Un país no puede ser tan sólo un pedazo de tierra enmarcado de
fronteras, un ejército imperial que las defienda, una bandera sin alma ondeando
trivialmente con colores, líneas o dibujos en el paño. A un territorio hay que
sumarle apego por sus vientos y sus surcos, seres de sangre y corazón,
pobladores de una Historia que, se muestre a veces vestidura heroica, a veces
jubón sangriento, entrelace en la misma tela fracasos y esperanzas. Ellos
tenían sus leyes serenas, sin severidad ni rigor; gobernaban su tierra
considerando los hitos cambiantes de su fortuna, con aprecio siempre a la
libertad, la belleza y la amistad.
En todas estas cosas pensaba mientras aguardaba ilusionado la hora de
volver a verlos, y removía mis armarios en busca de un atuendo que, si no
apropiado para la calle, al menos no fuera demasiado ostentoso. No estaba muy
seguro además de qué ponerme de cintura para arriba o de si debía sacar un
paraguas. Al final encontré un jersey claro que vestir sobre una camisa
amarilla y un pantalón no demasiado llamativo de color azul apagado que,
oportunas o no, fueron mis primeras ropas en la calle. Me acordé también de
dejar la billetera en casa. Sea como fuera, tanto si conseguía cenar como si
no, quería salir sin ningún dinero encima. Ya estaba en el jardín cuando volví
a entrar al recordar el libro que John me había prestado en verano. Éste era el
día adecuado para devolvérselo. Y en la segunda salida, enfilé decididamente
Castle Road sabiendo con seguridad, esta vez sí, que no tardaría en llegar al
fin al Arrabal de la Mano Cortada.
−“Así que no tardará en llegar −Luke
había aprovechado este tiempo en que yo había acudido a Deanforest para
terminar de contar su historia en el campamento, resumiéndoles nuestra
conversación sin traicionar mis más profundos sentimientos o reproches,
refiriéndoles mi doble intención de acudir a verlos e ir después con él a la
calle−, y creo que se ha ganado que, cuando lo veamos subir hasta aquí, tenga
un gran recibimiento.”
−“Todos lo abrazaremos con afecto,
Luke −le decía Miguel mirándolo a los ojos−. He dudado antes. No me importa
admitir que me equivoqué. Pero todavía me mantengo algo escéptico y no sé si vendrá.
¿Por qué hoy sí y estos dos meses no?”
−“Nos quiere mucho, Miguel.”
−“¿Nos quiere mucho en octubre y no
nos quería tanto en agosto y septiembre? Vamos, Luke. Comprendo que no se le
pueda reprochar nada, que siempre lo recordaremos afectuosamente y que es
verdad que los días que estuvo aquí, él no fue un visitante más. Perdóname,
tengo de él un grato recuerdo, es cierto, pero yo no estoy tan seguro de que
vaya a verlo hoy. Y no sé si en su caso influirá, pero es un Siddeley.”
−“Te aseguro, Miguel, que esa es la
última circunstancia en que está pensando Nike −intervino entonces la señora
Oakes−. No puede venir −y mirándome a los ojos−. Algo se lo impide.”
−“¿Algo se lo impide? Ha tenido
tiempo de sobra.”
−“Hay razones muy diferentes al
tiempo. Tú no las puedes comprender porque no conoces sus circunstancias
personales. Créeme, Miguel. Nike ha querido venir, pero no ha podido.”
−“Yo creo que la señora Oakes tiene
razón −interpuso Luke−. Tiempo tenía. La distancia es corta. Pero no podía
venir a vernos. Te lo puedo asegurar.”
−“Vosotros dos parecéis saber de qué
estáis hablando. ¿No nos podríais iluminar?”
−“Miguel −intervino entonces John−,
hazles caso.”
Y éste lo miraba con dudas renovadas, mirando a su pareja recordando que
se habían pasado dos meses en la misma contienda.
−“¿Es que tú sabes algo?”
−“Yo no sé nada. No quiero saber
nada.” −Miguel parecía aun más intranquilo con esta respuesta de su gemelo.
−“El tiempo de que volvamos a verlo
se acerca −habló Lucy−. Nike vendrá. Vistamos todos nuestra mejor sonrisa. Sólo
tenemos que devolverle la amistad que él nos quiere regalar. Vamos, Miguel. No
te va a costar nada. Ya has reconocido que le tienes simpatía. Dale un fuerte
abrazo a Nike cuando llegue. Pero venir, vendrá. Ahora ya no puede hacer otra cosa.”
Hasta entonces no habían intervenido ni Olivia ni Bruce. Aquélla se
encontraba tan ocupada en calmar un nuevo llanto inesperado de su nieto que oía
como podía pero no hablaba. Éste sin embargo habló entonces.
−“Nunca pensé el día que se fue que
ya no lo vería más. Sé que vendrá, pero tú quieres, Luke, que le demos nuestro
mejor abrazo. Y cuando lo vea, me temo que mis ojos van a ser un grifo.”
−“También se puede dar a alguien la
bienvenida con lágrimas, Bruce. Nike las agradecerá.”
−“Parecéis todos de acuerdo en que
vendrá −dijo Miguel−. Está bien. Ya me he equivocado una vez y puede ser que me
vuelva a equivocar. Tiempo al tiempo. Pero por mucho afecto que le tengáis,
afecto que comparto, no puedo participar de la misma fe. No soy capaz de imaginármelo
en la calle. Creo que si viene, si de verdad viene, algo lo retendrá aquí o
dará la vuelta. Pero no puede ir tan lejos.”
−“Por suerte o por desgracia
−hablaba de nuevo la señora Oakes−, cuando nos conoció fuimos para él religión.
Y más tarde o más temprano ha de querer bautizarse en nuestros códigos e
indignidades. De estas últimas conoció casi todas sin una sola queja, no os
olvidéis de esto. Y él no sabrá qué hacer con su vida hasta que no tenga toda
la información.”
−“Las cuatro y cinco −dijo Miguel
con rotundidad−. Ya debería estar aquí.”
−“Ida y vuelta a Newchapel andando
−dijo Luke−, sin contar el tiempo que haya perdido buscando cosas en el
interior de Deanforest, calculad… pero debe de estar a punto de llegar. Además
en The Silversmith no hemos pedido
postre. Quizá se haya parado a tomar algún café. Le puede hacer falta.”
A esas últimas palabras, le siguió una espera silenciosa y tensa. Todos
deseaban verme aparecer pronto por alguna esquina, o acaso temían llevarse una
nueva decepción. Miraban al norte con el rostro indeciso entre el anhelo y el
desencanto. Sentados junto a la tienda de Bruce, éste, quizá el más
acostumbrado a otear los contornos de su geografía, señaló trémulo a la
dirección del norte.
−“Ahí está Nike −gritó alborozado−.
Viene por Millers’ Lane.”
