CAPÍTULO XXXIV: RECTIFICACIÓN



   No terminaba de sangrar herido el crepúsculo mientras estuve brevemente en el vertedero. Luz exigua, visibilidad escasa, pasos errantes, caminaba como un espectro sin saber que esa noche yo también sangraría por nuevas heridas. Si no fuera porque hacía tiempo que quería pasarme por allí en busca de ropa, y los días anteriores de lluvia no había podido hacerlo, me habría dado la vuelta pronto. Hallé un par de mantas que podrían servirme y ahí me tuve que rendir. Ya iría otro día a buscar ropas. De todos modos no es fácil encontrar pantalones o zapatos en buen estado en un vertedero. O a lo mejor encuentras un zapato útil, pero nunca hallas el compañero. Estas prendas finalmente las tenemos que comprar en el Ejército de Salvación. Por eso me verás cada día venir, Protch, vestido con los mismos pantalones. Suelo llevarlos durante unos seis meses hasta que al final, un día que se haya dado bien, tengo que comprar unos nuevos en tiendas de caridad. Pero el día 20 pude al fin devolverle a Luke las mantas que me había prestado.


 

−Me he de marchar, Protch, y mejor hacerlo ahora. Mañana te contaré lo que pueda de esos dos días y la noche del uno al otro, de los que te tengo que decir tanto…
−Vete en paz. Pronto me pasaré una de estas noches de nuevo por casa de mi primo. Ahora ya podrán hablarme de ti en los años en que te perdí.
−Si los ves, dales recuerdos. Y no seas duro con ellos por habértelo ocultado. Ah, y para tu tío, recuerda que no sabrá de quién hablas si no me nombras como Nicholas.”
   A paso rápido llegué a su casa al día siguiente 21 de febrero, lunes, queriendo acortar el tiempo para referirle al menos la noche más extraña de mi vida. Y sin mucha conversación previa, asegurándole que hoy tenía mucha materia que referirle, y mucha energía, pues anhelaba llegar a esa noche única, me llevó el desayuno al salón, nos sentamos y comencé.


