CAPÍTULO XL: TERCERA PAREJA SAGRADA



   Retozonas como pequeñas arañas que en sus pliegues se balanceaban, las últimas estrellas adornaban el telón del día, antes de descorrerse. Las gotas de la pasada lluvia formaban arabescos con la hojarasca. La tierra mojada olía a pan, a pastel fermentado por el chaparrón. En aquel mosaico del amanecer, perfumado de agua, tierra y estrellas, me detuve un segundo bajo los alisos a llorar. En esta ocasión, tras meses de dolor, mis lágrimas eran mensajeras de una sensación que estrenaba. En 29 años no me había acariciado aún y la primera vez que lo hacía supe que venía para quedarse. La felicidad, otrora tan esquiva, debía de estar bañándome como al suelo la humedad de mis ojos, que me inundaba. Oh felicidad de aquel amanecer, bella como mis dos amores. Mi corazón ya siempre me permitiría amarlos, y la puerta que abrió aquellos meses no se ha cerrado aún. Tal vez, si antes no llega el sobresalto temido, nunca les dé portazo.

   Así, sin saber por dónde caminaba, pero feliz de inaugurar una senda diferente, el olor estridente de la zona de los servicios certificó que vagaba ya por el dedo anular en dirección al campamento. Pero justo antes de llegar a él, sentado en una roca con cierta dificultad, los hombros rígidos y los ojos cercados de ojeras que delataban una larga noche de insomnio, la vista dirigida hacia la bóveda aún estrellada, me encontré con John. Esperaba que me saludara con inquietud o que me acribillara a preguntas. Pero no contaba con que me señalara con urgencia, apuntando a alguna cosa con el gesto del hechicero que te está desvelando un prodigio:
−“Rápido, Nike. Ya sólo serán unos minutos. Date prisa y vuelve la vista al sur.”
   Hice lo que me indicaba y me quedé estupefacto, la mirada atónita de un niño que vislumbra por primera vez el mar, el mástil de una nave lejana, la caracola en la arena. Por mucho que lo hubiera contemplado durante dos meses en su viejo libro, no pude evitar que algo se quebrara en mí al entreverlo allí, León en su sabana celeste, paseando su feroz lozanía. Casi lo vi con melena mientras mis luminares, sin que ningún cerebro les hubiera dado la orden, se fueron a buscar a Régulo y al fin lo vieron. Mis ojos lloraban… lloraban. Aquella era la gema con que el Universo se ornaba esa mañana del 20 de octubre en que se me había querido rectificar. Y tuvo que ser entonces. Mis ojos lloraban… lloraban. Habían aprendido sobradamente a derramarse cual grifos trémulos en estanques sin orillas, y ahora cristalizaban en mayólica plateada, con agujas de varios colores. Y mientras conseguía a duras penas distinguir a John, que también se rectificaba, tratando de explicarme que en septiembre había olvidado algo fundamental y era mirar las constelaciones al amanecer desde nuestro país y que por ello no sabía si era otra rectificación la que hacía que se viera Leo a finales de octubre o si había descuidado certificar al alba lo que contaban los manuales, yo no era del todo consciente de que Universo, la madre, es conmovedora, y de que mis ojos lloraban… lloraban.
   Era una lámina bien sujeta al sudeste, hacia donde volví mi mirada temblorosa. Y a medio camino entre Leo y la Osa Mayor supe reconocer, en el cénit, al León Menor, tres puntas de un supuesto felino que jamás he sido capaz de ver. Pero descuidada mi estrella, Zosma la nadadora, me sobrecogí al ser consciente de que al fin a mi izquierda mostrábanse Algieba, Denébola, Régulo, Elased. Impresionaban sus agujas brillantes. El León Menor, estremecido, miraba boquiabierto, realmente impresionado, las luces ocres; Virgo esperaba. La estrella Zosma, mi estrella, cuando la veía tan cerca de Denébola, que en mi imaginación parecieron besarse, describía una línea más lejana, pero definida, hacia Algieba, hacia la que muy pronto me encaminaría. Y me dije “espérame Algieba, y ten un vocativo preparado para nuestro encuentro, que tu corazón y el mío también han de encontrarse”.
   El león se difuminó con los primeros rayos. Y ya el sol cubrió de un nuevo tapiz sin estrellas todo el sur y todo el día. Pero un segundo tan sólo antes de morir los astros, con una esquina de mi visión, había visto otras dos luciérnagas al oeste que también había aprendido en su libro: Cástor y Pólux, subidos a los hombros de Orión, al que ya conocía. A tiempo caí en la cuenta de que a mi lado estaba el gemelo inmortal, que me observaba viendo los diferentes dibujos que mi cara había ido formando. No tuve palabras con que devolverle el regalo de haberme hecho fijar la atención sobre mi león iluminado, pensando con qué vocablos le había de decir que yo era Zosma, y que unirme al fin a la constelación de Algieba, Denébola y Régulo ya estaba en mi mano, y que mi luz con la de Algieba podría dar vida a Elased. La recordaba, Ras Elased Australis, en la que no habría reparado de no haber sabido exactamente dónde debía localizarla.
−“Tengo que explicarte tantas cosas, John. Acabo de ver en los cielos una hipótesis que podría ser un día realidad, si en verdad se juntan todas sus estrellas, una familia de leones, un clan inesperado, pero que ya holla con fuerza la tierra. Pero esto puede esperar. Perdóname si estos últimos días no te he preguntado cómo te encuentras. Y no te veo muy feliz esta mañana.”
−“Esta noche no he podido dormir, preocupado por Miguel y por ti. Y desesperado al fin, he venido a veros en los cielos. Hace varios días que no fijaba mi atención en Cástor. Pero sigue ahí, a mi lado. Y yo con él. Y luego descubrí que ya estabas tú junto a nosotros. Hasta ahora para verte, he tenido que mirar al norte, a la Estrella Polar. Al fin puedo localizarte también al sur. Mas no he entendido lo que me acabas de decir sobre la familia de leones. En fin −suspiró, desechando funestos pensamientos−, dejemos esto. Te veo calmado, pero ¿cómo estás?”
−“Si aún recuerdas al Nike que hace pocas horas se alejó de tu tienda, no podrías creerme si te digo que en estos instantes soy el hombre más feliz de la tierra. Pero antes que nada, John. Discúlpame si estos días no te he preguntado qué es lo que sientes. Lo hago ahora.”
−“Te inquietaban muchos temas, Nike. No tienes que justificarte. Y sentía tu aliento cada vez que me mirabas. En cuanto a mí, ¿qué te puedo decir? Sé que sólo han pasado diez días desde que se marchó, pero han sido tres años y medio con él y no consigo llevar bien su ausencia. Me guiaba bien y me sabía sacar de mis propios laberintos. En el fondo de todas nuestras discusiones siempre se ocultaban piedrecillas que había que cribar, y hemos ido cribando juntos, para extraer de ellas la arcilla de nuestro amor. En muchos sentidos era… es, ¿por qué hablo de él en pasado?,  mi maestro.”
−“También ha sido mi maestro en más de un sentido. Pero tú tienes tu propia luz para salir de cualquier oscuridad, una luz que yo llamaría angélica. Hace pocas horas Luke decía que tú has sido mi príncipe. Y Miguel y tú habéis sido llamados respectivamente el Mendigo Maestro y el Mendigo Luminoso.”
−“¿Qué te ha contado Luke? No, espera, ahora me lo dirás. Pero es extraño que hayas dicho luz angélica, Nike. No te hablé de ello anoche, pero te lo voy a decir ahora. Cuando te vi levantándote de la hoguera me recordaste con tu mirada petrificada a un ángel de la muerte, con deshumanización desesperada, inmisericorde contigo mismo, doliente y, como te dije entonces, casi suicida. Y yo que te miraba, reflejaba tu terror como un espejo, viéndome en ti. En esos momentos podría jurar que el fantasma de Miguel estaba a mi lado, traslúcido, un aliento que me reconfortaba y casi me incitaba a abrazarte y preguntarte qué te sucedía, como así hice. Pero detrás de ti había otras seis figuras que me recordaron cierto resplandor seráfico, ellos junto a la imagen central de este extraño cuadro, tú, casi gritando en torno al altísimo: Kadosh, Kadosh, Kadosh, Santo, Santo, Santo. Y sin embargo no te adoraban. Te miraron con destellos de ángeles ansiosos por ti, portando no se qué extraños olios con que ungirte de no sabemos qué. A tu izquierda Luke fue un segundo el ángel del terror; hería mirarlo, traspasado por un dolor letal, que te observaba… yo diría que con amor. A su lado Lucy era el ángel de la confianza, el gesto de quien observa al fin un desenlace que ha tenido el éxito augurado, una sonrisa dirigida a ti y una perturbadora mirada de ansiedad a su marido. La señora Oakes era un ángel dual, la cara partida en dos, fijando su mirada en ti y en Lucy, medio rostro una certeza confirmada, la otra mitad el descubrimiento de un enigma insospechado. Bruce a tu izquierda y Olivia a tu derecha eran los ángeles de la indecisión. No sabían si continuar sentados o levantarse y seguirte, y así, sin llegar nunca a erguirse, parecían postrados, postergados cualesquiera fueran sus cometidos hacia ti como mensajeros; el primero con la mirada del que parecía saber muchas cosas y descubrir otras; la segunda mirando a su hija, como la señora Oakes y Bruce; realmente a esa hora Lucy era la figura central, iluminada de estrellas y de rostros pensativos que en ella convergían. Y finalmente Paul, en brazos de la abuela, sería el cáliz que habría podido consagrarte. Perdona que te cuente lo que ha de parecerte sin duda una locura. Pero en sus caras había tal materialización de miedo que después de este sinsentido, tuve que hablarte. Eso ya lo conoces. Pero no sabes que cuando te fuiste de mi tienda, llegó Luke, que me estuvo sonsacando, y al final, sin saber si estaba haciendo bien o mal, tuve que desvelarle lo que él ya intuía.”
−“Tranquilízate, John, todo eso ya lo sabía y no tienes que disculparte. No me has hecho daño; me has hecho mucho bien; y no voy a reprocharte nada; esas palabras surgieron de lo mucho que me quieres. No hablemos más de ello.”
−“Como quieras. Gracias, Nike. Me dolía traicionarte; pero él parecía tener tan claro que lo amabas y tan decidido a darte todo su calor y su belleza que me pareció que lo mejor que podía hacer por ti era decírselo. Al final salió de mi tienda con la promesa de encontrarte; pero después de más de una hora de angustia salí en pos de ti y de Luke, a buscaros, hasta que al fin oí vuestras voces en el interior de la cueva de la mendiga Sally. Perdóname por haber oído unas palabras. Pero me parecieron tan significativas de que Luke realmente te quería, y de que con él permanecerías seguro, que decidí retirarme.”
    Muchas cosas entendía ahora en este amanecer de claridad. Y nunca he podido olvidar la descripción que me hizo John de ese cuadro que jamás ha sido pintado. La señora Oakes, con el rostro dividido, siempre había sabido, tuve esa seguridad entonces, mi amor por Lucy; pero acababa de descubrir en ese instante lo que ésta sentía por mí. Luke me miraba con amor, sí, y no era la primera vez. Ay si hubiera dejado a mis ojos, en días anteriores, sobreponerse a mi miedo y descubrir lo que mi mente no se atrevía a ver. Y Lucy mirándome con pasión… no podía pensar nada más en esos minutos. Con ella no tendría que esperar meses para decírselo. Entendí también que Olivia aún no lo había sospechado, pero que Bruce, lo intuyera antes o no, había tenido un fogonazo con el que había sido iluminado. Varios miraban a Lucy y me miraban a mí. Y me estremeció que también estuviera Miguel en los presentimientos de John, lejos entonces pero siempre a su lado, como debía ser para que siempre fuéramos ocho. Ahora que no estaba él volvíamos a ser siete, pero yo ya era uno de ellos, siempre lo sería. Tenía miedo a cómo podía tomarlo él, pero aún no sabía cómo iba a reaccionar su gemelo. Me dirigí de nuevo a John.
−“¿Te acuerdas de qué palabras oíste?”
−“Estaba hablando Luke. Recuerdo que decía esto: Ha de ser volcán en erupción, Mendigo, porque cráteres tiene. Después no estoy muy seguro de cómo siguió. El ruido del viento me impedía distinguir sus palabras. Me quedé un rato más, porque aunque sospechaba que estaba hablando contigo, debía asegurarme. Oí tu voz, pero no percibía bien lo que decías. Seguíais hablando y yo ya estaba por retirarme cuando te escuché esto: es inevitable que tu rey ahora lo ame más todavía. Y de lo que él te respondió me pareció escuchar lo siguiente: te puedes encontrar con que se te entregue más amor por ellas. Te pido perdón por haberos escuchado. Podía parecer que os estaba espiando. Pero a ratos esta noche, viendo que ya no iba a ser capaz de dormir, esas palabras me parecían cada vez más reveladoras.”
−“Si te dijera que Luke me dijo que siempre lo había sabido, John, sólo te estaría contando uno de los pequeños secretos que han sido desvelados esta larga noche. Hay mucho más. En el fondo Luke vino hacia mí a contarme un cuento. Y eso ha hecho, compañero, el cuento de mi propia vida, donde yo he sido, entre otros nombres, el Mendigo Rey, por eso esas palabras mías que oíste. El cuento duró varias horas. Pero después pasamos un largo rato de conversación necesaria y hasta salimos a ver el lubricán. Y lo que hablamos después habéis de saberlo todos. Pero tengo cierta prevención. No sé cómo os lo podréis tomar. Mas como debéis conocerlo, déjame explicártelo, John, si es que soy capaz. Puedo quedarme contigo un rato, porque imagino que Luke estará en estos momentos hablando con su mujer, contándole el desenlace de esta larga madrugada, y luego yo tengo que hablar con ella, con la mujer de mi vida, John, porque Luke sabe eso y no se opone. Pero sigo creyendo que estás muy lejos de saber que Lucy y Luke también me aman.”
  Pude apreciar el desconcierto en sus ojos. El Mendigo Luminoso seguía siendo mi espejo. Ahora reflejaba lo que yo había sentido unas horas antes.
−“No me lo esperaba −y con una fe desconocida siguió−, pero me lo dices tú. Y por tanto es así. Sé que es locura preguntarte esto, pero ¿ahora qué va a pasar? No, espera, antes de responderme, veo que estás esperando mi respuesta. Mi respuesta o mi aliento. Pase lo que pase, Nike, mírame… podéis contar conmigo. Y déjame darte un fuerte abrazo.”
−“Me estremeces, John −fui capaz de decirle mientras nos deshacíamos en lágrimas quebradas durante aquel abrazo interminable−. Esto me hace recordar unas palabras tuyas, del 4 de octubre, que ahora sé que fueron profecía. Me dijiste que un día Luke nos sorprendería a todos con su belleza. Cielo santo, John. Yo no sé si a todos, pero a mí me ha hecho ver que la belleza de Luke es más inagotable de todo lo que yo podía haber imaginado. Derramándose sin orillas, como la lluvia, inundándome tanto que no sé si mi corazón sabrá recoger todas sus gotas, porque son muchas. No te contaré el cuento hoy, amigo mío. Han sido muchas horas y mi mente está dormida. Ahora debo dejar que el corazón la usurpe todo el día y piense por ella. Pero debo resumirte lo que yo ya he llamado para mis adentros su propuesta triple. Pues, locura o no, tiene tres partes, y cuando mi razón sea capaz de detenerse a meditar, tendré que ver si puedo aceptar una de sus espigas, dos, o las tres. Escúchame ahora y no temas darme tu opinión después, sea la que sea. Esto es lo que he de meditar.”
   Y así pase un cuarto de hora, llorando con los ojos, el corazón y el alma, balbuciendo mi felicidad recién descubierta. Tres estrellas de rumbo diferente que podíamos hacernos constelación y hallar al fin nuestra Eclíptica. El pequeño rey… ¿dónde estaría ahora? …que podía ser mi hijo. ¡Mi hijo! Oh, Universo que me abrirías tu seno para que en él lo cobijara, espérame, Madre celeste, que quizá una de tus criaturas te necesite pronto; y a pesar de todo lo que debo agradecerte tus infinitas rectificaciones, igual tengo que mendigarte más, como un hijo pedigüeño, pues mendigo soy. Pero siempre ¡Oh, Madre!, lo tome o no, cuida y protege a Régulo, tu pequeño ser-dios, y que pueda eternamente mirarlo feliz en brazos de sus padres, sean dos o seamos tres. Y le dije a John que había algo más, la tercera parte que había hecho que viera a Luke en un altar de hermosura: Elased, acaso esperándome para que mis espigas se derramaran en semillas que germinaran con Algieba, su madre, y la hicieran dormir aquí abajo, también en el fértil arrabal que nos abrigaba. Que en todo caso debía ser yo quien decidiera si era posible su viaje del cielo a la tierra.
   Asustado esperaba la contestación de John. Pero no imaginaba que después de un abrazo iba a venir otro, junto con toda su ternura.
−“Benditos seáis Lucy, Luke y tú −empecé a llorar, derramando tanto caudal que una parte debió extraviarse y escapar hacia mis oídos. Era difícil oírlo en esas condiciones. Pero supe que cuando un milagro estalla, nunca para de engendrar, y de algún modo, de no sé qué parte de mi cuerpo debieron brotas nuevos sentidos con los que comprender el laberinto de sus sollozos, de la luz infinita de aquel mendigo, que mientras lloraba y me abrazaba, sonreía con brillo sutil−, y qué inmensa fortuna ser vuestro compañero. Os seguiré a donde vayáis. Dejadme que os acompañe. Y sabed que siempre tendréis en mí a un aliado. Qué bendito azar me llevó aquella madrugada del 27 de julio con Miguel junto al río para reencontrarte. Y cuando ya se lo ha llevado el sol, Leo sigue brillando y ya no se apagará.”
−“Ve despacio, John. No he decidido nada todavía y hoy no puedo pensar. Sólo puedo saber que me quedo. Pero el corazón me está diciendo que no debemos callar. Ninguno de los tres. Decida lo que decida, ahora todos lo vais a notar y es razonable que así sea. He sido injusto con Luke. Pero no le haré una nueva injusticia ocultando lo que siento. Ni lo que siento por Lucy. En todo caso hoy será el día de informar a nuestros compañeros. Dime la verdad, John, ¿cómo crees que reaccionarán los demás? ¿Cómo reaccionará Miguel?”
−“Miguel no lo entenderá si se encuentra de golpe con los hechos consumados. Pero déjalo de mi cuenta. Yo lo iré informando lentamente. En cuanto a los demás… Nike, ¿has pensado que ahora emparentarías con Olivia?”
−“Acababa de descubrirlo justo ahora, John. Así que la mitad de nosotros seríamos familia. Pero ¿qué crees que va a pensar? Incluso si no se hiciera realidad esta locura, debe saberlo hoy mismo.”
−“No le tengas miedo. Olivia es una mujer sorprendente. Hazme caso a mí, a quien a pesar de los pesares sólo tardó un día en querer. Y en unas pocas horas quiso a Luke, sin tener en cuenta de dónde venía. Y ¿quién queda? No creo que a estas alturas la señora Oakes o Bruce puedan tener algo que objetar a nada que incumba al corazón de Nike, a quien tanto quieren. Y nada más. No quiero estremecerte, querido compañero, pero desde aquí veo al hombre que amas buscándote, en sus brazos la estrella que puede ser tu hijo. Ve con ellos, Nike.”
