CAPÍTULO LII: CONMOCIÓN



   Pasaron dos años. Vientos de todos los colores barrieron la ciudad indefensa y en ocasiones los pasajeros fueron lacerados por su soplo. Un huracán vertiginoso se llevó una tarde a Aurelién Protch. Estaba ya muy mayor y ya no podía repetir su sueño de acercarse al mar pero caminaba cada día a Rivers’ Meet y un puñal cortante lo hizo sangrar con una pulmonía que se lo llevó dos días después. Richard no acudió al bar durante dos semanas pero telefoneó a Luke y a Nike, que inmediatamente supieron la noticia, dieron las condolencias a su camarero jefe y a toda su familia, acudieron a su casa y posteriormente al funeral. Los ocho mendigos estuvieron presentes, pero Paul y Kirsten se quedaron con sus tíos Rosa y James, que no pudieron ir pero que, amigos suyos ya, lo consolaron en solitario. Gerald no fue por no encontrarse allí con su hermana. Sí estuvieron Anne-Marie y Samuel, el ya amigo y vecino Nigel Matts y por supuesto su primo Herbert con su mujer. Armand y Crystelle estuvieron taciturnos, impresionantemente solemnes, llorando al abuelo al que no volverían a ver.

─“Richard –le dijo Nike-, Sarah y tú no paráis de llorar. Tu mujer y tus hijos también nos requieren. Este mes, al salir del trabajo, iremos cada día a St Stephen, para estar cerca de tu casa. Hace años que somos amigos y tu corazón ahora nos necesita.”
  Su primo Herbert lo rodeó en un largo abrazo afectuoso y reconfortante.
─“Ahora nos llevaremos a tus hijos a que jueguen un rato con Paul y Kirsten a casa de James. Estos días os esperamos a todos más a menudo en Deanforest y si quieres llorar, cuenta con los hombros de mi mujer y los míos.”
  El funeral acabó con una misa solemne y todos se alejaron llorando entre constantes abrazos a Richard y a su mujer, que tanto había querido a su suegro, y estaba derrumbada. Durante un mes acudían casi a diario a casa del matrimonio y repartían besos a los niños y todos al fin se fueron serenando.
   Entretanto soplos inmisericordes se cebaban con el arrabal casi a diario. Fueron dos años de vientos, dos años de espigas. El céfiro, dueño y señor del poniente, reinaba sobre todos y raramente, para la tranquilidad de Olivia, se convertía en ábrego. Y como fruto del viento maduraban los cinco niños, que pasaban allí gran parte de sus vidas.
   Peter Matts había sido lento en aprender a hablar pero ahora charlaba por los codos con todos de los muchos descubrimientos que hacía, porque para un niño el mundo entero se va desvelando en las sorprendentes páginas del libro de la vida. Hablaba especialmente con su querida Kirsten durante horas. Todo se lo contaba a ella. Con nadie era tímido y aprendió muy pronto a ser un buen deportista. Con tres años ya su padre, Nigel, le regaló una bicicleta y aprendió a montarla enseguida. Se daba frecuentes paseos por la Mano Cortada y los Proscritos, al principio siempre cerquita de donde su padre pudiera verlo. Luego se fue alejando y llegaba hasta las montañas, pero despacio porque éste lo acompañaba caminando.
   Armand Protch siempre fue un niño generoso. Ya hablaba cada vez menos de extraterrestres y cada vez más de los necesitados. Pronto se hizo muy amigo del matrimonio Prancitt, sobre todo de James, y se interesaba por todo lo que le contaban de El Salvador y de las dificultades de los salvadoreños. Rosa y James lo consideraron enseguida, más que un niño, un verdadero amigo. En tanto estuviera en el arrabal, no probaba bocado mientras todos los demás no lo hubieran hecho, incluidos, por ejemplo Nigel o Anne-Marie. Todos imitaron pronto un gesto que para él carecía de valor pues sabía que antes o después se atiborraría en casa.
   Crystelle Protch era desde su más tierna edad todo dulzura. Pasaba los días con Kirsten buscando joyas en los árboles y le encantaban los cuentos de piratas con tesoros escondidos. Pero era muy atrevida y pronto se arrepintió. Se encaramaba con su amiga a las ramas de los fresnos, siempre a la vista de los demás, Pero un día se cayeron las dos. A Kirsten no le pasó nada pero a Crystelle tuvieron que llevarla al hospital. No tenía daño en las piernas, pero sí en el pie derecho, del que jamás sanó. Con su cojera en adelante nunca más trepó a los árboles, pero ella siguió siendo dulce y feliz.
