Cuando al final me atreví a salir, la noche era otra sábana
con la que algún espectro juguetón había querido envolverse. Apenas podía
distinguir la tienda de Miguel y John, tan cercana. Por primera vez hice el
experimento de buscar de dónde soplaba el viento y pronto comprobé que no era
muy difícil averiguarlo: soplaba el levante y Olivia, pensé, estaría calmada.
Pero como en una cerradura encantada, la llave que la abría se introdujo en el
orificio mágico de su baúl de sueños y se llevó con tanta fuerza su urna
cineraria hacia el cercano poniente que el denso linóleo se fue descomponiendo
en algodones, descubriendo retales de desplegada hermosura lentamente. Así fui
viendo, poco a poco, que la noche no era fría. Ni oscura. Que una parte veleidosa
de la niebla se había quedado a vivir en el sendero de alabastro de la vía
láctea, desde el Escorpión, en el sur, hasta Casiopea, en el norte. Miles de
piedrecitas luminosas llenaban de magia la noche así alumbrada. No pude menos
que exclamar, sin saber que estaba siendo oído:
−“¡Qué belleza!”
Al punto pude ver todas las tiendas y el montículo de Olivia, donde se
habían congregado los siete en torno a una hoguera. Las llamas vivas de la
candela recién encendida parecían lamer la roca en forma de sombrero que te
comenté. Estaban reunidos en lo que casi era un círculo, y aproximadamente en
orden cronológico. Olivia, frente a mí, tenía una cinta en la frente y parecía
una sacerdotisa de algún extraño rito. A su derecha, la señora Oakes, y a su
izquierda Lucy. Junto a ella, rompiendo la secuencia, pero respetando su nuevo
orden cronológico, se acurrucaba Luke, bajo una manta que envolvía más a su mujer, que siempre tenía
frío, a la que no se había conseguido convencer de que se encerrase unas horas
en su prisión y había pedido una tregua, aduciendo que se retiraría pronto si
se encontraba peor. Así fue como por primera vez conseguimos estar los ocho
juntos. A la izquierda de Luke, y ahora sí, completando la vejada secuencia,
estaban Bruce, Miguel y John, quien casi se juntaba con la señora Oakes. No
había visto aún la tierna imagen de Lucy y Luke juntos, pero me iba a hacer
mella. Era tan hermosa que ya nunca querría que se rompiera.
−“Acércate, Nike. Aquí no tendrás
frío. Queda un hueco para ti, querido hermano” −Fue Luke el primero en darse
cuenta de que yo había salido de mi tienda y quien me habló.
No sabía a qué extraño rito me estaba invitando, pero agradecí que fuera
él. La señora Oakes me invitó a ocupar el hueco entre ella y John, y al completar
el círculo, las tinieblas quisieron estallar. ¡Qué ricamente ataviada aquella
noche pobre entre las llamas! Pero pronto me sacudió la primera exclusión.
Todos, menos Lucy, estaban bebiendo vino y para ella tenían una botella
acarreada desde la savia del río, ese Kilmourne que susurraba a mis espaldas
dialogando, parecía, con el fuego que acariciaba mis pies, en un lenguaje
secreto de iniciados que se hicieron maestres, y que debían estar preguntándose
quiénes eran estos ocho extraños que comulgaban con la noche. Pero yo no quise
participar de la sangre de ese vino, mi terror, y fue la primera vez que lo
rechacé.
−“Sólo agua, por favor −me atreví a
decir. Y como no había vasos, Lucy me ofreció la botella para que bebiera del
mismo cáliz.
Estaban comiendo cordero, barrunté más por el olor que por el color de
la carne. Pero yo me encontraba bastante repleto entonces y el calor siempre me
ha saciado el apetito, y ese día también había sido hoguera. Decliné el
ofrecimiento y John me ofreció en cambio un poco de pan de centeno que se
hallaba entre los enseres de su cena.
Primera misa negra. Porque Nike rechazó el cordero y el vino. Iba a ser
iniciado en una extraña fe y pareció abjurar de viejas creencias. Pero sólo lo
parecía, porque aceptó el pan. Esa noche de altares los siete sacerdotes
reunieron a su nuevo acólito para bautizarlo en un credo sin dogmas. Los
paganos eran conscientes de que lo eran, pero no querían ofender a ningún Dios.
Sólo pretendían hacer acopio de nuevas imágenes y sentidos salmos con los que
hacer ofrendas de corazones devotos sin iconos de santos ni ajadas letanías.
Cubrieron la mesa con cordero y vino, pero la última cena, para Nike la primera
con los siete, fue de agua y pan, y la liturgia fluiría igual, amorosa y
exaltada.
−“Estas lenguas de calor te vendrán
bien para arrinconar un poco los pesares. Y si al final te vas, ya no
recordarás estos días estrechos y recobrarás tu calma.” −dijo entonces Miguel.
Y yo, que junto a las llamas me estaba fundiendo entonces, en abrazo
descomunal, al universo circundante, y por primera vez me sentía uno de ellos,
de repente exclamé:
−“Bien podría ser que me fuera, pero
si el olvido es un demonio, vade retro.”
La misma noche Nike también renegó del diablo, que al calor de las
llamas, debía estar rondando entonces por la misma hoguera. En su
representación habitual de cabra, con puntiagudos cuernos. O acaso fuera el
dios Pan, antecesor de Dioniso, el lujurioso. Apenas fueron unos segundos, pero
esa noche del 3 de agosto, Nike estuvo en Capricornio.
La luna creciente andaba ya por allí llenándose coqueta y posibilitaba
que, con las llamas, se viera bastante bien. Así comprobé que un diablillo que
entonces se calentaba en las proximidades era Ted. Porque ya conocía a los 7, pero
no a los 4. Ni siquiera se dejaba abrazar por Bruce; era el más arisco e
independiente. Pero mientras lo estaba mirando, vino también al señuelo del
calor el abrazo gris de Terence, que pareció preferirme, y que al segundo se
colocó en mi regazo.
−“Bien podría ser que no te fueras
−dijo la sacerdotisa Olivia, que esa noche estaba espléndida, parafraseando mis
palabras. Era la primera de ellos que me hacía esta declaración abiertamente−
Eso parece pensar Terence, que ya te considera parte de su paisaje.”
¿Y si no me iba? Por primera vez, sentí la tentación de quedarme allí
para siempre, entre fresnos y hogueras, entre el río y las tiendas, junto a sus
rostros dilectos. Ya nunca me entendería sin ellos, sin su arrabal de mi
corazón cortado. Una vez más estaba sintiendo una convulsión, y eso me recordó
unas palabras de Luke. Y entonces le hice esta pregunta:
−“El otro día me hablabas, a ver si
recuerdo bien el nombre, del motivo de Verôme, y…” −pero entonces me
interrumpió Miguel.