 
  Era un crepúsculo insólitamente frío, y no soy capaz de recordar otro igual de gélido en mis cuatro otoños en la calle. En mi paso por el vertedero, notaba que me acompañaban unas voces, hombres jóvenes que quizá se hubieran detenido en el Puente del Meandro. Se ve que al rato se separaron, pero cuando ya cruzaba de un salto el Puente del Menhir, uno de ellos debió peregrinar hasta allí porque fui testigo de una escena que no habría querido ver. Era un individuo de unos veinte años, bien vestido y afeitado, ropas de clase, seguramente un niño bien, de esos que con sus palabras van haciendo daño por donde pasan. En los alrededores del puente se hallaba mi compañera Lucy. La hoguera ya la querían encender, pero ella estaba buscando leña, pues no estaba segura de que la que había para esa noche fuera suficiente. Además la tierra estaba aún mojada y la leña húmeda. No iba a ser fácil prenderla. Y de repente se encontró con el joven insolente, que comenzó a hablarle.
−“¿Qué haces por aquí a estas horas, princesa? Ya deberías estar de vuelta en casa −me di de golpe con aquel sujeto. En un principio observaba la escena no sabiendo si debía saludarlo. Era la primera vez que veía a un desconocido en nuestro arrabal−. Déjame verte. Incluso con poca luz yo diría que eres muy guapa. ¿Y tan solita? ¿No tienes un marido que te acompañe a estas horas por el bosque? Igual necesitas un hombre, cosita linda. Aquí tienes uno. Te veo asustada. ¿Cómo te llamas?”
−“Lucy. Por favor, tengo prisa. Déjeme en paz. Debo encontrar un poco de leña. La noche se echa encima.”
−“¿Quieres que te ayude a buscar leña? Pareces Caperucita. No temas. Yo te ayudaré a evitar al lobo. Necesitas a un hombre que te defienda.”
   Yo iba observando cada vez más preocupado. Lucy parecía asustada y lo que le decía aquel joven parecía francamente un insulto. Pero en esos momentos, tuve miedo de que fuera a ponerle las manos encima. Mi compañera se sentía molesta, pero no sabía cómo deshacerse de aquel fastidioso “caballero”. Entonces ya no pude contenerme:
−“Joven, por favor, déjela en paz. ¿No ha aprendido aún que no se debe molestar a una señora?”
−“¿Señora? ¿Es usted su marido?”
−“No. Soy un amigo. Pero tiene marido. Mas si no sabe tratar con respeto a una mujer, le queda todo aún por aprender en la vida.”
−“Bueno, bueno, sólo hablaba cariñosamente con ella −y dirigiéndose a Lucy−. Veo que tienes algún hombre para salvarte del lobo feroz. No te haré falta, princesa. Lástima. Eres tan guapa −y debiendo notar la ira en mi mirada−. Está bien, amigo de la princesa, Ya me marcho.”
  Lucy y yo permanecimos algún tiempo juntos esperando que se alejara. Lo vimos marcharse en dirección a los Proscritos. Pero no me consta que mis vecinos tuvieran problemas con él. Entonces fue cuando ella me habló:
−“Gracias, Nike.”
−“¿Suelen pasar estas cosas muchas veces, Lucy?”
−“Afortunadamente por este arrabal pasa muy poca gente. En el Puente Wrathfall era muy acostumbrado, pero no iba a ninguna parte sin mi madre o mi “abuela”. Me has evitado un problema esta noche. Gracias de corazón, Nike. Somos compañeros. Y cada vez lo sentimos todos más a fondo.”
   Parecía, más que agradecida, realmente emocionada. No se distinguían bien sus ojos con tan poca luz, pero sí vi que su mirada estaba húmeda, como si me quisieran lanzar una información que yo entonces no sabía. Y de mí mismo, ¿qué te he de decir? Hay heridas en las que el dolor es tan fuerte que debería bastarte como aviso, pero que no eres capaz de notar hasta que no ves la sangre. Podía haberme dado cuenta entonces, pero no lo vi. Sólo sentí un peso cada vez mayor de desconcierto a medida que caminaba hacia la hoguera que tardó en encenderse, y sólo fue una llama, otra sangre, otra herida, en aquella noche de llagas.
   Había un espacio libre, que ocupé, entre Luke, a mi izquierda, y Olivia, a mi derecha. A su lado estaba sentada su señora. Abrazada a su marido, se encontraba Lucy refiriéndole la escena que acababa de suceder. Luke me miró agradecido, pero no me dijo nada. Su mirada bastaba. A la izquierda de Lucy, estaba sentado Bruce. John se hallaba entonces en su tienda, aquejado de un leve dolor de cabeza. Se había llevado algo de comer y prefirió ponerse a leer un rato. Quizá en el transcurso de la noche se atreviera a salir. Paul andaba en brazos de su abuela, pero vivía una noche difícil en que le costaba dormir. Al poco de sentarme, Olivia, que había oído lo que contaba su hija, me pasó al pequeño rey.
   En sus ojos negros el destino vestía una capa de oscuridad con la que fue llegando hacia mí con sigilo hasta que, rufián, comenzó a acuchillarme. Pero yo miraba a Paul, que despierto, me miraba, y oía la voz de Luke, que decía:
−“Lógicamente aún no sabe hablar, pero en su mirada a veces parece que se van formando palabras. Lucy y yo estamos esperando ansiosos a que por fin nos llame mamá o papá.”
   Volví a mirar el pozo de sus ojos negros en busca de palabras. Eran una bola del mundo sus pupilas, con un punto de llama ardiente, pincel de alguna estrella. Los demás no hablaban, sin John, de astros, y no recuerdo qué murmullos me hicieron perder el hilo de su conversación, mientras Paul y yo, mirándonos, tal vez dialogáramos.
