielo. No quiero
que tu hermano te vea llorar. Sabes que es muy impresionable. Y desde allí veremos
la Colina de los Caballeros y el olmo donde están vuestros nombres. Si los días
son amargos, es mejor contemplar el sol.”
Ya en el balcón, Kirsten tenía los ojos enrojecidos, pero no vertían su
carga de agua salada.
─“Contempla su brillo. Todo es un
ciclo. También nuestra estrella morirá un día. Cumplimos una función y nos
vamos. Yo creo que a la tercera vida, a la Sabiduría, pero para llegar, algo
hemos de aprender en la segunda, el Horror. A ti te quedan muchos años y puedes
no entender al principio los períodos de la vida. Igual observas un día que
Antares te hace un guiño. Seré yo que intentaré transmitirte mi afecto. Confío
en papá Nike y en ti porque tú también tienes su fuerza. Por eso te digo todo
esto y sé que estoy abrumándote. Pero tu padre me contó que un día le dijo a tu
abuelo Herbert que tú eras Ra, una diosa solar, y por eso te he traído al sol.
Y siendo Ra, tu brillo no se apaga en ninguna estación.”
─“Te echaré de menos, abuelita.”
–Kirsten siempre llamaba así a su bisabuela Madeleine.
Esos días de principios de noviembre, y mientras Luke se recuperaba,
Nike pasaba las tardes solo. Una de esas jornadas decidió sentarse en la pequeña escalinata de
St Mary a hacer su trabajo. Hubo un momento en que el sol intenso lo agobiaba y
decidió entrar en el templo y se halló con una escena imprevista. Olivia y
Gerald estaban allí, seguramente como padrinos de la señora Oakes, que
increíblemente parecía estar bautizándose. Tomó asiento y esperó. La ceremonia
fue emotiva, pero no duró demasiado. Mientras Olivia se quedó un rato hablando
con su hermano, la señora Oakes, que lo había visto, se acercó a Nike.
─“Hola, compañero.”
─“Ha sido espectacular, Madeleine.
Pero no puedo creerme que al final te hayas hecho católica.”
─“Siempre he respetado toda fe. Nací
presbiteriana y al fin y al cabo lo seré hasta que me muera –y guiñándole,
preguntó-, ¿crees que a última hora necesito un consuelo espiritual?”
─“No te imagino necesitándolo. Creo
que tienes otra teología.”
─“No sé si todo ha sido un bello
sueño, como la vida, o existe de verdad la tercera estancia, pero es hermoso
creer que existe la Sabiduría y que allí seguiré mi camino con otros
seres-dioses, hasta que vuelva a cumplirse mi ciclo y siga peregrinando a la
cuarta morada, la Dignidad.”
─“Entonces, ¿qué sentido tiene todo
esto? Porque me consta que lo has hecho con algún propósito.”
─“Gerald sabe lo que va a pasar
dentro de muy poco. Me temo que Olivia también, pero no podría soportar saber
que es inminente. Nike, todos los acontecimientos importantes en mi familia han
ocurrido en noviembre, y así será también. Pero quiero descansar junto a
vosotros. El Arrabal de la Mano Cortada ha sido un espléndido hogar y deseo
seguir en espíritu en vuestras hogueras. Me he hecho católica para que me
entierren en San Albano. Gerald se encargará de todo. Y así cuando comentéis
vuestra jornada cada noche, yo estaré tan cerca que incluso oiré vuestros
nuevos cuentos.”
Nike se dio cuenta de que abundantes lágrimas lo regaban, pero de
repente dijo:
─“Basta de llorar. A pesar de todo
te veo feliz. Te vas como has vivido. Y necesitas que el compañero del que sí
te puedes despedir aumente tu felicidad.”
─“Ha sido un verdadero placer
conocerte, compañero. He podido querer a siete hijos que conmigo hemos formado
los ocho motivos de Verôme. Y el octavo ha sido un río del que han brotado
nuevas sangres para que al morir sepa que he tenido una inmensa familia.”
Al día siguiente, ya 6 de noviembre, Nike se la encontró paseando por
las piedras del Puente del Meandro.
─“Hola, Nike. Quería ver todos los
alrededores por última vez. Siento decirte, compañero, que será esta noche. No
mires en el vertedero, pero ahí está el cadáver de Ted. Y esa es la señal. Te
necesito muy feliz ahora. Los demás no han de saber nada. Estaré en la hoguera
hasta después de las doce. Cumpliré 79 años y después me iré a dormir… para no
despertar.”
