CAPÍTULO XXV: NOS RECONOCERÁS



   Llevado por mil demonios, los miembros tensos y el rostro un claro espejo de decepción, Miguel se retiraba a meditar y quizás a maldecirme. Pero Luke no lo dejó avanzar más de cien metros.
−“Miguel −le gritó−, vuelve. No he terminado. Lo que tengo que contar es bastante largo, y estoy seguro de que te interesará.”
   Todavía vacilando, pero más sereno por la mirada de John, que se había quedado sentado pero que dudaba si levantarse a por él, Miguel dio media vuelta y aunque con una mirada de total desconfianza, volvió a ocupar su lugar. Luke tragó saliva y, observando la dulce mirada de su mujer, se animó a proseguir.

−“Estaba haciéndoos a todos una pregunta. Me había quedado en esto: ¿Qué habrían hecho noventa y cinco de cada cien, enfrentado al sueño de ambición de su vida, y ante un mendigo tan sucio como yo? Para que no sea necesario que nadie aventure una respuesta, diré que no sé cómo habrían actuado noventa y cinco de cada cien, pero ¿qué fue lo que finalmente decidió hacer Nike? −y después de una pausa tensa y con una mirada viva de entusiasmo−: pues exactamente lo que hizo. Tras unos segundos de auténtica confusión −él creía que se jugaba mucho en cómo reaccionaría−, cruzó el breve espacio que nos separaba, dejando a su jefe boquiabierto y momentáneamente olvidado, muy atrás, y llegado a mí, sin tiempo todavía de cruzar unas palabras, me dio el abrazo más fuerte que me han dado en la vida. Durante diez segundos sólo fuimos capaces de llorar y demostrar así nuestra mutua felicidad por el reencuentro.”
−“Luke −empezó a balbucir, entre lágrimas cálidas−, qué alegría volver a veros −y se le notaba tanta felicidad por haberme encontrado que comenzó a dispararme preguntas en las que me mostraba que no había olvidado nada ni a nadie y que quería ponerse al día en la información de las personas que realmente quería−, te veo bien, pero ¿cómo estás? ¿Cómo está tu mujer? ¿Y vuestro hijo, vuestro pequeño rey? −aquí ya no pudo más y se vertió y, ya completamente derramado, prosiguió− ¿Y tus compañeros? ¿Vuestro arrabal, el río, los árboles, los gatos…? Oh, Dios mío. Tantas preguntas te haría y no dejo que me contestes.”
−“A ver si sé responderte por orden: yo estoy bien; Lucy está perfectamente y los dos hablamos de ti a menudo, y el amor que nos tenemos es cada día más inquebrantable; nuestro pequeño rey va creciendo sano y fuerte, todavía no sabe hablar pero empieza a hacer sonidos, sobre todo llantos, en eso es todo un virtuoso; nuestros compañeros están todos bien, robustos, saludables y felices; no te podría referir que hayan tenido ni siquiera un simple resfriado. Y ¿cómo está mi amigo Nike?”
−“Menudo amigo he demostrado ser. Pero, en fin, dejemos eso. Luke… −vacilaba. Pero tenía muy claro qué camino seguir−, en el tiempo que pasé con vosotros oí hablar de vuestros códigos, aunque no los conozca. Pero algo creo haber aprendido: no puedo daros limosna, ¿verdad? y no es que lo desee…”
−“No aceptamos limosna de las personas que queremos, y mucho menos de los amigos, y por tal te tenemos.”
−“Pero algo más creí entender de unas palabras que me dijo la señora Oakes: sí podría, si no me equivoco, invitaros a comer. Entonces… verás, Luke, mi acompañante y yo nos disponíamos a entrar ahora en The Silversmith. Si yo ahora te invitara a comer con nosotros, ¿aceptarías?”
   Pero en ese momento llegó su jefe a donde estábamos, observando la escena con naturalidad, sin muestra alguna de disgusto. Nike debía haberle hablado de nosotros en alguna ocasión. Con parsimonia, se situó detrás de él, aguardando a que me presentara. Y al darse cuenta, Nike no titubeó ni un solo segundo. Mirándonos con una sonrisa absolutamente de fuego, hizo que acercáramos las manos, y habló:
−“Señor Weissmann, este es mi gran amigo Luke Prancitt −había titubeado antes sobre si debía o no devolverme el cálido amigo mío que le había dirigido. No creía que lo mereciera. Pero no podía ser de otra forma: la grandeza de un hombre como Nike se ve en instantes como ese, en que se ve forzado a tomar una decisión en pocos segundos, y al final se transforma en el orgullo que siente de querer a quienes quiere y en un rostro bruscamente transformado en una corriente de auténtica felicidad. Sólo un hombre como Nike habría dicho mi gran amigo Luke en un momento como ese. Y yo sólo puedo sentir el mismo orgullo de poder considerarme amigo suyo−. Luke, este es mi jefe, Samuel Weissmann.”
