Mi primer invierno en la calle se quiso hacer notar en los árboles,
desnudos y macilentos, que eran espectrales y fantasmagóricos, el viento un
látigo en manos de un sádico que los azotaba y nos abría las carnes. Los
árboles sagrados tenían necesariamente que morir para resucitar, no al tercer
día, sino en primavera. Se quiso hacer notar en el sol, alicaído y mustio,
sabedor de que perdía su habitual batalla con las nubes, que descargaron sus
lágrimas con frecuencia demasiado melódica y rítmica e hizo que los paraguas se
abriesen cada día y nuestras ropas empapadas tardaran en enjugarse. Días de
enero y febrero en los que la pareja que durmiera a solas en el arrabal tenía
que correr a refugiarse en “la casa.” Pero el invierno se hizo notar también en
las estrellas, saetas de calor en Tauro y Géminis, en la imperceptible Cáncer,
y en Leo glorioso, que ya se divisaba a la hora de las hogueras.
Bruce había sido buen paciente, pero ahora no era fácil convencerlo para
que se quedase tranquilamente en casa. Argumentaba que caminar era muy sano y
que sólo se aventuraría hasta el Pueblo, a las casas de una planta, y de tanto
en tanto reposaría en una plazuela. Ahora los demás batallábamos para alimentar
a nuestro querido “mendigo rico”, pero incluso en esos días nos sorprendía
frecuentemente con viandas o dinero con que invitarnos a una copa.
Luke y yo nos pasábamos las noches en solícita preocupación por nuestra
mujer. En general se hallaba con fuerzas y nos convencía diciéndonos que estaba
bien y comentando que de todos modos se encontraba con vigor para trabajar.
Amanda Cohen ya sabía de su embarazo y quedó con Lucy en que trabajaría hasta
el 31 de mayo. Después descansaría, sin cobrar, hasta el parto, por nuestras
cuentas también en agosto, y unos dos o tres meses de descanso y si se veía con
salud se reincorporaría el 1 de octubre o el 1 de noviembre. En esos meses sólo
Luke y yo trabajaríamos. Mi compañero era muy valorado en su trabajo y Richard
y Samuel lo querían mucho como persona. Y hasta mi querida Anne-Marie hablaba
con él como si lo hubiera apreciado toda la vida.
Poco que contaros de ese enero de cuchillos y hielo. Una noche de las
escasas que no dormimos en “la casa”, tuvimos una visita inesperada. Era, por
primera vez, Samuel Weissmann. Nos saludó a todos, diciendo.
−“Me ha costado encontrarlo. Estaba
andando por el Puente del Molino, al que un mendigo le estaba haciendo fotos,
pero sin cámara –lo reconocimos todos- y me ha indicado que anduviese como si
fuera al cementerio. Pero le dije que tampoco he estado nunca en él y me indicó
la calle Millers’ Lane, que la recorriera y que os encontraría. En fin, saludos
de nuevo a todos. Hola, Nike.”
−“Hola, Sam. Me parece que te falta
por conocer a nuestra mujer. Ven aquí, corazón mío. Este es Samuel Weissmann,
nuestro jefe.”
−“Encantado de conocerla al fin,
señora Prancitt.”
−“Rivers. Lucy Rivers. Mis dos
maridos están de acuerdo en que conserve mi apellido.”
−“Pues entonces llámeme sólo Samuel,
por favor. Y Nike, estando aquí –me reprochó− no me presentes como vuestro jefe
sino como vuestro amigo Samuel o Sam.”
Le enseñé lo que llamábamos “campamento” e incluso mi antigua tienda que
ya no se usaba. Paseamos hasta el Puente del Menhir porque notaba que Samuel
quería hablarme.
−“Nike, ¿cómo organizáis vuestro
tres? Pero responde sólo si quieres.”
−“Claro que quiero, Samuel, y puedes
hacerme cualquier pregunta. ¿Te refieres a los días?”
−“Sí.”
−“Mira, los he convencido para que
todos los meses sepamos por el número del día a quién le toca dormir con quién.
Por ejemplo, duermo con Lucy todos los múltiplos de tres, con Luke el día
antes, y Lucy y Luke el posterior. Fíjate. Si es 22, duermen ellos juntos, 23,
Luke y yo, 24, me toca con Lucy…”
−“Pero, ¿si el mes tiene 31 días o
febrero?”
−“Si son 31 días ellos duermen dos
días seguidos, 31 de un mes y el 1 del siguiente. Lo mismo que febrero. El 28 y
el 1 de marzo repiten juntos. Y si, como este año, es bisiesto, Olivia cuidará
de Paul el 29 en casa de James y dormiremos los tres.”
Volvimos y Samuel conversó con todos un poco. Fue y vino varias veces.