−“Es muy posible que nuestro
lenguaje no te interese, Nike, pero…”
−“Sin embargo yo creo que lo quiere
aprender, Miguel” −intervino ahora Lucy. Interiormente le di las gracias.
−“El motivo de Verôme es una fuerte
sacudida que han vivido muchos hombres−me ilustraba Miguel−, seguramente no más
de una vez en su existencia. Sientes entonces que entre muchos caminos sabes
elegir el tuyo, apartando todo lo que te está impidiendo ver el verdadero
sendero. Y entonces te llegan los motivos de Verôme.”
Estaba cada vez más confuso, pero intervino inesperadamente la señora
Oakes para iluminarme:
−“Es para volverse locos, porque
nadie te habrá explicado que usamos el mismo nombre para hablar de dos cosas
diferentes, aunque tan parecidas, en singular o en plural, el o los motivos de
Verôme.”
−“Me preguntaba en realidad por el
nombre −dije ofuscado−. Es tan sonoro.”
Miguel me lo escribió entonces en el suelo de hojarasca quemada de la
noche. El extraño acento circunflejo me sorprendió. No casaba con las lecciones
del francés que había aprendido de pequeño.
−“El origen de ese insólito
circunflejo era también una de las más recientes preocupaciones de Jacques
Verôme, quien la última vez que lo vi se preguntaba si alguna vez había
existido un lugar o una persona llamada Verosme o Verosma. Parece ser que
alguien le dijo que este último nombre era un lugar de la Gallaecia
Hispana −me dijo Miguel como si eso lo
aclarara todo. Cada nueva explicación me tenía más y más obnubilado−. Jacques
Verôme fue uno de mis primeros clientes. Es que yo antes era abogado, Nike −me
aclaró−. Lo defendí de la acusación de asesinato de su mujer, Angelique Verôme.
Ellos eran de Burdeos, pero se vinieron unos años a nuestra Ciudad. Él me
conocía de oídas porque antes había defendido a Maxime Verôme, un primo suyo
que conseguí que saliera absuelto, no sin dificultad. El matrimonio habitaba un
primer piso y ella un día fue descubierta estrangulada. Las manos de Jacques
estaban entonces completas, luego me entenderás, y era fuerte, y el más
probable. La policía pensó pronto en él. Un mes antes del asesinato sufrieron
un robo en el domicilio y desde entonces Angelique, que permanecía sola gran
parte del día, cerraba todas las puertas y todas las ventanas. Y completamente
cerradas aparecieron todas cuando su esposo regresó y la halló estrangulada en
la cocina. Claro que podía estar mintiendo, pero la autopsia confirmó que
Angelique murió sobre las 11 de la mañana, a una hora en que su marido debía
estar dando sus clases de piano. Y había otra posibilidad. La casa tenía un amplio
montacargas. Pudo entrar por allí. En suma, Nike, no se le pudo probar nada, y
yo tenía a veces la impresión de que era culpable. Pero quedaba su coartada. Su
alumna Sylvie Laplane juraba haber estado con él a la hora del crimen. Pero
ella pudo ser su móvil, porque Angelique Verôme no era precisamente rica. Así
que no fue el dinero. Y si fue pasional, Jacques y Sylvie fueron bastante
discretos. Sin móvil ni oportunidad no se podía probar nada. Y en la falta de
ambos me basé.” −y pareció concluir ahí.
−“¿Pero cómo se pasa de este Jacques
Verôme, que no parece ciertamente muy inspirador, aunque fuera inocente, a el o
los motivos de Verôme vuestros?” −pregunté desesperado.
−“Perdóname, Nike. Lo estaba
olvidando −se disculpó Miguel−. Hay una segunda parte. Ya te he dicho que daba
clases de piano. Vivía de eso, se puede decir, pero en realidad era compositor.
Pero un destino burlón, o cierta justicia poética, le llevó a padecer una
súbita gangrena. Le tuvieron que amputar un día todos los dedos de la mano
izquierda.
La muerte para un pianista. Pero
aunque no lo creas, aprendió a tocar con los nudillos.
−La Mano Cortada, pensé. Tout se
tient. Todo parecía encajar entre este diablillo Verôme y los siete−. Un día,
dos años después de la muerte de su mujer, compuso una obra a la que llamó
Destino, donde se apreciaba claramente el sonido de un mismo motivo en sus ocho
partes, a las que llamó respectivamente Libertad, Horror, Sabiduría, Dignidad,
Grandeza, Claridad, Belleza y Conmoción.”
−“Ya parecemos estar todos” −me
sobresaltó inesperadamente Bruce.
−“A veces pienso que estoy loca, ya
me lo has oído −profirió angustiada la señora Oakes, como si quisiera borrar un
poco el efecto que aquellas palabras de Bruce hubieran tenido en mí−. Pero si
la misma locura la comparten más de una persona que nunca se han visto, quizá,
así lo explico yo, sea que el Universo esté lanzando señales. Verás, Nike, no
me importa si piensas que estoy loca, pero si no te digo esto, nunca entenderás
toda esta chifladura. Frecuentemente tengo visiones, como ya sabrás. Al poco
tiempo de lanzarme a la calle, tuve el anticipo de lo que ha sido una larga
visión en muchas etapas, años me ha durado, porque los motivos de Verôme no son
ocho, son dieciséis, ya que también están los ocho negativos. Parece una
locura, pero lo primero que me vino al pensamiento fueron esas ocho palabras
con las que el pianista Verôme enumeró las ocho partes de su obra Destino, como
nuestro Dios-Destino. Y otras personas han sido invocadas, con esa palabra lo
explico yo, hacia los mismo ocho truhanes.”
Pero retrocedí un poco en su caudal de palabras:
−“¿Dios-Destino?” −pregunté
asombrado.
−“Claro que están al menos
Dios-Destino, Dios-Causa y Diosa-Universo −me quiso iluminar. Pero cada nueva
explicación me sumergía en mayor oscuridad−. No te preocupes, Nike. Como veo
que todo este desatino te interesa, y ahora tienes mucho tiempo, mañana me paso
por tu tienda y te lo explico algo mejor. O eso espero. Es un cuento que sólo
se les cuenta a los mendigos, y ya me han oído mis seis compañeros, pero como
nunca se sabe, tú también podrás oírlo.”
Como nunca se sabe.
