CAPÍTULO XXXV: FRÍO



   La desesperación se debe poner primero una capa de impenetrable penumbra, donde se podría ver aún una última luz, pero el pensamiento ya se nubla y la razón se va dejando de percibir. Después, al vestirse completamente, ya todo es negrura, pues la claridad ha devenido en ajadas esperanzas, promesas que no han fructificado, sueños rotos, hogares deshabitados. El cuerpo enferma, la mente se debilita, el corazón se agosta, el alma ya no irradia, la última percepción es el dolor. Si es el cuerpo el que padece, a veces puedes incluso sentir calor, mas el dolor del alma es frío, oscuridad helada, vacío infinito, incapacidad para pensar. Sólo se puede sentir un viento amargo que te va lacerando los surcos interiores y quema las cosechas.

  Así debí caminar aquella noche, el rostro traidor delatando mis espinas, mi amargura infinita, mis pasos de aparición lúgubre, la languidez que se iba apoderando lentamente de todo mi ser. Me di de frente con John, su mirada fija en mí, con algún espejo para reflejar las figuras de todos y sus pausados movimientos. No debió gustarle lo que veía a mi sexto compañero, que comenzó a hablarme.
−“Nike −me dijo con rostro grave, preocupado por lo que notaba en mí−, entra unos minutos en mi tienda. Creo que deberíamos hablar.”
  Yo no quería hablar. No quería pensar, aunque tanto lo necesitaba. Deseaba pasear, que el ritmo de mis pies pudiera acompasar a mi mente en tinieblas. Intuía que si dialogaba con alguno de mis compañeros entonces, habría comenzado a llorar, y no por saber que hay lágrimas que curan debía olvidarme de que también hay lágrimas que matan. Por tanto, no recuerdo qué le dije, pero me mostré esquivo. Necesitaba perderme, perderme de todos, perderme de mí. Pero su segunda llamada fue más imperativa.
−“Nike, somos amigos. Somos compañeros. Y por esas dos razones me atreveré a decirte que no te lo estoy pidiendo. Te lo estoy ordenando. No me gusta nada lo que veo en tu cara. Pasa.”
  No me quedó más remedio que capitular. Cada vez que entraba en su tienda, era un día clave de mi vida: 6 de agosto, 4 de octubre, 19 de octubre. Las dos veces anteriores tampoco estaba en su interior Miguel, pero ahora se veía más vacía y desocupada, más helada al faltarle una de sus dos habituales fuentes de calor. John comenzó a hablarme enseguida.
−“Escúchame, amigo mío. Conocí a Miguel, como sabes, hace casi cuatro años, un 26 de enero. Pero antes mi rostro negro, de haber tenido un espejo, debió reflejar lo que ahora anuncian tus ojos. Conozco esa mirada, pues aunque no la vi, yo la llevé la noche más oscura de mi vida. Pero luego vino la gran luz que me iluminó. Por eso, aunque te duela, te debo decir que tu cara está delatando feroces ideas de suicidio. Háblame, Nike, ¿qué te sucede? Los rostros de los demás tampoco estaban tranquilos. ¿Qué demonios ha sucedido en la hoguera?”
−“Paul −comencé convulsionado. No sé si mis palabras le dieron claridad u oscuridad, ni sé si fui coherente−… me ha llamado papá.”
−“¿Paul te ha llamado papá? Eso es imposible, Nike. Sólo tiene dos meses y medio.”
−“Sea como sea, lo ha hecho, John. Y si no, ahí tienes el testimonio de todos, que también lo han oído.”
−“Nike, perdóname. No sé cuál es la gravedad de esa circunstancia. Tú no eres su padre, y si es que siempre lo has querido como a un hijo, Luke preferirá que le des amor de padre y no indiferencia de simple conocido. Todos queremos a su pequeño rey, y en cuanto a ti, hoy mismo, mientras andabas las calles con Bruce, él se refería a su compañero, hablando conmigo, definiéndolo como un hombre excelente que tanto se preocupa por su mujer y su hijo. Luke no te puede culpar de unas palabras, o balbuceos, que haya emitido su pequeño rey.”