Los vi cuando ya estaba tan cerca que solo tenía que subir la pendiente
y besarlos. El terreno ya no era la moza despreocupada que se acicala a la
vista de todos, vestida de sol ardiente y árboles frondosos. Pero los límites
del país que yo recordaba eran los mismos, ahora bañados por la cambiante luz
otoñal. La doncella se hacía mujer pero no tenía prisa por volverse madura. El
sol, adormecido en su cuna de nubes, quiso despertar un rato y abrirse un hueco
para volverse faro que me desplegara un manto seco y estriado de surcos
amarillentos sobre el cual reposaban los fanales verdes de las cinco tiendas.
Alguna hoja caída adornaba las piedras umbrales, fruto del lento desnudamiento
de aquel octubre.
A medio camino de Millers’ Lane ya pude distinguirlos. Miraban todos en
mi dirección, aguardándome con sonrisas frescas, iluminadas de arco iris. Quizá
por ello, la luz del sol no les daba de lleno, cerca a esa hora de su oeste,
pero enmarcaba sus cabellos como un aura, y sus rostros sonrientes
resplandecían de belleza y ternura. Qué bien se siente uno cuando deja que el
corazón haga lo correcto. Verlos al fin era una emoción tan intensa que,
subiendo la empinada cuesta, volví a cojear. Me preguntaba si habrían sabido
algo del basilisco, pero mis piernas vacilaban por el recuerdo de que los siete
mordían.
De una sola mirada contemplé a todos, menos a Lucy. Alguien debía de
estar ocupándose del pequeño rey, pensé. La señora Oakes, la chispa que nos
forjó a todos en la misma fragua, se adelantó, otra vez primera estrella, con
los brazos abiertos y una sonrisa que invitaba a que me fundiera con ella. El
sol desapareció un segundo entre sus nubes centinelas. Y ya mis ojos comenzaron
a soltar tanta agua que mis facciones en ellas debieron naufragar.
−“Querida señora Oakes −empecé,
débilmente abrazándola y colmándola de besos. Los dos meses no le habían hecho
mella. No percibí nuevas arrugas o nuevas canas y su salud seguía pareciéndome
de hierro. ¡Oh, señora, cincuenta años por las calles y te sigo viendo energía
joven y alimento del alma!−, qué placer verte de nuevo. Cómo te he echado de
menos. Pero estos meses cada noche miraba al cielo para ver Antares. Era como
si siempre estuvieras ahí conmigo.”
−“Siempre estaba contigo, chico
guapo.”
El sol consiguió liberarse de su nube carcelera y fue ahora brillo
solemne que doró por unos segundos su cabello y su mirada.
−“No sé si está terminando ya mi
larga Penumbra −le dije retornando con ella a los motivos de Verôme−. Pero cada
vez que os veo, recuerdo que la Penumbra no es oscuridad, que se percibe de
lejos alguna luz. Y vosotros, de las estrellas a los fuegos fatuos,
resplandecéis como faros en mis tinieblas. No puedo evitar veros como mis
luces, surgidas del mismo corazón de la tierra. Pero supongo que pensarás que
estoy delirando.”
−“Creo que una vez más, aunque no me
creas, me estás leyendo, pues estaba pensando en algo así. Pero no olvides que
con la Penumbra viene la Libertad. Y esta etapa de larga maduración te debe
haber servido, si me sigues con algo de fe, para que seas capaz, llegada la
hora, de tomar decisiones. Y ya lo estás haciendo. De libertad te estás
llenando. Ahora sólo tienes que asirla bien y custodiarla y con ella a hombros
no podrás evitar jamás ver el mundo a través de otros cristales.”
No encontraba más palabras que decirle. Pero ya he aprendido que el
silencio acompañado lava el corazón con igual pureza. Para mi querida señora
los meses no habían pasado y seguía mirándome por el mismo vidrio. No los
saludé en orden cronológico, Protch. No creas que nuestras leyes son un yugo
dogmático. Allí donde estaban, junto a la tienda de Bruce, desordenados, me
tocó la alegría de saludar ahora a Miguel.
−“¿Cómo estás? ¡Qué bien te veo!”
−“Encantado de verte, Nike. Luke nos
dijo que vendrías pero a mí me costaba creerlo. Me está bien empleado. Contigo
me equivoco una y otra vez. No debo precipitarme. Al final, cada vez que me
formo una opinión de ti, vienes a demostrarme que no tenía razón. Pero te
aseguro que me alegro de verte.”
−“Miguel −le respondí−, recuerdo
cada palabra que intercambié contigo, una por una, y no puedo honestamente
decirte que no llevaras razón. Y si mi vida en verano fue un carnaval, estos
dos últimos meses deben haberme servido como expiación. Ahora he de ver si hay
vida para mí tras esta larga estación de penitencia.”
−“Ve con cautela, Nike. Cautela y
prudencia. No te precipites. Capta los aromas de tu mundo y sigue la estela que
prefieras. Y cuando halles el olor que más te seduzca, enciérralo en una
vasija.”
−“Tendré que ir despacio.” −le
reconocí.
−“Igual no se trata de ritmo. Sigue
un camino, el tuyo, cuando veas los mojones que te lo marcan. Pero no hagas
mucho caso de mis consejos. Llegarás antes a cualquier lado sin ellos.”
Iba a responderle cuando noté la urgencia de John por abrazarme.
−“Es un placer verte de nuevo y que
los ojos se me vuelvan laguna −me dijo entre lágrimas−. Pero seguramente, a tu
lado, siempre me acordaré del agua. Y será agua estremecida.”
−“¿Cómo te van las cosas, John?”
−“Cada cosa en su sitio, Nike. Todo
va bien −me miraba ahora con un brillo de insinuación para que yo pudiera
percibir que sus palabras llevaban entonces un doble sentido−. Por aquí no ha
pasado nada y todo está bien.”
−“Entonces es que sin duda todo
sigue bien −lo miré fijamente, sin atreverme a pestañear, pero quise
transmitirle la seguridad de que había captado sus alusiones−. A ver si
encuentro un segundo para devolverte Introducción
al cosmos estrellado. Ya verás que lo llevo bajo el brazo. Y quizá te pida
prestado otro libro.”
Y en sus ojos vi que me había leído la necesidad de que tuviéramos
pronto una conversación a solas. Fue
apenas un segundo, porque ahora iba a tener la gran fortuna de abrazar a
Olivia.
−“Es un enorme gozo volver a
saludarte, Nike. No has cambiado nada. Tu sonrisa y tus palabras son las
mismas.”
−“Espero no haber cambiado nada, mi
querida Olivia −volví a llorar, como haciéndole eco a sus frecuentes sollozos−.
Pero tampoco estoy seguro de que el hombre que conociste tuviera algún valor”
−aparté de sus hombros una ramita que se le había quedado prendida. Por un
segundo me pareció un árbol frondoso y bello y, como todos ellos, sagrado.
Su rostro iluminado de beatitud y lágrimas me hizo recordar, y no por
primera vez, a una madre universal surcada de femineidad.
−“¡Qué guapa estás! Espero me
permitas que añada que tú siempre lo estás.”
