CAPÍTULO XVI: LA SABIDURÍA DE LA TIERRA



   Eran ríos de luz los que, tocando cada grieta, me despertaron ese día sobre las 10, y no tuve valor para oponerme a su fuerza ardiente. Me desabotoné los cristales del sueño y me desperecé con esperanza y cierta tristeza: ya sólo me quedaban cuatro amaneceres con ellos. Ese día me había propuesto salir para conocerlos mejor explorando su lugar de acampada permanente. Además, la salud me hacía señales para que me atreviera a estrenarla. Desovillando esos hilos me andaba, cuando me vino el café diario. Era Miguel de nuevo. Venía con una chaqueta de lino azulada y una camisa del mismo color. Tras regalarme el desayuno y los buenos días, retomó la conversación del día anterior como si la hubiéramos dejado en el aire.

−“¿Sigues queriendo decidir tu devenir pensando en el pasado?”
−“No pienso en ello constantemente. La señora Oakes me aconsejó no plantearme metas que estén más allá de mis fuerzas. Y temo si os contradigo a los dos un poco. Porque no sé cuáles son mis fuerzas, si alguna tengo, pero si te sigo a ti, para decidir mi devenir tengo que plantearme metas. Y algún objetivo tengo −suspiré. Pensaba en el alcohol−, pero no sé aún si me alcanzará alguna resistencia. Sólo sé que no me gusta mi vida, pero me siento débil para cambiarla a fondo. A ratos seguiré meditando, pero ignoro si llegaré a algún lado. Mas agradezco haberos conocido. En el fondo, la señora Oakes me aconsejaba no mirar hacia el futuro, y tú que no perdiera mi tiempo evaluando el pasado. Y así, sólo me queda un extraño paréntesis, que es mi presente, donde sólo puedo ver lo que no quiero ser”
−“Ese puede ser el primer paso. Pero supongo que cada persona es diferente. No te entretendré más entonces con mi charla intrascendente. Te dejo que medites en paz. O que no lo hagas. O que desayunes; o que leas algo.”
   Y se fue. Pero mi objetivo no era ni meditar ni leer. Desayuné de prisa, pues mi ilusión era entonces volver a estrenar las piernas. Con cierta seguridad me encaminé hasta la puerta, dejando atrás mi prisión de lona. El sol, todavía en el este, pero viajando ya con seguridad al sur, me deslumbraba con sus saetas de luz y calor.
   Una escena que no sé muy bien por qué me recordaba algún pasaje bíblico se presentó ante mis ojos. Pero antes he de hacer un esfuerzo por describirte el Arrabal de la Mano Cortada, ahora que mi mirada lo fijaba. En realidad son dos planicies a altitudes diferentes. La Mano Cortada es la meseta alta; y el Arrabal de los Proscritos es la meseta baja. Para ir de una a otra hay caminos, pero intransitables e inseguros, por lo que lo mejor es ir por una pendiente, que vi nada más salir de la tienda, que en realidad comunica con Millers’ Lane, la única calle aledaña, pero al bajarla te encuentras un camino a media altura que desciende hacia los Proscritos, poco más ancho que un embudo. La altiplanicie del Arrabal está enmarcada por fresnos al levante y varios caminos que conducen a los alisos del sur.
   Los siete acampaban en tan sólo cinco tiendas. A occidente estaba mi tienda, la de Bruce, a corta distancia de un peligroso salto de cinco o seis metros hacia Miller’s Lane. Muy cerca, la más sureña, estaba la tienda donde habitaban Miguel y John, algo más grande y con menos grietas. Del mismo tamaño, muy próxima, doblando a septentrión, la tienda de Lucy y de Luke, que pronto sería de tres. Más al norte, a la izquierda de ésta, hay un pequeño montículo que tenía como bóveda un fresno gigante y algo fantasmagórico, bajo el cual solían hacerse las hogueras. Junto al fresno, se descubre orgullosa la tienda de Olivia, en su interior un diminuto palacio en la miseria, con todo lo necesario para el aseo de cada día y hasta para una pequeña vanidad. Cuando algo nos falta, se lo pedimos a ella, ya que es la más probable para tenerlo. Bajando el montículo, situada casi en los Proscritos, la que llamamos tienda circumpolar, la de la señora Oakes, humilde y, sin embargo,  digna y habitable.
