Opulenta y sorprendente, Ciudad del Cabo atrae a los turistas aún hoy a
pesar del Apartheid que sigue cubriendo de vergüenza al país más meridional de
África. Con su exótica Montaña de la Mesa, haciendo depresión hacia la cuenca
de la ciudad, próspera y hermosa como todo lo que oprime lo es a veces. Y allí
nacería un hombre inteligente y tierno, de marcados sentimientos de bondad y
lealtad, inteligente y generoso, no siempre entendido por sus padres.
─Y lamentablemente tampoco fue
respetado por algún que otro capullo, como un tal Nicholas Martin Siddeley. Y
aquí debo parar para hacer otra pausa, Protch, pues también lo conoces.
─Seguramente, Nike. Pero en este
caso no sé ni el apellido familiar.
─¿Te dice algo el apellido
Richmonds?
─¿Tu invitado John Richmonds, tu
compañero de trabajo?
─Sí, Protch. Lo traje aquí muchas
veces, cuando aún erais mis criados. Trabajó conmigo en la Thuban Star. Y por
desgracia, no siempre fui comprensivo con él. Pero te dije que nos conocías a
la mitad de nosotros. He hablado con la señora Oakes, y efectivamente fue ella
la que te dijo esa frase. Te recuerda, Protch, igual que tú a ella. Y también
conoces a Bruce, a John y a mí. La mitad de nosotros.
─No consigo imaginarme a tu antiguo
invitado John Richmonds en la calle. Claro que lo mismo me ocurre contigo, y si
ya eres el enigma Nike, ahora tendré también el enigma Richmonds.
─Nunca fue tan rico como yo, que
además poseía la industria Siddeley, pero tuvo una fortuna. Y ahora paso por
fin a contarte el sexto cuento.
La familia Richmonds vivía holgadamente en Ciudad del Cabo, pero poseían
granjas en las cercanías de Durban, y Lawrence y Joyce, los patriarcas, se
cuidaban de ella con esmero a pesar de los peligros, pues criaban impalas,
leones y sobre todo serpientes, entre ellas la mamba negra o el boomslang.
Tenían un montón de servidores negros a los que no se les puede llamar
propiamente esclavos, pero que ganaban poco y vivían en extremas condiciones,
alojados en la granja de los Richmonds, y sin que pudieran pasear o habitar en
el lugar que quisieran de la ciudad, pues había zonas restringidas para los
negros.
Tenían un hijo llamado Arthur, que se había criado entre Ciudad del Cabo
y Durban, en la granja de sus padres, y de tanto estudiar el veneno de las
serpientes, quiso un día especializarse en toxicología. Y para ello se vino a
la Capital de nuestro País, a la universidad. Arthur Richmonds era un hombre de
carácter afable y pronto conoció allí a una mujer serena, pero con claros
límites entre lo que está bien y lo que no lo está, llamada Nora Blessing, que
estudiaba reumatología. Se enamoraron perdidamente el uno del otro y Arthur
Richmonds vino en numerosas ocasiones a Hazington, de donde era ella, y conoció
también a su hermano Harold Blessing, que trabajaba entonces en la Thuban Star.
Mi jefe cuando empecé a trabajar aquí, Protch, también lo conoces, un hombre
con una mentalidad conservadora que, sin embargo, cayó muy bien a Arthur, quien
a pesar de los pesares jamás llegó a cuestionarse ciertas cosas, como la igualdad
entre todos los seres humanos, independientemente de su color.
Decidieron casarse y se trasladaron a Ciudad del Cabo, con frecuentes
visitas a la granja de Durban, y el doctor Richmonds y su mujer, la doctora Nora Richmonds tuvieron
un hijo. Así vino al mundo John, nacido en Ciudad del Cabo, pero que
frecuentemente pasaba semanas en Durban, adonde al final sus padres se
trasladaron, ocupados de las serpientes y de sus muchos esclavos, quiero decir
sirvientes.
Pero John creció cuestionando aquel estado de cosas, creyendo firmemente
que todos los seres humanos éramos iguales, aunque no todos hubiéramos nacido
en las mismas condiciones. No tenía claro a qué quería dedicarse, pero no se
veía en el futuro en la granja de Durban y menos teniendo seres humanos negros
a su servicio. Si alguna vez se le ocurría plantearle estas dudas a sus padres,
estos le recordaban que la vida era así, que no todos nacemos para lo mismo. Y
se evadía a menudo en la lectura, el mejor lector de los ocho, y un día un
amigo le prestó un libro sobre las estrellas, y se deleitó aprendiéndolas y
reconociéndolas al verlas cada noche. Supo que allí, en el hemisferio sur, no
había una estrella que marcara dicho punto cardinal, que uno debía guiarse por
la constelación de Crux, la Cruz del Sur, y que para hallar el sitio que nos
señala meridión hemos de alargar el mástil largo de esta cruz unas cuatro o
cinco veces para llegar a un punto imaginario que nos daría el sur. Reconoció
constelaciones como Phoenix o Carina o estrellas como Alfa Centauri, Canopus o
Achernar. Y llegó a los 13, esa edad crítica en que se suele descubrir la
condición sexual, y reconoció sin escandalizarse que le gustaban los hombres y
al poco tiempo quedó ensimismado por uno de sus sirvientes negros, un zulú
llamado Mthandeni.
Mthandeni no se ocupaba de los impalas o de los escasos leones. Él fue
contratado para cuidar de las serpientes y los numerosos reptiles, pero era un
enigma para casi todos. Era de la misma edad que John, mas no parecía tener
familia, excepto algún primo en Maseru, hoy capital del reino de Lesotho, pero
entonces lo era del protectorado de Basutolandia, una isla rodeada por todas
partes por la Sudáfrica racista. Un día John fue a saludarlo, como a todos sus
sirvientes, y le oyó decir.
─“Hola, señorito Richmonds.”
─“Sólo John, por favor. Tú y yo
somos iguales. El color de la piel no nos hace diferentes.”
─“Pero trabajo para usted.”