   Paul siempre fue un niño imaginativo. Había heredado de su padre Luke el placer de fantasear con las alturas y se veía a sí mismo volando y contaba con frecuencia que Crystelle nunca se habría caído del fresno ahora porque él con su vuelo la habría rescatado en la caída. A cualquiera que le preguntara como se llamaba le respondía que tenía al menos tres nombres: Paul, Régulo y  pequeño rey, lo mismo que su hermana era Kirsten, Elased o emperatriz. En los meses en que se veía su estrella, se deleitaba en contemplarla, así como todas las de su familia, y sólo al verlas, pero no antes, dejaba que sus padres los llevaran, a su hermana y a él, al palacete de sus abuelos Protch. Con esa edad todavía no estaba seguro de que los demás niños no tuvieran tres padres, pero intuyó que debía contar que tenía sólo dos cuando no estuviera en el Arrabal. Y sus lunas nunca más fueron menguantes. Ya pasaba sólo una revisión médica al año y los doctores lo tranquilizaban. Hasta este día, Paul siempre ha gozado de buena vista y ha sabido cuidar sus ojos.
   Kirsten se deleitaba en inventarse historias, segura de tener siempre una audiencia bien dispuesta a escucharlas. Se ruborizaba cuando veía que todos se referían a ella como inteligente y despierta, y aunque menos traviesa, quizá, que otros niños, siempre fue un orgullo para sus padres. Se llevaba muy bien con Nigel, que le contaba cosas del día de su nacimiento y aprendió pronto a ser confidente de su hijo, que le hablaba constantemente de la madre que nunca conoció, a lo que ella se acostumbró a responderle siempre con un besito
   Con ese descaro de los niños, Peter se acercó un día a su adorada Kirsten y le lanzó a bocajarro:
─"¿Sabes? Me gustaría ser tu novio. ¿Qué te parece la idea?”
─"Que sí, Peter, que quiero serlo. ¿Nos damos un beso en la boca?”
  Ensayaron ser adultos y se besaron, con cuatro añitos. Después se pasaron el día contándoselo a todo el mundo. Nigel estuvo toda la noche riendo con ellos y hasta escuchaba con frecuencia a Kirsten llamándole suegro. Todos les llamaban abiertamente novios y preguntaban a Peter, por ejemplo, si lo veían solo “¿Dónde está tu novia?”
   Pero aquél no fue el único noviazgo que surgió en el invierno del año 34. Luke y Nike venían de cenar en The Silversmith, adonde acudían un par de veces al año, no más porque preferían ahorrar para sus hijos,  cuando subieron al “campamento” en una noche en que los vientos jugaban a dar saltos mortales en las pieles de todos y en la hoguera, difícil de mantener encendida en esas condiciones pero que con apuros brillaba y calentaba. Se encontraron en ella con Nigel y su cuñado Brandon, cuando en ese momento subía la pendiente el Plymouth de Anne-Marie Beaulière.
─"Buenas noches a todos.” –los saludó.
─"Buenas noches, Anne-Marie –le dijo Nigel-. Mira, este es mi cuñado Brandon Jones, del que ya te ha hablado.”
─"Buenas noches, señorita Beaulière” –la recibió éste.
─"Sólo Anne-Marie, por favor, a no ser que quieras que te diga señor Jones –se sentó- ¿a qué te dedicas, Brandon?”
─“Soy taxista, pero antes trabajé en un concesionario, y la verdad es que de coches lo sé casi todo. Por eso te diré que tienes un cochazo.”
─“Me lo vendieron como un cochazo, pero no me dijeron que era complicadísimo conducir un Plymouth por la ciudad. Estoy pensando en comprarme otro coche ya.”
─“Supongo que no tienes límite en cuanto a dinero.”
─“No.”
─“¿Conoces Lilac Street?”
─“Sí, en Evendale. Casi al lado de mi casa.”
─“Pues entonces debes conocer el concesionario de Mercedes. Yo te recomendaría un Mercedes Benz.”
  Se llevaron un buen rato hablando de coches y Brandon quedó con Anne-Marie en pasarse por Lilac Street al día siguiente cuando ella saliera del trabajo. Se habían caído tan bien que la conversación fluía entre los dos con naturalidad y calidez. De repente, ella preguntó:
─“Supongo que te gustan las mujeres y sólo las mujeres, ¿no?”
─“Sí, ¿por qué?”