   Sonriendo por todos sus soles a la par que regado en un llanto emotivo y solemne, con completa seguridad sobre qué es lo que quería hacer en esta encrucijada del destino, no importándole en realidad un ápice cuál sería la reacción del señor Weissmann, ayudó a que estrecháramos las manos con confianza.
   Pero no me pareció que el señor Weissmann habite un corazón de tiburón y su indudable material humano, o ver la sonrisa de Nike quizá, hizo que no tuviera la habitual reacción, que ya conocéis, tras ser presentado a un mendigo.
−“Encantado de conocerle, señor Prancitt −me dijo jovial. Se había quedado a la primera con mi nombre−. Intuyo desde cuándo se conocen usted y Nicholas. ¿Cómo está?”
−“Perfectamente, señor Weissmann −tenía que demostrarle que también había retenido su apellido sin dificultad−. ¿Y usted?”
   Después de intercambiar alguna palabra más que no recuerdo, Nike se dirigió a él.
−“Le estaba diciendo a mi amigo Luke que nos disponíamos a entrar en este restaurante y le pregunté si quería comer con nosotros. No le importaría, ¿verdad, señor Weissmann?”
−“Sería un verdadero placer comer un día contigo y el señor Prancitt.” −y creo firmemente que lo decía sin ninguna hipocresía.
−“Luke −lo interrumpió Miguel−, no te ofendas, pero a veces me pareces algo ingenuo.”
−“Tal vez lo sea, Miguel. O tal vez veamos las cosas de otra forma. Pero el señor Weissmann continuó.”
−“No obstante, en estos últimos minutos creo haber asistido al reencuentro de dos viejos amigos. Que seguramente tienen muchas cosas que contarse. Creo, Nicholas, que de todos modos no habría tenido respuesta esta tarde acerca de lo que tú ya sabes. Y de corazón te digo que me gustaría que un día nos sentáramos a comer los tres juntos. Mas ahora os dejaré solos, para que comáis y habléis de todo lo humano y lo divino sin la presencia de un desconocido. Nos vemos mañana, Nicholas. Quizá la tarde o la noche te iluminen. Recuerda que nos eres muy necesario.”
  El señor Weissmann se fue y yo me quedé con Nike, ambos con dos auténticas sonrisas de verano, a comienzos de octubre.
−“Buen tipo el señor Weissmann −le dije a Nike−. Creo que encierra mucho más de lo que se ve. Y creo que es un hombre sincero. Y cálido.”
−“Quizá tengas razón. No lo conozco muy bien. Pero Luke… no me has respondido. ¿Aceptas que te invite a comer?”
−“Nike… no sé si eres consciente de lo que acabas de hacer. Ya hace unos minutos te habría respondido que sí pues deseaba ardientemente hablar con mi gran amigo. Pero acabas de demostrarme que la amistad puede ser fuente, río manso, océano de grandeza. Por supuesto que acepto tu invitación. Siempre diré que sí a esos momentos que la vida te brinda de departir con tus mejores amigos. Vamos a comer. Aquí, en The Silversmith, ¿no?”
−“Dicen que aquí te sirven el mejor cordero de la ciudad −me explicaba sin ostentación−. Recuerdo una noche de agosto en que estabais asando uno para cenar. Pero también recuerdo que no lo probé. Bien, ya es el momento de desquitarme. Aunque no podrá tener mejor sabor que cualquier carne en vuestras hogueras, con todos vosotros, en una noche estrellada.”
−“Seguro que no. Yo también pienso así: siempre gemelos. Qué placer volver a verte, hermano.”
   Parecíamos, más que hermanos, espíritus de la noche que, sobrevolando una hoguera, quieren calentarse juntos y la van atravesando tímidamente hasta poco a poco hacerse ardor de la misma chispa; y chocan y producen energía y tal vez aprendan a despedir fuego. En todo eso pensaba, sentado junto a Nike en una mesa alejada del mundanal ruido, prestos a ser depredadores, aves de rapiña que tiernamente se devoran entre recuerdos alimentados y sentimientos noctívagos, temerosos solamente de que la luz del alba irrumpa disolviendo los huesos que sostienen nuestras pasiones.