─“Déjame llorar ahora –le dijo
completamente derrumbado- para no llorar esta noche. Que tus últimas horas con
nosotros sean fértiles y felices y que los demás crean que sólo estamos
celebrando tu cumpleaños.”
─“¿Sabes, Nike? A todo el mundo le
gustaría morir en la cama. Dicen que es una muerte muy dulce, pero durante años
me rebelaba. Quería morir de cualquier forma, pero siendo consciente. Pero al
fin y al cabo, soy consciente. Ahora sé que me apagaré esta noche. Iré a dormir
y ya no despertaré. Me voy tan feliz como he vivido. Abrázame, compañero. Y
llora ahora para no llorar después. Piensa que en la vida debe haber un gran
número de experiencias amargas para que todo el camino tenga sentido. Me voy
feliz. Adiós, Nike.”
Y se fundieron. Nike se propuso sacar de su interior la fuerza que su
compañera aseguraba que tenía. Debía hacer que se sintiera feliz en su última
hoguera. Antes de ella, quería pasear para presentar esta noche una gran
sonrisa.
La noche grana era un vestido de lujo en aquel noviembre casi estival, y
los árboles eran los botones que abrochaban aquella prenda de fantasía y el río
llevaba un murmullo de calma. Con alguna excusa, la señora Oakes los había
convencido de salir aquel día tarde a mendigar, para quedarse más tiempo en la
hoguera y celebrar todos que cumplía 79 años. Nike había pasado dos horas
también mendigando. Lo necesitaba para reflexionar y darle a su compañera una
de las noches más felices de su vida. Y al fin los ocho, que fueron diez con
los dos niños, se sentaron plácidamente a comer.
La luna tapaba las estrellas pero las lenguas de la hoguera ponían el
brillo y la niebla no quiso presentarse. Madeleine empezó charlatana contando
una experiencia de cuando todavía estaba sola en la Alameda de Umbra Terrae.
─“Un jardinero me contó un día que
había árboles machos, árboles hembras y hermafroditas. Pero no es fácil
saberlo. No me preguntéis qué sexo tienen los olmos, fresnos o alisos que nos
rodean.”
La conversación siguió un rato más tratando de árboles y Madeleine Oakes
contaba anécdotas de su juventud, de sus primeros años en la calle. Nike miraba
los ojos de Olivia, notando cómo algo le hacía intuir que no celebrarían el día
en que su compañera llegara a los 80. Nike acompañaba a Madeleine en su
vivacidad. Era verdadera alegría y él sintió envidia. Ojalá cuando me llegue la
hora, me pueda ir así.
Las 12. Todos se acordaron de felicitar efusivamente a la señora Oakes,
que risueña repetía que en realidad cumplía 56, los años que llevaba en la
calle. A las 12 y cuarto se despidió de todos para acostarse, contempló a Nike
con una última mirada de belleza y se retiró a su tienda.
Esa noche Nike dormía con Lucy y Luke se marchó a casa de su hermano.
Con la excusa de un fuerte dolor de cabeza, consiguió que su mujer y él se
pasaran un par de horas hablando y el alimento de la conversación fueron la
noche, la luna, el fuego, los árboles y la dicha de su querida Madeleine. Nike
tenía miedo a dormirse y después a despertar. Seguramente algún sueño echó
cuando a las 8 de la mañana lo sobresaltó un fuerte grito aterrado. Era Olivia.
Lucy y él se levantaron de inmediato, mientras los ojos de Nike, que sabía lo
que había pasado, se llenaban de lágrimas. Lucy lo miró.
─“¿Tú sabes algo?”
─“Me temo que sí, corazón mío.
Salgamos.”
Estaban todos levantados y Olivia los espantó diciéndoles que la había
hallado muerta. Empezaron a llorar a moco tendido. Olivia de repente se fue
como loca en dirección a la cuesta, muñeca de aquella mano ahora sí
verdaderamente cortada, por donde subía milagrosamente, en apariencia, su
hermano Gerald.
─“Está muerta, Gerald”
Y éste, llorando también, refugió a su hermana en su pecho, y doliéndole
los latidos, gimotearon juntos. La besó y le dijo:
─“Entonces para esto me hizo venir.
