CAPÍTULO XLV: TENTACIÓN



   Mi primer invierno en la calle se quiso hacer notar en los árboles, desnudos y macilentos, que eran espectrales y fantasmagóricos, el viento un látigo en manos de un sádico que los azotaba y nos abría las carnes. Los árboles sagrados tenían necesariamente que morir para resucitar, no al tercer día, sino en primavera. Se quiso hacer notar en el sol, alicaído y mustio, sabedor de que perdía su habitual batalla con las nubes, que descargaron sus lágrimas con frecuencia demasiado melódica y rítmica e hizo que los paraguas se abriesen cada día y nuestras ropas empapadas tardaran en enjugarse. Días de enero y febrero en los que la pareja que durmiera a solas en el arrabal tenía que correr a refugiarse en “la casa.” Pero el invierno se hizo notar también en las estrellas, saetas de calor en Tauro y Géminis, en la imperceptible Cáncer, y en Leo glorioso, que ya se divisaba a la hora de las hogueras.

   Bruce había sido buen paciente, pero ahora no era fácil convencerlo para que se quedase tranquilamente en casa. Argumentaba que caminar era muy sano y que sólo se aventuraría hasta el Pueblo, a las casas de una planta, y de tanto en tanto reposaría en una plazuela. Ahora los demás batallábamos para alimentar a nuestro querido “mendigo rico”, pero incluso en esos días nos sorprendía frecuentemente con viandas o dinero con que invitarnos a una copa.
   Luke y yo nos pasábamos las noches en solícita preocupación por nuestra mujer. En general se hallaba con fuerzas y nos convencía diciéndonos que estaba bien y comentando que de todos modos se encontraba con vigor para trabajar. Amanda Cohen ya sabía de su embarazo y quedó con Lucy en que trabajaría hasta el 31 de mayo. Después descansaría, sin cobrar, hasta el parto, por nuestras cuentas también en agosto, y unos dos o tres meses de descanso y si se veía con salud se reincorporaría el 1 de octubre o el 1 de noviembre. En esos meses sólo Luke y yo trabajaríamos. Mi compañero era muy valorado en su trabajo y Richard y Samuel lo querían mucho como persona. Y hasta mi querida Anne-Marie hablaba con él como si lo hubiera apreciado toda la vida.
   Poco que contaros de ese enero de cuchillos y hielo. Una noche de las escasas que no dormimos en “la casa”, tuvimos una visita inesperada. Era, por primera vez, Samuel Weissmann. Nos saludó a todos, diciendo.
−“Me ha costado encontrarlo. Estaba andando por el Puente del Molino, al que un mendigo le estaba haciendo fotos, pero sin cámara –lo reconocimos todos- y me ha indicado que anduviese como si fuera al cementerio. Pero le dije que tampoco he estado nunca en él y me indicó la calle Millers’ Lane, que la recorriera y que os encontraría. En fin, saludos de nuevo a todos. Hola, Nike.”
−“Hola, Sam. Me parece que te falta por conocer a nuestra mujer. Ven aquí, corazón mío. Este es Samuel Weissmann, nuestro jefe.”
−“Encantado de conocerla al fin, señora Prancitt.”
−“Rivers. Lucy Rivers. Mis dos maridos están de acuerdo en que conserve mi apellido.”
−“Pues entonces llámeme sólo Samuel, por favor. Y Nike, estando aquí –me reprochó− no me presentes como vuestro jefe sino como vuestro amigo Samuel o Sam.”
   Le enseñé lo que llamábamos “campamento” e incluso mi antigua tienda que ya no se usaba. Paseamos hasta el Puente del Menhir porque notaba que Samuel quería hablarme.
−“Nike, ¿cómo organizáis vuestro tres? Pero responde sólo si quieres.”
−“Claro que quiero, Samuel, y puedes hacerme cualquier pregunta. ¿Te refieres a los días?”
−“Sí.”
−“Mira, los he convencido para que todos los meses sepamos por el número del día a quién le toca dormir con quién. Por ejemplo, duermo con Lucy todos los múltiplos de tres, con Luke el día antes, y Lucy y Luke el posterior. Fíjate. Si es 22, duermen ellos juntos, 23, Luke y yo, 24, me toca con Lucy…”
−“Pero, ¿si el mes tiene 31 días o febrero?”
−“Si son 31 días ellos duermen dos días seguidos, 31 de un mes y el 1 del siguiente. Lo mismo que febrero. El 28 y el 1 de marzo repiten juntos. Y si, como este año, es bisiesto, Olivia cuidará de Paul el 29 en casa de James y dormiremos los tres.”
