CAPÍTULO XXXII: DIGNIDAD



   A esa hora mi alcoba era un poema de luz derramada. Subiendo como podía la ardiente loma me fije que el viento estaba dormido en su sarcófago, aunque resucitaría a la noche, y que un rebelde rayo de sol caía oblicuo sobre mi tienda por entre los tres fresnos que la escoltaban por la parte de atrás, embelleciéndola con un túnel de luz que me anunciaba cuál era el lugar donde yo debía quedarme a dormir en adelante. Antes de subir había visto que por allí estaban entonces Lucy, que ya había regresado de la calle y ahora estaba con su pequeño rey en brazos, Olivia, Miguel y mi compañero, que vio mis apuros para subir y vino hacia mí.
−“Hoy no deberías andar, Nike.” −me dijo.

−“En realidad he cogido el autobús hasta Alder Street. Richard me ha dejado dinero para que lo cogiera. He tenido que elegir entre dos vilezas, Luke. O no podría ir a la calle contigo esta tarde. Pero deberíamos salir ya. A mi paso, tardaremos más de una hora en llegar a cualquier parte.”
−“Bien por Richard. Nadie que te quiera debería permitirte hoy que andes. Has venido a tu casa, Compañero. Acerquémonos a tu tienda. Antes que nada, tenemos que hablar.”
   Con algo de rebeldía, pues parecía que Luke no estaba muy dispuesto a que fuéramos a la calle esta tarde, nos acercamos al umbral de mi casa, donde pasaríamos un rato conversando. Lucy y Paul se adentraron en su tienda. Olivia leía algo en el exterior de la suya. Todavía soplaba el poniente, pero con suavidad, y nada obstaculizaba su cómoda lectura. Miguel parecía preferir dar algún paseo cerca del río, donde luego supe que estaba su gemelo lavándose.
−“Nike, estoy muerto de sana curiosidad por ti. ¿Qué ha pasado esta mañana?”
−“Luke, deberíamos irnos ya. Te puedo contar todo en la Basílica o a donde quieras ir esta tarde. Pero recuerda que he vuelto para ir otra vez a la calle.”
−“Primero vamos a hacer que descansen tus pies, Compañero. Y después ya veremos −y como me seguía rebelando insistió−. Hazme caso.”
    Tenía tanto que contarle, y tanta ansiedad por que nos fuéramos que empecé por el final.
−“Sigo trabajando en la Thuban Star. Lo he conseguido, Luke. Por cierto, Samuel Weissmann quiere invitarte a comer el lunes.”
−“Cuéntamelo todo desde el principio, Nike. Desde que te levantaste esta mañana.”
  Me venía bien aquella pausa. Lo principal era que le contara mis muchas tentaciones y se ve que seguí haciéndome reproches.
−“Nike, amigo mío. Ya estoy empezando a saber que cualquier cosa sobre ti mismo que puedas contarme que te haga verdadero daño, tú vas y la cuentas. Espero que llegue pronto el día en que encuentres equilibrio en tu dignidad. Todos hemos tenido tentaciones. En la calle son inevitables. Y si no te valen mis palabras recuerda cuál ha sido el resultado. Has vuelto aquí.”
−“Al final conseguí vencerme a mí mismo, Compañero −y le estuve hablando de la tienda de anticuario, del incidente con el joven ebrio y de la panadería. Después le refería cómo en Vicar’s End ya no era el mismo. Cómo me encontró Richard allí y de qué forma entré en la Thuban Star, algo de mis conversaciones con él y con Anne-Marie después. Y me disponía a hacerle un resumen de mi alegato ante los tiburones−. Efectivamente era Walter Hope el hombre que me vio ayer en aquel callejón entre ratas.”
−“Ahora me hablarás de él y de los tiburones. Sólo decirte que a Anne-Marie ya tengo la suerte de conocerla. Presumo, por lo que sé de ella, que te ha demostrado lealtad esta mañana. Y también tengo mucha curiosidad por conocer a Richard.”
−“Es posible que se acerque a la Mano Cortada cuando menos nos lo esperemos. Ha quedado en pasarse por aquí pronto. Pero si me dejas hablar con Samuel, quizá puedas tomarte algo en el bar con él el lunes.”
−“¿Ya le llamas Samuel?” −a Luke no le pasaba nada inadvertido.
−“Esta mañana se ha comportado conmigo como un amigo. No sé si crees que soy un ingenuo, Luke.”
−“Sabes que ayer saqué la impresión de que realmente te quiere. Y sueles catalogar siempre a la gente tal como es. Si tú crees que es un amigo, es que en verdad lo es. Cuéntame tranquilamente qué les has dicho a los tiburones.”
   Le expuse como pude y con cierta prisa algo de mis palabras y de la votación final. Luke me miraba con simpatía al saber que había renunciado a mi sueldo.
−“No necesito más dinero, Compañero. E intuía que solamente así dejarían trabajar a un mendigo en la Thuban. Y después me retiré a mi despacho donde Samuel me sorprendería invitándome a una sopa. Tenía que comer, Luke. Si no lo hago, no podré concentrarme en mi trabajo y me despedirán.”
−“Por supuesto, Nike. Y eso me recuerda… supongo que seguirás teniendo hambre. Te hemos dejado algo de pescado para que te alimentes. Espera un segundo. Voy a mi tienda.”
   Su ausencia duraría unos diez minutos porque, como luego supe, había estado jugando con su hijo hasta que volvió a dormirse. Miguel había regresado hacía unos instantes y nos observaba a Luke y a mí conversando. Respetó nuestro diálogo pero supe que deseaba hablar con nosotros o conmigo a solas. De hecho al poco de alejarse mi compañero, vino enseguida a mi lado.
−“Nike… quería antes que nada pedirte perdón por mis dudas. Algo me ha contado Luke de tu jornada de ayer, pero en mi desconfianza, he vuelto a pensar que no ibas a volver y ya ves, he vuelto a tropezar.”