Ella sabía que me levanto a las 7 y me dijo que necesitaba decirme algo a las 8
de hoy, que viniera a verla y me lo comentaría. Sabes que llevaba unas semanas
hablando conmigo en secreto, cariño, y me contó lo que iba a pasar, pero no me
dio fecha. Ahora debo ocuparme de los trámites. Ya se hizo católica pues quería
yacer en San Albano, junto a vosotros. Ahora debo encargarme de todo.”
─“Pero no serás el único, Gerald
–dijo de repente Nigel, que llegó de improviso, sin avisar, sobresaltándolo-. A
mí también me citó a esta hora. Te echaré una mano”
Su hijo Peter se había levantado ese día muy temprano, y vio de repente
a un montón de personas llorando, entre ellas su querida Kirsten, su novia,
sentada en una roca, con toda una llovizna en los ojos. Fue hacia ella, se
sentó a su lado y le dio un besito. Kirsten se lo contó. A su lado Paul lloraba
sin descanso.
─“Vamos un rato al río, Régulo –su
hermana lo llamaba así a menudo y él a ella Elased- al Puente del Menhir.”
Y fueron tres porque Peter los acompañó al río.
─“La bisabuelita me dijo un día que
nosotros somos agua. Todavía, como el río por aquí, estamos comenzando nuestro
curso. Pero un día nuestra agua se ha de verter en la del mar. De ahí subirá a
las nubes, que se harán lluvia, que caerá otra vez al río y de nuevo al mar, a
la nube…a la lluvia. Como sus once estancias. Ella ha desembocado en otro mar,
pero su camino, su alma, su agua, siguen. Ahora no la veremos, Régulo, pero la
señora Oakes no se ha ido, sigue navegando, pero donde no la vemos.”
Paul abrazó a su hermana y lentamente sus lágrimas se fueron
apaciguando. Peter, que no había dicho nada, los acompañó de vuelta. Kirsten se
fue decidida a hablar con su abuela, que casi se daba cabezazos contra los
árboles, sentada en la roca-sombrero.
─“Dame un besito, abuela. Ella no me
dejó su sangre, y a ti tampoco, pero te dejó su camino. El trazado ya lo
tienes. Ahora has de caminarlo sin ella, pero con muchos que te pueden
acompañar. Yo voy a darle un beso a mamá, pero pasaré todo el día contigo.”
Primero se abrazó con su padre Nike y en la mirada se vieron ambos que
debían ser fuertes para aliviar las lágrimas de todos. Él acababa de venir de
casa de Nigel para telefonear a Joan Weissmann, que llevaba las riendas de la
Thuban mientras Anne-Marie estuviera de baja, e informarla de lo que había
pasado. Y como esperaba ese día no tenía que ir a trabajar. Ella informaría a
su padre, a Anne-Marie y a Richard. Nike volvió a mirar a su hija y contempló
el sol tostado en sus cabellos, tan
pequeña y tan enorme, como Ra en toda su gloria.
Lucy lloraba sentada en el suelo, tan inmóvil como una estatua en una
foto, llorando aguas amargas y vio llegar a su hija y se dieron otro beso.
─“Si tú aprendiste mucho con ella,
recuerda que Paul y yo, mamá, ahora queremos aprender contigo. Y nos contarás
muchos cuentos y si en ellos hay una maestra, llámale señora Oakes.”
Y Lucy sintió que necesitaba aquel abrazo de su hija para poder sacar
fuerzas y acompañar todo ese día a su madre. Le dio las gracias a Kirsten y se
fue en busca de Olivia.
En ese momento llegó Luke, el rostro bañado en lágrimas mientras subía
la cuesta. Paul y Kirsten, al verlo, se fueron hacia él. Su hija le dijo:
─“Papá, piensa en todas las cosas
que no sabemos de ella y que tú nos vas a contar y que pronto llegarán los días
en que recordarla te hará embellecerla y nos la transmitirás dorada, feliz y
libre.”
Gerald se detuvo un segundo a preguntarle a su hermana qué iban a hacer
con su tienda.
─“Conservarla –dijo Olivia-. Es una
buena tienda y la próxima vez que duerma en el Arrabal –acababan de aceptar la
invitación de Nigel de pasar esa noche en su casa- si nadie se atreve, yo
entraré a dormir aquí. Y si un día –dijo mirando a Nike, que se acercaba, con
cariño- otra serpiente vuelve a morder a alguien, ya tendrá una tienda donde
recuperarse.”