−“En la hoguera también ha venido una segunda parte, John, pero no sé si han sido conscientes los demás. Quizá sí. Siempre es fácil descubrir mis pensamientos. No me va a ser sencillo hacer que me creas, pero con la mano en el corazón, lo que te voy a decir es la verdad. En agosto, aquí también, te confesé mi amor por Luke. Y eso ni ha cambiado ni deseo que cambie nunca. Porque enamorarme de él, con su belleza y su dolor, es lo más hermoso que me ha pasado en la vida. Y si ésta acabara pronto, al menos ya sé para qué he vivido: para conocerlo un día y amarlo. No podré decir que mi existencia ha sido en vano. Pero en octubre he de confesarte otro secreto igual de quemante. Ya nunca te voy a negar que me gustan los hombres. Pero cometí un error, John. Me siguen gustando las mujeres. Unas palabras de Lucy en la hoguera me han hecho descubrir que −rompí a llorar entonces. Cada palabra posterior me costó varios segundos−… que ella también, que estoy enamorado de Lucy.”
−“Cielo santo −y se detuvo unos minutos a escudriñarme. No obstante, no parecía dudar de mí−. Pero igual que te dije en su día, déjame repetirte que te creo. Mas aun así, Nike, es grave porque te supondrá más dolor. Antes había uno en tu corazón, ahora son dos. Pero aquel dolor no pudo contigo. Estás aquí, y si temías manchar a Luke, creo que fueron tus palabras, ahora él se siente limpio contigo, renovado, renacido. Sólo ha cambiado que tengas una doble agonía. Puedo entenderlo. Pero mi amigo Nike es fuerte. Puede vivir con ambas.”
−“Pero John, soy una mancha para ellos. Amo a la madre, amo al padre, su hijo confunde la paternidad. Estuve enamorado de ti. ¿Cuánto tiempo haría falta para que te volviera a amar, que igualmente tienes pareja, o en amar a Miguel, o a la señora Oakes, a Olivia, a Bruce…?”
−“Eso no va a pasar. Pero si pasa, por cada nuevo amor, tendrás un nuevo respeto. Que sólo sería devolverte parte del que ya nos has dado. El que le has entregado a Lucy y a Luke, que no pueden quererte más. Pero lo importante es: ¿serías capaz de vivir con un doble dolor? Ni Lucy ni Luke se van a ofender porque los ames. Créeme. Así que vivirás con un sufrimiento añadido, pero además de eso, perdona que te pregunte de nuevo: ¿cuál es la gravedad de lo que sientes? En agosto me decías que no te podías quedar con nosotros por él. Dos meses después vives aquí, gozando o padeciendo lo mismo que nosotros, y Luke no es sólo tu amigo sino también tu compañero.”
   Quizá tuviera mucha razón y nada fuera tan grave. Pero la desesperación hace que tiempo después de apagarse una hoguera sigas percibiendo el humo, y todo mi dolor me quemaba. Hoy pienso que quizá no fuera tan espinoso, pero como los vientos para Olivia: cuando sopla el norte no puedes pensar en nada más, sólo en apartarte de él, alejándote de su hálito tal vez refugiada en tu tienda. Pero con mis vientos, ¿adónde iba a refugiarme?
−“Miguel me dijo aquella noche que un pájaro ha nacido para volar, y si no puede hacerlo en libertad, es necesario abrirle la puerta de su jaula. Yo averigüé cuál era la mía. Seguramente alguien tiene que abrírtela a ti. Lo mismo es necesario que hables con Lucy, con Luke, o con los dos. Creo que sería en todo caso menos doloroso que huir para siempre de tu camino por la puerta de atrás.”
−“Mi verdadero camino es este, John, y mientras se me ha permitido recorrerlo, he sido muy feliz. Estos días ya nadie me los va a quitar. Pero no sé si me queda algún futuro. De todos modos, amigo mío, mis gracias más sinceras a todos. He sido el octavo. Pero del cuento que me contó la señora Oakes, no se sabe si el octavo motivo de Verôme estaría con vosotros sólo quince días o tal vez más.”
−“Te sigo viendo ideas lúgubres. Nike, ¿adónde vas? ¿De veras crees que el suicidio es el único sendero que te queda?”
−“Igual piensas que soy un cobarde.”
−“Yo no te puedo decir que el suicidio sea una cobardía. También he pasado por esa desesperación. Pero sí que de todo lo amargo se sale. Tras aquella noche exasperada de enero, se me ha permitido vivir los años más felices de mi vida. Y eso te ocurrirá a ti, si estás en mano de dos compañeros tan tiernos como Lucy y Luke. Y los demás… Nike, si por lo que fuera retomaras tu vida anterior, eso podríamos entenderlo. Tienes derecho a elegir cualquier sendero. Mas si te perdemos para siempre, hay siete personas que no podríamos soportarlo, si al menos no hubiéramos intentado antes quitarte ese terror. Ahora esa opción se me ha dado a mí. Y antes de permitirte salir de aquí hacia la nada, llamaría a Lucy o a Luke.”