−“No tienes que disculparte, Miguel. Siempre tienes bastante razón. Hoy he vivido una mañana de tentaciones y he estado a punto de tirarlo todo por la borda. Mas aquí sigo.”
−“Pero sigues yendo a tu trabajo. Claro que eso puedo entenderlo. Lo que me resulta incomprensible no es que elijas un mundo u otro, sino que quieras conservar los dos.”
−“Te falta información, Miguel. Yo te la daría, pero es cierto que primero debería decirle la verdad a cierta persona −y viendo en su rostro claramente dibujada la duda de que esa persona fuera su pareja, tuve que añadir−. John y yo no tenemos nada. De verdad. Ni yo estoy enamorado de él ni él de mí. No es eso.”
−“Mi padre, Nike, fue corresponsal de guerra. Su hermano gemelo, mi tío Mark, también. Cubrieron la información de nuestra guerra civil pero al final acabaron separados cada uno en un bando. Él solía contarme que lo peor de la guerra no eran las batallas fratricidas, sino el poso que quedaba después: el odio, los rencores, las venganzas. Quizá tú ya hayas vivido las batallas. Por lo que me ha contado Luke, ayer lo lograste con mucha dignidad. Pero igual tienes que elegir pronto un solo bando, o acabaras odiando a uno de ellos, posiblemente este, la calle. De verdad, ¿qué te retiene?”
−“Perdóname, Miguel, si te sigo ocultando cierta información. Realmente creo que hay alguien que debería saberlo primero.”
−“Pero sigues en tu trabajo.”
−“No me ha sido fácil conservarlo, pero sí, sigo en él. Mas te aseguro que en realidad no lo necesito. Sigo allí por si las cosas se tuercen. En serio, Miguel, me gustaría decirte mucho más, pero no puedo. Solamente quédate con esto: nada me retiene. Quiero seguir aquí.”
   Supongo que iba a replicarme, pero en ese momento volvió Luke. Miguel se retiró discretamente diciendo que iba en busca de su pareja. Mi compañero se sentó a mi lado con tres yogures en la mano, que me ofreció.
−“Tenemos varias sardinas para la noche, pero he pensado que si te las doy ahora habría que encender una hoguera primero. Y Olivia ha comprado hoy mucho yogur, para ti pues, créeme, te va a hacer falta. Tómatelos y hablamos un rato más.”
−“Deberíamos irnos ya, pero en fin, Compañero, gracias por la comida.”
   Soñaba con que muy pronto pudiera alimentarlos a todos con lo que Luke y yo hubiéramos traído de la calle.
−“Las palabras de Miguel siempre son sensatas. Pero pueden errar en que no sean adecuadas para ti. Tú debes hacerle caso a una de tus estrellas y buscar tu propio norte.”
−“No sabía que el padre de Miguel tuviera un hermano gemelo.”
−“Su padre y su tío nacieron el mismo día. Él ha encontrado en Pólux a su gemelo. Tú y yo nos hemos llamado así y ayer volvimos a serlo, y para seguir siéndolo, ahora debemos hablar.”


 
  La estrella de Luke, Denébola; y la de Nike, Zosma, vistas por primera vez por ojos aún inexpertos pueden confundirse con Cástor y Pólux. Ese día para Nike todo fue vidrieras, espejos, imágenes que se miraban gemelas al proyectarse, pero con su compañero ya había comenzado a buscar su vellocino, y quería volver pronto a la calle para seguir siendo con él argonauta. En el necesario descanso de sus pies, constantes gemelos reflejaban a su hermano y ese cinco de octubre Nike pudo por fin pasar a Géminis.


 
−“Nike. No vas a venir hoy a la calle. Olivia te está esperando con todo preparado para curarte los pies. Mira −siguió como podía al ver que mi protesta se iba tornando rebelión−, imagínate por un segundo que un día de estos, siendo tú y yo aún compañeros, yo me levantara tiritando, con claros síntomas de debilidad, de fiebre. ¿Qué harías tú?”
−“Iría por los dos, y también por tu mujer. Es que Luke, si sigo contigo de compañero, como a mí me gustaría, debería encargarme también de su parte.”
−“Una vez que he hablado con Lucy, te puedo decir que ella va a salir cada mañana a buscar comida para dos. Y ¿ahora tú quieres que salgamos tú y yo a buscar comida para tres? No sería justo, Nike. Como no lo sería que yo hiciera que te encargaras también de la comida de Paul. Hoy por hoy sólo necesita que su madre esté bien nutrida. Pero ni Lucy ni yo tenemos claro en este momento si una vez que deje de alimentarse de ella, te podríamos dejar intervenir. Anoche mi mujer y yo tuvimos una conversación a fondo que un día conocerás. Danos tiempo, Compañero.”
−“¿Cómo le ha ido hoy el día a Lucy?”
−“Le ha ido muy bien. Ella y yo tenemos ya comida suficiente para esta noche. Ahora yo saldré a buscar la tuya.”
−“En todo caso, Luke, o con dolor en el corazón tendré que pensarme seriamente si seguir contigo, si un día me dices que a Lucy no le ha ido bien la mañana, tú y yo saldremos a mendigar para tres.”
−“De acuerdo, Compañero.”
−“Y ahora ¿vamos a salir ya, verdad?”
−“Nike, mírame a la cara. Ayer pude haber impedido tu hambre, porque seguramente había comida para ti en el Arrabal, pero tú fuiste marcando los pasos, y el hambre me pareció hermosa, si yo estaba dispuesto a vivirla contigo. Muchas noches la sufrimos, y tú fuiste a la calle para aprender y medir tu resistencia y era justo que lo supieras todo antes de tomar decisiones. Y también en ese sentido hemos sido gemelos. Yo no comí mi primera noche aquí. Pero no hemos sido gemelos en todo. Mi primera jornada en la calle en realidad fue el 19 de noviembre. Lucy me llevó a la iglesia de St Mary y allí viví lo que a ti te correspondía según nuestra religión, pero no has vivido. Allí sentí por primera vez la Vergüenza.”