   Pero te hablaba de un cuadro que me llamó la atención nada más salir. En el montículo de la tienda de Olivia, había también una roca en forma de sombrero chambergo invertido, en cuya corona estaba sentado Bruce. En sus cabellos había unas tijeras que estaba usando una mujer. Pelirroja y con el cabello suelto bastante largo, era bella como el lubricán, ardiente como el crepúsculo, mágica como el amanecer, reconfortante como la noche. De la misma estatura que Luke y yo, no pude ver su cuerpo, oculto tras la roca, pero supe que sólo podía ser Lucy. Al verla, tuve la tentación de dar marcha atrás a mi reloj biológico, hasta la época en que creí enamorarme de varias mujeres. Supe que podía haberme sentido bastante atraído por ella y que nunca habría lamentado que fuese mendiga, queriendo ser acompañado por su fuego hasta la muerte. Con un esfuerzo, intenté recordar que durante tres días había supuesto que no la iba a querer. Ella y Bruce, al unísono, me hacían ademán de que me acercara, sonrientes e invitadores.
−“Hola, Nike −me saludó Bruce−. Esta es mi peluquera: Lucy Rivers, mi compañera” −lo dijo al tiempo que lanzaba su primer esputo a la tierra. Es ésta una costumbre suya bastante censurable, pero que todos le perdonamos.
   Pronto observé que nadie la llamaba Lucy Prancitt, y tampoco por el apellido paterno, que ella nunca usó, si es que lo sabía.
−“¿Cuál es tu apellido, Bruce? −pregunté.
−“Scully. Y por poco no soy hijo de la señora Oakes −añadió en tono burlón−. Sí, hay muchas cosas que no sabes. Pero ella es como mi madre adoptiva.”
−“Y como mi abuela −intervino inesperadamente Lucy. Su voz era como una cascada de agua viva. Y en ese momento se adelantó y pude percibir su barriga. Su vigor menguante germinaba una criatura nueva y su diana creciente ya estaba casi llena. Todos sus vestidos son bastante holgados, y no sólo durante aquel embarazo. No estaba ya de moda la ropa hippie, pero en ella siempre lucían y parecían una tendencia de estreno. Su vestido era casi completamente naranja, estampado con innúmeras margaritas−. Bienvenido, Nike −me saludó efusivamente y me besó en la mejilla−, Luke no hace más que hablarme de ti, y para bien, a pesar de tu pobre opinión de ti mismo. Quería conocerte. Y ahora ya puedes echarme la bronca que me echa todo el mundo. Pero Bruce necesitaba un buen corte de pelo y yo tenía que salir al exterior. Me ahogaba sin poder hacer mi vida normal.”
−“Pues no voy a ser yo quien te reproche. Quizá pueda entenderte mejor que nadie: tampoco he podido permanecer en mi prisión, y tu hijo entenderá tu pequeña rebeldía: no querrá que su madre se desespere.”
−“Creo que mi hijo tiene mucha prisa por conocernos. Lo siento con fuerza cada minuto. No deja de moverse. Está impaciente. Y nacerá antes de lo previsto, estoy segura.”
   Prácticamente había terminado con los cabellos de Bruce, que estaba tan reluciente que casi no lo reconocía. Lucy le había aconsejado bañárselos previamente en el río. Ahora iba a proceder con la barba.


 
−Dime, Protch. Hace rato que veo que quieres hablar.
−Cuando llegaste el primer día y te vi, espero que no te ofendas, andrajoso y algo sucio, me llamó la atención, por incongruente, el buen orden y la limpieza de cabellos y barba. Así que Lucy es vuestra peluquera.
−Lo es. Ya te conté que lo aprendió de pequeña. Ella cuida nuestros cabellos con mimo. Y no permitiría que estuvieran desordenados o desaseados. Ya ves que, en el fondo, tenemos de todo. Y ella también sabe cuidar de sus propios cabellos, todos del color de la tierra.
−Misterio resuelto. Continúa cuando quieras, Nike.


