Eran ríos de luz los que, tocando cada grieta, me despertaron ese día
sobre las 10, y no tuve valor para oponerme a su fuerza ardiente. Me desabotoné
los cristales del sueño y me desperecé con esperanza y cierta tristeza: ya sólo
me quedaban cuatro amaneceres con ellos. Ese día me había propuesto salir para
conocerlos mejor explorando su lugar de acampada permanente. Además, la salud
me hacía señales para que me atreviera a estrenarla. Desovillando esos hilos me
andaba, cuando me vino el café diario. Era Miguel de nuevo. Venía con una
chaqueta de lino azulada y una camisa del mismo color. Tras regalarme el
desayuno y los buenos días, retomó la conversación del día anterior como si la
hubiéramos dejado en el aire.
−“¿Sigues queriendo decidir tu
devenir pensando en el pasado?”
−“No pienso en ello constantemente.
La señora Oakes me aconsejó no plantearme metas que estén más allá de mis
fuerzas. Y temo si os contradigo a los dos un poco. Porque no sé cuáles son mis
fuerzas, si alguna tengo, pero si te sigo a ti, para decidir mi devenir tengo
que plantearme metas. Y algún objetivo tengo −suspiré. Pensaba en el alcohol−,
pero no sé aún si me alcanzará alguna resistencia. Sólo sé que no me gusta mi
vida, pero me siento débil para cambiarla a fondo. A ratos seguiré meditando,
pero ignoro si llegaré a algún lado. Mas agradezco haberos conocido. En el
fondo, la señora Oakes me aconsejaba no mirar hacia el futuro, y tú que no
perdiera mi tiempo evaluando el pasado. Y así, sólo me queda un extraño
paréntesis, que es mi presente, donde sólo puedo ver lo que no quiero ser”
−“Ese puede ser el primer paso. Pero
supongo que cada persona es diferente. No te entretendré más entonces con mi
charla intrascendente. Te dejo que medites en paz. O que no lo hagas. O que
desayunes; o que leas algo.”
Y se fue. Pero mi objetivo no era ni meditar ni leer. Desayuné de prisa,
pues mi ilusión era entonces volver a estrenar las piernas. Con cierta
seguridad me encaminé hasta la puerta, dejando atrás mi prisión de lona. El
sol, todavía en el este, pero viajando ya con seguridad al sur, me deslumbraba
con sus saetas de luz y calor.
Una escena que no sé muy bien por qué me recordaba algún pasaje bíblico
se presentó ante mis ojos. Pero antes he de hacer un esfuerzo por describirte
el Arrabal de la Mano Cortada, ahora que mi mirada lo fijaba. En realidad son
dos planicies a altitudes diferentes. La Mano Cortada es la meseta alta; y el
Arrabal de los Proscritos es la meseta baja. Para ir de una a otra hay caminos,
pero intransitables e inseguros, por lo que lo mejor es ir por una pendiente,
que vi nada más salir de la tienda, que en realidad comunica con Millers’ Lane,
la única calle aledaña, pero al bajarla te encuentras un camino a media altura
que desciende hacia los Proscritos, poco más ancho que un embudo. La
altiplanicie del Arrabal está enmarcada por fresnos al levante y varios caminos
que conducen a los alisos del sur.
Los siete acampaban en tan sólo cinco tiendas. A occidente estaba mi tienda, la de Bruce, a corta
distancia de un peligroso salto de cinco o seis metros hacia Miller’s Lane. Muy
cerca, la más sureña, estaba la tienda donde habitaban Miguel y John, algo más
grande y con menos grietas. Del mismo tamaño, muy próxima, doblando a
septentrión, la tienda de Lucy y de Luke, que pronto sería de tres. Más al
norte, a la izquierda de ésta, hay un pequeño montículo que tenía como bóveda
un fresno gigante y algo fantasmagórico, bajo el cual solían hacerse las
hogueras. Junto al fresno, se descubre orgullosa la tienda de Olivia, en su interior
un diminuto palacio en la miseria, con todo lo necesario para el aseo de cada
día y hasta para una pequeña vanidad. Cuando algo nos falta, se lo pedimos a
ella, ya que es la más probable para tenerlo. Bajando el montículo, situada
casi en los Proscritos, la que llamamos tienda circumpolar, la de la señora
Oakes, humilde y, sin embargo, digna y
habitable.