─“Nada, curiosidad.” –era evidente en qué estaba ella pensando. En sólo un cuarto de hora ya supo que Brandon no estaba casado ni tenía novia en ese momento. También comprendió pronto que no tenía deseos de hacerse mendigo. Cumplía los requisitos básicos para que se pudiera cómodamente instalar en su corazón, donde ya estaba irrumpiendo. Se midió y supo con certeza que no tendría ningún problema en vivir, si se diera el caso, con un taxista.
  Al día siguiente se vieron en el concesionario e inmediatamente ella probó un Mercedes que le gustaba y que según los consejos de Brandon se conducía con facilidad y enseguida lo adquirió. Al poco tiempo puso el Plymouth en venta y no tardó en vendérselo a un joven fanático del automovilismo.
   Se tomaron una copa y se fueron conociendo. Era evidente que ella le había caído muy bien también a Brandon. Fueron al cine y cenaron juntos después y, corazones abiertos, el invierno se fue derritiendo en sus miradas y pronto los labios fueron deseo de hoguera, las manos llamas y equilibristas, los cuerpos descubrimiento y marejada y al final las sábanas oasis de la piel y los latidos.
   En el siguiente desayuno, a él se lo veía con miedo, dubitativo, pero al final se atrevió a comunicarle lo que sentía, sorprendiéndola:
─“Anne-Marie, no sé cómo puedes aceptar lo que te voy a decir, pero lo tengo que soltar: estoy enamorado de ti.”
─“Cielo santo, Brandon. Me gustaría corresponderte, y por lo que te conozco, quisiera compartir mi vida contigo. Mas si recuerdas lo que te conté, yo creo que mi corazón ahora va con más cuidado y no se enamora ya tan fácilmente.”
─“Sé lo que temes, pero mira, con la edad que tengo yo ya no creo que un día descubra que me gustan los hombres, pero ponte en el caso de que fuera así. Sería entonces como Nike, Anne-Marie, me gustarían las mujeres y los hombres, pero a diferencia de él, yo sí te amo.”
─“Tenemos que conocernos más. Podríamos descubrir cosas el uno del otro que no nos gusten. Pero tienes los ingredientes para ser el hombre que necesito y estoy dispuesta a intentarlo contigo, Brandon. Quédate a vivir aquí.”
  Se encontraron más cosas en común que defectos e iniciaron pronto una vida juntos y siempre se consideraron cuñados de Nigel, aunque ya no viviera Shirley. Brandon le hablaba a menudo de ella y de cómo con su hermana había aprendido tantas cosas, sin llegar a ser nunca tan simbólico. Al Arrabal subían como pareja y todos los apoyaban en sus escasas crisis.
   Una noche ya de verano, Lucy volvía de su trabajo a estar un rato en la hoguera y a llevarse a sus hijos al palacete.
─“Parece que los Protch han instalado un nuevo espejo en su habitación de la planta baja. Esta misma noche iré a verlo. Dicen que ocupa el lugar del antiguo armario donde tenías tus libros de leyes, Nike.”
─“Tenía cuatro despachos –le explicaba a Nigel, que esa noche estaba por allí-. Uno al oeste, junto a la puerta de entrada y tres ahora sé que al norte. Escogía uno u otro según lo que quisiera consultar. Entraba en el del noroeste si tenía alguna duda de economía, el central lo usaba para consultar algo relacionado con el acero, y el del nordeste, al que iba con menos frecuencia, si ignoraba algo sobre esta ciudad, pues no nací aquí.”
   Pero la conversación viró. Peter Matts también estaba allí y llevaba varios días preocupado por la desaparición de Telemachus y de Achilles al que ya siempre, sobre todo en presencia de su novia Kirsten, llamaba Teseo.
─“No sabemos si les ha pasado algo, Peter. Tal vez hayan conocido a un par de gatas y estén formando una familia y vuelvan cuando menos nos lo esperemos.” –pero se lo notaba intranquilo.
   Una semana después, en una de las últimas hogueras de septiembre, Nigel les contó algo más. A veces bromeaba con Lucy, Luke y Nike diciéndoles que ahora Peter y Kirsten los habían convertido en consuegros. Pero esa noche no bromeaba. Contaba cómo su hijo se había quedado llorando en casa.