   Volvimos y Samuel conversó con todos un poco. Fue y vino varias veces. Quería hablar en privado con John, y se alejaron un rato por el dedo corazón y fueron hasta el meandro. Quería conocer mejor al sobrino de Harold Blessing y se ve que desde ese día tuvo más interés por este que por el tío. El caso es que volvieron risueños y como buenos amigos. Su segundo paseo fue con Bruce, al que ya conocía. Samuel y él dialogaban ya como si se hubiesen conocido de toda la vida. Era un hombre de carácter mucho más humano de lo que habría pensado. A continuación presentó sus respetos a la señora Oakes, a la que había conocido en la habitación de Bruce en el hospital y estuvo un buen rato departiendo con Olivia e indagando algo de su historia. Y al fin se sentó con el Tres en la hoguera ya encendida. Como Richard en su día, declinó aceptar lo que le ofrecíamos de comer. Los demás nos dejaron a solas con él.
−“Es, sin duda, un placer conocerte, Lucy –ésta le había pedido que la llamara ya por su nombre- y conocer vuestro lugar.”
  Se veía bien que no sabía de qué hablar y recurrió a asuntos de trabajo, pero me sorprendió.
−“Este año me retiro. Pero seguiréis en buenas manos. He decidido pasarle el testigo a Anne-Marie. Sé que os quiere. Ella aún no lo sabe, pero se lo diré mañana mismo. Y yo ahora tendré demasiado tiempo libre. Espero pasarme muchas veces por aquí.”
   Siguió con nosotros una hora más y lo llevé conmigo por los alrededores. A pasos lentos por la aliseda, se detuvo y me dijo:
−“Tu mujer es muy guapa. Pero no quiero ponerte celoso, Nike. Será cuestión de edad, pero mi atención se fija más en Olivia. Su belleza es formidable y se ve que Lucy ha heredado sus facciones y algo de su cuerpo. Pero mejor me callo ya, no vayas a morderme.”
−“Samuel… sí, ¿por qué no voy a decirte esto? Sabes que tenemos leyes propias, no todas entendibles. Además de ser un Tres, ninguno de nosotros es celoso, y no tenemos en cuenta la fidelidad o imagínate qué infierno podríamos vivir. Tanto a Luke como a mí nos gustan las mujeres y los hombres. Pero esa inútil hechicera no nos va a seducir. No nos privará de nuestros sentidos su encantamiento. No creemos que la tan manida fidelidad sea necesidad, sino arbitrio.”
−“Pues te iba a decir algo así como que cómo osas poner en tela de juicio lo indiscutible. Pero he tenido que pararme a reflexionar. Quizá lo sagrado para algunos sólo sea fantasía para otros, y se ve que ahora tendré que pensarlo. Pero no he de meditar que, pues son vuestras leyes, las respetaré.”
   Fue un par de días después, ya comenzando febrero, cuando Anne-Marie se dejó caer por mi despacho. Venía sonrojada y sofocada, pero sus ojos eran una constelación que se licuaba, primero ardientes y que a continuación se empaparan.
−“Nike –empezó nerviosa-, tú lo sabías, ¿no?”
−“Yo puedo saber algo, pero ¿de qué estamos hablando?”
−“El señor Weissmann acaba de ofrecerme la presidencia. Y, entre otras cosas, me ha dicho que tú se lo has sugerido. No me habías dicho nada.” –me reprochó.
−“No te había dicho nada porque Samuel podía a última hora arrepentirse. Y es cierto que sugerí tu nombre, pero el 4 de octubre, cuando me la ofreció y no la acepté. Te veía entonces, y te veo aún, la más preparada.”
−“Me ha recomendado que te consulte en lo que me queda por aprender. Puedo ir más a menudo ahora al arrabal o consultarte aquí en tu despacho, o en el bar, si sigues pensando en ser camarero en julio.”
−“Contigo sé que si me arrepiento, podré volver un día al piso de arriba. Del bar sólo me preocupa una cosa ahora, saber si vas a seguir manteniendo a Richard y a Luke.”
−“Los mantendré. Tú puedes ser lo que prefieras y hasta John podría volver.”
−“Bien, pero –le dije con cierta sorna- no le comentes eso a Miguel cuando regrese.”