Pero Nike, que pensaba hablar un rato con Olivia, vio a Bruce volver del
río casi tambaleándose, y se le acercó.
─“Cuando la conocí, nada más verla,
ya supe que me quedaba con ella, con las tres. Se regocijó al saber que yo era
el hijo de Joe Scully, pero siempre he sentido que me quería no por descender
de él, sino por Bruce. Y tantas veces hemos hablado del amor que yo sentía por
su niña. Sin su ternura, me voy a
sentir más incomprendido, pero me queda gente como tú, Nike.”
─“Compañero, amigo mío, querido
Bruce. Hoy es día de llorar pero de ver también, como tú me acabas de
demostrar, cuánto nos queremos los que aquí nos quedamos.”
No veía a Miguel y John, pero al momento oyó un llanto estremecido entre
los fresnos. No sabía si acercarse o dejarlos a solas. John lo había visto y le
hizo seña de que se uniera a ellos. Miguel era una estatua de sal, pero débil
al fin, comprendiendo que cualquier viento se lo llevaría soplando de allí si
no fuera por las ramas firmes de John, que lo sostenía. Éste lloraba con la
seguridad de que Antares le daría fuerza para mantener su ajado equilibrio y el
de su pareja.
─“Se nos fue, compañero –le dijo
Nike a Miguel-, pero en medio de mi reposar cansado me paro a pensar que nunca
habría sido el octavo sin ella, sin su confianza en cuál habría de ser nuestro
destino. Y los tres últimos acabamos siguiendo la senda que tú nos marcaste,
Miguel. Se fue pero su Libertad nos seguirá acompañando. Y ahora debes sacar
fuerza de tu signo y todos debemos buscar nuestra Grandeza. Y la Claridad de tu
gemelo te hará ver luz en esta oscuridad.”
─“Gracias, Nike.” –y se abrazaron
con fuerza.
Gerald se ocupó de todos los trámites y no le faltaron energías ni para
hacer que el cuerpo sin vida de la señora Oakes pasara esa noche en su casa, en
Chamberlain Street. Todos durmieron en
casa de Nigel, menos Olivia, que se quedó sin dormir hablando con su señora en
casa de su hermano. Éste incluso se ofreció a acompañarla en la calle por las
tardes, cuando saliera del trabajo, pero ella le contestó que iría con Lucy, en
tanto se acostumbrara a caminar sola después de tantos años. Su hija hablaría
con Amanda Cohen para volver a su primitivo horario de tres horas por la tarde
y estaría con su madre casi todo el día.
La mañana del 8 de noviembre fue radiante. Sol perenne con fuego de
verano, flores que aún resistían en San Albano como un ramo de esperanza, como
un tributo a su gloria. Gerald les dijo a todos que ella quería descansar en la
tierra, donde siempre había vivido, y allí estaba, en el suelo fértil, al
nordeste. Nike les comentó que tenía que ser allí, en el norte, cerquita de sus
compañeros, y en el este, por donde siempre surgían los astros. En tanto el
sacerdote le dedicaba sus últimas palabras, los siete se colocaron en círculo
alrededor de su tumba, Gerald muy cerquita de Olivia hasta que al fin la dejó
sola para que se recostara en el pecho de Lucy, Nike en su otro lado, con Luke
a su costado de forma que estaban colocados en orden cronológico. El círculo se
podría iniciar en Olivia y a su derecha Lucy, Bruce, Miguel, John, Luke y Nike.