Todos parecían haberse puesto de
acuerdo en situarme ya definitivamente allí. Y yo… tendría otras nuevas marañas
que desenredar. Allí en la hoguera, no me parecía tan improbable. Pero no era
el momento. Y me sentía cómodo, a pesar de todo. Esa noche sí estaba siendo uno
de ellos. Los siete me miraban invitándome a formular tantas preguntas como
considerase necesarias. Pero me distrajo el pensamiento de que Luke acababa de
terminar su vaso de vino, que ahora sé que nunca habría empezado a beber de
haber sabido que yo me uniría a ellos. A partir de entonces esa noche sólo
bebió agua. Lucy, Luke y yo estábamos en la misma pila, a punto de ser
bautizados en no sabíamos qué. Me miró con determinación y pregunté lo único
que se me vino a la mente, la gran duda de esos días, qué había sido de la
serpiente.
−“No hemos estado ociosos, Nike. Ni nosotros
ni nuestros vecinos los Proscritos −dijo entonces John, que no había
intervenido−. Yo no temería por ella. Aseguraría que no la volveremos a ver. Y
nunca sabré qué especie era. Pero un poco en broma te diría que fue un
basilisco. ¿La has oído nombrar?”
−“Alguna vez, pero…”
−“No te comas mucho la cabeza. El
basilisco no existe. Es un animal mitológico. Dicen que mata con la mirada,
pero tú puedes no haber visto sus ojos. ¿Nunca los viste, verdad que no?
−asentí−. Pero yo la vi unos dos minutos antes que a ti. Supe que era un
peligro, porque las serpientes venenosas tienen la cabeza triangular. Alguna la
tiene triangular y no es venenosa, pero aunque tú no viste sus ojos, yo sí los
vi. Eran elíptico-verticales. Otra señal de su ponzoña. Pero hay más. Al
basilisco se lo suele emparejar con el catoblepas.”
−“Sobre esa serpiente sí te puedo
asegurar que nunca había oído hablar.”
−“No es una serpiente −me sacó de mi
error−, pero sí es otro animal mitológico. Algunos lo relacionan con el ñu,
otros con el búfalo. En todo caso, siempre lleva la mirada pegada al suelo,
porque no quiere matar. Este extraño ente sí que te mata si ves sus ojos,
aunque él no te esté mirando a ti.”
Tuve la sensación de que de algún modo, por muy mitológicos que fueran,
había sido atacado por los dos. El basilisco o el peligro de ser mirado, aunque
no lo mires; el catoblepas o el peligro de mirar, aunque no seas mirado. Luke
me contemplaba entonces fijamente, y de repente, juraría, pareció entender, su
mente una centella más rápida que la mía.
−“Perdóname si siempre voy a parar a
lo mismo, Nike. Pero basilisco es una palabra griega. Quiere decir reyezuelo,
pequeño rey −ante la mención de las palabras pequeño rey, sí fui rápido en
relacionar: Luke se había referido a su hijo como pequeño rey, si era niño, o
emperatriz, si era niña−. Pequeño rey en latín es Regulus. Y hay una estrella
Regulus, o Régulo. Pertenece a Leo. Y también hay una constelación, o varias,
de la serpiente.”
Años después volvía a hablarme de las estrellas, pero ahora estaba al
fin decidido a prestarle atención.
−“Perdóname, John, por no haberte
escuchado hasta ahora con respeto en los temas que más te interesan. Si sirve
de mea culpa, déjame hacerte esta pregunta, que si alguna vez antes te la he
hecho, lo he olvidado: ¿existe la estrella Thuban?
−“Existe, Nike. De hecho fue la
antigua estrella polar. Pero para que entiendas algo de qué te estoy hablando,
me tendría que referir a las constelaciones circumpolares, a la Eclíptica o a
la precesión de los equinoccios. Y puede ser un tedio para nuestros
compañeros.”
−“Por favor, John −suplicó Olivia,
su antigua antagonista. Me fijé entonces en el cuadro de la madre y la hija
juntas, la primera vez que tenía ocasión. Había pensado que no se parecían al
verlas por separado. Pero ahora pensaba en la gran similitud que había entre
las dos. Ambas eran bellas, pero lo que en Lucy era brillo, en Olivia era
contraste, y esa noche en que estuvo tan espléndida, recuperaba intensidad y
sus luminosidades se acercaban, asemejándolas−. La noche está cubierta de
estrellas hoy. Nos están pidiendo que las invoquemos. Que dialoguemos con
ellas. Te hemos oído más de una vez queriendo comenzar una charla sobre tus
estrellas, y te hemos cambiado de tema. Si a Nike también le interesa, creo que
sería hora de saldar esa deuda. Además es temprano. Ninguno de nosotros quiere
irse a dormir, estoy segura, aunque Lucy tal vez debería hacerlo.”
−“Déjame un rato más, mamá. Quiero
oír a John.”
Y Olivia consintió y pareció cederle
la vara del sacerdocio a John, que tomó su lugar.
−“Todo esto puede ser fascinante,
pero es difícil saber por dónde empezar −vacilaba John−. Puedo comenzar
haciéndoos a todos una pregunta: ¿Qué camino sigue el sol? ¿Nike?”
−“Es difícil, maese John −le
respondí divertido, como si estuviéramos en clase−. Por lo que recuerdo de
viejas lecciones, más que por observación, nace en el este y se pone en el
oeste. ¿He acertado, estimado profesor?”
−“Vas muy bien, alumno predilecto
−me respondió en el mismo tono burlesco−. El problema es éste. Entre su
nacimiento y su muerte, el resto del día, ¿por dónde camina? O mejor aún ¿dónde
no lo verás nunca?”
−“Eso sí que no lo sé” −admití.
−“Entonces te diré que la lección es
esta: nace en el este, navega por el sur, y muere en el oeste. Y lo puedes ver
en algunos momentos del año en el nordeste o el noroeste, pero nunca, si me lo
permites, en pleno norte. Pero ahora viene lo mejor: la luna y los planetas
hacen exactamente lo mismo, recorren el mismo sendero. La tierra se mueve en
torno al sol, pero a nuestra perspectiva, es éste el que se mueve. Y no sé,
Nike, si sabes que existen entre las constelaciones, las de los doce signos del
Zodíaco. Pero a algunas, como Cáncer o Piscis, es difícil distinguirlas; otras
como Leo o Scorpio, son grandes, bellas, y recuerdan lo que su nombre indica.