   Estaba fuertemente abrigado. Era casi el único de nosotros que no tiritaba. Realmente aquella hoguera del 19 de octubre no la recuerdo por lo que calentó. Sí por lo que alumbraba. Destellaba en los ojos de Régulo, cristalinas almendras, espejos de ternura, crepúsculos negros, relojes detenidos, universos en movimiento. Un leve espasmo de frío me hizo decirle en mis pensamientos: si el viento te hiere, los seis mayores que aquí te acompañamos, nos volveremos laberinto, para que entre tantos pasillos no sepa encontrar tu puerta; si esta noche tuvieras hambre, meteremos en la hoguera el apetito de todos y saldrá cocinada ambrosía que mezclar en tu biberón; si ves que tardas en dormirte, mi corazón se hará prólogo de un cuento que meza el Universo en la cuna de tus ojos. Pequeña estrella que risueño me contemplas, duerme. Somos tus ángeles protectores y por ti velamos.
   Y entonces sucedió. Paul parecía haber entendido algo de esta letanía del corazón que le fui goteando. Me sonreía tiernamente, nada dispuesto a dormirse, queriendo continuar dialogando conmigo. El destino hizo que él para mí tuviera sonajero. Cuatro letras que lo cambiaron todo. ¿Cómo era posible, si no sabía hablar? Tal vez fuera sentimental balbuceo, sin el significado que yo quise darle. Pero lo dijo. Mirándome fijamente, desgranó las dos sílabas que en el silencio de todos pudieron oírse claramente:
−“Pa-pá.”
   El mundo se me hizo pedazos entonces. Luke repetía una y otra vez: “lo ha dicho”. Sí, lo ha dicho. Pero me lo ha dicho ¡a mí! ¿Cómo es posible, Paul? ¿Qué estaré haciendo tan mal, que no se lo has dirigido todavía a tu verdadero padre y, sin embargo, como cuchillo para él, me lo lanzas a mí?
   No pude contenerme. El hijo del hombre que amaba me había llamado papá. Realmente para esta familia yo no podía ser sino una mancha. Me derrumbé. Asustado, le pasé el pequeño rey a su verdadero padre, y el derramamiento de mis lágrimas empezó a tornarse convulsión. No supe disimular mi angustia. Quizá creí oír un murmullo de la señora Oakes:
−“Infinitas son las rectificaciones del Universo para ti.”
   Aterrado, me daba cuenta de que Lucy y Luke me miraban con cariño. Pero aún me quedaba por derramar una parte de mi sangre. Con ansias de calmarme, intervino su madre:
−“Mírame, Nike. Si la voz de mi hijo te aterra, piensa que quizá no sepa hablar y no sea consciente de lo que ha balbuceado. Pero a lo mejor a través de su lengua ha hablado el Universo esta noche, porque nuestro pequeño rey quiere hacerte ver que te lo has merecido. El destino no lo podemos conocer, pero no se mueven sus hilos por azar. Nos están buscando…”
   El destino caía crepuscular en sus rojizos cabellos con color de herida. Sus ojos, lagos de sombras, me traspasaban.
−“En todo caso, compañero, los dos necesitáis descanso. Que él recueste su cabeza sobre tus hombros o los de Luke, donde ahora está, y tú reclines tus pensamientos en una mecedora de calma. Sólo necesitas reflexionar y que acabes viendo que nada sucede por casualidad, que la vida es un poema que ya está escrito y ya se viene oyendo el rapsoda que lo recita.”
   El viento tiene columpios que nos deslizan por aires imprevistos. Sus palabras eran sabias y quizá me habrían calmado si no fuera porque al fin vi la última sangre de mis dos heridas de aquella hoguera y con la sangre fui consciente del dolor. Me había detenido verlo haber cometido un error cuando en julio acepté que mi corazón se había movido hacia Luke. Y por un efebo sagrado, creí que mi espíritu rechazaba de mis ríos a sus náyades. Pero una ninfa con cabellos color de llama entraba también en mi Olimpo. Fui consciente por la ternura de su mirada y la meliflua cadencia de sus palabras de que me había vuelto a enamorar. No, no fue esa noche. Yo ya estaba doblemente enamorado, pero la segunda saeta ignoraba cuándo se me había clavado. Miré a mi compañero. No por esta segunda mordedura extraería la primera. Por él sentiría amor eterno. Y ¿ahora también por su mujer? La nube pútrida que por mi inconsciencia sobrevolaba el icono sagrado de su familia, se había extendido ya por todos sus miembros. Amaba a los dos y el hijo de ambos se refería a mí incorrectamente. El octavo compañero tenía un corazón insurrecto cuyas venas se abrían en flores infectas que despedían aromas de máculas.
   Había permanecido con ellos quince días en los que había aprendido casi todo pero no la lección fundamental: a domesticar mi corazón, que seguía bifurcándose en nuevos ríos. ¿Cuántos meandros tendría mi sangre aún por doblar? Antes de acabar enamorándome de los otros cinco, debía apartarme para siempre de ellos.
   Destino inmisericorde se me fue trocando ángel negro, vórtice helado, prado de un solo color marchito: desesperación. Ya no supe cómo llorar, cómo disimular lo que estaría traicionando mi rostro. No sabía qué hacer. La intuición sólo me servía para reconocer el dolor de que debía irme, pero no de ellos, debía irme de mí. Una penúltima luz en el inútil faro de mi lucidez hizo al fin que me levantara. Debía alejarme a derramar mis lágrimas o a quitarme la vida. Dejando la hoguera les dije a todos:
−“Voy a dar un paseo.”
   Las demás figuras también se movieron. Lucy le decía a su marido que entraran un momento en su tienda. Luke le pasaba el pequeño rey a su abuela. En el momento en que la Pareja Sagrada, por mi deshonrada, comenzaba a levantarse, salía John de su retiro, justo para encontrarme de frente. Mi cara debía ser retrato donde cuervos agitados danzaban una pantomima macabra de llantos y muerte. Él fue consciente de que me habitaba el más cruel de los jinetes y en su cabalgadura bruna, mi mente en tinieblas, se agitaba el fantasma de la desesperación.