Quería hablar en privado con John, y se alejaron un rato por el dedo corazón y
fueron hasta el meandro. Quería conocer mejor al sobrino de Harold Blessing y
se ve que desde ese día tuvo más interés por este que por el tío. El caso es
que volvieron risueños y como buenos amigos. Su segundo paseo fue con Bruce, al
que ya conocía. Samuel y él dialogaban ya como si se hubiesen conocido de toda
la vida. Era un hombre de carácter mucho más humano de lo que habría pensado. A
continuación presentó sus respetos a la señora Oakes, a la que había conocido
en la habitación de Bruce en el hospital y estuvo un buen rato departiendo con
Olivia e indagando algo de su historia. Y al fin se sentó con el Tres en la
hoguera ya encendida. Como Richard en su día, declinó aceptar lo que le
ofrecíamos de comer. Los demás nos dejaron a solas con él.
−“Es, sin duda, un placer conocerte,
Lucy –ésta le había pedido que la llamara ya por su nombre- y conocer vuestro
lugar.”
Se veía bien que no sabía de qué hablar y recurrió a asuntos de trabajo,
pero me sorprendió.
−“Este año me retiro. Pero seguiréis
en buenas manos. He decidido pasarle el testigo a Anne-Marie. Sé que os quiere.
Ella aún no lo sabe, pero se lo diré mañana mismo. Y yo ahora tendré demasiado
tiempo libre. Espero pasarme muchas veces por aquí.”
Siguió con nosotros una hora más y lo llevé conmigo por los alrededores.
A pasos lentos por la aliseda, se detuvo y me dijo:
−“Tu mujer es muy guapa. Pero no
quiero ponerte celoso, Nike. Será cuestión de edad, pero mi atención se fija
más en Olivia. Su belleza es formidable y se ve que Lucy ha heredado sus
facciones y algo de su cuerpo. Pero mejor me callo ya, no vayas a morderme.”
−“Samuel… sí, ¿por qué no voy a
decirte esto? Sabes que tenemos leyes propias, no todas entendibles. Además de
ser un Tres, ninguno de nosotros es celoso, y no tenemos en cuenta la fidelidad
o imagínate qué infierno podríamos vivir. Tanto a Luke como a mí nos gustan las
mujeres y los hombres. Pero esa inútil hechicera no nos va a seducir. No nos
privará de nuestros sentidos su encantamiento. No creemos que la tan manida
fidelidad sea necesidad, sino arbitrio.”
−“Pues te iba a decir algo así como
que cómo osas poner en tela de juicio lo indiscutible. Pero he tenido que
pararme a reflexionar. Quizá lo sagrado para algunos sólo sea fantasía para
otros, y se ve que ahora tendré que pensarlo. Pero no he de meditar que, pues
son vuestras leyes, las respetaré.”
Fue un par de días después, ya comenzando febrero, cuando Anne-Marie se
dejó caer por mi despacho. Venía sonrojada y sofocada, pero sus ojos eran una
constelación que se licuaba, primero ardientes y que a continuación se
empaparan.
−“Nike –empezó nerviosa-, tú lo
sabías, ¿no?”
−“Yo puedo saber algo, pero ¿de qué
estamos hablando?”
−“El señor Weissmann acaba de
ofrecerme la presidencia. Y, entre otras cosas, me ha dicho que tú se lo has
sugerido. No me habías dicho nada.” –me reprochó.
−“No te había dicho nada porque
Samuel podía a última hora arrepentirse. Y es cierto que sugerí tu nombre, pero
el 4 de octubre, cuando me la ofreció y no la acepté. Te veía entonces, y te
veo aún, la más preparada.”
−“Me ha recomendado que te consulte
en lo que me queda por aprender. Puedo ir más a menudo ahora al arrabal o
consultarte aquí en tu despacho, o en el bar, si sigues pensando en ser
camarero en julio.”
−“Contigo sé que si me arrepiento,
podré volver un día al piso de arriba. Del bar sólo me preocupa una cosa ahora,
saber si vas a seguir manteniendo a Richard y a Luke.”
−“Los mantendré. Tú puedes ser lo
que prefieras y hasta John podría volver.”
−“Bien, pero –le dije con cierta
sorna- no le comentes eso a Miguel cuando regrese.”
Sus visitas a mi despacho y al Arrabal fueron entonces constantes y la
fui instruyendo en el aprendizaje de lo que iba a ser suyo y ya no sería mío.
Sabía que había hablado, si no del todo respetado, a Miguel por John y que
ahora por mí hablaba con calor con Lucy y con Luke, aunque su favorita seguía
siendo Olivia, pero al menos era mi familia.
Pero, por hablaros de mi familia, he de contaros también un sábado de
finales de febrero. Iba a ir a la calle con Lucy, pero mi mujer vino de repente
a hablarme.