─“Hoy he acompañado a Peter a las montañas, a la parte sur, casi en línea recta a partir del lago y ya en la cordillera, hemos visto unas rocas en la mitad de un precipicio, pero no nos hemos detenido a mirarlas. Allí en el suelo distinguimos bien los restos mortales de Teseo. Sabe Dios cómo logró encaramarse a ellas, pero creo que ha debido ser así. No parece que haya sido un mordisco. Es más probable que haya sido una caída. Peter se llevó todo el camino de regreso llorando. No sabía cómo consolarlo. Y quizá no haya sido sólo Teseo. Oteando la zona, me di cuenta de que había huellas que delataban que por ahí habían pasado recientemente dos gatos. Era muy amigo de Telemachus. Quizá se aventuraran juntos por allí y hayan corrido los dos la misma suerte. Pero si es así, a Telemachus no lo hemos encontrado.”
   No volvieron a verlo, pero jamás hallaron el cadáver de Telemachus. Entretanto Peter se consolaba jugando con el superviviente Ted, realmente longevo. El noctámbulo arisco no era de nadie pero Peter y él se fueron haciendo amigos.
   El invierno llegó con vientos más suaves que evocaban otras brisas, de otros tiempos. En las hogueras ya era habitual ver a Nigel cada noche un rato. Después de unos años sin ser capaz de hacerlo, ahora hablaba a menudo de su mujer y algo estaba contando de un paseo con ella por las montañas, cuando Luke lo interrumpió:
─“Nunca nos has contado cómo conociste a Shirley, Nigel. Sólo sabemos que fue en Crownridge.”
─“Solía ir a las montañas una vez al año a dar paseos por sus senderos y fui un día a celebrar que acababan de contratarme en la universidad. No hago esquí y una tarde enseguida me harté de vagabundear y entré a tomar algo en un restaurante que se llama Moonshine. Hoy sé que la mesa donde me senté estaba al nordeste. El local estaba lleno. No había sitios libres y una mujer vino enseguida a preguntarme si podía sentarse a mi lado. Se presentó como Shirley Jones, y me dijo que trabajaba en la universidad, ese año dando clases de francés. Le dije que acababan de contratarme  y que igual seríamos compañeros de trabajo. Ella solía ir por allí ya anocheciendo, pues conocía un lugar bastante próximo donde se pueden ver fácilmente las estrellas. Algo me estuvo comentando sobre este hobby suyo y con ella aprendí muchas cosas que desconocía. Enseguida su aspecto pulcro y sereno me fascinó. Le mentí y le dije que no sabía una palabra de francés y le pregunté cómo se decía Te amo.”
─“Je t’aime. ¿Conoces a alguien a quien decírselo?”
─“No. Es por si un día lo necesito.”
─“El francés fue una excelente excusa para seguir viéndonos. Éramos compañeros de trabajo y después de las clases, ella me invitaba a su casa con la idea de que lo siguiera aprendiendo. Yo no le dejaba ver que lo conocía en realidad bastante bien y con ese pretexto subía cada tarde a su casa. Cuando ya de casados, le comenté que fingía no saberlo para vernos cada día, ella se hartó de reír. No lo había sospechado. Y me hablaba a menudo de que había encontrado un lugar abrigado y bastante oscuro donde solía contemplar el cielo estrellado. Y un fin de semana cogimos el teleférico al norte de Arcade y no tardamos en encontrar ese túnel resguardado, muy cerca del actual aeroclub de Skyridge.”
─“Era un día de finales de agosto. Desde las alturas las luces de la ciudad no se perciben y no tapan la luminosidad de las bellas agujas estivales. Ella quiso que mi primera mordedura, la primera constelación que conocí, fuera el Escorpión. Y del Boyero y la Corona Boreal, pasando por el Ofiuco, hasta la reconocible Sagitario y la confusa Capricornio y las tres constelaciones del triángulo de verano y el estupor del Cisne, el cielo fue un abanillo de bombillas.”
   Estuvo un rato hablando de constelaciones de verano, pero aprovechó que Lucy se ausentó unos segundos para hablar con ella.