Y tuvo que notar que me estremecí. Algo en su perfume o su voz de
sacerdotisa me hicieron temblar, como si mi sistema nervioso me estuviera
diciendo que tal vez, recientemente, hubiera cometido algún error, que no era
oportuno apartar a las diosas de mí, que no por haberle orado a Eros en su
altar, debía descartar las espumas de Afrodita. Pero Venus no permanece mucho
tiempo en el cielo cuando tienes la suerte de verla. Aún no entendía por qué,
pero tras abrazarme se retiró a la tienda de su hija. Y en menos de cinco
minutos veía el sol de nuevo en los cabellos rojizos de Lucy, en su rostro
limpio, en su sonrisa deslumbrante.
Pero había otra luminaria que moría por abrazarme primero. Y al cruzarse
nuestras miradas, los ojos de Bruce se volvieron inmediatamente río bravo,
agitado, convulso, con el lecho enrojecido y las aguas feroz oleaje. Y desde
entonces me pregunto cuántas fuentes diferentes tienen los ojos, pero yo, que
había sido con todos volcán derramando lava, me volví por todas las aperturas
manantial, mar de lágrimas, diluvio.
−“¿Cómo estás, Bruce? −todo el
tiempo hablamos abrazado, como si despegarnos me devolviera el terror de no
volver a sentirlo, y pudieran tornarse de nuevo fantasmas−. Cada hora, aunque
no lo creas, temía por ti. Pero me ha dicho Luke que ya nadas con bastante
pericia y seguridad.”
−“No me va a pasar nada, Nike −sus
ojos eran tan derramado caudal que no tardarían en hallar océano−. Ya te dije
que no debías tener temores por mí. El próximo verano volveremos al lago juntos
−y notando que yo seguía siendo un mar de acobardadas energías, prosiguió−.
Nunca dudé de que volvería a verte pronto. Y sé que ahora te voy a ver con
frecuencia.”
Todo este parlamento le llevó un par de minutos. Entre constantes
sacudidas, le costaba articular palabra, pero sabía hacia dónde iba y, sea como
sea, seguía. Yo era ya lluvia abundante, pero sus últimas palabras mojaron más
los lagos de mis ojos. Me había pasado dos meses dudando de su acogida si
volvíamos a vernos, pero su fe en mí ahuyentaba idolatrías y se quedaba con la
pureza esencial.
Y Lucy al fin. Su sonrisa impaciente era una sinfonía iluminada de
matices, un jardín fragante de sentimientos. Me pareció leer incluso tímido
amor, pero enseguida recordé que el hombre de su vida, su marido ya, estaba
junto a nosotros. Su mirada rompía mis cristales, pero con ella no fueron agua,
acaso fueran vientos, los rasgos de mi rostro. ¿Qué podía decirle para
asegurarle cuánto la quería, que no provocara los celos de Luke? De Lucy había
partido un desafío que finalmente se había cumplido tal como ella predijo. Tuve
que hablarle de él. Mi corazón temblaba y en algún momento de ese día tal vez
se volviera a quebrar.
−“Cuando nos veas, nos reconocerás
−fueron las primeros balbuceos que le dirigí−. No he podido quitarme de la
cabeza esas palabras tuyas, aunque te cueste creerlo.”
−“Nike, un corazón sólo se prueba
una vez. Y ya nunca más será necesario que lo vuelvas a pesar en la balanza de
la justicia. Al final hiciste lo único que podías hacer. Era imposible que
reaccionaras de otra forma. ¿Recuerdas la mañana que viste con Luke y conmigo
el amanecer?”
−“Sí. No he olvidado nada de
aquellos días.”
−“La noche estaba como yo a punto de
parir. Ella había sangrado en su lubricán, cortada por los vidrios del alba, y
enseguida alumbró a su retoño con confianza. Mi gestación hubo de esperar al
mediodía del día siguiente. Y tú estabas preñado de dudas, germinando desde
Nicholas a la criatura Nike. Pero, sin dolores, no notabas que tu simiente
estaba llegando. Tal vez esta mañana hayas visto que ya te has dado a luz, que
ya estás aquí.”
Nunca he olvidado aquellas palabras. Y el recién nacido tuvo entonces
que colmarla de besos. Y para que mis caricias volvieran a ser siete, Luke
también quiso rodearme, segunda vez ese día, en un cálido abrazo, con otra
sonrisa tierna y un inesperado “Bienvenido de nuevo, amigo mío.”
Tras este nuevo abrazo trémulo, Lucy sugirió que nos sentáramos, allí
junto a la tienda de Bruce. Su morador me invitó a que junto a él ocupara el
otro lugar del asiento. Cabíamos bien. Y todos los demás en el suelo, a nuestro
alrededor. Bueno, todos no. Faltaba Olivia, que andaba de nuevo en la tienda de
su hija ocupándose de su nieto. La señora Oakes me invitó a que los pusiera al
día con mis novedades. Pero protesté:
−“No, no, por favor, vosotros
primero.”
−“Por aquí no hay demasiado que
contar, Nike. Las pocas novedades que haya habido ya te las ha contado Luke. Es
monótona la vida de los mendigos cuando las cosas van bien. Y como estos dos
meses han funcionado perfectamente, no hay mucho que decir.”
−“Eso es bueno para mí: oír que todo
os ha ido bien. Echo de menos las conversaciones con vosotros entre hogueras y
poder saber el día a día de cada uno. Pero, si soy constante, todo se andará.
Aunque por lo demás, Luke me ha contado −se me hizo un nudo en la garganta−,
Terence…” −y no pude seguir.
−“¿Quién podría asegurar que no haya
vivido todo lo que tenía que vivir antes de irse? −decía Bruce− A mí, si me
tuviera que ir pronto −lo miré con fiereza, queriendo espantar el fantasma del
Vaticinio−, sólo me ha faltado el amor correspondido. Pero el amor también lo
he vivido. Y la imprescindible amistad que un día tanto añoré finalmente la he
tenido en abundancia. Y me siguen llegando −me miró− amigos a los que querer.
Así que puesto que todos tenemos que marchar un día, en mi última hora podré
decir que no me ha faltado nada en la vida.”
Bruce… Como todos ellos tenía su filosofía y cada palabra
que decían eran alimentos guardados en mi mochila de aprendizaje. ¿Cómo hacer
para que de mi hambre su pan nunca me faltara?
−“Terence habrá vivido lo que le
haya tocado. Y seguramente ha sido suficiente. Y además de Terence… pero aún
tenemos esperanzas.”
−“¿Cuántos días hace que no veis a
Tessa?” −pregunté.
−“Recuerdo haberla visto el 16 de
septiembre, cuando volvimos de St Mary, de nuestra boda −intervino Lucy− y nos
sentamos todos junto a nuestra tienda a tomar un pequeño ágape. Esa mañana
rondaban por aquí Terence, Telemachus y Tessa. A Ted no lo vimos. No solemos
verlo a pleno sol. Desde esa mañana, yo no recuerdo haberla visto otra vez.
¿Alguien la vio?” −pero todos negaron con la cabeza.