−“Luke, no sé por qué razón me estás refiriendo esto, si me quieres hablar de algo cierto o sólo me vas a contar un cuento. Lo siento mucho, Compañero, pero de ningún modo me voy a creer que sintieras vergüenza de Lucy.”
   De nuevo lloró junto a mí. Se lo veía tan emocionado que me dio un abrazo. En tan lacrimosas condiciones le costaba articular palabra.
−“Dios te bendiga, Nike. Cada vez tengo más claro que es un placer ser tu compañero. No, no sentí vergüenza de Lucy, pero sentí vergüenza. Escúchame. Cuando estaba, decidido pero inexperto, por primera vez la mano tendida, allí en la escalera de la iglesia, atravesó la plaza un vecino de Jerusalem Street, amigo de mi padre. Y entonces las mejillas se me tornaron un rojo intenso al notar que me había reconocido y por un segundo pensé: ¿dónde demonios estoy? y ¿qué estoy haciendo? No duró más de medio minuto, hasta que mis ojos volvieron a fijarse en la extraordinaria mujer que me acompañaba y entonces en lugar de vergüenza sentí verdadero orgullo. Saludé con emoción a este caballero y desde ese momento no recuerdo haberla vuelto a sentir. Estar junto a Lucy me salvó. Jamás he tenido vergüenza de estar a su lado, pero sí, el primer día, de mí mismo. Y mi compañero otra vez vuelve a leerme, hasta las líneas del pasado que nunca le entregaron para ojear. ¿Vas comprendiendo ahora?”
−“Sí, Luke. Y me parece bastante natural sentir vergüenza en la calle. A mí también me llegará o quizá me haya llegado ya, dímelo tú. Pero sabía que no podías haberla vivido con Lucy.”
−“Eres extraordinario, Compañero. Ayer no sólo no la viviste, sino que en todo momento un hombre que iba a tu lado podía sentir orgullo genuino de estar contigo. Lo noté dos veces, noté que igual que yo nunca me avergoncé de Lucy, tú nunca te avergonzarías de mí. Me presentaste con calor a Samuel Weissmann y a Simon Bonner. Y todo fue tan natural en ti que seguramente ni notaste tu grandeza. Por eso, Nike, es una felicidad ir a la calle por ti. Tu compañero te va a demostrar la misma felicidad de serlo que tú me probaste ayer. Hoy necesitas quedarte aquí y que Olivia, que te está esperando, te alivie esas rozaduras que no te permiten moverte por las calles. Si no permaneces tranquilo esta tarde, mañana te será imposible andar por mucho que quieras seguir mostrándome tu lealtad. Te resumo todo: eres mi compañero, no sientes vergüenza de mí, te preocupas de la comida de mi mujer y de mi hijo con ella. Me siento tan orgulloso de ti que quiero que volvamos a la calle mañana. Pero si quieres hacerlo, es vital que hoy te quedes aquí. Recuerda que ya me has dicho que si yo tuviera fiebre, irías por los dos. Eso voy a hacer yo hoy. En el fondo, aunque no la camines, estarás en la calle conmigo.”
−“Luke, quisiera ir, pero sé que no me lo vas a permitir. Y está bien. Sea como sea, te acompañaré mañana. Olivia me está mirando. Quiere que vaya a su lado. Sólo una pregunta entonces. ¿Irás el lunes a comer con Samuel?”
−“Si te parece bien, yo me acercaré por Avalon Road sobre las 12. Si sales entonces un segundo a la avenida, me puedes informar de si podría entrar al bar a conocer a Richard y esperar ahí la llegada del señor Weissmann. O si no, sigo haciendo mi trabajo por el centro hasta la 1. Y dile entonces a tu jefe que a esa hora estaré en la puerta. Supongo que no tendré problemas en encontrarla.”
−“Verás una vidriera con los argonautas. Allí están precisamente Cástor y Pólux.”
−“De acuerdo, Nike. Y ahora ve con Olivia, que te está esperando. La señora Oakes no ha tenido inconveniente en ir sola hoy sabiendo que su niña te aguardaba para curarte los pies.”
   Seguíamos siendo compañeros, aunque esa tarde no pude ir a la calle. Luke era sensato y además tenía mucha razón. Al levantarme, me tambaleé y me habría caído si no llega a ser porque él me sostuvo. Mis condiciones eran paupérrimas y no tuve más remedio que mirarlo reconociendo que en verdad, para continuar siendo su compañero, hoy tenía que sufrir no poder acompañarlo.
   Olivia me vio llegar al fin a su lado, cerró el libro que estaba leyendo, y entró en su tienda, diciéndome “ahora hay que esperar cinco minutos, una vez que prepare el mejunje.” Luke ayudó con ternura a que me sentara y entonces me dijo que ya se marchaba. “Pero aunque sólo yo pueda caminar, iremos los dos, porque tú estarás mentalmente conmigo. Hasta la noche, Compañero.”
   Olivia salió enseguida, sosteniendo un plato verde de plástico lleno de una extraña pócima blanquecina, pero con claro olor a vinagre. Traía también un libro en la mano.
−“Como vas a tener que pasar la tarde aquí, igual no sabes qué hacer. Y si te gustó Alicia, te puedo dejar la segunda parte. Sí, Nike, Lewis Carroll escribió también A través del espejo y lo que Alicia encontró allí. Te gustará. Esta vez se trata de una partida de ajedrez. Pero no te cuento más. Si lo terminas, podemos hablar de él. Ahora notarás que tus pies se alivian y que podrás andar. Pero aunque puedas hacerlo, no te recomiendo que camines. Deja que tus pies reposen. Quédate aquí y pasa la tarde leyendo.”
