Los médicos habían cumplido con su parte. Estuvo en quirófano algo más
de una hora, pero a nosotros, en una holgada sala de espera, nos parecieron
dos. En ese tiempo angustioso, todo fue llantos y recuerdos y las tres mujeres
evocaban entre lágrimas esos años en que fueron cuatro y con Bruce se sintieron
protegidas, primer caballero y escudo, ante las asperezas del porvenir. Mi
primera compañera estaba como ausente, como si no se pudiera quitar el peso de
la culpa por lo que había pasado. En un momento en que se levantó fui hacia
ella. Algo en su interior me decía que quería que habláramos, y que la llamara
por su nombre. Es difícil explicar que fue un llamamiento, no fue
clarividencia.
−“Madeleine –la llamé así por
primera vez-, ¿quieres que hablemos?”
−“Llevamos aquí casi una hora. Todos
procuramos evitar la palabra maldita, y esperamos ciegamente su recuperación.
Pero yo además estoy soportando otro peso: no puedo impedir culparme.”
−“No tienes yerro que echarte a los
hombros. Eres inocente, compañera. Tú no escribes nuestro destino. Te limitas a
verlo. No eres responsable de lo que ha pasado. Cálmate.”
−“Tienes razón, Nike. Yo no escribo
el destino, pero no puedo evitar sentirme responsable. Espero que en esta
batalla, tu mujer lleve razón y yo esté equivocada. Porque un día podrías
incluso culparme. Recuerda que después viene Luke.”
−“Sería un indeseable si alguna vez
hago algo así. Confiaré en Lucy. Pero tú no tienes nada que ver. Debe ser una
terrible responsabilidad mirar. Si, como dices, yo también puedo ver, no quiero
hacerlo. Abrázame, compañera. No creo en nada. Pero ahora voy incluso a rezar.”
−“Rezaremos todos. Y gracias, Nike.
Me has ayudado en este trance. Sabías que te necesitaba.”
Algo más calmada sí la noté cuando volvimos a sentarnos. Mi asiento
estaba junto al de mi mujer y, pasados unos minutos, ésta me decía:
−“No te puedo decir, corazón mío,
por qué estoy tan segura. Su destino está unido al de Luke, pero creo que lo
peor ha pasado ya. Me aseguran que el doctor Farr es eminentísimo, de los
mejores cirujanos no sólo de este hospital, sino del país. La señora Oakes
tenía razón y algo le iba a pasar. Pero si recuerdas las palabras exactas del
Vaticinio, ella vio que los pájaros negros llevaban en la bolsa algo
desagradable, y un infarto lo es. Sólo al referirse a sí misma, nombró la
palabra muerte. Pero no con Bruce, ni con Luke. No sé cómo explicarlo, pero
creo que el primero ha vuelto de la muerte.”
Sus palabras consiguieron calmarme algo, pero justo cuando acabó,
apareció el doctor Farr. Nos dio unas explicaciones que aún recuerdo porque vio
que estaba hablando con seis mendigos, y como temí que nos tomara por
analfabetos, memoricé su explicación y sus palabras como si se tratara de un
examen y el doctor pudiera en cualquier momento preguntarnos si habíamos
entendido. Bruce estaba bien, y eso era lo principal. Parecía ser que
milagrosamente bien, pues hubo un momento en que estuvo clínicamente muerto,
pero tras arduos esfuerzos habían conseguido reanimarlo –si no fuera científico
habría dicho resucitarlo-. Había sufrido,
aún lo recuerdo, estenosis de la válvula mitral, es decir un
estrechamiento que no permitía que la sangre llegase con normalidad desde la
aurícula izquierda hasta el ventrículo izquierdo. Le habían hecho una valvuloplastia.
Entendí que le habían colocado una válvula artificial, de titanio, en lugar de
la deteriorada e irrecuperable mitral. Debía tomar anticoagulantes. De todos
modos, iba a pasar la noche en observación. Era absurdo entonces permanecer
allí. Pero yo había telefoneado a Anne-Marie, a Richard, a James y a Samuel y
justo entonces llegaron casi al mismo tiempo los tres primeros.
Anne-Marie nos abrazó a todos cariñosamente, no sólo a John y a mí.
−“Cuando me telefoneaste, Nike,
sentí una enorme sacudida. Lo conozco hace años, pero tú has conseguido que los
quiera a todos. ¿Cómo está?”
Se lo conté lo mejor que pude, y enseguida informaba también a Richard.
−“Por supuesto, Nike, tenía que
venir a ver cómo estaba tu compañero. Recuerda que lo conocí el día que os
visité en vuestro arrabal. Por cierto, recuerdos de mi mujer y de mi padre. Espero volver con
buenas noticias.”
Apenas informados, se sentaron, y entonces apareció James. Un breve rato
de conversación y nos habló a todos.
−“No es momento –dijo- de respetar
unos códigos que ni siquiera conozco. Pero esta noche y las siguientes en
vuestro arrabal, todo os lo recordará y pasaréis los días llorando. Mi casa, en
cambio, no os traerá recuerdos y se halla más cerca del hospital. Pero he de
decir algo más. Bruce ha sufrido un infarto. Gracias a Dios, todo parece haber
ido bien, y cuando podáis, querréis visitarlo. Pero en estos momentos, la
higiene es fundamental. En mi casa podéis no sólo dormir estos días, sino
ducharos todos a fondo, y si dais un paso más, incluso estrenar ropa limpia y
nueva.”
Supimos que tenía razón, pero en cuanto a la ropa nueva… estuvimos de
acuerdo en usarla mientras Bruce siguiera en el hospital, pero después se la
devolveríamos.
Pero antes de irnos, debíamos resolver una pequeña cuestión. Todos
queríamos verlo, y decidimos, además, pasar cada uno una noche con él, a partir
del día siguiente, en que suponíamos que sería trasladado a una habitación. Mas
Lucy argumentó entonces con razón que los horarios de visita coincidían con sus
horas de trabajo.
No creáis que nuestro orden cronológico es categórico. Sólo en casos
apurados como un infarto en que todos queremos pasar la noche con Bruce somos
algo más rígidos, pero siempre se admiten excepciones. Acordamos que Lucy pasara
la noche del domingo en el hospital, la señora Oakes el lunes, Olivia el
martes, John el miércoles, Luke el jueves y a mí finalmente me correspondería
el viernes 7. Por mi parte, seguramente os nombre siempre a Lucy antes que a
Luke, como corresponde al orden cronológico general. Pero yo me enamoré primero
de Luke y después de Lucy, y si lo nombro a él antes que a ella alguna vez, no
me equivoco, pues estaré respetando el orden cronológico particular. Y así,
como veis, sea como sea, acierto.
La casa de James, que ya conocía, era espaciosa e iluminada y la tenía
realmente limpia y ordenada. Poseía dos habitaciones con dos camas y una de una
sola cama que raramente se usó como habitación de invitados y había sido
también la habitación de Luke. Después de una pequeña discusión conmigo, él
quería dormir allí, me correspondió dormir en el sofá, con la cuna de Paul a mi
lado. En la habitación pequeña dormirían cada noche los dos miembros del tres a
quienes correspondiera, esa noche Lucy y Luke: Y al día siguiente, como Lucy
pasaría la noche en el hospital y nos tocaba a Luke y a mí, cuidaríamos de Paul
al mismo tiempo. En otra habitación dormirían la señora Oakes y Olivia y en la
tercera James y John.