Dos gatos ya no estaban. Me dio por mirar a los árboles, casi
contándolos. Aparte del gran fresno de Olivia, los demás parecían seguir en su
sitio y a todos los que yo recordaba el vendaval los había respetado. Pero yo
quería preguntar especialmente por su salud, y miré a Bruce, a Luke y a la
señora Oakes. Mas el único que tuvo algo que contarme fue John.
−“En verdad te digo, Nike, que la
salud de todos es la misma que teníamos cuando nos conociste. No hay ninguna
pequeñez que contar, como no te diga que a mí se me cayó un diente de forma
totalmente inesperada pocos días después de la boda. Por lo demás, nada. Espero
que tú tampoco nos cuentes ahora ni un día de gripe.”
Tocaba hablar de mí.
−“En ese terreno afortunadamente no
tengo nada que contar, como no sea que la soledad se pueda considerar un nuevo
tipo de enfermedad.”
−“¿Te sentías solo, Nike?” −me
preguntó Miguel, mirándome con curiosidad. Era afectuoso interés ahora.
Nuestros pequeños malentendidos siempre se resolvieron desde la simplicidad de
lo mucho que nos queríamos.
−“Toda mi vida ha sido una isla. Y
sólo durante once días se me abrió una puerta para que aceptara, si podía,
siete rostros queridos sonriéndome en un puerto no tan lejano. Ay −suspiré−, si
un día pudiera decir que ya no necesito acompañarme de brújulas porque he
encontrado al fin mi Estrella Polar y consiguiera no separarme nunca más de mi
norte magnético. Pero supongo que entretanto, Miguel, andaré dando tumbos.”
−“Si te he entendido bien, y tu
norte magnético hemos sido nosotros, aquí estaremos siempre esperándote.”
Seguimos hablando diez minutos más. Lo que les conté no fue un monólogo
porque, titubeante, no sabía qué acontecimientos referirles y cada dos por tres
me interrumpían. Pero las palabras no eran importantes. Podría alimentarme una
semana con una ración de sus sonrisas, de sus lágrimas sinceras que se
derramaban en franca alegría por verme de nuevo. Con la leña de su amistad,
calentarían por siempre una carne regocijada de piel, huesos y sangre. Y en su
escasez nunca moriría de hambre. A aquella hora lo tenía todo, pero ¿por qué
tuve de pronto esa sensación de que a la
luz de la tarde le faltaba una espiga? Ahora había sol; las nubes
dormitaban y ya despertarían con su carga de agua, o tal vez no. Pero me
faltaba otra lluvia germinadora. Yo necesitaba que me cayera, mas no me llovía.
No fue la vista, Protch. Mis oídos empezaron a notar una vibración que pronto
se transformó en berrinche. Su rato de sueño no había durado apenas, como si
supiera que debía despertarse para hacerme llorar y que yo aprendiera de una
vez por todas cuáles eran las puntillas que faltaban para que mi paisaje nunca
cayera. Al fin el pequeño rey. Volvía
en brazos de Olivia, con auténtica voz de llanto, como si intentara
convencerlos de que nada lo podría calmar. Sus lamentos eran auténticos,
heraldos de que con esas trompetas se romperían los muros del día y caería la
noche. Su abuela lo puso al fin en brazos de su madre, pero Lucy, mirándome con
una ternura insospechada, me lo colocó amorosamente en los brazos. Un milagro
pueden ser unas lágrimas que se detienen. Como si hubiese reconocido el olor de
mi sangre, dos segundos después de ser instalado en mi pobre cuna dejó de
llorar. Unos minutos para reconocer el campamento que mi cuerpo le formaba y
entonces volvió a dormir, con seguridad, transmitiéndome la sensación, sabe
Dios cómo, de que ahora no le faltaba nada. Y con él en brazos seguimos
conversando veinte minutos más. “No tengas miedo, Régulo −le decía−, no te voy
a soltar, ni te volveré a abandonar, te lo prometo.” Última espiga en mi
sembrado. Con él mi campo ya estaba completo y sólo tenía que ver si sabría
aprovechar la cosecha. Había pasado dos meses sintiéndolo de forma incorrecta
como mi hijo. Pero aunque no era mi sangre, junto a mi corazón debía de estar
robándome algunos latidos. La maquinaria se pararía si al día siguiente no me
quedaba allí a latir con ellos, con él. Casi lloré al sentir que ahora que
empezaba a recuperar lo que más quería, tenía tanto que perder, ¡tanto que
perder! A ti no, pequeño rey. Puede la vida dejarme sin nada, menos sin ti.
Debía ser consecuente con las decisiones que ya había tomado. No podía volver a
hundirme. Si no me quedaba allí, toda la vida buscaría en vano salvavidas. Y
sin embargo… ¿podía de verdad quedarme allí? Lucy y Luke me miraban con
ternura. Al percatarme me volví a plantear si de verdad mi vida dependía de mí.
−“Cómo quisiera ver tu estrella”
−dije, ahora sí, en voz alta.
−“¿Las has estado mirando?” −me
preguntaba John.
−“Cada noche despejada −le respondí
suspirando−. Tenía que sumergirme en la oscuridad del puente Hammerstone para
poder ver las estrellas del sur. Incluso anoche vi a la señora Oakes ahí en lo
alto con su luz rojiza. Y si madrugaba, ya podía ver a Bruce. A Miguel y a ti
aún no os he encontrado.”
−“Hay unos días a finales de marzo,
comienzos de abril, en que si tienes paciencia, podrás ver todas las nueve
estrellas. Bruce, Miguel y yo brevemente al comienzo del crepúsculo. Después,
casi toda la noche, Lucy, Luke y tú, y la pequeña estrella que ahora tienes en
tus brazos −continuaba sonriéndome−. En las horas más profundas de la noche ya
podrás ver a Olivia; y casi al amanecer, a la señora Oakes.”
−“Tendré que pasar una noche sin
dormir, John. Pero recordaré la fecha. Creo haber aprendido los dibujos de
todas las constelaciones del sur, las que me interesaban. Pero no puedo estar
seguro. Quizá con un segundo libro −le dije, recordándole con diplomacia que
debíamos tener una conversación a solas−, uno que no hable tanto del sol, la
luna o los planetas y sí, más, de las estrellas.”
−“Creo que tengo el libro que te
interesa: Cielo nocturno. De cómo los
dioses se tornaron estrellas y planetas. Acércate un segundo a mi tienda y
te lo presto enseguida.”
Con una mirada de seguridad miré a Luke, que me hizo un gesto como que
me había entendido. No debía prolongarse esta conversación. No quería que
llegáramos muy tarde a la calle y que él no pudiera cenar. Y con él su familia.
Por segunda vez penetraba en esta tienda, que volvía a ser guardiana de
secretos. John fue directo al libro que buscaba y me lo puso en las manos. Cielo nocturno era sólo una excusa, pero
yo tenía algo que decirle.
−“John, quiero leerlo, de veras
quiero leerlo, pero no deseo que me lo des ahora. Si encuentro un lugar donde
dormir esta noche, entonces lo llevaré hacia allí. Ahora tengo que ir con Luke
al vertedero. Y no quiero estar aquí mucho tiempo.”