−“Me mimáis demasiado, Olivia, pero siempre tenéis razón. Y con vosotros descubrí el placer de la lectura. Como no puedo acompañar a Luke, será estupendo pasar la tarde junto a los demás. Ya estáis casi todos.”
−“Bruce y mi señora regresarán pronto. Esta noche de todos modos estamos bien avituallados. Pero convendría apretarnos un poco el cinturón. Hace años que acierto siempre prediciendo el tiempo, y apostaría a que mañana por la tarde lloverá de forma torrencial. Guardemos algo de comer para la cena de entonces.”
   Me alegré de haberme comido sólo dos yogures. Comería el otro por la noche y procuraría, viendo de qué alimentos disponíamos, dejar las sardinas para el día siguiente. Me seguían sustentando, y aunque quisiera hacer otra cosa por ellos, aún no podía. Desde ese 5 de octubre, mi siguiente objetivo ya sería traer comida para todos, poder devolverles parte de lo que me habían regalado. Mas si la vida me permitía quedarme para siempre con ellos, iría al ritmo que la calle y mis compañeros me fueran marcando. Pero volví la mirada para ver con qué pócima mágica me quería curar los pies la sacerdotisa.
−“¿Qué es eso exactamente Olivia?”
−“Este remedio me lo enseñó la señora Lauders, también mendiga. Pocos días después del parto, se me llenaron los pies de rozaduras. Cuatro cucharadas de yogur natural y una de vinagre. Lo mezclas todo y lo dejas reposar cinco minutos. Y cuando ya esté listo, como ahora, se aplica sobre los pies. Vamos, Nike, descálzate.”
   No sabía en qué condiciones estarían mis pies después de más de 24 horas sin ducha. Esa timidez, ese pudor, eran también parte de nuestras indignidades, pero Olivia, que debía estar comprendiendo lo que pensaba, me miró decidida a los ojos y habló:
−“Vamos, Nike. No te ruborices. Les he curado los pies a muchos mendigos. Todos los de la Mano Cortada, antes o después, han pasado por mis manos.”
   Me descalcé con una sonrisa. Olivia me acababa de incluir, suponía, en la lista de los mendigos de la Mano Cortada. Me empezó entonces a ungir los pies con aquella crema, no del todo blanquecina. Mentiría si no dijera que aquella mezcla me produjo alivio inmediato. Me veía capaz de caminar después, mas aún habría de probarlo. Pero cuando pasó al pie derecho, me miró con cariño, como la que teme volver a perderme y me preguntó:
−“¿Cuándo te vas esta vez, Nike?”
   No tenía aún pañuelo para secar las infinitas lágrimas que derramé ese año, esos meses, cada minuto. Como pude le respondí.
−“No me voy, Olivia. Ya no me voy de aquí. Al menos esa es mi intención. Sé que el 6 de agosto también os hice una promesa que no pude cumplir. Pero esta vez seré más firme: te aseguro que voy a quedarme.”
−“Es un placer haberte vuelto a ver. Y cada vez que te vea te lo voy a decir. Ya casi hemos terminado, Nike. Ahora falta que te ponga estas gasas esterilizadas, una en cada pie −dicho y hecho. Entre los dos pies no tardó más de un minuto−. Ahora ponte los calcetines y los zapatos y verás cómo no sólo podrás estar erguido, sino que caminarás sin problemas. De todos modos, esta tarde no te muevas mucho y quédate aquí tranquilamente leyendo o pensando. Y en todo caso, si te encuentras con fuerza, no te alejes más que hasta el río.”
   Le dije que iría un rato al río a comprobar cómo caminaba. Y también porque iban al Kilmourne a lavar los cubiertos y aunque yo sólo hubiese ensuciado una cuchara, quería habituarme a hacer el trabajo de todos. Antes de regresar al umbral de mi tienda a leer, me encontré con John, que estaba acarreando leña. Le dije que me explicara un poco qué era exactamente lo que hacían. Él me recomendó quedarme sentado, al menos hoy, pero ya comprobaba que podía andar sin dificultad, y si no me habían permitido ir a la calle, al menos era capaz de hacer un trabajo donde no se empleasen los pies. Hacemos durante el día varios montículos de leña apilados en el dedo índice, entre la tienda de Lucy y Luke y el Puente del Menhir. Había troncos bastantes para dos semanas.
−“Está bien, Nike −me concedió−, pero no ahora. Si a la noche ves que siguen bien tus pies, nos acercamos hasta aquí y llevamos la leña al lugar habitual de las fogatas y hasta podemos encender la hoguera. Ahora descansa.”
   Perdidos unos minutos en caminar hasta “los servicios”, mi nuevo cuarto de baño, me instalé definitivamente bajo la sombra de los tres fresnos de mi estrenado vestíbulo. Allí pasaría varias horas leyendo A través del espejo, hasta casi terminarlo. Nunca había aprendido a jugar al ajedrez, pero algún tiempo después, un hombre que aún no conoces, Protch, se entretuvo en enseñarme. Una hora tan sólo había pasado allí leyendo cuando vi que Lucy y su hijo se me acercaban.
−“Nike, Paul no acaba de dormirse. Seguro que lo consigue si tú lo acunas un rato.”
   Y me lo volvió a dejar en los brazos. Le rogué que se sentara, ocupando el lado este de mi piedra umbral.
−“¿Lo ves? Estaba algo mohíno. Necesitaba mecerse un rato en tu pecho.”
−“Gracias, compañera” −no me atrevía aún a darle ese vocativo a todos, pero una insospechada ternura en Lucy hizo que esa tarde fuera fácil y natural darle ese nombre. Era extraño cómo había ido cambiando mi visión de ella para ir poco a poco pensando que sin su mirar calmado a la vida la Mano Cortada no habría tenido nunca sentido.