Pero Paul no estaba acostumbrado a dormir entre cuatro paredes y le
costaba trabajo conciliar el sueño. A las 2 estaba intentando adormilarlo
cuando vi que James Prancitt se levantaba. Luego supe que era costumbre suya
levantarse de madrugada a comer algo. Viéndome despierto, vino hacia mí.
−“Nike –me dijo-, ya que te veo
despierto, quería hablar contigo o con Lucy a solas. Verás, seguramente tenías
razón cuando me dijiste que mi hermano quería demostrarme su independencia.
Luke me quiere y sabe que hace poco más de un año tuvo mi respeto cuando me
dijo que iba a vivir en la calle y hace un mes cuando me dijo que iba a vivir
con una mujer y con un hombre y que iba a tener dos hijos…”
−“¿Qué te preocupa, James?”
−“Primero déjame asegurarte que a
Lucy y a ti os quiero mucho y que me gustaría ser, más que familia, un
verdadero amigo. Verás –suspiró-, por lo que he entendido de vuestro tres, uno
de vosotros duerme siempre solo, cuidando de Paul. Ahora es un hijo; dentro de
poco podrían ser dos. Y yo tengo un hogar. Lucy y Olivia también tienen una
llave. Le haré más copias a la señora Oakes, a John, a Bruce, que sin duda
mejorará, y a Miguel cuando regrese. A quien le toque cada noche dormir solo
cuidando a Paul, en vez de en una tienda pequeña en la intemperie, podría
venirse a mi casa a dormir. No está muy lejos y da igual si estoy en casa o no.
Abrid y entrad. ¿Te parece una locura lo que te estoy contando, Nike?”
−“No, James. Me parece muy
razonable. Nosotros sí, pero nuestros hijos no deberían dormir en la calle.
Pueden estar en el Arrabal todo el día, pero después venirse a dormir aquí.
Lucy, Luke y yo somos responsables de no haberlo hablado todavía, pero estaba
claro que debíamos hablarlo. Lo comentaré con ellos, pero al menos ya sabes que
uno de los tres está de acuerdo. Gracias, James.”
Había dormido muy poco cuando James me despertó. El desayuno estaba
listo y lo tomamos todos juntos. Tenía a John enfrente y se me ocurrió una
idea. Pero me la guardé. Era domingo y tocaba de nuevo salir con Luke, mi
compañero. Fue un día con poca fortuna, pero sabíamos que volveríamos a dormir
en casa de James y que habría comida. Nos pasamos el día hablando de Bruce, y
antes de ir a las 7 al hospital, le comenté lo que me había sugerido su
hermano.
−“Está bien, Nike. Sé que tiene
razón. Me gustaría demostrarle que soy capaz de llevar mi vida sin su ayuda,
pero nos quiere. En todo lo que he vivido este año puede haber gran parte de
locura, pero bien vivido está, aunque me hace falta un poco de su cordura. Es
mi hermano y lo quiero y transigiré. Lo hablaremos con Lucy, pero creo que
estaremos todos de acuerdo con James.”
En el hospital volvimos a vernos todos. Bruce dormía y no había hablado
aún, pero respiraba con calma. Pasadas dos horas, Lucy sugirió que nos fuéramos
ya, que ella pasaría la noche con él. Con Paul en mis brazos, regresamos a casa
de James.
Esa noche la pasaba con Luke, cuidando ambos de Paul. Pero fueron sólo
besos y abrazos y poco más, no porque estuviéramos en casa de James, sino
porque todo era hablar de Bruce, de las vivencias que con él habíamos tenido.
Luke me confesó que la noche anterior con Lucy había sido semejante.
−“Esta fue, en los últimos años, mi
habitación. Y en una de las últimas ocasiones que entré aquí –me dijo con
furia- fue para recoger ropa, pegatinas, libros o panfletos, o cualquier cosa
de aquella época calva y oscura. En la chimenea de la cocina lo quemé todo.”
Entendía lo que sentía y no hice comentarios.
Lucy llegó a las 6 de la mañana. Nos despertamos para hablar con ella
antes de que Luke y yo marcháramos a la Thuban, ambos para trabajar. Le
comentamos a Lucy lo que nos había propuesto James y ella también estuvo de
acuerdo, y desde entonces uno de los tres dormía allí y hacía compañía a James.
Sólo entonces Lucy nos comentó que Bruce por fin había hablado. Fue sobre las 2
de la mañana. Reconoció dónde estaba y con quién. Lucy estaba entonces
despierta.
−“Lucy –dijo con dificultad. Apenas
podía hablar pero la miró con cariño-, gracias por…”
−“No te canses, Bruce. Es un placer
estar aquí contigo.”
Pareció dormir pero al cabo de diez minutos, habló de nuevo.
−“No habría sido un buen hombre para
ti. Nunca hemos hablado de esto, pero tras lo que me acaba de pasar, siento que
vuelvo a la vida, y que hay temas que es importante no dejar de tocarlos. Era
el destino. Yo no debía corresponderte para que un día conocieras a Luke y a
Nike, dos hombres magníficos, y formaras con ellos una familia estremecedora.”
Lucy rompió entonces a llorar pero se sobrepuso. Era muy importante
responderle.
−“Querido Bruce. Sólo me demuestras
con tus palabras que mi corazón fue muy inteligente enamorándose de ti y no fue
un sufrimiento porque te veía cada día y tenía tu amistad. Es un placer haberte
amado. Recupérate, querido compañero. Tienes que estar con nosotros cada día y
vivir muchos años.”
Nos contó cómo Bruce sentía que era esto lo que tenía que pasarle y que
ya estaba a salvo y nos dijo que él nos explicaría por qué, pero que ya no
temía a la muerte.
Todos nuestros compañeros nos fueron contando algo. Enorme Bruce. Sabía
qué palabras dirigirnos a cada uno.
Terminado aquel café con nuestra mujer, Luke y yo salimos demasiado
temprano. Por más que lo intentara, no podría referiros qué extraño era caminar
con Luke hacia Avalon Road. Él me comentaba que quería llegar temprano para que
Richard le fuera explicando dónde estaba cada cosa, los precios o el
funcionamiento de la máquina de café y cómo se llamaba todo el mundo. Y más que
andar, corríamos. Nos habíamos duchado los dos a fondo en casa de James porque
Luke aún no tenía una llave de las duchas. El Mendigo Sucio de su historia
ahora era el mendigo limpio. Pero era el mismo Luke de siempre.
Llegados a la Thuban, ambos nos detuvimos ante la vidriera para
contemplar a Cástor y Pólux, absortos ante la idea de que ahora fuésemos seis,
y deseando volver a estar los ocho juntos. Richard ya estaba en el bar. Acogió
a su nuevo camarero con una gran sonrisa. Sin que nadie hubiera llegado aún, le
fue explicando a Luke todo lo que tenía que aprender, y de paso a mí, que
prestaba mucha atención, y quería saberlo todo para cuando un día trabajara
también en el piso de abajo. Y como no había nadie todavía, me atreví incluso a
entrar en la barra y prepararme un café. No era como el que Richard me
preparaba cada mañana pero se bebía bastante bien. Paciencia: ya iría aprendiendo.
