CAPÍTULO XV: ESCASEZ



   Un rayo amodorrado y despistado, que seguramente no me tenía por su objetivo, volvió a despertarme, invitándome a abrir los ojos al amanecer. Agosto ya era pan quemado que olía a semillas y a cereal. El olor del Kilmourne parecía llegar hasta mi lona e incluso el río, como mi vida, fermentaba. La tienda era un horno donde súbitamente me llamó la atención un pan inesperado. Al levantar las mantas observé que habían introducido un nuevo libro: Grandes Esperanzas. Tampoco había leído jamás a Dickens, pero conocía el argumento. Seguramente la habría visto en el cine. No lo abrí entonces porque el calor, ahora sí, ya venía para establecerse, y me sofocaba. Mentalmente, me había puesto la fecha del 6 de agosto para regresar, y ya los días se me escapaban de los dedos. Supe que los iba a echar mucho de menos y empecé a meditar como continuaría sin ellos. Pero a las 8 me vino el café y algo mucho más esperado: el rostro de Luke.

−“Buenos días, Nike” −me saludaba mientras buscaba dónde acomodarme el café. Por lo demás, la misma sonrisa, la misma ropa y el mismo olor me despertaron con más intensidad que la cafeína. Mientras apuraba la taza pensé si también sería, en lo esencial, el mismo Luke de dos días antes. Pero ya dormida la ingenuidad y despiertos los sentidos, no tuve fuerzas para oponerme a la certeza de que había entrado en mi vida para siempre. Y él parecía el mismo. O quizá más dispuesto a demostrarme que la amistad había sido el primer parto de esos días y que no moriría antes de llegar a niña.
−“Buenos días, Luke. Te levantas muy temprano.”
−“Sí. A Lucy y a mí nos gusta a veces despertarnos y mirar el amanecer. Tendrías que verlo: el primer fuego del día se mece al mismo son que sus cabellos rojizos. Luego ambos se separan. El astro de la vida vuelve los cielos amarillos; en su cabeza la hoguera se consume y las cenizas se vuelven tierra. Y ella dice que mis cabellos son el manto con el que el terreno se viste. Bueno, igual somos unos necios, pero no creo que deba disculparme ante ti.”
−“Por favor, Luke. Es una alegría para mí que expreses vuestro amor −dije con dolor. Y añadí inseguro−. Me gustaría conocer a tu mujer. Todos me la han nombrado.”
−“Antes que nada quiero excusarme −me confesó− por no haberme pasado ayer por tu tienda −todos hablaban ya de mi tienda. Y el propio Bruce participaba del uso de ese inapropiado posesivo−. Hoy hemos visto el amanecer, y ella se encuentra bien, pero ayer casi no me atreví a ir a la calle y dejarla sola. Vómitos frecuentes y apariencia de contracciones me hicieron pensar que al final nuestro hijo había preferido nacer en julio.”
−“Entonces, Luke, por favor, no la dejes sola. Kirsten o Paul vendrán a su hora, pero ella te reclama a su lado para que el bebé llegue sano. Yo no soy importante.”
−“No. No eres importante −me dijo con ironía, con una cara que delataba una opinión contraria−. Sólo eres mi nuevo amigo Nike.”


 
−Era muy tranquilizador oírle decir eso. Pero perdona, Protch, ¿qué hora es?
−Son las dos y media, Nike. Tú no me decías nada, pero yo ya te iba a avisar. Tienes que irte, ¿no? Supongo que no serviría de nada rogarte que te quedes a comer.
−Ten paciencia. Te aseguro que un día de estos me quedaré. Pero hoy no. Y se me hace tarde. Me tengo que ir a la calle.
−De acuerdo, Nike. Y tampoco te voy a retener. Pero déjame hacerte una pregunta. Esta ciudad no es lo bastante grande, te oí decir el primer día. Tal vez nos crucemos. ¿Qué crees que es lo más correcto para mí si de repente te veo en la Basílica o en algún otro lugar?
−Todas tus preguntas son pertinentes, incluso aquellas de las que sabes la respuesta. Pero haces bien en preguntarme. ¿Qué has de hacer? No creo que te gustara sentarte en el suelo, que tal vez esté aún mojado por la lluvia de los días anteriores, pero desde luego si quieres, puedes saludarme, quedarte a charlar, incluso abrazarme, lo que también me daría a mí la alegría de poder hacerlo. Pero sobre todo, ya sabes lo que no debes hacer, ¿verdad?
−Darte limosna.
−Exacto. Gracias por tu comprensión. Recogeré yo mismo el abrigo del vestíbulo, pero puedes acompañarme hasta allí. Hasta mañana, Protch.
   Al día siguiente llegué de nuevo sobre las 8 y ya me estaba esperando en el jardín. Antes de pasar al salón, me detuve unos segundos a contemplar a Júpiter, porque me pareció notar un detalle singular. Era otro delirio, pero aseguraría que sus ojos habían cambiado.
− ¿Qué te sucede? −me preguntó inesperadamente Protch.
−Debo estar volviéndome loco, pero estaría dispuesto a jurar que ahora me está mirando de otra forma. Estos primeros días me contemplaba con franca oposición. Ahora me está inspeccionando con curiosidad. Quizá desde aquí pueda oír mi relato. El salón está próximo y no sueles cerrar la puerta. Perdóname, Protch, pero debes pensar que estoy para que me encierren.
−Sientes las cosas de otra forma, Nike. Y al fin y al cabo Júpiter puede ser tu Dios-Destino. Todo lo ve; todo lo sabe. Ya ves que si tú deliras, yo no te voy a la zaga.
−Es cierto que es dios de dioses. En estos años he aprendido a reconocerlo en los cielos. Se ve tan grande como Venus, pero ésta está más cerca de la tierra.
−Cuando acabe tu historia, Nike, espero que sigas viniendo. Y que un día lo hagas de noche, o que me dejes acercarme a tu arrabal. Quiero aprender tus estrellas.
−No son mis estrellas, Protch, aunque es verdad que me regalaron dos. Es posible que me dé tiempo a contarte eso hoy. Anda, entremos.