−“No lo hagas, amigo mío. Sólo quiero ir a pasear e intentar examinar mis pros y mis contras.”
−“Pero, ¿el suicidio?”
−“John −y supongo que entonces me puse solemne−, yo no sé qué les ocurrió a mis padres. A mí se me dijo que a poco tiempo de yo nacer murieron los dos en un accidente de tráfico. Pero no creo que fuera así. Si alguna vez se me ocurría hacerles preguntas a mis abuelos o a mis criados en Siddeley Priory, me soltaban la misma consigna. En mi adolescencia, me dio por ponerme a oír a hurtadillas las conversaciones de mis criados. Teníamos una doncella, menudita, de tan poca talla que parecía enana, aunque no lo fuera, llamada Dora. Una mañana se hallaba hablando con alguien, no sé muy bien con quién, en la puerta de mi habitación, donde otra persona debía estar haciendo mi cama. No reparando en mi presencia, decía estas palabras que nunca he olvidado: “Lo que le ocurrió al señor Siddeley es que no pudo soportar la muerte de su señora. Sólo tardó nueve días en…” Pero justo ahí debió notar mi presencia y calló. Y por viejos documentos sé que mi padre murió un 9 de agosto. Solo. Mi madre debió morir antes entonces. Tal como yo lo he reconstruido, John, Alma Siddeley murió en el parto. Y Martin Washington, mi padre, sólo pudo soportarlo nueve días, y seguramente se suicidó. También sé que las viejas generaciones de Siddeley tenían pistolas, pero yo no he visto ninguna en Siddeley Priory, pues se debieron retirar todas a la muerte de mi padre. Así que ya lo ves, sin poder nunca estar seguro, siempre he deducido que mi padre se quitó la vida, y que mis padres se amaron.”
−“Entonces déjame decirte con total dulzura, Nike, que si eso fue así, tu padre perdió a quien más amaba. Pero las dos personas que amas tú, amigo mío, están vivas, y además te quieren.”
−“Gracias, John. No te voy a negar que todo sea tal como tú dices. La reconstrucción que yo hice de la muerte de mis padres, debí hacerla cuando tenía unos 13 o 14 años. Desde entonces, he vivido planteándome qué haría yo si se me diesen las mismas circunstancias, y diciéndome mentalmente una y otra vez: “Tú tenías una vida que se te truncó, papá, pero si a mí se me planteara el mismo horror, espero haber aprendido de mi herencia y salir como sea de este túnel.” Sólo te puedo decir que ahora comprendo a mi padre: viento de muerte, pérdida irrecuperable, debió de amarla tanto que puedo ponerme en su carne. Sólo he de meditar si yo tengo alguna otra alternativa. Pero sí te puedo decir que yo no deseo hacer lo mismo, compañero.”
−“¿Qué vas a hacer entonces, Nike?”
−“No lo sé, John. Tengo que pasear. E intentar pensar.”
−“Quizá esto que te voy a decir, Nike, no sea lo que se espera de un amigo. Pero te quiero y no puedo pasar por que hagas una locura si puedo evitarlo. No te dejaré salir de aquí si no tengo de ti una promesa, en la que pueda creer, de que no te vas a quitar de en medio.”
−“Yo no sé qué promesa podría hacerte en que pudieras creer. Déjame pensar. ¡No! Por Lucy y por Luke, no. Por mis siete compañeros y por la luz del pequeño rey. Por el brillo de la estrella Régulo. Espero que me alumbre. No optaré por el suicidio, John. No sé aún qué decisión tomaré, pero te lo prometo.”
   Me miró detenidamente y debió notar que me dolía la vida, pero renunciaba a que me siguiera la muerte.
−“Nike, por favor, cuando hayas tomado una decisión, ven a buscarme, aunque haya sido que te marchas de aquí.”
−“Igual no hay razón para que ande metido en este túnel oscuro. Pero si consigo hallar la luz, habrá germinado en mí la idea de que hasta la desesperación es bella y me porta enseñanzas. La vida es la madre y la vida es la puta, pero en sus faldas he estado confortablemente bien, y yo quiero vivir.”
−“No sé si te habré dado algo de calor, compañero.”
−“Sí, John. Desde que llegué no habéis hecho otra cosa que salvarme la vida y darme alimentos y calor. Una noche ya pude traer comida para todos. El calor que quisiera daros no sé si un día en verdad estará en mi mano poder derramároslo. Adiós, querido John. Vaya donde vaya, esta ausencia ha de ser más corta. No podría soportar otros dos meses sin vosotros.”