─“Trabajas para mis padres. Yo ni
tengo ni quiero servidores. Preferiría ser amigo tuyo, Mthandeni –ya se
reconoció sin miedo enamorado de él-, y de todos vosotros y hablar de lo que se
tercie y ser amigos.”
─“John…” –comenzó a decirle. También
el amor lo había alcanzado. Pero entonces uno de sus empleados pegó un grito.
Una malcarada boomslang lo había mordido con ferocidad en un brazo, seguramente
hembra, por su color marrón. Mthandeni lo dejó entonces y salió corriendo a
donde se encontraba el herido. Y John lo vio succionarle el veneno y salvarle
la vida a aquel hombre, y fue aprendiendo de lo que observaba, a curar a un
herido, si un día lo necesitaba.
Mthandeni y él hablaban cada día, y John le fue enseñando sus
conocimientos estelares. Pero un día ya Mthandeni no pudo más y le habló en
serio.
─“John, sería mejor que dejáramos de
vernos. No considerarás correcto lo que te voy a decir. Puedes contárselo a tus
padres y que me despidan.”
─“¿Qué me vas a decir, amigo mío? No
creo que haya ninguna razón para despedirte.”
─“Igual tú no ves una verdadera
razón y mi corazón me dice que lo mismo incluso me comprendes. Pero tus padres
no lo van a entender.”
No podía perderlo. Estaba dispuesto a escucharlo como siempre con
serenidad. Mthandeni ya era parte de su vida. Pero estaba muy lejos de saber lo
que le iba a decir.
─“Lo siento, John, te amo.”
Al tiempo que una felicidad se extendía por todo su ser, se vio
patidifuso y congelado. Nunca esperó que lo amara quien él amaba.
─“Yo también te amo, Mthandeni, la
cuestión es qué vamos a hacer ahora.”
Se besaron y se abrazaron. No podían hacer más para la primera noche. Y
se acostumbraron a verse a altas
horas a escondidas. Una noche brillante
de estrellas le dijo John.
─“Eres como Canopus, y yo como el
cielo del sur. Este hemisferio no se entendería sin su brillo.”
Canopus, alfa carinae, de la
constelación de la Quilla, la segunda estrella más brillante del cielo
nocturno, sólo superada por Syrio, en el hemisferio norte. Agastya en la
astrología hindú, no parece que vaya a acabar sus días como supernova y
concluiría su tiempo como enana blanca. No fue exactamente un regalo, sino una
comparación, pero fue la primera vez que haría algo semejante. Canopus para
Mthandeni, su primer amor, viviendo aún en el hemisferio sur.
Estuvieron tres años viéndose a escondidas, encontrando algunos lugares
seguros para amarse. Pero eran parques deleznables donde sólo podían besarse,
pues a Mthandeni no le estaba permitido moverse libremente por la ciudad.
Alguna vez buscaron un puente debajo del cual pudieran amarse a fondo.
─“La luz de las estrellas se refleja
en tus preciosos ojos azules y con su brillo tus pupilas se vuelven más
tiernas.” –le decía John delicadamente, y Mthandeni lo agradecía.
─“Hemos de tener mucho cuidado, John
–le decía él a menudo-, somos dos hombres y yo soy negro, recuerda.”
─“Sabes que eso no me importa,
cariño.”
─“Sí, John, pero me ha tocado nacer
aquí, en este país racista. Y afortunadamente, si no, no te habría conocido. Y
durante el día, mientras trabajo para tus padres, no te acerques mucho a mí, mi
vida. Tenemos la noche para amarnos.”
Así estuvieron varios años. Los padres de John no sabían nada, y él
echaba tierra en sus ojos diciéndoles que tenía una media novia y que iba a
verla cada tarde, de 7 a 9. Nunca les contó la verdad a sus padres. Y no se sabe
qué pensaban o imaginaban estos. Pero esta situación era insostenible. Y tres
años después, Mthandeni le habló.
─“Si no llega a ser porque te amo,
John… Sabes que en Maseru, en Basutolandia, tengo varios primos, y que allí los
negros viven en otras condiciones. Y no tenemos que escondernos de nada. Mi
primo Mthunzi sabe la verdad de mi amor por ti, e incluso podría buscarme un
trabajo.”
─”Maseru, y ¿por qué no, Mthandeni?
Habla con tu primo, y si nos encuentra trabajo y un sitio donde vivir,
podríamos escaparnos.”
─“Es una locura, John.”
─“Estoy harto de vivir una vida que
no es la mía, cariño. Allí podríamos morar por el resto de nuestros días, los
dos juntos, felices y en paz.”
Y locura o no, a los 16 escaparon a Basutolandia, a Maseru, donde ya
Mthunzi les había encontrado trabajo e incluso un sitio donde los dos pudieran
vivir cómodamente a solas. John Richmonds y Mthandeni escaparon sin que
supieran nada los padres de John. Para que te hagas una idea, Protch, de en qué
año estamos, decirte que entonces Lucy tenía cuatro años y vivía con su madre
en casa de Brenda McDawn.
John no tenía entonces dinero propio, pero Mthandeni sí y viajaron en
tren hasta Maseru. No tuvieron demasiados problemas en la frontera y una tarde
llegaron al fin a la capital de Basutolandia. En la estación los esperaba
Mthunzi, el único amigo ante el cual no tenían que disimular su amor. Los llevó
hasta el pequeño piso que habitarían, un comedor inmenso, que también era
cocina, un pequeño cuarto de baño, y el dormitorio, pequeño, pero a la vista
del cual tanto John como Mthandeni comenzaron a llorar. Pensaba que allí
podrían amarse toda la vida. Los padres de John no sabían dónde estaban y con
ese pisito tenían suficiente para comenzar su vida en común de verdad.