−“Escúchame, corazón mío. Sé que
estuviste en el cementerio del norte orando por mis abuelos y mi tía Kirsten.
Pero además de mi madre, tengo un familiar vivo entre los Rivers. No es justo
que no lo conozcas aún. Luke y yo sólo esperábamos a que se asentara nuestro
Tres, y a que al fin hiciera un fin de semana con sol y no estemos apurados.
Con lo que conseguimos ayer nos basta para esta noche. Quiero que conozcas a mi
tío Gerald. Sabe que existes, conoce a Luke desde hace más de un año y sí,
también conoce a Paul y sabe que voy a tener un hijo tuyo.”
Tenía mis dudas entonces de qué sabría de mí Gerald Rivers y de cómo nos
llevaríamos. Pero sobre las 5 fuimos a su hogar. El hermano de Olivia vive en
Chamberlain Street, casi encima de The
Shining Bread of Dawn, en la zona más céntrica de la ciudad, pero en un
hogar modesto donde se dejaba notar un brusco cambio de fortuna entre Hunter’s
Arrows y su actual ubicación. Me llamó la atención la ausencia de cuadros, que
habían sido sustituidos por una colección de espadas medievales que llenaban
las paredes, espadas normandas que derivaban de antiguas espadas vikingas, de
doble filo, perfil lenticular achatado y otras explicaciones que ya no
recuerdo. Pero también contemplé una fotografía sobre un hermoso aparador de
nogal: dos mujeres y un hombre junto a una vidriera donde se veían tres cisnes.
Reconocí a Gerald y a Olivia, y había otra mujer, rubia y bastante guapa, que
supuse sería Kirsten Rivers. Gerald era una copia casi exacta de Olivia en
masculino y con algunos años más. Era castaño, ahora casi cano, algo más alto
que su hermana pero poco más. Carecía de cuello y caminaba algo encorvado.
Quizá fueran las manos del tiempo, quizá el peso de los remordimientos. Me
sorprendería con sus primeras palabras.
−“Así que tú eres Nike. Mi sobrina y
Luke me han hablado mucho y bien de ti y tenía curiosidad por conocerte.
Siéntate cómodamente. Te puedo hacer un café o prepararte un refresco, como
prefieras.”
Opté por un refresco. No quería incomodarlo. Se veía que Lucy y Luke le
habían contado de mí lo imprescindible: cómo los conocí, el rechazo del
alcohol, cómo me vi en la calle y cómo había surgido nuestro Tres. Y que éste
se iba a convertir pronto en cinco.
Gerald Rivers no se había casado. Había tenido dos o tres amores, pero
entendí que muchas mujeres lo habían decepcionado.
−“Y yo las habría decepcionado a
ellas, pues ya te habrán dicho que he pasado años en la cárcel. Mira, te lo
habrán referido ya o lo vas a saber ahora. Quiero llevarme bien contigo y no
deseo secretos. Me han contado que eres amigo de Richard Protch. Él era mi
secretario. Yo era ambicioso y se ve que él en aquella época también. Se
ocupaba básicamente de las herencias. En mala hora lo convencí de quedarnos con
dos de ellas de las que sus herederos no sabían nada. En letras mayúsculas se
puede leer: estafa. Fuimos lógicamente sorprendidos y lo hemos pagado. Al final
la tentación de hacernos con un dinero no nuestro no nos sirvió de nada.
Realmente lo siento por él. Se ve que he pasado por la vida haciendo daño.
Sería mejor que no le digas que me has conocido.”
No podía ocultarle esa información a Richard. En un principio Gerald
Rivers me cayó mal, pero pronto pasé a pensar que se estaba desahogando
arrepentido de muchas cosas de su vida, igual que lo hizo Luke conmigo en su
día contándome su historia. Los años lo habían ablandado y lo habían convertido
en un hombre sencillo y podía, por Lucy, respetar nuestro tres, pesaroso de no
haber comprendido en su día la vida de su hermana.
Años después, según fue progresando su amistad, Nike le regalaría la
estrella Mira, de la constelación de Cetus, una estrella, como él, singular, de
brillo variable, cuyo nombre por eso quiere decir “asombrosa” o “maravillosa”.
Y así era Gerald Rivers, un hombre contradictorio de luz cambiante, apenas
visible en el horizonte del hemisferio norte, imperceptible en el mapa celeste
de su hermana.
−“Mas lo peor de mi vida no ha sido
la cárcel. Sé que la quieres y no sé qué pensarás de mí. El año que nació tu
mujer perdí a mis dos hermanas. Para mí también fue un inesperado hachazo la
muerte de Kirsten. Todavía la sigo llorando. Sé, como Olivia, que gracias a ti
podría volver, pero si viene Bruce también lo voy a querer, igual que quiero a
vuestro hijo Paul. Lucy, Luke y él pasaron aquí una de las últimas noches antes
de casarse y desde entonces tengo la suerte de quererlo, y se ve que vuestro
pequeño rey quiere algo a su tío. A Luke lo conocí hace un año, en enero, pero
por esta casa han pasado también Bruce, Miguel y John y estos meses Lucy me ha
tenido informado de la salud de Bruce. Y ahora tú, pero supongo que no me
querrás mucho.”
