PRÓLOGO: LA MANO TENDIDA



   Es el hombro, en realidad, el que soporta la tensión de todo el brazo, pero el movimiento se inicia en el codo. Éste, con el impulso que le llega de la sangre bombeada por el corazón y de acuerdo con las órdenes dictadas por el cerebro, que a veces hace ese tipo de jugarretas, transmite su fuerza al antebrazo, que se eleva unos treinta grados –sistema sexagesimal– y genera un magnetismo casi telúrico que electriza la vena basílica hasta la muñeca; y la mano se abre. El pulgar se recuesta sobre la falange inferior del índice y los otros cuatro dedos se humillan ante la palma. La mano se hace cuenca, aparecen nuevas líneas que no se sabe qué fortuna o destino deparan,  envejece. Los nudillos no se ven, pero están ahí, desafiantes. Después de un par de horas, duele todo el brazo. En un día de frío, los ojos llorosos, los harapos apenas cubriendo un cuerpo miserable, con hambre eterna, las yemas de los dedos crecientemente insensibles, el dolor casi se hace carne.
Para llegar hasta aquí se debe tener domesticada la vergüenza. Hay que aprender a soportar el juicio de los demás. Se pretende mover a la conmoción… o a la compasión. ¡Para llegar hasta aquí!… No todos los caminos que conducen a la calle tienen el mismo umbral, pero desembocan en el mismo punto: la mano tendida, la súplica anhelante, el rubor solícito. Se ansía algo de lo que se carece y que otros más bienaventurados pueden darte. Y al final viene a ser la moneda que cae en la mano. ¡La mano!… Bien se ve que mendigar viene de manus, y que mendicare quiere decir extender la mano para pedir. Para los que así se labran un sendero muchos han sido los nombres dados: pobres, pordioseros, pedigüeños, vagabundos, indigentes, nómadas, menesterosos, desharrapados…; y otros menos benevolentes: pícaros, perdedores, desocupados, miserables, ladrones, gentuza... ¡Los mendigos! Pero hay muchos tipos de mendicidad.
   El hueso cúbito, como el eslabón bien engrasado de una cadena, como la Rueda de la Fortuna de las cartas del Tarot, invierte ahora su giro. Flexionado el codo, el antebrazo se alza levemente. Con la mano apuntando hacia la tierra unos treinta grados –sistema sexagesimal– pulgar e índice quieren abrazarse de manera obscena, pero no consiguen tocarse. Queda un leve soplo de aire entre ambos: un angosto túnel que parece mendigar a gritos una pluma. Y el  poseedor de esos huesos, de toda esa carne y sangre –hay que arrancar con sangre–, necesita una para recorrer de oeste a este, siguiendo las sinuosidades de las letras, el pergamino, encima del escritorio. Para llegar hasta aquí se debe tener domesticada la vergüenza. Hay que aprender a soportar el juicio de los demás. Se pretende mover a la conmoción… ¿o a la compasión? Se ansía algo de lo que se carece y que otros más bienaventurados pueden darte. Y al final viene a ser la moneda que cae en la mano: se mendiga un lector que preste sus oídos, que deje el corazón en la historia;  se precisa conectar los propios humores y flujos sanguíneos con los de un semejante; proyectar en otro pensamiento los íntimos fantasmas, las miserias o grandezas, rendirse a la belleza. En resumidas cuentas, se necesita un amante –o varios–,  “y que Dios se lo pague”.
   Si ésta ha de ser una fábula sobre mendigos, hay que comenzar pidiendo. Y así, la mano tendida, como ellos, con humildad; y encomendándome a Tot –el de la cabeza de ibis–, suplico fuerzas para no desfallecer. Y si ha de versar sobre aquéllos con los que traté, que me expusieron sus vidas con la vocación de contadores de historias, debe añadirse que sus grandes secretos con frecuencia fueron desnudados y puestos al descubierto, cuando no fueron, pocas veces, velados por el pudor. Los hechos que se referirán aquí me fueron relatados por sus traidores: ellos mismos casi siempre, forzados por la necesidad (muchos tipos de necesidad, también la de ser entendidos). Pero tuvieron otros traidores;  por eso el narrador es casi omnisciente.