Pero te hablaba de un cuadro que me llamó la atención nada más salir. En
el montículo de la tienda de Olivia, había también una roca en forma de
sombrero chambergo invertido, en cuya corona estaba sentado Bruce. En sus
cabellos había unas tijeras que estaba usando una mujer. Pelirroja y con el
cabello suelto bastante largo, era bella como el lubricán, ardiente como el
crepúsculo, mágica como el amanecer, reconfortante como la noche. De la misma
estatura que Luke y yo, no pude ver su cuerpo, oculto tras la roca, pero supe
que sólo podía ser Lucy. Al verla, tuve la tentación de dar marcha atrás a mi
reloj biológico, hasta la época en que creí enamorarme de varias mujeres. Supe
que podía haberme sentido bastante atraído por ella y que nunca habría
lamentado que fuese mendiga, queriendo ser acompañado por su fuego hasta la
muerte. Con un esfuerzo, intenté recordar que durante tres días había supuesto que
no la iba a querer. Ella y Bruce, al unísono, me hacían ademán de que me
acercara, sonrientes e invitadores.
−“Hola, Nike −me saludó Bruce−. Esta
es mi peluquera: Lucy Rivers, mi compañera” −lo dijo al tiempo que lanzaba su
primer esputo a la tierra. Es ésta una costumbre suya bastante censurable, pero
que todos le perdonamos.
Pronto observé que nadie la llamaba Lucy Prancitt, y tampoco por el
apellido paterno, que ella nunca usó, si es que lo sabía.
−“¿Cuál es tu apellido, Bruce?
−pregunté.
−“Scully. Y por poco no soy hijo de
la señora Oakes −añadió en tono burlón−. Sí, hay muchas cosas que no sabes.
Pero ella es como mi madre adoptiva.”
−“Y como mi abuela −intervino
inesperadamente Lucy. Su voz era como una cascada de agua viva. Y en ese
momento se adelantó y pude percibir su barriga. Su vigor menguante germinaba
una criatura nueva y su diana creciente ya estaba casi llena. Todos sus
vestidos son bastante holgados, y no sólo durante aquel embarazo. No estaba ya
de moda la ropa hippie, pero en ella siempre lucían y parecían una tendencia de
estreno. Su vestido era casi completamente naranja, estampado con innúmeras
margaritas−. Bienvenido, Nike −me saludó efusivamente y me besó en la mejilla−,
Luke no hace más que hablarme de ti, y para bien, a pesar de tu pobre opinión
de ti mismo. Quería conocerte. Y ahora ya puedes echarme la bronca que me echa
todo el mundo. Pero Bruce necesitaba un buen corte de pelo y yo tenía que salir
al exterior. Me ahogaba sin poder hacer mi vida normal.”
−“Pues no voy a ser yo quien te
reproche. Quizá pueda entenderte mejor que nadie: tampoco he podido permanecer
en mi prisión, y tu hijo entenderá tu pequeña rebeldía: no querrá que su madre
se desespere.”
−“Creo que mi hijo tiene mucha prisa
por conocernos. Lo siento con fuerza cada minuto. No deja de moverse. Está
impaciente. Y nacerá antes de lo previsto, estoy segura.”
Prácticamente había terminado con los cabellos de Bruce, que estaba tan
reluciente que casi no lo reconocía. Lucy le había aconsejado bañárselos
previamente en el río. Ahora iba a proceder con la barba.
−Dime, Protch. Hace rato que veo que
quieres hablar.
−Cuando llegaste el primer día y te
vi, espero que no te ofendas, andrajoso y algo sucio, me llamó la atención, por
incongruente, el buen orden y la limpieza de cabellos y barba. Así que Lucy es
vuestra peluquera.
−Lo es. Ya te conté que lo aprendió
de pequeña. Ella cuida nuestros cabellos con mimo. Y no permitiría que
estuvieran desordenados o desaseados. Ya ves que, en el fondo, tenemos de todo.
Y ella también sabe cuidar de sus propios cabellos, todos del color de la
tierra.
−Misterio resuelto. Continúa cuando
quieras, Nike.