En Maseru pronto comenzaron a trabajar en una pequeña tienda de belleza
y cosméticos. La situación de Mthandeni había cambiado. Allí un negro no tenía
zonas prohibidas y verdaderamente era libre. Y pobres pero juntos vivieron dos
años de locura. Cada noche retornaban a su hogar y allí se amaban con pasión,
desbordando todo el sentimiento acumulado durante el día, decidiendo que no se
besarían ni en la calle, pues el peligro de no ser entendidos, siendo dos
hombres, permanecía. Ni siquiera hablaban de amor durante el día y en la tienda
pensaban que John y Mthandeni eran dos estudiantes que compartían un piso
pequeño. Sólo le decían la verdad a Mthunzi, pues salían a menudo con él a
tomarse una copa. Los dos amantes adolescentes ya creían que iban a pasar
juntos toda la vida, y de vez en cuando hacían planes para el futuro. Fueron
los primeros años felices en la vida de John. No es necesario ser millonario,
como lo sería un día, para ser feliz y se fue acostumbrando a postergar todo lo
que no consideraba importante para su dicha y a quedarse, rebelde, con lo que
sí lo era.
Pero un sobresalto vendría a terminar bruscamente con aquel idilio. De
repente un día cuando sólo estaba John en casa, sonó el timbre de la puerta y
al abrir se encontró la adusta silueta de su tío Harold.
─“Al fin di contigo, John.”
─“Tío, ¿qué haces aquí?”
─“Tus padres y yo llevamos dos años
pensando que te habías ido para siempre de este mundo. La policía te ha buscado
por todas partes en Sudáfrica. Pero no podías mantener por siempre el engaño. Mthandeni
le contó algo a algún compañero de trabajo, y tras duros esfuerzos –algunos
habían sido latigados-, hemos sabido de tu huida con él a Maseru. Ni siquiera
parece darte vergüenza vivir con un hombre, pero no sé si sabes que tus padres
y yo si estamos avergonzados. Y dispuestos a enderezarte. Mañana tomo un vuelo
de regreso a mi país y tú te vas a venir conmigo a la Capital, donde vivirás
con el hermano de tu madre y mío, John Blessing, viudo, con un hijo que también
se llama John, como su padre, como tú. Y allí te quedarás hasta que termines
una carrera y consigas emparejarte con una buena mujer.”
─“Yo no quiero ir a ningún lado,
tío. Mthandeni es mi vida y quiero quedarme a vivir con él.”
─“Estás diciendo muchas tonterías.
Eres menor de edad y ni tus padres ni yo vamos a consentirlo. Y si no haces lo
que te digo, haré que tu Mthandeni sea denunciado, por abandono de su puesto de
trabajo y por corromper a un hombre blanco. Así que si no quieres que le suceda
algo de todo esto, mañana vienes conmigo a mi país.”
John se encontró entonces indefenso. Odiaba a su tío Harold, pero
comprendió que si se rebelaba la vida de Mthandeni se volvería a complicar,
puede que incluso con la cárcel. Así que le dijo.
─“Déjame al menos escribirle una
nota.”
─“De acuerdo, pero sé breve. Esta
noche te vienes a mi hotel y mañana volamos a mi país.”
Apenas tuvo tiempo para pensar qué decirle. Sólo pudo explicarle que su
tío Harold lo había encontrado y que debía cambiarse de país o si no, Mthandeni
no estaría seguro y podía acabar en alguna cárcel de Sudáfrica. Tenía
destrozado el corazón y las lágrimas le impedían ver si en aquella nota había
dejado escrito algo de todo su ser, para expresarle lo mucho que lo amaba,
pedirle que lo perdonara, y reiterarle que no lo iba a olvidar jamás.
La vida en la Capital se la hacía ardua e interminable. Se llevaba
dentro de lo que cabe bien con su tío John, pero con su primo sólo se saludaba
y poco más. Conocía su historia con Mthandeni y no lo respetaba, por lo que
escasamente hablaban.
Pero en la capital y con ellos pasó sus años universitarios. No tenía
ninguna vocación en concreto, pero su tío Harold, con el que nunca se llevó
bien, le hablaba de que un día podría enchufarlo en la Thuban Star, en
Hazington, donde él trabajaba entonces, aún no como presidente, pero mano
derecha de Norman Wrathfall, que sí lo era. Estudió entonces economía y en
nuestro año 15 se trasladó a Hazington, donde tuvo un piso en Riverside, que su
tío Harold, millonario, le había regalado. Él acudía entonces con frecuencia a
su casa de Evendale, más por ver a su tía. Rose Blessing, la mujer de su tío sí
parecía un encanto y comprendía a John y era confidente de sus secretos más
ocultos. Y con frecuencia le hablaba de algún escarceo que había tenido en sus
años universitarios, nada serio, pero por supuesto siempre con hombres, cosa
que su tía no le censuraba. Pero la perdió pronto, su tío Harold enviudó y
trabajando en la Thuban, que ahora sí presidía –Norman Wrathfall era todavía
joven, pero había ido delegando sus funciones en su amigo Harold hasta que
decidió traspasarle la presidencia de la compañía, mientras él se quedaba allí
más cómodo como consejero de la empresa- apenas se hablaban más allá de
cuestiones de trabajo. John ascendió pronto a Jefe de la Oficina de Proyectos y
entró a formar parte del consejo de administración. Al poco de trabajar allí se
enteró por la prensa de la creación del estado de Lesotho, en lo que había sido
el Protectorado de Basutolandia. Recordaba sus días en Maseru, y a Mthandeni, a
quien recordaba con nostalgia, todavía enamorado, al que nunca olvidó.
Pasaré por alto los nueve años que pasó allí sin encontrar la felicidad,
cuando yo aún no trabajaba en la empresa y aunque los conoces a todos por haber
sido en alguna ocasión mis invitados, Protch, déjame refrescarte la memoria
sobre ellos.
En primer lugar permíteme que te diga algo más sobre Harold Blessing.
Presidir la compañía hizo que se olvidara pronto de su viudez y de entonces en
adelante se dedicaría sólo a acumular dinero. Vacío y sin felicidad, seguía de
cualquier forma, acumulando riquezas como un autómata, su sobrino John
Richmonds, y se fue haciendo millonario, no tanto como yo, claro, que además
había heredado la industria Siddeley, pero ciertamente en esos años se hizo con
una pequeña fortuna, pues continuaba como podía creyendo en la fe inculcada de
recolectar tesoros, con la que él y yo fuimos educados, sin cuestionar del todo
su utilidad. Algunos comenzaron a llamarlo despectivamente africano, mas no se
quejaba, y su gran secreto sólo lo sabía por entonces Anne-Marie.