Pero junto a ellos Paul y Kirsten, que quisieron estar presentes
acompañando a su bisabuela en su último viaje. Con los dos estuvo Gerald Rivers, toda la tarde atento a su
hermana, a la que de vez en cuando se acercaba para darle un beso, y ocupado
entretanto en cuidar de sus sobrinos. A su lado James Prancitt, sin Rosa de
Lima, que se había quedado en casa con gripe, que tuvo palabras para todos y
una cadena de recuerdos de su compañera desaparecida. Tampoco quiso faltar
Nigel Matts, aliento de los ocho en sus últimos años, que siempre se sintió
apoyado por Madeleine Oakes para crear mundos simbólicos. No quiso faltar
Richard Protch, mientras su mujer se quedó en casa cuidando de Armand y de
Crystelle, a quien la señora Oakes pareció siempre encargar que se ocupara de
Nike, de Luke y de Lucy y a quien hablaba como si sospechara que un día fuera
uno de ellos. Estuvo siempre con él su antiguo jefe, ahora amigo, Samuel Weissmann,
que tantas veces había reído con ella. Desconsolada y mustia estaba Anne-Marie
Beaulière, en sus últimos días amiga de verdad y que no podía dejar abandonados
a sus queridos John y Nike, ni a ninguno de sus cinco compañeros. Brandon tenía
que trabajar y no había podido ir. Más al fondo Maude Protch, recogida en sus
pensamientos, musitando se dijeran paganas plegarias con su marido. Herbert
Protch, cerrando el cortejo, llorando y recordando cómo al final había sido
abuelo sin haber tenido hijos.
El solemne funeral al fin concluyó pero todavía se quedaron, los siete
en círculo, cuando oyeron el sonido que no habían podido escuchar en todo el
día, la voz de Olivia sin lágrimas, que en un último esfuerzo por hacer
visibles las cavernas sonoras de su alma, estremeció a todos con unas palabras
como homenaje.
─“Salve, Madeleine, señora Oakes. 29
años a tu lado y como tú un día descansaré en la tierra, pero hasta que me vaya
seguiré contigo, andando cada calle, cada plaza, acera, esquina, templo o río.
Y cada noche te comentaré cómo ha ido mi jornada y seguiré oyendo tus consejos,
sobre cada nuevo mendigo que conozca, cada nuevo ser humano del “otro lado”,
cada fuente, cada nuevo paisaje, cada noche de estrellas. Qué duro todo sin ti,
pero qué hermoso que siempre estaremos juntas.”
Todos estallaron con esas palabras, pero entonces en Lucy surgió la
serenidad y llorando pero sin el río de sus ojos, también quiso decir algo:
─“Salve, señora Oakes, abuela. En
cada rincón de mi vida hablándome de las bifurcaciones que podría tomar mi
camino y siempre comprendiéndome asentada en la vereda de Luke y de Nike, con
mi madre, tu compañera eterna; con mis hijos, tus bisnietos, con la fuerza con
la que me recordabas que mi motivo de Verôme era justo, que mi camino tenía bastante
sentido. Y lo ha tenido, porque ahí estabas siempre tú, ayudándome a valorar la
senda.”
A su lado Bruce lloraba, se vertía, sollozaba, hipaba, pero al fin
entendió que debían hablar todos y en su dolor encontró el sustantivo más bello
para acompañar al nombre de ella.
─“Salve, señora Oakes, compañera.
Tanto me has enseñado… y contigo he venerado siempre el número ocho hasta que
ahora, en este amargo momento, sombras durante el día, luces apagadas en la
noche, volvemos al inútil siete. También aprendí contigo que el universo es una
mujer. Y tú, mujer y compañera, has sido, eres y serás nuestro universo.”
Pensaba que no había podido encontrar palabras pero al oírlas todos
fueron fuente. Apenas podía tenerse en pie, pero llegado a su turno, Miguel
hizo esfuerzos por hallar nuevos vocablos.
─“Salve, señora Oakes, madre de
todos, amiga. Ay de aquellos crepúsculos de fuego en que me prestabas tus
hombros porque mi corazón desorientado no había encontrado aún a su gemelo.
Matriarca que siempre me hacía detenerme en un recodo y notar las luces que aún
se veían antes de retomar la vereda. Salve, señora Oakes, madre de todos,
amiga.”
Y John a su lado lo sostenía a duras penas, porque sabía que ahora tenía
que hablar. ¿Qué más decir? Un rayo de sol entre los árboles lo iluminó para
hacerle recordar aquellas otras luces del cielo.
─“Salve, señora Oakes, Antares. Aquí
nos quedamos como todas las estrellas del sur y como ellas hemos vivido siempre, sin tierra que
nos pertenezca. Y como podamos te hemos de seguir Espiga, Algieba, Aldebarán,
Cástor, Pólux, Denébola y Zosma, con tus estrellas bisnietas Régulo y Elased.
Pero tú has navegado por el sur y por el norte y de Umbra Terrae al Puente
Wrathfall, de la Colina de los Caballeros hasta tu última casa, ese Arrabal de
la Mano Cortada que estuvo siempre en la Eclíptica pero que contigo se hizo
circumpolar.”