El arreglo de la barba no llevó más de diez minutos, ya que Bruce no la
tenía ni muy larga ni muy encrespada. Pero a aquel cuadro singular se le unió
una nueva llamarada blanca: era Tessa, a la que al fin conocía, que como todos
los gatos iba allá donde estuviera su amigo Bruce. Éste la llamó por su nombre
y aquella acudió enseguida a reposar en su regazo. Poco más era ya capaz de
hacer esta gata que, según me contaron, había sido nauta y saltimbanqui, ayer
ráfaga de rebeldía y hoy asunción gatuna de debilidad.
−“Olivia y Luke están en la
fresneda, hablando de libros, creo. Los saludaré un rato antes de irme a mis
obligaciones diarias.”
−“¿Por dónde vas hoy, Bruce?” −le
pregunté.
−“Hoy cambio al norte. Voy a
Heathwood y acaso algo de Northchapel. Pero antes iré a St Mary, a misa de
doce.
Aquellos grandes paganos solían hablar de acudir a misa, pero se
quedaban afuera. Bruce se marchó llevándose en su regazo a Tessa, y en pos de
ellos a Telemachus, que llegó justo entonces, sin darme tiempo a saludarlo.
En ese momento, Lucy apareció en toda su plenitud junto a mí. Su redonda
Selene se llenaba para paradójicamente dar luz a un universo que ya latía con
impaciencia. Me invitó a tocar su vientre para que percibiera la vida que
venía. No debí hacerlo. Nunca pude desprenderme de aquella nueva sacudida. Una
pequeña reina o un pequeño rey se movía con impaciencia hacia mí, como llamándome
o invocándome. Para distinguir en el cielo un planeta de una estrella, te diré,
Protch, que la luz de aquel es fija, y que éstas titilan. Y aquella criatura
temblaba con luz propia y ardía, se desplazaba por mi Eclíptica, me dibujaba
constelaciones. Me dejó su estela, y por primera vez sentí ganas infinitas de
echar a llorar. Tan lleno de vida, tan impaciente, tan brillante… y yo no iba a
navegar por sus cielos astro del mismo dibujo. Pequeña vida que esperas, ¿a
quién aguardas?; y ¿cómo podría conocerte y olvidarte, si tu blanco centelleo
ya inauguraba el naufragio de mi corazón nebulosa que nunca pudo en adelante
entender la vida sin ti? Espérame, estrella que naces esplendente, que acaso un
día nos veamos navegando juntos por el mismo cielo. Pero enseguida se
desvaneció esta breve ensoñación, porque entendí que este pequeño astro tenía
otras vías lácteas por las que pilotar, otros padres que impedirían su eclipse,
dos amables dioses que se harían responsables de su periplo terrestre. Su madre
Selene pareció entenderme, pidiéndome que enjugara las lágrimas que sin saberlo
había vertido.
−“No me entenderás −me dijo Lucy−,
pero de algún modo siento que tenía mucho interés en conocerte. Ahora no se
mueve. Y cuando vuelva a nadar, estoy segura de que lo hará con mucha más
confianza. Él tenía tanto interés como su madre en conocer a nuestro huésped.
Nicholas, o Nike, siéntate tú ahora. No hay mucho cabello que cortar, pero
podría arreglártelo. Y no te haré ir al río: lo tienes aún muy limpio. Tu pelo
me habla de una vida limpia, y viendo lo que bajo ellos se esconde, yo diría
que más limpia de lo que supones. Cree en ti, Nike, ahora no se trata de
limpiar sino de darle forma. ¿Confiarás en mí?”
Iba a confiar en ella, pues intuí que podía arreglarme un poco los
cabellos y la vida. Para la segunda no sé cuando comenzó con las tijeras, pero
ella, como antes los seis, me desencrespaba y ordenaba, recortándome alguna
amargura por aquí, alguna desconfianza por poniente, algún cabello rebelde de
hastío preliminar o náusea permanente. Un corte de pelo tal vez innecesario
pero muy oportuno, y ya los siete como decoración capilar y piel continuamente
erizada. Lucy escultora, masajeando mi paisaje crepuscular con una vida en su
fuente y unas palabras sedantes saltando en cascada a su escudilla. Ave, Lucy,
estrella de verano, estío de los astros
estremecidos, ríos ardientes de sol que en ellos se remoja, tierra creciente,
hija del viento que mecía mis escasos cabellos, luz en mi penumbra.