   Le hice caso y lo dejé allí, aún meditativo, con los ojos enrojecidos y el corazón juraría que más calmado. Sin duda, le había dado algo en qué pensar que le sentaría bien y lo apartaría por unas horas de delicados pensamientos sobre su pareja. Y en unos pocos pasos llegué de vuelta al fin al campamento. Y la Mano Cortada fue entonces un escenario que bullía de figuras en una sorprendente pantomima. Olivia, que se levantaba siempre la primera, fue la única a la que no vi. Pero después supe que estaba lavándose en el río. La señora Oakes salía en ese momento de su tienda. Se detuvo sólo un segundo a mirarme y, debiéndole gustar lo que vio, dirigió su mirada entonces a Luke, una mirada que parecía guiarlo hacia el río, como si supiera con seguridad que ambos debían ahora hablar unos instantes. Lucy me asaeteó con una mirada de pasión y penetró en su tienda, donde me esperaba. Mi querida Algieba, pensé, la línea que nos separa es cada vez más delgada, y al menos voy a entrar en tu tienda como ya he entrado en tu corazón. Espérame sólo unos segundos, que tu marido y tu hijo me quieren decir algo. Pero en ese momento vi a Bruce, quien, desde su oeste, también se levantaba. Tenía que decirle algo. Luke me miró entonces, como tantas veces, comprendiéndome, y se sentó en su umbral, diciéndome con los ojos que él y el pequeño rey me aguardaban. Me acerqué a Bruce, y mientras se desperezaba, le hablé.
−“Tengo muchas cosas que contarte, compañero −empecé feliz. Sabía que con Bruce todo sería más fácil−. ¿Qué te parece si nos vemos a las 11 en el lago? Me parece que hoy va a ser un buen día para volver a nadar juntos. Y después me gustaría, 24 horas más tarde, volver a la calle contigo y soltarte toda la felicidad que en estos momentos me anega; pero también quiero conocer tu opinión sincera, compañero. En tan poco tiempo todo el Universo se ha movido y vas a encontrarte con muchas novedades; así que, si el día va bien, podríamos volver a Deanforest a tomar un café.”
   Me miraba, estaba confuso, sonreía, intentaba hablar, lloraba, se atropellaba. Pero al final nos pusimos de acuerdo y quedamos a las 11 en el lago.
   Entonces me acerqué al fin a la imagen sagrada de Luke con el pequeño rey. Y como ese día todo me hacía llorar, Luke me lo dejó en los brazos, y por un segundo lo acuné y el calor de su pequeño corazón junto al mío volvió a ser lava. Cada vez que estaba próximo a adormecerse, sentía que antes intentaba decirme algo. Y en mi pensamiento le respondí: “No sé si estaré capacitado para ser tu padre, pequeño Paul; ni sé si sería lo más correcto. Pero no te voy a abandonar. Te cuidaré siempre, te lo prometo.” Vi que Luke me miraba enternecido, viendo de nuevo la imagen sentimental de un padre con su hijo que él ya había imaginado. Le hablé enseguida, por no romper a llorar de nuevo. Merecía algo más que mis lágrimas.
−“Compañero… he estado hablando un segundo con Bruce, pero aún no sabe nada. Como tengo que contarle muchas cosas, he pensado en volver a la calle con él, como hice ayer. Y de ese modo… −en esos momentos salió Lucy de su tienda, impaciente. Verla junto a Luke me dio confianza para transmitirles una idea que se me había ocurrido al hablar con Bruce. Pero empecé con una pregunta−, vuélveme a recordar, Compañero, ¿cuánto tiempo hace que no vas a la calle con tu mujer?”
−“La última vez que fuimos juntos a la calle fue a finales de junio. Después ya no le permití venir conmigo. Sabíamos que llegaría un día en que su embarazo no lo aconsejaría. ¿Por qué me preguntas eso?”
−“He pensado que hoy sería un buen día para que volváis. Me alegraría mucho saber que estáis los dos juntos.”
−“¿Y qué hacemos con Paul?”
   Aún no lo había pensado, me maldije. Tenía que deshacer de alguna forma lo que ya había planeado. Con Bruce podía hablar más tarde. O quizá…
−“Podría quedarme cuidándolo, Luke. Sólo haría falta volver a hablar con Bruce. O podría llevármelo −Lucy y Luke me miraban aconsejándome que no hiciera eso. Por esa razón continué con cierto nerviosismo−, no, a la calle no. Estos días de lluvia parecen, sin embargo, habernos llenado la despensa. Y yo no tengo hambre si no duermo, y hoy no comeré mucho. Podría llevármelo a Deanforest y esperar allí la llegada de Bruce. Bueno, ¿qué os parece?”
−“Esa es una buena idea, Nike, pero espera un poco. Seguimos viendo que el hombre que nos ama parece decidido a mostrarnos su amor así: siempre queriendo que estemos juntos. Pero aún tengo que hablar con la señora Oakes. Creo que o ella o su abuela, una de las dos, preferiría quizá quedarse aquí, cuidándolo. Precisamente me dirigía al Puente del Menhir, donde sé que ella me está esperando. Ahora, sin temor, Compañero, entra al fin en nuestra casa. Nuestra mujer te aguarda.”
   Y Lucy, bañada en sol, con gestos y palabras, me invitaba a pasar a donde nunca había penetrado, a donde con cierta timidez sabía que de todas maneras tenía que entrar. Nuestra conversación era necesaria, pero necesariamente privada, lejos de todos los oídos.
−“Entra en nuestra casa, corazón mío.” −me dijo al fin, consciente de que si un día me atrevía a formar, junto a ella, la tercera pareja sagrada, ella ya tenía preparado nuestro vocativo.
    Así que las tres parejas fuimos mi amor, amor mío y corazón mío, si seguís nuestros muchos nombres dados sin perderos en este laberinto, queridos Maudie y Protch. De ese modo el hombre que en su penumbra creyó un día que no tenía corazón, en adelante fue llamado así. Y me estremecía el mío. Suyo. Corazón suyo. Mi sangre se había derramado y ya era de los dos. Y no sabía que la sangre vertida ya no puede volver a sus antiguos cauces. Siempre se quedó con ella, con él, con los dos…
   Entré al fin, descubriendo una amplitud a esa hora iluminada de sol, y donde calculé, sin querer hacerlo, que allí cabríamos holgadamente los tres. El olor de Luke nos acompañaría bendiciendo el amor de la tercera pareja. Pero lo que descubrí en esos momentos era que el sentido más indicado para entonces era la vista. El sol cambiaba con parsimonia su curso del este al sur, pero aún estaba en oriente; y como la tienda estaba orientada a levante, observaba su oro derramado en refinado resol sobre sus cabellos rojizos. La hermosura de Lucy en aquel baño de luz pajiza que su pelo de sangre volvía anaranjado, enmarcada de resplandores que iluminaban la vida mía que junto a ella también resucitaba, me hizo darle un nuevo nombre, pero antes tenía que pasar el estremecimiento de responderle al que ella me había dado.
−“Gracias, Lucy, corazón mío. Déjame mirarte en esa luz que te humedece. Qué hermosa estás. ¿Sabes? Luke hablaba de ti hace unas horas llamándote hija de la tierra. En estos momentos para mí eres la hija del sol, o el sol mismo que hoy quiere participar con nosotros de una ceremonia de corazones agradecidos, corazones plenos de luz, la luz de la hojarasca.”
−“Siéntate, Nike, cómodamente. Ya sabes que si lo deseas, esta será tu casa. Pero veo que estás usando unas palabras que aún me cuesta entender. Son de Luke, ¿verdad?”
−“Son de Luke. Y siento que hoy los dos habéis decidido, y también son sus palabras, abrumar mi corazón para no romperlo. Late tímidamente, pero ya no sangra. Me gustaría decirte tantas cosas. Pero no sé cómo empezar.”
−“Quizá te sientas más cómodo si empiezo yo. Pero antes te puede tranquilizar saber que Luke está aquí con nosotros. No serías capaz de entenderlo si no te cuento las palabras de amor que te ha dirigido cuando se ha pasado antes a hablarme. Nos ama a los dos y no me cuesta trabajo verlo en estos momentos charlando con mi abuela, imaginándonos felices aquí, sin él pero con él, empezando a vivir el tiempo que a ti y a mí nos corresponde.”
   Luke estaba allí con nosotros cuando Lucy se atrevió a mostrarme lo que sentía, con la valentía que siempre la había vestido.
−“Te amo, Nike, profundamente. Explicarte cuánto te amo va a ser imposible. Si te digo que debe de ser como el planeta ama a la estrella que le da la luz, sólo te habré confundido, porque no llega: te amo mucho más. El amor debe de ser como el Universo: nunca termina de expandirse y mientras termina su construcción el fuego es su pincel, que te dibuja y te quema. Pero ese mismo fuego lleva la luz que te guía a nuevas tierras celestes, te alumbra un instante y a veces se apaga y sólo puedes ver el abismo. Así me sentí sin ti de agosto a octubre, fría el alma, pero envuelta en llama ardiente, porque si el planeta ama a la estrella que le da la luz, a mí se me dio la gracia de que me alumbraran dos estrellas, Luke y tú, y la luz estelar de él se quedó conmigo. Con él brillaba, pero sin ti me quemaba. Quédate tranquilo: ni Luke ni yo te vamos a presionar. Pero debes conocer que hay dos ríos discurriendo en paralelo junto al tuyo y que si al final no decides que juntemos nuestras aguas, permítenos fluir junto a tu lecho hasta el mismo mar.”
   Ríos y planetas, y Luke sonriendo tiernamente al fondo, alentándome. Yo podía ser agua y mecerme junto a ellos; estrella que los iluminara. Aún no estaba preparado para ser árbol que con la Hija de la Tierra y el Mendigo-Árbol enraizara. Pero llevaba dentro una raicilla que aún ella no había visto.
−“Lucy, corazón mío, Hija de la Tierra, hija del sol, madre de Régulo, con el fuego de tu nombre se ha quemado mi corazón, pero desde sus cenizas, intentaré decirte lo que siento con calor y algo de luz, pues sigo yendo de Penumbra en Penumbra. Tú eres mi corazón, amada mía. Tú eres mi amor, vida mía. Te amo. Y siempre estaré ante los dos tan desnudo como estoy ahora. Amor es inocente; no estoy seguro de que decidir no sea culpable. Tal vez un día seamos el mismo cauce; pero este río discurrirá ya siempre junto al vuestro. Te amo como la mirada a sus luminares; como el amanecer a su lubricán, de donde vengo. He sido estrella cuando se pone el sol: que no se ha dejado ver, pero estaba ahí. Y volveré a la noche siguiente, tan ardiente como ellas y sin embargo dueñas de un frío que sólo se puede curar en vuestras hogueras. Ahí me quedo para siempre. Ya nunca tendrá sentido ningún futuro que no sea a vuestro lado. Tú eres mi vida, corazón mío. Te amo como espiga que ha brotado aquí, tan cerca del río, y quiere ser fecunda en vuestros campos de mies y para tu pan y el de Luke ser trigo. Ya no me entendería sin vosotros. Sin ti, sin él, sin vuestro pequeño rey, sin nuestros compañeros. Aquí murió Nicholas, descanse en paz; aquí vivirá por siempre Nike y no habrá muerte que lo alcance con vosotros.”
−“Era necesario abrir nuestros corazones al entendimiento. Y había que empezar por ahí. Estos son días para que los tres mostremos lo mejor de nosotros, y hay que ser valientes. Siempre he pensado que tú ya lo eres. Pero con Luke has ido construyendo una historia común. A ti y a mí aún nos falta crearla. Quizá sea bueno que conozcas cómo he llegado hasta aquí. Quiero empezar por asegurarte que mi amor por Luke nunca se extinguirá; pero tal vez te sorprenda saber que hubo un hombre que me escribió las letras del amor antes que él. Piensa bien, Nike, porque tú lo conoces.”
   Tan abiertos estaban nuestros corazones, que del suyo podía percibir entonces todas las sangres y alguna debía iluminar porque mi razón empezaba al menos a saber balbucir.
−“¿Bruce?” −pregunté boquiabierto.
−“Bruce. No estoy segura de que él lo sepa, pero lo he amado. Y con fuerza. Fue el primer hombre que se acercó a nosotras, y si lo has asumido bien, sabrás que es todo dignidad. Cuando llegó, su comprensión de las tres fue tan profunda, y las gotas que dejaba caer dejándonos saber que siempre estaría junto a nosotras fueron tan sólidas, que de mi corazón debieron estallar todos los resortes y sin saber nunca cómo, el sentimiento de que lo necesitaba se fue cristalizando en un amor sin fisuras. Nunca le dije nada porque, como sabes, no tardó en enamorarse de mi madre. De él estuve enamorada hasta que una noche, subiendo la colina preñada de niebla, el destino debió rectificarse; y allí estaba Luke, casi desnudo el cuerpo, contribuyendo así a la desnudez del alma. Él no lo sabía, pero sus sentimientos despojados de ropajes se transparentaban; y ahí pude ver, como tú después, su inmensa belleza. Y lo amo, Nike. Para tu tranquilidad te reafirmo que mientras viva amaré a Luke. Antes de decirte cómo y cuándo me enamoré de ti, deberías ser tú quien me diga cuánto amas a mi marido, pues todo está bien, y construiremos nuestra historia de pareja tanto más cuanto no lo olvidemos y le hagamos un sitio a nuestro lado.”
−“Es muy difícil saber qué palabras proferir para que puedas tener esa seguridad. Me pasa que el pudor oscurece el cauce de mi expresión. Me resulta más fácil decirle a Luke que lo amo, y decirte a ti que te amo, que hablar de mi amor por ti con él, o de mi amor por él contigo. Pero veo que quieres que lo exprese, y entonces temo quedarme corto. Imagínate que la inmensidad de este país la quisiera agotar caminando. Ni 20 veces que le diera la vuelta terminaría mi amor por él. Lo que siento por los dos durará mientras yo dure.”
−“Quizá esa misma imagen sirva también para expresarte mi amor por ti. Nuestros tres corazones son jóvenes. Tú acabas de encontrarlo, Luke lo halló hace un año, el mío renació con vosotros. Ni la eternidad con sus nubes de plomo los agotaría. Pero déjame hablarte de mi tercer amor: tú. Miguel y John te trajeron en volandas hacia aquí una noche de julio. Yo andaba febril por mi próximo alumbramiento y no te vi llegar, pero sentí el revuelo que ocasionaste, y pronto me informaron. Durante tres días Miguel y John nos referían mucho más que tu nombre. Tus palabras estremecidas te estaban creando una gran reputación para los que aún no te conocíamos. Después, en nuestro cumpleaños, fue a verte Luke; y no hallaré palabras para describirte cómo regresó. Nunca me dijo que lo amabas; pude deducirlo en su mirada. Hube de ser yo la que expresara esa certeza. Después también pasaron mi abuela, mi madre y mi primer amor. En ellos vi también que esas jornadas de verano te las podría resumir como los once días en que nos quedamos sin palabras. Nadie puede explicar una conmoción y ninguno sabía expresarte. Comprenderás que sintiera mucha curiosidad. El 2 de agosto el destino volvió a alcanzarme. Recuérdame junto a Bruce, que necesitaba un corte de pelo. Al fin te vi y comprendí que no te pudieran revelar. Ibas transformándote de Nicholas en Nike, y no era sencillo asumirte. Hablamos de la llamada de la Tierra y sentiste a nuestro hijo. Y cuando tu mano en él se posó, también tocó mi corazón, y por eso hoy eres corazón mío. Supe que estaba vencida; ninguna lucha interior podría ya arrancarte de mis sentimientos; no le dije nada a Luke hasta el 4 de octubre, cuando regresaste y a él también lo abrasaste. Cuando ya esa noche supe que los tres ardíamos, ya no podríamos encontrar agua que apagara el incendio. Ardíamos para que con ese fuego pasáramos de estrellas solitarias a constelación. Al menos en nuestros corazones ya lo somos. Esos dos largos meses sin ti sólo podía consolarme la esperanza de saber que no te había perdido para siempre; pues intuía que volverías; la esperanza de que la mitad de mi sangre estaba allí conmigo y aunque aún no habláramos de amor, hablábamos de ti cada día.”
−“En ese caso, tú te enamoraste de mí el 2 de agosto. ¿Cuándo me enamoré yo de ti? Por más que miro hacia atrás, sólo llego a deducir que anoche, cuando lo descubrí, ya te amaba, sí, pero ¿desde cuándo?”
−“Sólo puede haber una respuesta. Antes de conocerme, en verano, yo era para ti una enemiga, ¿no?”
−“Sí, querida enemiga, querido corazón mío.”
−“Y sin embargo al conocerme me quisiste. Lo percibí bien en aquella primera hoguera juntos, cuando nos repartimos las estrellas. Y seguías queriéndome cuando alzaste el vuelo de regreso a tu pasado, y el querer aumentó. La tarde del 4 de octubre aún no me amabas. Pero a la noche espié vuestra llegada; quería ver regresar a los dos hombres de mi vida, y así os vi más amigos que nunca, los dos enamorados. Pero en tu rostro pude ver una luz nueva, un cuarto de la luna llena de esa noche de lluvia. Y ahí supe que te habías enamorado de mí, pero que aún no eras consciente.”
−“No era consciente. Pero con la claridad que has arrojado al pergamino vacío de esa parte de mi historia, todo está más claro. Tú has sido valiente, corazón mío, y he conocido un fruto de tu árbol de amor que para mí no estaba maduro. Yo ahora he de confesarte, aunque no sé si lo sabes, que antes de tu marido y de ti, tuve otra saeta clavada que no fui capaz de percibir. No lo descubrí hasta que me enamoré de Luke y me puse a revisar entonces si no había habido otro hombre en mi vida antes. Y cometí el error de creer que no me gustaban las mujeres. De no haberlo cometido, quizá habría sido conocedor de que te amaba con algún mes de antelación, pero todo está bien como está. Estuve enamorado de John al menos un año. Cuánto tiempo perdido. Pero me alegro de mi ignorancia. A John lo esperaban Miguel y la felicidad; valió entonces la pena que mi corazón estuviera oculto. Y antes de John…”
   Sólo podía bosquejar dos figuras que nunca estuvieron bien delineadas en mis recuerdos, pero que no conseguía apartar tan fácilmente, como si me reclamaran su hueco innegable en mi historia. Y le hablé de Simon y de Alison, de adolescencia prematuramente interrumpida y de primera juventud, sobria aún, en los cincelados senos de Fairfields la bella. Con ellos fui pasando sin altanería como un pájaro en la hierba hasta el breve tiempo de John, las marejadas del dolor y la belleza de Luke y el huracán de mi noche anterior que casi me tritura. Le expliqué que no le había hecho justicia a su marido y que siempre temí su cólera y que, sin embargo, en mis momentos de mayor aprensión, había confiado siempre en la calma de su mujer, que formaba parte de ella como un aura. Nunca creí que de Lucy fuera maldito de haber sabido lo que sentía por Luke.
−“Ya somos tres, Nike. Crees que aún estás a oscuras y sin embargo has tomado dos decisiones en una sola noche. Dos formas de decir que te quedas con nosotros. En nuestro arrabal permanecerá tu tienda y tu corazón ya es nuestro.”
   Nuestro. Los posesivos son como los números, infinitos e indefinibles. Antes había dicho nuestro hijo, ahora tu corazón ya es nuestro. Nuestro hijo… Régulo en quien varios ríos convergen, ¿nuestro quiere decir de dos? ¿De tres? Tu corazón ya es nuestro, ¿de dos? ¿De más de dos? ¿De siete? El amor no tiene lógica matemática; se rebela ante la tiranía del número; por eso los que saben tanto del amor son los poetas.