Luke supo que debía dejar de llorar y recostado en los hombros de Nike,
viendo un cálido destello en los ojos de Lucy, dijo.
─“Salve, señora Oakes, Libertad. Ese
fue tu don y de ti lo heredamos. Y me enseñaste que para tomarlo debemos dejar
en algún punto del camino la mochila de las cosas innecesarias y cargar con
otra que tenga la carga abrumadora de la soledad, pues sólo con ella se puede
encontrar la propia fuerza, ver quiénes somos y cómo somos, para recibir al fin
a los amigos que deseen calentarse en nuestros corazones, nuestras hogueras.”
Y Nike tenía que completar aquel círculo de voces compañeras, y al fin
dijo:
─“Salve, señora Oakes, Dama de la
Penumbra. Con qué lúcida oscuridad has visto siempre nuestros siete caminos y
hasta las últimas piedras del tuyo. Ahora te vas a la Sabiduría, pero poco
tendrás que permanecer en la tercera estancia porque no te quedará mucho por
comprender que no hayas aprendido aquí, en esta segunda morada, el Horror,
donde los siete quedamos intentando asimilar lo que la vida nos enseña. Pero
aunque estés allí poco tiempo, espéranos, Madeleine, para volver a caminar los
ocho juntos y dirigirnos, erráticos seres-dioses, a la cuarta habitación, la
Dignidad. Entretanto aquí permanecemos siete luces sin tierra.”
Empezaba a deshacerse el círculo pero Paul, que tenía una espiga en la
mano, súbitamente comprendió que podía dejar al corazón llorando mientras
descansaban sus ojos, y abriéndose paso, lanzó de nuevo aquella espiga a la
tierra donde descansaba la señora Oakes y dijo:
─“Salve, bisabuela Madeleine. Hasta
siempre.”
Y Kirsten, que había cortado una rosa, roja como Antares, la arrojó
también y habló con su última lágrima.
─“Salve, bisabuela Madeleine. Hasta
que nos volvamos a ver. Salve.”
Y entonces el círculo se deshizo y los siete, como pudieron, intentaron
hablar con los otro ocho asistentes al funeral, que habían entendido que debían
estar allí, pero mudos, dejando que sólo los corazones de los siete compañeros
tuvieran voz. Esa noche y alguna más dormirían todos en casa de Nigel y hacia
allí marcharon.
Olivia, con el corazón helado, a veces resucitaba y junto a su hija, ya
sólo una mitad, continuaba. Y en enero se atrevió al fin a descansar una noche
en la tienda circumpolar, que no habían retirado.
La primavera vino más fría y siguieron las hogueras hasta que mayo se
fue haciendo junio. Una noche Paul no podía dormir y al levantarse vio a su
padre Luke recogido en su alma con un pequeño fuego encendido mirando al este.
─“Anoche la vi. Ya está otra vez
entre nosotros Antares. Hoy también quería levantarme al lubricán a
contemplarla. Tu madre también se ha despertado y enseguida vendrá.
Contémplala, Paul, y a todo el escorpión.”
Mientras miraba la constelación, sintió al unísono levantarse a su madre
al tiempo que su padre Nike venía del palacete con su hermana. En ese instante
percibió que la magia aparece cuando no se la espera y dirigiéndose a papá
Luke, con urgencia, señaló al sudeste.
─“No sé si son mis sentidos los que
la han visto encenderse y apagarse en un estremecedor destello. No sólo titila
ahora Antares –y esas palabras las oyó también Kirsten, que sonrió-. Ha sido un
guiño, estoy seguro, papá.”
Pena grande, de nuevo, por las palabras de la Sra Oakes a Kirsten y curiosa e inesperada escena de bautizo con dos padrinos insospechados. Bautizo con una finalidad emotiva, hermosa, triste para el lector.
ResponderEliminar6 de Noviembre: el cadáver de Ted, esa es la señal.
Medianoche, felicitaciones y...final.
8 de la mañana en el campamento...se nos saltan las lágrimas. No comentaré más de este hermoso, emotivo y triste capítulo, quizá tan triste como imprescindible, siendo realistas.
Pasan los meses...llega Junio...Antares titila de nuevo en el cielo como un guiño.
Inor
LA muerte que ella quería y donde deseaba... '' en la tierra''
ResponderEliminarMuy emotivo y triste capítulo.