 
   Era muy tranquilizador oírle decir eso. Como pude también le aseguré que seguía contando con mi amistad. Hasta entonces, quizá porque iba siendo el torpe aprendiz de la sangre no envenenada, sólo me había ocupado de aceptar lo que mi corazón ya veía. Y con nueva lucidez ese día ya estuve dispuesto a reconocer las cosas tal como se habían planteado. Luke era mendigo, pero su miseria me hablaba de felicidad extraída a las calles, conseguida a golpes de amor y esfuerzo; era hombre, pero mis estrenados latidos no sabían de exclusiones, no sabían que la serpiente pudo haber tentado a Adán con la belleza de Adán. Pero entonces comencé por primera vez a pensar que era un hombre enamorado de su mujer, un hombre casado al que nunca le faltó brío para expresarme su amor por ella; un hombre que iba a ser padre muy pronto, y que me hablaba de un horizonte feliz acompañando a su criatura:
−“Me estremezco al pensar que en unos días estaré escuchando sus balbuceos mientras me busca para reclamarme juegos o para que lo lleve a ver el río. Serán o nuestra emperatriz, si es niña, o nuestro pequeño rey, si nace niño. Pienso si se parecerá a su madre o si tendrá algo de mí; qué he de hacer para educarlo y apartarlo de mi camino de errores; si tendré tiempo de verlo crecer y estar junto a él cuando más falta le haría su padre.”
   No llegamos a hablar entonces del Vaticinio pero intuí que para Luke descifrarlo era vital, que la vida le podía jugar una mala pasada cuando más feliz era. Pero quise discernir que morir en plena felicidad era mejor que perecer lánguidamente sin horizontes. Él también lo acabaría descubriendo o mansamente resignándose. Y yo… no quería pensar en ello.
   A esa hora empecé a sospechar lo que sólo más tarde pude distinguir. Él era un hombre sereno, que había construido su felicidad junto a la mujer que amaba, esperando el fruto de ese amor que ya no tardaría. Y yo pensaba que para “levantar una oración de agradecimiento por su amistad” tenía que apartarme de todo pensamiento que no respetara su vida. Dolía saberlo ajeno, pero más dolería no tener su respeto. Desde esa hora tuve claras dos cosas: lo amaba, pero su amistad era más importante. Si la escasez son todos los hijos de la meretriz miseria, no tener a tu lado todo lo necesario, en ese momento una buena ducha o ropa nueva, también sería renunciar a lo indispensable. El amor no era urgente; la amistad era imprescindible y en mi pecho enamorado, desesperada necesidad.
   Interrumpió mi larga agonía para preguntarme:
−“Me gustaría que conocieras a mi mujer. Pero los demás ya hemos pasado todos por aquí. Quisiera saber sinceramente que piensas de nosotros.”
   Siempre me planteó cuestiones difíciles, pero no se construye una amistad tragándote tus opiniones, y aunque lo que pensaba podía coincidir con su propia visión, me obligaba a encontrar las palabras adecuadas para que no se sintiera ofendido. Mientras meditaba qué decir, le hice una pregunta:
−“¿Quieres saber mi opinión sobre los seis que he conocido, Luke?”
−“Sí, por favor.”
−“Pero ¿qué orden cronológico quieres que siga? ¿El vuestro? ¿O por el que yo os he ido conociendo?”
−“Desordenado también me valdría. Elige tú.”
−“Elijo entonces el vuestro. A ver, la señora Oakes me ha impresionado. No se la puede conocer y quedar indemne. El término señora le cuadra, pero es insuficiente. No sé si dama se le acerca. Tiene mucho sentido común, y habiéndola conocido os entiendo mejor a todos. Pero no sé, Luke. Ella disfraza su razón en medio de una bruma. Su luz es tan brillante que sabe que puede cegar, y entonces acaso se meta en la piel de  visionaria, para dar un sosiego en la oscuridad de sus palabras. Mas acaso te parezca todo un contrasentido.”
−“No puedo estar más de acuerdo contigo −aquella frase me alentó. Y era fácil: sólo tenía que ser sincero−. La has descrito perfectamente. Pero la luz cegada, la apariencia de oscuridad, la bruma. Todo eso tiene un nombre que va con ella, aunque no me entiendas. A eso se le llama penumbra. Vamos con Olivia.”
−“Es difícil describirla. Es todo bondad, y seguramente no sabe que es feliz: el viento se lo impide. Y hace años que parece estar a su merced, como si le sirviera. Perdóname, Luke, es tu suegra y acaso creas que no la he querido o que no he sabido interpretarla.”
−“Es difícil describirla. Es todo bondad. No sabe que es feliz. Bastan esas palabras para que conozcas que así veo yo también a mi madre política. El comienzo de su sendero fue el horror. Es complicado partir de ahí y alcanzar la felicidad y saberlo. Vas bastante bien, Nike. Y yo le debo además parte de mi felicidad, porque nunca se opuso, aquella noche de noviembre de mi Verôme, a que el antiguo calvo, que ella había podido contemplar en toda su monstruosidad, durmiera esa noche con su hija. No tengas temor, continúa.”
−“En tercer lugar va Lucy pero ya sabes que aún no he tenido el placer de conocerla. Vamos entonces con Bruce. Quiero que sepas, antes que nada, que lo he querido mucho, y que creo haber tenido la suerte de que él a mí también. Pero considero que no le ha sido fácil, y no porque tuviera enfrente a un capullo como yo. Me lo describieron como tímido pero yo no lo he visto así. Déjame un segundo para pensar: sí, verás, es como si durante años hubiera entregado su corazón a mucha gente que le ha hecho mucho daño. Y ahora parece ir con mucho más cuidado, seleccionando a quién está dispuesto a querer sin condiciones. Y yo me siento dichoso de que haya querido repartirme algo de todo lo bueno que tiene. Me temo que quererlo sin condiciones es recíproco, Luke. No sé cómo puedo hacerlo, pero siento que ya nunca querré apartarme de su camino. Aunque eso valdría para todos. No sé qué voy a hacer ahora.”