4 comentarios:

  1. corto y emotivo capítulo... Hasta me he imaginado la expresión de los dos al reencontrarse... ese abrazo que debe haber sido corto para gusto de Nike...
    aaiinnnsss... Me ha encantado!!! y tengo que confesar que en ese abrazo hubo una tercera persona con ellos... ya que me he reencontrado con ellos tbién hoy Germán :)

    ResponderEliminar
  2. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  3. .....HACERSE ARDOR DE LA MISMA CHISPA.........

    Quisiera en justa medida poder corresponder, escribir este comentario desde el corazón, saber dejar en cada grafía el perfume de los sentimientos, poner algo, o bastante, de mi alma en cada tilde, saber llegar, pensar en que llego, en resumen estar a la par con lo que acabo de leer, difícil empresa que ya sé será fallida, no obstante intentaré ser breve, esta vez si, solo decir que la emoción aún dura después de dos días de leer este pequeño capítulo. Sí, has sabido expresar lo emotivo del momento y se me ha quedado pegado, cuál purpurina, en las costuras del alma, gracias autor.

    Quienes saben alegrarse con nosotros están por encima y más cerca de nosotros que quienes nos compadecen. La alegría compartida hace al "amigo" (al que se alegra con nosotros), la compasión, al compañero de desgracias. Una ética de la compasión requiere como complemento la ética, aún más elevada, de la amistad.

    Nike, su felicidad ("ataraxia") era imposible sin la amistad, entendió, por el sentimiento hacia Luke y en igual medida al resto de mendigos, que de todos los bienes que la sabiduría procura para que en la vida se sea por completo feliz, el mejor con mucho es la adquisición de la amistad.

    Breve capítulo, breve comentario, antes de nada decir que esta brevedad no obedece a poco interés, al contrario es una verdadera historia de amistad, o más bien, de AMISTAD en mayúsculas, es capaz de sacar de dentro una emoción de intenso amor por los personajes. No es fácil saber cómo llegar al alma del lector, y se logra con puro sentimiento, con palabras que te hacen pensar y derramar lágrimas, y con un argumento que, con las justas pretensiones, sin ínfulas, es precioso. El autor hace que sea el lector quién ponga música al texto; es él quién ha de escuchar los sentimientos de los personajes, igual que lo hace el escritor cuando concibe la novela, y esas voces se escuchan suaves, sin estridencias, justas: música literaria al fin y al cabo.

    En resumen: A través de la prosa, magníficamente expresada, consigue envolver al lector. Y con la serenidad, sencillez, coherencia y maestría que le caracterizan, que este empatice, una vez más, con la fuerza del sentimiento de amistad/amor narrado, implicándole en ello desde la primera silaba.

    Pol

    ResponderEliminar