Apartado al fin de la presidencia, Norman Wrathfall se quitó un peso de
encima y pudo al fin y al cabo dedicarse a sus hijas, pues tenía varias, y a
alguna había perdido por su incapacidad para comprenderlas, en los años en que
la Thuban Star gobernaba todas sus energías. Hombre de carácter fuerte que
quizá se suavizara con los años. Ahora sé que su vida era desidia, pero no le
daba importancia porque hacerse con una fortuna era todo lo que le importaba. Y
ahora como consejero de la empresa, seguía enriqueciéndose, ganando tal vez
menos pero con la mitad de las ocupaciones.
También es posible que recuerdes a Anne-Marie Beaulière, que en los
primeros años fue tan amiga de John que incluso llegó a enamorarse de él. Pero
John nunca le ocultó la verdad de su corazón. Era una mujer realmente leal y
amiga de sus amigos y siempre, cuando lo amaba y cuando al fin ya no, sostén de
su corazón y a menudo a su lado, y cuando yo llegué, salíamos con frecuencia
los tres juntos, hasta que se enfriaron mis relaciones con John. Pero esta
parte de mi historia te la contaré cuando llegue a los años en que mis días
carentes de sentido fueron sólo mi prehistoria. Cuando yo entré en la compañía,
ella fue mi adjunta. Una excelente mujer de la que muchas veces te hablaré y
que ha estado siempre a mi lado.
Pronto ascendido a contable jefe, Walter Hope, era huérfano de
desconocidos orígenes, pero a menudo adulado
por Norman Wrathfall, tal vez enchufado por él en su día, realmente
agradecido, cumplía cualquier labor para la que éste lo requiriera. Era
tremendamente ambicioso, y cuando yo llegué nuestra relación nunca fue buena,
pues en mí veía, por mi apellido y mi modo de llevar los negocios, a un claro
rival en su camino hacia la presidencia, que soñaba heredar un día.
En nuestro año 22 ascendió al consejo Thaddeus Barrymore, jefe de la
sección industrial. Joven y ambicioso, me encontré en él a un enigma imposible
de descifrar. Con muchos de mis proyectos no estaba de acuerdo y más de una vez
impidió que algún negocio saliera adelante. Pero en otras ocasiones, algo que
yo planeara, que no tenía visos de acabar bien, contaba con su aprobación. Así
que nunca sabía a qué atenerme con él y en marcha cualquier plan, podría tanto
esperar su bendición como su desprecio.
En el año 24 llegó directamente a la Thuban Star un capullo llamado
Nicholas Martin Siddeley. Perdóname, Protch, pero no tengo otro nombre para mí
esos años. En un principio amigo de John y Anne-Marie, después enemistado con
el primero, al que me temo que no comprendí y hasta insulté un día. Yo tampoco
tenía claro qué quería hacer con mi vida y desorientado, sin saber aún mi
verdadero camino, estuve siempre más o menos al lado de John Richmonds, ahora
mi compañero.
No lo conoció el tercer presidente de la compañía, Samuel Weissmann, que
llegó a la Thuban dos años después que yo y a quien tú no has conocido. Era
estadounidense y consiguió un buen día, o un mal día, hacerse con las acciones
de Harold Blessing, y se vino a este País a presidirla. Es un hombre tal vez
seco, tal vez vivo. Yo no te podría dar opinión de él en los años previos a la
calle. Sólo sé que nunca tuve problemas con él, y esto a veces me extrañaba,
porque yo ya estaba en mis años ebrios.
En el piso de abajo, en el bar, también importante, estaban entonces
Arnold y Jeff, pero pronto contrataron a un nuevo camarero, un tal Richard, que
más tarde sería importante en esta historia. Pero si algo sabes de él, te ruego
no digas nada aún, Protch. Conserva tu paciencia porque hay que seguir
respetando el orden cronológico. Lo importante ahora es que John era para él el
señor Richmonds, y como tal se dirigía a él y lo atendía.
Perdió a Mthandeni, acaso para siempre, a su tía Rose. Mas una noche en
que sus padres, como hacían tres veces
al año, volaban a este país a verlo, el avión se estrelló y los perdió también.
Tardaron varios días en hallar sus restos carbonizados. Iban a ser enterrados
en Durban y John pilló un vuelo que lo llevara de vuelta a su África natal.
Asistió al entierro, derrumbado y deshecho, preguntándose cuánto habrían
sabido sus padres de las verdades ocultas de su corazón y recordando el sereno
modo de ver la vida de Arthur Richmonds y de la felicidad contenida de su
madre, la doctora Nora Blessing. Sus padres eran miembros de la iglesia
reformada neerlandesa y en uno de sus templos, él nunca se puede decir que
compartiera la fe de sus padres, lloraba a mares y los despidió: adiós Arthur y Nora Richmonds,
espero que vuestra vida haya merecido la pena; la mía no tiene ya ningún
sentido.
Sin creerse capaz de hacerlo, ahora que estaba solo en África y que era
mayor de edad, voló entonces a Maseru. Buscó a Mthandeni mas no pudo hallarlo.
Acudió entonces a la dirección de su primo Mthunzi. Mismo resultado.
Desesperado, supo al fin por algún vecino, que ambos se habían trasladado a
algún país de Europa. Tuvo que dejarlo ahí, esperando siempre volver a verlo un
día, que no le tuviera rencor y fuera capaz de perdonarlo.
Regresó a Hazington y aunque intentaba verlo todo de otra forma, no
podía evitar observar su vida como una pesada losa. No tenía padres. No tenía
amor. Ya no tenía nada. Confesaba sus preocupaciones a Anne-Marie, pero no
podía hacer mucho por él. Y un 25 de enero, desesperado en su casa, decidió
salir en coche al puente Rage. Vivir ya no tenía sentido para él. Se tiraría
del puente, como tantos habían hecho, y se acabaría toda su amargura con el
suicidio.