−“No temas a Nike, tío –me
sorprendería Lucy-. Cuando se lo conoce de verdad, te das cuenta de que te
inunda con su comprensión.”
−“Gerald –dije conmovido por las
palabras de mi mujer, que ya sabía qué respuesta le daría-. Yo apenas te
conozco. Pero estás siendo muy franco. Todos tenemos cadáveres en el armario,
hechos o hazañas de las que nos avergonzamos. Pero Luke y yo hemos tenido la
suerte de reconciliarnos con quienes ofendimos, y tú no has tenido la misma
fortuna. Y sí te puedo decir que te has ganado el cariño de Lucy y que ella no
quiere a cualquiera. Que yo, por tanto, no te voy a juzgar. Que eres mi
familia, y que lejos de molestarte, pareces haberla entendido y respetado. Que
espero conocerte mejor y quererte.”
−“Gracias, Nike. Empiezo a entender
lo que mi sobrina ha visto en ti. Y que no voy a cometer con ella los mismos
errores que cometí con mi hermana. Eran otros tiempos, pero eso no me disculpa.
Sé que me equivoqué y que Olivia tenía razón. Viendo a Lucy, sé que ha sido más
feliz de lo que habría sido con su padre.”
En ese momento, Lucy lo interrumpió.
−“Tío… sé que muchas veces no lo he
querido saber, pero siento una extraña sensación de que Luke y Nike deben
saberlo también. Por eso ahora te voy a implorar que me digas al fin quién es
mi padre.”
−“Está bien, cariño. Ya es hora de
que lo sepas. Tu padre es…” -y dijo el nombre. Luke y yo nos alegramos, ahora
sí, de que nuestra mujer no lo hubiera conocido. Nos quedamos los tres en
silencio, intentando asimilarlo.
−“Un “lobo” para Olivia. No recuerdo
ya exactamente qué le dije a mi hermana, pero eran tiempos de machismo en que
una mujer había nacido para casarse y cuidar de su marido. Bueno, el tiempo ha
pasado y Olivia me ha demostrado que podía ser, y lo ha sido, un espíritu
libre, y me alegro de la felicidad que tiene con todos vosotros. Desde entonces
he pasado mi vida intentando recuperarla, porque la quiero, y reconciliarme con
ella. Pero no me habla. Comprendo que le recuerdo una parte de su vida que
quiere olvidar. Cuando la veo por las calles le hablo, pero no obtengo
respuesta. La señora Oakes va con ella, y me mira comprendiendo mis
sentimientos pero no me dice nada. Sí, la conozco también, aunque sé que no
puede hacer nada por mí. Hablo con Olivia, le cuento cosas y me paso la vida
pidiéndole perdón. Ella no me responde. No me tiene un odio ciego.
Sencillamente, parezco serle indiferente. A veces termina por decirme “Por
favor, señor Rivers, márchese ya”. Hace unos días volví a verlas en la
Basílica, y estuve por implorarle de rodillas. Demasiado visible, pensé, y no
lo hice, pero ahora me arrepiento de no haberlo hecho. En fin, dura lex,[1]
sed lex”.
−“Sé lo que significa, porque mi
padre solía decirme algo parecido, parafraseándolo –dijo Luke-: dura vita, sed
vita.”
−“Dura vita, dura lex, sí. Al salir
de la cárcel –concluyó-, no me costó trabajo, a pesar de todo, recuperar la
abogacía. Mi amigo y socio Alfred Donovan me readmitió en Donovan, Rivers &
Calhoum. Y aquí sigo. Demasiado tarde, pero ahora sí me comporto con honradez,
y prosperamos.”
La tarde prosiguió y la pasamos evocando los recuerdos de Gerald Rivers,
sobre todo fotos antiguas de Olivia y Kirsten, y hablando sobre su colección de
espadas y el porqué de ese hobby. Parece ser que un amigo de la universidad lo
había introducido en el gusto por las armas antiguas.
Cuando el lunes acudí al trabajo, me fui temprano al bar a hablar con
Richard.
−“No me parece correcto, a estas
alturas, ocultarle algo a mi amigo Richard –empecé contrito- y tengo que
confesarte un pecado.”
−“Lo bueno o lo malo que tienes,
Nike, es que tu cara lo dice todo y llevas escrito un nombre. Gerald Rivers,
¿no?”
−“Lo conocí el sábado.”