−“Cuídamelo bien, Richard.” –le dije
cuando subí a hacer el que todavía era mi trabajo.
Logré concentrarme a fondo en mis tareas cotidianas, consiguiendo que mi
mente no se desviara, sabiendo que la recompensa sería bajar al bar y ver a
Luke allí. Cuando bajé había poca gente y pude saludarlo con un “Hola, amor
mío”, aunque él y yo habíamos quedado en que para todo el mundo éramos sólo
amigos. Ya todos empezaban a verme como
el mendigo que lo había dejado todo, y para ellos Luke era un compañero a quien
con la aquiescencia de Richard y Samuel Weissmann había conseguido enchufar en
el bar.
−“Ponme un café. Luke. Seguro que
tendrá mejor sabor que el que me he preparado antes.”
−“Es un camarero excelente, Nike –me
dijo Richard-. No le tengo que enseñar casi nada. Y se nota bastante que tiene
cierta experiencia. Sólo un pequeño altercado con Walter Hope, a quien no
parecía gustarle su whisky y Luke tuvo que ponerle otro. Y, por si fuera poco,
es estupendo como persona.”
−“Vas a conseguir que me ruborice,
Richard.”
Se notaba el buen humor entre ambos. Yo iba a decir algo pero en ese
momento llegó Samuel Weissmann. Tras saludarnos a todos, le pidió un café a
Luke y dijo:
−“Luke, eres una excelente
adquisición para la Thuban. Espero que Richard esté de acuerdo. Toma las llaves
de las duchas.”
Richard respondió que estaba muy contento con su nuevo camarero. Y al
llamarle a su jefe señor Weissmann, éste objetó.
−“Llámame Samuel, Richard. Los
amigos de Luke y de Nike deberían todos llamarme así.
Pero Samuel aún tenía algo que decir, tras preguntarnos cómo estaba
Bruce.
−“No he querido ir todavía. Él
apenas me conoce y he supuesto que no está para muchas visitas, pero por
supuesto a un amigo de Luke y de Nike lo tengo que visitar e interesarme por
él.”
Le respondimos que todos los días íbamos al hospital a las 7, que podría
ir entonces. Luke, como nuestra mujer, estaban entonces a prueba y tenían
horarios reducidos. A las 12 se fue y como era día impar, marchaba a la calle.
Por mi parte, al agotar mi jornada de trabajo, marché a casa de James a cuidar
de Paul. La tarde se me hizo corta porque enseguida llegó John. Nos sentamos a
tomar un café y le dije:
−“No te veo feliz, John. ¿Qué te
pasa?”
−“Sabes que ayer Anne-Marie me llevó
una carta de Miguel al hospital. Su padre falleció el 30 de noviembre, y parece
ser que su tío Mark, su hermano gemelo falleció dos horas antes. Al final
nacieron y murieron el mismo día. Miguel se queda un tiempo más acompañando a
su madre, que está delicada. Es duro no poder acompañarlo con mi amor en estos
momentos tan difíciles. Pero quizá nuestra historia de amor esté acabando. Al
menos me ha durado más que Mthandeni.”
−“¿Mthandeni?”
−“Mi primer amor, cuando éramos
adolescentes. Vivimos dos años en Maseru. Te pude hablar de él aquella noche
que le quise contar tantas cosas a mi entonces compañero de la Thuban Star.”
−“Lo siento, John. Ya sabes que por
entonces yo sólo era un imbécil. Pero ahora contarías con mi respeto. De todos
modos, te propongo una cosa. Mañana es
día par. No será la primera vez que esté en la calle solo. Pero ahora que tú lo
estás también, podríamos ir juntos los días pares. Mira, al terminar el trabajo
puedo acudir a donde me digas a reunirme contigo y me hablas de Mthandeni y de
Miguel.”
Le pareció buena idea y quedamos que cuando terminara el trabajo me
reuniera con él en St Mary.
Pero a las 7 nos marchamos al Philip Rage. Al ver allí a Samuel le
presenté a todo el mundo menos a Lucy, que estaba trabajando. Tuvo palabras
adecuadas para todos. Al saludar a John, le dijo:
−“Tenía ganas de conocerlo hace
años, señor Richmonds. Su historia se comenta aún en la Thuban de manera
legendaria. Es un placer conocerle.”
−“Igualmente, señor Weissmann.”
−“Samuel, por favor.”
−“Samuel, supongo que sabrás que soy
sobrino de Harold Blessing. No creo que él te hable mucho de mí y si lo hiciera
sería para maldecirme.”
−“No –quizá quería añadir algo más,
pero no lo hizo-, pero si te digo la verdad, él y yo no hablamos mucho. Ignoro
muchas cosas también de él.”
La señora Oakes, que se encontraba en la habitación 411, donde estaba
Bruce, invitó a Samuel a pasar, diciéndole que Bruce estaba despierto y al
saber de su visita había querido verle.
Estuvo media hora dentro y al salir me dijo que me invitaba a un café.
Ya en la cafetería me comentó.
−“Norman Wrathfall y Walter Hope...
Me ha contado que puesto que lo sorprendí en el funeral de su abuelo, me iba a
contar una verdad que sólo sabéis la señora Oakes y tú. Me he estremecido al
saber la vida que lleva y la que podría haber llevado, como el arrogante de su
hermano.”
−“¿Tampoco lo quieres mucho?”
−“Ahora comprendo que he sido un
imbécil, Nike. He malgastado mi vida rodeado de Harold Blessings y Norman
Wrathfalls y he descuidado a sus fructíferos retoños John Richmonds y Bruce o a
gente como Luke y tú, que tenéis cosas que enseñarme.”
−“¿Realmente crees que tenemos cosas
que enseñarte?”
−“Nike, no ha llegado el momento de
que te cuente mi conversación con tu amor y compañero Luke. Pero supe que
gentes como él quiero que me acompañen en la vida. O gentes como tú. Todavía sé
poco de ti. Voy a sacar horas para conocerte, para conoceros a todos mejor. Por
eso necesito tu permiso para ir a vuestro arrabal cuando estéis de vuelta.”
−“Sabes que puedes venir a vernos
cuando quieras, Sam.”
−“Y otra cosa más. La señora Oakes
me ha impresionado bastante. Hemos hablado poco, pero parece saber que voy a
ser un amigo ya constante. Fíjate, Nike, todavía siento escalofríos. Y tu
compañera Olivia es realmente guapa. Aún no conozco a tu mujer, pero si se
parece a su madre, debe ser extraordinaria. Dale recuerdos a Lucy de mi parte.”
Volvimos con nuestros compañeros. Samuel estuvo con nosotros media hora
más. A partir de ese día fueron constantes las visitas de Anne-Marie, Richard,
Samuel y James. Los demás entrábamos los seis y hablábamos algo con Bruce, que
se alegraba bastante de vernos a todos, y nosotros de su buen aspecto. No
queríamos cansarlo. La señora Oakes se quedó con él y los demás marchamos de
vuelta a Knightsbridge Street.