   Si ésta ha de ser la historia de los ocho mendigos que conocí –ocho como los dones del Universo–, se habrá de intentar sangrar la pluma para que testifique fielmente sobre sus vidas y no las desvirtúe ni los traicione; para que, convertida en pincel, puedan realzarse sin salpicaduras, en el primer plano del cuadro dibujado, su grandeza, su dignidad y su belleza, sin esconder por ello su penuria o necesidad, pero vistas al fondo, en perspectiva. Pues si carecían de todo, o lo tenían todo o quizá las dos cosas a la vez, está por verse. Ellos, que devoraban noches estrelladas con voracidad de vampiros, si no tocaba comer; que ahuyentaban el frío con relatos, cuando la leña mojada o la falta de leña impedían alimentar una hoguera; ellos, en fin, tuvieron que reinventarse día a día, noche a noche, con sus propios códigos y mitos, transformando leyes, rectificando el Universo, hasta hacerse simbólicos. Tal vez por ello el libro de sus vidas sea complejo y tenga muchas lecturas. Tal vez por ello consiguieron trocar lo inverosímil en creíble, porque –no podía ser de otra forma- sus experiencias se entienden cuando, como hicieron todos, para cada una de las etapas de sus diferentes caminos se sigue el orden cronológico, que ellos respetaron como sagrado. Pero es difícil seguirlo porque en toda fábula los hilos narrativos se entrecruzan y se cosen o se descosen cada vez que un personaje, por orden cronológico, entra en la trama. Quizá por eso toda historia debería contarse al menos dos veces: alguien que la conociera debería contársela a una segunda persona, y ésta a una tercera; y acaso en alguna ocasión sea narrada con los nudos de la madeja claros y ordenados. Pero estoy perdiendo los hilos. No sé si voy a saber contarla.
   Si ésta ha de ser una historia sobre la miseria, no será, sin embargo, una alegoría sobre el dolor, sobre la podredumbre del corazón humano. Será lo que sus vidas son, sin innecesarias estridencias. Nunca, como los héroes de la literatura –mil veces desalmada con sus favoritos–, simbolizaron la tragedia. Sus años están tan repletos de sinsabores como son fecundos en episodios de amor y lealtad. Pues su carne y huesos, habituados a los afilados cuchillos de la mirada compasiva del limosnador; del cruel empeño en fingir que no se los ve; o de la brutalidad progresivamente cotidiana de la canalla, igualmente sirvieron para ser tocados por la ternura; y con ella el dolor sólo los rozó.
   Si ésta ha de ser una historia que exhiba los acontecimientos de cada uno de sus caminos, en sus respectivos e individuales encuentros con la calle y en su mutua convivencia posterior, mas dejándose ver a un tiempo la impronta de sus caracteres, habrá de establecerse el compromiso de retratarlos de manera fidedigna para serles leal. Así, es perentorio añadir que no carecieron de cierta espiritualidad, pero al modo de los paganos. Reverenciaron como dioses supremos al Universo y a la Tierra. Eran amamantados por los pechos de la gran diosa celeste –pues, como es sabido, el Universo es una mujer–, y en esa lactancia, del mismo calostro de la materia cósmica, absorbían elixires de eternidad. Mientras, el padre Tierra –masculino, como es manifiesto- dejaba caer su semilla de sabiduría sobre el terreno, preparándolos para que sus órganos sensoriales estuvieran atentos a la recepción de sus llamadas, a veces emitidas con la voz ensordecedora de la urgencia. Pero en su Olimpo cupieron también un buen número de deidades menores, más condescendientes e inconsistentes, menos sujetas a dogma. De este modo, construyeron altares a diosas y dioses como las aguas, los árboles o las estrellas; y tuvieron por demonios a los vientos. Y renegaron de Dios-Destino, como lo llamaban; y del diablo (la otra cara de la misma moneda), por implacables en sus juicios, por celosos en la observancia de sus estrictas leyes, por veleidosos y mudables en el afecto hacia sus criaturas. Ante Dios-Destino o el diablo siempre antepusieron las leyes del Universo, pues éstas actúan en el borde del abismo y se rectifican cuando quieren si desean que uno de los suyos sea salvado, y el Universo se encoge: y ya se sabe qué tipo de acontecimientos presagia. Asimismo abominaron de las religiones monoteístas, que desprecian la belleza del mundo. Pues éste es sólo explicado como lugar de paso, inútil y deforme, pasarela a una posible eternidad que además no habrá de ser otorgada a la totalidad de los mortales sin severa selección previa; y ante esa contingencia el mendigo se aparta de ese camino, prefiere acomodarse en algún recodo y atisbar sin prisa toda la hermosura que el horizonte le regala. Contemplando este esplendor, descubren la perfección o el sentido que yacen incluso en la suciedad, el hambre, la enfermedad o la miseria. No es raro que en sus frecuentes tertulias a la luz de una llama mortecina, rodeados de frío y oscuridad, se les escaparan frases magnificentes y así pude oír de ellos cómo “las religiones nos han hecho creer que la vida es el precio que hay que pagar por la belleza. Pero como el rostro que la luna nos oculta, nos han impedido ver el otro lado: que hay belleza en cada precio que pagamos por la vida”.