   Al final me dejó salir, no sin que yo primero le reiterara la promesa de que decidiera lo que decidiera no me iba a matar. Aquella noche de octubre era fría como si fuese una noche de prematuro invierno, impaciente por instalarse en el año. No tenía clara mi deriva y ni siquiera me acordé de pasar por mi tienda en busca de una chaqueta. O tal vez hacia allí me dirigiera, pero en el umbral se encontraba Bruce, que sólo me dijo que quería darme un abrazo. Nos lo dimos y algo de calor me llegó entonces bajo los helados fresnos. Me reiteró que si lo necesitaba, podría ir a buscarlo. La señora Oakes, aún en la débil hoguera con Olivia, me lanzó una mirada que entonces sólo me pareció luminosa y que ahora entiendo como una breve despedida, como si me dijera: “en esta hora fría alcanzarás tu puerto. Aquí los demás aguardaremos tu regreso. Aunque no me puedas creer aún, marchas en paz, y en su sedante luz has de retornar.” Olivia no me miraba. Debía estar meditando largamente qué significado tendrían mis palabras, las estrías de mi rostro, mis pasos desorientados, las menudas lágrimas que ya comenzaban a regarme. A Lucy y a Luke no los vi. Estarían aún en el interior de su tienda. No sé muy bien a dónde me alejé. Quizá haberme encontrado con Bruce junto a mi casa, hizo que empezara por el dedo corazón, dirección al Puente del Meandro y el comienzo de la aliseda.
   Con apenas luna, o sin luna, habría sido un magnífico espectáculo de estrellas si no fuera por la débil luminosidad de los astros de otoño a primera hora de la noche. Y mirando hacia arriba, ni sé que sendero tomaron mis pies. Mi mente debió caminar por una vía estrellada donde todos formábamos una única constelación rodeando a las dos lunas que esa noche hubo en el cielo, las que yo quise imaginar. Una era Luke, y hacía mucho tiempo que ya estaba llena. A su lado otra luna crecía, con la cara de Lucy, y se iba llenando con tanta seguridad que supe que la amaría por siempre tanto como a él. Imaginando estos desvaríos, me vi a mí mismo en fase menguante, apocado y sin brillo. Pero así debía progresar para que mi doloroso aprendizaje se consiguiera vestir de novilunio y que mi alma se volviera a crear desde la nada.
   Tampoco recuerdo, Protch, cuánto tiempo estuve errante. Vagos recuerdos del sonido del agua en movimiento me sitúan sobre el Puente del Meandro. Como no era capaz de decidir mi futuro ni siquiera de ponerme mentalmente en su frialdad, las débiles luces de mis faros se proyectaban hacia el pasado, a estampas iluminadas de mis quince días en la calle y se me venía un inventario de difusas menudencias que por algún motivo se me habían hecho importantes: mi primera compañera diciéndome que el uno se convertiría en cinco, a través del espejo y mi vida como una batalla de ajedrez, Lucy recogiendo leña y mi corazón saltando el Puente del Menhir hacia ella, el gato Nile y todos los gatos subidos a las ramas de los brazos de un amigo, Miguel y su sobresaltada ausencia desde la noche del día 10, John explicándonos que los árboles eran sagrados −miré los alisos. Quizá por las veredas tal vez holladas en secreto por sus augustas presencias, decidiera yo dejar el puente y seguir caminando−, el nombre de Luke junto al de su mujer y su hijo −con quienes siempre debía estar, unidos los tres, sin mi nombre como mancha junto a ellos− grabados en un olmo. El pequeño rey con su ternura, con su sonrisa y su cariño, dejándome la sentencia: “Pa-pá.” Me notaba tan ebrio de dolor que temí caerme al agua y supongo que por eso inicié la senda de los alisos. Pero al río debieron caer las rosas oscuras de mis lágrimas y el Kilmourne un día debió transportarlas hasta el mar.
   No era sencillo caminar entre árboles sagrados y no sentirse conmovido. Estrellas, alisos y aguas me conseguían apartar de lúgubres visiones, pero quizá mi escasa sutileza se alejara de la desesperación un poco a pesar de la contemplación de San Albano y algún que otro fuego fatuo.