Cuando al fin llegó Lucy, se fue a hablar con Luke y con James, que
volvían a dialogar cada día un rato como buenos hermanos. Yo tenía mucha
curiosidad por saber cómo le había ido en su primer día de trabajo, pero
esperé, porque sabía que esa noche dormiría conmigo y me lo contaría. Y en
efecto, ya en la cama me decía.
−“No podía nombrarte, corazón mío.
La señora Cohen no me entendería –y al asegurarle que estaba de acuerdo y que
debería seguir siendo así, continuó-. No ha sido un día muy concurrido para
estar ya en la campaña de navidad, y la señora Cohen está satisfecha. Hemos
tenido incluso tiempo libre para charlar. En cierto modo se siente como una
madre que quiere protegerme y tiene mucha curiosidad. Es sano interés por mí,
no es una mujer cotilla. Sabe ya que nací en la calle y que he pasado toda la
vida aquí. Pero no puedo contarle toda la verdad. Así que le he dicho que
conocí a Luke Prancitt, que me enamoré y casé con él, que hemos tenido un hijo
y que él es camarero y que mientras no podamos permitirnos comprar una casa,
vivimos en casa de su hermano en Knightsbridge Street.”
Asentí a todo lo que me dijo y quise conocer a Amanda Cohen, pero
entendí que podía traicionar mi amor por Lucy y que de momento era mejor dejar
las cosas como estaban. Con ella, como el día anterior con él, fue una noche
plácida que pasamos hablando de nosotros y de Bruce. En nuestro arrabal fuimos
fuego, aquí éramos llama, pero qué belleza arder en la misma luz.
La noche pasó breve como el tiempo de una constelación del sur. En el
desayuno hablamos de nuevo James y yo. Con él fui conociendo anécdotas del niño
Luke y le prometí a James que sacaría tiempo, ahora que estábamos en su casa,
para contarle el cuento de su hermano. Él fue la segunda persona tras Lucy y
después, aún en Knightsbridge Street, a Olivia. Antes que nadie, deberían
conocerla los miembros de mi familia.
Nada que contaros de aquella mañana. Pasado ese tiempo, me reuní con
John en St Mary. Quería que me hablara de Mthandeni y de Miguel. Pero antes que
nada me preguntó:
−“Nike, ¿eres feliz?”
−“Tendría que preguntarte a ti,
John. En tus ojos tienes mi respuesta.”
−“Entonces lo eres.” –dijo sonriente
−“La vida te pone a veces en caminos
insospechados, y una luz al fondo te indica que justo esa, y no otra, es tu
verdadera senda. Pero, John, creí que íbamos a hablar de Mthandeni o de Miguel.
No quiero que sea de nuevo un monólogo sobre mi vida y si hace años no te
escuché, hoy estoy dispuesto a hacerlo.”
−“Nike, podemos hablar incluso de lo
que nos pasa ahora. Esta mañana, por ejemplo, se me ha caído otro diente.”
−“Deberías mirarte la dentadura.”
−“Quiero ser como ellos, Nike, y no
caer en la Tentación. Si les pasara lo mismo, tendrían que continuar
desdentados. Es difícil vivir a su lado y tener aún tanto dinero. Eso te pasa
también, ¿no?”
−“El maldito dinero, sí, sólo
contigo me atrevo a tocar esta conversación. John, todos sabéis que he estado
recientemente en mi país, pero ninguno sabéis para qué. Quisiera contártelo.
Pero, por favor, cuando acabe, hablemos de ti.”
Estuvo de acuerdo y pasé a hablarle del verdadero negocio que me había
llevado a Siddeley Priory y a dejar mis propiedades.
−“Fuera de las fotografías de mis
padres y de la ropa que me cubría –concluí- no me llevé nada más de Siddeley
Priory. Y sin embargo, temo deshacerme aún de lo que me queda.”
−“O usarlo. Sí, Nike, es muy natural
en nuestras circunstancias. Date tiempo.”
−“Háblame de Mthandeni.” –le dije
para cambiar de conversación.
−“Mi camino, Nike, ha estado lleno
de retos. Mi segundo amor ha sido un mendigo. En cuanto al primero… sólo a mí
se me ocurre enamorarme de un negro en la Sudáfrica del Apartheid.”
Me fue contando la historia que ya sabéis. La huída a Lesotho, dos años
de dos adolescentes en Maseru trabajando de lo que podían y como nubarrón en el
cielo de aquel idilio, su tío Harold que lo encuentra, lo “rescata” y lo trae a
este país.
−“Al menos me dejó escribirle una
nota donde le explicaba lo que me había pasado. Desde entonces, aunque ya no lo
amo, no hay día en que no piense en él, cómo habrá vivido o sobrevivido en un
país racista, si se fue a otro lugar, si ha rehecho su vida con otra pareja, si
aún me recuerda…”
Justo entonces comenzó a llorar. Y como no supe qué decirle, lo abracé,
mientras nos iba lloviendo alguna moneda. En St Mary la sequía suele ser mayor
que en la Basílica, pero esa tarde tuvimos buen riego, sin llegar a ser
diluvio.
−“John. Vendré contigo también el
jueves. Entonces me puedes hablar de Miguel. Esta tarde dedícasela a tu primer
amor. Pero de Miguel… una pregunta que casi no me atrevo a hacerte. Ayer me
hablaste de él como si fuera una historia pasada…”
−“No, Nike. Lo sigo amando. Son los
malditos celos. Algo me dice que Miguel sigue pensando en mí, que en estos
momentos, más que nunca, le hago muchísima falta. Los celos te hacen ser
injusto. Sé que no siente amor por su prima Brenda Dolores. Nada en sus cartas
me lo indica. Pero un hombre celoso como yo es así. Lo mismo el jueves te digo
lo contrario.”
La tarde fue pasando y no sé si consiguieron reconfortarlo mis oídos,
mis palabras o mis abrazos, pero tras una buena jornada nos recogimos a casa,
quiero decir a la casa de James.
He debatido conmigo mismo largo tiempo si debo contaros algo de las
conversaciones de todos con Bruce, pero al final he decidido que sí, porque no
son un secreto. No sólo todos me iban refiriendo lo que habían hablado con él
sino que mi propio compañero me lo contó cuando al fin llegó el viernes y pasé
la noche a su lado. Os las quiero contar para que conozcáis un poco mejor al
hombre que os visita con frecuencia.
El lunes por la noche, la señora Oakes se había quedado adormilada
cuando Bruce la sacó de su sueño.
−“Maddie –y al notarla despierta
continuó-… ya sabes que fueron las últimas palabras de mi padre. Joe cometió un
gran error, tiró su vida al no casarse contigo.”
−“Querido Bruce, no digas eso.”
−“Siempre he querido con pasión a mi
madre, pero tú habrías sido estupenda también.”
−“No habrías sido el mismo, el
compañero Bruce al que tanto he querido.”