4 comentarios:

  1. Tras librar a Lucy de un paseante pesado y ocasional, vuelven a las tiendas, a la hoguera. El pequeño rey, en brazos de Nike, se calma, lee sus pensamientos, sonríe y…balbucea su primera palabra: Papá, dirigida a Nike, obviamente. Eso desencadenará una tormenta en la mente de Nike, un creer que está deshonrando a la Pareja Sagrada porque ahora, lo ve abiertamente, sabe que ama a Lucy, que ama a Luke… Pienso si la Emperatriz de la Señora Oakes de hace unos capítulos, aquella carta que suponía el Futuro de Nike, no sería este incidente y ese descalabro emocional de Nike que ahora cree que debe marcharse. Esta era la noche interminable que nombró a Protch en el capítulo anterior pero, nuevamente, nos deja llenos de intriga.
    Inor

    ResponderEliminar
  2. El amor, la sabiduría e inocencia de los recién nacidos es universal, maravillosa e innata... Estoy convencida, de que ellos tienen todas las respuestas a las preguntas que tal vez, casi a diario nos hacemos... Sabiduría Ancestral, que con el tiempo omitimos, o renegamos, dispersos por la vida ruidosa y mundanal, que no nos permite... Retrotraernos a ese bebé, que aún tiene la potestad de saber y ser... Sino... cómo se explica que nos identifiquemos, como comenté en el capítulo anterior, con alguien a quien nii conocemos... Por una experiencia personal, ese Ser especial se acercó a mi, MI ser... y tuve en milésimas de segundos todas las respuestas necesarias, pero así como se mostró para salvarme... desapareció al lograr su cometido, tuve los mismos sentimientos que Nike :( ... Pero... sé desde el fondo de mi corazón que Paul, sabiamente llamó papá... a nuestro Nike, con innato sentido sentimiento (valga la redundancia) :)