Pero hay otras constelaciones, como Orión, más bellas y sublimes, ¿por qué no
se convirtieron nunca en signos del Zodíaco? Como te veo a oscuras, te diré que
los pueblos antiguos consideraron tan importantes a las constelaciones que,
visibles o no, están en el camino que siguen el sol, la luna y los planetas,
línea que es llamada la Eclíptica, que con ellas hicieron el Zodíaco, de zoon
diakos, la rueda de los animales. Algunos incluyen una decimotercera casa del
sol, o hasta una decimocuarta, pero no os voy a marear con esto. Bien, pero
debes saber que todas las estrellas se mueven, y que casi todas siguen el mismo
destino: nacen a levante, siguen por el sur y se ponen por el oeste. Pero hay
estrellas que no siguen ese camino, las del norte, y que nunca se ponen. Son
las circumpolares, las estrellas que no conocen la fatiga, según los egipcios.
Además, las constelaciones de este, sur y oeste, no están todo el año, sino
sólo dos o tres meses, pero a las circumpolares se las ve todo el año. Mira a Baphomet. Muy abajo verás la Osa Mayor,
el carro te sonará más. Los antiguos vieron una osa. Si se juntan todas sus
estrellas quizá, pero yo no he conseguido verla todavía.”
−“A mí me parece una gran ballena
blanca” −intervino de repente Olivia, sobresaltándonos un poco a todos− o será
que acabo de terminar Moby Dick y aún estoy sugestionada.”
Moby Dick. Esos días no pude acabarla, aunque no se la habían llevado de
mi tienda, pero esa noche tuve otra lectura, unas líneas mágicas suspendidas
sobre mis ojos deslumbrados.
−“Por ahí resopla, seguramente
−confirmó John, el otro gran lector−. De la Osa Mayor, puedes sacar la Estrella
Polar. Déjame preguntarte, Nike, y no temas cometer el mismo error de todos:
¿cuál es su importancia?”
−“Es la más brillante, supongo” −me
aventuré con muchas dudas.
−“Sabía que dirías eso. No te
preocupes, pero ese es justamente el típico error. Hay muchas estrellas más
brillantes que la Polar. No, su importancia es que para nosotros, es la única
estrella que en apariencia no se mueve. Las estrellas de este, sur y oeste se
mueven y no están todo el año. Las estrellas del norte están todo el año, pero
también se mueven, dan vueltas precisamente en torno a la Estrella Polar. Así
que ésta es la única que se ve todas las noches del año, y a todas horas en el
mismo sitio. Y está en el norte. Reconociéndola, nunca te extraviarás de noche.
Porque donde esté ella es septentrión; en el punto opuesto, si le das la
espalda, meridión, el sur; y si la estás mirando, a tu izquierda tienes el
oeste y a tu derecha el este. Por eso guiaba a los marineros, que
reconociéndola, no extraviaban el rumbo.”
−“Y ¿cómo la reconozco?” −pregunté
esperanzado. Saber orientarme siempre de noche sería un regalo.
−“Es bastante fácil. Volvamos a la
Osa Mayor, que seguro que ya sabes reconocer. Además su carro también te dirá
siempre dónde está el norte. Dime, ¿cuántas estrellas eres capaz de
distinguir?”
Me puse a contarlas.
−“Siete” −dije.
−“Exacto, Nike. Cuatro estrellas
formando un carro y tres en la cola. Bien, pues coge las dos estrellas del
cuadrado más alejadas de la cola. Ya las tienes, ¿no? Prolóngalas cinco veces
hacia dentro del cielo. Me entiendes ¿verdad? Imagínate el cielo como un mapa,
no te salgas por los bordes, hacia el interior. Ahora en verano la Osa Mayor se
ve muy abajo, y en invierno muy arriba, en el cénit. En otoño y primavera,
subiendo o bajando por los laterales. Pero también en la misma noche, si la
buscas a distintas horas, la Osa Mayor habrá variado. Siempre coge las mismas
estrellas y prolóngalas cinco veces hacia dentro. Y si ya las has prolongado,
ahí la tienes, Nike, en la cola del otro carro, que no siempre se ve como un
carro, la Osa Menor, que es la constelación a la que pertenece. Ahí tienes el
norte. Y a partir de ahí, todos los puntos cardinales desvelados.”
−“Realmente fascinante, John. Gracias. Tenía que haberte escuchado hace
años. Pero perdóname, ¿por qué la estrella Thuban fue una estrella polar, y por
qué ha cambiado? Y ¿cuál es?”
−“Las constelaciones circumpolares
son la Osa Mayor, la Osa Menor, Casiopea, Cefeo, el Dragón y la Jirafa. Thuban
es alfa draconis, es decir la más brillante del Dragón. Pero como es difícil
reconocer la constelación, Nike, te señalaré Thuban. Mírala, esa es −me la
señaló. Un poco por encima de Baphomet.
Era asombroso estar tan lejos de mi lugar de trabajo y verlo ahora en el cielo.
−“Y ¿por qué fue la Estrella Polar?”
−insistí.
−“Todo esto no es fácil. Espero no
estar cansándote −con la mirada le aseguré que no−. Ya te he hablado de las
circumpolares y de la Eclíptica. Para entender eso, tendré que hablarte de la
precesión de los equinoccios.”
No estaba siendo el único hechizado. Todos miraban magnetizados a John,
pero súbitamente algo nos sorprendió a todos. El indomable Ted saltó seguro a
mi regazo una vez que lo vio desocupado. Terence acababa de irse a sus asuntos.
Lo vi alejarse hacia la tienda de la señora Oakes, hacia el norte pensé, con la
seguridad ahora de un marinero.
−“También para Ted estás siendo el
norte magnético, amigo mío −dijo Luke. Y dirigiéndose a todos−: Nike debería
ser la Estrella Polar. Siempre sabe dónde está el norte.
Fue una bella frase de Luke que siempre recordaré. En fin, Protch no
estoy seguro de saber siempre cuál es el norte, pero me regalaron nada menos
que la Estrella Polar. Noche mágica donde las llamas de la tierra temblaban al
ritmo de las llamas en el cielo. Pero de pronto otra luz nos iluminó,
seguramente oculta por alguna nube un tiempo, que ahora se desvelaba. Estaba
sobre San Albano, pero en nuestra perspectiva la vimos redonda y pura sobre la
cabeza de Olivia. John también la había visto. No era una estrella:
−“He ahí a Venus −y entonces nos
estuvo explicando lo que ya te he referido sobre cómo reconocer un planeta
entre las estrellas−, parece suspendida sobre ti, Olivia, como si te
perteneciera. Si a Nike le hemos regalado la Estrella Polar, a ti podríamos
regalarte Venus, si no te espantas de su similitud luciferina.”
−“¿Cómo es eso, John?”