−“Cuando me confesaste que estabas
enamorado de Lucy Rivers, ya imaginé que lo conocerías. No te dije nada
entonces ni te lo voy a decir ahora. Mis amigos tienen derecho a ser amigos de
mis enemigos. Puedes quererlo, Nike. Has emparentado con él. En cuanto a mí,
bueno, muchas veces nos hemos cruzado. No nos saludamos y apenas nos miramos.
No creo que vuelva a hablar con él. Pero por supuesto, tú puedes y debes
hacerlo: es el tío de tu mujer. Y hasta puedes hablarme de él. Ahora, además,
ya lo sabes todo: herencias, dinero rápido, un pasado que quiero olvidar y que
sé que mi amigo Nike me ayudará a ello y respetará al hombre que ahora soy.”
−“Dalo por hecho, Richard, y démonos
la mano” –y así lo hicimos.
No fue tan fácil con Olivia. Mi mirada se cruzaba con la suya y como
siempre no era capaz de ocultarle nada. Pero fue ella la que un día se acercó a
mí y me dijo:
−”Nike, me dirigía al Meandro –el
Molino, el Menhir y el Meandro. Muchas veces nos referimos a ellos así, pero
hablamos de los puentes- a dar un paseo. ¿Por qué no vienes conmigo?”
La acompañé, pero me costaba hablar. Fue ella quien lo hizo.
−“No debes temerme, porque ya lo sé.
Mi hija me lo ha contado. Yo no me opongo a que conozcas a mi hermano y desde
que tuve una conversación con Lucy en octubre, sé que Gerald lleva años
ocupándose de ella. Este paseo es para que me entiendas a mí.”
−“Es tu vida, Olivia, y respetaré lo
que me cuentes.”
−“Gracias, Nike. Mira, yo no
recuerdo ya las palabras exactas, sólo sé que me sentí aplastada por toda mi
familia. Eran otros tiempos, pero eso no lo excusa del todo de ponerse de parte
de mi marido. Sé que ya no piensa así y que podríamos reconciliarnos. No lo
odio ya. Sólo intento olvidar esa parte de mi vida. Yo podría ser una mujer
feliz. Cuando me contaste el cuento de Luke en casa de James me llamaron la
atención estas palabras: uno se ve
delante de la miseria, contemplando el cansancio y el hambre como horizontes y,
desorientado, mira a su alrededor y es entonces cuando las luces encendidas de
los hogares cercanos hieren los ojos y no se las quiere mirar, porque la
soledad y el frío escupen en la cara y la Exclusión llega como un golpe de
frente contra una pared de hormigón, y algo así me sucede. Mi vida ya sois
mi hija, mi nieto y el que viene, mis yernos, mi señora, mis compañeros. Sé que
es duro para Gerald, pero no quiero que me recuerde la vida que tuve y que ya
no tengo, sobre todo a mi hermana. Se parece más a Kirsten que a mí. No quiero
hacerle daño, pero ¿no podríamos olvidarnos y vivir cada uno su vida? Pero no
me entenderás.”
−“Sí, Olivia, y te agradezco que me
dejes ver tus sentimientos.”
−“No me tiene a mí. Pero al menos
cuenta con Lucy, con Luke y contigo. Y sé también que conoce a Paul. Tiene
derecho a conocer a su sobrino nieto y a Kirsten o Bruce cuando vengan.”
Así es mi querida Olivia. Es imposible tener con ella secretos o
disputas y me estremece notar siempre cómo me considera de verdad parte de su
familia.
El equinoccio de primavera había llegado puntualmente, pero el invierno
no quería morir y la primavera llegó en julio. Ese año no tuvimos verano.
Un día de finales de marzo, múltiplo de tres, porque recuerdo que me
tocaba dormir con Lucy, era par y seguía yendo a la calle con John. Estábamos
suficientemente abastecidos, pero yo quería seguir por mis compañeros, cuando
de repente John me habló.
−“Nike, vámonos ya –y supongo que lo
miré inquisitivamente-. Tengo la extraña sensación de que debemos estar en
casa. Es un extraño presagio. Pero es un presagio agradable. Noto a Miguel en
el aire. Se encelaría si me ve contigo.”
No discutí con él. Algo me decía que tenía razón. Y en poco tiempo
estábamos sentados en la hoguera, todos menos Lucy, que seguía trabajando. Fue
una semana de crepúsculos de llama, gélidos pero sin niebla ni lluvia. Régulo
acababa de surgir cuando vimos a John ponerse de pie al tiempo que unos pasos
subían la loma. Era Miguel.
Trepaba mirando la constelación de Géminis, ya agotando su camino, allá
por Riverside Avenue.
−“Cástor y Pólux, John. Siempre
juntos. Te amo. No ha pasado el tiempo por ti.”
−“Miguel” –casi gritó, llorando.