   Sus visitas a mi despacho y al Arrabal fueron entonces constantes y la fui instruyendo en el aprendizaje de lo que iba a ser suyo y ya no sería mío. Sabía que había hablado, si no del todo respetado, a Miguel por John y que ahora por mí hablaba con calor con Lucy y con Luke, aunque su favorita seguía siendo Olivia, pero al menos era mi familia.
  Pero, por hablaros de mi familia, he de contaros también un sábado de finales de febrero. Iba a ir a la calle con Lucy, pero mi mujer vino de repente a hablarme.
−“Escúchame, corazón mío. Sé que estuviste en el cementerio del norte orando por mis abuelos y mi tía Kirsten. Pero además de mi madre, tengo un familiar vivo entre los Rivers. No es justo que no lo conozcas aún. Luke y yo sólo esperábamos a que se asentara nuestro Tres, y a que al fin hiciera un fin de semana con sol y no estemos apurados. Con lo que conseguimos ayer nos basta para esta noche. Quiero que conozcas a mi tío Gerald. Sabe que existes, conoce a Luke desde hace más de un año y sí, también conoce a Paul y sabe que voy a tener un hijo tuyo.”
  Tenía mis dudas entonces de qué sabría de mí Gerald Rivers y de cómo nos llevaríamos. Pero sobre las 5 fuimos a su hogar. El hermano de Olivia vive en Chamberlain Street, casi encima de The Shining Bread of Dawn, en la zona más céntrica de la ciudad, pero en un hogar modesto donde se dejaba notar un brusco cambio de fortuna entre Hunter’s Arrows y su actual ubicación. Me llamó la atención la ausencia de cuadros, que habían sido sustituidos por una colección de espadas medievales que llenaban las paredes, espadas normandas que derivaban de antiguas espadas vikingas, de doble filo, perfil lenticular achatado y otras explicaciones que ya no recuerdo. Pero también contemplé una fotografía sobre un hermoso aparador de nogal: dos mujeres y un hombre junto a una vidriera donde se veían tres cisnes. Reconocí a Gerald y a Olivia, y había otra mujer, rubia y bastante guapa, que supuse sería Kirsten Rivers. Gerald era una copia casi exacta de Olivia en masculino y con algunos años más. Era castaño, ahora casi cano, algo más alto que su hermana pero poco más. Carecía de cuello y caminaba algo encorvado. Quizá fueran las manos del tiempo, quizá el peso de los remordimientos. Me sorprendería con sus primeras palabras.
−“Así que tú eres Nike. Mi sobrina y Luke me han hablado mucho y bien de ti y tenía curiosidad por conocerte. Siéntate cómodamente. Te puedo hacer un café o prepararte un refresco, como prefieras.”
   Opté por un refresco. No quería incomodarlo. Se veía que Lucy y Luke le habían contado de mí lo imprescindible: cómo los conocí, el rechazo del alcohol, cómo me vi en la calle y cómo había surgido nuestro Tres. Y que éste se iba a convertir pronto en cinco.
   Gerald Rivers no se había casado. Había tenido dos o tres amores, pero entendí que muchas mujeres lo habían decepcionado.
−“Y yo las habría decepcionado a ellas, pues ya te habrán dicho que he pasado años en la cárcel. Mira, te lo habrán referido ya o lo vas a saber ahora. Quiero llevarme bien contigo y no deseo secretos. Me han contado que eres amigo de Richard Protch. Él era mi secretario. Yo era ambicioso y se ve que él en aquella época también. Se ocupaba básicamente de las herencias. En mala hora lo convencí de quedarnos con dos de ellas de las que sus herederos no sabían nada. En letras mayúsculas se puede leer: estafa. Fuimos lógicamente sorprendidos y lo hemos pagado. Al final la tentación de hacernos con un dinero no nuestro no nos sirvió de nada. Realmente lo siento por él. Se ve que he pasado por la vida haciendo daño. Sería mejor que no le digas que me has conocido.”
   No podía ocultarle esa información a Richard. En un principio Gerald Rivers me cayó mal, pero pronto pasé a pensar que se estaba desahogando arrepentido de muchas cosas de su vida, igual que lo hizo Luke conmigo en su día contándome su historia. Los años lo habían ablandado y lo habían convertido en un hombre sencillo y podía, por Lucy, respetar nuestro tres, pesaroso de no haber comprendido en su día la vida de su hermana.