−“Además Miguel se volvería a
encelar.”
−“¿Miguel tendría celos de mí?”
−“De todo animal varón. Pero no
puedo reprocharle nada. Yo soy peor. Desde que entraste aquí en agosto, hemos
discutido con frecuencia por tu causa. Él teme que me haya enamorado de ti
ahora. Y es cierto que no me he enamorado de ti, pero…”
Lo miré con sincera curiosidad.
−“No fui completamente franco
contigo en verano, ese día que tú fuiste tan valiente y yo no me atreví a
hablarte de ciertas cosas por no remover tu dolor. Y aún no sé si querrás
oírlo.”
−“No sé qué me quieres decir, John.
Pero ahora, si no me lo sueltas, estaré toda la vida con esa intriga.”
−“Miguel y yo podemos enamorarnos de
otra persona, y nos pasamos meses discutiendo, pero siempre descubrimos que
carece de importancia porque el amor del uno por el otro permanece. Y al final,
hemos venido hasta aquí a hablar de Luke, ¿no? −lo miré con sobresalto. Era
inagotable la cadena de amores, cruzados o no, que surgían de este Arrabal del
Amor Cortado−. Bueno, yo no sé si en verdad estuve enamorado de Luke. Pero si
no fue amor, fue algo muy parecido. Aunque me acerqué a él con frecuencia para
evitar que departiera con Miguel. Sí, Nike −me dijo con firmeza al notar que
ahora sí comprendía−, Miguel se enamoró de Luke nada más llegar. Y aquella
noche de la serpiente, antes de encontrarte, aún discutíamos por él. No sabemos
vivir sin regañar, ya lo ves, pero nuestro amor no se pierde por ello.”
−“Gracias, John. Ya lo ves, todos
los hombres nos enamoramos de Luke.”
−“Bruce está indemne. Pero también
lo aman las mujeres. Luke no es adorable. Pero es amable. Con Lucy y tú, ya somos cuatro.”
−“Entonces ¿cada cosa en su sitio y todo va bien?”
−“Es difícil tratar de averiguar qué
es lo que sabe Luke. Pero al menos te puedo afirmar que no sabe nada por mí. Ni
se ha ido de la lengua tampoco Anne-Marie. He hablado con frecuencia con ella
sobre ti y…”
−“¿La sigues viendo dolida?”
−“Todo esto no ha sido fácil para
ella. Pero te ve con buenos ojos, créeme. Y al final, tú hiciste lo más
correcto. Y en cuanto a Luke… sería imposible describirte cuánto te quiere o
cómo siempre habla bien de ti, con auténtico sentimiento. Y lo mismo habría que
decir de Lucy. Tenías mucha razón sobre ellos, Nike. Ha sido un gran placer
redescubrir a mi compañera y una enorme dicha conversar con mi compañero
viéndolo sin prejuicios, a través de tus ojos. Ahora lo veo generoso,
completamente tierno y amigo de sus amigos. Él habló de amistad contigo y
sinceramente creo que no debes temerlo, Nike. No se apartará de ti al saber lo
que tú temes que sepa. Recuerda siempre que a Miguel y a mí nos respeta y
comprende.”
−“No dudo de que sepa entender el
amor de un hombre por un hombre, John. Pero no sé si reaccionaría igual al
saber que uno se ha enamorado de él. De todos modos, hoy y todos los días, a mí
me queda respetarlo. A él y a su familia. Amigos por encima de todo, alejado de
él en lo que le pueda hacer sentir incómodo.”
−“Yo creo que sabe perfectamente los
sentimientos que hemos tenido hacia él Miguel y yo. No va a pasar nada, Nike. O
quizá es que ahora lo veo capaz de estremecer con su ternura y que la imagen
que me he hecho de él sigue creciendo. Yo creo que un día Luke nos sorprenderá
a todos con su belleza. Y entretanto, no le tengas miedo. Quiere tanto a su
amigo Nike que nunca lo dejará solo. Perdóname, pero te lo tengo que preguntar…
según lo que él mismo nos ha contado hace un rato, vais a ir juntos a la calle.
¿Estás seguro, Nike? Él te va a querer igual si te quedas aquí o si vuelves a
tu casa.”
−“Hace dos meses, John, que no soy
capaz de llamarle a Deanforest mi casa. No podía decirles antes a los demás que
he vivido en un auténtico desierto. Quizá el obstáculo no sólo sea Luke. Antes
de ver si sería capaz de quedarme aquí, tengo que conocerlo todo. Iré a la
calle. Y mañana podré saber si mi futuro será fecundo. Pero no puedo pasar
otros dos meses sin veros.”
−“No te puedo consentir que te hagas
reproches con algo que es falso. Anne-Marie nos contó que estuviste aquí la
madrugada terrible del 26. La señora Oakes ya lo había predicho. Incluso tu
llegada.”
−“¿Incluso mi llegada? ¿Cómo fue,
John? No te puedes imaginar el terror que sentí al no hallaros.”
−“La señora Oakes profetizó lo que
iba a pasar ya el mismo día 24, cuando aún la ciudad estaba tranquila y nada
hacía presagiar el despertar de vientos que iba a tener al día siguiente. Y a
lo largo del 25 toda su intranquilidad era por Olivia. Nos dijo con premura que
si pasábamos aquí esa noche algo le iba a pasar a su niña. Y ya sabes que el
gran fresno cayó esa noche sobre su tienda. Y los que la conocemos, sabemos que
cuando profetiza algo es mejor hacerle caso. Por eso fui esa tarde a casa de
Anne-Marie y le rogué que nos dejara pasar allí esa noche. Todos acudimos. Y ya
en su interior, la señora Oakes habló un rato conmigo, diciéndome: “Nike no nos
encontrará.” No sabía pasar de ahí a pesar de mis constantes preguntas, pero
finalmente saqué en claro que ella insistía en que ya estabas allí. Eran las 4
de la mañana.”
−“A esa hora estaba en el Arrabal.
Que Dios la bendiga −y con urgencia, añadí−: John, salgamos ya. No alimentemos
más tiempo los celos de Miguel. Tendría muchas más preguntas que hacerte, pero
ya tendremos ocasión.”
Nada más salir de su tienda, observé que Luke se acababa de poner de
pie. Miguel me miraba fijamente con ostentosos celos. Incluso me preguntó por
el libro y tuve que responderle que ya John me lo había apartado, pero que
aguardaba a tener un lugar donde colocarlo. No sé si esta respuesta fue
suficiente, pero calló. Luke estaba ya a mi vera de cara al dedo índice, por
donde tomaríamos.
−“Será mejor saltar el Puente del
Menhir ahora −me dijo−. Si encontramos una tienda, no sería muy recomendable
atravesarlo después con ella a cuestas.”