−“Luke me contó muchas cosas anoche y si te has fijado hace un segundo pasó por mi tienda y me contó algunas más −el pequeño rey buscaba postura y acabó encontrando una para todos los momentos en que estaba en mis brazos. Le gustaba más acurrucarse en el lado izquierdo, casi en el hombro. Me miró tiernamente un instante, y pareció sonreír, antes de dormitar con seguridad todo un cuarto de hora. Cuando finalmente se lo pasé a su madre, seguía profundamente dormido. Entretanto, Lucy señalándolo, me dijo−. Lo tuviste en cuenta toda la tarde. Y a mí también, estoy segura. Al menos hace un rato cuando conversabas con Luke. Y de eso quería hablarte.”
−“Deberíais buscar comida para vosotros, Lucy. Y cuando Luke venga conmigo, buscaremos para tres.”
−“Nike, aquí todos buscamos para todos. El día te llegará también −viéndome cariacontecido− en que puedas traer para los demás. Todos hemos pasado por lo que tú estás pasando ahora. Si recuerdas el cinco de agosto, sólo la señora Oakes, Bruce y John pudieron estar activos −en ese momento vi regresar a los dos primeros que había nombrado. Ella se fue a hablar con su niña. Bruce parecía haberse quedado a las puertas de su tienda esperándome. Sólo faltaba que regresara Luke, aunque acababa de irse, supuestamente por los dos−. Ya sabes que para que Paul coma ahora sólo es necesario que yo esté bien alimentada. Y mira, desde que Luke y yo no podemos ir juntos, siempre pensé que a mi marido le iría bien un poco de compañía por las calles. Y cuando te conocí, habría sugerido, de entre todos los nombres, el tuyo. Pero ten en cuenta que el día de ayer fue para Luke y para mí completamente inesperado y no podíamos tener las cosas planeadas. Entiendo tus escrúpulos, que además me parecen correctos. Por eso él y yo acabamos de hablar. Mira, yo saldré cada mañana a buscar para los tres. En realidad, para ocho, Nike. No debemos olvidar nunca a los otros cinco. Y así, tú puedes salir cada tarde con Luke, y puedes encargarte de mi parte también porque yo me habré encargado antes de la tuya. Sólo así lo encontraría un acuerdo justo. ¿Qué te parece?”
   Tuve que asentir. Yo habría querido que Lucy y Luke estuvieran siempre juntos, pero no era posible. De este modo, seguiría con él y podría buscar para ella y su hijo. Me resigné: no sabía si había alguna posibilidad mejor. Confiaba en que el día siguiente se nos diera mejor, pero le hablé de lo que su madre había dicho de lluvia por la tarde.
−“Habrá que ir por la mañana. Todos. Nike, como este será tu primer fin de semana aquí, te puedes plantear qué hacer sábados y domingos a primera hora. Yo te sugiero que empieces por St Mary. Hay dos misas matutinas: a las 9 y a las 12. Yo podría ir a la primera mientras Paul se queda aquí a vuestro cuidado, y a mi regreso, podéis ir vosotros.”
   Lucy no quería distraerme más tiempo sabiendo que Bruce quería hablarme y que yo tenía A través del espejo también como compañía alternativa. Le volví a pasar a su hijo y se fueron a hablar con su madre y la señora Oakes, reunidas en la tienda de ésta última. Miguel y John solían pasar las tardes de buen clima dando algún paseo por los alrededores. Bruce, como suponía, vino entonces a mi lado.
−“Me gustaría invitarte a un café, Nike. Hay tres en Millers’ Lane. Pero el más cercano se llama The Last Road.”
−“Lo conozco, Bruce. Entre ahí el 4 de agosto. Pero no tengo dinero para un café. Déjalo para mañana. Entonces me tomaré uno contigo encantado.”
−“Por lo que me ha contado Luke, ayer ganaste 50 budges. ¿Los tienes aún?”
−“Sí, Bruce.”
−“De los tres bares que tiene Millers’ Lane, The Last Road es el más barato. Un café vale 40 budges. Supongo que no objetarás cuando aún te van a quedar 10. Y además puedo dejarte uno pagado para mañana. Hazme caso, Nike.”
−“De veras no tendría problemas en otro momento. Pero hasta ahora no sólo no traigo nada, sino que no dejáis de hacerme la vida cómoda. Soy un parásito, Bruce.”
−“Un mal día lo tiene cualquiera, y eso te pasó ayer. Ya te ocuparás de nosotros. Pero si quieres de verdad traer para todos, ahora debes dejar que puesto que hoy somos ocho, nos ocupemos los demás de ti.”
   Tenía muchas ganas de tomarme un café con él y tuve que asentir. Le dije que sería a cambio de que él me indicara los templos y los horarios de misa. Sonriente, prometió apuntármelo todo en una servilleta durante el café.
  Era una bendición notarme de nuevo capaz de andar y lo era también acompañar a Bruce a tomar un café, aunque supuse que él tomaría cerveza. Recordé cómo allí dentro en agosto había leído dos horóscopos y en qué estado mental me hallaba por entonces. Bien, ya estoy aquí. Encontré el periódico y me puse a leer mis signos, mientras Bruce, que conocía bien a David, el camarero, me presentaba.
 −“Éste joven que te presento, David, se llama Nike. De momento vive con nosotros. Trátalo bien. Mira, aquí te dejo de antemano dinero para que él venga a desayunar por la mañana.”
   David Fieldman me saludó esta vez afectuosamente. Los mendigos de los Proscritos y la Mano Cortada éramos buenos clientes. Según lo fui conociendo, me di cuenta de que tenía una amena conversación y de que podía hablarte de todo con soltura. Este primer día charlamos sólo un rato de cómo se estaba presentando octubre y de las probabilidades de que siguiera lloviendo.
  Mientras Bruce me apuntaba todos los templos que él conocía, incluyéndome los tan lejanos de Downhills y Fairfields, yo terminaba de leerme Leo y Cáncer. Casi nunca estaban de acuerdo el uno con el otro e incluso se contradecían. Leo me decía que todavía era pronto para el amor, pero Cáncer explicaba que alguien se estaba enamorando de mí.