−“A Venus se la conoce también como
la estrella de la tarde, o como el lucero del alba. Siempre aparece primera en
el crepúsculo o a primera hora de la mañana, anunciando como antorcha la
llegada de la luz más potente de nuestra estrella. En ese sentido, es la
portadora de la luz del sol. Y eso es lo que quiere decir Lucifer: el portador
de la luz. No está muy claro que sea un demonio. Y desde luego no lo es Venus.
Es el príncipe de la sabiduría, el ángel caído. Y muchas veces los dioses o las
luces de la religión vencida son los demonios de la vencedora. Pero todo esto
podría asustarte.”
−“No me asusta Lucifer. Le temo más
a la miseria. Gracias por Venus, John.”
A esa hora la miseria no era para mí diabólica, pero ya se hacía notar,
portando la luz, iluminando mi futuro. Vi entonces, efecto de la claridad de
Venus, alguna espiga que no había visto el día anterior con Lucy. Olivia de las
espigas, y Lucy el pan de su cuerpo, que a su vez llevaba dentro nuevos trigos,
espigas y un nuevo pan.
−“La precesión de los equinoccios es
algo de lo que no estoy muy seguro, Nike. Viene a ser que como la Tierra no es
exactamente una esfera, el cambio de dirección de su eje de rotación provoca
una variación del plano del ecuador, y en consecuencia de la línea donde este
plano se corta con la Eclíptica. Fue una definición que leí una vez y memoricé,
pero no me hagas caso. Dos son, entre otras, sus consecuencias. Mira, Nike, a
comienzos de la era cristiana, cuando entraba la primavera, el sol viajaba por
la constelación de Aries. Dos mil años después viaja por Piscis, de forma que
si lo prefieres, el horóscopo que te hayan dicho que eres, lo es según los
astrólogos, pero según la astronomía… bueno juraría que todos somos el
horóscopo anterior. De modo que si te han explicado que eres Aries porque
cuando naciste el sol estaba en Aries, yo juraría que cuando naciste el sol
estaba en Piscis; o si te han dicho Piscis, el sol estaba en Acuario…”
Así que yo, que siempre había creído que era Leo, también podía ser
Cáncer. Semana de regalos. Todo comenzó con el mayor don: me habían regalado la
vida. Luego un corazón que ya había sangrado con el amor, la amistad y el
afecto profundo; dos estrellas, dos horóscopos, y al día siguiente, cuatro
apellidos al menos. Regalos que no costaban dinero. Los más valiosos.
−“Y la precesión de los equinoccios
también ha cambiado −prosiguió ilustrándome John−, y al fin te respondo, la
Estrella Polar. Thuban, que por cierto creo recordar que significa la cabeza de
la serpiente, todo encaja, era la aguja del norte hace 4800 años, luego fue
Kochab, también como Polaris, tu estrella, déjame decirlo ya así, de la Osa
Menor, y ahora le toca, en definitiva, a la Estrella Polar, que tampoco lo será
siempre. Un día, hacia el 13.600 la sustituirá una de las más brillantes, Vega,
de la Lyra. Y antes de Vega, serán otras.”
No viviría para verla. Pero el cielo estaba marcándome la vida. La
Thuban había sido mi aguja del norte, y los siete mi precesión de los
equinoccios, y otra estrella brillante se estaba acercando para sustituirla.
Desde ese 3 de agosto, todas las noches despejadas sigo el mismo rito. Alzo los
ojos para localizarla, para no olvidar que ellos fueron mi norte, junto a las
siete estrellas de la Osa Mayor. Pero me sacó de mis pensamientos la voz de la
sacerdotisa Olivia, quien dijo de repente:
−“No puede ser que sólo a Nike o a
mí nos hayas regalado un objeto celeste. Todos deberíamos tener una estrella.
¿Qué te parecería, John, si te pones a repartir?”
−“No estaría mal, Olivia −le
respondió con un guiño−, ¿pero qué criterio he de seguir? Me encantaría
regalaros Vega, o una de las brillantes de Orión, o Sirio, la estrella de
navidad…”
−“Por nuestro horóscopo podría ser.
O al menos por el que creíamos ser. Por tu Eclíptica.”
−“Bien podría ser −Y me apuntó−. Tú
primero, Nike…”
Pero yo tenía dos objeciones que hacerle:
−“Ya me habéis regalado una
estrella, John.”
−“Sí, pero del norte. También has de
tener una estrella del sur, como todos nosotros.”
−“De acuerdo entonces John. Pero he
llegado el último. Por vuestro orden cronológico, por favor.”
−“Tienes mucha razón, Nike −y me
miraba con profundo respeto−. Veamos entonces. ¿Señora Oakes? Supongo que todos
sabemos nuestro horóscopo, pero si alguien no lo sabe, que me diga entonces el
día de su nacimiento. Habla compañera. Abramos el círculo.”
−“7 de noviembre. Escorpión. ¿O tal
vez Libra?”
−“Como dice nuestro compañero Luke,
no podía ser de otra forma, compañera. Además mira hacia San Albano. El
escorpión luce en toda su fuerza −nos enseñó a localizarla, la más hermosa del
Zodíaco, con una brillante joya roja, hacia la que apuntaba. Mírala bien: es
Antares. Esa estrella te regalo. Su nombre quiere decir más o menos rival de
Ares, dios griego que cuando fue romano pasó a Marte. Porque su color rojizo
rivaliza con el color de este planeta. Vamos con los vecinos de la Tierra,
porque tú eres Marte, y Olivia es Venus. Si nadie más ha nacido en otoño su
constelación ahora no se verá. Pero tú nos has guiado, compañera, y no podía
ser que nos repartiéramos estrellas sin que se viera la tuya.”
−“Pero, ¿por qué se ve ahora en
agosto? ¿No se debería ver en noviembre?”
−“No habéis visto entonces la
trampa. Y sin embargo, antes os la anuncié. Verás, señora Oakes. Si naciste el
7 de noviembre, y te dijeron que eras Escorpión porque el sol estaba en tu
signo… bueno, o en Libra, pero no volvamos a eso… El sol está en tu signo, ¿comprendes? Se vería Escorpión en
noviembre si pudiéramos mirar al sol sin cegarnos. Pero como de lo que se trata
es de mirar a las estrellas… Sólo podemos verlas cuando muere el sol. Las
constelaciones del Zodíaco no se ven cuando lo marca el horóscopo. Escorpión es
la mejor constelación del verano. No se la puede ver en otoño. El Zodíaco es
como nosotros, pero nos perfecciona. Nace y muere. Pero después resucita. Si no
tienes más preguntas, vamos con Olivia. Y no alegues como Nike que ya tienes un
planeta. Ésta es noche de regalos. Sigamos contigo.”
