CAPÍTULO XLVII: GENTUZA



   Los amé a los dos. Es difícil hacerte entender que no ha sido lascivia, sino verdadero amor. Mi corazón se ha bifurcado –Lucy no había contado aún ningún cuento, y me estremecí sabiendo con quién hablaba. Mi discípula amada narraba a veces en mi presencia, y al final me resumiría toda la historia, que finalmente, más que relato, fue evangelio, pues contaba su vida, resumida, con nuevos capítulos para Luke y para mí- como túneles en una cueva ancestral con pinturas rupestres en homenaje a más de un dios de la caza. La tierra se abrió para mí, se curvó y adoptó forma de cuna para acogerme y mecerme y en ese fértil moisés he pasado la vida. Los amé a los dos y eternamente los amaré.

   El camino de mi madre podía haber sido trocha fecunda, y no sendero estéril, pues un día ha de enterarse de que ha llevado la vida que ha querido sin que nadie se la imponga, aunque haya sido infeliz por cargar con la cruz de no haberme podido conseguir un refugio permanente que me apartase del frío que, de todos modos, va conmigo. Debo acompañarla más para que sepa que su vejez puede ser vergel, y la Libertad un oasis, que su sangre es fecunda y sigue procreando.
   Durante un tiempo, el terruño que hollábamos mi madre y yo fue un lodazal baldío. Y sin embargo sólo ella podía darme un planeta como casa. Y era una casa palaciega. Pero necesitábamos agua creadora y en la Alameda de Umbra Terrae conoció un día la inundación. Todavía era conocida como señora Oakes. Alguna vez la hemos llamado por su nombre, pero lo reservo para mi madre. A nuestro terreno agrietado le faltaban surcos y su sangre fue lluvia para que nuestro barro improductivo fuese arcilla creadora y mi madre creció con ella como un olivo, fructificando una silueta joven, una escultura de Venus recién nacida.
   Fue en aquellos días cuando de repente me abordó un caballero y no sentí miedo pues me enseñó una foto de mi madre, de más joven, y otra mujer rubia a la que se refirió como mi desaparecida tía Kirsten, de la que había oído hablar. Y aquel señor se parecía también a mi madre. Se presentó como mi tío Gerald, al que desde ese día conozco. Siempre cariñoso conmigo, arrepentido de su parte en perder a su hermana. No quería perderme también ahora que me había encontrado. Soy parte de su sangre y es importante no extraviar las venas de donde venimos. Mi madre y él me hablan con frecuencia con cariño de mi tía Kirsten, desde entonces ya para siempre en mis recuerdos. Y estos dos hermanos que no se hablan comparten las lágrimas por la amazona querida cuya memoria podría un día reconciliarlos. Conocí también los últimos días de mi abuela Linda, arrepentida de que una intransigencia religiosa la hubiera llevado a perder una hija y una nieta. Ella me habló también de Gerald Rivers I, mi abuelo. Es importante conocer de dónde venimos para saber quiénes somos. Y nunca he sabido si hice bien al no decir nada a mi madre del bálsamo que podría haberla sacado de la calle. Quizá, pensé, no habría soportado que la apartaran de la compañera que fue para ella más que madre.
─“Pero estoy perdiendo los hilos. No sé si voy a saber contarla.”
    La lluvia que gozosa cae un día puede ser más paridora que la estirpe. Sólo unos días conocí a la madre de mi madre; de la de mi padre no he sabido nada. Pero sin lazos de sangre ella fue cascada luminosa y siempre ha merecido el nombre de abuela. Cuando en su día ya supe que mi madre era propietaria de un manojo de vacío, y la mendicidad mi cuna y destino, la señora Oakes habló conmigo para saber si para mí la vida era una losa o le encontraba sentido a mi albedrío. Siempre rebelde pero sabiendo aceptar lo que la existencia me depara, le respondí que en cualquier vereda podría ser feliz. Y añadió que la vida me estaba poniendo a prueba en un camino porque un día conocería a alguien que me necesitara pues no le gustaba su pasado. Ahora sé que alguien puede ser plural. Debía cambiar de emplazamiento para conocer a mis maridos Luke y Nike. Mi abuela ya por entonces supo ver mi futuro. También presagiaba que un día nuestra constelación sería de ocho tímidas estrellas.
    Y cristalizó cuando nos cayeron las primeras gotas níveas con que sobrevolar nuestra pequeña Vía Láctea. De la que pudo ser ofensa del expresidiario Frankie Lauders a la caballerosidad de su entonces compañero Bruce Scully, una estrella errante a la que la señora Oakes reconoció como el hijo que pudo haber tenido con Joe, que enseguida se unió a nuestra navegación celeste para ser cuatro, protegidas por sus magnánimas alas, rumbo al porvenir. Y mi corazón sangró por primera vez al conocerlo. Mas nunca le dije nada pues pronto comprendí que el suyo lloraba de amor por mi madre; y así, su ajada maquinaria, siempre sufridora mas siempre en calma, sobreviviría un día a los terrores de un Vaticinio y un infarto.