    ResponderEliminar
  3. Si quisiera Paul podría volar ahora mismo al cielo, a ser Régulo, pero tiene sus razones para no dejarlos, en estos momentos su felicidad consiste en descansar su cabeza en el hombro de Nike, por nada del mundo deja de mirarle desde "el pozo de sus ojos negros con un punto de llama ardiente". Pocos pueden comprender su plácido silencio en sus brazos, si no habla es que tiene sus razones. Pese a que fue concebido bajo el oro y perlas de las estrellas, tesoro que le pertenece, vino a esta tierra como un mendigo y tuvo sus motivos para llegar en ese embozo, pequeño y suplicante, en su completa indigencia reclama el inmenso tesoro de la ternura. Sabe muy bien que ese pequeño nido, en el corazón de Nike, contiene una alegría inagotable, y que la tierna atadura de sus brazos es infinitamente más dulce que la libertad. Ese regazo convertido en el país donde no se sabe llorar.

    -"Destellaba en los ojos de Régulo, cristalinas almendras, espejos de ternura, crepúsculos negros, relojes detenidos, universos en movimiento"-.

    Letanía del corazón,"pequeña estrella que risueño me contemplas, duerme"- Ay Nike, entendías aunque luchabas por no oírlo que en tu letanía faltaba la palabra hijo, un hijo pequeño, al que acunabas y dormías, al que has besado, con el que has jugado… Un niño, en fin, del que te ha alimentado su risa, su mirada, su inocencia, su gracia, su ternura… un niño, el hijo de Luke y Lucy, y ahora ese niño te reclama, y con solo dos fonemas te ata para siempre a su vida: “Pa-pá.”.

    La pregunta: ¿Cómo crear una relación de pareja armoniosa, honesta y placentera, guiada por la fuerza del amor?.

    El amor que los seres humanos se dan y reciben cae sin duda dentro de lo que alguien calificó como "la extraña dificultad de las cosas sencillas". Y es que cuando se trata de sentimientos, emociones, y espiritualidad, tarde o temprano aparece el fantasma del fracaso, el rechazo, el miedo a crecer y emprender la aventura más grande de muchas vidas. Las dos heridas de Nike, la que le sangraba en el costado, presente, y la descubierta y también antigua que le traspasaba. ¿Cómo no lo vio?, ¿por qué no enjuago antes esas heridas?. Volver a la indignidad, ¿estaría este Nike también maleado por el mismo tósigo que Nicholas?.

    Repetimos la pregunta: ¿Cómo crear una relación de pareja armoniosa, honesta y placentera, guiada por la fuerza del amor?......

    ....... Cuando en esa pareja ya había dos, dos a los que amaba, como amaba al pequeño Regulo, que le había otorgado el divino don de la paternidad. No podía controlar su corazón desbocado. Agitación, temblor, convulsión. En estos momentos Nike entendía que su miedo era su sustancia y empezaba a temer que quizás también solo era lo mejor de sí mismo. Como iba él a destruir el amor con la sola mención del suyo. El remordimiento, esa emoción ahora inútil, que suele dar segundas oportunidades. He cometido la mayor indignidad que un hombre puede cometer, quizás fue el pensamiento que martilleaba en sus sienes antes de decir: -“Voy a dar un paseo.”-

    “Infinitas son las rectificaciones del Universo para ti.” Estas palabras acompañaron al mendigo del corazón insurrecto.

    El autor derrocha ternura y cariño hacia sus personajes de una manera solvente y necesaria para el buen desarrollo de la historia. Pero también les somete a duras pruebas, el lector siente una amarga "sensación de alivio" tras completar un puzle cuyas piezas hemos intentado resolver en tantos capítulos, ¿pero quién nos dice que esté completado?.

    La mejor narrativa, casi poesía, la letanía de Nike, la descripción poéticamente amorosa de Paul, y la sangre literaria imprescindible para mostrar un desenlace cargado de fuerza en los sentimientos encontrados del protagonista, son los que dan enjundia al capítulo. Otro capítulo corto pero de gran calado literario y emocional.

    Fue tu voluntad hacerme infinito. Este frágil vaso mío tú lo derramas una y otra vez, y lo vuelves a llenar con nueva vida. (Tagore) - traducción del matrimonio Juan Ramón Jiménez y Zenobia Camprubí

    Pol

    ResponderEliminar