Así que íbamos a comenzar por allí. Las piernas al menos volvían a
obedecerme. Y una vez cruzado el puente, sólo hay que caminar cincuenta metros
hacia el sur, donde comienza el vertedero. Dicen que esta ciudad tiene tres;
pero los otros dos no los conozco. Había pasado por allí en agosto y sabía bien
que se extiende de puente a puente, del Menhir al Meandro, por una angosta
senda hacia la que nos encaminamos. Hacia el este son unos dos kilómetros de
anchura, pero el basurero no llega a lamer el lago. Avizorando desde allí su
espejo brillante me traía evocaciones de las horas felices del verano. Sabía
bien que ahora no era momento de ambicionar su agua fría. Ni tampoco de hollar
la senda que, libre de podredumbre, lleva de vuelta del lago al puente. No
volví la cabeza para mirar el menhir. Recordaba mi terror supersticioso de
agosto y no deseaba empezar la tarde con un mal agüero.
Los pasos que dábamos eran necesariamente lentos, inspeccionando lo que
se veía en la negra orilla cercana y haciendo de los ojos catalejos para
examinar el interior en lo que nuestra vista fuera capaz de alcanzar. Luke no
me daba muchas esperanzas. Para encontrar una tienda, decía, hay que venir
diariamente y no desfallecer. Entretanto miraba lo que se podía mirar. Es
imposible describirte lo más mísero de nuestra miseria. El color de los objetos
en descomposición no siempre te da pistas de qué fueron en su vida útil. Pero
en otoño el hedor es algo más soportable. Sólo había pasado de soslayo en
agosto, rodeando sus hediondos caminos, pero sin adentrarme. Por eso te digo,
Protch, que si alguna vez vas a un vertedero, no acudas en verano. Pero sí te
puedo asegurar que allí vamos con frecuencia en busca de ropas y útiles, pero
escasamente a encontrar alimentos. Podemos degradarnos, pero para comer de sus
refectorios hay que estar desesperados. En un contenedor puede haber comida
reciente arrojada antes o poco después de que haya vencido su fecha de
caducidad. En un vertedero la comida es peligrosa; no sabes cuánto tiempo lleva
allí. Es cierto que en estos años he ido una o dos veces buscando comida, pero
si es o la basura o la muerte, uno prefiere elegir lo que al menos reconoce. Y
no creo que ni siquiera conozcas el sabor de las cáscaras de naranja, que
siempre es preferible a un trozo de carne en vaya usted a saber qué estado de
descomposición.
Y además de los restos orgánicos allí te encuentras de todo. Si hubiera
ido con más tiempo habría tenido cinco o seis libros que me interesaría leer. Y
me llamaron la atención los innúmeros electrodomésticos que encontramos como
cadáveres carcomidos. Recuerdo haber contado cinco o seis lavadoras y un par de
congeladores. Y muebles, Protch, que podían haber dotado “la casa” de todo tipo
de comodidades. Aunque aún permanecían en ella muchos de los enseres personales
de Henry Shaw y si no se la llenaba más de cachivaches, es porque su espacio es
imprescindible para que quepan más colchones.
Finalmente llegamos al meandro. Pero no fue la curvatura del río lo que
hizo que nos detuviéramos. Fueron otros ríos, los de mis ojos, que en un minuto
de la tarde cruel se toparon, sobresaltados, con un confuso envoltorio de piel
blanca, herida de sangre casi negra y miles de gusanos en su interior
profanando sus restos mortales. Estaba junto al río, algo apartada del
vertedero. Parecía que algún animal feroz la había mordido letalmente.
−“Luke −la señalé llorando−,…
Tessa.” −no me sentí con fuerzas de añadir nada más.
−“Así que era aquí donde estaba −sus
ojos también se llenaban de lluvia−. No hemos venido al meandro recientemente.
Una mordedura, ay. Algún animal salvaje hay por los alrededores, Nike, algún
carroñero que de esta podredura se alimenta. Pero no te inquietes. No suelen acercarse
al campamento −y como despidiendo a un ser querido, pues nuestra gata blanca lo
era, añadió−. Descanse en paz. Alejémonos de aquí, Nike.”
Nos alejamos más a oriente, por caminos interiores, cada vez más
cercados por auténtica miseria. Y ya casi en el este, observé algo muy arrugado
que me pareció una tienda. Se la señalé a Luke, que se pasó unos segundos
tanteándola.
−“No sabría decirte, Nike, pero me
parece bastante pequeña. Querría encontrar algún lugar más digno para ti.
Sigamos buscando. Aún tenemos tiempo.”
¿Aún teníamos tiempo? Eran ya casi las cinco. Me inquietaban las horas y
sufría por él. Mi propia hambre no me preocupaba aún. Pero por lo que Luke me
había contado, después de pasarse toda la mañana en la calle, no había traído
mucho para su mujer. ¿Y para su hijo? ¿Conseguiríamos traerle algo al pequeño
rey? Y yo tenía claro que lo último que deseaba entonces era pasar esa noche en
Deanforest. Quizá “la casa” fuera un final alternativo más digno, pero sólo
retrasaría un día lo que yo anhelaba: que todos pudieran decir que en el
campamento había ahora seis tiendas, que ya se hallaba entre ellas la tienda de
Nike. Le seguí empero a regañadientes hasta el extremo nordeste, casi en el
lago. Y su espejo sereno me hizo recordar que yo quería pasear hasta allí todos
los días y para eso debía hallar mi propio lugar donde dormir. Y protesté.
−“Luke −insistí−, el tiempo se nos
echa encima. Y de verdad, hermano, lo último que deseo es volver esta noche a
dormir a Newchapel. ¿Qué le pasaba a aquella tienda? Si la miras bien, creo que
quepo con holgura. No recuerdo siquiera que tuviera alguna grieta. Apenas
estaba descolorida y llena de arrugas, pues quién podría decir cuánto tiempo
lleva aquí. Y reposaba en un pequeño montículo algo apartado de la basura. Ni
siquiera habría que lavarla primero. No tendrá olor. Volvamos a buscarla, por
favor.”
Y debí de ser tan persuasivo que afortunadamente aceptó y tornamos
nuestros pasos. Para ser la primera vez que caminaba por allí, fui yo el que lo
guié. Llegué bien orientado y sin dificultad al mogote donde yacía. La tomamos
y vi que, aunque aún tendríamos que montarla para saberlo, en ella cabíamos
bien dos personas sin mucha dificultad. Era una tienda pobre, pequeña,
descolorida, los demás la llamaron siempre la tienda mísera, pero la llamaron
también la tienda de Nike.
No queríamos toparnos de nuevo con el cadáver de Tessa y volvimos dando
un rodeo hasta que encontráramos de nuevo el Puente del Menhir. Bueno, ya había
conseguido el primer objetivo: ya tenía tienda. Pero seguí inspeccionando el
vertedero cuando caí en la cuenta de que no tenía con qué cubrirme. Imaginaba
que el otoño sería helado. Recordaba el frío de las madrugadas de verano. Ahora
podían ser cuchillos. Luke debía estar pensando lo mismo porque me dijo que esa
noche me acercaría un par de mantas que Lucy y él tenían de sobra. Cuando
pregunté por Paul, hizo que recordara que éste tenía su cuna, y estaba
suficientemente abrigado. De todos modos, mis ojos, que se mantenían clavados
en el estercolero, se afilaron con ironía cuando percibí, entre todas las
cosas, un abrigo deshilachado de piel de carnero. De color indescifrable, ocre
quizá, no era muy adecuado para salir vestido con él a la calle, pero si podría
servir para embutirse en él antes de ir a dormir.