   Como no me convencían las predicciones, me puse a mirar la lista de Bruce. Me había señalado más de veinte templos, algunos muy lejos de casa. Le pregunté cuáles eran los más cercanos, además de St Mary y la Basílica.
−“En Templar Village, cerca de St Mary, se encuentra la pequeña parroquia de St Mark, en Damascus Road, muy cerca de la antigua casa de Luke. Ya la conocerás. Pero sus horarios de misa son principalmente días festivos por la tarde. En estos días de clima lluvioso no sé yo. Pero igual conoces algo de Riverside −y al responderle que no mucho me ilustró−. La parte oriental, tan cerca de nosotros, es toda también católica. Junto a St Alban’s Road, en la esquina a la que da el número 21, verás St Stephen. Si te adentras en el núcleo de esta nueva ciudad, a poco que camines tienes The Holy Ghost Church. El oeste es luterano, como el barrio aledaño de Evendale. Por ahí se hallan un par de iglesias y capillas más. Pero sólo a mí me gusta rondar tan lejos de casa. Mas mientras sigas al lado de Luke, deja que él te enseñe lugares, horas, templos y otros hábitos que tenemos los que vivimos en la calle.”
   Le pedí que me contara algo más sobre las iglesias cercanas, y allí estuvimos casi media hora, mientras miraba cada dos por tres la servilleta y le hacía nuevas preguntas. Fue la primera vez que me propuse mentalmente, sin decirle aún nada, que si seguía siendo mendigo, un día me gustaría ir con él.
   Pero al fin apuramos el café. Él había pedido lo mismo también. Y aunque supe que a solas siempre pedía cerveza, a mi lado no lo hizo jamás. Todos me mostrarían parecida delicadeza en la hoguera. Pues por fin hubo hoguera esa noche. Me pasé varias horas leyendo hasta que vi regresar a Luke. Fui hacia él y le aseguré que ya podía andar. También el día le había ido bien. Todos habían regresado magníficamente surtidos. Le hablé de lo que Lucy me había contado sobre la segunda misa en St Mary, dejándole claro que ahora podía ir con él. Como ya estábamos todos, me fui a buscar leña. Mi compañero vino conmigo y nos encargamos de encender la hoguera.
   Dos meses exactos habían pasado desde mi última hoguera, el 5 de agosto, a esta del 5 de octubre. No tardamos en estar todos sentados, a esa hora el pequeño rey en brazos de su padre. Pero los míos no estuvieron hueros. A los pocos minutos llegó Ted. Todos me aseguraban que en dos meses Ted ni se había acercado al fuego, oliendo de lejos que yo no estaba. Empezamos a charlar. Me decían que era mejor calentar las sardinas ahora en vez de mañana. Había 20. Me comí dos. No podía con más a pesar de que me ofrecieron. La señora Oakes parecía entenderme.
−“A Nike ya sólo le falta que alguien vuelva a contar un cuento. Puedes hacerlo tú, mi niña, algo me habías empezado a relatar, pero fuimos interrumpidas y no conozco el final.”
   Olivia iba a contar una recreación surgida de su lectura, pronto lo reconocí, de A través del espejo.
−“Alison era una niña aguerrida y tenaz −me sobresalté, recordando mi historia de amor con Alison Wright. Pero Alison y Alan, pensé, Olivia inventaba nombres que le recordaban a Alicia− que no pudo contar con unos padres que supiesen ver sus cualidades. Ni la mimaban ni la lastimaban; sencillamente la descuidaban. Ella pasaba los días soñando horizontes campestres, viendo en su imaginación largos valles y altas montañas, con amplios cielos despejados, sin saber cómo planear su futuro. Un día paseaba junto al río con su amigo Alan, sólo un año más joven que ella. Se pusieron a hablar y él le dijo que había sido contratado por el reino de las fichas rojas para jugar interminables partidas de ajedrez en las que dilucidábanse muchos asuntos de estado entre los reinos blanco y rojo. Alan le propuso experimentar una partida el siguiente sábado y Alison acudió. Sorprendiose de ver un campo de batalla inmenso en forma de tablero, con 64 casillas, 32 de ellas blancas y las 32 restantes negras. A la niña se le permitió entrar al juego como peón. Pronto se vio que las cosas no marchaban bien para el reino rojo, que no tardó en perder a su reina. A Alison le dijeron que si un peón llegaba a la octava casilla podía convertirse en cualquier pieza, también en reina. Esto la tentó y marchó con determinación al punto opuesto. Pero iba en dirección norte, y el viento soplaba desde septentrión y su caminar fue imposible con el viento en contra. Cada vez que intentaba avanzar, se daba cuenta de que se movía un paso al frente, y dos al este, a veces al oeste; o dos pasos al frente y uno a levante o poniente. El reino blanco paró entonces el juego preguntándole al rojo si recordaba las reglas. Alan se acercó a explicarle a Alison que de ese modo se movía el caballo. Decididamente el equipo blanco la aceptó como tal, una vez que la niña llegó, porque al fin llegó, a la octava casilla. Y Alison nunca se convirtió en reina, pero fue admitida como nueva pieza, aunque era doncella, de caballo. Esa partida duró más de lo previsto. Los rojos perdieron la partida, pero a los blancos les costó ganarla, porque los movimientos de Alison protegieron largamente a su rey. Pero quedó contratada. La niña se vio metida en innumerables partidas. Ya tenía un futuro. Y es así como muchas sueñan con ser reinas para dejar al menos de ser peón, y encuentran en el destino una vereda insospechada: ni reina ni peón. El tiempo ablanda sus saetas y en ocasiones te convierte en caballo.”
   Cuando Olivia mencionó el viento del norte, como si hubiese sido una invocación mágica, reapareció el poniente de todo el día. Terminamos de oír su cuento completamente ateridos. Fui a mi tienda a por el abrigo de piel de carnero. Pero los demás, una vez hubimos cenado todos, se fueron marchando. Me quedé un rato más con Luke para apagar el fuego y quedar definitivamente con él en que a eso de las 11 y media marcharíamos a St Mary, a misa de 12.