−“Nike −seguía diciendo la mujer de mi vida−, recuerda que también te hablé una vez de que buscaba el tres. Quizá la fiebre de aquellos días hizo que se uniera a mi sobresaltado dormitar una silueta difusa de cifra enloquecida. Supe que el dos era óptimo, pero que el tres era supremo. Y lo hablé contigo, ahora lo comprendo, porque tú habías de ser el tercer vértice. Y a ti te toca decidir si somos solamente tres esquinas hueras de paredes o si podemos formar una figura de polígono perfecto. Y sé que Luke te habló de dos partes más. Pero para pensar en si podemos compartir a nuestro hijo o podemos tener dos te hará falta aún más corazón para pensar y hoy no es el día. Confórmate con que te diga que sí sé todo lo que te ha propuesto Luke. Estas próximas horas acuna a Paul, siéntelo, quiérelo, deja que su pequeña luz te ilumine. Y no uses la razón para la segunda o la tercera parte del enigma hasta que no hayas esclarecido la primera. Ya hemos hablado de amor. Ahora vete a nadar. Por tu amor Luke y yo hoy volveremos juntos a la calle y así tendremos ocasión de amar al hombre que ya se ha atrevido a expresarnos sus sentimientos. No temas por Paul; mi madre lo cuidará; y ahora yo tengo que ir a buscarla. A volcarle otra vez mis sentimientos once meses después. Ya eres de nosotros. Ve junto a nosotros y por nosotros al agua de tu vida; nada en tu libertad; sumérgete en tu conmoción. Tu luz sale del agua revestida y el día llegará en que podamos ver tus novísimos destellos. Te amo. Me amas. Junto a Luke somos tres; el Universo sigue creando.”
  Salimos los dos a un tiempo y si el alma también sangra, en aquella tienda dejamos un reguero inconfundible. Con ellos se labrarían mis nuevos surcos. Hasta la vista, corazón mío. Oh 20 de octubre de nombres y músicas, armonías de palabras y sinfonías de estreno…
   La risa del río tenía a esa hora una rebeldía de cascabeles. El sol le ponía una campanilla de alegre tintineo a los alrededores del menhir. El puente sonreía aletargado y su cabeza rota espantaba menos con el dulce runrún del agua que enamorada debía estar bajando en algazara. La señora Oakes aguardaba a Luke junto al puente en esa mañana plena de sonrisas. De espaldas a él cuando llegó, sin volverse, lo saludó:
−“Te esperaba, Luke. A ver si contigo se despeja algo la nebulosa que tengo en estos momentos. Por tu rostro y el de Nike soy capaz de deducir algunas cosas, pero me falta algo fundamental y no puedo verlo.”
   Se volvió entonces y se besaron. La señora Oakes masticaba ensimismada alguna torta y le ofreció otra a Luke, que rehusó, descubriendo en ese momento que la verdadera felicidad llena el estómago mejor que cualquier alimento. Luke estaba radiante o será que el sol le daba de lleno en el rostro cuando la señora Oakes al fin lo miró. Estuvo un minuto contemplándolo como la que está interpretando un códice no demasiado indescifrable. Fue entonces cuando debió leer que el enigma había parecido irresoluble por tener demasiados personajes y haber descuidado uno fundamental.
−“Así que era eso −y con más seguridad repitió−. Era eso, claro.”
−“Me parece −dijo Luke en tono conciliador− que no voy a tener que contarte nada, que ya lo sabes todo.”
−“No lo sabía todo. Descifrar tu parte y la de Nike ha sido fácil. Sois los dos demasiado transparentes. Pero es siempre para bien y no creo que te moleste que te lea, Luke −éste asintió−. Pero no contaba, porque la puerta estaba cerrada, con el papel fundamental que desempeñaba la niña de mi niña −así se refería a Lucy en ocasiones−. Ésta siempre ha sido inescrutable y yo nunca he intentado en serio sondearla. De ella sólo he podido ver siempre hechos y recuerdos que no tuvieran relación con sus sentimientos. Así es mejor. Hace tiempo que rehusé seguir los hilos de su mente. Y en esta ocasión me he vuelto a encontrar con una pared impenetrable. Por eso no podía avanzar. Mas sabía que todo iría bien y que daréis frutos.”
−“Para que demos frutos, Nike tiene aún que madurar. No podremos avanzar sin él. Aunque lo sepas, quiero contártelo. Viniendo hacia aquí me he encontrado con John, que se ha quedado sin palabras, pero su rostro me decía tanto… está con nosotros, y creo que tú también.”
−“¿Me has temido alguna vez, Luke?”
−“No, querida señora Oakes.”
−“Entonces cuéntame sin temor lo que me quieras contar. Mi respeto lo tenéis ya. Siempre intuí que Nike estaba en las mejores manos contigo. Ahora que las manos de tu mujer también lo acarician, de todos vuestros miembros saldrá una llama que os infundirá una nueva vida.”
−“Si te tuviera que contar todos los parlamentos que Nike y yo hemos intercambiado estaría aquí hasta la noche. Así que te haré saber tan sólo nuestro proyecto, aunque sé que no te contaré nada que ya no sospeches.”
   Las palabras de Luke fluían serenas en un cauce cristalino. En la misma armonía el puente roto, por su abertura, quiso ser orejas e hizo de su madera tímpanos que cubrieran el estruendo del río, que tumultuoso bajaba a risotadas de auténtico regocijo, al compás del torrente atronador de la felicidad que Luke acercaba. Con el anuncio del Tres la sonrisa de la señora Oakes se abría como el nuevo verano que llegó ese día de octubre, una cantera donde se iba triturando el mineral de la respuesta que su corazón estremecido le daría, y el río manifestaba una obertura de alegría, de dicha desenfrenada. Su compañera alentaba a Luke para que le dejara claro las nuevas simientes que terminarían de gestar la flor pura y redonda que ya se había abierto con la unión de tres corazones. Al compás de la nueva paternidad de Régulo, su seno se ensanchó para mecer a la familia que ya sería de 4 y prometió que, tres padres y otras cinco cunas, no iban a carecer de arrullos, brazos y mantas. El río, más que canto, fue oratorio; el puente prometía juegos y risas como sentida ofrenda a esa estrella infantil coronada por tres puntas. Y la bella rosa que a Luke le faltaba desvelar contribuyó a que el jardín de la señora Oakes se perfumara de lágrimas.
−“Ese tercer misterio no lo había deducido. A mi sabiduría le faltaba saber qué parte le estaba asignada a la Sabiduría. Pero eres sublime, Luke; sólo tú podías concebir la idea de que sin tu semilla te nazca un hijo. Sois sabios, bellos y fuertes; esos dones os fueron ampliamente prodigados a los tres, y además contáis con un tronco de madera consistente. En mi niña Olivia siempre os podréis apoyar. Y no temas por Nike. Su tiempo será más corto de lo que pensáis, será maduro y será fecundo. Y yo seguiré siendo, por vuestra gracia, bisabuela; y a la vejez podré decir que la tierra de mi vida no estaba yerma. Marchad ahora en paz, cada uno a su senda, queridos nietos. Olivia me ha confirmado que se quedará cuidando hoy a vuestro pequeño león; yo iré a la calle por las dos, y así podrás ir a caminar de nuevo con tu mujer como Nike te ha sugerido.
   Cuando la señora Oakes se fue se cruzó con Lucy, a la que informó que su madre la estaría esperando en el Puente del Meandro. El agua del Kilmourne seguía en notas de concierto triunfal; la mañana a plena luz se había contagiado de la carcajada que anunciaban, voz reidora de su líquido cristal, mensajera de la felicidad que venía.
   Lucy encontró a su madre mirando al este, con Paul adormecido en sus brazos. Tres generaciones en una sola silueta sobre el Puente del Meandro, que bajaba, por allí sí, tumultuoso e irrefrenable, haciéndose espejo de los sentimientos de Olivia, que bullían en un mar de agitaciones. Su señora le había dicho que Lucy querría hablarle, y se preguntaba de qué. Al fin se miraron como dos bandadas indecisas que de pronto se hallan la una junto a la otra y se cuestionan qué rumbo han de seguir. Cuando su hija la abrazó, supo que la deriva cambiaba, y por unos segundos tuvo miedo.
−“Sabía que te encontraría aquí −comenzó Lucy−. Quería hablarte. Te necesito más que nunca, mamá.”
−“Dime, hija mía. Sea lo que sea estoy dispuesta e escucharte.”
−“Es difícil saber cómo empezar. Hace casi un año tu comprensión me convirtió en la mujer más feliz del mundo. Sí, empecemos por ahí: ¿qué piensas de Luke, un año después?”
−“Sé que Luke te lo ha dado todo. No te puedo decir con sinceridad que tenga alguna reserva sobre él a estas alturas. Es un hombre bueno, sincero y tierno. Y te ha dado un hijo. Dime de verdad, ¿eres feliz con él?”
−“Completamente feliz. Y ya sé que a su lado concluiré mis días. Yo no creo en vaticinios. Luke no puede irse antes que yo. Pero mírame bien, mamá. ¿No me notas algo diferente?”
−“Hoy tu rostro es diferente. Como la niña que teniendo ya un tesoro, en sus juegos acaba de encontrar otro.”
−“Eso es exactamente lo que me pasa. Mamá −al fin se decidió−, vuelvo a estar enamorada.”
−“¿Quieres decir que te has vuelto a enamorar de Luke?” −inquirió dubitativa. No las tenía todas consigo.
−“No, mamá. Pero te debo asegurar primero que toda la vida amaré a Luke. Ahora me he enamorado de otro hombre −y como si cambiara de tema, preguntó−, ¿qué opinión tienes de Nike?”
−“Es un hombre mucho más bello de lo que él mismo cree −un frío cruel le torcía los hombros y amenazaba con doblarla entera. Todos sus rincones eran miedo, ese rufián que tiene voz de escarcha−, lo quiero mucho o ¿debo decir lo quería? −y con una mueca de pavura− ¿Qué ha hecho Nike?”
−“Nike no es culpable de nada. Se habría pasado la vida en el hielo del desamor antes que interponerse en el amor que nos tenemos Luke y yo. Hace muchos años, mamá, una de las grandes lecciones que aprendí de ti es que familia es la que una elige, que familia no tiene una definición inmutable. Por ella me he guiado. Aunque inconscientemente. El corazón escoge senderos sin que nadie le haya entregado una brújula y va por derroteros que sólo él conoce, más amplios que la razón. Me enamoré de Nike en agosto. Déjame contarte toda la historia porque en ella Luke, lejos de ser expulsado, está desempeñando ya un papel determinante.”
   Sabía que a la larga podría contar con su madre. Lucy estaba segura. Se conocían muy bien. Sin miedo empezó a referirle toda la historia de amores cruzados que evolucionaban. Relató algunas palabras íntimas con Luke, el estremecimiento de esa misma mañana con Nike, habló del amor que se profesaban los dos hombres de su vida y le contó la intención o locura del Tres. Su madre la miraba entonces horrorizada, pero Lucy no se amilanó. Contemplaba el meandro por el que el río indeciso cambiaba de rumbo. El agua por allí se volvía unos metros más turbia pero más adelante, quién sabe por dónde, comenzaba a limpiarse.
−“Mira el río, mamá. En cierto sentido, el Kilmourne soy yo. Toda mi vida ha transcurrido contigo y con la abuela, desde el norte hasta el sur. Y ya sospecharías que un día mi rumbo había de cambiar. Pero con Luke y Paul ahora mismo estoy en el Puente del Meandro. Inevitablemente, como todas las almas de este mundo, giraré un día hacia el oeste, pero sabes que en muy pocos metros el Kilmourne se encuentra con el Heatherling. Y antes de irnos, Luke y yo habremos de encontrarnos con Nike. Y con él navegaremos hasta el mar. Pero no lo culpes a él. Sólo conoce nuestro proyecto, mas aún no ha dicho que sí. Aunque tal y como están las cosas no hay otra solución. Será o esto o que tres corazones, ahora felices, se sumirán en la tristeza eterna.”
−“¿Por qué tengo la impresión de que todavía no me has contado lo peor?” −contraatacó Olivia.
   Pero Lucy respondió con una nueva pregunta:
−“¿Te gustaría volver a ser abuela?”
−“De eso se trata, ¿no? Algo me decía que aún no había salido lo más terrible. Y supongo que querrás decir con Nike como padre.”
−“Nike como tercer padre de Paul, y como padre de nuestro segundo hijo. También de Luke. De hecho la idea fue de Luke. Déjame contártelo.”
   Y Lucy se puso a hablar y su voz fue un río sedante de convicción. Olivia retrocedió, al oír las otras dos mitades de esta locura, al primer vértice. Y como las dos últimas partes que le quedaba por saber no iba a ser capaz de aceptarlas fácilmente, empezó a entender que muchas veces una segunda enfermedad hace que la primera carezca de importancia, y a su modo iba asumiendo la primera locura. Al fin y al cabo, le decía su hija, Olivia podía ir al ritmo de Nike, lentamente, pero su madre se daba cuenta de que iba más rápida y de que al menos ya era capaz de verlos a los tres sin sombra de culpa.
−“Todo esto seguramente es un desatino. Pero iré despacio, hija mía, y cuando vuelva a ver a Nike, no temas. Lo querré tanto como todos estos meses lo he querido. Más, pues él y tú me necesitáis. Yo no sé si tengo derecho a hacerte ningún reproche, cuando tú podías hacerme tantos a mí.”
−“Mamá, tengo 29 años. Hay muchas cosas de las que nunca hemos hablado. Yo no sé si tú estarías dispuesta a soltarlas. Pero yo no puedo consentir ser un lastre en tu felicidad y tener que ver cómo te recriminas. No te voy a preguntar quién es mi padre. Pero hace años que debería haberte dicho lo que ahora te voy a decir. Conozco al tío Gerald desde que tenía 9 años, cuando murió la abuela. Sí, mamá. A ella también la visité en sus últimas horas. Me anduvo buscando en su lecho de muerte. Tu  hermano me ha tentado varias veces a dejar las calles y buscar refugio y solaz en lo mucho que podría darme. Pero yo no he querido irme.”
−“Me sorprende todo lo que me cuentas. Entonces hace 20 años que lo conoces. Pero me lo pones peor, Lucy. Yo debería haberme tragado mi aborrecimiento hacia él por ti. Has estado toda la vida en la calle y eso no podré perdonármelo.”
−“¿Y no piensas que soy mayorcita y podría haberme ido? Luke y yo lo hemos pensado alguna vez, pero no podíamos dejarte aquí ni llevarte con nosotros. Sabíamos que te morirías si te apartamos de la señora Oakes. Ahora con Nike lo volveremos a pensar. No podremos vivir como hasta ahora si algún día tenemos dos hijos. Pero tú no nos has reprochado nada por tener a Paul aquí.”
−“Siempre creí que no iba a ser definitivo. Pero ¿qué te he de decir yo? ¿Qué derecho tengo a decirte nada si yo te parí en la calle, si nunca he podido apartarte de aquí? Perdóname, mi vida.”
−“Mamá, yo no sé quién fue mi padre. Pero intuyo que a su lado sólo habría tenido desdichas, cuanto menos la desventura de verte infeliz con él cada día. Y sé que los Rivers no se portaron contigo como una familia, excepto mi querida tía Kirsten, a la que nunca conocí. Al final hiciste lo mejor para mí. Mi felicidad vendría como ha venido: apartándome de todos ellos.”
−“No había portal que te refugiara del frío. Nunca hubo suficientes mantas. Algunos días me volvía loca cuando notaba que te dolían tanto los nudillos y yo no podía curártelos con un hogar y un fuego.”
−“A veces tengo frío en las hogueras. En una tarde cálida de verano me enfrían los rayos del sol. Yo soy así, mamá. Las paredes de un hogar permanente no me lo habrían impedido. Pero no recuerdo haber pasado verdadera hambre, sólo uno o dos días como todos vosotros. Recuerdo mi infancia ahora con otros ojos. Cuan a menudo me mentías diciéndome que estabas llena para que me comiera entero el trozo de carne que le habíamos conseguido hurtar al día. Y tu querida señora, cómplice, participaba de tus intrincados designios. Tantas y tantas noches viendo cómo las dos me dejabais la rebanada de pan a mí con la excusa de que ambas teníais que dar un paseo y hablar de vuestras cosas. Y yo os veía más delgadas y no sospechaba nada. Hasta que muchos años después ya me dejabas ganarme la vida y podía ver que al fin no pasabas hambre.”
−“O sea que me estás diciendo que tú has cuidado de mí. ¿No te parece entonces que tengo mucho de que arrepentirme?”
−“No, mamá. Tú me diste un poco de lo mejor de todo. Más tarde yo elegí quedarme aquí.”
−“Las escalinatas heladas de las iglesias, el frío que no se te iba aunque nos adentráramos tras las puertas de madera del frontispicio. Noches en parques inseguros, en puentes escarchados. La dudosa compañía de experimentados perros de mala vida, rameras  y borrachos…”
−“De la señora Oakes a Bruce… ¿Quieres que te hable de, como acabas de decir, dudosa compañía? Esa es la gente de la que me has rodeado. Y no hay un ensayo para la vida, porque cuando te has aprendido de memoria sus líneas, ésta decide por ti y gira en una nueva voltereta del destino. Cuando truhán parecía haberme establecido en el puente Wrathfall, se viró por sorpresa y me llevó en volandas a la Colina de los Caballeros para que con Luke conociera el amor y supiera que con él moriré; para engendrar a aquél que nos ha de continuar. Pero Verôme, el implacable granuja, ha bailado para mí muchas veces con cabriolas endiabladas y me tenía reservada una última pirueta. Ahora sé por qué un día decidimos de mala gana trasladarnos junto al cementerio. Cerca de sus tumbas no me esperaba la muerte, me aguardaba la segunda vida de Nike y tal vez un segundo hijo. No pierdas la esperanza, mamá. Kirsten todavía podría volver.”
   Pero a su madre los ojos se le iban llenando de lágrimas mucho tiempo antes de este último aviso de expectación. Se daba cuenta de que hacía años que debía haber tenido esta conversación con su hija. Sólo unos minutos intercambiando sangres del pasado, y ya el flujo no era amoratado, ya no ahogaban sus nudos, se iba tornando rojizo.
−“Te agradezco tus palabras, hija mía…”
  Pero Lucy la interrumpió.
−“Tantos años notando que podrías considerarte feliz si no cargaras en los hombros con la pesada losa de mi vida… Un día tenía que sincerarme contigo. Yo tampoco soy perfecta. Mírame a mí, que con un hijo, y tal vez pronto dos, sigo en la calle. Quizá tenga que acabar arrastrando tus mismos remordimientos. Pero contigo he tenido amor, comprensión y algo de lo que no hemos hablado: libertad, la diosa que todos podrían seducir si estuvieran dispuestos a pagar el precio que les pone. Yo lo he pagado. Lo han pagado Luke y Nike. Déjanos estar siempre junto a ti, seguirte hasta el fin. Me es imposible quererte más, mamá, ni estarte más agradecida.”
−“Lucy, cariño −pero apenas podía seguir−. Yo no voy a ser una rémora en tu felicidad. No te preocupes. Tu madre lo aceptará todo. Aceptará la vida que te quieras dar y… mira, hija, ahora que sé que conoces a mi hermano, me siento incluso mejor. Tienes derecho a conocer tus raíces. Y eso me hace preguntarte: ¿quieres que te diga quién fue tu padre?”
−“No estoy segura, mamá. Porque a veces he pensado que te guardabas su nombre con una intención: que mi sangre estuviera lejos de cualquier lacra que tenga su familia. Yo soy, como siempre me has dicho, la hija del “lobo”, y eso me basta.”
−“Si un día quieres de verdad saberlo, dile a Gerald que ya sé que estáis en contacto. Que yo se lo permito. Que te lo diga entonces. No podré reconciliarme con él jamás, pero no me opongo a que conozca a su sobrina. ¿Lo quieres?”
−“Sí, mamá. ¿Te importa?”
−“No. Ve a él cada vez que así lo decidas. Pero no me hables demasiado de él. Prefiero no saber nada. Y en cuanto a Nike… mi yerno, mi otro yerno… no temas: me notará como todos los días.”
  Paul se despertó entonces, lloriqueando como si le reclamara a su abuela algún paseo. Entonces madre e hija se besaron y se despidieron. Lucy sabía que había conducido a Olivia a su mismo meandro. El sol se ponía cada vez con más seguridad un traje de calor y fantasía, oteando por alguna nube en forma de babero. Buen presagio, se dijo. A esa hora el Kilmourne hervía. Sus aguas maternales, aromáticas y nutricias, volvieron a reír bajo su puente. Destino, burlón, en una barca a lo lejos contemplaba proceloso las figuras a las que ahora debía manejar los hilos con tiento para incrustarlas en una urdimbre con sentido. Lucy se tornó rauda al campamento. Qué felices por las calles, de nuevo con Luke, sus latidos al unísono.