−“No soy muy guapo ni muy
inteligente, a no ser que se me haya pegado algo de mi segunda “madre”.”
−“No estoy muy segura de eso, Bruce.
Y como a un hijo te he querido siempre.”
−“Olvida el Vaticinio, compañera. No
sufras más por él. Esta es la prueba por la que tenía que pasar. Sé que ahora
me quedan años por vivir.”
El martes por la noche sorprendería a Olivia cuando ésta se distraía
mirando por la ventana.
−“Todo ha sido para bien. No te
habría hecho feliz. No lo hemos hablado nunca, Olivia, pero es importante
volver a la vida para darte las gracias porque siempre me has querido.”
−“Perdóname, Bruce, por no haberte
correspondido.”-dijo entre sollozos.
−“Siempre he gozado de tu amistad.
He sido y soy muy feliz, Olivia. Y tú también lo eres. Lo verás un día cuando
reflexiones. Con “el lobo” de tu marido habrías tenido de todo menos felicidad.
Tu familia ha sido tu hija y mira ahora la familia que tienes: dos hombres
estupendos en los que apoyarte y dos nietos a los que cuidar.”
−“¿Dos?”
Pero en lugar de responderle, le hizo un guiño y dijo.
−“Por cierto, Kirsten me envía
saludos para ti y el encargo de que te diga que pronto estará otra vez a tu
lado.”
Olivia se descompuso entonces en torrentes, se fue hacia Bruce y pasaron
minutos abrazados.
El jueves volvería a la calle con John y ahora sí me habló de Miguel, de
sus crisis y de su amor inquebrantable. A su lado el hambre era pasillos de luz
y el frío música. Conocí gran parte de su historia, y en días sucesivos me lo
fue contando todo. Ese día también me comentaría parte de lo que habló con
Bruce.
−“John –me contaría- siempre has
sido un compañero 10. No sé si has notado mi aliento o te he decepcionado.”
−“¿Decepcionado? Me volviste a la
vida, compañero. No sé si recuerdas mi primera conversación contigo, aquella
mañana del 26 de enero en que me mostrabas tu respeto. Fuera del propio Miguel,
ningún hombre hasta entonces me lo había demostrado.”
−“Por aquel entonces Miguel y yo
comenzábamos a salir de un tiempo de celos absurdos. Pero en su rostro vi que
te quiere –e insistió-. Te quiere, John. Volverá.”
Esa noche le tocaba a Luke pasarla en el hospital. Los días pasaban
tranquilos para mi mujer y mi marido en sus puestos de trabajo. Tanto Amanda
Cohen como Richard se estaban mostrando como jefes comprensivos y cariñosos.
Pero para hacerles justicia, no hay que olvidar que Lucy y Luke se lo estaban
mereciendo.
El viernes me tocaba al fin pasar la noche con Bruce. Pero antes de
entrar a su habitación, Luke me referiría cómo había pasado la noche con él.
−“Luke -dijo Bruce-, ¿cómo están
Lucy y Nike?”
−“Se supone, compañero, que soy yo
el que ha venido a cuidarte y a preguntarte cómo estás tú.”
−“Voy a salir de esta, Luke. Y ten
fe. Nada irremediable me ha pasado y a ti tampoco te va a pasar nada.”
−“Ya tendré tiempo de pensar en la
segunda parte del Vaticinio. Ahora te aseguro que mi preocupación eres tú.”
−“Ahora siento lo que siente tu
mujer. Tendrás tiempo de ver cómo se forma tu familia, de educar a tus hijos,
de verlos crecer y de quererlos. Sé que voy a vivir. Ahora quisiera solamente
poder transmitirte la misma seguridad. Y no te vas a ir. Ni Lucy ni Nike van a
consentirlo.”
−“Si me tiene que llegar, me
llegará. Todos tenemos que irnos antes o después. No es a eso a lo que más
temo.”
−“Olvida tu pasado, compañero. Ya no
cometerás los mismos errores. Eso te preocupa, ¿no?”
−“Es un infierno pensar que pueda
volver el hijo de puta Luke, o que puedan cometer el mismo error mis hijos.”
−“Tus hijos contarán con la guía de
tres corazones magníficos y no se equivocarán. Y tu tampoco. Todos los que
hemos tenido la suerte de conocerte lo sabemos. Ya es hora de que confíes en
ti. Ah, y lo sé. Pronto vuestro tres será cinco. Y habla también con tu
hermano. Otro corazón sencillo que nos quiere a todos. Si vuelves a dudar de ti
mismo, habla con él.”
Pero finalmente me llegó el turno de pasar la noche con él. Bruce era un paciente tranquilo y
sobrellevaba bien no haberse levantado aún de la cama excepto para acudir al
servicio, lo que hacía con mucha dificultad. Y los médicos, se quejaba, le
habían prohibido fumar. Y lo consiguió durante casi un año. O al menos nadie lo
vio encenderse un pitillo. Pero al siguiente noviembre vi que caía otra vez,
mas nadie le hizo ningún comentario. Es así como en sus frecuentes paseos a
Deanforest lo habéis visto fumar siempre. Notaba también algo diferente en él,
hasta que me dijo que las enfermeras habían querido lavarlo, a lo que él se
opuso, y aunque le llevó una hora consiguió lavarse a fondo y ahora iba a
hacerlo cada semana. De hecho se acababa de duchar. Así que por motivos
diferentes, no hubo mendigos sucios ese diciembre.
Estaba distraído leyendo una revista que andaba por ahí, cuando me
sobresaltó su voz:
−“Nike –me dijo-, no temas por Luke.
Nada le va a pasar.”
−“En estos momentos –le respondí
como Luke- mi única preocupación eres tú.”
−“No sé cuánto tiempo estaré en esta
cama. Pero sobreviviré. Lo sé. He visto la luz.”
−“¿La luz?
−“La luz al final del túnel. Se lo
he comentado a algún médico, y me ha dicho que es bastante corriente que le
cuenten eso. No soy el único, ya ves. Pero todos esos pacientes se han vuelto a
sus casas curados. ¿Quieres que te lo cuente?”
−“Soy un escéptico, Bruce. Pero
claro que quiero escucharte.”
−“Hombres más escépticos han pasado
por lo mismo, me cuentan, y salen transformados.”
Y la historia que empezó a contarme no cambiaría mis creencias, si tenía
alguna, pero la escuché en respetuoso silencio y envidié la calma que permeaba
todo el relato.
−“Todo empezó en el quirófano. Yo no
fui consciente de nada hasta que oí a los cirujanos decir “lo hemos perdido”.
Supongo que entonces supe que estaba muerto, pero observaba cómo intentaban
reanimarme. Y es curioso que teniendo conciencia de que el muerto era yo, lo
observara todo como quien ve una película, con una tremenda serenidad. Me vi a
mí mismo con el pecho abierto y miraba interesado. Y de repente comencé a
elevarme. Lo observaba todo desde arriba, me había desdoblado. Fueron unos
minutos en que en la Tierra habría sentido vértigo. De repente, ya no estaba en
el quirófano. Observaba el exterior del hospital. Seguía subiendo y contemplé
esta habitación en la que ahora estoy como si algo me dijera que había de ser
mi próxima morada. Es curioso lo vívido que es el recuerdo y como se repara en
detalles sin importancia. Tres habitaciones por encima de esta, supongo que la
711, había un chicle pegado a la ventana.”