 
   Mi mano, trémula ante la tarea recién emprendida; tan caliente que casi se vuelve ígnea; sudorosa, febril, palpitante de venas y nervios en ebullición, vacila en seguirme por la senda que hemos de transitar juntos –mi mano y yo– en los días que han de venir. Sostiene dubitativa, en el leve túnel de aire entre índice y pulgar, la pluma que ha de tornarse herramienta de creación de los héroes (o quizás antihéroes) de mi narración.  Se arruga ante la dificultad de perfilar sus historias y no sabe que el reto es profecía, hado, determinación o logos; que nada me parará, si la mano no me es arrancada, en la labor acometida. Y desde las uñas a la muñeca, toda su maquinaria se pone en marcha para el quehacer imposible de la fabulación de las etapas de ocho vidas con sus avatares, sus glorias, sus mezquindades…


 
   Todas estas cosas se han de mostrar en el cuento, si con el viento a favor y el tiempo eterno de la madre Universo a mi disposición sé hacer buen uso de ellos. Si lo consigo, podré recoger mi sombrero del suelo con la satisfacción que supone la moneda que se recibe cuando ya no se espera comer; cuando se ha pasado toda una tarde, con el ánimo infatigable del mendicante, aguardando en la incertidumbre. Si no lo consigo, me apartaré como se aparta un mendigo de un lugar donde no se lo deja entrar: humildemente, sin pedir explicaciones por la exclusión, dispuesto a mendigar en otra calle.
   Pero algo más habrá que decir de mí. Es mi natural pudor el que me ha hecho vacilar sobre lo aconsejable o no de darme a conocer, pero como no quiero que mi escrito se considere apócrifo, he vencido a la tentación del anonimato y estará firmado. No sólo es cierto que conocí a los ocho mendigos y su Historia, sino que también formo parte de ella: soy uno de los personajes del libro; y como personaje entraré en la historia sin estridencias, sin falso orgullo ni falsa modestia; me meteré en la trama cuando sea necesario para respetar cierto orden cronológico. Y entretanto dejaré que tres de los mendigos nos narren también sus evangelios; pues si éste ha de ser un cuento sobre ellos, ellos han de tener voz en este cuento; y se han de respetar sus palabras, sus tonos, su modo de entender sus propias vivencias. Yo haré de coro que los acompañe y mis vocablos acercarán el sonido de la tercera persona, cuando ellos callan; apareceré entre incisos y descripciones, entre símbolos y estrellas; y escogeré en qué punto del relato el personaje revelará su condición de narrador y se hará visible, como es visible el sol al ir recorriendo, aparentemente, un camino lineal por entre las constelaciones. Hasta ese momento, aunque ya me habrán visto más de una vez quizá sin reconocerme, sólo seré una nebulosa, de cuya condensación nacerá esta trémula y tímida estrella. Dejemos entretanto que el sol y los planetas sigan su curso a lo largo de la Eclíptica, escoltados por el Zodíaco; dejemos que las líneas se vayan expandiendo como arrugas por esta sábana blanca; dejemos que la historia se escriba sola. Ya sé… Sigamos a la estrella Régulo. 