 
   Años después, según fue progresando su amistad, Nike le regalaría la estrella Mira, de la constelación de Cetus, una estrella, como él, singular, de brillo variable, cuyo nombre por eso quiere decir “asombrosa” o “maravillosa”. Y así era Gerald Rivers, un hombre contradictorio de luz cambiante, apenas visible en el horizonte del hemisferio norte, imperceptible en el mapa celeste de su hermana.


 
−“Mas lo peor de mi vida no ha sido la cárcel. Sé que la quieres y no sé qué pensarás de mí. El año que nació tu mujer perdí a mis dos hermanas. Para mí también fue un inesperado hachazo la muerte de Kirsten. Todavía la sigo llorando. Sé, como Olivia, que gracias a ti podría volver, pero si viene Bruce también lo voy a querer, igual que quiero a vuestro hijo Paul. Lucy, Luke y él pasaron aquí una de las últimas noches antes de casarse y desde entonces tengo la suerte de quererlo, y se ve que vuestro pequeño rey quiere algo a su tío. A Luke lo conocí hace un año, en enero, pero por esta casa han pasado también Bruce, Miguel y John y estos meses Lucy me ha tenido informado de la salud de Bruce. Y ahora tú, pero supongo que no me querrás mucho.”
−“No temas a Nike, tío –me sorprendería Lucy-. Cuando se lo conoce de verdad, te das cuenta de que te inunda con su comprensión.”
−“Gerald –dije conmovido por las palabras de mi mujer, que ya sabía qué respuesta le daría-. Yo apenas te conozco. Pero estás siendo muy franco. Todos tenemos cadáveres en el armario, hechos o hazañas de las que nos avergonzamos. Pero Luke y yo hemos tenido la suerte de reconciliarnos con quienes ofendimos, y tú no has tenido la misma fortuna. Y sí te puedo decir que te has ganado el cariño de Lucy y que ella no quiere a cualquiera. Que yo, por tanto, no te voy a juzgar. Que eres mi familia, y que lejos de molestarte, pareces haberla entendido y respetado. Que espero conocerte mejor y quererte.”
−“Gracias, Nike. Empiezo a entender lo que mi sobrina ha visto en ti. Y que no voy a cometer con ella los mismos errores que cometí con mi hermana. Eran otros tiempos, pero eso no me disculpa. Sé que me equivoqué y que Olivia tenía razón. Viendo a Lucy, sé que ha sido más feliz de lo que habría sido con su padre.”
   En ese momento, Lucy lo interrumpió.
−“Tío… sé que muchas veces no lo he querido saber, pero siento una extraña sensación de que Luke y Nike deben saberlo también. Por eso ahora te voy a implorar que me digas al fin quién es mi padre.”
−“Está bien, cariño. Ya es hora de que lo sepas. Tu padre es…” -y dijo el nombre. Luke y yo nos alegramos, ahora sí, de que nuestra mujer no lo hubiera conocido. Nos quedamos los tres en silencio, intentando asimilarlo.
−“Un “lobo” para Olivia. No recuerdo ya exactamente qué le dije a mi hermana, pero eran tiempos de machismo en que una mujer había nacido para casarse y cuidar de su marido. Bueno, el tiempo ha pasado y Olivia me ha demostrado que podía ser, y lo ha sido, un espíritu libre, y me alegro de la felicidad que tiene con todos vosotros. Desde entonces he pasado mi vida intentando recuperarla, porque la quiero, y reconciliarme con ella. Pero no me habla. Comprendo que le recuerdo una parte de su vida que quiere olvidar. Cuando la veo por las calles le hablo, pero no obtengo respuesta. La señora Oakes va con ella, y me mira comprendiendo mis sentimientos pero no me dice nada. Sí, la conozco también, aunque sé que no puede hacer nada por mí. Hablo con Olivia, le cuento cosas y me paso la vida pidiéndole perdón. Ella no me responde. No me tiene un odio ciego. Sencillamente, parezco serle indiferente. A veces termina por decirme “Por favor, señor Rivers, márchese ya”. Hace unos días volví a verlas en la Basílica, y estuve por implorarle de rodillas. Demasiado visible, pensé, y no lo hice, pero ahora me arrepiento de no haberlo hecho. En fin, dura lex,[1] sed lex”.
−“Sé lo que significa, porque mi padre solía decirme algo parecido, parafraseándolo –dijo Luke-: dura vita, sed vita.” 
−“Dura vita, dura lex, sí. Al salir de la cárcel –concluyó-, no me costó trabajo, a pesar de todo, recuperar la abogacía. Mi amigo y socio Alfred Donovan me readmitió en Donovan, Rivers & Calhoum. Y aquí sigo. Demasiado tarde, pero ahora sí me comporto con honradez, y prosperamos.”
   La tarde prosiguió y la pasamos evocando los recuerdos de Gerald Rivers, sobre todo fotos antiguas de Olivia y Kirsten, y hablando sobre su colección de espadas y el porqué de ese hobby. Parece ser que un amigo de la universidad lo había introducido en el gusto por las armas antiguas.
    Cuando el lunes acudí al trabajo, me fui temprano al bar a hablar con Richard.
−“No me parece correcto, a estas alturas, ocultarle algo a mi amigo Richard –empecé contrito- y tengo que confesarte un pecado.”
−“Lo bueno o lo malo que tienes, Nike, es que tu cara lo dice todo y llevas escrito un nombre. Gerald Rivers, ¿no?”
−“Lo conocí el sábado.”