−“¡Dios −parecía realmente impresionado y me lanzó otra de sus sentencias favoritas−! Otra vez eres mi gemelo, Nike. Todo lo que me dices coincide con cómo los veo, pero además yo también pasé en su día por ahí. Para comprenderte, sólo tengo que recordarme. No sé si ves a mis compañeros tal como son, pero tu opinión coincide con la mía. Y lo que es más, coincide con la de Lucy. Realmente, tienes que conocerla. En fin, sigamos por orden. Vamos con Miguel.”
−“Bueno, lo he visto más veces, pero eso no hace que lo conozca mejor. Digamos que si John hizo el milagro, Miguel preparó el hechizo, y algunas frases que me ha dicho participan de la que ha sido para mí la misma ensoñación, una preparación mágica y sublime para acercarme a vosotros, no sé si sin prejuicios, pero al menos más dispuesto a quereros.”
−“Sobre John −continué, más animado por su tierna mirada− quizá juegue con ventaja, porque lo conocí hace años. Me ha salvado la vida y ahora me habla con simpatía. Pero supongo que él es así. Aquí he empezado a conocerlo en su nueva condición. No sólo no ha tenido en cuenta el pasado, y realmente no sé cómo agradecérselo, sino que no puedo deshacerme de la forma en que me miró cuando llegué. Es como si después de salvarme la vida, me hubiera rescatado otra vez.”
−“Nike… cuando pedí perdón a uno de los hombres a los que hice daño −me dijo−, éste no me lo concedió en ese instante. Después lo vi en numerosas ocasiones, y me miraba con hostilidad. Un día se me acercó para decirme que ya le había pedido perdón una vez, que no volviera a hacerlo, que ahora él tenía que pensar si podía otorgármelo. Sí, Nike −me confirmó como respondiéndome a la pregunta que nunca le hice−, finalmente me perdonó. Te quiero decir con esto que por lo que yo sé ya te has disculpado ante John y le has dado las gracias. Y él, como aquel hombre, Walter se llamaba, no querrá que te pases la vida haciendo las dos cosas. Pero si no te importa, me gustaría saber más sobre esa forma en que, según dices, te miró.”
   Le hablé de lo que había sido mi gran herida la primera noche. Le dije que la serpiente no había podido conmigo pero que los ojos de John mataron a Nicholas Siddeley, o que al menos lo habían puesto a dormir unos días. Con esa mirada no es que perdonara mi vida, sino que justificaba mis dardos venenosos al comprender de qué oscura fuente de soledades amargas venían. Le estaba contando a Luke que sus ojos fueron mi primer espejo en su arrabal, pero me callé de repente porque empecé a encontrarme mal. La reaparición del calor devolvía a su sitio mis últimas náuseas. Y en medio de la hoguera de agosto sentí frío. También era miedo a amar y no poder tener. Había vuelto a verlo, pero temblaba al saber que al aceptarlo había decidido apartarme respetuosamente de su luz. Fuera o no quimera, creía en la amistad como algo que podíamos construir. Tenía que hacer un esfuerzo, y sus siguientes palabras fueron un reto, pero ayudaron.
−“Bien, Nike, y ya sabes que después de John, vengo yo. Me gustaría sinceramente conocer tu opinión.”
−“¿En serio deseas que hable también de ti? ¿No te basta con saber que me gustaría, de verdad, contar con tu amistad?”
−“Amigos lo somos ya −parecía estar percibiendo mis temblores, y con su afirmación logró calmarme−, pero la verdadera amistad exige también crítica, si la hubiere. El amigo debe decirle al amigo lo bueno y lo malo, guiarlo por el norte, pero también por el sur de sus errores. Nada va a cambiar la buena opinión que tengo de mi amigo Nike.”
   Con esas palabras, ahora era yo quien tenía que devolvérselas, pero no sabía cómo podía tomarse mi opinión sobre una frase varias veces oída.
−“Déjame pensar, Luke. Porque además de mis propias deducciones, y al igual que todos me han elogiado a tu mujer, casi todos me han hablado de ti. Y para bien −y no pude dejar caer la última coletilla−, supongo.”
−“No pareces estar muy de acuerdo. Ánimo, Nike: ya no te meteré, al menos hoy, en más laberintos de difícil salida. La sinceridad es la casilla que suele conducir al fin del tablero. Decías que todos hablan bien de mí. Pero sólo lo supones. ¿Qué has querido decir”
−“Verás −creo que empecé a ruborizarme−, he oído al menos dos veces una frase sobre ti: Luke es adorable.”
−“Me la suelen decir a menudo. ¿Y no te ha parecido bien?” −en ese momento me miraba con franca curiosidad, pero con cierta ironía, como si a él no le gustara tampoco demasiado el dicho.
−“Es, en apariencia, una frase elogiosa −ya tenía que continuar por el callejón en que me había metido, buscando afanosamente una salida que no sabía si habría−. Pero a mí me ha parecido que te rebaja. No sé cómo puedo atreverme a decirte esto. Es como si tus compañeros no te conocieran o quisieran cerrar los ojos a lo que están viendo −me miraba con curiosidad, pero sin hostilidad. Y yo, ya no podía retroceder−. De algún modo te otorga poco conocimiento, te infantiliza, digamos que no te hace verdadera justicia. Eres un hombre ya formado, sólido, de juicio claro. En fin, Luke, perdóname si te he ofendido.”