23 comentarios:

  1. Hola Germán, me dijiste que el prólogo te parecía bonito, a mí me parece realmente MARAVILLOSO! Las palabras que empleas para describir la mano del mendigo que se levanta para pedir limosna...ES INCREÍBLE! Tienes un gran potencial, no tienes nada que envidiarle a los grandes escritores. Estoy alucinada, no tengo mucho tiempo pero me han entrado muchas ganas de leer tu novela. Ya la iré comentando.
    Saludos.
    Yunyi.

    ResponderEliminar
  2. Gracias, Yunyi. Me emocionas. Espero que te guste el resto.

    ResponderEliminar
  3. Hola Germán:
    Cuando me comentaste sobre tu novela decidí echarle un vistazo por curiosidad, he leído solo el prólogo y me ha gustado mucho, me ha hecho pensar, ver más allá de esa mano haciendo un hoyo, o la caja de cartón en el suelo, y me ha hecho darme de bruces contra uno de mis mayores temores, terminar en ese suelo sin nada.
    Me gusta y tengo curiosidad por ver que les reparan las vidas a esos mendigos.
    Sigue así.
    Marta.

    ResponderEliminar
  4. Me lo volví a leer, ya voy entendiendo más con lo leido.

    ResponderEliminar
  5. Bueno, tras leerlo de nuevo sigue fascinándome, el relato (argumento) también, pero lo que decididamente magnetiza es la manera de contarlo, son las palabras elegidas. Enhorabuena por esa capacidad para "poner de pie" una historia contada magistralmente, en la que "lo que no dice" pero se intuye escrito entre líneas, es tan irreemplazable leer como lo que dice. La manera de expresarlo es sublime.
    Un abrazo. Ana.

    ResponderEliminar
  6. Quise que el prólogo fuera una declaración de intenciones, sobre todo que el lector, sabiendo que va a leer una historia de mendigos, no espere una tragedia. La novela entera es una excusa para hablar de la belleza de la vida. de la libertad, la felicidad, la amistad y el amor.

    ResponderEliminar
  7. Que manera de describir de manera tan fiel, algo que de da por sentado, por ordinario y sin esfuerzo...no hablo de levantar el brazo y tender la mano. me refiero a la vida misma, a respirar. Felicidades German. Seguire leyendo y estoy segura que lo disfrutare.saludos
    atte. Yuremid

    ResponderEliminar
  8. ¡Impresionante! Tus juegos de palabras deberían deslumbrar por entre las tinieblas del que desconoce el lenguaje. Solo puedo decir que es ¡Fascinante! el orden que empleas para describir el movimiento de una mano vacía tendida a la espera de ser llenada.

    ResponderEliminar
  9. Wow, no sé ni que decir. Esto me ha dejado sin palabras, es más que una novela, más que un libro, es simplemente hermoso, hace tiempo que no sentía emoción al leer, pero has revivido y tocas cada punto de mi interés, y esto me recuerda a la inercia y orgullo de vivir el tiempo y disfrutar, no en orden cronológico, sino en esencia. Simplemente, no lo sé, esto es exquisito. Es como si recorrieras mis pensamientos con un vocabulario tan extenso, pulcro y sublime. Tenía tantas otras cosas que decir, pero no logré poner mi primer comentario, que era mas profundo. Aun así, sigue adelante, lo tuyo es más que simple talento, es que tienes amor hacia el texto, amor hacia lo abstracto. Inhibes mis sentidos de lectura. En verdad. - Diego P

    ResponderEliminar
  10. Sorpresa... esa es la palabra que llevo rato buscando.
    No me esperaba esta temática, ni esta narrativa. Por un momento dudo si estaré preparada para afrontar una lectura así. Me he asustado un poco, lo reconozco.
    Eres una caja de sorpresas... sí... definitivamente, esa es la palabra, estoy sorprendida.