   La historia se repetía con la llegada del quinto motivo de Verôme, el primero que lo decidió. Miguel McDawn se ahogaba en sus leyes caducas y quiso recrear su vida ebrio de libertad, buscando a mi madre en los arrabales, pues se había enamorado de ella. Pero cuando ésta le correspondió, hube de sufrir que la felicidad de mi madre no fuera plena, pues éste enseguida ¡se enamoró de mí! No supe qué hacer, pero el remedio no estaba en mi mano. Pobre corazón que aún ignoraba que las agujas de su brújula esperaban al que sería su gemelo.
   Y Pólux le llegaría una noche fría y lacrimosa en que él se estaba duchando con la lluvia y su ojo en el puente Wrathfall no tenía aún encendida la hoguera. De la noche más negra de su existencia extrajo John Richmonds el regalo de la vida. Y Miguel y John se conocieron y supieron que enfrente tenían la estrella ardiente que los crearía Géminis en eterna combustión.
   Así conocimos también a Anne-Marie Beaulière, hembra valiente que personifica la lealtad, capaz de seguir la luz de John por los enturbiados pasadizos del averno, a la que he de agradecer el cariño que siempre ha mostrado por mi madre, aunque para ella yo haya sido luz y tinieblas, pues ya siempre seré rival en su corazón desorientado.
   El Arrabal de la Seductora estaba cada vez más ennegrecido de peligros, incluso para los mendigos, y renuentes decidimos trasladarnos a una prominencia desnuda, apéndice quizá de Umbra Terrae, y en el lugar en que nací Destino me alcanzaría abriendo sus ubres para que su leche se transmutara en nata fecunda y comenzara con Luke a ser dos que habían de formar un cinco.
   Fui informada de cómo un calvo que había querido agredirnos finalmente había luchado con nosotros contra los calvos. Y en la niebla percibí a un hombre casi desnudo que lloraba aterrorizado queriendo expulsar a sus fantasmas. Eres tan hermosa y yo podía haberte partido la cabeza, fueron casi sus primeras palabras al verme. Pero así se deshace un diablo de inútiles vestimentas y estériles credos y se recubre de nuevas teologías, más profanas pero más creadoras. Se había despojado en un instante de inmundicias y de su alma ya se veía la desnudez y aún le quedaba algún brote del árbol que fue. Sólo era cuestión de hacerle sentir que por su tronco seguía corriendo la savia, que lloraría ramas y rocíos, que tenía raíces firmes que sólo necesitaban un suelo fértil en el que hundirse. Y si yerma había sido hasta entonces mi tierra, su madera arraigó conmigo y erramos un día por cavernas subterráneas para brotar primeros dos árboles de un próximo bosque.
   No nos amábamos aún al penetrar en mi tienda, pero si alguna vez la palabra flechazo ha tenido sentido, fue aquella nebulosa noche de noviembre, pues los dos sentimos al vernos que desearíamos envejecer juntos y ambos querríamos ser el primero en llegar a ese mar de occidente y si aún nos quedan seis vidas, nadar al mismo compás por esos océanos estelares. Y su simiente fue abono para mis campos que no estaban secos. Y así surgió la primera semilla y anduve preñada de esperanzas hasta que Régulo alumbró con su luz potente. ¡Oh, pequeño rey, brillante luminaria en la primavera sin ritos de tus padres, que son tres! ¡Sé bienvenida a la tierra y quédate en sus surcos, estrella real, que si echas de menos el cosmos, tuyo ha de ser nuestro Universo! Y tú has de querer siempre a Paul y a mi marido Luke si, como yo, te acostumbras a no temer sus fauces jugando con leones.
   Pero el amor llegó desvestido una noche no demasiado cálida, presagio de la primavera. Luke quedó embelesado por los abismos de la Seductora y el puente Wrathfall nos desnudó sus azares para nadar en el río que mata el dolor y si ya eran nuestros los cuerpos, esa noche fueron nuestras las almas, los corazones rieron el gozo de que Amor nos acogiera y latiendo al unísono recorríamos el tiempo como las calles, con la esperanza de que amarnos toda la vida fuera la moneda que nos lloviera.