 
   El arreglo de la barba no llevó más de diez minutos, ya que Bruce no la tenía ni muy larga ni muy encrespada. Pero a aquel cuadro singular se le unió una nueva llamarada blanca: era Tessa, a la que al fin conocía, que como todos los gatos iba allá donde estuviera su amigo Bruce. Éste la llamó por su nombre y aquella acudió enseguida a reposar en su regazo. Poco más era ya capaz de hacer esta gata que, según me contaron, había sido nauta y saltimbanqui, ayer ráfaga de rebeldía y hoy asunción gatuna de debilidad.
−“Olivia y Luke están en la fresneda, hablando de libros, creo. Los saludaré un rato antes de irme a mis obligaciones diarias.”
−“¿Por dónde vas hoy, Bruce?” −le pregunté.
−“Hoy cambio al norte. Voy a Heathwood y acaso algo de Northchapel. Pero antes iré a St Mary, a misa de doce.
   Aquellos grandes paganos solían hablar de acudir a misa, pero se quedaban afuera. Bruce se marchó llevándose en su regazo a Tessa, y en pos de ellos a Telemachus, que llegó justo entonces, sin darme tiempo a saludarlo.
    En ese momento, Lucy apareció en toda su plenitud junto a mí. Su redonda Selene se llenaba para paradójicamente dar luz a un universo que ya latía con impaciencia. Me invitó a tocar su vientre para que percibiera la vida que venía. No debí hacerlo. Nunca pude desprenderme de aquella nueva sacudida. Una pequeña reina o un pequeño rey se movía con impaciencia hacia mí, como llamándome o invocándome. Para distinguir en el cielo un planeta de una estrella, te diré, Protch, que la luz de aquel es fija, y que éstas titilan. Y aquella criatura temblaba con luz propia y ardía, se desplazaba por mi Eclíptica, me dibujaba constelaciones. Me dejó su estela, y por primera vez sentí ganas infinitas de echar a llorar. Tan lleno de vida, tan impaciente, tan brillante… y yo no iba a navegar por sus cielos astro del mismo dibujo. Pequeña vida que esperas, ¿a quién aguardas?; y ¿cómo podría conocerte y olvidarte, si tu blanco centelleo ya inauguraba el naufragio de mi corazón nebulosa que nunca pudo en adelante entender la vida sin ti? Espérame, estrella que naces esplendente, que acaso un día nos veamos navegando juntos por el mismo cielo. Pero enseguida se desvaneció esta breve ensoñación, porque entendí que este pequeño astro tenía otras vías lácteas por las que pilotar, otros padres que impedirían su eclipse, dos amables dioses que se harían responsables de su periplo terrestre. Su madre Selene pareció entenderme, pidiéndome que enjugara las lágrimas que sin saberlo había vertido.
−“No me entenderás −me dijo Lucy−, pero de algún modo siento que tenía mucho interés en conocerte. Ahora no se mueve. Y cuando vuelva a nadar, estoy segura de que lo hará con mucha más confianza. Él tenía tanto interés como su madre en conocer a nuestro huésped. Nicholas, o Nike, siéntate tú ahora. No hay mucho cabello que cortar, pero podría arreglártelo. Y no te haré ir al río: lo tienes aún muy limpio. Tu pelo me habla de una vida limpia, y viendo lo que bajo ellos se esconde, yo diría que más limpia de lo que supones. Cree en ti, Nike, ahora no se trata de limpiar sino de darle forma. ¿Confiarás en mí?”