─“Quería hablar con uno de los tres en privado, Lucy. Mira, desde que murió Shirley no me he encontrado con fuerzas para regresar a Crownridge, pero me gustaría volver un día a recordarla en Moonshine. Quisiera ir tan sólo contigo y tus maridos y contemplar desde allí las bellas estrellas del invierno. Si mañana está despejado como hoy, podríamos subir. Habla con Luke y con Nike. “
  Y al día siguiente, ya acabando el año 34, subieron en el teleférico, en una noche glacial de escarcha y desabrigo, pero el Tres estaba acostumbrado a los gélidos cristales de la vidriera invernal. Nike no conocía Crownridge aún. No vio picos demasiado altos, mas era una zona frecuentemente nevada y ahora, en la temporada de esquí, asidua y viva. Las lomas blancas estaban salpicadas de cabañas o refugios para montañistas que se extraviaban. La vieja bruja Crownridge era una dama morena que en aquellos meses mudaba la piel y se volvía pálida, los surcos de los esquíes creándole labios que lo mismo daban la bienvenida a bisoños competidores que repartían el beso de la muerte, pues la cordillera no era una manta ideal para surcarla, con demasiadas rocas y precipicios imprevistos por donde se despeñaban los más valientes. Aquella zona era conocida como Elm Lot. Un gran edificio en forma de L se percibía en su corazón helado. Hacia el norte el aeroclub de Skyridge, por donde se veía con frecuencia sobrevolar alguna avioneta como pájaro gris. Doblando hacia el nacimiento de la luna uno se encontraba el hotel, pues hotel era, Moonshine, con su gran restaurante casi siempre abarrotado. Y muy cerca, aquel pasillo oscuro entre montañas donde Shirley y Nigel habían oteado la cara visible del universo. Hacia allí los llevó, ateridos en aquella noche ya de navidad y enseguida encendieron una hoguera que no podía competir con las siete grandes lumbres de Orión, Nunca habían gozado de una visión tan clara del cazador, de su cinturón, de su mazo. En aquellas alturas no cabía dudar de que el Tauro caería derrotado. El gigante contaba con la ayuda de Cástor y Pólux y de todas las estrellas de Géminis. En aquella cacería participaban los dos perros, el Can Mayor, con el ojo vigilante de Sirio, el Can Menor con el aliento incansable de Procyon. Y hasta retozaba una cabrilla, la estrella Capella, en los pastos del pentágono de Auriga, diadema en el cénit, cabello de Orión y los gemelos, el espectáculo de las luces de invierno sonrientes en la piel fría de quienes las contemplaban. Pero no tardaron en entrar en el Moonshine a comentarlas más abrigados. El viento tenía enfundados sus cuchillos y rara vez los desenvainaba, mas el frío cortaba la sangre y necesitaban el calor del hotel.
   Una vez servidos, en ese ardor confidente que se produce tras contemplar el espectáculo del universo, Nigel rememoró otras escenas.
─“Pero el amor entre nosotros surgió de forma diferente. Pronto descubrí que ella subía también a Crownridge por otra razón. Alguna vez se lo he comentado a Luke, que ya me contó que en el ejército había sido paracaidista. Mas le pedí que no os dijera nada de que yo también lo he sido. Shirley me habló de que subía a Crownridge con frecuencia porque era socia del aeroclub de Skyridge, pues hacía tiempo que unos amigos la introdujeron en la pasión por los deportes del aire, para ella sólo el paracaidismo. Cuando me lo contó sentí un sudor frío, pues sospechaba que quería que saltase a menudo con ella. Supongo que fue el amor lo que me provocó hacerme socio del aeroclub. No me valió de mucho que me aseguraran que era un deporte muy seguro, que sólo muere uno de cada millón de saltadores. Pasé noches sin dormir imaginando todo tipo de accidentes, sin decirle nada a Shirley. Pero cuando llega el momento un instructor te va diciendo “salta” y te llega el turno y saltas sin más. Entonces, es una sensación indescriptible. La primera vez salté el último, y sentía que todos estaban ya casi en el suelo mientras tú seguías flotando y te parece que no caes. A la larga, te sientes dueño de unas alas, pero al principio hay segundos que se eternizan en los que sientes que te has quedado atrapado en la tela de araña del aire y que no vas a caer. Después, y aunque tienes un paracaídas de emergencia en el pecho y sientes la tentación de abrirlo, el aire ya se hace túnel vertical y te conviertes en pájaro y si te quedaba algún miedo, éste se va trocando en un deseo cada vez más fuerte de construir un nido en las mismas estrías del viento y colgar allí tu casa, de volver una y otra vez a sentirte brisa y ave. Luego aterrizas cerca del teleférico y primero te han enseñado a caer. Uno debe doblar las rodillas hacia la izquierda y caer a la derecha. Si aprendes esto, te evitarás hacerte daño en las piernas. Shirley y yo, que ya vivíamos en Millers’ Lane, solíamos ensayar la caída saltando a menudo por el lado oriental del Puente del Menhir. Íbamos allí cada tarde y después tomábamos algún bocadillo junto al río. En fin, iba por que ya habíamos pisado de nuevo el suelo. Luego has de aprender a recoger el paracaídas y volver por el teleférico a entregarlo en el aeroclub. A veces saltábamos dos veces el mismo día. La avioneta se eleva unos 800 metros para los que estamos en el nivel aprendiz. Todavía al oír su vuelo me estremezco recordando esos días. La recuerdo en el aire sonriéndome si se hallaba cerca de mí mientras caíamos. Me recordaba entonces a un águila y yo, su aguilucho, la cortejaba en el palacio de las nubes. Mas desde que la perdí no me he creído capaz de volver a posarme en los salones del trono del viento. No quiero saltar solo, pero tengo una idea. Supongo que Luke se atrevería a saltar conmigo e igual os animáis, Lucy y Nike.”