    _la_brujita_tapita_

    ResponderEliminar
  11. Germán me ha cautivado su escritura, me ha recordado por momentos a Murakami, en sus descripciones detalladas y en el modo de expresarlas. Gracias por compartir su blog y Felicitaciones :)

    ResponderEliminar
  12. Hace varios días ya que leí la Trilogía. Quisiera hoy, con la distancia, hacer un somero comentario global. Y quiero escribirlo en el Prólogo del libro porque su autor me dijo un día: Léete el prólogo y luego decide si seguir leyendo o no. Y me leí el Prólogo y decidí seguir leyendo. Y en mes y medio más o menos me leí la Trilogía completa. No soy filóloga ni acostumbro a comentar libros por escrito, pero no es óbice para que diga algunas cosas que me gustaron y que, en su conjunto, me llevaron a querer seguir leyendo hasta el final.
    En primer lugar, la historia en sí es una historia extraña por inusual, por darse entre mendigos. Pero a medida que vamos comprendiendo por qué se hacen mendigos (motivos de Verôme) y el grupo va creciendo, la historia se va volviendo más apasionante y compleja. Un grupo unido por lazos de amistad y amor. Una historia de amores cruzados, de solidaridad, de amistad, de comprensión y aceptación de la otredad. Una historia en la que brillan grandes amores y estrellas del cielo, donde contemplar el orbe forma parte del devenir cotidiano alrededor de una hoguera, charlando…o en el lubricán… En un mundo como el nuestro, cuesta creer que un millonario se haga mendigo, pero si leemos el libro comprendemos la fuerza que lo arrastra a ello en cada caso, fuerza y coraje, consciencia plena y decisión irrevocable. Cuesta creer también que uno se haga mendigo por amor, porque el sexo está sobrevalorado y el amor recibe muchos nombres ingratos. En este libro el amor es un eje que enlaza personajes variados y en ocasiones en forma de relaciones sorprendentes pero acordadas por las partes. Mendigos que tienen amigos y enemigos. Mendigos que tienen una familia a veces ignota (durante buena parte del libro) otras veces hecha de cariño y no de genética: el cariño une más a veces que los lazos de sangre.

    Otra cosa que me ha gustado es la unión del “tempo” de la novela con los hechos que se narraban. El verome más largo y doloroso de los ocho requerirá muchos capítulos para poco tiempo, por ejemplo; mientras que al final, los años pasan volando, los personajes envejecen con cada capítulo y nos parece mentira que hace “unos días” estuviésemos leyendo y algunos personajes principales tuvieran apenas 30 años. El tiempo se detiene casi también en algunos momentos, como aquellas horas en la cueva de Sally, momento inolvidable para dos de los protagonistas. Un capítulo para unas cuantas horas. Sea como sea, el ritmo de la novela es en ocasiones trepidante. Acabamos un capítulo y lo único que deseamos es leer el siguiente para “desfacer” entuertos varios e intrigas que en ocasiones tardan varios capítulos en resolverse y nos mantienen en ascuas.

    Respecto a los personajes, no hay fisura posible. Están bien trabajados psíquica y afectivo-sexualmente y todos aceptan lo que son en este último sentido: bisexuales, homosexuales, heterosexuales, lesbianas… Los principales, son personajes de principios sólidos, de fuerte moral e inquebrantable adscripción al grupo de iguales. Así, si uno no come, no comen los demás. Si tienen poco, lo comparten. Si tienen mucho, lo festejan. Si uno enferma o pasa por alguna tribulación, los demás saben estar ahí. Todo un canto a la solidaridad y el cariño.

    Este es un comentario somero en el que queda todo lo importante por decir, pero hay que leer el libro porque es un mundo de datos, situaciones, nombres, sorpresas, intrigas… No he querido dar datos de ningún tipo en estas líneas para no romper la magia a quien quiera leer la Trilogía. Pero, sin duda, aconsejo su lectura: no les defraudará.
    Inor

    ResponderEliminar
  13. Buen prólogo que espero haga justicia al resto del libro, para mi solaz y tu prurito de autor.

    Ludibrio

    ResponderEliminar
  14. Esta bien. Los parrafos son un poco largos y me pierdo un poco. Un buen detalle el diferenciar la limosna de una invitacion

    ResponderEliminar
  15. Hi xikitín, ya sé lo poco que te gusta que te lo diga. Admiro tu léxico y tu fuerza. Creo que ya tengo lectura de mesilla para la próxima semana. Un abrazo crack!

    ResponderEliminar
  16. Empecé con el prólogo y continué, de momento hasta empezar el capítulo dos. Las sensaciones de lo leído hasta ahora son buenas, muy buenas. No parece la obra de un escritor novel, ni por el estilo, ni por el léxico, ni por el alcance y ambiciones. Una grata sorpresa en este aspecto.