(vuelta a verter lagrimas)
Acabada la lectura mi corazón era una cuerda de violín, y sonaba, sonaba...
ResponderEliminarSi elevas tus ojos hacia el cielo y miras hacia la constelación de Escorpio, la verás. Es Antares, estrella agonizante de intenso color rojizo....
Madeleine estuvo frente a su bifurcación, y tomo el camino menos transitado, eso hizo la diferencia. La senda es más importante que la meta: llegar a la vejez con cuanto hayas ganado -experiencia y conocimiento-. Y la vida le regaló un hermoso viaje. No apresuró el paso porque fue el paso en sí mismo lo que la enriqueció, y aunque no faltaron Lestrigones y Cíclopes, miedos y monstruos internos que obstaculizaron su avanzar, pronto aprendió que vencería a tales monstruos si no los llevaba en su alma, si no era su alma quien los ponía ante ella, si mantenía alto el pensamiento, y limpia la emoción. Y repartió con sus iguales, su familia del Arrabal, el contenido de su bagaje, aceptar las sombras, enterrar los miedos, liberar el lastre, retomar el vuelo. El día llegó de estar sola sobre el corazón de la tierra, traspasada por un rayo de sol: y no amanecer, le gustaría estar, pero no puede ser, porque ya estaba presta al vuelo la flor seca de las ramas. Y esperó con paciencia el momento de ese vuelo irrevocable.
...Su masa se está reduciendo a gran velocidad: Antares está perdiendo materia a medida que se expande hacia afuera en su última fase de vida, que resolverá en supernova en una gran explosión final...
La ausencia es eso, un lugar que uno conoce y recuerda de memoria, como si fuera una foto, donde uno falta.
En silencio, suavemente, apenas imperceptible, su marcha fue la que deseó, con tranquilidad de espíritu, era una extraña pena la que dejo en el corazón de los que la perdieron, una pena dulce confortada por haber compartido tiempo y camino, sabiendo que no les abandonaba que no se iba muy lejos, apenas unos metros más allá, y que en sus almas como un suave perfume estaría siempre su esencia.
....La situación de la estrella Antares en el centro de la constelación de Scorpius explica su nombre, de origen árabe, Kalb al Akrab («el corazón del escorpión»)....
En su despedida, cada uno le ofreció su salve, con un nombre dado que fue y será siempre en sus corazones. Por orden cronológico fue Olivia la que inicio el esperado rito: Regresa a menudo y guíame, mi Señora, regresa y reconforta mi espíritu cuando mi memoria se despierte. "Salve, Madeleine, señora Oakes". Siguió la naturaleza, Lucy, serena, regaba con sus lágrimas la tierra, "Salve, señora Oakes, abuela". El amado hijo que pudo ser, Bruce, tomo la palabra, "Salve, señora Oakes, compañera", Miguel el Mendigo Hechicero y John el Mendigo Luminoso dador de astros, continuaron con sus salves, "Salve, señora Oakes, madre de todos, amiga", "Salve, señora Oakes, Antares". Luke no hubiera sabido a quién amaba, a quién ama, sin su rescate: "Salve, señora Oakes, Libertad", y fue Nike, su "chico guapo", quien cerro aquel círculo de voces emocionadas, "Salve, señora Oakes, Dama de la Penumbra".
Dura lección para ellos, aprender del dolor de la perdida. Desde su mundo lleno de luz sus ojos buscaban la luz que no podían ver, Paul, le regaló una espiga:"Salve, bisabuela Madeleine. Hasta siempre", Y Kirsten, con una rosa, roja como Antares, cerro las despedidas "Salve, bisabuela Madeleine. Hasta que nos volvamos a ver. Salve"
Portentosa la forma en que el autor transmite sensaciones, escenas, imágenes, detalles, sin recrearse salvo en lo necesario, escritura precisa y certera, no sobra, pero tampoco falta nada, realiza un retrato veraz, una narración casi poética. Si la intención del autor es llevarnos al punto de la lágrima claramente lo consigue.
....y sonaba mi corazón como un violín, angustiado, desbordado, congoja del alma humana. Un capítulo inolvidable, de esos que cuando lo terminas sientes la necesidad de ser cofre donde atesorar la sensibilidad, la admiración, todos los sentimientos y emociones deparadas de su lectura.
Pol