 
−“Ibas caminando enloquecido, pero tenías anclas que te aferraban a la belleza.”, le comenté entonces a Nike, “y alguna vez me has contado que no tenías verdaderas razones para estar desesperado, pero yo creo que sí las tenías. El hilo del que dependía tu destino, no podías verlo. Había una información valiosa que se te negaba.”
−“En esos quince días había comenzado a entender que los mendigos, en nuestro dolor, aprendemos a escaparnos por alguna puerta de nuestra creación y yo tenía las estrellas, los árboles, el río. En esos momentos no podía pensar en Luke, y menos aún en Lucy. En mi necedad creí que centrar mis pensamientos en el pequeño rey me calmaría. Para sacar la desesperación primero has de vaciarte, pero mis ojos eran estanques que guardaban aún muchas aguas.”
−“Y llegaste entonces a ese claro entre los alisos…”
−“Sabes mi historia mejor que yo”, sonrió Nike, “no seas impaciente. No recuerdo por dónde anduve ni cuánto tiempo anduve, pero alguna memoria conservo de por qué vericuetos erraba mi mente.”


 
  Un bosque helado no puede protegerte de los vientos que despide tu propia identidad en rebeldía. Acaso soplaba el norte, o acaso lo piense porque días atrás había enloquecido a mi segunda compañera. Y no quedaba ninguna luz. Ay si la luna estuviera llena. Pero ya no podía quedarme ni con la calma de la muerte, mansión de paz duradera, ese lugar donde ya no hay dolor. Le había prometido a John que no lo haría y no me sosegaba saber que ahora debía encontrar una manera de sobrevivir. A pesar de todo, qué bienvenida habría sido entonces la aniquilación. Pero con el peso de la vida en los hombros, seguía caminando. No dejaba de llorar.
   Un inesperado montículo que en el día se debía ver rojizo me evocó la imagen de Lucy. En realidad nunca perdí esa noche su retrato, inseguro cayado que me aferraba a la tierra. Acababa de entrar en mi corazón, mi casa, y ya la sabía huésped para el resto de mis días. Ponte cómoda, mi soberana; busca sillón en las desoladas habitaciones de mi alma perdida y mi mente, tu doncella, te agasajará con viandas de sentidas emociones o delirios. Y ya juntos… mi enajenamiento me había hecho por un segundo verla mía, sin Luke. Estuve por abofetearme. Si mi mente no extraía luces, que al menos no imaginara lo incorrecto. Lucy y Luke eran el uno del otro. Así había sido y así debía continuar. Yo no era de nadie, y si pudiera encontrar la forma de seguir amándolos en la distancia, siempre sería feliz de que se pertenecieran. El miedo a amarla tenía dos direcciones: qué podía pensar de mí la dama pelirroja de mis surcos abiertos, y cuál podría ser la reacción, nueva mancha en su sol, de su fiel caballero. Pero no dejaba de verla, radiante en mi oscuridad, en mi larga peregrinación por las tinieblas arboladas de aquella noche de octubre.
   La desesperación es metal inalterable, ninguna candencia consigue quitarle el color frío de su innoble materia, no deviene en creación alguna, es sólo signo de corrosión interna, de lenta destrucción de sueños o esperanzas, hasta que todo es residuo triturado sin mena, sin veta, sin filamentos ni gotas por las que pueda respirar un recién nacido, un ser nuevo que como fénix se haya transformado. Paralelo al cementerio, hasta que los alisos me lo ocultaron, mi desesperación me estaba forjando una lápida, pero yo buscaba la forma de no penetrar en su frialdad.