−“Cuando me confesaste que estabas enamorado de Lucy Rivers, ya imaginé que lo conocerías. No te dije nada entonces ni te lo voy a decir ahora. Mis amigos tienen derecho a ser amigos de mis enemigos. Puedes quererlo, Nike. Has emparentado con él. En cuanto a mí, bueno, muchas veces nos hemos cruzado. No nos saludamos y apenas nos miramos. No creo que vuelva a hablar con él. Pero por supuesto, tú puedes y debes hacerlo: es el tío de tu mujer. Y hasta puedes hablarme de él. Ahora, además, ya lo sabes todo: herencias, dinero rápido, un pasado que quiero olvidar y que sé que mi amigo Nike me ayudará a ello y respetará al hombre que ahora soy.”
−“Dalo por hecho, Richard, y démonos la mano” –y así lo hicimos.
   No fue tan fácil con Olivia. Mi mirada se cruzaba con la suya y como siempre no era capaz de ocultarle nada. Pero fue ella la que un día se acercó a mí y me dijo:
−”Nike, me dirigía al Meandro –el Molino, el Menhir y el Meandro. Muchas veces nos referimos a ellos así, pero hablamos de los puentes- a dar un paseo. ¿Por qué no vienes conmigo?”
   La acompañé, pero me costaba hablar. Fue ella quien lo hizo.
−“No debes temerme, porque ya lo sé. Mi hija me lo ha contado. Yo no me opongo a que conozcas a mi hermano y desde que tuve una conversación con Lucy en octubre, sé que Gerald lleva años ocupándose de ella. Este paseo es para que me entiendas a mí.”
−“Es tu vida, Olivia, y respetaré lo que me cuentes.”
−“Gracias, Nike. Mira, yo no recuerdo ya las palabras exactas, sólo sé que me sentí aplastada por toda mi familia. Eran otros tiempos, pero eso no lo excusa del todo de ponerse de parte de mi marido. Sé que ya no piensa así y que podríamos reconciliarnos. No lo odio ya. Sólo intento olvidar esa parte de mi vida. Yo podría ser una mujer feliz. Cuando me contaste el cuento de Luke en casa de James me llamaron la atención estas palabras: uno se ve delante de la miseria, contemplando el cansancio y el hambre como horizontes y, desorientado, mira a su alrededor y es entonces cuando las luces encendidas de los hogares cercanos hieren los ojos y no se las quiere mirar, porque la soledad y el frío escupen en la cara y la Exclusión llega como un golpe de frente contra una pared de hormigón, y algo así me sucede. Mi vida ya sois mi hija, mi nieto y el que viene, mis yernos, mi señora, mis compañeros. Sé que es duro para Gerald, pero no quiero que me recuerde la vida que tuve y que ya no tengo, sobre todo a mi hermana. Se parece más a Kirsten que a mí. No quiero hacerle daño, pero ¿no podríamos olvidarnos y vivir cada uno su vida? Pero no me entenderás.”
−“Sí, Olivia, y te agradezco que me dejes ver tus sentimientos.”
−“No me tiene a mí. Pero al menos cuenta con Lucy, con Luke y contigo. Y sé también que conoce a Paul. Tiene derecho a conocer a su sobrino nieto y a Kirsten o Bruce cuando vengan.”
   Así es mi querida Olivia. Es imposible tener con ella secretos o disputas y me estremece notar siempre cómo me considera de verdad parte de su familia.
    El equinoccio de primavera había llegado puntualmente, pero el invierno no quería morir y la primavera llegó en julio. Ese año no tuvimos verano.
   Un día de finales de marzo, múltiplo de tres, porque recuerdo que me tocaba dormir con Lucy, era par y seguía yendo a la calle con John. Estábamos suficientemente abastecidos, pero yo quería seguir por mis compañeros, cuando de repente John me habló.
−“Nike, vámonos ya –y supongo que lo miré inquisitivamente-. Tengo la extraña sensación de que debemos estar en casa. Es un extraño presagio. Pero es un presagio agradable. Noto a Miguel en el aire. Se encelaría si me ve contigo.”
   No discutí con él. Algo me decía que tenía razón. Y en poco tiempo estábamos sentados en la hoguera, todos menos Lucy, que seguía trabajando. Fue una semana de crepúsculos de llama, gélidos pero sin niebla ni lluvia. Régulo acababa de surgir cuando vimos a John ponerse de pie al tiempo que unos pasos subían la loma. Era Miguel.
   Trepaba mirando la constelación de Géminis, ya agotando su camino, allá por Riverside Avenue.
−“Cástor y Pólux, John. Siempre juntos. Te amo. No ha pasado el tiempo por ti.”
−“Miguel” –casi gritó, llorando.
   Estuvieron abrazados y besándose con pasión más de cinco minutos, mientras los demás los contemplábamos felices y sin prisas, dejándolos a solas, en la conmoción del reencuentro. Antes de llegar a la hoguera, me vio y me saludó con profundo afecto.
−“Siempre es un placer verte, Nike.” –me hablaba con verdadera simpatía, sorprendido de encontrarme aún allí.
−“Te prometí que me hallarías aquí a tu regreso, Miguel. No me ha sido fácil, pero aquí sigo.”
   Saludó a todos con verdadera emoción y se detuvo especialmente en Bruce.
−“John me lo ha contado en sus cartas. Cómo me alegro de verte bien, compañero.”
−“Volvemos a ser ocho, Miguel. Nike nunca se ha ido, tú acabas de volver y se ve que en mi caso el destino se ha rectificado.”
−“¿Lucy no ha vuelto aún?” –preguntó, suponiéndola en la calle.
−“Lucy y Luke ahora trabajan –le dijo John-, ya te contaré las novedades, pero habla tú primero.”