    Iba a confiar en ella, pues intuí que podía arreglarme un poco los cabellos y la vida. Para la segunda no sé cuando comenzó con las tijeras, pero ella, como antes los seis, me desencrespaba y ordenaba, recortándome alguna amargura por aquí, alguna desconfianza por poniente, algún cabello rebelde de hastío preliminar o náusea permanente. Un corte de pelo tal vez innecesario pero muy oportuno, y ya los siete como decoración capilar y piel continuamente erizada. Lucy escultora, masajeando mi paisaje crepuscular con una vida en su fuente y unas palabras sedantes saltando en cascada a su escudilla. Ave, Lucy, estrella de verano, estío  de los astros estremecidos, ríos ardientes de sol que en ellos se remoja, tierra creciente, hija del viento que mecía mis escasos cabellos, luz en mi penumbra.
   Fue por mis cabellos desde mis trópicos a mi ecuador, mientras notaba que yo aún no me había repuesto de la anterior sacudida.
−“Quizá lo lleves mejor, Nike, si te digo que lo que has sentido es la llamada de la Tierra. Su voz potente no se anuncia y siempre sobresalta, pero el sonido que has oído es una fértil corriente que te puede estar esperando.”
   Agua. Un caudal sin esclusas me llevó con ella a mi Rivers’ Meet. Aire. En las puntas del viento silbaba mi nuevo nombre entre sus matorrales. Fuego. Purificador destruía mis malas hierbas, de las que los otros seis habían empezado a tirar, pero no habían conseguido arrancarme. Tierra. Con ella empecé a sentir su llamada telúrica, su sonido pétreo, su voz de raíces y arcilla. Cristalina como el agua, intangible como el aire, luminosa como el fuego, creadora como la tierra, madre de los hijos de mi esperanza, frons leonis, terruño del árbol, veta de oro, Lucy de mi llamada de la tierra.
−“Gracias Lucy. Me repondré. Apenas estoy encontrando el corazón y todo lo que me ocurre electriza mi sangre.”
−“Lo sé, Nike. Pero no temas nunca a tu corazón. Cuando empieza a recibir extrañas descargas, es que la sangre está llamando. Vive las horas con esperanzas. Ya nunca serás el mismo.”
   No pude dejar de decirle el pensamiento que me ocupaba: lo que me habían aconsejado la señora Oakes y Miguel, preguntándole hacia dónde tenía que mirar.
−“El número tres es, como sabes ya, mi número aquí, y estos días empiezo a sentir que un día entregaré mi amor al tres por encima de todos, y pasado, presente y futuro son tres. Pero los vientos son, al menos, cuatro. Y los puntos cardinales. O los cuatro elementos. Y es también la mitad de nuestro mágico número ocho. Puedes mirar la línea temporal como una flecha que se lanza en el pasado y alcanza su blanco en el futuro, pero la propia línea es el cuarto camino, la perfección de un todo. Mira justo delante de tus ojos, esas estrías en el suelo, y dime que ves.”
−“Parecen surcos” −respondí dubitativo.
−“Son surcos −me confirmó−, a los que a veces una lluvia vivifica, y vemos entonces nuevas espigas. Tu corazón, Nike, aunque no puedas creerlo, alguna vez ha sido tierra fértil y quedan los surcos. Otros nuevos te están llegando, sembrando tus tierras de labor. Tu pasado y tu presente. Pero la tierra es tu línea temporal y ya está formando la diana de tu futuro. No pienses ni en el pasado ni en el futuro, sólo en no desaprovechar la lluvia, y un día verás las espigas, el trigo y el