 
  La tristeza debe ser ambarina, amarillenta, dorada preparación; la felicidad, en cambio, es rojiza, granate, cárdena, sangre que despierta, llama que se va inflamando, crepúsculo de copa de vino, hoguera donde danzan los dioses enamorados. Devorando sus frutos sin remordimientos, me hallé al fin en el puente del Menhir, donde me aguardaba, por sorpresa, mi primera compañera, que antes de irse a la calle, sabía que pasaría por allí y quería congratularme. No esperaba la sonrisa enardecida con que me recibió.
−“Que los brazos se me hagan oro, tierra y árbol para recibir a mi niño.”
−“Qué alegría verte de nuevo, compañera. Todavía no te había llamado así.”
−“Te veo feliz.”
−“Espero no sea flor de un día, mas no recuerdo una felicidad así en toda mi vida. Pero dime, señora Oakes, si es que ahora puedes decírmelo. ¿Ya soy el octavo o todavía tengo que pasar más pruebas?”
−“Hace más de dos meses te dije que ya lo eras. No entendía tu destino del todo, porque estaba irremediablemente unido al de Lucy, y su parte no era capaz de verla. Y claro que te quedan más pruebas, una detrás de otra, como a todos los mortales, pero ya eres árbol de nuestra ribera. Sólo quería agasajarte con una sonrisa y en nombre de todos darte la bienvenida. Hoy al menos puedes estar en paz. Ahora marcha hacia el lago. Bruce ya está allí esperándote.”
   Trémulo comprendía que del altar de mi felicidad participaban todos y mi fiel sacerdote me aguardaba oficiante en el lago, pero sin casulla. El sol se había vuelto fiero jayán y su calidez me adormecía. Mi compañero ya había probado la temperatura del agua y sólo esperaba que yo llegara para introducirse. Con tan sólo unas palabras de bienvenida, me puse a tantear su expresión y supe que sabía mucho más de lo que mis palabras entrecortadas podrían decirle. Alguna introducción tenía que hacerle, pero breve, pues yo quería nadar con él, en octubre como en agosto, como si el tiempo a su lado no hubiera transcurrido.
−“De lo que tengo que hablarte, Bruce, prefiero esperar a estar en las calles contigo, o en otro café apresurado en Deanforest. Pero quizá tú sepas ya una parte. Atrévete a pronunciarla…”
−“Tu rostro, tan extraño anoche, parecía decir: Lucy…”
−“También la amo, Bruce. Imagínate mi desesperación al descubrirlo. Me marché del campamento sin idea clara de hacia dónde encaminarme. Pero Luke me rescató. ¿Te vale por ahora? Te aseguro que hoy soy más feliz de lo que nunca he podido mostrarte. Para que mi felicidad sea completa, sólo me falta Olivia. Y sólo me faltas tú, compañero… ¿podré contar contigo?”
−“Te aseguro que estoy contigo tengas lo que tengas que decirme.”
−“Gracias, amigo mío. ¿Nadamos?”
   Volvíamos a estar juntos en el agua. Bruce había adquirido gran pericia, lo que me sorprendió. Me había hecho caso y nunca se alejó de la orilla. Para eso me esperaba, y ahora ya con él, me sugirió nadar hacia el centro del lago. La temperatura seducía a pasarse horas en su cristal tostado, a ser ave y brincar por sus juncos, a ser conquistador y apoderarse de todo el espejo. De las orillas al interior, rayos de esmalte penetraban en el estanque, sin pedirnos permiso, acompañándonos. Por un instante de mi compañero sus cabellos parecieron dorados. Reposamos juntos detenidos lejos de la orilla y respiramos. Allí pasaríamos media hora como hedonistas despreocupados que no tuvieran que ir a ganarse el pan diario. Pero al final con desgana, salimos y nos vestimos. Bruce quería saber tantas cosas, pero no preguntaba. De regreso al campamento vimos como Lucy y Luke salían juntos otra vez, hacia el sur, a Riverside. Busqué a Olivia y al pequeño rey, mas no pude hallarlos. Y al final mi compañero y yo pusimos otra vez rumbo norte. Fuimos por Templar Village y algo conseguimos en St Mary. Comenzaba con esperanzas la jornada.