−“He tardado en volver porque quería acompañar en sus últimas horas a mi madre –dijo llorando-. Sí, se fue hace una semana. –John lo abrazó especialmente entonces-. Estaba muy débil ya. Te diría que murió de vieja, pero supongo que nadie muere así. Al final ha sido un fallo del cerebro. Cuando Brenda me consolaba por no tener familia, comprendí que era hora de volver: mi familia está aquí, John y todos vosotros.”
−“¿Cómo es Brenda Dolores?” –preguntó John, con palpables muestras de celos.
−“John, es mi prima, por dios. Conociéndote bien, ¿crees que te hablaría tanto de ella si me hubiera enamorado? Verás –siguió, viéndolo más calmado-, tiene tres años menos que yo, es de tu edad y Géminis, como nosotros. Trabaja en una escuela de arte, enseñando escultura. De tamaño similar a mí, morena y unos bellísimos ojos pardos. Es rebelde y en los años de dictadura ha estado tres meses en la cárcel, la última vez más de un mes, siempre revolucionaria y siempre solidarizándose con las ansias de libertad de sus alumnos. Me gustaría que la conocieras y que viéramos Cádiz juntos. Ella puede invitarnos un mes, y pagarnos los vuelos.”
−“Miguel –titubeó-, no será necesario. Hay algo que nunca te he dicho. Aún conservo mi dinero.” –acabó con un hilo de voz, pero estaba siendo valiente.
−“John –lo miró sonriente-, hace meses nos habríamos peleado, por Brenda Dolores o por tu dinero. Pero vuelvo a verte y sólo tengo ganas de amarte. Mas he de contaros –me miró como si me dijera “yo que tanto te he recriminado”-, porque os lo debo, que estos meses he sufrido una fuerte tentación, la tentación de quedarme por el resto de mi vida en mi país. Pero no, John –lo miró-, sin ti no, nunca me he de ver sin ti. En realidad me imaginaba volviendo a Hazington a por ti y quedarnos para siempre juntos en Cádiz. Perdonadme si me he imaginado sin vosotros –nos dijo a todos-. Pero cuando me escribiste sobre Bruce, cambié de forma de pensar: ya toda la vida perteneceré a vosotros.”
   La oscuridad nos estaba cubriendo ya de morada a negra cuando empezó a hablarnos de su patria.
−“En mi país sí es primavera, después de un largo invierno de cuarenta años. La libertad se respira en las calles y todo el mundo apetece acometerla. La juventud se ha vestido de estreno, y los dos bandos parecen haber enterrado el hacha de guerra, si no del todo reconciliados, al menos respetándose. Hace poco más de un año se proclamó una constitución y viejos enemigos, como mi padre y mi tío, se abrazan. Soplan vientos de armonía y jóvenes y viejos beben de las mismas fuentes, las de la paz, el trabajo en común para volver a levantar un hogar derrumbado en el estéril solar de posguerra. Realmente a mi país no hay quien lo reconozca. Y parece haber brotado materia prima suficiente para que un día llegue a ser luz para otras tierras en penumbra. Me gustaría, John, que conocieras conmigo Cádiz, acaso un mes, y regresar con nuestros compañeros después. El mismo mar nos baña. Ya no conocerás a tus suegros, pero me gustaría que vieras la ciudad donde nací.”
−“Quiero ir contigo,  Miguel. Después lo hablamos.”
   Pero nuestro compañero tenía algo más que contar.
−“¿A que no sabéis –preguntó de repente- con quién me he encontrado? Alguien de quien os he hablado.”
   Mas ninguno supo decirle un nombre.
−“Hace un mes entré un día en un bar y me encontré a Jacques Verôme. No está en la indigencia, pero sí está bastante empobrecido. Tiene algún pariente en Cádiz este trotamundos, y eso me sorprendió. Estuvo dos años viviendo en pareja con Sylvie Laplane y después se vino a hacer el camino de Santiago –me acordé entonces de Aurélien Protch, que también lo había hecho-. Quería conocer Verosma y tras llegar a Santiago se desvió. Al final decidió reposar en Cádiz y de tanto en tanto da un concierto. Pero no acude mucho público. Ese día hablamos de nuevo de la muerte de Angelique, su mujer. Parece que su idilio con Sylvie duró poco porque él sospechaba de ella. Su mujer se ausentaba con frecuencia y ambos se veían a menudo en el piso de Jacques. Incluso me confesó que ésta tenía una llave del montacargas. El amor se convirtió en recelo, porque ambos sospechaban el uno del otro. Poco más me dijo, excepto asegurarme una y otra vez que él era inocente. En fin, nunca sabré quién mató a Angelique Verôme y si Jacques es inocente o no. Nuestros motivos de Verôme podrían tener origen en un asesino.”
−“Si es así, sea –respondiole la señora Oakes-. Cosas sublimes pueden tener origen en algo grotesco. De todos modos, puede ser inocente. Es evidente que fue un asesinato, pero pudo ser Sylvie.”
   Pero la conversación fue súbitamente interrumpida. La laguna de la noche ya estaba orillada en negro. Una silueta subía la loma. Luke y yo reconocimos los pasos de nuestra mujer. Nos miramos con cierta prevención. Miguel también la había reconocido y se levantó para saludarla. Pero es evidente que notó su embarazo. Miró a Luke con cara de desánimo y cierta protesta. Ambos estábamos pendientes de cuáles serían sus próximas palabras. Ahora vería que Luke se iría con Paul a casa de su hermano. No iba a ser fácil hacerle entender ciertos hechos. Se presagiaba borrasca. 