   “Te amo. Me amas. Éramos dos y ya somos uno: nos pertenecemos.” Estas palabras eran hasta ha no mucho las leyes de la Tierra, sin arras ni testigos ni rituales envejecidos ni sacerdotes. ¿Qué han de saber ellos de amores o matrimonios? Diez meses estuvimos tan casados como por los documentos que ahora nos legalizan. Pero hubo que doblegarse a las leyes de occidente, para las que la belleza de los dioses deviene en casamentera, y Luke y yo nos casamos para que Paul, que brilla con luz propia sin que ningún papel le dé ese derecho, fuera hijo de la ley, que del amor ya lo era.
   Y al conocer a mi marido Luke, conocí también a su hermano James, y con él la fuerza que tiene el respeto de un hombre singular, que supo aceptar su camino desposeído porque comprendió que en esa senda su hermano se encontraría a sí mismo y gracias a James he conocido la luz que Luke siempre ha tenido. Todo faro puede apagarse pero si es lo suficientemente brillante, ninguna oscuridad de seis meses puede oscurecer la luminosidad constante de una estrella que legará su lumbre a sus dos hijos. Al conocerme, James supo quererme, y ese fuego es mutuo. Y al fondo Denébola, la estrella de Luke, iluminando vacilante pero con brillo firme, necesaria en la Eclíptica.
   Pero Destino juguetón no había terminado aún de repartir todas las cartas de la partida que jugaba conmigo, y bufón se rectificó y se disfrazó de basilisco para morderme a mí también. Apenas fuimos informados y un runrún constante nos informó del hecho improbable de un hombre mordido por una serpiente. Fue instalado en la tienda de Bruce y decidió quedarse unos días. Todos mis compañeros fueron pasando y volvían con un nuevo albor en sus vidrios. Yo sentía curiosidad. Y más cuando vi volver a Luke con los cristales empañados por espumas de ternura. En sus límpidas aguas me estremecí al notar que se reflejaba que nuestro huésped se había enamorado de él y que el que había sido calvo le devolvía una cabellera de respeto y amistad. Fui yo la que se atrevió a dar nombre a esa realidad y Luke me lo confirmó aduciendo que acababa de hallar a su gemelo perdido. Cuando volvieron a verse, había notado como la belleza de la vida le había atacado con espejos de amor asumido y, sin embargo, se apartaba de su llama para que mi hoguera con Luke siguiera dando fuego.
   Me era vital conocerlo y el segundo día de agosto me atreví a dejar mi tienda con el pretexto de arreglar los cabellos de Bruce. Vi a un hombre cálido y claro como los tímidos primeros rayos del alba. Y en breve pasé de sospechada enemiga a rosa fragante, que fuimos notas en la misma armonía, planetas que se acercaban orbitando la misma estrella. Y en la hoguera de ese día estival el escaso viento dobló sus saetas para acertarme la diana y Destino se disfrazó de vendaval con el que moverme el corazón para agrandarlo, para que cupieran en mi sangre, pintura de la caverna rupestre que me recubre, algo más grande que dos dioses de la caza. Disparada y acertada, Amor, dos veces en el mismo año, volvió a alcanzarme certero con la seguridad de sus lanzas.
   Pero en mi Universo danzaba también una pequeña estrella que se iba formando. Nike sintió la llamada de la Tierra y no sabía que ya estaba enseñando a nadar al que también sería su hijo. Y Régulo y su padre armonizaban en la misma sinfonía y empezaron a llover un lago para Leo. Y a la noche siguiente se le regalaría la Estrella Polar, pero en las heladas orillas de su norte el astro que lo señala parecía pedir clemencia a las estrellas del sur para nacer y ponerse con nosotros y reptar por el mismo dibujo. Se lo veía reacio a interponerse entre Denébola y Algieba, pero no sabía que ya era línea de la Eclíptica y el cielo se recomponía para albergar a Zosma entre sus luceros.
   Y anduvo reconociendo nuestra tierra y asumiendo los árboles, el río, nuestro suelo ardiente, los juncos, el vertedero, el menhir, el lago, los fuegos fatuos, la fertilidad y la miseria que nos rodean. Caminaba y debatía consigo mismo quién era, o quién debería ser, si podía convertirse en uno de nuestros surcos, raíz de los fresnos, tronco de los alisos… y se retiró a reflexionar y decidió quedarse y el de la cuna dorada ya se imaginó, sin remilgos, entre andrajos y viviendo entre nosotros, la octava estrella en nuestra constelación templada. Pero esa misma brisa de coraje se le volvió huracán glacial cuando pensó que no podía vivir con Luke y conmigo sin mancharnos y ese terror se le volvió Sombra. Y el 6 de agosto trató de convencernos, entre amargas ojeras, de que se iba pero vendría a visitarnos. Mas estuvo allí el tiempo suficiente para ver la llegada al mundo de su hijo, una pequeña estrella que lo alumbraba en su hora de mayor tiniebla. Y tanto sería su brillo que lo iluminó en la penumbra de su exilio, faro para no perder la razón. Y sin él, tímidamente me atreví a gritarle a Nike una canción de cuna: bienvenido al mundo, pequeño rey.