Su relato continuó, pero he de decir que en mi descreimiento vital, me
inquietaba ese detalle nimio y sin importancia. Sabía bien que Bruce no había
abandonado su habitación y no podía haberlo visto en persona. Al final, esa
misma noche, tuve que subir a la habitación 711. Tuve suerte y no había nadie
en ese momento. Sus ocupantes estarían en el servicio o paseando. Sólo entré un
segundo. Lo bastante para ver que efectivamente había un viejo chicle, pegajoso
y de color indeterminado, pegado en el cristal. Pero ¿es que nadie había
limpiado esa ventana? O sencillamente estaba allí para que Bruce lo observara y
yo lo viera después.
−“A continuación, me encontré
paseando, yo diría levitando, por un pasillo con luz tenue en el que se
percibía una gran claridad al fondo.”
Bruce recordaba una nebulosa oscura. La luz, amortiguada, no era
siniestra. Pero eran rayos esplendentes al final del túnel.
−“Les he preguntado a los médicos.
En realidad sólo estuve muerto menos de un minuto, pero la percepción del
tiempo varía en este túnel. Yo diría que lo recorrí en lo que aquí diríamos
unos diez minutos, cada vez más cerca de la gran abertura de luz que se notaba
al fondo. No te podría describir cómo es esa luz, es un derroche de claridad
blanca, de un blanco que no he visto nunca, es un sosiego que aniquila los
últimos temores. Pero justo antes de llegar comencé a ver imágenes de la
película de mi vida. Eran fotogramas, y no siempre lo más importante. Con mi
padre cortando un tronco para encender una hoguera una noche de un fin de
semana que fuimos de camping, mi madre leyéndome el cuento del gato con botas
–me encantaba ese cuento-, e incluso estabas tú, Nike, conmigo nadando en el
interior del lago. Percibía unas siluetas mientras caminaba por el pasillo, que
se hicieron nítidas cuando al fin llegué a lo que aquí llamaríamos puerta. Allí
estaban dos amigos que perdí en la infancia; mis padres que me sonreían
invitándome a reunirnos todos de nuevo algún día; todos mis abuelos, los
cuatro, Nike, incluso el viejo Norman que al fin me reconocía y me miraba con
una ternura infinita. Vi también a una mujer rubia, joven, hermosa, a la que no
había visto nunca y que, sin embargo, reconocí enseguida: Kirsten Rivers, que
me encargaba que le diera besos a su hermana y pasara más horas con ella.
Durante un segundo me pregunté cómo iba a hacerlo si yo estaba muerto, ¿no? Fue
entonces cuando la vi, Miranda Sullivan, más hermosa que nunca, que me decía
con ternura que diera la vuelta, que no había llegado mi hora. Y ya no recuerdo
nada hasta que desperté en esta cama varias horas después.”
−“Es muy hermoso, Bruce. Estoy
emocionado.”
−“Nike, yo no sé si he visto una
realidad a la que todos iremos cuando nos llegue la hora, o es todo una ilusión
de una mente ya moribunda. Pero me da igual. Otra vida o el final de todo, la
muerte es paz, luz blanca, sosiego, claridad. Ya no le temo a la muerte. Y de
algún modo siento que aún me queda mucho tiempo.”
−“Amén, Bruce, que estés con
nosotros muchos años, querido amigo. Yo no sé en qué creer, pero en estos
momentos te juro que tu experiencia me ha transmitido calma, paz, claridad…”
Claridad. Igual que a él, una luz potente me inundó. Fuera que pasara a
otra vida, fuera producto de mi imaginación, supe que el señor Siddeley ya no
tenía razón de ser. Quería que si en algún momento me llegaba la muerte, poder
decir que había vivido. Recordaba las últimas tentaciones de quedarme
cómodamente en Siddeley Priory. Si lo hubiera hecho, no habría podido usar mi
Chevrolet para llevar a Bruce al hospital y los segundos en su caso fueron
vitales. Algún día me enteraría de su muerte y yo volvería a fallecer por
dentro. Ahora, camino de no tener nada, tenía libertad, belleza, felicidad,
amistad y amor, desde entonces mis cinco palabras sagradas. El mendigo de dos
meses estaba a gusto en sus harapos. Ya no necesitaba nada más.
Al día siguiente, por la mañana, antes de andar las calles de nuevo con
Lucy, fui a Deanforest a entrevistarme con Agnes Moore. Le dije que el lunes
hablaría con la señorita Beaulière para que siguiera trabajando en su casa.
Agnes me entendía a medias y me miraba, me iba acostumbrando, con ojos que
parecían decir que me iba a arrepentir. Quedé con ella el lunes a las 4 en
reunirnos con la señorita Beaulière. Anne-Marie necesitaba una criada y fue
fácil convencerla. Todavía Agnes trabaja en su casa y de tanto en tanto
pregunto por ella.
Fue más difícil hacer que Anne-Marie no me hiciera reproches por lo que
planeaba hacer, pero ya se había acostumbrado a creer que yo era tan testarudo
como lo fue John en su día y sabía que serían inútiles sus palabras. Al final
me abrazó, diciéndome que hiciera lo que hiciera con mi vida, me querría
siempre.
También el lunes 10 coincidí en el bar con Samuel, al que le pedí que me
recomendara un abogado. Le conté para qué.
−“No te voy a decir nada, Nike,
porque sé que sabes muy bien adónde vas, con quién y para qué. Y es tu vida,
además, que yo respeto.”
Me habló de Aubrey, Fielding & McDawn en Longborough Street. El
bufete de abogados de Miguel, sonreí. Pero tuvimos tiempo de que Samuel me
contara algo más. Su hija Susan acababa de sufrir un accidente de coche.
Afortunadamente ella estaba bien, pero su coche estaba destrozado. Pasado el
susto, pensaba en comprarse otro.
−“Samuel. Me pienso quedar con el
Chevrolet. Como ya ha pasado, nos puede ser útil en el futuro. Pero voy a
vender el Daimler y el Mercedes. Si tu hija quiere uno, es suyo.”
Al final fue para Susan Weissmann el Mercedes. Para no cansaros, deciros
que el Daimler se lo vendí a finales de enero a nuestro empleado Jordan Strand.
Uno de los días pares que fui a la calle con John, quedé con él bastante
tarde, porque quería entrevistarme con el señor Aubrey. Le dije lo que quería
hacer. Él creía que estaba hablando con un brillante financiero y fue bastante
difícil en aquella primera entrevista convencerlo de que lo que de verdad
deseaba era deshacerme de Deanforest. Pero al final quedamos en que el jueves
13 me entrevistaría con un notario, el señor Alexander Pierce, para que pudiera
legaros la propiedad de Deanforest. Y asignaros un sueldo mensual de 3.000 dains, porque afortunadamente caí a tiempo
en lo costoso que os sería mantener la casa. Todo se llevó a cabo como yo
deseaba y el viernes 14 fue enviada una carta a Orleáns citándoos.