 
−Perdonadme, queridos amigos. Necesito parar para respirar un poco. Bueno, al fin sabéis con quiénes vuelvo: mis compañeros, sí, y con ellos mi mujer, mi marido y mis hijos.
−Y aquí cada mañana te estarán esperando dos amigos, Nike −me dijo Maudie−, para escucharte en el respeto y dispuestos a no hacer juicios.
−Por dos amigos os voy teniendo, queridos Protch. Gracias a los dos.
   Pero notaba que Herbert todavía tenía algo que decir y no se atrevía a proclamarlo. Lo ayudé:
−Habla con tranquilidad, querido Protch. A estas alturas no voy a creer que puedas decir algo que me resulte ofensivo.
−No es eso −se notaba que todavía vacilaba−. Nike, sé que tienes tus códigos y tus ritmos. Pero no sé si algún día te atreverás a llamarme por mi nombre, que estoy seguro de que sabes cuál es.
−Sí, Protch. Empieza por H. Mira, querido amigo mío, la amistad la tenemos ya. Mi temor es no saber si será permanente. Conoces gran parte de la indignidad de mi vida, empiezas a saber de mi lucha por las calles, de la familia de la que soy parte. Y te agradezco la comprensión. Pero aún hay espacios objetables en mis meses y años posteriores. Cuando no se tiene qué comer, la vida me ha enseñado que se puede ser mendigo, puta o ladrón, y si los dientes te reclaman que les des ejercicio, uno deja de ser escrupuloso y considera todas las posibilidades que te quedan. Ya sabéis que caí en la primera trampilla. Por las otras dos rendijas estuve muy próximo a colarme. Os falta saber si caí.
−Una trampilla puede ser una ventana, ¿no? Si hubieras caído y encontrado el polvo del fondo irrespirable, orearemos las ventanas de Deanforest, para que al final de la casa de tus amigos encuentres la brisa. Y no hallarás aire viciado, sino el revuelo de nuestros cuerpos decididos a hacerse brazos que te rodeen con fuerza −y desafiante prosiguió− ¿Lo vas teniendo claro?
−Me conmueves, Protch. Al menos te puedo decir que estoy deseando llamarte por tu nombre y darte un fuerte abrazo. Y otro igual de fuerte, con el mejor beso que sepa buscar, a tu mujer. Ya sólo serán dos o tres días.
   Con el alma de nuevo estallando en sollozos, veía desde mi sofá, con la puerta abierta, el rostro de Júpiter, quien al parecer atento a mis últimas palabras, aguardaba con impaciencia saber más, el rostro traspasado de incredulidad, como si no pudiera creer que me hubiera podido deslizar de mendigo a puta o ladrón. El dios, como los Protch, había de continuar en la incertidumbre.