  Al final sólo fueron 60 días. Luke y yo nunca perdimos la fe. El corazón de un resucitado ya no extravía latidos si, como con nosotros, ha aprendido a orientarse. Le oculté mi secreto a Luke porque supe que sería temporal, que un día desnudaríamos el alma y contemplaríamos lo que ocultaba. Agosto se volvería témpano para Nike, confiada espera para nosotros. En septiembre fuimos felices el día que unos documentos nos unieron, que marido y mujer ya lo éramos. No estaba Nike: la boda con él tendría que esperar y sólo podría contraerse por las leyes de la Tierra. Angustiado y creyéndose traidor no pudo con los vientos con los que pensó que peligraríamos, y se acercó al Arrabal para darnos auxilio o, si su hora era llegada, morir con nosotros. No lo pudimos recibir entonces como merecía, pero ni mi marido ni yo teníamos dudas ya de que su trecho de exilio se agotaba. Y sería cuando octubre se levantara como estrella por oriente.
   Amanecía el mes con rayos amarillentos y parecía el presagio de que algo nuevo sucedería y tres actores recitamos el poema “4 de octubre”. Mientras Nike desayunaba su último brioche en el oro, Luke salía a la calle como todas las mañanas y yo me quedaba en nuestro país cuidando de mi hijo, retoño del árbol y la tierra. Mi marido tardaba en regresar pero yo sólo sentía el presentimiento de un nuevo brote de felicidad. Cuando al fin volvió, vino a hablar conmigo antes de dirigirse a todos. Me habló de cómo se había reencontrado con su gemelo y habían comido juntos, o mejor dicho, habían decidido no comer. De que en breve vendría a visitarnos y que iban a ir a la calle, que ese día yo no tendría que salir. Mi corazón, todavía oculto, pugnaba ya por abrirse y revelarse pero aún aguardaba algo, no sabía qué, algún prodigio inesperado.
   Y al fin lo vi subir la loma y fui hacia él con el alma sincera y nos abrazamos agitados y “cuando nos veas, nos reconocerás” fue la inevitable sentencia, más que diálogo. Lo vi montar su tienda, para quedarse, y ya no debía temer una nueva separación. Y al ver cómo se alejaban los dos hombres de mi vida, fui sintiendo que debía quedarme a solas para notarlo: Nike estaba enamorado de mí, pero aún no lo sabía. Y a la noche los vi retornar enamorados. Ya se había cumplido que Destino volviera a nacer para los Tres en una cuna de hojarasca. Los hitos del nuevo mendigo habían sobrecogido a Luke, el árbol, y lo habían fertilizado. Sintió orgullo de haber arraigado en dos tierras y el pelo del antiguo calvo volvió a brotar hojas en primavera. Pasamos días estremecidos planeando el delirio del Tres y sólo un árbol como él con tan sólidas raíces podía concebir que otra savia alimentara mi madera para florecer en cinco.
   Los días volaban y a nuestro nido se acercaron dos nuevos viajeros. Conocimos a Richard, manta que había ayudado a que el corazón de Nike no se congelara. Y a su  amigo Samuel, quien, ya sin máscaras, se atreve a querernos, y ha dado trabajo a Luke y sospecho que la paz un día.
   Almas desenfundadas, corazones sin espinas, el espíritu de Nike se materializaba ya en nuestra cama antes de ser carne. Y fueron quince días planificando entelequias, mientras el octavo mendigo iba siendo el aprendiz de la miseria, hundiendo sus raíces en nuestra arcilla. Siempre lo quiso como hijo, sus padres, los tres, se amaban, Régulo sintió que todo era oportuno y lo llamó correctamente papá. Comenzó a desesperarse, pero había de helarse con una nueva flecha: descubrió entonces que los rayos del corazón también me habían encontrado, que ya éramos tres saetas errando su diana, pero Tres formábamos un solo blanco.
   Nunca la palabra compañero había sido tan sólida como en esa hora de grandeza en que el antiguo calvo lo rescató. En la cueva de la mendiga Sally empezó a retumbar nuestro amor, expresado con su voz y con mi aliento en la misma garganta. El Mendigo de la Cuna Dorada regresó con la sangre sin secretos, la sonrisa enamorada, sabedor de nuestro proyecto, indeciso pero sin nada que ocultar, hablándome abiertamente de amor, por Luke y por mí, alegando que tenía que reflexionar para ver si podía asumir profano que fuéramos tres parejas sagradas y un solo retablo. Oh, crepúsculo del 1 de noviembre de su aceptación, hogueras desde oriente hasta occidente, fogatas de ocaso sangrante, corazones asumidos, destino unísono de tres puntas, mi corazón reía al desangrarse, la felicidad hacía el amor con la belleza, la pasión aguardaba sus frutos para germinar en cinco.