─“Yo saltaría encantado, Nigel –le respondió Luke-, pero sabes que no tenemos dains suficientes para eso.”
─“Primero quiero ver qué me dicen Lucy y Nike.”
─“Mi marido me ha contado muchas veces –habló Lucy- sus experiencias como pájaro y más de una vez he pensado que igual, sin ejército de por medio, me gustaría volar a su lado. Siempre he creído que soy capaz.”
─“¿Por qué no? –dijo Nike- Hace años que voy de reto en reto y lo mismo, con mi mujer y mi marido, me falta formar una familia de águilas y contigo ser una bandada que busque otros nidos. Pero sigue el mismo problema, Nigel, no queremos permitirnos ese lujo. El dinero que ahorremos es para nuestros hijos.”
─“Tengo pagados 30 saltos. Íbamos a tirarnos cuando comprobamos que Shirley estaba embarazada. Esperábamos a que pariera y se recuperara después. Bueno, ya sabéis que eso no fue posible –añadió compungido-. Pero si ahora quisierais acompañarme, tendríamos todos siete saltos y aún me sobrarían dos. El caso es que solo no volveré a ser pájaro. Pero a vuestro lado… ¿Por qué no os animáis? Aún deben estar 30 saltos pagados a nombre de Nigel Matts. Puedo venir mañana a comprobarlo y si es así… bueno, en Skyridge tendríais que hacer un cursillo, mas de todos modos podríamos probar primero saltando el Puente del Menhir.”
   Todo quedó bien organizado. Nigel comprobó que tenía aún 30 saltos pagados y el Tres acabó viajando al aeroclub y sumando sus nombres a la lista de nuevos saltadores. Todos los compañeros acabaron enterándose, aunque sólo fuera viendo cómo practicaban saltando el puente y ensayando la forma correcta de caer. Nigel invitó a todos los demás. La señora Oakes y Olivia declinaron. Bruce decía que ya había superado un infarto y que no quería poner de nuevo su vida a prueba. Miguel también había sido paracaidista en el ejército y quería volver a saltar pero debía convencer a John. Al principio no se atrevía, pero más tarde tuvo el pensamiento fatalista, que sólo comentó a Nike, de que de ese modo había una posibilidad de que él se fuera antes que Cástor, el gemelo mortal. Los dos saltos que sobraban a Nigel fueron pues para Miguel y John.
   Todo estaba previsto para el viernes, 8 de febrero de su año 35. Lucy y Nike quizá estuvieran nerviosos pero entraron impertérritos en la avioneta. Miguel y John saltarían en abril. Al elevarse se miraron los cuatro con esperanza. Sus compañeros estaban todos allí, los niños en el palacete, y quedaron en tomarse algo todos juntos después en el Moonshine. El viento ese mes era tranquilo, dócil y nada peligroso. Miraban las escasas nubes como alfombras del nuevo palacio que habitaban. Nigel, Lucy, Luke y Nike se colocaron últimos por este orden. Cuando le dijeron “salta”, Nigel se volvió a lanzar con seguridad; Lucy no se lo pensó dos veces y en unos segundos fue danzarina del aire; y Luke saltó enseguida tras ella, para que su campana planeara con la de su mujer en paralelo; su familia ya estaba en el aire, y si Nike había tenido algún temor, ahora sólo temía no estar con ellos y correr la misma suerte. Y la voz del instructor fue menos imperativa que la orden de su corazón. En el aire se vieron los cuatro y los 800 metros no duraron más de dos minutos. Se sintieron aves que batían el viento compañero y los cuatro fueron animales voladores que cambiaban de plumaje para tornarse águilas dominadoras de diferentes nidos, como su casa, también sin paredes. Y el suelo al fin como epílogo de ese nuevo libro del aire recién leído.