Fue por mis cabellos desde mis trópicos a mi ecuador, mientras notaba
que yo aún no me había repuesto de la anterior sacudida.
−“Quizá lo lleves mejor, Nike, si te
digo que lo que has sentido es la llamada de la Tierra. Su voz potente no se
anuncia y siempre sobresalta, pero el sonido que has oído es una fértil
corriente que te puede estar esperando.”
Agua. Un caudal sin esclusas me llevó con ella a mi Rivers’ Meet. Aire.
En las puntas del viento silbaba mi nuevo nombre entre sus matorrales. Fuego.
Purificador destruía mis malas hierbas, de las que los otros seis habían
empezado a tirar, pero no habían conseguido arrancarme. Tierra. Con ella empecé
a sentir su llamada telúrica, su sonido pétreo, su voz de raíces y arcilla.
Cristalina como el agua, intangible como el aire, luminosa como el fuego,
creadora como la tierra, madre de los hijos de mi esperanza, frons leonis,
terruño del árbol, veta de oro, Lucy de mi llamada de la tierra.
−“Gracias Lucy. Me repondré. Apenas
estoy encontrando el corazón y todo lo que me ocurre electriza mi sangre.”
−“Lo sé, Nike. Pero no temas nunca a
tu corazón. Cuando empieza a recibir extrañas descargas, es que la sangre está
llamando. Vive las horas con esperanzas. Ya nunca serás el mismo.”
No pude dejar de decirle el pensamiento que me ocupaba: lo que me habían
aconsejado la señora Oakes y Miguel, preguntándole hacia dónde tenía que mirar.
−“El número tres es, como sabes ya,
mi número aquí, y estos días empiezo a sentir que un día entregaré mi amor al
tres por encima de todos, y pasado, presente y futuro son tres. Pero los
vientos son, al menos, cuatro. Y los puntos cardinales. O los cuatro elementos.
Y es también la mitad de nuestro mágico número ocho. Puedes mirar la línea
temporal como una flecha que se lanza en el pasado y alcanza su blanco en el
futuro, pero la propia línea es el cuarto camino, la perfección de un todo.
Mira justo delante de tus ojos, esas estrías en el suelo, y dime que ves.”
−“Parecen surcos” −respondí
dubitativo.
−“Son surcos −me confirmó−, a los
que a veces una lluvia vivifica, y vemos entonces nuevas espigas. Tu corazón,
Nike, aunque no puedas creerlo, alguna vez ha sido tierra fértil y quedan los
surcos. Otros nuevos te están llegando, sembrando tus tierras de labor. Tu
pasado y tu presente. Pero la tierra es tu línea temporal y ya está formando la
diana de tu futuro. No pienses ni en el pasado ni en el futuro, sólo en no
desaprovechar la lluvia, y un día verás las espigas, el trigo y el pan. Esta
Mano Cortada nuestro pudo ser un día el patio trasero de una casa solariega, donde
seguramente plantaron trigo. Verás molinos si te acercas al río. Los surcos
quedan testigos de su antiguo esplendor. Deja que te labren y no temas al
viento ni al agua. Mi tierra esperó paciente muchos años, hasta que llegó Luke,
regó mi baldío y empezó a labrarla, y su cosecha ya ves que no se ha detenido
porque él es fecundo y transforma corazones, y nuestras lomas no las arrasará
ningún viento.”
Quizá ella supiera algo de lo incierto y de lo oculto, la niebla de mi
corazón que yo creía espesa e ilegible. Pero ya nunca quise apartarme de su
sabiduría milenaria. La había intuido energía de todos, pero quizá era también
la materia transformada de su terruño feraz, adonde me había llevado una
serpiente para que desorientado reptara, también por el río, también por los
surcos, como reptaba la estrella que llevaba en el interior de su universo.
Pero súbitamente me acordé de otra serpiente, otro malandrín que reptaba y no
se anunciaba.
−“Comprendo. Vuestros surcos los ha
creado el amor y pronto tendréis una nueva cosecha.”
−“Que será una buena cosecha porque
no hemos dejado que a nuestro amor lo abata un viento destructor que muchos,
sin embargo, desean. Un ángel innecesario al que muchos llaman fidelidad.”
−“¿No crees en la fidelidad?”
−pregunté incrédulo, al tiempo que me planteaba por qué me decía todo eso a mí.