   Y el 18 de noviembre llegó. Cumplí un año a solas con Luke. Y le fue creciendo el pelo, pues dormía conmigo, con Algieba, la frente o la melena del león. Un año de frutos y un hijo en común. El 19 Luke y Nike se fundieron en carne, que ya en palabras lo habían hecho. El 20 ya pude en propiedad llamarlo mi marido Nike y me plantó su semilla para que cinco fuésemos un día, porque tierra somos y en la tierra hemos de germinar. Unos días que Nike estuvo ausente y esperábamos su nuevo advenimiento, pues ya éramos la Familia Sagrada. Y nuestros compañeros nos rodean, y cinco han de ser, por eso Bruce no pudo irse. Y Miguel regresó y la primavera ha sido borrascosa. Sé lo que teme Luke, que todo su verdadero amor se vaya por un negro sumidero y se pierda, pero confío en Nike y sé que sacará de la suciedad la limpieza. Y se reconciliarán, como lo harán un día, estoy segura, mi madre y su hermano. Y armonizaremos siempre en el tres y en el cinco y seremos acorde de paz en el ocho, nuestro mágico número, en el que compañeros seremos siempre notas de la misma música. Los amé a los dos y eternamente los amaré.


 
−Así cerró Lucy su evangelio. Se me ha hecho tarde hoy pero quería llegar hasta aquí. Ya os dije que soy un hombre afortunado. Dos contadores de historias, y aunque ella no creó la suya para mí, me gusta verme en las palabras que también me ha vertido.
  Me fui sospechando que el día siguiente sería el último con ellos, o no… pero al menos acabaría de contarles mi historia.
   Por la mañana del día 25, mientras desayunábamos en el salón, y mientras Protch se ausentó unos minutos, Maudie me habló de algo de lo que él no se atrevía a hablarme. Pero al verlo regresar cojeando, recordé su artritis y me resultaba imperativo decirle algo.
−Protch, mírame bien. Esta casa es vuestra. Yo nunca os la voy a quitar. Y no puedo sufrir verte cojear. Por supuesto que puedes hacer en vuestra casa las reformas que desees. Puedes transformar antiguos despachos en una habitación en la planta baja y así te evitarás tanto subir y bajar escaleras. De verdad que Deanforest os pertenece. ¿Tienes aún alguna duda?
   Acabó excusándose, pero decidido a hacer obras en la planta baja. Y ya más tranquilo, me apresuré a retomar mi historia con intención de concluirla ese día.


 
   Mayo y junio pasaron sin mucho que contaros en esa primavera fría. Lucy dejó de trabajar al concluir mayo y Luke y yo volvíamos a ir juntos hasta la segunda quincena de julio, en que decidimos que uno de los dos estaría siempre con ella cuidándola en el final de su embarazo. Mi compañero había cambiado un poco y me hablaba cariñosamente pero se le trasparentaba que temía que un día nos podíamos separar. Apenas cruzaba cada noche un par de palabras con Miguel, debidas sobre todo a los esfuerzos de Lucy y de John, que no soportaban verlos así. Yo no intervenía en este alejamiento porque no comprendía nada y consideraba mejor callar, pero me dolía contemplarlos distantes. Una vez al mes acudíamos los tres a casa de Gerald y empecé a saber de sus años por la vida, lejos de su hermana, y equivocándose. Y aunque ya la supiera, yo también le contaba mi historia y fuimos haciendo amistad.
   Y así llego al dos de julio, día también de sobresalto. A Luke y a mí nos había ido tan bien la jornada, y el verano, disfrazado de primavera, había comenzado tan cálido y luminoso, que me entró somnolencia, y por no pensar en que dentro de pocos días empezaría a trabajar en el bar, decidí echarme un rato en nuestra casa de campo, ideal para dormir la siesta, cuidando de Paul.
   Era tan desacostumbrado que, a pesar de ser algo tan simple, me asusté. El pequeño rey me sobresaltó de repente llorando en mi presencia. Intentando tranquilizarlo, jugué con él haciéndole gestos y carantoñas. Y entonces me pareció observar algo inquietante. Si pasaba mi mano por su ojo izquierdo, no respondía. No parecía verla. Desasosegado, lo tomé en mis brazos y me levanté. Lucy y Luke no pudieron evitar verme asustado.