−“No me has ofendido. Eres mi gemelo, Nike. Porque es cierto que me ven así. Como si la evolución de un hijo de puta tuviera que pasar a ser el balbuceo de un infante. Y puede que haya algo de eso. No soy quien para juzgar esta imagen. Pero sí te puedo decir que Lucy me ve como tú me has visto, y que otra vez mi opinión coincide con la tuya. En mis primeros días aquí todo me impresionaba, todas sus palabras eran lecciones y debí darles la impresión de que era un recolector de deidades, un idólatra, que ayer era un calvo, hoy soy mendigo y mañana puedo ser, ¿qué sé yo?, monje tibetano. Pero ¿qué piensas tú?”
−“No puedo imaginarte como monje tibetano −le dije divertido−. Creo que has llegado a una tierra fértil y que aquí has construido tu hogar y tus creencias. Y si se posee una casa, amigos, una mujer que te ama y un hijo por venir, toda esta arcilla es fe y se vuelve sólida. Y cuando se tiene una religión tan concreta, los ídolos molestan y se van por el albañal de las estéticas innecesarias. Éste ya es tu suelo, Luke.”
−“¡Dios −exclamó realmente conmovido−! Hace dos días creías que no tenías corazón y tu sangre ardiente, amigo mío, purifica y erige altares a la amistad. Nunca más tengas miedo de opinar. No tengas miedo de tu corazón, Nike. Su líquido rojo no navega en aguas procelosas. Va nadando sin hacerse notar desde la estéril penumbra a una bóveda de cielos claros, rasos de prejuicios. Y si la sangre te da noticias que no esperabas, déjala que nade al compás de tus latidos −más de una vez me pregunté si aquellas palabras no tendrían un doble sentido−. Nunca tengas miedo de tu corazón. Lo estás estrenando con armónicos acordes.”
   Para mí el rapsoda del estío sereno, de las noches de fuego claro de las lejanas estrellas, lumbre de mi claroscuro. Nunca temió expresarse con todo lo que había aprendido, neófito navegante por aguas cristalinas. En mi cara debió reflejarse una duda que ya estaba amortiguada, pero que había sido pujante en anteriores días, porque súbitamente me dijo:
−“No soy analfabeto, Nike.”
   Ahora mi rostro era un verdadero temblor, aterrado de que a él hubiera podido molestarle que yo creyera semejante cosa.
−“No temas. Sé que no lo piensas ahora. Pero has podido planteártelo. Estoy seguro de que no es tu caso, y si me lo permites, yo sólo te quiero informar. Mucha gente tiene extrañas ideas sobre los mendigos, creen que somos todos de las mismas características, pero a esta calle, Nike, llega gente de todos los barrios; también de los más prósperos o cultos; he visto alguna vez incluso a algún antiguo profesor de universidad. Hay de todo, ya ves. En cuanto a nosotros, cada uno somos hijo de nuestras circunstancias, pero te diría con certeza que a los siete nos gusta mucho leer; o quizá hayas visto en Bruce que leer no le apasiona, el único de nosotros, pero sí estar informado.”
−“En cuanto a mí, ya sabes que amo a mi mujer, que a Olivia le debo el sosiego de la costa donde Lucy y yo navegamos, que Miguel fue el maestro que me enseñó a atesorar los nuevos cuadernos donde fui anotando sus enseñanzas. La señora Oakes ha sido como la amable abuela que en vez de regañarte te muestra el camino recto con su sendero labrado en oro para todos; Bruce es el hombre leal del que me gustaría ser más amigo aún. Tengo mucho que aprender de él. En John he visto cómo la fidelidad a lo que se es, cuando se es hermoso, tiene un farol que alumbra el sendero poco iluminado, pero luego ardiente, de la amistad. Nike, ya has hablado de nosotros uno por uno, pero ¿cómo nos ves a todos como conjunto?”
−“Aún me falta una pieza para encajar todo el puzzle, Luke. Pero déjame atreverme a decir −introduje para ganar tiempo− que veo que has nombrado a los siete en otro orden cronológico. Pero seguramente éste no es inflexible −con una mirada me lo confirmó−, y puedan ir en otra secuencia, así como mi orden cronológico ha sido John, Miguel, tú, la señora Oakes, Olivia, Bruce, y espero que algún día tu mujer.”
−“Así es. Lucy, Olivia y Miguel hicieron, según tus palabras, el hechizo con el que el calvo fue transformándose en una sola noche. A los otros tres sí los he nombrado en su orden cronológico. Y tú puedes seguir nuestro orden, el tuyo, o desordenarnos.”
−“Mientras esté aquí, Luke, respetaré vuestro orden. Y si por descuido lo altero, llámame la atención. ¿Cómo os veo en conjunto? Esa era tu pregunta. Sin conoceros aún a todos, yo diría que un solo diente que se desprendiera de la cadena, rompería el engranaje. Es una tontería, pero yo diría que sois uno por uno, pero que sois un siete. Y yo he venido a caer −dije con la voz rota− en el mejor de los enjambres posibles. Aquí he sido alimentado y querido: siento que estoy en casa.”
−“Ten cuidado, mi querido hermano. Porque esas últimas palabras las dijo John en su día. Y tiempo después las dije yo. Y ya sabes a donde conducen −así que parte de mi historia ya estaba escrita. Pero no tuve miedo todavía. Fantaseé en qué habría pasado si mi vida hubiera sido otra y hubiera acabado allí, en paz, con tantos rostros ya queridos. Pero mi vida era otra. Sentí una ráfaga de frío−. Siempre, siempre mi gemelo.”