−“Piel de carnero −le dije a Luke
con una mueca burlona−. Conozco bien ese tejido. Todavía forma parte de mi
herencia. Y por lo que se ve desde aquí yo diría que es suficientemente cálido
y abrigado para vestirlo en una noche gélida. Lo cogeré también.”
Piel de carnero. Nike se había afanado en buscar esa tarde su propio
vellocino de oro para que esa noche pudiera ya reposar en buena hora junto a
los argonautas. El simbolismo del vellocino a veces sugiere el sol o el trigo
nuevo. Dorada era su urdimbre y, deshilachada y descolorida, su navegación
estelar fue, en un solo día, por varias constelaciones, como si tuviera prisa
en agotarlas. Y volviendo por el Puente del Menhir hasta los fresnos, ya estaba
preparado para pasar la noche fría plácidamente bajo el manto de Aries.
No iba a quedarme siquiera sin una piedra umbral. Asombrosamente, junto
al abrigo hallamos también una roca aplanada, aún cubierta de polvo y
amarillenta, que Luke, con una sonrisa, decía que podía ser el vestíbulo en el
que yo recibiera a mis huéspedes. Pero teníamos que saltar el puente. Yo
llevaba la tienda y él la roca. Decidimos que yo saltara primero, él me tiraría
después tienda y roca e iría a continuación. Todo fue llevado a cabo sin riesgo
o perjuicio.
Ya estábamos otra vez en el campamento. Y ahora había que buscar un
sitio donde instalarla. Luke sugirió un espacio entre árboles de sombras
perfumado, al sur a igual distancia de su tienda y de la de Miguel y John.
Cerca de Lucy y de él no es el lugar que yo habría elegido, pero era un rincón
aromático, no tenía ganas de disputar con él, y además, ¿qué podría decirle?, y
yo tenía prisa. Recordaba alguna acampada de mi juventud y no iba a ser difícil
montarla. No necesitaría ni la ayuda de Luke, que, de todas formas, permanecía
a mi lado solícito. Si en su tiempo tuvo sobretecho, ese día no encontramos
ninguno. Era lo que se conoce como una tienda de dos aguas, apenas frontal,
trasera y paredes laterales. No habíamos traído tampoco con qué sujetarla, pero
Luke se fue a su tienda un segundo y trajo unas estacas con que tensar sus
vientos. Finalmente no fueron más de diez minutos y una vez montada quise
entrar para ver la amplitud y reconocer los olores y el color de mi nueva casa.
Cabía suficientemente bien, y hasta alguien podría pasar sin incomodidad la
noche a mi lado. Efectivamente no tenía grietas y no quedaba ningún aroma a
basura. Introduje el abrigo de piel de carnero, y a los pocos segundos vino
John con Cielo nocturno. Mi nueva
propiedad se iba llenando. Luke colocó la roca con maestría en el exterior, de
tal modo que en verdad parecía un recibidor. Y me miró, tanteando aún si yo
quería seguir con la siguiente fase.
Pero por sugerencia suya, volvimos a sentarnos todos en círculo, esta
vez junto a mi nueva tienda, que quisieron examinar con detenimiento. Invité a
Olivia y a Lucy a que ocuparan el umbral. La segunda le pasó a Paul unos
minutos a su padre, para que durmiera un rato en sus brazos. Luke lo conocía
bien y estuvo brevemente haciéndole carantoñas y fingiendo que iba a morderle
los deditos. El pequeño rey reía y se dispuso a dormir de nuevo, no sin antes
mirarme para asegurarse de que yo no me hubiera vuelto a ir. Los miré
enternecido. Así debe jugar Júpiter con sus hijos.
Y en ocasiones Dios-destino ha jugado atrozmente con sus criaturas y los
ha sometido a duras pruebas, imposibles de entender. Pero cuando su mandato
llegue, oh Abraham, ¿qué vas a hacer con tu hijo? ¿Serás capaz de comprender
que tantas veces al ser humano no le queda más opción que desobedecerlo, si el
hijo conoce la locura del padre? ¿Qué harás un día, Luke Abram, si el destino
te colocara delante de la tentación feroz de entregarlo? Duerme tranquilo,
Paul, que tu padre te ha llamado Régulo y nunca Isaac, y todos los ojos que os
miran son ojos amigos. Luz de la tarde, pon a esas nueve figuras una corona de
laurel.
Aún creía que habría una hoguera al ocaso y no comprendía la necesidad
de Luke de perder más tiempo. Pero volvimos a sentarnos, como si él supiera
algo que yo no sabía y entendiera mi necesidad de hablar con todos otra vez por
si a la noche no podía. Acabada la inspección, Lucy inició la conversación.
−“No está mal, Nike. Ya tienes tu
choza −me dijo divertida.
−“Luke no creía que fuera digna para
mí, pero al final lo convencí −y tenía que soltar también una nube negra que se
me iba formando. Lo difícil era encontrar las palabras−. Así que ya tengo una
choza donde dormir cada vez que lo desee. Pero me pregunto… quizá sea una
tontería decir esto, mas quisiera estar seguro, de verdad, de que para vosotros
no es molesta mi presencia aquí.”
−“Míranos a todos a los ojos, Nike
−me invitó la señora Oakes−, y lee en nuestras miradas la historia que nos has
escrito. Sé lo que sientes, pero también nosotros te necesitamos. Por ese lado
no tengas ningún temor. Tu corazón se ha derramado tanto aquí que ya no
sabremos vivir sin tu sangre −y como si también participara de un secreto que
yo tardaba en conocer, añadió−. Y no te sientas solo a tu regreso. Ya eres de
nosotros fuego y habrá otras hogueras.”
No entendí del todo sus palabras, pero las agradecí. Todos me miraban
con simpatía, sabiendo lo que yo ahora tendría que afrontar. Yo miraba a Luke,
esperando una señal, inseguro de que pudiera captarla cuando llegase. Pero no
nos íbamos. Olivia desvió la conversación hacia los libros y yo nombré
brevemente los cuatro o cinco que había leído en agosto y septiembre. Señalé
también alguno que había visto en el vertedero. Otro día, prometí, iría a
recogerlos. Estaba seguro de haberme topado con el fantasma de Hamlet.
−“Pero he leído a tu Alicia, Olivia,
y en verdad la he querido tanto que podríamos hablar de ella un día como si
fuera una hija que tuviéramos en común.”
−“No he de decir que no a compartir contigo familia,
Nike.”