Estuvieron abrazados y besándose con pasión más de cinco minutos,
mientras los demás los contemplábamos felices y sin prisas, dejándolos a solas,
en la conmoción del reencuentro. Antes de llegar a la hoguera, me vio y me
saludó con profundo afecto.
−“Siempre es un placer verte, Nike.”
–me hablaba con verdadera simpatía, sorprendido de encontrarme aún allí.
−“Te prometí que me hallarías aquí a
tu regreso, Miguel. No me ha sido fácil, pero aquí sigo.”
Saludó a todos con verdadera emoción y se detuvo especialmente en Bruce.
−“John me lo ha contado en sus
cartas. Cómo me alegro de verte bien, compañero.”
−“Volvemos a ser ocho, Miguel. Nike
nunca se ha ido, tú acabas de volver y se ve que en mi caso el destino se ha
rectificado.”
−“¿Lucy no ha vuelto aún?”
–preguntó, suponiéndola en la calle.
−“Lucy y Luke ahora trabajan –le
dijo John-, ya te contaré las novedades, pero habla tú primero.”
−“He tardado en volver porque quería
acompañar en sus últimas horas a mi madre –dijo llorando-. Sí, se fue hace una
semana. –John lo abrazó especialmente entonces-. Estaba muy débil ya. Te diría
que murió de vieja, pero supongo que nadie muere así. Al final ha sido un fallo
del cerebro. Cuando Brenda me consolaba por no tener familia, comprendí que era
hora de volver: mi familia está aquí, John y todos vosotros.”
−“¿Cómo es Brenda Dolores?”
–preguntó John, con palpables muestras de celos.
−“John, es mi prima, por dios.
Conociéndote bien, ¿crees que te hablaría tanto de ella si me hubiera
enamorado? Verás –siguió, viéndolo más calmado-, tiene tres años menos que yo,
es de tu edad y Géminis, como nosotros. Trabaja en una escuela de arte,
enseñando escultura. De tamaño similar a mí, morena y unos bellísimos ojos
pardos. Es rebelde y en los años de dictadura ha estado tres meses en la
cárcel, la última vez más de un mes, siempre revolucionaria y siempre
solidarizándose con las ansias de libertad de sus alumnos. Me gustaría que la
conocieras y que viéramos Cádiz juntos. Ella puede invitarnos un mes, y
pagarnos los vuelos.”
−“Miguel –titubeó-, no será
necesario. Hay algo que nunca te he dicho. Aún conservo mi dinero.” –acabó con
un hilo de voz, pero estaba siendo valiente.
−“John –lo miró sonriente-, hace
meses nos habríamos peleado, por Brenda Dolores o por tu dinero. Pero vuelvo a
verte y sólo tengo ganas de amarte. Mas he de contaros –me miró como si me
dijera “yo que tanto te he recriminado”-, porque os lo debo, que estos meses he
sufrido una fuerte tentación, la tentación de quedarme por el resto de mi vida
en mi país. Pero no, John –lo miró-, sin ti no, nunca me he de ver sin ti. En
realidad me imaginaba volviendo a Hazington a por ti y quedarnos para siempre
juntos en Cádiz. Perdonadme si me he imaginado sin vosotros –nos dijo a todos-.
Pero cuando me escribiste sobre Bruce, cambié de forma de pensar: ya toda la
vida perteneceré a vosotros.”
La oscuridad nos estaba cubriendo ya de morada a negra cuando empezó a
hablarnos de su patria.
−“En mi país sí es primavera,
después de un largo invierno de cuarenta años. La libertad se respira en las
calles y todo el mundo apetece acometerla. La juventud se ha vestido de
estreno, y los dos bandos parecen haber enterrado el hacha de guerra, si no del
todo reconciliados, al menos respetándose. Hace poco más de un año se proclamó
una constitución y viejos enemigos, como mi padre y mi tío, se abrazan. Soplan
vientos de armonía y jóvenes y viejos beben de las mismas fuentes, las de la
paz, el trabajo en común para volver a levantar un hogar derrumbado en el
estéril solar de posguerra. Realmente a mi país no hay quien lo reconozca. Y
parece haber brotado materia prima suficiente para que un día llegue a ser luz
para otras tierras en penumbra. Me gustaría, John, que conocieras conmigo
Cádiz, acaso un mes, y regresar con nuestros compañeros después. El mismo mar
nos baña. Ya no conocerás a tus suegros, pero me gustaría que vieras la ciudad
donde nací.”
−“Quiero ir contigo, Miguel. Después lo hablamos.”
Pero nuestro compañero tenía algo más que contar.
−“¿A que no sabéis –preguntó de
repente- con quién me he encontrado? Alguien de quien os he hablado.”
Mas ninguno supo decirle un nombre.