pan. Esta Mano Cortada nuestro pudo ser un día el patio trasero de una casa solariega, donde seguramente plantaron trigo. Verás molinos si te acercas al río. Los surcos quedan testigos de su antiguo esplendor. Deja que te labren y no temas al viento ni al agua. Mi tierra esperó paciente muchos años, hasta que llegó Luke, regó mi baldío y empezó a labrarla, y su cosecha ya ves que no se ha detenido porque él es fecundo y transforma corazones, y nuestras lomas no las arrasará ningún viento.”
   Quizá ella supiera algo de lo incierto y de lo oculto, la niebla de mi corazón que yo creía espesa e ilegible. Pero ya nunca quise apartarme de su sabiduría milenaria. La había intuido energía de todos, pero quizá era también la materia transformada de su terruño feraz, adonde me había llevado una serpiente para que desorientado reptara, también por el río, también por los surcos, como reptaba la estrella que llevaba en el interior de su universo. Pero súbitamente me acordé de otra serpiente, otro malandrín que reptaba y no se anunciaba.
−“Comprendo. Vuestros surcos los ha creado el amor y pronto tendréis una nueva cosecha.”
−“Que será una buena cosecha porque no hemos dejado que a nuestro amor lo abata un viento destructor que muchos, sin embargo, desean. Un ángel innecesario al que muchos llaman fidelidad.”
−“¿No crees en la fidelidad?” −pregunté incrédulo, al tiempo que me planteaba por qué me decía todo eso a mí.
−“Creo, sin embargo, que hay amores que pueden ser eternos. Y creo en la lealtad. Pero igual que una mente necesita del contacto con otras para fecundar un pensamiento, creo que hay amores que se destruyen por no permitir que un cuerpo, como la tierra, germine con todas las lluvias, con todas las aguas. Para mí no es importante que el cuerpo que amo se roce con la tierra bruna de otros cuerpos, que la batalla no sea entre dos cuando la guerra, o sea el amor, sí lo es. La idea romántica de la fidelidad ha acabado con grandes amores. Luke y yo no hemos tenido en cuenta a ese rufián y nuestro amor germina, crece cada día, y ha engendrado ya su primer fruto. Por eso si algún día sientes el amor mordiendo tus huesos, sele siempre leal, Nike, pero no necesariamente fiel. Pero no me hagas mucho caso si no lo deseas. Mi madre me legó otra idea de familia, otras lecciones de lo que es y lo que no es el amor. Soy hija de sus vientos, los que casi se tragaron en torbellino violento a mi tío Gerald.”
−“¿Conoces a tu tío Gerald?”
−“Guárdame el secreto, Nike. Mi tío no ha querido decirme aún quién es, o fue, mi padre, y seguro que ya has oído que no lo conocí y que nací en la calle. No conocí a mi padre, ni a mi abuelo Gerald, ni a mi tía Kirsten, pero conocí a mi tío cuando murió mi abuela Linda, a cuyo funeral asistí porque ella me buscó en su lecho de muerte cuando hizo caso al rumor de que tenía una nieta. Mi tío anda ocupado desde entonces en reconciliarse con mi madre, pero ésta no debe saber nada de lo que te he contado. Ya ves −me dijo tras hacerle la solemne promesa de que nada contaría− que mi línea temporal también tiene extraños surcos, algunos todavía hundidos en la tierra, y algún otro que me puede estar llegando sin saber muy bien adónde apuntan sus flechas.”