Iba a replicar cuando capté al fin un destello inconfundible, una luz
atrapada que centellea liberada, en los ojos de Luke. Eran casi las seis; la
hora era llegada. Me levanté como un resorte, sin saber apenas qué palabras de
despedida usar. Tan sólo unos murmullos lacrimosos y un entrecortado “hasta la
vista”. Las nubes a esa luz eran un inconfundible presagio de derrame
inevitable para alguna hora antes de las estrellas. Luke aguardaba a mi lado
sin prisas notando como yo olfateaba la humedad para acercarme, a duras penas,
a un pronóstico de cielo despejado o de llovizna; y me preparaba como podía
para la que sabía inminente batalla. Ninguno se atrevía a hablar y sólo Luke me
preguntaba tímidamente si no sería mejor salir con un par de paraguas, que él
tenía tres y podía dejarme alguno. Pero no estaba claro que fuera a llover y
caminar sin lluvia con paraguas es cansino y en ocasiones ridículo. Así que al
final no nos los llevamos. Y cuando al fin nos alejamos de los demás, volvió a
preguntarme:
−“Sé que no deseas que te haga otra
vez esta pregunta, pero antes de partir, tengo que asegurarme de que no tengas
dudas. ¿Estás seguro de que quieres que vayamos, Nike? Di una palabra y nos
quedamos aquí.”
−“Vámonos, Luke. Estoy decidido.”
Y aunque te amo profundamente, esta tarde tengo que olvidarme de la
pasión si, junto a vosotros, hay cosas esenciales; y no estoy aquí por amor. Tú
me enseñaste que querer es más importante. Esta tarde se trata tan sólo de que
esta estrella errante halle al fin lugar celeste donde instalarse, y para
unirme a vuestra constelación en los cielos, antes mis pies han de hollar, con
soltura o extenuados, la tierra agotadora de vuestras calles.
Que valiente, haber como le ira en esta nueva aventura.
ResponderEliminarReencuentro gozoso con los siete, regocijo.
ResponderEliminarSufrir la Penumbra a la espera de Libertad.
Un bebé como espiga última de la tarde, completud del querer.
Un “Cielo Nocturno” que leer para lograr ver brillar en el orbe a todos sus amigos, a sí mismo…porque arriba, como abajo, están todos unidos.
Arrabal de la Mano Cortada, del Amor Cortado, amores cruzados pero siempre querencia, amistad por encima de todo. El chico de la cuna de madera, el chico que devino árbol frondoso, cobija y da sombra sin saberlo a amores varios… (¿Sin saberlo…?)
La Señora Oakes, la que todo lo ve, la profetisa.
Pisar el vertedero a la búsqueda de la sexta tienda o techo humilde y anhelo de Nike. Y aquella gatita inerte…símbolos, signos, presagios… Vellocinos de oro o de carnero.
Y por fin, salir a la calle a mendigar. El Nike que ha tendido la mano y el corazón se prepara para extender el brazo, abrir la mano a desconocidos… “Te comprendo, mendigo”. Te comprendo, Nike.
Inor
Ha nacido Nike, el mendigo, el amigo y compañero de todos y cada uno de ellos. Las lágrimas derramadas, no son más que el signo de que sabe cual es su lugar y dónde debe estar. Su pequeño Rey, ha hecho que no pueda separarse de él.
ResponderEliminarFantástico éste encuentro y qué ganicas de llorar. :)
Vamos a emprender un viaje. Acostumbrados como nos tiene al fluir de sentimientos capítulo a capítulo, serán estos nuestro río, nuestra congoja, mil lágrimas basales sin desbordar, que en todo este relato no nos abandonaran porque hemos crecido con estos personajes y su viaje lo sentimos nuestro, son compañeros queridos. En ese devenir íntimo y reflexivo de Nike por su nueva patria y sus ya amados compatriotas, se apresan sentimientos universales, intimidad y realización personal, porque la vida de cada hombre es un camino hacia sí mismo, el intento de un camino, el esbozo de un sendero.
ResponderEliminar-El murmullo en la espera-. Antecede a la parte más hermosa del relato, cada cual en su expectativa ante la llegada de Nike, se dibujan afinidades y recelos, es la parte menos extensa del capítulo, pero su narración es de un tejido denso, certero en su realidad y un punto de partida imprescindible que coloca al lector en una perspectiva necesaria. Miguel, ¿qué germen habita en él?, ¿puede ser el súbito desencadenante de la inquietud, los malentendidos o sencillamente el justo contrapunto necesario para Nike?.
-Abrazos, lágrimas y ........-. Nike abandonándose a las emociones. Es ahora cuando ocurre el reencuentro con cada uno de sus mendigos, con la parte de él por la que había luchado, ahora renacida con unas nuevas ganas de querer volver a aprender, de retomar su verdadero sitio al lado de verdaderos compañeros, es esa emoción la que salva a Nike. Y es aquí cuando el relato se vuelve bello, sublime, cuando se destila emoción, cuando esa emoción es más rica, si cabe, que el vocabulario. Pronoia individual y en conjunto que dejan en Nike la sensación de que todas las estrellas se han alineado.
-La belleza literaria del discurso racional, la metáfora estilística y la simbología-. Permítaseme ante un autor con tantos recursos alegóricos no quedarme atrás y a modo de tributo y reconocimiento a los muchos simbolismos generosamente sembrados en la novela, haga referencia a lo que se me relató con noble gesto, y que seguramente se me hubiera pasado en el fervor de la lectura, estos son los presentes que Nike recibe de sus mendigos: custodia de la libertad, rama de sollozos, vidrios del alba, un río (bravo, agitado, convulso), vasija de la cautela, agua estremecida, respectivamente de: La Señora Oakes, Olivia, Lucy, Bruce, Miguel y John.
Nike aprende y se alimenta de sus mendigos. Quien es auténtico, asume la responsabilidad por ser lo que es y se reconoce libre de ser lo que es. La bravura de las emociones se remansa con la llegada del pequeño rey, que da punto y seguido a esta bellísima parte del capítulo.
-Luke-. Hablar de amor, es traducir una dicotomía; en él se encierran tanto la mayor dicha, como el peor sufrimiento, y si hablamos del amor no confesado añadimos el miedo. La conversación con un John cargado de razones para convencer a Nike esta llena de argumentos dignos de reflexión, porque para Nike el amor es acceder a una verdad sobre sí mismo, encontrar una respuesta a su pregunta ¿Quién quiero ser yo?.
-"Vámonos, Luke. Estoy decidido.”-. Fin de un capítulo intenso, extractado para no hacer interminable el comentario, pero que cada renglón merecería una glosa detallada, a la espera del siguiente capítulo, a la espera de la prueba de fuego, del camino del calvario que puede redimir y que medirá el convencimiento y resolverá, ¿o no?, el dilema de Nike: volver por Luke o volver por sí mismo, y a la espera del "dulce" presente que suponemos le ofrecerá, al igual que sus compañeros, Luke.
Hay un momento en que todos los obstáculos se derrumban, todos los conflictos se apartan, y a uno se le ocurren cosas que no había soñado, y entonces no hay en la vida nada mejor que escribirlas. Una narrativa transparente que el autor cuaja de alegorías, con gran juicio y sabio entendimiento, manteniendo el nivel narrativo y emocional constante, consiguiendo la perfección no porque no haya nada más que añadir si no porque no queda nada por quitar.
Pol