−Hablaremos de todo. Eso te dije el
primer día, Protch. Y también que podía llevarme hablando toda una mañana y no
me habría sabido explicar. No sé si ahora me entenderéis.
−Nike –me dijo Maudie- primero sobre
aquella carta. Nosotros la recibimos el día 18. Nos citaban en un número de
Longborough Street, en Hazington, para el viernes 21 a las 9 de la mañana. Se nos
indicaba que se nos hablaría de un negocio ventajoso, pero Herbert y yo le
estuvimos dando vueltas y creímos, en nuestra catástrofe financiera de
entonces, que serían nuevas deudas. Estábamos muy lejos de imaginar de qué se
trataba cuando nos entrevistamos con el señor Morgan Fielding. Permanecimos en
casa de Richard hasta que el día 30 Deanforest pasó a nuestras manos.
−Lo sé, Maudie. Tuve que vencer la
tentación de correr a casa de Richard a abrazaros. Entendedme. Temía una
reacción similar a la de mis criados en agosto o a la de los criados de
Siddeley Priory un mes antes. Todos estos años le he estado dando vueltas a qué
enorme felicidad sería reencontraros y conversar con dos viejos amigos, pero
nunca me decidía porque siempre temí que para vosotros volviera a ser el señor
Siddeley.
−Para nosotros se convirtió en una
auténtica necesidad saber algo de ti –intervino Protch- y no podíamos imaginar
que supieran tu paradero mi primo Richard, tu compañero Bruce, con el que tan
frecuentemente charlábamos o Edmund Siddeley, al que visitamos desesperados por
saber de ti. Pero, y estas palabras te sonarán, fuera de los retratos de tus
abuelos y la ropa que nos cubría, no nos trajimos nada más de Siddeley Priory.
−Os he visto varias veces. Todavía
acudíais a la Basílica en nuestro año 31. Tú, Protch, me has dado limosna en
dos ocasiones y tu mujer en una. Pero al comprobar que no me reconocíais, no os
decía nada, aunque mi corazón quería rodearos de mis mejores latidos. Era un
continuo debate conmigo mismo, casi diario, pero por Richard y Bruce sabía de
vosotros y ante una necesidad extrema me habría hecho visible antes. Y si os
preguntáis por qué a vosotros, ahora entenderéis quizá el por qué. No sólo eras
el primo de mi amigo Richard, sino que evocando el pasado no hallé más rostros
queridos que los de mis abuelos y los vuestros, que además me queríais y
educabais por nada a cambio, porque económicamente no dependíais de mí. Y al
trasladarme a Hazington, decidisteis acompañarme cuando la Thuban Star era un
negocio dudoso, lejos del boato de Siddeley Priory.
−Ni el señor Siddeley ni el mendigo
Nike. Mi mujer y yo siempre quisimos al niño que fuiste y en estos momentos al
hombre que eres. Y ahora que sabemos de ti, tememos volver a perderte.
−Seguiré viéndoos mientras queráis
que venga. Eso os lo puedo asegurar. ¿Tenéis alguna pregunta que aún quisierais
hacerme sobre Deanforest?
−Ninguna, Nike. Ahora sabemos dónde
has estado todos estos años y por qué a nosotros. Lo demás te lo habrán contado
Richard o Bruce. Nos encontramos con una mansión, demasiado grande para
nosotros, pero no las hemos ido arreglando. Y si, como temes, para los vecinos
de Newchapel sólo hemos sido dos criados súbitamente enriquecidos, hemos de
decirte que sólo queremos tener por vecinos a un tal Nike, a su mujer, su
marido, sus hijos y sus compañeros. Y que todos pueden pasarse por aquí cada
vez que quieran.
Así que el 30 de diciembre Deanforest pasó a vuestras manos. Y ese fue
también el día en que a Bruce lo dieron de alta. Pero antes de volver a nuestro
arrabal, permanecimos un día más en casa de James Prancitt, quien nos convenció
para recibir al año 30 con él. Tuvimos una cena especial para recibir a un año
que ya sabía que iba a vivir con ellos.
Pero aún me queda un incidente que contaros de aquel año 29. El sábado
15 de diciembre fui a la calle con mi mujer. Aunque ella no me decía nada, la
notaba con frecuencia mareada y si le preguntaba sólo me respondía que estaba
bien. Ya en el hospital todos comentaban que justo ese día llevaban un año en
el Arrabal de la Mano Cortada y hablaban con nostalgia de todo lo que habían
vivido allí. De repente Lucy fue al servicio y cuando salió, pálida, nos dijo
que acababa de vomitar.
−“Lucy, cariño –le dije tiernamente.
Luke nos escuchaba-, si es lo que sospecho, estamos en un hospital. No sólo
podrían hacerte la prueba, sino mandarte algo para sobrellevar los mareos.”
Estuvo de acuerdo y conseguimos hallar a una doctora que estuvo viéndola
media hora. Le hizo análisis de orina y de sangre. Luke y yo permanecíamos
nerviosos en la puerta hasta que al final nuestra mujer salió.
−“Estoy embarazada.” –anunció.
El pasillo en el que estábamos se nos volvió luz fecunda, germinación de
tres, felicidad abrumadora. Nos besamos los tres a la vez, luego pareja a
pareja, nos abrazamos, reímos, lloramos, casi saltábamos enloquecidos. Miré a
Luke.
−“Amor mío –le dije-, en el
principio fue tu voluntad y esta concibió que su cuerpo con mi cuerpo hiciera
que nos renováramos los tres con un segundo hijo.”
Casi ebrios, subimos a informar a nuestros compañeros. Al saber que
volvería a ser abuela, Olivia lloraba y no sabía cómo besarnos, abrazarnos o
agradecernos. También informamos a Bruce, quien también reía y nos felicitaba,
diciéndonos.
−“Viviré para veros una familia.
Benditos seáis los tres.”
Ya en enero, y me adelanto algo en la historia, de vuelta todos a la
Mano Cortada, en mi primer invierno en la calle, a partir de entonces frío,
lluvioso y difícilmente soportable, mi mujer, mi marido y yo estábamos a las
puertas de nuestra casa grande y dialogábamos.
−“¿Cómo lo vamos a llamar?”
–preguntó Luke.
−“Debería hablar Nike.” –dijo Lucy.
−“Si es niña –hablé- debería
mantenerse vuestra primera intención. Y además Kirsten me parece un nombre
precioso. Si es niño no lo sé.”
−“Mi madre me habría llamado
Malcolm, si hubiera nacido niño. Pero no sé… no me veo teniendo a Malcolm.”
Tampoco a nosotros nos gustaba. Discutimos brevemente si podíamos
llamarlo Luke o Nicholas, pero los descartamos, y los dos decíamos lo mismo.
Nos gustaba nuestro nombre pero ni él ni yo queríamos que el camino de nuestro
segundo hijo fuera parecido al nuestro. Al final tuve una idea.
−“No sé si os gusta el nombre de
Bruce. Pero si tenemos dudas sobre algo, recurramos a nuestro orden
cronológico. Él es el primero de los cinco hombres.”