  Ni reina ni peón, pensaba ya en la segunda noche en mi tienda. Ese 5 de octubre yo no había sido ni plenamente tiburón ni plenamente mendigo. Pero había aprendido a manejarme con ellos en la calle, aunque ese día no la hubiera caminado. Ya podía andar y mañana me movería por la ciudad aunque tuviera que aprender a hacer los movimientos del caballo. Pensando en todo esto, debí quedarme dormido y ni siquiera tengo recuerdos de que aquella noche hiciera frío.
   Desperté poco antes de las 7. Salí de mi tienda enseguida. Quería ver cómo caminaba esa mañana. Me movía sin problemas afortunadamente. Y Olivia, mi curandera, ya estaba en la hoguera. Pasé con ella un cuarto de hora y hablamos de A través del espejo y su cuento de anoche. Pero yo no había terminado el libro y no comentamos mucho. Yo mismo me hice ya cada mañana el café y ella, con pan de sándwich, me enseñó a hacer unas tostadas. Me fue hablando de algunas tiendas baratas de alimentación en Riverside Avenue y de que el pan lo compraban de lunes a viernes en una panadería de Alder Street. Pero los fines de semana era mejor alimentarse de pan de molde. No bastaba con traer alimentos con que rellenar un bocadillo. Había que ocuparse del pan. Pasaron varios días hasta que pude traer dinero para ir a por él. Me quedé pronto con el sitio: Alder Street, esquina con Damascus Road, una pequeña panadería sin nombre. Pero ya no había pan por las tardes, y con mis horarios, yo le tenía que dar el dinero a alguien para que lo trajera. Hasta que a los pocos días se empezó a encargar de mi parte siempre Lucy.
  Como no sabía en qué ocupar mi tiempo, esa mañana tenía de sobra y aunque brevemente, habíamos hablado de libros, una idea me ocupaba también allí en la segunda hoguera con Olivia. Le di las gracias por haberme ayudado a recuperar mi capacidad de andar, y diciéndole que iba a dar un paseo, me perdí pronto en dirección oeste. Estuve cinco minutos en The Last Road, que efectivamente ya estaba abierto, tomando un segundo café, el que me había dejado pagado Bruce. Y al rato salí. Había concebido la idea de caminar hacia Deanforest y traer algunas cosas necesarias. Ni síntomas me quedaban en los pies del duro día anterior y sólo tardé media hora en volver a aquella casa. Tenía dos objetivos claros: buscar lo que necesitaba y darme una ducha. Me daría otra el lunes por la mañana antes de acudir a la Thuban. Y cuando a la tarde se lo conté a Luke, como siempre, haciéndome reproches, él me dijo que cada vez que necesitaba darse una acudía a casa de su hermano, pero que también en Temple Road había un lugar de duchas públicas, donde alguien podía lavarse por sólo 30 budges.
   Reconfortaba meterse de nuevo un rato en agua caliente, tan limpia como las muchas lágrimas que en ese mismo cuarto de baño había vertido. Por no llorar, me puse a hacer recuento de todo lo que necesitaba. Pero recorrer el camino de vuelta con tantas cosas… Además de que no sería práctico, pensé que ellos lo podían necesitar. Sí, me daría una vuelta por el garaje. Si carecían de tantas cosas, yo también debía carecer de ellas. Incluso la ropa… los hombres la buscaban en el vertedero. Iría por allí con bastante frecuencia, pensé, pero la calle me había pillado tan de repente que no tenía ni mantas.
   Así que al salir de la ducha, me puse a buscar todo lo esencial. Un despertador, un paraguas, algo de abrigo. Pensé en llevarme un par de mantas, pero no, de allí no. Abrí los armarios. Sabía lo que buscaba. Otro abrigo de piel de carnero de la exquisita lana Siddeley. Este era de color pardo. No lo llevaría a la calle, pero me cubriría del frío en mi tienda en tanto no encontrase mantas en el vertedero. Y si no helaba, incluso podía devolverle las suyas a Luke. Acumulé todos estos trastos en la cocina. Todavía tenía muy poco polvo. Agnes había limpiado a conciencia. Recordé que en un par de horas estaría aquí, como todos los sábados. Tiene su llave y entrará, pensé. Bien, hoy no encontrará al señor Siddeley. El sábado que viene quizá venga a explicarle la situación, pero ella seguirá cobrando su sueldo. En cuanto a la comida, por supuesto no me iba a llevar nada, pero me puse a vaciar la nevera. Varios paseos al jardín a tirarla toda a los contenedores, y finalmente volví a entrar. Me quedaba pasarme por la biblioteca.
   Cómo estremece ver un país abandonado. Los mullidos sillones en que solía sentarme parecían mendigarme que los volviera a ocupar, fumando plácidamente con un cigarro en la mano, recordando su imagen perdida. Pero no, evocar antiguos llantos de soledad hizo que volviera a llorar, pero yo ya estaba con ellos en la misma patria. Al menos me iba a llevar algo de lo mejor de tus territorios fantásticos, le hablaba, oh reino mágico de las palabras. Sin mucho pensar, me llevé cuatro volúmenes de Shakespeare, confiando en que a ellos les gustara su lectura: Otelo, Macbeth, El Rey Lear y La Tempestad. Si otro día venía con más tiempo, escudriñaría la biblioteca a gusto.