    También me llama la atención el tema principal: una obra dedicada a los mendigos. Algo poco visto en literatura, y que, personalmente, me incita a seguir con la lectura de esta obra por su originalidad.

    Sin duda continuaré leyendo esta trilogía, pero he querido dejar aquí este comentario, en este momento, sin esperar a terminar la lectura.
    Enhorabuena al autor, se percibe el cariño, el tiempo y el trabajo que has dedicado a esta obra, se nota en cada línea, en cada párrafo. Y además del trabajo y la dedicación, por supuesto no pasa desapercibido tampoco el gran talento que tienes para escribir.

    ResponderEliminar
  17. Hola soy Fibula, voy a empezar a leer tu libro, no se cuanto tiempo me llevara, pero deseo poder acabarlo pronto

    ResponderEliminar
  18. Interesante el prólogo.
    Saludos,
    Mahui

    ResponderEliminar

  19. Ayer escribí un comentario después de empezar a leerte, solo es el prólogo de tu trilogía, pero promete un hermoso viaje, algo haría mal porque no se publicó en el blog, por eso ahora vuelvo a intentar publicarlo, espero conseguirlo.

    Germán, hablaste de tu trilogía, me dijiste "léete el prólogo y decides si seguir", me animaste (no sé si con premeditación) adjetivándolo de corto y bonito. No te equivocaste y así yo "mossego l'ham i m'empasso l'esquer" (muerdo el anzuelo y me trago el cebo) y de ello nace el deseo de seguir arrastrado por ese sedal capítulo a capítulo, ya te comenté que ando leyendo dos libros actualmente, por lo que no podré devorarte (leerte) como desearía, pero quizás sea mejor así, mereces la calma minuciosa que se sorprende en el detalle.

    El resultado de la lectura de este prólogo son dos motivos que me generan ganas y ansiedad, el primero: caminar de la mano de tu pluma por lo que se intuye una historia de símbolos y reencuentros, entre otros por descubrir, de astros, evangelistas y el amor de los mendigos, vaya hermoso viaje vital se intuye, y el segundo: descubrir y descubrirte en el personaje que anuncias es tu alter ego en esta novela (¿serás el cuarto evangelista?). Seguro de que no me defraudara.

    Fabula el pensamiento sobre que depara tu novela y uno quiere pensar en: "seres inmortales, caídos en la oscuridad, pobres condenados por los siglos de los siglos hasta curar completamente" (Battiato dixit), e intenta intuir como serán iluminados por las Luces de la Tierra, pero la prudencia me aconseja solo seguir leyendo y no fabular, y descubrir el misterio de tu creación, capítulo a capítulo.

    "Es el hombro, en realidad, el que soporta la tensión de todo el brazo, pero el movimiento se inicia en el codo......con el impulso que le llega de la sangre bombeada por el corazón .........." Arrancas fuerte, y solo es el prólogo, simplemente me gusta. La verdad es que uno esperaba encontrarse con la vanidad de un escritor novel y es hallada la sencillez y humildad de alguien que en 50 céntimos encontró su verdadera riqueza.

    Que largo, casi me sale un prólogo, jejeje, pues seré breve: me gusta como escribes y quiero seguir leyéndote, seguir la estela del camino que recorre Regulo.

    Creo que me apunto al título de este prólogo para darte las gracias por "La mano tendida"

    Pol__

    ResponderEliminar
  20. Un realismo impactante, rozando lo mágico hasta atravesarlo. Vibrante, y hechizante lectura. De los mejores prólogos, que he leído en un blog. Tu amante lector. Perro flaco.

    ResponderEliminar
  21. Hola, me ha gustado, al principio parece denso pero luego empieza a atraparte y a hacerse interesante. Pienso en esas vidas en la mendicidad y de como algunos quisieron apartarse de lo establecido y encontraron otros caminos.

    ResponderEliminar
  22. Me encanta la forma de escribir, he de reconocer que se lee mucho más ágil el final que el principio pero todo en conjunto da forma a un relato increíble. Enhorabuena.

    ResponderEliminar
  23. German, realmente interesante el prologo... Te deja con ganas de mas, gracias por compartir. Voy a por el resto

    ResponderEliminar