−“¿Qué sucede, Nike?” –me preguntaron al instante, inquietos.
  Les conté brevemente y completamente nervioso lo que sucedía y les sugerí tomar el Chevrolet y acudir urgentemente al hospital.
  Y en medio minuto estábamos en Millers’ Lane. Tardé unos segundos, nervioso, en abrir el coche, y ya todos dentro –no me lo podía creer- el Chevrolet se negaba a arrancar. Hice dos o tres intentos, pero inútiles. Tanto tiempo parado y cuando realmente lo necesitábamos, no quería funcionar. Nos bajamos del coche, desesperados.
−“Si hay que ir andando, debemos ponernos en marcha ya.” –dije.
   Prácticamente al lado, ocupando la fachada de The Last Road, había un Ford Taunus verde milagrosamente con la puerta no cerrada del todo. Luke la abrió y descubrió entonces que además tenía las llaves puestas.
−“No sé si llamarle a esto una rectificación prodigiosa, Nike. Pero está aquí pidiéndonos que lo tomemos prestado.
   Tomar prestado. ¿Robar un coche? Es verdad que lo necesitábamos desesperadamente y que lo devolveríamos enseguida. Tomé impulso y pregunté:
−“Luke, ¿sabes conducir?”
−“Hasta tanques, Nike. Aprendí en el ejército.”
−“Entonces mírame bien y no me repliques. Sois la pareja original. Así que Lucy y tú vais a ir con Paul al Philip Rage y yo me quedaré aquí esperando al dueño para explicárselo. No podemos arriesgar una denuncia. Después, me iré al hospital andando y os veré allí.”
  No era momento de discutir y de mala gana entraron en el Ford y se alejaron. Media hora estuve allí esperando y es imposible expresaros en qué estado de ánimo. En cuanto al coche… seguramente era de algún vecino y conocíamos de vista a todo el mundo en Millers’ Lane. Tardó media hora en aparecer un hombre joven, aunque tiene mi edad., de aspecto distraído, más bajo que yo pero más robusto, y se le veía de lejos cierta fuerza, ahora sé que de la mente. Es evidente que buscaba algo y no comprendía que no pudiera hallarlo.
−“¿Busca usted un Ford Taunus verde?” –me atreví a preguntarle.
   Me miró unos segundos inquisitivo.
−“Sí.” –respondió.
−“Se lo hemos robado –me iba poniendo cada vez más nervioso-. Mi hijo tenía que ser llevado urgentemente al hospital, quiero decir el hijo de mis compañeros Lucy y Luke –ya no sabía cómo arreglarlo-, y estaba abierto y con las llaves puestas y… -vacilé- pero se lo devolveremos enseguida. Estará pensando que menuda gentuza, ¿no?”
−“Sí –me miraba ponderadamente-, menuda gentuza, que me roban el coche y se toman la molestia de explicármelo y de asegurarme que en breve me será devuelto. Soy despistado  pero realmente no puedo explicarme en qué estaba pensando para dejarlo abierto. ¿Cómo se llama usted?”
−“Nike –y viendo que no conocía el nombre, añadí-. Ya se lo explicaré. ¿Y usted?”
−“Soy Nigel Matts. Quizá conozcan a Shirley, mi mujer. Se pasa a menudo por ahí arriba a recoger a Telemachus y a Achilles, a quienes ustedes llaman Teseo, pues imagino que usted será uno de nuestros vecinos de la Mano Cortada –se lo confirmé-. También conocen a mi cuñado Brandon, quien me dijo que hace poco uno de ustedes tuvo un infarto. Ya sé por David Fieldman que se llama Bruce y que está recuperado. Cuando mi mujer y yo compramos una casa aquí, vimos que el descampado de enfrente se hallaba deshabitado, hasta hace año y medio, que llegaron unos vecinos con los que nunca hemos tenido problemas y que además cuidan de nuestros gatos. Trabajo en la universidad. Soy semiólogo –dijo estrechándome la mano-. Y a mi mujer la conocí allí. Enseña lenguas antiguas, lenguas muertas, pero ahora da clases de francés.”
−“Perdóneme, señor Matts. No sé qué es semiólogo. Pero si no nos va a denunciar, mejor me lo explica otro día. Me debo ir caminando al Philip Rage, y quiero saber ya qué le ocurre a mi hijo, quiero decir al hijo de Lucy y Luke.”
−“Si espera cinco minutos… mi mujer tiene otro coche: un Chrysler Cordoba. Debe estar aparcado en Alder Street. Subo a por las llaves y le llevo.”
   Apenas tuve que esperarlo dos minutos.