Salió de su casa en una noche verdaderamente fría. Pronto vio en
Riverside Avenue que esa noche se presagiaba lluvia intensa. Mas de momento
conduciendo, otra lluvia, la de sus ojos, caía con fuerza. En esas condiciones
conducir era un peligro y podía matarse. Con ese pensamiento sonrió. Él iba a
matarse. ¿Importaba algo si fuera de otra forma? Pero la vida tiene mecanismos
de defensa. Él había escogido morir arrojándose desde el Puente Rage. Y tomada
esa decisión, aún se aferraba a la vida, y condujo con cuidado y prudencia. Al
llegar a Rivers’ Meet contempló un segundo cómo el Heatherling moría en el
Kilmourne y pensó: dentro de una hora o poco más yo acabaré en las mismas
aguas. No será ahogado. Suponía que la altura del Puente Rage haría que muriera
del golpe. Un segundo y todo su dolor terminaría. Estaba decidido a lanzarse.
Por Temple Road repasaba su vida creyendo que nunca había sido feliz.
Pero se rectificó enseguida. Los años con Mthandeni sí había sido feliz. Pero
ya no era probable que lo volviera a ver. Recordó sus años en la Capital y en Hazington y no lo
aliviaba su fortuna. No tengo nada que me haga feliz. Las luces brillantes de
la avenida parecían brillar como oro derramándose. Oro tenía de sobra. Pero
¿para qué quiero ese dinero? ¿Amigos? Siento sólo el dolor que voy a causarle a
Anne-Marie, no sé si aún me ama, pero sobrevivirá. Repasó también los años en
que creyó tener algún amigo más, y sí, Protch, en ese recorrido desesperado y
vacío en el coche, se acordó de un tal Nike, que no lo había respetado. Sé que
me imaginó en las muchas noches de fiesta que pasamos juntos, él apenas
borracho, pero conocía los efectos de la resaca, sobre todo en mí. Estaba ya en
Castle Road. Después ya no le quedaban más que Wall Street, y un par de
avenidas, y el Puente Rage al fin.
Fue entonces cuando comenzó a llover con fuerza. Pero fue la lluvia de
esa noche la que cambió su destino. Al conducir por Wall Street, las calles
estaban desiertas, los maleantes de aquel barrio de Castlebridge podían detener
un coche con una navaja, él lo sabía bien, pero esa noche no había un alma en
la calle. Mas de repente comenzó una lluvia tan fuerte que le hizo detener el
coche unos segundos. En esas condiciones, conducir era un suicidio. No veía
nada. Aparcó a la altura del Puente Wrathfall y se quedó unos segundos en el
coche.
Desde allí se vislumbraba convenientemente la silueta del puente. Veía
bien tres ojos. Los dos más próximos al río estaban iluminados. Seguramente
mendigos que habían encendido sendas hogueras. Pero el ojo más occidental, el
más cercano a él, estaba a oscuras. De repente, y aunque le pareció una locura
con la noche tal como estaba, se le ocurrió bajar, refugiarse allí unos minutos
hasta que cesara la lluvia, y después continuar su tétrico viaje y su objetivo
final.
Pronto vio que el agua le impedía caminar con seguridad. Para llegar al
Puente Wrathfall había un pronunciado y peligroso descenso entre olmos, pero él
estaba decidido a encontrar refugio en aquel ojo del puente. Y pararse tal vez
a meditar si aún le quedaba alguna salida. La hojarasca, la tierra resbaladiza
y encharcada, en más de una ocasión le hicieron resbalar y perder un tanto el
equilibrio pero no se llegó a caer.
Los mendigos en los dos ojos contiguos debieron oír sus pasos, pero
nadie se acercó a él a reprocharle nada. El ojo en el que entró lo sorprendió
porque tenía preparado un montón de leña pero no estaba encendida. Se sentó al
lado con toda la ropa empapada y comenzó a llorar. Ya era 26 de enero de
nuestro año 26. Estaba llorando cuando algo lo sobresaltó. Inesperadamente, del
otro ojo, de la abertura más cercana al río, surgió un hombre completamente
desnudo que le habló.
─“¿Quién es usted?”
─“Me llamo John Richmonds. Creí que
no había nadie aquí y he bajado unos minutos a ver si se acababa la lluvia,
pero si le molesta mi presencia, me marcho ya.”
─“Quédese el tiempo que lo desee,
pero en un barrio peligroso como éste la presencia de un mendigo desnudo no le
inspirará confianza. Me llamo Miguel McDawn” -Y se estrecharon las manos.
─“Lo mismo podría ser yo el que no
inspire confianza. Usted no me conoce y yo podría ser un maleante con pésimas
intenciones.”
─“No. Tiene usted cara de buena
persona. Por esta zona en el Kilmourne se puede nadar y así me lavo cada día,
pero aprovecho noches como ésta para ducharme con la lluvia. Enseguida acabo,
porque además rondan por aquí un par de ratas y les tengo fobia a esos bichos.
Voy a buscar un mechero y enciendo la leña. ¿Usted no tendrá?”
─“No fumo.”
Miguel buscó entonces una hendidura en la pared izquierda donde guardaba
de todo, le fue explicando. Allí había dejado su ropa, tenía mantas, libros y
hasta café y azúcar para desayunar antes de salir cada mañana.
Encendió la hoguera y John se aproximó a ella mientras Miguel terminaba
su ducha. Reapareció a los dos minutos, diciéndole que ya había acabado y le
preguntó si le importaba que siguiera desnudo.
─“No me preocupa, Miguel. Quizá sea
usted el que objetara a algo si supiera mi vida.”
─“¿Qué es lo que noto que desea
decirme y no se atreve?”
─“Bueno, si le sienta mal mi
respuesta, lo dejo a solas y no volverá a verme. Lo entendería. Me gustan los
hombres, Miguel.”