 
   Las familias de clase media baja nunca empeñan las joyas heredadas de sus antepasados si pueden evitarlo. Y así la fealdad de Heathwood tenía en el parque de Churchway una inesperada alhaja que se esmeraban en cuidar. Allí junto al denominado estanque de las águilas, sentados en un banco, la mano humillada, limosneábamos Bruce y yo, descansando los pies a la sombra de mil árboles. También había fresnos y alisos, los únicos que ya reconocía. Pero de algún modo todos los árboles que puedan crecer en el hemisferio norte estaban allí mezclados. Agua no les faltaba. Cerca del río el parque se alimentaba de fuentes, acequias y lagos, que sustentaban las raíces de aquella selva. Sentados a la sombra de lo que ahora sé era un alcornoque, delante de un quiosco cuyas líneas juveniles se reflejaban en el estanque, mientras nos llegaban, lentos pero ininterrumpidos, cinco o seis budges a las palmas de las manos, me puse a meditar en el camino que habíamos seguido hasta allí.
   Habíamos entrado por Washington Street, recoleta y anticuada, que espero conozcáis, pues está muy cerca de aquí. Antes de la primera esquina nos topamos con un casi irreconocible escudo heráldico colocado como por azar sobre una jamba de una soberbia puerta de bronce. Era Tomlison Hall. Según me dijo Bruce hubo una disputa familiar por la que los Tomlison, una rama de los retorcidos Chamberlain, decidieron escindirse y plantar en aquel palacio sus blasones. Pero de eso debía hacer mucho tiempo. Ahora sus paredes no eran más que pura ruina. Pensé que por las que fueron sus ventanas había resquicios por los cuales los mendigos se podían colar. Y de hecho Bruce me confirmaba que también Tomlison Hall era okupado y que en su interior, en las noches crudas, había toda una colonia de mendigos oscuros, hediondos, paupérrimos, de apariencia peligrosa y faces de criminales. Pero no pensaba en ellos al mirar la decadencia de aquella mansión. Me había quedado con la nube en el pensamiento del nombre de la calle: Washington, como mi padre. Estuve un rato mohíno figurándome qué pensaría mi antecesor si me pudiera ver allí, la ropa deshilachada y la tez ensombrecida, ganándome de ese modo la vida. “Al fin y al cabo, le hablaba, por lo que sé de ti, tú entregaste tu vida al amor, papá. Yo estoy haciendo lo mismo”, pero mirando a mi compañero, me corregí: quiero decir a amar y a querer. Y si acabaste tus días como sospecho, piensa que a mí se me ha dado una segunda vida, para que continúe hasta el final amándolos y queriéndolos. Tomlison Hall era en gran medida un epítome de mi vida. Su descarada hidalguía no parecía percatarse, en toda la magnitud de sus interiores de lámparas y oros antiguos, de que allí podían refugiarse los que se están muriendo de frío. Por primera vez pensé si los próceres de la ciudad iban a dejar que se hundiera, o a quién pertenecería ahora. Pero nunca más me sentiré interesado por sus columnas o ajados tapices. Mi sitio ya no está en el interior. Me quedo afuera con ellos en las gélidas noches a la intemperie o me colaré a okuparla por las ventanas. El escudo de los Tomlison era un roble orgulloso coronado por siete estrellas. Como nosotros, pensé, todos siguiendo tu sombra, señora Oakes.
   Pasamos apenas una hora en el parque de Churchway cuando Bruce decidió cambiar de aires. No estaba lejos la estación de autobuses de Heathwood y yo, que le había rogado a mi compañero que me enseñara todas las artimañas de la mendicidad, oficio al fin y al cabo, decidí que también debía conocerlo. No por muy manido el viejo recurso de reclamar 50 budges que te faltaban para coger un autobús, estaba todavía completamente desgastado. Los viajeros no lo creían del todo, pero el truco estaba en pedir 50, y era casi seguro que te dieran 20, en la remota creencia de que lo que le decías pudiera ser cierto. Después los que te lo acababan de entregar seguían por allí, y no debían ver que no te montabas en ningún autobús. Entonces tocaba, me decía Bruce sarcástico, salir a la calle un rato para que te perdieran de vista, darte un paseo o sentarte en la marquesina de algún autobús urbano y seguir desarrollando nuestro trabajo, y cada cuarto de hora volver a entrar. Y así, salidas y entradas, acabaría dándome cuenta de que los viajeros que ves en una estación de autobuses siempre llevan calderilla que darte. Pero no has de venir demasiadas veces, Nike, me explicaba convincente, o identificarán tu cara como la de uno de los mendigos de la estación y los mismos que te han dado dinero creyendo que era falsa tu petición, te lo negarán otras veces sabiendo, fuera de toda duda, que falsedad era.
   Artimañas y falsedades Bruce me podría enseñar, porque yo las deseaba aprender. Quería ser, a mi regreso, otro mendigo rico que, con él, alimentara a mis compañeros. Pues en pocas horas habíamos conseguido suficiente dinero para comer dos veces ese día. Pero había que seguir intentándolo por si a la vuelta veíamos que los demás no habían tenido tanta suerte. Ese 20 de octubre la ruta fue por el este de Heathwood, una cara verdaderamente fea y sucia de barrio desafortunado. Los hogares, de una sola planta, algo desvencijados y en ocasiones peligrosamente inclinados, no podían disimular su falta de clase pero la encubrían con plantas y balcones pizpiretos donde a veces se posaba una paloma. La gente que por allí habita no tiene criados. Son ajetreadas amas de casa o sus hijos díscolos e indolentes los que responden al timbre, y te miran de mal humor, culpándote de haberlos interrumpido en alguna labor cotidiana. Pero ese día veraniego en un falso octubre todo fue regalo y dispendio. Apenas una hora nos bastó para saber que ya podíamos recogernos sin hambre ni lamentos. Fue entonces, aproximadamente las 3 de la tarde, cuando le recordé a mi compañero la idea de volver a Deanforest, donde tendría que decirle muchas cosas.
   Completamente indiferente a que pudieran reconocerme mis antiguos vecinos, me puse a contemplar melancólico los estragos que el otoño iba haciendo en el jardín. Pero no quise detenerme. Sentía cada vez más que ya no era mío lo que aún me pertenecía. Sin pararme a mirar a norte o a sur, introduje la llave al fin en la cerradura. Notaba que en el salón de Júpiter, Bruce me quería decir algo.
−“Esta estatua…” −comenzó, pero se interrumpió.
−“Esta estatua es una locura que cometí −le dije, adivinando cuál era su pregunta−, una tarde que vi una exposición de esculturas en una galería junto al ayuntamiento. No estaban en venta, pero Nicholas Siddeley se encaprichó de una y no iba a admitir un no por respuesta. No recuerdo cuánto pagué, pero fue una pequeña fortuna. Y desde entonces está aquí, metáfora de mi vanidad vacía. En fin… dejemos que mientras conserve esta casa, un dios romano la proteja con su manto divino. Pero no sé, esos rayos… espero no los descargue sobre nosotros. Pero no me hagas mucho caso, Bruce. Lo que me pasa es que en esos relámpagos recuerdo las lágrimas que en esta casa he derramado. Olvidémoslo. Quiero prepararte otro café. Volvamos a la cocina.”
   Notaba su impaciencia. Y no esperé a tenerlo preparado para empezar a hablarle de todo lo que me había sucedido en las últimas 24 horas. A cada palabra que pronunciaba, notaba su mirada de estímulo y respeto. Quien dijera que la misma cocina que había sido testigo de cómo le había declarado mi amor por Luke iba a ser, mezclada con el aroma del café que nos sobrevolaba, oyente de una nueva manifestación de amor, orientado ahora hacia Lucy, corazón mío. Me senté, pero mentiría si os dijera qué sabor tuvo ese café que me tomaba con él,  combinado de placidez y desasosiego, intentando descifrar en su mirada qué respuesta tendría a la gran locura que habíamos concebido los tres. Quiso responderme entonces, pero le rogué que esperara, pues faltaban otras dos partes. La voz se me quería amedrentar pero su rostro sincero me la hizo resurgir. Ya lo sabía todo: Paul, un segundo hijo, locura de amor, deseo de posteridad… miedo, felicidad o llanto. Esperaba atenazado su respuesta.
−“Nike −empezó, sabiendo adónde quería encaminarse−, yo no sé muchas cosas. Pero sé que Lucy tiene mucho más de lo que se ve −y tú también lo tienes, pensé. Mucho más de lo que se ve. En ese momento me pregunté si él sabía que Lucy lo había amado. Igual lo sabes desde siempre, querido amigo mío, pero como en la calle, disfrazas tus luces de ignorancia por algún propósito de beneficio. Quizá no le pareciera correcto hablarme a mí abiertamente del amor que Lucy le había tenido−, y Luke y tú sois como los últimos hermanos que mis padres nunca me regalaron. ¿Quieres saber qué es exactamente lo que pienso? ¿Recuerdas el nombre de la estrella que me regalaron?”
−“Aldebarán” −dije sin dudarlo un segundo.
−“Aldebarán. Y John explicó que quería decir “la que sigue”. Y esa es mi respuesta, Nike, haciéndole caso a mi estrella. Aunque he llegado antes que vosotros dos, yo os he de seguir con todo el brillo que sea capaz de daros, seáis dos, tres, cuatro o cinco. Si hace unos años, en los harapientos rincones de mi soledad más fría, me llegan a asegurar que llegaría a conoceros, no habría temido a calle ninguna. Y si me queda poco tiempo, aún podría llegar, quién sabe, a veros una familia.”
−“No te vas a ir, Bruce. No te puedes ir. Maldito vaticinio.”
−“Será lo que será. Pero si son mis últimos días, los apuraré casi feliz, temiendo solamente que gente como tú no pueda soportarlo.”
  Nos dimos un solemne abrazo y me puse a mirar a mi alrededor. Si él se iba, si yo me iba, si a ambos se nos permitía quedarnos, todo lo que me envolvía era ya absolutamente innecesario. Para mí ya no tenía dudas de que lo era. ¿Para los demás? Allí siempre tendrían fuego, comida y techo. Sabía que tenía que ser indigno una vez más, pero le dije:
−“Bruce… lo siento mucho, sé que estas preguntas no se deben hacer, pero ¿no crees, perdóname, que aquí podríamos vivir todos?”
   No había ira en sus ojos, sólo el leve fastidio del que está acostumbrado a preguntas así y ya conoce las respuestas.
−“Algo parecido podía haberle escuchado a John si se hubiera atrevido. Hay días de hambre común en que su cara parece recurrir al mismo enigma. Sí, Nike, sé que John conserva gran parte de su dinero. En estos últimos dos meses él mismo me lo ha confiado. Pero si nunca lo ha hecho es porque sabía nuestra respuesta. Estoy seguro de que tú también la conoces, mas tu generosidad tenía que intentar este último recurso. Nunca estaríamos a gusto aquí, sabiendo que no nos lo hemos ganado. No queremos vivir de otro modo; ya no tenemos costumbre. Llámalo libertad, la bendita libertad a la que nos hemos acostumbrado. Y sé lo que estás pensando. Quizá Paul… o si hubiera otro segundo hijo… Pero nunca hables de esto con Lucy o con Luke, hazme caso, podrías destruir en gran parte lo que ya te has ganado. Así que no puedo ayudarte, Nike. Te corresponde a ti conservarla o dejarla. Y no me enfado por tu pregunta. Sé que necesitabas hacerla. Pero por favor, no me lo vuelvas a decir. Todos queremos al Nike mendigo. Lo que tengas además no nos interesa.”
   Era la segunda vez que cometía aquella indignidad, primero con John, ahora con Bruce. Ya no habrá una tercera vez, pensé. A partir de ahora mis decisiones me corresponden a solas. Así que no puedo ayudarte, me había dicho. Y sin embargo, me había ayudado. Apuramos el café y sin más dilaciones dejamos la que nunca más sería mi casa para acudir a la que sí lo era. Nos deteníamos en las pequeñas tiendas de alimentación que encontrábamos a nuestro paso, y muy temprano, antes de las 8, ya vimos que John había encendido la hoguera.
   Sin apenas tiempo de sentarnos vimos regresar a Lucy y a Luke con el rostro sonriente. Se colocaron junto a la señora Oakes, y me invitaron a que, por una vez, me sentara junto a ellos. Tímidamente acepté. De sus palabras deduje que se habían pasado el día gozosamente hablando de mi y que, entre bocado y bocado, pues la jornada había sido abundante, decidieron entrar, algo retraídos, en un bar a comer a mediodía. Esa noche había suficiente comida para ocho, pero solo comieron cuatro. A mí no me entraba nada, y preferí alimentarme del resplandor de sus rostros. Y había vino para regar toda una bacanal, pero en Lucy, mirándome fijamente, vi una decidida voluntad de no volver a probarlo. La señora Oakes estuvo un rato asando cordero. Cordero otra vez, y yo tampoco tenía hambre. Pero ¿dónde estaba Olivia? Cuando la carne estaba ya a punto la vi salir de su tienda, el pequeño rey en sus brazos, no del todo adormecido. No fueron más de diez segundos los momentos de angustia en mi cara. Me miró con todo el calor que me había regalado siempre, invitándome con afecto a volver a coger a Paul en mis brazos.
−“Nuestro para siempre o sólo tuyo, como prefieras −empezó a decirme−. Te quiero mucho, Nike. No has de temerme.”
   La noche penetraba ya en la laguna donde debe echarse a dormitar, con seguros pasos. Venus volvía a brillar sobre la cabeza de Olivia, siempre Verticordia, pues mi corazón también lo había transformado. Sin hablar, nuestras miradas se entendieron. “Solo, tal vez, o bajo sus mantas, quién sabe a dónde iré, pero ya puedo confiar en mí lo suficiente como para saber que voy a cuidar siempre de tu niña, y de la rama que de ella ha brotado y que ahora está entre mis brazos. La protegeré de desánimos y derrotas, de espectros enloquecidos; evitaré que se aparte del primer hombre que le dio la vida, el gran amor que está sentado a tu lado. Lucharé por tu nieto con uñas y dientes; y en mí siempre tendrás, abuela, a un hijo valiente decidido a sostenerte.” Pareció haberme entendido y con una mirada radiante certificó que no eran necesarias más razones. El cordero ya estaba listo, pero la primera pareja sagrada estaba saciada y no quiso probarlo.