A los dos les gustaba la idea y los tres coincidíamos al fin en dos
nombres.
−“Sea así –dijo Lucy-. En unos meses
tendremos aquí a Kirsten o Bruce. Claro que –me miró- debería llevar también tu
apellido.”
−“Eso es imposible. Será
Prancitt-Rivers como su hermano. Cuando ambos sean mayores les podemos enseñar
a que escriban también mi apellido detrás de los vuestros y nos emocionaremos
cuando lo veamos escrito.”
Del año 30 también tengo algunas cosas que contaros, además de la
llegada a la vida de mi segundo hijo. Comenzaba un gélido invierno que había
llegado con ganas de hacerse notar.
Pasa el tiempo en la sala de espera del hospital. La Sra Oakes se siente responsable por sus vaticinios…y recuerda que después de Bruce viene Luke. Lucy cree que Bruce ha vuelto de la muerte. Bruce, tras estar clínicamente muerto, se recupera. Ha sufrido esenósis de la válvula mitras y le han puesto una de titanio. Pronto llegan Anne-Marie, Richard y James. Depués, Samuel. James les dice que deben cuidar la higiene, dado el estado de Bruce, y los insta a quedarse en su casa unos días, ducharse, estrenar ropa…le dará una llave a quienes aún no la tienen. Ellos aceptan. Deciden hacer turnos para pasar cada noche con Bruce uno distinto. Esa noche, en casa de James, éste dice a Nike que sería bueno que Paul no estuviera a la intemperie, y que cada noche al que le toque cuidarlo, vaya a su casa a dormir. Nike acepta y queda en comentarlo con Lucy y Luke, que finalmente muestran su acuerdo.
ResponderEliminarLuke vuelve a la vida ante Lucy…despierta e intercambian unas palabras emotivas.
Nike y Luke se preparan para ir a la Thuban. Luke, limpio, bañado y con ropa limpia, iniciará sus tareas de camarero con Richard –con gran eficiencia, según éste último.
John está preocupado por si acaba su historia con Miguel. El padre y el tío de Miguel, que nacieron el mismo día, han muerto con dos días de diferencia pero Miguel se queda a cuidar a su madre un tiempo. Le habla a Nike de Mthandeni…
Bruce, poco a poco recuperándose, mantiene conversaciones cortas y emotivas con Olivia y la Sra Oakes. Le cuenta también a Nike que ha visto la luz, la claridad al final del túnel y que los médicos le han dicho que es muy frecuente. Le relata cómo fue esta experiencia, lo que vio y sintió mientras estuvo clínicamente muerto…
Finalmente, Lucy se queda embarazada. Y deciden que se llamará Kristen, como la querida hermana fallecida de su madre; o Bruce, si es niño.
En medio de todo ello, el Nike que narra a los Protch les cuenta cómo fue el proceso de legarles Deanforest y un sueldo suficiente para vivir y mantener una mansión tan grande.
Inor
En la tercera línea quise decir: Estenosis de válvula mitral. Error por escribir rápido y no haber corregido el texto...
ResponderEliminarInor
Bruce, deseando sentir la sístole volver a iniciarse, esos momentos en que el corazón pesa y agota el espíritu, la sangre, el peor enemigo, cansa al músculo en cada latido, el miedo una punzada rítmica, de repetición cadente en cada respiración. Bruce burló el Vaticinio, aunque su vida estuvo jugando brevemente al escondite. La Sra. Oakes compungida y afectada, así como el resto; también llegaron Anne-Marie, Richard, James y Samuel. No podían dejar solo a Bruce, y a idea de James se instalaron en casa de este, donde conformarían los turnos de visita y darían un techo cálido al pequeño Paul.
ResponderEliminarDel latín affectus, el afecto es una de las pasiones del ánimo. La afectividad es la susceptibilidad del ser humano frente a distintas alteraciones del mundo real o simbólico. Todos nosotros somos, de alguna manera, expertos en sentimientos e, incluso, también es verdad que vivimos toda nuestra vida, esencialmente, a través de los sentimientos.
El infarto, la cercanía con la muerte, esa casi pérdida de sí mismo y de los que amaba invocó en su espíritu las palabras de un dios necesario, mezcla de afecto y temor: Bruce, silencié el mundo para que tú pudieras hablar, hablarles, y te escucharas. Apenas sin fuerza para emitir palabras fue Lucy la primera en oírlas: "No habría sido un buen hombre para ti", las confesiones más recónditas llegan en los momentos de Máxima debilidad, Lucy tranquilizó su espíritu, igual que lo hizo la Sra. Oakes, el error arrepentido de su padre: "Maddie … ya sabes que fueron las últimas palabras de mi padre", y en esta rueda de expiaciones le tocó el turno a Olivia: "Todo ha sido para bien. No te habría hecho feliz"
"Nike –me dijo-, no temas por Luke. Nada le va a pasar", esas primeras palabras iban a ser el inicio del cuento de Bruce, el cuento de sus primeros y únicos instantes en su no vida, pues Bruce como muchos en su trance, sintió desincrustarse de su cuerpo y contemplarse a sí mismo indefenso y humano. Quienes lo han experimentado describen estos mismos momentos, hay crédulos e incrédulos, estos últimos los llaman alucinaciones de los estertores de la mente. Bruce sintió un irse serenamente, por un pasillo con final indefinido, ¿pero fue un delirio mental?, solo Nike, Bruce y un chicle en la ventana de la habitación 711 lo saben.
"Bruce recordaba una nebulosa oscura. La luz, amortiguada, no era siniestra. Pero eran rayos esplendentes al final del túnel"
El capítulo es una constante conversación, confesiones, reflexiones, un día a día de los mendigos ante una situación, el estado de salud de Bruce, que les hermana aún más, despertando los afectos entre ellos, y las confesiones, especial mención el diálogo entre John y Nike (los celos del primero y el desasioego del dinero en ambos), así como los diálogos de Bruce antes mencionados, cuya excelente confección enriquece la lectura y aporta luz al relato. Como siempre se hace difícil no dejarse nada en el tintero, tan trufado de literatura, en una extensión narrativa cuasi inabarcable, tantos detalles, algunos pequeños, diminutos, luces de un solo, pero hermoso brillo, y que duele no hacer mención en aras de mantener un comentario contenido y global. Pero haberlos, haylos, y es justo reconocerlo y subrayarlo.
Bruce, se merece nuestro afecto, se merece este capítulo, donde está presente como protagonista o en el cariño de todos, el lector también vela preocupado por él, Bruce el tímido querido, de corazón algo roto ahora, pero lleno de sencillez.
Las emociones viajan un tanto alocadas, la euforia y la tristeza se turnan, cansancio, no hay punto de equilibrio, las palabras llegan hiriendo o amando, todo este desbarajuste obedece a un milagro, a un deseo hecho realidad. Lucy anunció: "Estoy embarazada", del ovillo salen los hilos con los que tejen ilusiones, las casi inmediatas, los nombres, puntada a puntada se deciden Kristen o Bruce, depende del sexo de Elased. Apellido Prancitt-Rivers como su hermano, el apellido de otra de sus sangres se añadiría a ellos más adelante.
Pol