─“No me suelo escandalizar antes de
cenar. Luego tengo malas digestiones y no puedo dormir bien –y haciendo una
pausa, preguntó-, bueno, ¿qué esperaba que le dijera? No a todos los hombres
les gustan las mujeres. Pero nada hay más manifiestamente natural. Ni me voy a
escandalizar ni lo voy a echar de aquí, John. Usted sólo se irá cuando quiera
irse. Y no tema nada, vivo en este barrio, pero no le voy a robar.”
─“Estoy seguro de que no, Miguel.”
─“Eso sólo lo podrá saber cuando se
marche y vea que el dinero y todo lo demás sigue en sus pantalones. Pero mire,
como sigue lloviendo de forma torrencial y va a estar al menos una hora así le
propongo que cene conmigo. Y le aconsejaría que se quitara la ropa. No podrá
caminar a ningún lugar después y el fuego puede secárselas. No soy un sátiro.
No voy a hacerle nada. Sólo seremos dos hombres desnudos que cenarán un rato
juntos y charlarán de lo que surja.”
─“Bueno, si usted no tiene
inconveniente en estar junto a un hombre desnudo al que le gustan los hombres,
entonces me quito la ropa, sí.”
En ese momento Miguel se acercó a la pared derecha, y dio unos toques,
parecía una señal convenida.
─“En el ojo de al lado duerme mi
compañero Bruce. Estos toques son porque seguramente está oyendo voces y para
tranquilizarlo, que sepa que no pasa nada. Él golpeará después a su vez en su
pared derecha, donde duermen mis tres compañeras, mi querida señora Oakes, y
una madre con su hija, mis compañeras Olivia y Lucy, respectivamente.”
Miguel trajo entonces de la hendidura un queso y un cuchillo.
─“No tengo pan, pero cene usted
conmigo.”
Pero John parecía reacio por no quitarle a un mendigo su comida. No
debía serle fácil conseguirla.
─“John, si no lo coge usted, pensaré
que siente asco porque tengo las uñas sucias.”
John no podía consentir que pensara eso y respondió.
─“Páseme el queso, Miguel. Cenaré
con usted.”
─“¿Qué te parece John si nos
tuteamos ya? Dos hombres desnudos cenando juntos es una situación como para
tener confianza.”
Empezaron a cenar en silencio, pero enseguida Miguel preguntó.
─“John, ¿adónde ibas, en una noche
como ésta?”
─“Tenía el capricho de ver el
mirador del Puente Rage, y los saltos de Wrathfall, que se oyen desde aquí, y
que nunca he visto.”
─“John –y
extremó entonces su ternura-, ¿con una noche de lluvia?”
─“Cuando
salí de mi casa no llovía.”
─“No me
estás contando la verdad. Hay mucha gente que va en excursión a ver el Puente
Rage, que me parece feo, pero al menos es grandioso. Y las hermosas cataratas
de Wrathfall, cuyo sonido efectivamente más que molestarnos a los mendigos de
este puente nos acunan. Pero nadie iría hoy allí. Es decir, a no ser que tenga
una intención que muchos tienen en ese maldito puente. Iba hacia él a
suicidarse, ¿no?”
Y John ya no pudo más y confesó la verdad.
─“No tengo
nada en la vida. Soy sudafricano y allí conocí a un joven negro, Mthandeni se
llama, que ha sido mi único amor. Pero mi tío me apartó de él y llevo aquí,
viviendo vacío, varios años, trabajando en la Thuban Star, no sé si la conoces.
Hace poco han muerto también mis padres y ahora no tengo nada, excepto dinero,
que no me da satisfacción.”
─“Ya
pensaba que tu rostro se me hacía conocido. E incluso tu nombre. Yo antes de
estar en la calle fui abogado, y mi empresa llevó muchas veces los asuntos de
la Thuban Star. Puede que incluso alguna vez me haya entrevistado contigo.
Trabajé para Aubrey, Fielding and McDawn, ¿la conoces?”
─“Cielo
santo, sí. Creo que alguna vez nos hemos entrevistado tú y yo.”
─“John,
¿de verdad crees que el suicidio es solución de algo?”
─“Sé que
se suele hacer esa pregunta con frecuencia y más de una vez me la he
respondido. El suicidio puede ser el fracaso de la vida, pero sí es una
solución para cuando el dolor te hace sentir que ya no puedes más y eso me pasa
a mí.”
─“Pero si
no vives más, nunca sabrás si puedes hallar a otro hombre al que quieras más y
sea el hombre de tu vida. Existir nos hace experimentar con frecuencia dolores
extremos, pero a menudo tras él, llega la verdadera felicidad. Yo tampoco he
encontrado al amor de mi vida. Te confieso que cuando llegué a la calle, estaba
enamorado de Olivia, pero al quedarme en el puente Wrathfall, con todos mis
compañeros, me sucedió que me enamoré de Lucy, de su hija, y nunca les he dicho
nada a ninguna de las dos. Al igual que te puede pasar a ti, el amor de mi vida
me puede estar aún esperando.”
─“Debía
haberte conocido antes, Miguel. Me hablas con bastante sentido común. Si éstas
son mis últimas horas, es un placer haberte conocido primero. Entretanto,
siento que estoy en casa.”
Estoy en casa. Fue el primero que lo dijo,
pero no sería el único.
─“Puedes
venir aquí cuando quieras a hablar conmigo. John, ha dejado de llover.
Contéstame con sinceridad y con valentía. ¿Qué vas a hacer?”
─“¿Qué
puedo hacer?”
─“Puedes
pasar aquí esta noche. Yo suelo dormir bastante tarde y podemos seguir hablando
el tiempo que haga falta. ¿Sabes? Tengo una sensación bastante extraña contigo.
Llevo en la calle dos años y medio y…”
─“¿Por qué
te viste en la calle?” –lo interrumpió John.
─“Es muy
difícil que me creas, pero luego he visto a muchos que hicieron lo que yo.