 
   Tercera misa negra. Le tocó al fin a Lucy rechazar el cordero y el vino. Echándole un brazo a Nike por encima del hombro, otra manta y otro fuego, con el brazo derecho sobre Luke, quiso ir con los dos a la hoguera de comunión donde ya los tres se calentaban y crear con ellos su propio universo desde la nada. Ya eran los tres paganos que buscaban, sin Olimpo y sus mansiones de cristal, camino espiritual entre luces de galaxias u oscuridades de hambre y, luces o sombras, agotar juntos la senda, y ser, sin reparos, eternamente sagrados.


 
  Se nos quiso unir también Ted, que sí había estado alguna vez por allí, pero no tan inquieto, desde el verano. Pero no quiso esa noche encaramarse a mi regazo pues, con un maullido de celos, vio que mis brazos estaban ocupados por el pequeño Paul. Así que deambulaba por la hoguera alocado mientras yo miraba a Lucy y a Luke y me entendía con ellos sin hablar, con el acuerdo tácito de todos nuestros compañeros, que respetuosamente hablaban de otras cosas. Empecé a sentir un gran anhelo de recorrer las calles de la ciudad con ella y hablarle del cuento que me había contado él. Tal vez mañana cuando despierte. Pero entonces miré a mi compañero, quien tampoco había dormido, que mascaba alguna cosa somnoliento, y pensé que había pasado dos días sin él y que tenía que volver a acompañarlo en la escalinata de la basílica o en alguna iglesuela de Riverside, con el estremecimiento de sentir que por primera vez ambos iríamos sabiendo que estábamos enamorados. Lucy me observaba como si me dijera que ese domingo tenía que volver con él. Y con la mirada le propuse ir conmigo el siguiente sábado, el día 27. Y ella, también sin hablarme, me hizo el gesto de que me había comprendido y que asentía. 
   Sin más interlocutores que el respetuoso silencio de mis compañeros, ya debilitado tras un largo día de vigilia forzosa, antes de ir a la cama, me dio por mirar al fuego e invocarlo: “Llama de otoño, estremecida, vivaz en esta noche sin viento, moldea tu latir quemante al compás de mi promesa, y que no me aparte nunca de este fuego. Abrásame, dame forma, pero que con mis compañeros me consuma. Ser siempre leña que se chamusque con ellos y sus necesidades es lo que deseo. Cuando el invierno esté a punto de congelarme, sea, antes que regresar a un hogar frío de tantas ausencias. Si alguna vez caigo en esa tentación, quémame. Y si soy firme, arde para dibujarme contornos que ocupen para siempre el lugar donde debe hallarse mi corazón, del mismo color que tu hoguera. Llama que sólida luces iluminando oscuros caminos y pedregosas veredas, si mi cuna fue oro, ya estoy por tu brillo dorado, y como esas polillas que suicidas se te inmolan, antes de morir iré hacia la misma tierra, hacia el mismo árbol, padres de la estrella que ahora duerme de nuevo entre mis brazos. Llama que cierras mis ojos en ya rebelde somnolencia, sigue iluminándome y que mañana, más despierto, me vuelvan a conmover tus destellos. Buenas noches”.
−“Buenas noches” −les dije a todos, y del mismo impulso Lucy y Luke también se levantaron, el segundo al necesario reposo tras su largo 20 de octubre insomne. Dejé al pequeño rey en brazos de su abuela. Ignoro cuánto tiempo siguieron allí los demás, cuatro almas acompañadas en su hoguera de profunda comprensión, de amistad insobornable.
   Ya las mantas me llevaron a ese viaje nocturno de cerrar los ojos para abrirlos de nuevo, conmovido, a la despierta luz de otra jornada. Dos días de octubre me hicieron vivir la resurrección y la belleza. En los siguientes treinta días había de perecer en una felicidad estéril u orientar el faro de mi mente al océano inconmensurable donde me estarían esperando, estaba seguro, cantando con dulce voz, las ávidas gaviotas de la libertad.