−“Creo, sin embargo, que hay amores
que pueden ser eternos. Y creo en la lealtad. Pero igual que una mente necesita
del contacto con otras para fecundar un pensamiento, creo que hay amores que se
destruyen por no permitir que un cuerpo, como la tierra, germine con todas las
lluvias, con todas las aguas. Para mí no es importante que el cuerpo que amo se
roce con la tierra bruna de otros cuerpos, que la batalla no sea entre dos
cuando la guerra, o sea el amor, sí lo es. La idea romántica de la fidelidad ha
acabado con grandes amores. Luke y yo no hemos tenido en cuenta a ese rufián y
nuestro amor germina, crece cada día, y ha engendrado ya su primer fruto. Por
eso si algún día sientes el amor mordiendo tus huesos, sele siempre leal, Nike,
pero no necesariamente fiel. Pero no me hagas mucho caso si no lo deseas. Mi
madre me legó otra idea de familia, otras lecciones de lo que es y lo que no es
el amor. Soy hija de sus vientos, los que casi se tragaron en torbellino
violento a mi tío Gerald.”
−“¿Conoces a tu tío Gerald?”
−“Guárdame el secreto, Nike. Mi tío
no ha querido decirme aún quién es, o fue, mi padre, y seguro que ya has oído
que no lo conocí y que nací en la calle. No conocí a mi padre, ni a mi abuelo
Gerald, ni a mi tía Kirsten, pero conocí a mi tío cuando murió mi abuela Linda,
a cuyo funeral asistí porque ella me buscó en su lecho de muerte cuando hizo
caso al rumor de que tenía una nieta. Mi tío anda ocupado desde entonces en
reconciliarse con mi madre, pero ésta no debe saber nada de lo que te he
contado. Ya ves −me dijo tras hacerle la solemne promesa de que nada contaría−
que mi línea temporal también tiene extraños surcos, algunos todavía hundidos
en la tierra, y algún otro que me puede estar llegando sin saber muy bien
adónde apuntan sus flechas.”
Flechas. Lucy se movía en la Eclíptica y quiso acompañar a Nike en su
lenta navegación hacia Leo, y Lucy con Nike, o Nike junto a Lucy, entraron
inesperadamente en la mansión del arquero. Extrañas flechas de derivas
inciertas, con blancos movedizos e inquietos, con los que el arquero había
traspasado a Nike, que sin embargo tardó meses en verter esa sangre. No había
duda de que navegaba deprisa y ese 2 de agosto entró por sorpresa en Sagitario.
El escaso manto que me cubría ya había sido tajado, y Lucy me acercó un
espejo para que contemplara su obra. Se las había arreglado para darme una
forma atractiva sin dejar demasiado al descubierto mis orejas, las que me
mortificaban. Suspiré satisfecho. Se ofreció también a arreglarme la barba,
pero no consentí en segar los surcos de mi cuerpo sin saber si solidificarían
los surcos que iban formando mi alma. Desde entonces no me he afeitado, Protch.
Hazte a la idea de que el 26 de julio de ese mi año 29 fue la última vez, y
ahora sabrás que Bruce, Miguel y yo somos los tres barbudos de la Mano Cortada.
No encontré una excusa para quedarme un rato más junto a ella y me fui
algo derrotado y alicaído, germinando surcos, sabiendo ya que los siete, todos,
lo eran. Ese 2 de agosto quise que fuera breve en reflexiones y extenso en
lecturas. Ya iba muy adelantado en Grandes
Esperanzas. De vez en cuando me detenía ensimismado viendo a Luke en Pip y
a Lucy en Estella, que al fin al cabo es como se llamaba la madre de la mujer a
la que ella había llamado su abuela. Pero era un paralelismo injusto, porque
esa Estella no era lejana e inaccesible y el único amor imposible era el mío. A
ratos me volvía a desubicar la negra idea del dinero, mi talón de Aquiles.