Todavía no tengo claros los motivos. Supongo que buscaba libertad y vivir según
mis propias reglas sin que nadie me las impusiera, pero en resumen, estoy en la
calle porque yo mismo lo elegí. Un día dejé el trabajo, el dinero, la casa que
tenía, todo… pero al hacerlo, no me creerás, empecé a vivir.”
─“Se puede
escoger entonces. Miguel, si de verdad no soy una molestia para ti, pasaría
aquí esta noche. No tengo ganas de suicidio en estos momentos. Y si mañana
tengo de nuevo esa tentación, vendría de nuevo a hablar contigo. Pero te ruego
que no seas tan tierno conmigo. Podría enamorarme de ti.”
─“Si te
enamoras de mí, dímelo, y tendrías primero un abrazo bien fuerte y después te
aseguro que si tú lo deseas, nos veríamos todos los días. De hecho te quería
decir que contigo tengo una sensación que no tenía hace años, desde que me vine
a la calle. La gente que no vive aquí me hablan siempre como a un mendigo, y es
manifiesta la compasión, pero contigo noto que… tú estás hablando con un ser
humano. Vuelvo a ser un hombre.”
─“No sé
qué hora es. No me he traído el reloj, pero debe de ser cerca de la 1. A estas
horas yo debería estar muerto. Pero la lluvia ha hecho que te conociera y al
menos esta noche ya no me voy a ir. Pero siento decirte esto. No sé ahora mismo
cuánto viviré. Pero me ha sucedido. Perdóname, pero me he enamorado de ti.”
─“No debes
pedir perdón por eso –le decía al tiempo que comenzó a acariciarlo con
ternura-. Te prometí un abrazo, pero ya que estamos desnudos, me parece mejor
una caricia.”
─“Pero,
Miguel, por Dios, que a ti te gustan las mujeres y estás enamorado de una tal
Lucy.”
─“No sería
la primera vez que hiciera el amor con un hombre, John. He hecho de todo cuando
estaba en el ejército. Y tú eres una persona muy dulce. Algo me impulsa a hacer
el amor contigo, y más sabiendo que me amas. Déjate llevar. Tú no eres hombre
que objete a estar con un mendigo. Y esta noche te deseo y yo voy a hacer que
en vez de la muerte, se te regale de nuevo la vida.”
De repente, ya sin lluvia, alguna estrella
parecía colarse curiosa en aquel ojo del Puente Wrathfall. Él, que había creído
que conducía hacia el suicidio, inesperadamente se encontró con un hombre
desnudo con el que estaba empezando a hacer el amor.
─“Si me
pude enamorar de un negro en la Sudáfrica del Apartheid, puedo dormir con un
mendigo, y hasta podría tener una segunda vida con él. Al menos su amistad
podría conservarla.”
─“No te
quepa duda de eso, John. Si lo que vamos a hacer ahora te da placer, podríamos
repetirlo, vernos cada día y ser amigos, y hacer el amor con frecuencia. Esta
vida no es para ti, pero podrías dedicarme un par de horas cada noche.” –y
entonces lo besó.
Era difícil pensar y John se dejó acunar
entre las mantas inesperadas que le regalaba la vida. Esa noche con frío
intenso amortiguado por la candela, yacieron juntos y se fueron conociendo y
entregando. Se dio cuenta entonces que el amor de su vida, por mucho que lo
hubiese amado, no era Mthandeni, era Miguel, y sin decirle nada, incluso se
acostumbraba a la idea de pensar en acompañarlo en la calle. No le asustaba la
idea. Había vivido en míseras condiciones en Basutolandia y allí vivió los años
más felices de su vida. Podría tener una segunda vida como mendigo, pues aunque
Miguel no lo amaba, le entregaba la posibilidad de verse cada día y a su lado
volvería a ser un hombre vivo. No necesitaba ser amado; necesitaba ser querido.
En el caso de John parece más posible pensar que al menos uno de nosotros se
fue a la calle por amor, pero aún no había conocido a los demás ni el aire de
libertad que impregna nuestra vida y no fue el amor lo único que le hizo
decidir quedarse allí para siempre. La noche desnuda siguió, y paso de ser de
la más amarga de su vida a la más feliz de su vida, y acabada la batalla, los
dos se echaron a dormir juntos, John en el pecho de Miguel, y seguramente no
logró dormir casi nada, la mente una linterna que alumbraba el cristal de su
existencia con reflejos de Canopus en el hemisferio norte, Miguel como un
castor bajo el puente y acariciándolo y besándolo hasta que se quedaron
dormidos, por primera vez gemelos, la lluvia de aquella noche como avanzadilla
de los años más felices de sus vidas.
A la mañana siguiente, se encontró con
Miguel preparando un café con agua que había traído del río. Al notarlo
despierto, le quería decir algo más. Pero le dio un beso en la boca y únicamente
le dijo.
─“John,
bébete el café tranquilo, que ahora tengo algo que decirte. ¿Has podido dormir
al menos un par de horas?”
─“No
recuerdo haber sido capaz de dormir nada, ¿y tú?”
─“Tenía
mucho que pensar, y he dormido poco, pero algo sí he descansado. John, lo que
te voy a decir no es fácil y no sé si me creerás. Pero esta noche me he dado
cuenta y ya no tengo ninguna duda: me he
enamorado de ti. Sí, créeme. Te estoy diciendo la verdad. Te amo, John. Pero
¿qué vamos a hacer ahora? Yo no quiero irme de la calle. Más tarde o más
temprano me arrepentiría de irme de aquí. Y esta vida no es para ti.
Regresarías a tu riqueza en unas horas. Y ¿qué haría yo sin ti?”
─“A estas
horas, Miguel, alguien debería estar encontrando mi cadáver en las aguas del
Kilmourne, pero sin embargo tú me ofreces la felicidad en bandeja. Sabes que
viví prácticamente sin nada en el actual reino de Lesotho. Yo no quiero dinero.
Quiero intentarlo contigo. Pero dime, ¿cuánto tiempo, con la mano en el
corazón, tardarías ahora en volver con una mujer? ¿Con esa Lucy que amas o con
otra nueva?”