  Y para ello, descartado el suicidio, no me quedaban muchas alternativas. Fue un solo abominable destello el que me llevó por un momento de vuelta a Deanforest y la Thuban Star, a mi vida de despreocupado millonario. Cualquiera pensaría de mí que me había vuelto loco, al no ser capaz de ver en todo aquel oro más que basiliscos que mataban de verdad sin darte tiempo a encarnarte en una segunda forma. Pero en dos meses ya había conocido de más su iracundo aliento, su furibundo vacío, su fétida soledad y para volver a sus descarnadas flores prefería perecer entre árboles y aguas en el recuerdo de mis siete príncipes y de Régulo, mi monarca.
   Apenas consideré en serio la posibilidad de seguir en las calles sin ellos. En Hazington sería imposible sin verlos cada dos por tres, y para eso podía gastar mi alma en lágrimas en la Mano Cortada. Irme a otra ciudad a mendigar era una quimera. Yo era ya carnaza de limosna, sí, pero a su lado. ¿Qué sentido podría tener extender mi pobre mano si no era para que, padeciendo lo que ellos padecían, sustentarlos y compartir fracasos y esperanzas?
   Me quedaba una luz. Retornar mis pasos y hacer que me volviesen a llevar a la meseta alta. Todavía Lucy y Luke no me habían despreciado. Consideraba la posibilidad de hallar algún valor en mí y hablarlo con ellos. Pero esta idea me aterrorizaba. Si el cuerpo muere, te llega el descanso de ser insensible; si muere el alma, el dolor de la materia superviviente es mayor. No podía morir así. Mas si ya me había considerado muerto, no tenía nada que perder; podía intentarlo.
   Un nuevo pensamiento helado hizo que detuviera mis pasos, con alguna fortuna pues estuve a punto de darme de frente con algún aliso corpulento. Otro dolor que no había visto era notar las muchas veces que había hecho una promesa que no había podido cumplir. Me recordaba diciéndole a Olivia el 5 de octubre mientras me curaba los pies: “No me voy, Olivia. Ya no me voy de aquí…. Pero esta vez seré más firme: te aseguro que voy a quedarme.” Más tarde, la mañana del 11 de octubre, desayunando con Miguel en la hoguera, antes de que se fuera al aeropuerto: “Me verás, Miguel, te lo prometo. Sea como sea, a tu regreso me hallarás aquí.” Esa misma mañana le había dicho a Bruce: “En lo que dependa de mí, Bruce, yo ya no voy a irme.” Y acababa de decirle a John que no podría soportar otros dos meses sin ellos, de lo que se podría deducir que iba a regresar. Para que todas esas promesas no se quedaran en palabras vanas, para que en mi desesperación no vieran el enorme amor que les tenía como una mentira, quizá sólo me quedaba una alternativa: volver, dormir esa noche como pudiera, y con la luz del día decidir si me quedaban fuerzas para abrirles el corazón a Lucy y a Luke.
   El viento se volvía feroz, desollándome en gélidos látigos, inmisericorde y canalla. No recuerdo soledad mayor que la de aquellas horas, sin una sonrisa, sin un relato, sin un corazón que abrazar. Carecía de leña para encender una hoguera que, si no calentara, al menos alumbrara mi alma. Había considerado todas mis posibilidades. Pero sólo las había medido. Ahora tenía que ver si me decantaba por una de ellas.
   En alguna roca debieron tomar descanso mis pies, que no mis pensamientos, en algún calvero frío y sin luz había desembocado, cuando sentí que se movían las sombras y retumbaban los sonidos. Tal vez no estuviera solo. Alguien vagaba por azar o determinación en la misma maleza, hollando las mismas veredas que yo había pisado, acaso buscándome. Ese caminar cadencioso, incluso en la preocupación, urgentes y algo sobresaltados, por un segundo me hicieron temblar: parecían los pasos de Luke.