Había sentido reptar al hijo en la tierra fértil de su madre, y ausente
entonces su padre, supe que vendría con nuevas lluvias y que seguiría nadando
ufano hasta el puerto de la vida. Yo podía, quizá, iluminar de antorchas su
oscura corriente, o llenarlas de légamo. ¿Qué hacer? No pensaba entonces
esperarlo, espectador satisfecho que rodea con sus brazos al nadador
victorioso, como espera el juez con su corona de laurel. No pensaba entonces
que se me permitiría acompañarlo con mis fatigas, esfuerzos y enseñanzas, como
lo acompañarían sus padres. Pequeño trasgo evanescente, mágico y pagano, como
sería la noche sin nieblas del día posterior, en la línea temporal de aquel
agosto que iba creando mis surcos, ¡quién pudiera acompañarte de las hogueras a
la Eclíptica sin que el dinero fuera necesario! Pero volví a tapar ese negro
pozo del que no podía salir. Ella o él merecían que vertiera mi sangre, no el
oro de mi cuna.
El 3 de agosto me sorprendería con nuevo vigor, pero con las mismas
raíces. De ese día sorprendente lo más singular fue la noche. Del resto poco te
tengo que contar. Otro día más en el que ya conseguí para siempre hacerme con
un ritmo para la lectura, en el que casi acabé Grandes esperanzas. El café me lo trajo Luke, y te diré algo de lo
más importante de lo que hablamos. En realidad, ya me esperaba su nueva pregunta
difícil:
−“Ahora que ya te hemos conocido
todos, Nike, te diré que estamos impresionados. Así vi anoche a mi mujer, quien
algo me dijo de que ya te había buscado un huequecito cálido en su corazón. Me
gustaría, de ella también, conocer tu opinión.”
−“Siete huequecitos cálidos tendré
que buscar ahora. Ya creo que tengo corazón, pero no sé si será capaz de
despedir tanto calor. Pero he de buscárselo, porque estos días, en vuestra
colmena, tenéis un extraño insecto sobrevolando que no sabe qué ha de hacer
para convertirse un rato en abeja. Sobre ella te diré que me ha parecido que la
tierra habla a través de su voz. Yo la había supuesto, por lo que me decíais,
que era energía, pero ahora la veo más como materia. La tierra la ha nutrido,
la ha educado, y ella, acostumbrada a reptar en su regazo, se ha vuelto su
intérprete.”
−“A nosotros también nos va a
resultar cada vez más difícil entender nuestra colmena sin ti. Gracias, Nike. Y
recuerda que en tanto desees sobrevolar por aquí, estarán libres para ti todos
nuestros hexágonos. Me contó también que habías sentido a nuestro vástago.”
−“Sí, lo sentí, y sé que nacerá
bien. Lucy lo lleva. Ahora entiendo que os habéis ganado el amor y que os
merecéis el uno al otro. Y vuestra hija o vuestro hijo os merece ya y con
vosotros será pleno. Y tú serás feliz, amigo mío, en tu siete y en tu tres. Y
yo me iré sin números sagrados, con un corazón estrenado y mil veces mordido y
nunca sabré quién soy. Te diré que en estos días ha sucedido que por primera
vez soy.”
−“Y ya siempre serás, y los siete en
gran medida contigo, si nos lo permites. Y tu camino será más dulce que el café
que estás bebiendo −dijo despidiéndose de mí con otro adiós, amigo mío−. Nos veremos pronto.”
Si nos lo permites. Pasé gran parte de ese día 3 pensando como
permitírselo y ya intuía que si no lo hacía, mi único número sería el 0. Más
abatido que optimista, más reflexivo que lector, con una salud física
recuperada en tanto que mermaban mis energías o mi fuerza vital, con surcos tal
vez abiertos, pero extraviada mi línea temporal, la noche me alcanzó con ánimo
decaído pero sin las tan necesarias lágrimas. Pero un impulso arrebatador me
movió de noche a atreverme a dejar las sábanas, porque una magia desconocida me
llamaba.
Ya todos quedaron flechados.