[1] Dura lex, sed lex= La ley es dura, pero es la ley.  Dura vita, sed vita= La vida es dura, pero es la vida.

5 comentarios:

  1. Primer crudo invierno de Nike como mendigo. Bruce se va recuperando y ya sale a mendigar poco a poco. Continúa adelante el embarazo de Lucy, a la que Samuel conoce en una visita al Arrabal de la M.C. Nike le explica a Samuel cómo organizan la vida del Tres: días y noches, cuidado de Paul… Samuel les anuncia que se retira pero que dejará en su cargo a Anne-Marie. Esto hace que la joven inicie visitas más frecuentes al Arrabal y al despacho de Nike, para ponerse al día en asuntos de la Thuban.
    Lucy le dice a Nike que ahora que el Tres está asentado quiere que conozca a su tío Gerard (hermano de Olivia), que también conoce a Luke y Paul y que sabe que ella está embarazada de Nike. En casa de Gerard, este le cuenta a Nike una historia que me sorprendió:
    “Quiero llevarme bien contigo y no deseo secretos. Me han contado que eres amigo de Richard Protch. Él era mi secretario. Yo era ambicioso y se ve que él en aquella época también. Se ocupaba básicamente de las herencias. En mala hora lo convencí de quedarnos con dos de ellas de las que sus herederos no sabían nada. En letras mayúsculas se puede leer: estafa. Fuimos lógicamente sorprendidos y lo hemos pagado. Al final la tentación de hacernos con un dinero no nuestro no nos sirvió de nada. Realmente lo siento por él. Se ve que he pasado por la vida haciendo daño. Sería mejor que no le digas que me has conocido.”
    Gerard le dice también a Nike que por su casa han pasado Bruce, Miguel y John…y que ha estado al tanto de la salud de Bruce por Lucy. Que sigue llorando a Kirsten… Lucy insta a Gerard a que diga delante de todos, de una vez por todas, quién es su padre. Y Gerard lo dice… Está apenado porque Olivia no le habla…ni siquiera cuando la saluda por la calle.
    Aunque Gerard le dice a Nike que no le diga a R. Protch que se conocen, Nike llega el lunes a la Thuban y, fiel a su amistad con Richard, le cuenta el encuentro y las palabras con Gerard. Richard le dirá a Nike que lo seguirá queriendo igual aunque sea amigo de sus enemigos.
    Nike también habla con Olivia sobre su encuentro con Gerard. Y Olivia le cuenta su pequeña historia y sus sentimientos.
    Y de pronto…aparece Miguel en escena. Su madre ha muerto hace una semana e insta a John a que se vayan un mes a conocer a su prima Brenda Dolores, la cual se haría cargo de pagar los billetes de avión. Es entonces cuando John le confiesa que no es necesario…que él conserva su dinero. Miguel les cuenta que se encontró con J. Verôme y que está muy empobrecido. Que sigue afirmando que no mató a su mujer pero que sigue sospechando de su amante. Por una loma aparece Lucy, Miguel se levanta a saludarla y…uf, habrá que hablarle del Tres y del Cinco, pues se dará cuenta de que Lucy está embarazada. ¿Cómo se lo tomará…?
    Inor

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  2. Dura lex, sed lex= La ley es dura, pero es la ley. Dura vita, sed vita= La vida es dura, pero es la vida.
    Así es, y a nosotros nos corresponder saber llevarla.
    Seguiremos leyendo.