−“16 de septiembre. Virgo −todos
respondimos ya como la señora Oakes−.”
−“Es una constelación difícil de
reconocer, Olivia. Es difícil ver en ella a una virgen. Pero no temas. Tiene
una de las estrellas más brillantes: Spica, es decir Espiga.”
Espiga, trigo y pan. Siempre que pienso en Olivia esa noche la veo como
la sacerdotisa mágica del estío. La dueña de la tienda junto a la cual brotaban
las espigas, había tenido una espiga más. Pero Lucy, su pan, fue la que ahora
rompió el orden cronológico, porque cuando John la nombró, respondió:
−“Comparto horóscopo con mi marido.
Prefiero esperar. Sigue con Bruce, John.”
−“4 de mayo. Tauro” −respondió éste
cuando John le preguntó.
−“Tauro sí es reconocible. Pero
hasta ahora estamos teniendo suerte. No todos los horóscopos cuentan con
estrellas brillantes. Pero Tauro sí. No te regalaré los cúmulos de las Pléyades
o las Híades, sino la más brillante: Aldebarán. Su nombre es la que sigue,
porque sigue a las Pléyades, pero ha tenido más nombres. Otro día, si estás
interesado, te explico eso de los cúmulos, Bruce. Habla tú ahora, amor mío.”
−“Lo sabes muy bien, John. Yo el 11
de junio. Tú el 31 de mayo. Pero los dos somos géminis. Y alguna vez me has
enseñado sus estrellas. Sé que no te gustará, pero quiero ser el gemelo mortal.
Hace unos días temí perderte, y quiero tener la seguridad de irme antes que
tú”.
Por primera vez se veía que aquel reparto de estrellas para John dejó de
ser un juego. En seguida, con el dolor en su rostro, repentinamente
transfigurado, nos explicó: Cástor y Pólux, los dioscuros, gemelos y hermanos
de Helena de Troya. Acompañaron a Jasón y los argonautas, y me acordé de repente
de una vidriera de la Thuban −cuando volviera a verla querría saber más sobre
los argonautas, pensé−, estrella polar donde el gemelo John había trabajado. No
estaba muy claro si los dos eran hijos de Zeus, e inmortales, o Cástor era hijo
del rey Tindáreo, y mortal. Así que Luke y yo no éramos los únicos gemelos.
Miguel y John, desde esa noche respectivamente Cástor y Pólux, habían venido
antes.
−“Ahora sí que le tocaría a Luke.
Pero hablad los dos −dijo John, de nuevo risueño, dirigiéndose a Lucy. El
viento negro que encenizó su rostro parecía haber pasado”
−“Somos Leo los dos −dijo Lucy, y
los miré con sobresalto. Pero ella no dijo el día en que nacieron−, pero creo
que nuestro hijo también lo será. Nacerá pronto; y en todo caso no se retrasará
hasta el punto de ser Virgo, como su abuela. Nuestro hijo también debería tener
una estrella, si queda alguna. Podrías decirnos qué estrellas tiene Leo, antes
de repartírnoslas. Ya te hemos oído hablar de Régulo, creo que era así. ¿Y las
demás?”
−“Os lo voy a dibujar. Y no os
preocupéis, porque Leo tiene al menos cinco estrellas brillantes. Habrá para
todos. También para vuestro hijo.”
−¿Tienes papel y bolígrafo, Protch?
Te lo quiero dibujar.
−Anota también los nombres, Nike,
incluso de las cinco anteriores. Deseo memorizarlos.
Trazó unas líneas claras, y el león quedó dibujado. Pero a mí me recordó
a una rata. Dependía de cómo se la mirara. Me acordé de Miguel.
−“Mirad −John se movía por las
líneas con seguridad, clavando su dedo en algunos puntos, perfilando cinco
estrellas−. Aquí abajo esté el pequeño rey, Régulo, alfa, la más brillante. Seguidme a la izquierda. Ésta es beta, si recordáis el alfabeto griego:
la segunda en brillo. Pero tiene dos nombres. Generalmente se la conoce como
Denébola, lo que quiere decir la cola del león. O también es Dafira, que viene
a ser el mechón de pelo de esa cola. Si seguimos cierto orden, nos saltamos una
letra en el alfabeto griego y pasamos al norte, donde esta delta leonis, Zosma, o Dhur −uno de los dos nombres, Protch, significa
la espalda del león−. Volvamos al oeste, donde encontramos la letra del
alfabeto que nos habíamos saltado. Aquí esta gamma, Algieba, la frente del león, o la melena. Y aquí aparece épsilon, Ras Elased Australis, la
estrella del sur de la cabeza del león quiere decir. Podéis ver que Régulo,
Algieba y Ras Elased Australis forman una especie de signo de interrogación al
revés. Bueno, escoged.”
−“Primero deberíamos ocuparnos de
nuestro hijo −dijo ahora Luke. Hasta entonces había hablado ella−. Pero no va a
ser fácil, porque no sabemos si va a ser niño o niña. Si es niño deberíamos
darle Régulo, nuestro pequeño rey. Y si es niña… déjame pensar. Denébola o
Algieba me suenan a nombre de niña. Pero ¿cómo exactamente es el nombre de la
que has nombrado como Épsilon? Me ha parecido oírte tres palabras, ¿no? ¿Puedes
decirme sólo la segunda?”
−“Elased.”
−“Elased. Me suena bello y femenino.
Y empieza por la misma letra que el nombre por el que la llamamos, si es ella
la que viene: emperatriz.”
−“Sea entonces, Luke. Me parece una
bella elección. En unos días tendremos aquí a Régulo o Elased. No está nada
mal. ¿Y vosotros? Ahora sí debería hablar Lucy. Y escoger. Tienes tres joyas
todavía.”
−“Entonces Algieba. Que está cerca
de Régulo y de Elased. Quiero estar siempre junto a mi hijo. Además, has dicho
que significaba la frente del león, o la melena, y todos sabéis que de vuestro
pelo me encargo yo. ¿Te parece bien, Luke?”
−“Me parece perfecto, mi amor. Así
yo me quedo con Denébola, porque estoy a la cola de todos vosotros. Así que ya
acabamos con los leones. Vamos al fin con Nike. No lo dejemos atrás.”
−“Me temo que no hemos acabado con
los leones, amigo mío. Nací el 30 de julio −Lucy y Luke me miraron entonces
fijamente−. Me alegra escoger el último. Pero sólo me queda una. ¿Cómo se
llamaba John? Sí recuerdo que dijiste algo sobre la espalda del león.”