−“Hace un mes entré un día en un bar
y me encontré a Jacques Verôme. No está en la indigencia, pero sí está bastante
empobrecido. Tiene algún pariente en Cádiz este trotamundos, y eso me
sorprendió. Estuvo dos años viviendo en pareja con Sylvie Laplane y después se
vino a hacer el camino de Santiago –me acordé entonces de Aurélien Protch, que
también lo había hecho-. Quería conocer Verosma y tras llegar a Santiago se
desvió. Al final decidió reposar en Cádiz y de tanto en tanto da un concierto.
Pero no acude mucho público. Ese día hablamos de nuevo de la muerte de
Angelique, su mujer. Parece que su idilio con Sylvie duró poco porque él
sospechaba de ella. Su mujer se ausentaba con frecuencia y ambos se veían a
menudo en el piso de Jacques. Incluso me confesó que ésta tenía una llave del
montacargas. El amor se convirtió en recelo, porque ambos sospechaban el uno
del otro. Poco más me dijo, excepto asegurarme una y otra vez que él era
inocente. En fin, nunca sabré quién mató a Angelique Verôme y si Jacques es
inocente o no. Nuestros motivos de Verôme podrían tener origen en un asesino.”
−“Si es así, sea –respondiole la
señora Oakes-. Cosas sublimes pueden tener origen en algo grotesco. De todos
modos, puede ser inocente. Es evidente que fue un asesinato, pero pudo ser
Sylvie.”
Pero la conversación fue súbitamente interrumpida. La laguna de la noche
ya estaba orillada en negro. Una silueta subía la loma. Luke y yo reconocimos
los pasos de nuestra mujer. Nos miramos con cierta prevención. Miguel también
la había reconocido y se levantó para saludarla. Pero es evidente que notó su
embarazo. Miró a Luke con cara de desánimo y cierta protesta. Ambos estábamos
pendientes de cuáles serían sus próximas palabras. Ahora vería que Luke se iría
con Paul a casa de su hermano. No iba a ser fácil hacerle entender ciertos
hechos. Se presagiaba borrasca.
[1] Dura
lex, sed lex= La ley es dura, pero es la ley.
Dura vita, sed vita= La vida es dura, pero es la vida.
Primer crudo invierno de Nike como mendigo. Bruce se va recuperando y ya sale a mendigar poco a poco. Continúa adelante el embarazo de Lucy, a la que Samuel conoce en una visita al Arrabal de la M.C. Nike le explica a Samuel cómo organizan la vida del Tres: días y noches, cuidado de Paul… Samuel les anuncia que se retira pero que dejará en su cargo a Anne-Marie. Esto hace que la joven inicie visitas más frecuentes al Arrabal y al despacho de Nike, para ponerse al día en asuntos de la Thuban.
ResponderEliminarLucy le dice a Nike que ahora que el Tres está asentado quiere que conozca a su tío Gerard (hermano de Olivia), que también conoce a Luke y Paul y que sabe que ella está embarazada de Nike. En casa de Gerard, este le cuenta a Nike una historia que me sorprendió:
“Quiero llevarme bien contigo y no deseo secretos. Me han contado que eres amigo de Richard Protch. Él era mi secretario. Yo era ambicioso y se ve que él en aquella época también. Se ocupaba básicamente de las herencias. En mala hora lo convencí de quedarnos con dos de ellas de las que sus herederos no sabían nada. En letras mayúsculas se puede leer: estafa. Fuimos lógicamente sorprendidos y lo hemos pagado. Al final la tentación de hacernos con un dinero no nuestro no nos sirvió de nada. Realmente lo siento por él. Se ve que he pasado por la vida haciendo daño. Sería mejor que no le digas que me has conocido.”
Gerard le dice también a Nike que por su casa han pasado Bruce, Miguel y John…y que ha estado al tanto de la salud de Bruce por Lucy. Que sigue llorando a Kirsten… Lucy insta a Gerard a que diga delante de todos, de una vez por todas, quién es su padre. Y Gerard lo dice… Está apenado porque Olivia no le habla…ni siquiera cuando la saluda por la calle.
Aunque Gerard le dice a Nike que no le diga a R. Protch que se conocen, Nike llega el lunes a la Thuban y, fiel a su amistad con Richard, le cuenta el encuentro y las palabras con Gerard. Richard le dirá a Nike que lo seguirá queriendo igual aunque sea amigo de sus enemigos.
Nike también habla con Olivia sobre su encuentro con Gerard. Y Olivia le cuenta su pequeña historia y sus sentimientos.