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  5. Solidaridad, afecto, cariño son sentimientos nacidos espontáneos, libres, sin dobleces ni matices, en espíritus templados, sabios, de mano tendida en su doble sentido, cuna de astros, rituales, leyes y vilezas en oscuros ocres pero puros y sin mezcla. Ahora Samuel Weissmann ya los ha conocido, ese era uno de los motivos de su visita al Arrabal, el otro, comunicar que deja la presidencia de la Thuban en manos de Anne-Marie. Samuel, o Sam ya, observaba el amor de la pareja de tres, un amor puro, que no era turbado por juramentos, libre del horror de los celos, de entrega y respeto, cuando en sus ojos se fijó la belleza de Olivia, coronada de todas esas virtudes.

    Gerald Rivers ya había aparecido al principio de la novela, uno de esos personajes, que por su bien trazado dibujo literario, nos costó dejar atrás, el hermano de Olivia y tío de Lucy vuelve en un más que interesante protagonismo. La vida de Gerald guarda sombras que arrojan luz sobre otras vidas, secretos familiares hasta ahora bien silenciados y también ausencias y querencias, deseos de sangre que son lamentos por la ausencia de su sangre.

    Dura lex, sed lex.

    Cuando el deseo de lucro hace perder la cabeza a los hombres y la falta de escrúpulos oprime la honradez, la codicia aparece, es una pasión triste, es una enfermedad moral dañina en sí misma pues es capaz de corromperlo todo, y sobre todo, porque constituye una de las grandes pasiones alimentadas en una sociedad en la que, bajo la apariencia de comunidad, brilla, negra, la fuerza del interés individual y el egoísmo. Ante el delito del robo está la pena de la justicia, pero ante el deseo de tenerlo todo a cualquier precio está la enseñanza moral de lo que realmente ha de tener valor. Richard Proust y los motivos por los que acabo en la cárcel son aquí resueltos, una mala asociación con Gerald y el egoísmo codicioso de unos bienes fueron la causa, por fin se explica el porqué de su pasado y se conoce la enemistad con el tío de Lucy. Secreto desvelado de Gerald Rivers.

    Dura vita, sed vita

    "Padre" es una palabra extraña, debe designar a alguien a quien se puede amar y se ama, desde el corazón. A Lucy le hubiera gustado tener una persona así, sentir esa anómala ausencia era, en general, dañino para su espíritu, por eso se aferraba al deseo de conocer quien era su padre, a saber lo que el corazón de una madre se negaba a decirle. “Está bien, cariño. Ya es hora de que lo sepas. Tu padre es…” y con el nombre llegó el sustantivo que lo definía, y con este la explicación necesaria: Olivia ahora era ya un espíritu libre. Otro secreto desvelado por Gerald Rivers.

    Pero también había deseos de sangre, de desencuentros y de encuentros, y era difícil cuando se es consciente de que tenemos palabras de más, y que tenemos sentimientos de menos, o los tenemos, pero dejamos de usar las palabras que los expresan, y, en consecuencia, los perdemos, la distancia que mantenía Olivia, esa distancia que impone la memoria ante un pasado hiriente y un recuerdo vividamente triste de su hermana Kirsten, hacia difícil el reencuentro deseado por su hermano. Querencia desvelada por Gerald Rivers.

    Nike miraba a aquel hombre, que le cayó mal en un principio, y recordó la vileza que le llevó al panóptico, la confesión del secreto ocultado a Lucy y el deseo fraternal de abrazarse de nuevo con su hermana, entendió que no es por el aspecto de la cara ni por la presteza del cuerpo por lo que se conoce la fuerza del corazón. Mira, la estrella que Nike le regalaría más adelante.

    Castor y Pólux de nuevo juntos, Miguel había regresado, una realidad nueva, un orden nuevo se habían instalado entre los mendigos, la silueta de Lucy, delatora de parte de estos cambios, de esa silueta los ojos de Miguel se dirigieron, como flechas, a la diana de las pupilas de Luke, el mensaje parecía ser claro, una no aprobación de lo que estaba viendo, sin saber aun que era solo una parte de unos hechos difíciles de explicar. Todos esperaban sus palabras. Se presagiaba borrasca.

    Pol

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