−“Así que vuestras esperanzas están puestas en vuestro mágico siete −todavía no había oído hablar del ocho, excepto en un murmullo de la señora Oakes que no estaba seguro de haber entendido−, en la amistad, que ilumina vuestro presente y vuestro futuro, en el amor, la libertad y el mutuo respeto, en la cuna de vuestro retoño que va a nacer tan pronto… por cierto, Luke, ¿tenéis una cuna para vuestro hijo?”
−“Sí, Nike. Mi hermano la ha encargado a unos carpinteros amigos de mi abuelo materno, quien en su día a mí me hizo una cuna de madera. Ya la he visto. Un pequeño moisés que cabrá en nuestra tienda con un reducido dosel con tul. Me gustó más así para que no duerma entre barrotes. Que nazca en nuestra libertad y más tarde escoja cualquier camino; siempre que no sea indigno, como el que un día eligió su padre. Bien, Nike, veo en tu rostro que respetas las decisiones que hemos tomado Lucy y yo y que no todo el mundo ha entendido. Y sobre los siete, has hablado de nuestras esperanzas, ¿algo qué decir sobre nuestras desventuras?”
−“Diré entonces que toda vida tiene desventuras, pero que las vuestras están aromatizadas por una labor constante de cada uno hacia todos. Bruce me habló, una de sus muchas enseñanzas, de que buscaba también alimento por si a alguno os faltaba. Cuando la amistad es sólida, no hay desdicha. Me da la impresión −me aventuré− de que todos, y no sólo tú, lo habéis elegido. O algunos, al menos.”
−“Lo hemos elegido los últimos tres. Y de ahora en adelante si tengo necesidad de buscar un oráculo para saber quiénes somos, consultaré a mi hermano Nike. Cree en tu orientación: no sueles errar.”
   Pero súbitamente mi aguja erró en el momento más imperdonable. El temor a extraviar su amistad, el sabor a hiel de no ser uno de ellos, el pensamiento de que podía perder su respeto en el momento en que conociera a su mujer y me traicionara, si no me había traicionado ya con él, el horno prematuro de aquel agosto inaudito en la ciudad… todo eso junto hizo arder las paredes de mis debilidades y el volcán de mis mareas, aparentemente dormidas, erupcionó sin avisar, dejándome en la boca un amargo recuerdo a whisky. Una última arcada me sacudió sin tiempo de llegar a la palangana, manchándome apenas, rozando débilmente las mantas entre las cuales yacía, mas dejando un rastro de imperdonable suciedad en la camisa de Luke. Súbitamente me sentí asqueado y aterrado. Era como pagar su amistad sincera con un río de ignominia. Ése fue mi último malestar y, a partir de entonces, mi salud volvía y se apoderaba de mí. Pero sólo sería válida cuando pudiera esconder a ese muerto avergonzado en el que me transformé en aquellos segundos.
   Pero él me miraba amistosamente y quitándole hierro a lo que acababa de pasar.
−“Luke −le pregunté, más muerto que vivo−, ¿tienes más camisas?”
−“Tranquilízate, amigo mío −más que nunca insistía en llamarme amigo en aquellos momentos−. Tengo dos más. Voy a por otra. Espérame aquí. Porque también he de limpiarte.”
   Ahora sé que, tras pasarse por su tienda, se marchó al río. Ese cuarto de hora en que estuvo afuera fue para mí un lento suplicio, y ya no era sólo su ausencia. Podía vivir sin su amor, pero no sin su amistad, y yo acababa de cruzar la línea que separa el respeto de lo indecoroso. Fue la primera vez, pero no la última, que pensé que para él conocerme sería una mancha.
   Al fin regresó con una camisa amarilla, o tal vez blanca que, de sucia, amarilleaba. Pero no la tenía puesta aún y retornó a la tienda de Bruce en su simpatía y su desnudez. Y yo… brújula sin aguja imantada posé los ojos en su tierra despoblada, en su pecho palimpsesto donde se podía leer la información que mi mente iletrada buscaba sobre él. Quería saber sobre su vida; no fue el arrebato de un deseo. Pero mientras él me hablaba del arrabal, llamándole tiernamente el “campamento”, me pregunté qué estaría pensando sobre mí en esos momentos. Campamento… ya los había imaginado como algo hippies, y quizá se vieran así: bohemios que acampaban. Sus bellas palabras no negaban realidades; iluminaban su universo con otras luces para que no se pudiera ver tan sólo a la pérfida miseria, sino también a su hija bastarda, la belleza. Así, se refugiaban en sus tiendas y  junto a corazones epicúreos se establecían y, ya fuera una forma de vida permanente o temporal, bajo las lonas sus pies reposaban del cansancio. Pero tímidamente me puse a leer en lo que veía.
    Su pecho era un pergamino de dos lecturas, donde las primeras inspiraciones se superponían en un nuevo índice que no tenía un final claro, donde aún se podía escribir. Era un mapa que sólo mostraba dos países. Y luego estaba la frontera. El país viejo me hablaba de una historia de guerras intestinas, amargas, vanas, pueriles, sacudido su territorio por enmohecidas cicatrices, heridas y viejos estigmas de violentas pasiones y estériles reyertas. Mas éstas eran fronterizas con un territorio más legible y lozano, de un tiempo feraz en el amable terruño donde, menos pulcro el cuerpo, más limpia el alma, había habitado, estremecido fénix que había convertido sus cenizas en aguas donde lavar su camino de iniquidades. Así, el país nuevo se adivinaba en sus vetustas cordilleras. Y en medio un Kilmourne de miseria creadora que regurgitaba barros constructores de amores, amistades y fes, de libertades y arcanos que suplían el hambre y la escasez con bisoños demiurgos de nuevas esperanzas. Viejos espantos y estrenados horizontes con los que construir límpidamente la paternidad que asumía entregar a los pocos días a un retoño que naciera orgulloso en su nuevo país, el que ya era el territorio donde su padre había decidido establecerse.