ResponderEliminarTremendo Capítulo de develaciones, Nike aceptándose sin saberlo a su nueva vida, entregado ya a lo que bien recibe, como el regalo de sentir en el vientre de Lucy a esa nueva de la que tal vez tenga arte y parte... No para de conmoverme ver el nacimiento de Nike, como un nuevo hombre, aceptándose como y tal cual es, perdonándose y renaciendo de sus cenizas como el Ave Fénix. Intuir que Lucy, muuy en el fondo de su ser, sabe que Nike, marcará (y no sé si sea el término correcto), de un modo particularmente especial su vida, la de Luke y la del vástago que espera. No deja de enternecerme lo acaecido en este Capítulo. Será tal vez que mi sensibilidad está a flor de piel... Sólo sé que los hijos de DannyBera, Germán, me los he hecho propios... y soy una con ellos y ansío continuar leyendo el devenir de lo que acontezca en los próximos Capítulos :)
ResponderEliminarMiguel trae el café de la mañana, paso casi cotidiano para acercarnos a Nike, que abandona su imperfecto paraíso por primera vez. Nike da sus primeros pasos aun dubitativo, pero el impacto esperado por fin llega, un impacto necesario para que cambie de acorde, aunque no se sabe muy bien si será definitivo, sí se advierte que es un camino nuevo e inesperado, Nike vuelve a caer en los brazos del "encantamiento", y es aquí donde se produce el hermoso trazo narrativo, sublime, esteta, que dura durante todo el encuentro, diálogos, descripciones y reflexiones de dos personajes (diría tres, ya que cobra especial importancia la querencia hacia la pequeña vida que se espera) a los que el autor eleva a cumbres hasta ahora no conquistadas.
ResponderEliminarLa metáfora utilizada con lenguaje culto, lirismo implícito y ambiente de un diferente, pero efectivo, romanticismo (romanticismo que no parece ser un fuerte del autor, pero que en este caso queda bien resuelto), confluyen en gran parte del capítulo, el autor se deja descubrir de nuevo sublimando el lenguaje, queriéndose en la escritura, utilizando de todos los recursos lingüísticos de que dispone. El mensaje es claro: una gran querencia en el encuentro de Lucy y Nike, diferenciándolo del resto en sobremanera, dándole categoría de premonición, está claro que el autor no quiere dejar que pase desapercibido para el lector, de ahí el uso de una estésis especial a la máxima altura narrativa.
Estésis que afecta la sensibilidad. Sensibilidad como condición de abertura, permeabilidad o porosidad hacia el lector utilizada para dar categoría al momento, y lo sitúa ante la premonición de que algo grande ocurre y ocurrirá, instándonos a intuir que se establece una trilogía en Nike, entre Lucy, Luke y el mismo; "Un universo que ya latía con impaciencia" se nos sugiere como detonante del que quizás se convierta en un cuarteto importante.
"Pero no temas nunca a tu corazón. Cuando empieza a recibir extrañas descargas, es que la sangre está llamando.".
El capítulo, corto, es adornado con las analogías que permiten las metáforas, y los ya queridos paralelismos del autor con los astros de su universo existencial. Requiere de una lectura lenta y pormenorizada, con especial atención al mínimo detalle, ¡y son tantos!. Como en todo capítulo corto el autor recurre a la intensidad para compensar al lector de su brevedad.
Continúa el relato en el día siguiente, ahora es Luke el que entra el café, en un breve diálogo, distinto a los anteriores entre ellos, se exponen los pensamientos y sensaciones del encuentro del día anterior, esta vez sin profundas reflexiones pero si con constataciones en su incertidumbre. Sin despejar aun la incógnita por parte de Nike de si se será el número ocho o el cero dentro del grupo. Una última frase: "adiós, amigo mío", que nos emplaza a preguntas, muchas, la principal: cuál será el octavo motivo de VERÔME.
Y ahora me detendré en el detalle de lo que parece ser una línea de filosofía de vida dibujada en la novela y canalizada por el perfil vivencial de cada mendigo, conformando una cierta moral no cristiana. En este capítulo se plantean conceptos como fidelidad y lealtad, aunque expresados como opción de los protagonistas, ante ellos el lector o se posiciona o reflexiona. La fidelidad es la asunción de un compromiso; La lealtad se cumple porque se cree así, es un rasgo personal, y como actitud personal al plantearse el valor moral de la lealtad descubrimos que en las relaciones afectivas ser leal implica un compromiso ético con nuestros propios principios. En la fidelidad está el concepto de fe, en la lealtad está el concepto de ley, lo divino versus lo humano, lo trascendente indiscutible contra lo inmanente continuamente reescrito. En la lealtad no hay cálculo, en la fidelidad a veces hay cálculo y conveniencia. Queda clara la explicación de Lucy en este sentido, que además parece indicar subrepticiamente que esta opción tomará carta de naturaleza en la novela.
No hay párrafo o frase que se pueda dejar al albur del olvido.
Pol