−“Venga conmigo. Shirley no estaba en casa y no he tardado en encontrarlas. Caminemos a Alder Street.”
   Mientras caminábamos me preguntaba:
−“Entonces es su hijo, pero es el hijo de Lucy y Luke…”
−“Nigel, ¿puedo confiar en usted?”
−“Me ha caído usted bien, Nike, comoquiera que se llame. Hable tranquilamente.”
−“Si entra en el hospital verá que Lucy está embarazada. Va a tener un hijo mío, pero también de Luke. Es difícil de explicar. Somos tres padres y dos hijos, pero en otro momento se lo cuento con más tiempo.”
  El Chrysler se hallaba en efecto en Alder Street, y ya montados, por apartar la mente de pensamientos infaustos, me acordé de preguntarle.
−“Entonces… eso de semiólogo…”
−“Enseño semiología en la universidad. Es, en esencia, la ciencia de los signos, los símbolos. Hace un año conocí a Shirley Jones, la bella profesora de francés y otras lenguas, vivas o muertas, y me enamoré de ella. Justo ayer me confirmó que estaba embarazada y por nuestras cuentas nuestro hijo nacerá a finales de marzo o comienzos de abril. Con ella he aprendido algo de culturas antiguas, sus tradiciones y costumbres, mitologías o leyendas y cosas aparentemente sin relación, como las estrellas.”
−“Las estrellas… -suspiré. Sosteníamos este diálogo por Damascus Road, ya casi en Castle Road-. Ellos un día me regalaron dos. Seguro que las conoce: la Estrella Polar y Zosma.”
−“Alfa ursae minoris y delta leonis. Norte y sur. Extraordinario regalo.” –me sonrió.
   Poco más hablamos hasta llegar al Philip Rage, pero era evidente que nos habíamos caído bien. Sí me dijo que se quedaría en el hospital en tanto supiéramos algo.
   Ya en el Philip Rage me encontré con Luke aguardándome en la puerta. Le presenté a Nigel Matts y le expliqué algo de las circunstancias en que lo había conocido. Y le urgí a contarme lo que supieran.
−“Tranquilízate, Nike. Viniendo hacia aquí, Lucy observó que Paul recuperaba la visión, que nuevamente la perdía por Damascus Road y después otra vez se reponía. Le hemos explicado esto a un doctor y lo están estudiando, pero parece ser amaurosis, ceguera monocular transitoria. Ahora tienen que estudiar las causas y el posible tratamiento, pero puede no ser nada grave.”
−“Es usted Luke, ¿no? –Inquirió Nigel-. Me parece que alguna vez hemos coincidido en The Last Road. Mire, si otro día necesitan venir, pidan cita por la tarde. Yo los acercaré y llevaré de vuelta.”
   Le dimos las gracias y pasamos a buscar a Lucy. A Paul lo estaban viendo y luego supimos que ni siquiera había llorado. A Nigel le caímos bien los tres y mientras aguardábamos en una sala de espera, le comenté algo de la noche del 3 de agosto del año pasado en que nos repartimos las estrellas. Y una frase del cuento de Luke: a partir de esa noche los mendigos ya siempre fueron ocho, pero durante sesenta días, siete se quedaron en el calor y uno en el frío. El semiólogo era rápido en relacionar y me estremeció al decirme:
−“Así que a comienzos de agosto del año pasado ya eran ocho. Y estuvo usted en la Mano Cortada once días. Tenían que repartirse las estrellas justo entonces. Nike, si multiplica usted los dos números, once y ocho, le dará 88. Y ese es justo el número de constelaciones oficiales que tiene el cielo. Tenía que ser así.”
   Tenía que ser así. No podía ser de otra forma, que diría Luke. Justo entonces salió una doctora que nos confirmó que era amaurosis, aunque debía ser observado con detenimiento. Pero nada que requiriera quedarse allí. De momento, nos tranquilizó. Nigel recuperó su Ford y Luke condujo de vuelta el Chrysler. Abracé a Paul intensamente. Si todo iba bien, ya de mayor sería capaz de ver la estrella Régulo y conservar siempre en su mirada la luz. 

3 comentarios:

  1. El cuento de Lucy es precioso y emotivo. En él aparecen todos por orden cronológico, empezando por su familia y terminando con los últimos acontecimientos con Nike.