 
   Flechas. Lucy se movía en la Eclíptica y quiso acompañar a Nike en su lenta navegación hacia Leo, y Lucy con Nike, o Nike junto a Lucy, entraron inesperadamente en la mansión del arquero. Extrañas flechas de derivas inciertas, con blancos movedizos e inquietos, con los que el arquero había traspasado a Nike, que sin embargo tardó meses en verter esa sangre. No había duda de que navegaba deprisa y ese 2 de agosto entró por sorpresa en Sagitario.


 
    El escaso manto que me cubría ya había sido tajado, y Lucy me acercó un espejo para que contemplara su obra. Se las había arreglado para darme una forma atractiva sin dejar demasiado al descubierto mis orejas, las que me mortificaban. Suspiré satisfecho. Se ofreció también a arreglarme la barba, pero no consentí en segar los surcos de mi cuerpo sin saber si solidificarían los surcos que iban formando mi alma. Desde entonces no me he afeitado, Protch. Hazte a la idea de que el 26 de julio de ese mi año 29 fue la última vez, y ahora sabrás que Bruce, Miguel y yo somos los tres barbudos de la Mano Cortada.
   No encontré una excusa para quedarme un rato más junto a ella y me fui algo derrotado y alicaído, germinando surcos, sabiendo ya que los siete, todos, lo eran. Ese 2 de agosto quise que fuera breve en reflexiones y extenso en lecturas. Ya iba muy adelantado en Grandes Esperanzas. De vez en cuando me detenía ensimismado viendo a Luke en Pip y a Lucy en Estella, que al fin al cabo es como se llamaba la madre de la mujer a la que ella había llamado su abuela. Pero era un paralelismo injusto, porque esa Estella no era lejana e inaccesible y el único amor imposible era el mío. A ratos me volvía a desubicar la negra idea del dinero, mi talón de Aquiles. Había sentido reptar al hijo en la tierra fértil de su madre, y ausente entonces su padre, supe que vendría con nuevas lluvias y que seguiría nadando ufano hasta el puerto de la vida. Yo podía, quizá, iluminar de antorchas su oscura corriente, o llenarlas de légamo. ¿Qué hacer? No pensaba entonces esperarlo, espectador satisfecho que rodea con sus brazos al nadador victorioso, como espera el juez con su corona de laurel. No pensaba entonces que se me permitiría acompañarlo con mis fatigas, esfuerzos y enseñanzas, como lo acompañarían sus padres. Pequeño trasgo evanescente, mágico y pagano, como sería la noche sin nieblas del día posterior, en la línea temporal de aquel agosto que iba creando mis surcos, ¡quién pudiera acompañarte de las hogueras a la Eclíptica sin que el dinero fuera necesario! Pero volví a tapar ese negro pozo del que no podía salir. Ella o él merecían que vertiera mi sangre, no el oro de mi cuna.
   El 3 de agosto me sorprendería con nuevo vigor, pero con las mismas raíces. De ese día sorprendente lo más singular fue la noche. Del resto poco te tengo que contar. Otro día más en el que ya conseguí para siempre hacerme con un ritmo para la lectura, en el que casi acabé Grandes esperanzas. El café me lo trajo Luke, y te diré algo de lo más importante de lo que hablamos. En realidad, ya me esperaba su nueva pregunta difícil:
−“Ahora que ya te hemos conocido todos, Nike, te diré que estamos impresionados. Así vi anoche a mi mujer, quien algo me dijo de que ya te había buscado un huequecito cálido en su corazón. Me gustaría, de ella también, conocer tu opinión.”
−“Siete huequecitos cálidos tendré que buscar ahora. Ya creo que tengo corazón, pero no sé si será capaz de despedir tanto calor. Pero he de buscárselo, porque estos días, en vuestra colmena, tenéis un extraño insecto sobrevolando que no sabe qué ha de hacer para convertirse un rato en abeja. Sobre ella te diré que me ha parecido que la tierra habla a través de su voz. Yo la había supuesto, por lo que me decíais, que era energía, pero ahora la veo más como materia. La tierra la ha nutrido, la ha educado, y ella, acostumbrada a reptar en su regazo, se ha vuelto su intérprete.”
−“A nosotros también nos va a resultar cada vez más difícil entender nuestra colmena sin ti. Gracias, Nike. Y recuerda que en tanto desees sobrevolar por aquí, estarán libres para ti todos nuestros hexágonos. Me contó también que habías sentido a nuestro vástago.”
−“Sí, lo sentí, y sé que nacerá bien. Lucy lo lleva. Ahora entiendo que os habéis ganado el amor y que os merecéis el uno al otro. Y vuestra hija o vuestro hijo os merece ya y con vosotros será pleno. Y tú serás feliz, amigo mío, en tu siete y en tu tres. Y yo me iré sin números sagrados, con un corazón estrenado y mil veces mordido y nunca sabré quién soy. Te diré que en estos días ha sucedido que por primera vez soy.”
−“Y ya siempre serás, y los siete en gran medida contigo, si nos lo permites. Y tu camino será más dulce que el café que estás bebiendo −dijo despidiéndose de mí con otro adiós, amigo mío−. Nos veremos pronto.”
   Si nos lo permites. Pasé gran parte de ese día 3 pensando como permitírselo y ya intuía que si no lo hacía, mi único número sería el 0. Más abatido que optimista, más reflexivo que lector, con una salud física recuperada en tanto que mermaban mis energías o mi fuerza vital, con surcos tal vez abiertos, pero extraviada mi línea temporal, la noche me alcanzó con ánimo decaído pero sin las tan necesarias lágrimas. Pero un impulso arrebatador me movió de noche a atreverme a dejar las sábanas, porque una magia desconocida me llamaba.