─“Me
gustan las mujeres, John, pero también los hombres. Ahora lo veo claro. Y a
Lucy, al enamorarme de ti, sé bien que ya no la amo. Podíamos intentarlo. Si no
te ves capacitado para la calle, podríamos vernos cada noche. No tienes que ir
más lejos.”
─“Miguel,
ahora me voy a ir a mi trabajo, pero a
dejarlo. Hoy iré contigo a mendigar cuando regrese. No sé si esto va a salir
bien. No me preocupa la calle, sino que te gusten las mujeres. De todos modos,
vamos a intentarlo, sí. Ahora nos amamos y mientras sea así, toda la vida
estaré contigo, aunque sean dos días. Entro a trabajar dentro de media hora.
Ahora me voy a explicarles que los dejo y me vengo a vivir contigo. Espérame en
unas horas. Y no temas: volveré.”
Y con aquel pacto, y aunque Miguel no las
tenía todas consigo, John entró de nuevo en su coche y conduciendo con otra
cara, se puso al fin en camino.
Genial el desenlace de esta historia, Miguel es una gran ayuda para todos.
ResponderEliminarGracias, Amparo. Te quiero.
ResponderEliminarEstá meridianamente claro que la vida ofrece caminos desconcertantes e inesperados. Por fín momentos "tórridos" de los que a los "mirantes" nos gustan, nos gustan ...cuando los vemos seguros tras la pantalla del ordenador, porque, algunos de nosotros, los decanos, como aguerridos combatientes curtidos en mil batallas que nos ha ido presentando la vida, cuando nos hablan de "amor", los más sagaces, en un doble salto mortal acrobático, hacemos una cabriola de huida y nos ponemos "a salvo", que no hay nada como vivir sin sobresaltos. Ya sabes quien soy.
ResponderEliminarDe momento, este quinto capítulo es mi favorito.
ResponderEliminarMe ha encantado el personaje de John; me hubiera gustado saber lo que habría pasado con él y con Mthandeni si su tío no lo hubiese encontrado.También habría pagado por ver el rostro de John al descubrirse enamorado por segunda vez, por escucharlo hablando con Miguel con el sonido de la lluvia de fondo. Ha sido un escenario precioso.
¿Sabes? No consigo aclararme sobre si he leído una historia feliz o triste; supongo que eso es lo bonito de Luces de la Tierra, que, a través de personajes valientes, me hace plantearme dónde y en quién está realmente la felicidad.
Gracias por estos capítulos,
Att. Rubén. :)
John. Yesterday, love was such an easy game to play. Now I need a place to hide away (The Beatles)
ResponderEliminarHasta ahora Germán Llanes nos ha venido presentando a sus personajes, criaturas dulcísimas, en formato "King size", es decir a pleno capítulo, esta, la historia de John, y también el encuentro con Miguel, se nos presenta como nueva, el formato sigue siendo el mismo, pero esta vez el autor utiliza todos los recursos de que es capaz para escribir con amor sobre el amor. Lo inmediato del recuerdo al terminar de leer este capítulo es su parte final, por lo de impactante de la misma, pero todo el capítulo de principio a fin está trazado de forma magistral, uno de los motivos de VERÔME al que habrá que volver entre otras cosas por el placer, por el puro placer, de la lectura.
Dentro de la narrativa de un personaje cabe destacar el hecho que lo describe, su historia biográfica, su descripción física, trasladando y situando al lector en la abstracción imaginativa del mismo, pero existe otro elemento del oficio de escritor, la llamemosla "finezza" creativa, de difícil explicación, es un acto simpático por lo de casi involuntario por parte del escritor, que el lector intuye de forma inmediata e inconsciente, eso ocurre en este capítulo. La sensibilidad dejando su huella.
En el escaparte del amor ponemos nuestras mejores virtudes, el lado más brillante, lo que seduce, y seguramente eso vio Mthandeni en John y John en Mthandeni, pero nadie se enamoró de su peor parte, ni de su debilidad, solo Miguel. John tocó los cabellos de Miguel y Miguel los recuerdos de John, así hicieron también con los besos. mientras John besaba sus labios Miguel le correspondía besando sus heridas.
Permítaseme una cita: Criatura dulcísima, la mano que entre las mías perduraba, ¿no sé si me amabas?, te amaba y eso era todo, y nuestros cuerpos construyeron su gloria, y te sabía carne mía. Huéspedes del beso y su insistencia, argumentos negadores de la nostalgia, tenías esperanza de mí en tus mejillas y yo tus muslos, tu olor completo penetrándome. Criatura dulcísima que fuiste. (*)
El lector queda desnudo, frágil, en lenguaje coloquial: tocado, viviendo esta espiral de sensibilidad. El lenguaje siempre medido, justo, oportuno, dejando claro su buen oficio en estos menesteres, tratando el momento de amor/deseo de hombres y entre hombres, amor/deseo masculino, a la perfección.
Es caprichoso el azar, cuando el destino toma una decisión la vida te arrastrará como un grano de arena en pleno diluvio, el tiempo de vivir se detendrá y será el momento de amar y cada amor tiene su propio destino, algunos nacen, crecen y mueren, otros se convierten en pasión.
Y ahora las aclaraciones. En toda crítica literaria (mis comentarios solo pretenden ser una opinión personal sin más ánimo, sujeta a otras opiniones y críticas, y asumida como imperfecta) el término autor se sustituye por el nombre del mismo otorgándole así reconocimiento de su maestría y nobleza. No podía ser de otra forma que hoy comenzara este comentario no con las palabras "El autor...." si no con: Germán Llanes.
Tocado por el impacto y aun con la sensibilidad a flor de piel circulando por las venas, alimentando el corazón, ya sea en la nostalgia o en el gozo, y la ternura patente desde la primera palabra hasta el punto y final. Se me resiste acabar hoy el comentario, tanto queda aun, tanto tanto.
Pol
(*) versos sueltos traducidos del poema "Criatura Dolcissima" del libro "Escrit per al silenci" del escritor y poeta valenciano Joan Fuster (1922-1992)