Y de pronto…aparece Miguel en escena. Su madre ha muerto hace una semana e insta a John a que se vayan un mes a conocer a su prima Brenda Dolores, la cual se haría cargo de pagar los billetes de avión. Es entonces cuando John le confiesa que no es necesario…que él conserva su dinero. Miguel les cuenta que se encontró con J. Verôme y que está muy empobrecido. Que sigue afirmando que no mató a su mujer pero que sigue sospechando de su amante. Por una loma aparece Lucy, Miguel se levanta a saludarla y…uf, habrá que hablarle del Tres y del Cinco, pues se dará cuenta de que Lucy está embarazada. ¿Cómo se lo tomará…?
Inor
Dura lex, sed lex= La ley es dura, pero es la ley. Dura vita, sed vita= La vida es dura, pero es la vida.
ResponderEliminarAsí es, y a nosotros nos corresponder saber llevarla.
Seguiremos leyendo.
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ResponderEliminarSolidaridad, afecto, cariño son sentimientos nacidos espontáneos, libres, sin dobleces ni matices, en espíritus templados, sabios, de mano tendida en su doble sentido, cuna de astros, rituales, leyes y vilezas en oscuros ocres pero puros y sin mezcla. Ahora Samuel Weissmann ya los ha conocido, ese era uno de los motivos de su visita al Arrabal, el otro, comunicar que deja la presidencia de la Thuban en manos de Anne-Marie. Samuel, o Sam ya, observaba el amor de la pareja de tres, un amor puro, que no era turbado por juramentos, libre del horror de los celos, de entrega y respeto, cuando en sus ojos se fijó la belleza de Olivia, coronada de todas esas virtudes.
ResponderEliminarGerald Rivers ya había aparecido al principio de la novela, uno de esos personajes, que por su bien trazado dibujo literario, nos costó dejar atrás, el hermano de Olivia y tío de Lucy vuelve en un más que interesante protagonismo. La vida de Gerald guarda sombras que arrojan luz sobre otras vidas, secretos familiares hasta ahora bien silenciados y también ausencias y querencias, deseos de sangre que son lamentos por la ausencia de su sangre.
Dura lex, sed lex.
Cuando el deseo de lucro hace perder la cabeza a los hombres y la falta de escrúpulos oprime la honradez, la codicia aparece, es una pasión triste, es una enfermedad moral dañina en sí misma pues es capaz de corromperlo todo, y sobre todo, porque constituye una de las grandes pasiones alimentadas en una sociedad en la que, bajo la apariencia de comunidad, brilla, negra, la fuerza del interés individual y el egoísmo. Ante el delito del robo está la pena de la justicia, pero ante el deseo de tenerlo todo a cualquier precio está la enseñanza moral de lo que realmente ha de tener valor. Richard Proust y los motivos por los que acabo en la cárcel son aquí resueltos, una mala asociación con Gerald y el egoísmo codicioso de unos bienes fueron la causa, por fin se explica el porqué de su pasado y se conoce la enemistad con el tío de Lucy. Secreto desvelado de Gerald Rivers.
Dura vita, sed vita
"Padre" es una palabra extraña, debe designar a alguien a quien se puede amar y se ama, desde el corazón. A Lucy le hubiera gustado tener una persona así, sentir esa anómala ausencia era, en general, dañino para su espíritu, por eso se aferraba al deseo de conocer quien era su padre, a saber lo que el corazón de una madre se negaba a decirle. “Está bien, cariño. Ya es hora de que lo sepas. Tu padre es…” y con el nombre llegó el sustantivo que lo definía, y con este la explicación necesaria: Olivia ahora era ya un espíritu libre. Otro secreto desvelado por Gerald Rivers.
Pero también había deseos de sangre, de desencuentros y de encuentros, y era difícil cuando se es consciente de que tenemos palabras de más, y que tenemos sentimientos de menos, o los tenemos, pero dejamos de usar las palabras que los expresan, y, en consecuencia, los perdemos, la distancia que mantenía Olivia, esa distancia que impone la memoria ante un pasado hiriente y un recuerdo vividamente triste de su hermana Kirsten, hacia difícil el reencuentro deseado por su hermano. Querencia desvelada por Gerald Rivers.
Nike miraba a aquel hombre, que le cayó mal en un principio, y recordó la vileza que le llevó al panóptico, la confesión del secreto ocultado a Lucy y el deseo fraternal de abrazarse de nuevo con su hermana, entendió que no es por el aspecto de la cara ni por la presteza del cuerpo por lo que se conoce la fuerza del corazón. Mira, la estrella que Nike le regalaría más adelante.
Castor y Pólux de nuevo juntos, Miguel había regresado, una realidad nueva, un orden nuevo se habían instalado entre los mendigos, la silueta de Lucy, delatora de parte de estos cambios, de esa silueta los ojos de Miguel se dirigieron, como flechas, a la diana de las pupilas de Luke, el mensaje parecía ser claro, una no aprobación de lo que estaba viendo, sin saber aun que era solo una parte de unos hechos difíciles de explicar. Todos esperaban sus palabras. Se presagiaba borrasca.
Pol