2 comentarios:

  1. El dolor del alma es frío…y Nike navega en las aguas del suicidio. Le cuenta a John que su madre murió de parto y, según sospecha, a los nueve días se suicidó su padre, que la amaba mucho. Pero, como bien le dice John: los dos que tú amas están vivos y deberías hablar con ellos. Pero Nike se niega en principio. Sale a dar su paseo tras prometerle a John que no optará por quitarse la vida. Por el camino: dolor, tribulaciones, dudas… Hasta que se sienta en una roca a decidir qué hacer con su vida y…de pronto le parece oír los pasos de Luke acercarse en la oscuridad…
    Así que…me voy corriendo a leer el 36.
    Inor

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  2. Cuando la muerte es el mayor de todos los peligros, se tiene esperanzas de vida; pero cuando se llega a conocer un peligro todavía más espantoso que la muerte, entonces tiene uno esperanzas de morirse. Y cuando el peligro es tan grande que la muerte misma se convierte en esperanza, entonces tenemos la desesperación como ausencia de todas las esperanzas, incluso la de poder morir

    Se dice que la desesperación es una enfermedad propia del espíritu, del yo, y reviste tres formas: La del desesperado que ignora poseer un yo, la del desesperado que no quiere ser sí mismo y la del desesperado que quiere ser sí mismo.

    El desesperado que ignora poseer un yo: El hombre es angustia: igual que nuestro cuerpo es agua, el alma es angustia en titilar constante, es fácil que se desborde. Nike al límite. Para Albert Camus: “El único acto importante que realizamos cada día es tomar la decisión de no suicidarnos”, de las decisiones que tiene que tomar Nike, el hombre ahora sin espíritu, vivir fue la única opción que su desesperación no contempló, John, el diálogo, el templado, el sabio, entiende la mirada del suicida, hace que Nike evoque en su herencia una reflexión, una enseñanza paterna, pondera diferentes decisiones, con Luke, con Lucy, con el resto, pero es aún más, es un amigo que tapona el sangrado de la desesperación y aunque Nike acaba con la costra de la desesperanza, recupera el espíritu, el yo, ahora hay que tomar otras decisiones, esas que solo dependen de sí mismo, nuestro juicioso gato de Cheshire (John) ya le ha puesto en el camino. (Esta conversación entre John y Nike muy recomendable releer cuando flaquea la vida).

    Alicia pregunta: “¿Qué camino debo seguir?. El gato de Cheshire contesta: “Eso depende de dónde quieres ir. Si no sabes a dónde quieres ir, entonces tampoco importa mucho el camino que tomes”.

    El desesperado que no quiere ser sí mismo: Tres decisiones y un dolor fluyen hacia la aliseda pasando como una sombra que deja atrás a sus compañeros, Nike tiene que reencontrase, los humores, las bilis negra y amarilla se habían desequilibrado, tiene que tomar decisiones. El hombre perdido entre los claros y los alisos acude a los destellos y remembranzas del tiempo compartido con sus compañeros, son breves y leves caricias en un platillo de la balanza; el hombre asustado de su miedo: cada pensamiento aún más indigno que el anterior le enfrenta a la herida de herir a los que ama, en el otro platillo que parece desequilibrar cualquier decisión justa, ¿volver a los oropeles, a la Thuban?, enseguida desechada, ahí no estaba Nike, ¿continuar de mendigo en la distancia? esa lejanía era una quimera, Y apareció el dolor, a cuantos de ellos les ha prometido que se quedaría y ahora se sentía incapaz de cumplir esa promesa. Nike no lo sabía, pero había vuelto a ser sí mismo.

    «¡Ah, qué valientemente trato de arrancar de los corazones de los demás lo que se ha prendido tan fuerte en el mío!». -Capitán Ahab-

    El desesperado que quiere ser sí mismo. "... caminar cadencioso, incluso en la preocupación, urgentes y algo sobresaltados, por un segundo me hicieron temblar: parecían los pasos de Luke". La última decisión de Nike parecía acercarse por entre las sombras, abrir su corazón a Luke y Lucy. Ahora curada la desesperación, solo quedaba la fría desesperanza en un Nike que, ya sí, quería ser sí mismo.

    Llevamos dos capítulos en los que la ternura, aun en el desespero, no abandona las grafías que nuestros ojos leen, es el espíritu de las palabras que pocas veces suele emanar, así, cuál perfume suave, casi esencia. Que difícil resulta escribir sobre la angustia humana sin caer en el melodrama, que difícil resulta hacer que el lector se integre en las decisiones y dolor del personaje sin despertar la condescendencia, que difícil es aprender una lección de vida como la que John nos deja, y toda esa dificultad que fácil se nos ha mostrado. El lector podrá experimentar muchos sentimientos en esta novela, pero nunca se sentirá solo.

    Pol

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