   Ese fue el año del paracaidismo. El viento, clemente, durmió su fiereza en unos meses para resucitar cruel en un otoño que tardarían en olvidar. Pero de momento seguía su romance con las montañas y no engendraban criaturas de hálito infernal y ni siquiera la niebla impidió distinguir las calzadas aéreas. Un salto al mes, café en el Moonshine con los compañeros y los niños que creían que mamá, papá y papá subían a Crownridge sólo a ver las estrellas y reclamaban que alguna vez los llevaran con ellos.
   Pero el viento no estaba abatido. Ese año asesinó a la niebla, que casi no se vio, pero volvió como un lanzador de cuchillos que errara al dispararlos y acertara en el corazón a su ayudante en un septiembre de telones granas surcados por su aliento macabro. Esa noche Olivia se habría retirado pronto de la hoguera pues la enloquecía, como siempre, el norte desalmado, pero esperaba que regresaran Lucy y Luke, que ese día cumplían su sexto aniversario de bodas, y como siempre, visitaban el Puente Wrathfall y la Colina de los Caballeros. Nike acababa de llevarse a los niños al palacete pues, como cada día 16, dormía solo. En la hoguera todos se mantenían la mayor parte del tiempo en silencio y Olivia, por romperlo, dijo:
─“Demasiada sangre trae este crepúsculo. La noche  está herida y el viento del norte le pone sal en las llagas. Mal presagio.”
  Y justo entonces llegó Nigel. Solía acompañarlos con frecuencia en las hogueras, pero en esta ocasión parecía un niño asustado que no se atrevía a hablar. De todos modos, acabó soltando lo que esa noche lo llevaba allí.
─“Me acaba de telefonear Lucy. Está en el hospital ─pero mirando a Olivia, la tranquilizó-. No es ella. Parece ser que Luke ha recibido una paliza. Bueno no sé nada más. Miguel, una vez me dijiste que sabías conducir. Coge las llaves del Chrysler y llévate a los hombres. Yo me iré en el Ford con las  mujeres, y desde el hospital telefonearemos a Nike.”
   Todo el camino, Nigel no supo qué decirle a la señora Oakes, que lloraba desconsolada pues parecía cumplirse la segunda mitad del Vaticinio. No tardaron en hallar a Lucy, que les explicó que habían llegado en taxi y que enseguida los médicos pasaron a examinarlo.
─“Estábamos en la Colina de los Caballeros mirando de nuevo el olmo con nuestros nombres, pero no estábamos solos. Al momento el calvo Bart –miró a su madre significativamente y ambas se entendieron-, sí, precisamente él, silbó como llamando a Luke y cuando mi marido iba a saludarlo, sin mediar palabras, empezó a darle golpes y patadas. A Luke lo pilló tan de sorpresa que casi no tuvo capacidad de reacción para defenderse. Yo quise ayudar, pero una patada en la cara consiguió inmovilizarme el tiempo justo en que aquel canalla se dedicó a patear con saña pecho y espalda. No fueron más de dos minutos y allí quedó casi inconsciente, perdiendo sangre escandalosamente mientras yo bajé la colina, pedí un taxi y reclamé la ayuda del conductor, que afortunadamente entendió la situación y me ayudó a traer a Luke al Philip Rage. Ahora lo están analizando. Maldito sea ese Bart.”
   Quizá llevara un látigo en la sangre con el que toda la vida azotara con odio profundo, Bart seguía teniendo el corazón encharcado de venenos que tal vez nunca derramara. Se notaba que jamás había perdonado a Luke que un día éste luchara con los mendigos contra ellos, para ese carnívoro delito imperdonable, y el rencor fue un inquilino en sus aposentos durante tantos años que, por no querer expulsar, acogió en la habitación oscura, con sábanas preparadas, de la venganza.
   A la media hora llegó Nike, abrazó a Lucy con fuerza, miró con ternura a la señora Oakes que lo contemplaba con miedo y todos a una se abrazaron y, esta vez las águilas vacilaban desequilibradas,  regaron los pasillos de destempladas lágrimas.

3 comentarios:

  1. Han pasado dos años…
    Conmoción por la muerte de Aurélien Protch y consuelo por parte del 8+8 a los afectados.
    Los niños (los del Tres, el de Nigel, los de Richard y Sarah...) crecen sanos y felices.
    Anne-Marie conoce a Brandon y…sorpresa!
    El pobre Teseo y el llanto de Peter Matts. Telemachus…que nunca volvió.
    Nigel les cuenta cómo conoció a Shirley, sus inicios en Crownridge…e invita al Tres al lugar donde se conocieron él y su esposa fallecida.