   Mi torpe lectura sólo me llevó cinco minutos, al final de los cuales se vistió. Y parecía satisfecho de lo que había visto en mí. Pero yo, que ya había tenido el temor a delatarme, a partir de entonces tuve casi la seguridad de haberlo hecho, y sólo podía rogar al sacerdote que levantaba el cáliz de la vida que él no me hubiera podido leer.
    De algún lugar se había traído una esponja y una toalla con motivos infantiles que adiviné sería parte de la dote de su futuro hijo; y la había humedecido en el río. Con ella limpió las mantas y se disponía a lavar lo poco que a mí me había alcanzado, unos átomos insignificantes en la cintura. La amistad sonreía cándida en su ternura. Pero lo interrumpí:
−“Luke, por favor −le dije abochornado−, eso, al menos, puedo hacerlo yo. No sé si puedo andar o si podría acompañaros en muchas de vuestras labores o fatigas. Pero soy capaz de lavarme, y no quiero parecer un señorito de los mendigos.”
−“Ni de lejos me lo recuerdas. Pero hace dos días hablamos de amistad y estoy seguro de que tú harías lo mismo por mí. En este juego de dos, el primer turno ha sido para mí. Si realmente me ves como a un amigo, no puedes impedírmelo.”
   Y yo no podía oponerme. Sólo me quedaba aceptar que los siguientes turnos serían para mí, o acaso el primer movimiento en este ajedrez ya lo estaba haciendo: retirarme del amor y refugiarme en su amistad. Me lo imaginaba caminando feliz junto a su hijo, devolviendo la sonrisa al amor de su mujer. Quizá yo debiera conocerla. Quizá debería quererla, pero ¿era esto posible? Al menos quererla por él. Entretanto, un mendigo sucio me estaba limpiando, y su ternura se tornaba fotografía, una más tomada en aquellos días que completaron mi álbum. Y a aquella escasez, como un movimiento sísmico, llegó la plenitud.
−“Ya está −me dijo−. Ya están limpios nuestros cuerpos pero seguramente no será tan fácil borrarlo de tus recuerdos. Hoy me puedo quedar más tiempo. Ni Olivia ni yo iremos a la calle en tanto no nazcan Kirsten o Paul. La señora Oakes se encargará de su parte y la de Lucy, y Bruce, Miguel y John de la tuya y de la mía.”
−“Ah −dije por primera vez. Solía lanzarle esta interjección como anatema contra la escasez de sus vidas. Apretaba la mandíbula haciendo fuerza, por no lanzar una maldición al mundo por no haber sentado las condiciones para que un padre pudiera esperar cómodamente la llegada de su hijo. Pero se quedaba más tiempo y de algo teníamos que hablar. Así que pregunté −: ¿has tenido algún reproche por haberte saltado hace dos días el orden cronológico?”
−“¿Eso también te ha estado preocupando? −inquirió−: pues verás. Alguna pregunta me hicieron entre miradas reprensivas. Pero cuando conté que te había oído gritar y entré, parecieron entenderme” −no se lo veía, con todo, muy tranquilo.
−“Pero otras son mis preocupaciones −y al notar mi desasosiego añadió−. El parto, desde luego, y algún que otro pensamiento funesto.”
−“¿Estás pensando en el Vaticinio?” −me aventuré.
−“No sabía que lo conocieras.”
−“Bruce me lo ha contado −le dije−, también inquieto. “Primero Bruce, después Luke y luego yo”. Eso dijo la Señora Oakes, ¿no?”
−“Esas son sus palabras, Nike. Y ella no suele fallar. Bruce parece haber encontrado cierto consuelo. Yo… me temo que todavía no.”
−“No sé si la señora Oakes suele fallar, pero yo, que seguramente sólo esté de paso, no puedo sentirme más desdichado. Hace muy poco que os conozco pero he aprendido a quereros mucho, a los tres. Luke… a Bruce y a ti se os ve jóvenes, sanos y robustos. Y a la señora Oakes se la ve fuerte y valiente. Y yo… no puedo creerlo. Algo pasará pero igual las palabras no han sido correctamente interpretadas.”
−“Una vez más Lucy piensa como tú. Y mi mujer también es, digamos, muy capaz de ver. Y no está asustada. No cree que nos pase nada. Veremos quién tiene razón. Con tal de que llegue a ver a mi hijo. Pero a mí me gustaría acompañarlo, al menos, la mitad de su jornada. Pero eso me recuerda que quiero ver cómo está Lucy. Me voy, Nike, pero espero volver hoy mismo otra vez, si ella no ha empeorado. En todo caso, vendré a darte noticias. Hablaré con mi madre política para que venga a verte también.”
   Había llegado en los días más inoportunos. Y bastante tenían con el parto para pensar en mi hambre. Pero no quiero ser injusto. Al cabo de media hora entró Olivia con media tarta de ciruelas y una gran hogaza de pan para saciar mi hambre a cualquier hora. A pesar de los pesares, se cuidaban de mí al detalle. En esa media hora había aparcado temporalmente Moby Dick y había comenzado Grandes Esperanzas. Olivia me halló cuando acababa de ser presentada Estella:
−“He sido yo quien te lo ha introducido esta mañana, Nike. Me levanto muy temprano y todavía estabas dormido. Grandes Esperanzas lo vi en el Ejército de Salvación y hacía años que quería leerlo, después de haber leído David Copperfield e Historia de dos ciudades. Y tenía mucha curiosidad por este libro donde la protagonista se llama como la madre de mi señora. Esta tienda es la que tiene más horas de claridad y pensé que, sin duda Grandes Esperanzas resultaría más ameno, Nike. La luz ayudará; no estarás solo.
   Mientras Olivia recitaba, escuchándola, novicio observaba:
−“Muchacho impresionante, Pip: admirador devoto, rendido enamorado de Estella. Gracias, Olivia; esta novela me va a entretener. Pero antes que nada, ¿cómo está tu hija?”
−“Hoy parece que está bastante bien, pero es algo rebelde. A Luke y a mí nos cuesta convencerla de que lo mejor es quedarse en su tienda. No es buena convaleciente y argumenta, seguramente con razón, que caminando fortalece su salud, y por tanto, la de la criatura que lleva dentro. Y me quiere persuadir de que su salud psicológica también beneficiará a mi nieta. En fin, Nike, espero que comprendas que las circunstancias no son las mejores para que me quede más tiempo. Sólo quería traerte algo de comer. Pronto volverán todos y habrá alguien más por aquí.”
   La tranquilicé y le dije que lo comprendía. Que yo podía estar solo, pero que su nieta, como ella decía, no. Que esperaba recuperarme pronto y salir también a caminar un poco. De hecho la acompañé hasta la puerta. Bruce ya estaba por allí, y Luke parecía llevar agua desde el río hasta su tienda, supuse, la tienda central, casi enfrente de la mía, la de Bruce.
   Pasé una hora leyendo y Pip continuaba acudiendo a casa de Miss Havisham, y Estella y ella seguían jugando con sus sentimientos. Esta novela me estaba enganchando. Todo, hasta lo que leía, me hablaba de amores imposibles. Me detenía a reflexionar en qué podíamos parecernos Pip y yo cuando alguien entraba en la tienda. Era Miguel.
   Me dijo que me notaba mejor color y me preguntó si ya había encontrado a Nike y que si había conseguido gustarme.
−“No del todo, Miguel. Mi problema sigue siendo que no sé quién soy. Y no puedo olvidarme de las palabras que me dijiste noches atrás. Sé que me he dejado seducir por la ambición; y que no sé qué nombre poner a algunos de los diablos que me tientan. “El hombre libre prefiere quedar desnudo de todo lo que lo ate y comenzar sin nada.”, creo que fueron tus palabras. Y ahora mismo no sé de qué estoy vestido o si estoy desnudo. O desnudándome. Tendré que meditar mucho más.”
−“Puede ser. Pero no dejes que tus reflexiones te conduzcan a la miseria. Ni hagas mucho caso de mis palabras. Piensa mejor en quién quieres ser, y si no encuentras las causas, como yo nunca las encontré, medita solamente sobre el camino que te gustaría seguir y no en el que has caminado. Pensar en el pasado mil veces es estéril. Sólo tu presente te conducirá a cualquier futuro que elijas. O no reflexiones y deja que hable tu corazón. Su sangre sabrá encontrar la vía.”
   Miguel ya creía que yo seguiría el mismo camino que él, que John y que Luke y en ese momento tenía mucha confianza en mí. Sólo el tiempo diría si tuvo razón o se equivocó, o quizá un poco de cada cosa.
   Luke volvió bastante entrada la tarde, y me confirmó lo que me había dicho Olivia: Lucy estaba bien, pero no quería permanecer a solas en su tienda todo el día. Posiblemente fuera insensato, pero acabé simpatizando con ella. Me traía un nuevo bocadillo, pero tenía comida suficiente y así se lo hice saber.
−“Cógelo de todos modos −me recomendó− por si acaso los días se volvieran escasos, ahora que estamos tres inactivos −y bruscamente cambió de tema−: Nike, perdóname, pero ¿tú cómo te llamas?
   Comprendí que acaso John le habría estado contando algo sobre mi nombre o sobre mi vida. Quería ser yo quien le contara algo más:
−“Me gustaría que mi único nombre fuera Nike. Pero me llamo Nicholas Martin Siddeley −me callé aguardando la réplica inevitable, pero no dijo nada−. Es un alivio, Luke. No me entenderás, pero casi toda mi vida, una vez que decía mi nombre, siempre me añadían la coletilla: uno de los Siddeley de Gloucestershire, claro.”
−“Quizá deba pedir perdón yo, pero no sé quiénes son los Siddeley de Gloucestershire.”
−“Acaso alguna vez −dije dubitativamente, mirando sus andrajos− hayas llevado un jersey de lana Siddeley −y añadí, viendo que se le había hecho la luz−. Sí, Luke, soy de esos Siddeley. Y lo que es más, ahora toda esa industria es parte de mi heredad.”
   Me habían legado soledad de lana y arrogancia con que abrocharme el vacío, una cuna de ambición y un desierto de amarguras inexplicadas. Afortunadamente, Luke no insistió y no volvimos a ese viejo aprisco. Yo languidecía en mis réditos pecuarios y él me hablaba de sus esperanzas para el viaje que estaba a punto de iniciar. En sus maletas sólo había cargado amor y responsabilidad, y las cerraba con un broche de cálidos arrullos. Yo lo escuchaba tiernamente y casi sentía con él la llegada del fruto de su amor. Y finalmente se fue, cuando aquel agosto fecundo cerraba las taquillas de su primer día. Y para que mi soledad no fuera escasez, me solacé con la hogaza dorada de su recuerdo. Ese día ya no pude leer. Ni yo era Pip ni mi vida tenía grandes esperanzas. Me había de conformar con dormir el sueño intranquilo de mis primeros días de navegación sobria. Cerré los ojos hasta la claridad de un 2 de agosto en el que había de parir nuevos ríos.