5 comentarios:

  1. Todos enterados y de acuerdo, al menos no pusieron el grito en el cielo.

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  2. Nike sale contento con el amanecer pensando en sus dos amores y se encuentra con John, que lo insta a mirar al cielo, hacia el sur…donde Nike verá la constelación de Leo, el León, y buscará rápidamente a Régulo -y lo encuentra. No puede contener el llanto. Régulo, Denébola, Algieba, Elased, Zosma… Cástor y Pólux hacia el oeste. Nike, que salió del campamento la noche anterior en medio de una enorme tribulación, vuelve al amanecer como el hombre más feliz del mundo. John le cuenta a Nike que al momento de salir éste del campamento, entró Luke en su tienda y al final John acaba revelándole el secreto: que Nike lo ama. Luke sale a buscarlo en la noche y, al rato, sale John detrás de él. Los oirá hablando en la cueva de Sally y, tranquilo ya, volverá al campamento no sin antes oír algunas palabras que salían del interior de la pequeña gruta. Nike le revela que Lucy y Luke también lo aman, y recibe el abrazo y la comprensión de John.
    Al llegar al campamento, va viendo a algunos compañeros y le dice a Bruce que vayan a nadar a las 11: tiene que contarle lo sucedido. Ve a Luke y a Lucy, ésta lo invita a entrar a “nuestra casa”, dice. Nike y Lucy se llaman “corazón mío” y Lucy, una vez dentro de la “casa” los tres, le revela su amor por él. Nike hace lo propio y, ambas declaraciones de amor están llenas de romanticismo. Por boca de Lucy, Nike se entera de que Bruce amó a Lucy…y ésta amó a Bruce, aunque Bruce quizá no lo supiera…porque rápidamente se enamoró de Olivia. Lucy insta a Nike a que le cuente cuánto ama a Luke. Luego toma la palabra Lucy para expresar cuándo se enamoró de Nike –casi desde el principio. Nike revela sus amores: Bonner, John, Alison, Luke y Lucy.
    Cuando los dos hombres salen de la casa de los Tres, Luke se encuentra con la Señora Oakes…que, como siempre, lo sabe ya todo o casi todo y que muestra su comprensión al nuevo estado de cosas.
    Lucy va a ver a su madre…y, con tiento y afecto, le relata lo que está sucediendo y le habla de los Tres. Olivia piensa que aquello puede ser un desatino pero…los seguirá queriendo a los tres igual que antes. Pero Lucy le revela otros secretos…y mantiene con su madre una conversación preciosa y llena de amor que aconsejo leer. Y tras eso, se va a mendigar con Luke tras varios meses sin hacerlo, idea ésta de Nike que es bien recibida por la joven pareja.
    Mientras, en el lago, Nike le cuenta a Bruce parte lo sucedido… Luego, marchan juntos a mendigar y, tras lograr un buen botín y aprender Nike algunos “trucos” para limosnear que le enseña Bruce, ponen rumbo a Deanforest para tomarse allí un café. Siguen hablando y Bruce recuerda el Vaticinio…
    En este punto me he quedado pensando en ese vaticinio de la Señora Oakes. Es un misterio y una intriga que recorre la novela y que, cuanto más pasa el tiempo, la lectura y los capítulos, más nos inquieta. Nos inquieta, por ejemplo, que los ocho dejen de ser ocho, que alguno/s de los que entran en el vaticinio tenga un percance. Nos inquieta que el Tres se desmembre o se rompa. Nos inquietan aquellos calvos violentos y ex amigos de Luke que, quizá no hayan olvidado la “afrenta” ni a los mendigos. Nos inquieta el destino de los ocho.
    De nuevo noche, de nuevo todos junto a la hoguera (salvo el Mendigo Maestro, que sigue de viaje). Comida de sobra pero ya algunos sin hambre (alimentados por el amor y por ese último día cargado de emociones) Miradas cómplices entre Nike y Olivia… Lucy, Nike y Luke hablándose con la mirada, con esa telepatía que sólo el amor dispara.
    “Dos días de octubre me hicieron vivir la resurrección y la belleza…”, piensa Nike emocionado cuando se dispone a acostarse…
    Inor

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  3. Cuánta comprensión hay entre todos ellos.
    La vida sería más fácil si supiéramos escuchar con el corazón, en vez de con los oídos.
    ¿Para qué quieren riquezas, cuando tienen lo más importante que es el amor que todos ellos se procesan?
    Bravo, por este nuevo capítulo.

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  4. PRIMERA PARTE:
    Una de las características más interesantes de la literatura es que permite penetrar en el interior de los personajes y plasmar sus pensamientos y sentimientos de forma rotunda, colocándolos así delante del lector y fomentado que este empatice con ellos. El escritor debe tener siempre presente que leemos en gran parte por los personajes, son los que hacen que un lector vuelva las páginas absorto: saber qué les ocurre, cómo reaccionan a los acontecimientos que se suceden, cómo se relacionan con otros personajes, que sienten, su dibujo interior...... este es un capítulo en que esa máxima se cumple.

    Hay veces –las más– en las que la fotografía (como también la pintura) quiere parecerse a la literatura. Y otras –las menos– en las que la literatura quiere parecerse a la fotografía, y que mejor que empezar el capítulo con dos instantáneas: la primera la que señala John, Regulo, y que por fin contempla Nike (".....y al fin lo vieron. Mis ojos lloraban… lloraban"), y con él las estrellas hermanas en Leo; Zosma, Algieba, Denebola y Elased ("....mis ojos lloraban… lloraban.").

    La segunda el retrato dibujado por el Mendigo Luminoso. John es luz, luminosidad, belleza interior que emana y que invade con porosa suavidad, y está en la vida, no en las formas, traduciéndose en expresión, mirada e intensidad; una belleza que no se encuentra en la forma, sino en el resplandor. Y es John el que dibuja la más bella imagen, estaban todos, incluso Miguel como sombra del recuerdo, cada cual transido en el gesto que la situación les provocaba, y como centro Nike, a punto de recibir de Paul el cáliz que lo consagraría, todos ellos ángeles y arcángeles, "ese cuadro que jamás ha sido pintado". Las confesiones fueron mutuas, y se convirtieron en espejos donde ambos se miraban, ¿qué iba a pasar?, era la gran duda, de esa luz Nike tuvo su respuesta "Pase lo que pase, Nike, mírame… podéis contar conmigo. Y déjame darte un fuerte abrazo.”

    Mi amor, amor mío, y un nuevo vocativo, un nuevo nombre dado, corazón mío, así invitaba Lucy a pasar a la tienda a Nike, una necesaria y privada conversación empezaba. El razonamiento, la lógica de la Naturaleza, revestida de belleza que deslumbra y conmociona, así es Lucy. La sombra, que había estado, permanecía entre ellos, Luke estaba presente, en su aroma, en las palabras de Lucy, en las de Nike. Empezaron a hablar en su propio idioma, el que les pertenecía y así volcaron su amor con palabras propias, “Te amo, Nike, profundamente", “Lucy, corazón mío, Hija de la Tierra... madre de Régulo". No podía haber secretos: Bruce, Luke y ahora él los tres amores que confesaba Lucy, la confesión de Nike: John, Luke y Lucy. La naturaleza habló libre, el razonamiento y la belleza hicieron el resto, era difícil para Nike tomar una decisión y así salió de la tienda con las últimas palabras que Lucy pronunció: "Me amas. Junto a Luke somos tres; el Universo sigue creando".

    La Sra. Oakes siempre sabia y premonitoria, no pudo presentir lo que Luke le estaba contando, su aprobacion y respeto lo pronunció en estas palabras: "Luke; solo tú podías concebir la idea de que sin tu semilla te nazca un hijo. Sois sabios, bellos y fuertes; esos dones os fueron ampliamente prodigados a los tres".

    Las confesiones destapan secretos ocultos, Olivia no intuía lo que su hija iba a contarle. La Sabiduría se sinceraba con la Templanza y en ese lance titubeo como hacerlo, igual que el río en sus meandros Lucy dio rodeos por no llegar al mar. El reconocimiento de la Templanza llevo a las confesiones de los secretos que guarda el remordimiento, así madre e hija se confortaron en sus perdones. "Nike… mi yerno, mi otro yerno… no temas: me notará como todos los días" y con el llanto del pequeño Paul terminó la conversación.

    Pol

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  5. El espíritu de Bruce es humo, volátil, en su timidez se esconden la comprensión, la ternura y el saber reconocer en el alma ajena el sufrimiento y la alegría. Compartir el presente es el mejor bálsamo para un corazón y mente agitados como los de Nike. Bruce, el amigo al que enseño a nadar y ahora nadaba junto a él, con quien recorría las calles, de quien recibía enseñanza y algún truco, artimaña o falsedad del oficio, Bruce es esa calidez que entra en el alma y que proviene de los gestos cotidianos, del devenir de la forma de ser, así compartieron presente y así compartirían futuro, desencadenados los sucesos Nike demandaba respuesta, la que con más ansiedad parecía esperar. Bruce contestó: "Aldebarán" su estrella, "la que sigue" y "yo os he de seguir con todo el brillo que sea capaz de daros, seáis dos, tres, cuatro o cinco".

    Maldito vaticinio que se alza sobre su cabeza, la espada de Damocles esperando la constatación de esa profecía. El pulso firme y paciente caduca cuando pasado el tiempo se materialice esa cruel respuesta. El alma calmada y venturosa de Bruce se desdibujaba con los tintes de esa premonición.

    Tercera Misa Negra, esta vez fue Lucy la que no probó el cordero.

    El autor nos habla del afecto cálido de la amistad, entendida como un vínculo profundo e incondicional entre las personas, considerada como uno de los mayores tesoros que podemos hallar y que de hecho necesitamos en la vida. Nos habla de una triple regla de oro de esa relación amistosa: benevolencia, consejo y confidencia. El inicio de la amistad siempre lo provoca un fogonazo excitante, que produce la luminiscencia, luego se entra en un proceso mágico de conocimiento, si esa luminiscencia permanece cuando desaparece el fogonazo inicial, tiene la cualidad fosforescente y por mucha oscuridad que le rodee, sigue brillando.

    El capítulo, que goza de una brillante narración, discurre por los cinco diálogos que lo componen, brevemente vinculados por la narrativa. Sin olvidar los protagonistas ni el ritmo nos fijamos en dos grandes aciertos, primero: los citados diálogos y la profundidad de los mismos, su recorrido extenso donde no solo se perfila el motivo central, sino que se recorren senderos adyacentes de cada protagonista, relacionados con su historia, y que sitúan al personaje en una perspectiva visual diferente con respecto a lo que ya el mismo conocía, abriendo así el proceso narrativo de los mismos, y el segundo: el dibujo, casi cuadro, de la escena de la ensoñación de John, relatado, justo en el detalle y preciosista en el concepto, imagen que goza de fuerza y precisión por su belleza. Un nuevo capítulo en el que vuelve a impresionarnos el sorprendente "punto de vista profundo" del autor.

    ""Pero hay un rayo de sol en la lucha que siempre deja la sombra vencida"" (Miguel Hernández)

    Pol

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