    Y el viernes 8 de Febrero del año 35, el año del paracaidismo…
    Una noche, Nigel llega al campamento desencajado…lo ha llamado Lucy del hospital, donde Luke está ingresado por una paliza recibida. Bart jamás lo perdonó por dejar a los calvos y por hacerse mendigo…y ahora se ha vengado del pobre Luke…
    Inor

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  2. El tiempo transcurre rápidamente, pasando tantas cosas que da la sensación de que al libro se le pasan las hojas en un abrir y cerrar de ojos.
    Tan solo espero que Luke, no sean más que moratones y poco más lo que le ha causado el malaje de Bart.

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  3. Recuerdo y recordaré cuando seguro relea esta novela, fragmentos profundamente poéticos e insospechados y escenas de extraordinaria brillantez narrativa, de exquisita ternura, como el protagonismo de los niños con los que nos sorprende el autor, pareciera un grupo más, asemejado a los del Arrabal, o a los que acuden a ellos como amigos, buscando ya su propio devenir narrativo, en estos, como en otros momentos, la obra en sí, la corrección y delicadeza del lenguaje me transportó a un sentimiento emocionado y nostálgico del pasado.

    ¡Novios! Kirsten y Peter. Jugando a ser mayores, siguiendo unas mágicas pautas, preservadas por su entera candidez y su inocencia aún integra, imitadas de sus mayores en una infinita curiosidad, y ajenas a desatinos y quebrantos: "¿Sabes? Me gustaría ser tu novio?", "Que sí, Peter, que quiero serlo".

    Algo habría hecho, en el pasado, para que el presente pudiera devolver otra vez la equívoca versión del ayer. Anne-Marre escarmentada en la memoria podría temer a recelos que duelen, sobre todo si duelen. La primera pregunta fue directa: "Supongo que te gustan las mujeres y solo las mujeres, ¿no?", seguro que esta pregunta en los días siguientes siguió rondando por su cabeza y que la tuvo más de una vez entre los labios. Los ríos siguieron paralelos, hasta que se unieron como afluentes de un río mayor. A Brando no le gustaban los hombres, y aunque le hubieran gustado, él, sí, la amaba. En ese instante Anne-Marie sintio tener los años, los rasguños y la experiencia suficiente como para saber que la vida es corta, y que cada uno de nuestros titubeos la acorta un poco más.

    "Je t’aime", y Shirley cayó en el ardid de Nigel, y así era como él quería recordarla, volver a Crownridge, a imaginarla en Moonshine y volver a presenciar el espectáculo del Universo, allí, junto con los tres, Nigel volvió a contemplar las siete grandes lumbres de Orión. Unos andamiajes literarios en el que se aúnan con maestría total la amenidad y el rigor; consiguiendo unos párrafos seductores incluso para los no familiarizados con esta ciencia, y de una cualidad intelectual y estética del autor pasamos a otra vivencial y suponemos pulsional, encajada perfectamente en la historia, y que denota haber sido experimentada. Recorriendo un camino literario impecable disfrutamos la didáctica del aprendizaje básico y el gozo estético de la sensación de volar. Una descripción poética en el estilo, estética en la forma y agradablemente visual en la imaginación del lector, de nuevo el prodigio literario basado en la experiencia del autor nos deja un relato de gran altura. ¡Ah! hablamos de paracaidismo, y del fraseo seductor que lo desarrolla.

    Va a ser verdad que el ser humano es débil y desvalido; y que otros seres humanos están recubiertos de una materia oscura que recurre a la crueldad para afirmarse, animales a los que les cuesta aprender. Cuando odiamos a alguien, odiamos en su imagen algo que está dentro de nosotros, la fuerza del rencor es el odio con que se cargan los puñetazos y las patadas, el pasado del "calvo" Luke, volvió, sin razón, a golpes, Bart no era nada, no era nadie, la soledad del monstruo era absoluta.

    Otro fin de capítulo, otra inquietud, otro fraseo que subrayar, otra muesca en doblez que ayude a recordar la página a la que se tiene que volver. A los que estáis siguiendo la novela no os voy a descubrir ahora al autor, el modo en que consigue que la historia respire, que vaya más allá, que leamos hasta lo que no se cuenta. Es esa capacidad de construir en espacios extensos un argumento que no decae sino que recalca, precisa e incentiva el interés. La literatura es querer habitar en la mente de otro(s), como un intruso en una casa cerrada, ver el mundo con sus ojos, desde el interior de esas ventanas en las que no parece que se asome nunca nadie. Es imposible renunciar a esa fantasía. Y aquí mi reconocimiento a la honestidad, sinceridad y viveza de este gran escritor.

    Pol

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