−“Zosma, o menos frecuentemente
Dhur. Pero te viene bien, nadador. La espalda es una de tus mejores áreas.
Pero, Nike. No nos dijiste el día 30 que cumplías años. Y estabas aquí. No te
hemos hecho ningún regalo.”
−“No lo recordé entonces, John. Pero
¿crees que me podríais hacer un regalo más impresionante que la Estrella Polar?
El mejor regalo de mi vida. Y además la estrella de la espalda del león.”
−volví a mirar entonces el dibujo que John había hecho. Zosma, entre Denébola y
Algieba. Lo que para nosotros es ya lo mismo que decir entre Lucy y Luke. Me
temo que mi cara de entonces debía de ser un poema, una expresión de franca
protesta. No quería interponerme entre los dos. Luke me miraba.
−“Entonces la cuenta está, al fin,
cerrada. Pero me gustaría regalar otra. Primero porque la abuela no tiene una
estrella de la misma constelación o relacionada con su nieta, o nieto y eso no
debería ser así. Y porque en Mesopotamia y Persia tenían las cuatro estrellas
reales, quizá marcando los solsticios y los equinoccios, y ya han salido tres,
pero falta una. Las que hemos dado son Régulo, Antares y Aldebarán. A vuestro
hijo lo acompañarán con amor la señora Oakes y Bruce, y no podrá tener mejor
compañía. Y por supuesto sus padres. Pero no quiero dejar atrás a la abuela. Y
falta una estrella para las cuatro reales: Fomalhaut, de Piscis Austrinus, que
no debe confundirse con Piscis. Y no es de la Eclíptica. Pero llevamos toda la
noche haciéndole trampas al cielo. Quédate también con ella, Olivia. Además,
¿quién lo diría? Fomalhaut quiere decir la boca de la ballena, y te la has
ganado. Por tu boca esta noche ha hablado Moby Dick. Y si seguimos recreando,
podemos variar el destino de Achab, quien ya no perecerá, al no encontrarla.
Moby Dick se fue a la Osa Mayor, a nadar en los mares estelares, igual de fríos
y profundos. Además dicen que Regulus será una estrella de Virgo en nuestro año
62.”
−“¿Dos estrellas y un planeta, John?
¿No crees que es demasiado?”
−“Hoy estoy generoso. Y tú lo
mereces. Y ya te digo que te la has ganado. Tantas civilizaciones viendo una
osa o un carro, ¿por qué no una ballena? Si la quieres, es tuya.”
−Así cerramos la cuenta, Protch.
Sólo entonces la rebelde Lucy se fue a dormir y los demás poco a poco nos
fuimos retirando. Y Ted abandonó mi regazo para buscar otra posada. Alfa Ursae
Minoris y Delta Leonis: una estrella del norte y otra del sur, que limita con
Algieba al oeste, con Denébola a meridión y con Espiga al este. Y mi corazón en
luna llena. En un círculo, a mi izquierda, la señora Oakes, la primera en el
orden cronológico; a mi derecha John, el primero en mi orden cronológico. Y una
estrella con dos nombres, como yo al fin y al cabo. Dhur nunca lo he usado,
como no uso ya jamás el Nicholas que me legaron. Ahora sólo soy Nike el
mendigo, sólo Zosma el nadador. ¿Ya te has aprendido la lista de nombres,
Protch?
−Déjame decírtelos en orden
cronológico −y repitió en voz alta, sin mirar al papel−. Así que sois Antares,
Espiga (y Fomalhaut y el planeta Venus), Algieba, Aldebarán, Cástor, Pólux,
Denébola y Zosma o Dhur (y la Estrella Polar); y pronto vendrían Régulo o
Elased, como la habéis llamado. No me lo digas, Nike. No quiero saber cuál fue
la estrella que al final cayó a la tierra.
−Fue una estrella, Protch. Y una
estrella que cae a la tierra puede hacer temblar todo el Universo. Y casi
quebró el mío. Pero eso tendrá que esperar. Y por si fuera poco, Júpiter en tu
salón. No, Protch. Sigo sin creer en los dioses. Pero su aliento real o
ficticio ayuda a sobrellevar la miseria. Siento que fuimos paganos, casi
herejes, aquella noche, pero el espectáculo del Universo bien merece una misa.
Y yo empecé a ser yo cuando existí con ellos; cuando ellos fueron conmigo.
Me encerré en mi tienda,
pensando sólo en regalos y estrellas. Norte y sur no se ganan todos los días y
en mi prepotencia me creí dueño de los dos. Pero de pronto pensé que habría de
regresar muy pronto a la aguja que ya no marcaba mi norte. Comencé a ser
marinero sin brújula. En algún paraje celeste entre Polaris y Zosma había
perdido el mapa y me había extraviado, y sólo el punto cardinal del sueño
reparador vino en mi auxilio.
Desperté temprano con la estrella del día en la grieta de levante, y
rápido comencé a evocar las luces regaladas. Me preguntaba quién me traería el
café, pero pronto salí de todas mis erróneas conjeturas. La señora Oakes había
prometido pasarse por mi tienda, y fue ella la que me trajo el vértigo y el
café.
−“¿Cómo estás, chico guapo?
¿Dispuesto para un cuento?”
Me venía a contar el cuento del Universo. Un cuento que incumplía todos
los cánones, si alguna vez los hubo. No tenía personajes, excepto los divinos.
No había introducción, nudo y desenlace. Pero en tanto producto de su mente,
cuento. Y me trajo con él más regalos: me ofreció también dos dones del
universo, dos motivos de Verôme.
−“Entonces, ¿cómo empieza todo
esto?” −le pregunté.
−“Por el origen de todo, por el
principio. Pero ¿has terminado ya el café? ¿Has recuperado ya los sentidos? Te
van a hacer falta todos”.
−“Entonces el principio…”
−“El principio es la causa. Todo
esta historia tiene su origen en Dios-Causa.”
El estar reunidos alrededor de la hoguera y mirando las estrellas, no se debe querer ir de ahí.
ResponderEliminarMi admiración completa para vos DannyBera ;), y tu capacidad e inteligencia para aprender astronomía y conocer al detalle, las constelaciones y sus ubicaciones según dónde se encuentren, mis respetos y cariño a tu Señora Madre (dicen que la intelingencia se hereda de las madres), mucho de lo que sos (y lo que dejas ver en los que llamas Tus hijos), deriva de lo que mamaste en tu hogar. La capacidad para darle a cada uno la estrella que le correspondía me ha dejado pasmada Germán... E ilusionándome e imaginando cuál de ellas me... y nos regalararía John... :).