3 comentarios:

  1. Tremendo Capítulo de develaciones, Nike aceptándose sin saberlo a su nueva vida, entregado ya a lo que bien recibe, como el regalo de sentir en el vientre de Lucy a esa nueva de la que tal vez tenga arte y parte... No para de conmoverme ver el nacimiento de Nike, como un nuevo hombre, aceptándose como y tal cual es, perdonándose y renaciendo de sus cenizas como el Ave Fénix. Intuir que Lucy, muuy en el fondo de su ser, sabe que Nike, marcará (y no sé si sea el término correcto), de un modo particularmente especial su vida, la de Luke y la del vástago que espera. No deja de enternecerme lo acaecido en este Capítulo. Será tal vez que mi sensibilidad está a flor de piel... Sólo sé que los hijos de DannyBera, Germán, me los he hecho propios... y soy una con ellos y ansío continuar leyendo el devenir de lo que acontezca en los próximos Capítulos :)

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  2. Miguel trae el café de la mañana, paso casi cotidiano para acercarnos a Nike, que abandona su imperfecto paraíso por primera vez. Nike da sus primeros pasos aun dubitativo, pero el impacto esperado por fin llega, un impacto necesario para que cambie de acorde, aunque no se sabe muy bien si será definitivo, sí se advierte que es un camino nuevo e inesperado, Nike vuelve a caer en los brazos del "encantamiento", y es aquí donde se produce el hermoso trazo narrativo, sublime, esteta, que dura durante todo el encuentro, diálogos, descripciones y reflexiones de dos personajes (diría tres, ya que cobra especial importancia la querencia hacia la pequeña vida que se espera) a los que el autor eleva a cumbres hasta ahora no conquistadas.

    La metáfora utilizada con lenguaje culto, lirismo implícito y ambiente de un diferente, pero efectivo, romanticismo (romanticismo que no parece ser un fuerte del autor, pero que en este caso queda bien resuelto), confluyen en gran parte del capítulo, el autor se deja descubrir de nuevo sublimando el lenguaje, queriéndose en la escritura, utilizando de todos los recursos lingüísticos de que dispone. El mensaje es claro: una gran querencia en el encuentro de Lucy y Nike, diferenciándolo del resto en sobremanera, dándole categoría de premonición, está claro que el autor no quiere dejar que pase desapercibido para el lector, de ahí el uso de una estésis especial a la máxima altura narrativa.

    Estésis que afecta la sensibilidad. Sensibilidad como condición de abertura, permeabilidad o porosidad hacia el lector utilizada para dar categoría al momento, y lo sitúa ante la premonición de que algo grande ocurre y ocurrirá, instándonos a intuir que se establece una trilogía en Nike, entre Lucy, Luke y el mismo; "Un universo que ya latía con impaciencia" se nos sugiere como detonante del que quizás se convierta en un cuarteto importante.

    "Pero no temas nunca a tu corazón. Cuando empieza a recibir extrañas descargas, es que la sangre está llamando.".

    El capítulo, corto, es adornado con las analogías que permiten las metáforas, y los ya queridos paralelismos del autor con los astros de su universo existencial. Requiere de una lectura lenta y pormenorizada, con especial atención al mínimo detalle, ¡y son tantos!. Como en todo capítulo corto el autor recurre a la intensidad para compensar al lector de su brevedad.

    Continúa el relato en el día siguiente, ahora es Luke el que entra el café, en un breve diálogo, distinto a los anteriores entre ellos, se exponen los pensamientos y sensaciones del encuentro del día anterior, esta vez sin profundas reflexiones pero si con constataciones en su incertidumbre. Sin despejar aun la incógnita por parte de Nike de si se será el número ocho o el cero dentro del grupo. Una última frase: "adiós, amigo mío", que nos emplaza a preguntas, muchas, la principal: cuál será el octavo motivo de VERÔME.

    Y ahora me detendré en el detalle de lo que parece ser una línea de filosofía de vida dibujada en la novela y canalizada por el perfil vivencial de cada mendigo, conformando una cierta moral no cristiana. En este capítulo se plantean conceptos como fidelidad y lealtad, aunque expresados como opción de los protagonistas, ante ellos el lector o se posiciona o reflexiona. La fidelidad es la asunción de un compromiso; La lealtad se cumple porque se cree así, es un rasgo personal, y como actitud personal al plantearse el valor moral de la lealtad descubrimos que en las relaciones afectivas ser leal implica un compromiso ético con nuestros propios principios. En la fidelidad está el concepto de fe, en la lealtad está el concepto de ley, lo divino versus lo humano, lo trascendente indiscutible contra lo inmanente continuamente reescrito. En la lealtad no hay cálculo, en la fidelidad a veces hay cálculo y conveniencia. Queda clara la explicación de Lucy en este sentido, que además parece indicar subrepticiamente que esta opción tomará carta de naturaleza en la novela.

    No hay párrafo o frase que se pueda dejar al albur del olvido.

    Pol

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