    Un día que Nike está cuidando de Paul se percata de que algo le ocurre, no para de llorar…y parece no tener visión en uno de los ojos. El Chevrolet de Nike no arranca y el Tres (el Cinco, mejor…) se ve obligado a llevarse un coche que tiene las llaves puestas. Conduce Luke y va con Lucy. Nike se queda a esperar al dueño del coche para explicarle… El dueño del coche resulta ser una persona afable, de nombre Nigel Matts. Su mujer, Shirley, se suele pasar por el Arrabal a recoger a los dos gatos, Telemachus y Achilles (Teseo). Su cuñado es Brandon, el señor que los ayudó (junto con los Proscritos) cuando los nueve jóvenes borrachos quisieron atacar el campamento. Nigel se ofrece a coger el coche de su esposa y llevar a Nike al hospital. Al llegar, Luke les dice que el niño tiene una especie de ceguera monocular transitoria y que lo están observando, pero que no es grave. Nigel dice haber coincidido con Luke en The Last Road y se presta a llevarlos al hospital por las tardes si lo necesitan.
    Inor

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  2. Cuánta tensión y desesperación por el afortunado pequeño problema de Paul.
    No puedes hacerme esto... a poco me da un infarto. :D

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  3. Uno de los sentimientos más puros y limpios de la vida humana es el que siente una madre por su hijo.......... El amor que brota desde el primer segundo de su existencia es una nimia llama que va alimentándose de luz a lo largo de toda una vida, cuyo resplandor es el lazo que los une y se sigue manteniendo intacto a través del tiempo. "me estremecí sabiendo con quién hablaba" dice Nike, porque el cuento se convierte en evangelio que Lucy le cuenta, arrulla casi, a Elased. La sutileza y calidez con que muestra su sentimiento la narradora, es la misma, que lejos de toda grandilocuencia, va avanzando en parejo por todo el relato, llegando a cuotas de preciosismo literario al relatar sus últimos compases, en especial las palabras de Lucy dando tranquilidad al inquilino de su vientre: "te acostumbras a no temer sus fauces jugando con leones". Todo el cuento es desarrollado con la narrativa que es marchamo identificativo del autor y de sus inestimables y casi poéticas metáforas. El relato es una línea argumental fina, pero con un armazón de coherencia. De nuevo nos cuenta, y van...., (Ya es un lujo literario el que una historia se tiene que contar al menos dos veces). Y de nuevo sorprende, otra vuelta de tuerca, otro prisma en el diamante, otra refracción de la misma luz irisada en distinta tonalidad cromática, contada desde una perspectiva novedosa (¿Nanas para una estrella?). La recreación vital del personaje, la riqueza de su existencia que se hace patente, incluso el tono del lenguaje, que el lector percibe como intimista y cálido, de una voz suave casi susurro que se torna en mansedumbre de vela y que es solo eso, llama narrativa, Al hilo de esa conversación interior, todos son nombrados, y todos reciben la afección y la caricia, pero ya desbordada, esa emotividad toma presencia absoluta en el cuento de manera sutil. A través de los diálogos, las reflexiones y las descripciones el autor crea imágenes que el lector recrea desde la memoria de lo anteriormente leído y en el presente de la lectura, una prosa impregnada de poética que emociona y sensibiliza.

    Aprender a tener coraje. Ser madre o padre es el mayor acto de coraje que alguien pueda tener, porque es exponerse a todo tipo de dolor, principalmente al de la incertidumbre de estar actuando correctamente y del miedo a perder algo tan amado

    Uno de los sentidos innatos de la vida humana es la vigilante atención, nacida de una observación y preocupación constante, de un padre por su hijo............."amaurosis" es lo que desata la segunda parte del capítulo. La plasticidad con la que aparecen en esta historia los sentimientos de los personajes, casi en cascada, consecuencia unos de los otros: la preocupación ante algo anómalo que le ocurre a Paul, la angustia desesperada al no poder arrancar el coche, el milagro de la apropiación indebida, todo ocurre deprisa, y ese ritmo lo percibe el lector, pero como en todo río de aguas bravas también se llega al remanso, este aparece en un irónico "gentuza", un nuevo personaje, que tal vez se dibujara aún más en el futuro de la novela, es quien pronuncia esa palabra. Es Nigel Matts, de carácter comprensivo y templado, él y Nike comparten un diálogo basado en solidaridad y comprensión, en la semiología o semiótica y en las estrellas, que son otros aspectos que dejan claro el encaje de mundos. Como siempre el autor nos vuelve a sumergir en esa amalgama de sentimientos cuasi puros. Es ese mismo hecho de narrar que siempre nos ha llevado y ahora nos lleva también a territorios interesantes del relato, al igual que en el cuento de Lucy que le precede, pero en distinta clave. Es destacable en este capítulo el cambio que hace el autor de una armadura en sostenido a otra en bemol, siguiendo el mismo ritmo, sin apenas cambiar la cadencia, conservando la misma armonía y entrelazando las dos partes en la narrativa sin disonancias.

    Pol

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