ResponderEliminarTrampas al cielo que devienen en estrellas como regalos que ya estaban ahí desde siempre pero que en esta noche mágica, quedan repartidas como si de bautizos rituales se tratara.
ResponderEliminarY Nike, el Nadador de la Nada, navega ahora en su nujevo eje de hombre renovado que se va descubriendo a sí mismo en y por los otros siete...espejos de sus ropios ojos.
"Cabalgaban bajo la Vía Láctea -decía un poeta- porque sólo de fiar son las estrellas en los siglos oscuros..." Debe haber un significado profundo para todo ello pero...ya lo irán desvelando los próximos capítulos.
Inor
Me gusta como ha ido regalando estrellas a Jhon estrellas a cada uno de sus compañeros, buscando en cada uno de ellos, las cualidades que los definen.
ResponderEliminarMagnífica descripción del lugar donde se encuentran, sobre todo para mí, que estoy pez en esa materia. Gracias por este nuevo capítulo.
La sublimación, ese es el nombre que yo le pondría al capítulo décimo séptimo (misa negra).
ResponderEliminarEs la esencia del libro, no son pobres mendigos que sufren, son felices y se elevan a las mismas estrellas.
PARTE 1
ResponderEliminarSi alguna vez has levantado la vista al cielo en una noche estrellada y te has dejado llevar por la imaginación. O quizá simplemente te has preguntado cuántas estrellas hay en la Vía Láctea. Si alguna vez te has hecho alguna de estas preguntas, este capítulo te hará soñar, te dejara dolido por el injusto daño que causa la belleza.
Más allá de la visión narrativa que se propone en este capítulo, lo que pronto entendemos es que el mismo es un canto al poder que otorga el hecho de narrar, tanto al que cuenta como al que escucha (o lee).
Contado a veces como un cuento, a veces siguiendo la corriente narrativa que nos ha traído hasta aquí, y a veces, y esto es lo interesante sirviéndose de los mismos protagonistas para llevar a cabo una labor docente, didáctica, necesaria para que el lector en ningún momento pueda quedar huérfano en el relato. El autor nos muestra su amplio conocimiento en la materia, aportándonos datos que los profanos leemos como novedosos, en ningún momento el lector llega a perderse en esta lectura astral, al contrario, y sí al principio de la novela contábamos con un plano de la ciudad de Hazington, ahora se nos dibuja el mapa que sobre las cabezas de los protagonistas tintinea y que acabara siendo un regalo para ellos.
La buena literatura se nutre de acertijos, la mejor literatura contempla al menos un enigma.
Pol
PARTE 2
ResponderEliminarEl tirón de la luna, el empujón del sol y así se cruza el océano, las aguas son bendecidas mientras un sombrío huésped prende la luz del perdido.
-The pull of the moon, the thrust of the sun. And thus the ocean is crossed. The waters are blessed while a shadowy guest. Kindles a light for the lost- (Leonard Cohen - Different Sides).
Hay muchas cosas a destacar de entre ellas quizá la más evidente sea la estructura narrativa, perfectamente encajada en lo que el autor quiere mostrar como una eucaristía pagana, o quizá sea esto lo que se quiera resaltar, una iniciación en la que cada parte de este oficio está cronológicamente definida, así: "Ritos Iniciales" donde Nike es recibido y se perfilan los oficiantes que la presiden y que es descrita con lenguaje sencillo, cotidiano, creando un ambiente coloquial. "La liturgia de la palabra" -La primera lectura- Miguel se convierte en el primer oficiante, su homilía nos pone en conocimiento del significado y nacimiento de los motivos de VERÔME. -Segunda lectura- oficia la Sra. Oakes y en ella el evangelio de esta comunidad es recordado y revelado, los ocho motivos dobles de VERÔME, adelantándonos un nuevo misterio, una nueva visión, la historia que cuenta a los mendigos sobre el cuento del universo (para seguir tengo que hacer punto y aparte porque lo que sigue necesita un párrafo para sí solo).
"Liturgia eucarística" John la oficia, explicando a los allí congregados el funcionamiento del Universo, estrellas, planetas, eclípticas, constelaciones zodiacales, el autor nos ofrece un basto conocimiento de este tema, fundamental entre otras cosas en el desarrollo posterior de la novela. Si al inicio de este viaje se nos ofrecía un plano de Hazington como escenario por donde se mueven estos mendigos, ahora se nos deja ver, en toda su maravillosa extensión, el decorado, cabe tomar nota y no olvidarnos de recurrir de vez en cuando a este momento del capítulo. El autor perfecto docente y didacta nos regala este bello cuento sobre las estrellas, porque realmente este momento narrativo es un cuento, para ser leído con los ojos de un niño, para asombrarnos y convertirnos o iniciarnos, aunque no sea ese su propósito, a esta ciencia amada de la astronomía.
"Comunión y/o Bautizo" en todo oficio litúrgico llega la hora de impartir el sacramento, como ocurre con el pan ácimo John reparte cachitos de cielo entre sus compañeros, es la comunión y el bautizo que se hace como el regalo más preciado, y como regalo todos son dignos de recibirlo.
Y empieza un nuevo día y acaba el capítulo, la Sra. Oakes −"¿Cómo estás, chico guapo? ¿Dispuesto para un cuento?"- y con ella llega el relato de Dios-Destino, Dios-Causa y Diosa-Universo y quien sabe si algo más....... de momento girar página y comenzar un nuevo capítulo se hace deseable, sabedores de que otro u otros secretos nos serán revelados.
Hasta aquí la descripción de un capítulo que se ha convertido por derecho propio en uno de los capítulos estrella hasta ahora, inimaginable la destreza y el regalo que nos hace la humildad de un autor que solo aspira a ser leído, por eso su prosa llega sin ínfulas y con el deleite de compartir su conocimiento haciendo agradable la lectura. También porosamente de esta lectura se filtran apasionamiento e ímpetu.
En resumen una vez superados mis contratiempos, factores internos y externos me han tenido bloqueado, y después de tres borradores de comentario (el primero no me gustaba y quedo incompleto, el segundo se lo llevo un fallo informático y el tercero, este, que no se parece en nada a ninguno de los otros dos) y cuatro días sin encontrar salidas, acabo por fin el comentario, como siempre sintiéndome pequeño ante lo comentado, y en esta ocasión más y comprendiendo que a pesar del título "Misa negra" son solo ritos y tal vez letanías, donde se escenifica una comunión con las estrellas, de unos mendigos que nos demuestran que la pobreza no es miseria de espíritu.
Pol
(Ays, me olvidé de Régulo, el pequeño rey que está al llegar)