3 comentarios:

  1. No le falta sino lucy, sera que la conocerá con su retoño.

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  2. Siguen desfilando los mendigos, los compañeros, los amigos por delante de sus ojos para hacerle ver a Nike que la verdadera escasez está en su vida anterior a encontrarlos, a la vida que -al parecer, volverá en breve... Su verôme se hace esperar y, sin embargo, ahí está de mendigo narrador ante su querido Protch... Eso nos da certeza: su verôme también llegará, aunque se haga esperar.
    Además, elegir la amistad y sofocar el amor. No queda otra, en medio de siete amigos a los que se quiere por encima de todo y cuya armonía no se desea romper.
    Y junto con todo ello, el extraño vaticinio de la Señora Oakes que no sabemos bien qué nos deparará...
    Hay que seguir leyendo...
    Inor

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  3. GLIFOS

    El hombre nada adquiere jamás. Ni su ternura. Ni su amor, ni su fuerza. No hay amor que no aflija al par que desespera. No hay amor que no se halle mezclado a su dolor. No hay amor que no hiera. No hay amor que no viva de lágrimas y espera. No hay ningún amor feliz. Pero este es nuestro amor. (extracto poema Louis Aragon)

    Todo tiene un porque, un motivo, y como siempre nos tocará conocerlo a lo largo del relato. Se vuelve a rizar el rizo, Nike es requerido para que exprese su opinión sobre sus, aun, casi compañeros, una primera impresión de los días de acogimiento que pasa con ellos que es necesaria y complementa las opiniones que como narrador ha ido ofreciendo hasta ahora. Nada es repetitivo, todo es, y vuelvo a decir, atrayente por lo novedoso.

    El deseo es el deseo del otro. Hablamos del sensual romanticismo del que dota el autor a sus personajes, el caso más patente el de Nike hacia Luke, es tan difícil dibujar en letras los disimulados deseos, como describir una mirada que se esconde y desnuda al otro, o la fijación de esa misma vista en el cuerpo deseado (Luke sin camisa, tan bien trazado en la observación como un atlas que enturbia la claridad de Nike), quizás ese momento es la antesala a un erotismo latente cuando estas dos criaturas aparecen. Quizás por lo dicho un lector cautivo por la narración entienda también el metalenguaje de los deseos.

    Como siempre una descripción de las acciones de sus personajes desde sus caras más sinceras, esas que no pueden desdecirse, esas que los retratan por dentro. La fidelidad con la que son trazados queda constituida como una potente herramienta narrativa, manteniendo en todo momento el control de la misma. El dibujo de cada pequeño detalle de estas criaturas, sus acciones, descripciones, ambiente, reflexiones e incluso breves semblanzas que el narrador, personaje dentro de la historia, desliza de ellos, alimenta la imagen que se forma el lector, conducido suavemente a través de este quehacer narrativo.

    El autor no se entretiene en plasmar acciones cotidianas o vacías de sus personajes, sino más bien al contrario, para que el lector complete el perfil psicológico del mismo. Ya de por sí como lector espero encontrarme en largos diálogos y reflexiones entre Luke y Nike, aunque también con Bruce la espera es deseada.

    Lo que se observa es que el personaje ha tomado ya en la mente del escritor suficiente entidad e identidad, sus acciones (conocidas o por conocer) probablemente están saliendo de los dedos del escritor con la impronta que le ha concedido al personaje en su imaginación, por lo que sí o sí, contribuyen a definirlos psicológicamente.

    Acabando quisiera puntualizar: he hablado de erotismo y deseo, que más bien son unas muy sutiles pinceladas, no patentes, pero que se evaporan del diálogo y la trama que gira en torno a la existencia humana derivada de su esencia. No obstante creo que estas sutiles pinceladas (erotismo y deseo) crean o conducen al lector a sentirlas como sugeridas, intuyendo, si no lo hace más adelante en esta historia, que el autor también podría recorrer este camino de una forma elegante y cálida basada en la experiencia humana. Aunque lo del romanticismo se me antoja más lejano pero no imposible.

    No me dio tiempo para Olivia su tarta de ciruelas y sus "Grandes esperanzas", ni de Miguel templando el candente hierro de las reflexiones de Nike, un fin de capítulo excepcional, aunque tiendo a creer que el motivo de VERÔME de Nike será de un impacto brutal en la historia, su libertad, por lo tanto, será ejercida desde la responsabilidad individual, que derivara en una ética sólida aunque independiente de un imaginario previo.

    Pol

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