   Logré con cierta indecisión abandonar la tierra firme que encerraba aquellas páginas de sueño. Amontoné los libros en la cocina y me fui al garaje, que si aún lo recuerdas, Protch, estaba al norte. Y allí estaban mis tres coches, consecuencia del despilfarro improductivo de toda mi vida. Seleccioné el Chevrolet. Me parecía que el blanco desentonaría menos en la grisácea blancura de Millers’ Lane. Fui a la cocina a recoger todo lo amontonado, cargué el coche y me puse en marcha. Sabía qué camino me conduciría a la Mano Cortada. Por el viaje en agosto en el Plymouth de Anne-Marie recordaba que Millers’ Lane era de un solo sentido y había de entrar por el sur, por la glorieta de Rivers’ Meet. Había un hueco perfecto justo en la acera de The Last Road. Allí quedó durante meses: iría a todas partes andando, pero si mis compañeros necesitaban un coche con urgencia, allí estaría mi Chevrolet. Desde esa hora siempre caminé con su llave en el bolsillo. Me bajé al fin. Bruce y Luke se hallaban junto a la tienda del primero. Me habían visto llegar. Al verme descargar las cosas vinieron a ayudarme. El cielo estaba cubierto de amenazas grises por todas partes. Iba a ser un día de lluvia. Eran las 8 y media.
−“Hace dos minutos ha salido Lucy −me decía Luke−. Si hubieras venido andando, te la habrías encontrado.”
   Siendo tres, en un solo viaje terminamos de descargar. Bruce se alejó para hacer su jornada, ese día preveía sólo de mañana. Así que no se iba a alejar mucho. Iría a St Stephen. Me quedé a solas con Luke en mi umbral. Ahora habría que esperar a que regresara su mujer.
−“Me he leído los cuatro −me empezó a decir, hablando de los libros que había traído−, pero mi favorito de Shakespeare es La Tempestad.”
   Le dije que me lo leería con gusto y supongo que me reproché haber traído cosas que me pertenecían pero que no había ganado en la calle.
−“Tienes, por lo que veo, tus propios códigos; a veces, más estrictos que los nuestros. Escúchame, Compañero. Cuando John vino a la calle, también trajo algunas cosas para todos. No tenemos problemas en aceptar algo de un mendigo, y tú, hoy por hoy, lo eres −aceptar algo de un mendigo. Otra vez me vino por un segundo aquella idea fugaz que me molestaba. Sabía que este centelleo de mi mente explicaría la suciedad de Luke si conseguía unir este pensamiento con sus últimas palabras−. Y él también dejó su coche en Wall Street, junto al puente Wrathfall. Es verdad que ya no le sirvió cuando se trasladaron a la Colina de los Caballeros, donde yo los conocí. Así que no dejes que te inquieten ciertas cosas. Estás en la calle. Ni ropa has traído porque prefieres buscártela como nosotros. De cualquier otra cosa que te pertenezca puedes hacer uso como te plazca.”
   Sin brújula, acertando o equivocándome, es verdad que Luke no me reprochaba nada mientras que yo a mí mismo sí lo hacía. Tenía mucho que aprender y llevaba muy poco tiempo. También comenzó a hablarme de su hermano.
−“Ayer fui a la iglesia de St Mark, y después me pasé por casa de James. Le estuve hablando de ti. Quiere verte, pero ahora es complicado. Este año tiene horario de tarde en la universidad y tú vas al trabajo por la mañana. Quedan los fines de semana, pero éste le he recomendado que no se mueva de casa, que no va a parar de llover. Así que me he puesto de acuerdo con él, y si te parece bien y sigues aquí el sábado que viene, día 13, nos pasaremos por su casa y te enseñaré también de regreso toda la zona de los arrabales próximos.”
   Al poco vino hacia nosotros, o mejor te lo explico diciendo que vino directamente hacia mí, como si nos conociéramos de toda la vida, un gato gris que aún no había visto. Supuse que sería Teseo. Ni siquiera tuve que convencerlo. Lo cogí y lo puse directamente en mis brazos.
−“Teseo, desde luego. Bueno, Nike, al fin lo conoces. Quién sabe si Telemachus o Ted no le habrán hablado de ti. Parece saber de sobra quién eres. Es, como Telemachus y como lo era su madre Tessa, de unos vecinos. La mujer estuvo por aquí una mañana a recoger a Telemachus y se presentó. Se llama Shirley Matts. Poco más sabemos. Parece que no lo llamaron Teseo, sino Achilles, pero ella nos dijo que a partir de esa noche tendría los dos nombres.”
   Me pasé más de media hora con Teseo-Achilles en mis brazos. Luke se fue y como pude, el derecho ocupado con el gato, el izquierdo con A través del espejo, al fin acabé de leerlo y al concluirlo dije como le había oído a Olivia en verano: ha sido un placer. De vez en cuando miraba a Luke cuidando de su hijo. En sus brazos fue con su padre a dar un paseo. A Paul le encantaba que lo llevasen a contemplar el paisaje. Lucy llegó a las 11. Su corta mañana le había ido bastante bien. Esa noche, fuera como nos fuera el día a mi compañero y a mí ahora, comeríamos todos.
   Finalmente salimos de nuevo a la calle a las once y cinco de la mañana del sábado 6 de octubre. Tomamos por Calvary Road, que ya conocía que era el mejor rumbo para llegar a St Mary. Luke marchaba a propósito detrás de mí, dejándome que lo guiara, sabiendo ya que mi aguja apuntaría invariable a ese norte. Sí, todos los hitos del camino eran tal como yo los recordaba. Y definitivamente llegamos a la iglesia veinte minutos antes de la misa. Ahora sí nos sentamos en sus pocos peldaños. No había llegado ningún otro mendigo todavía y vimos la entrada de los fieles y nuestras manos fueron un lánguido rocío, que no lluvia, pero algo nos iba cayendo. Cuando ya la misa había empezado, se acercó un mendigo joven, no sólo bastante limpio sino que derrochaba gotas de suave colonia, y me llamó la atención que llamara a Luke por su nombre, no por su apellido. Mi compañero se volvió hacia mí:
−“Nike, te presento a Enoch Reed, uno de nuestros vecinos.”
   Era uno de los Proscritos y comenzó a charlar con Luke con bastante confianza. Y enseguida me llamó la atención que hablase de Vera Lloyd como si fuera su pareja. Por lo que ella me contó, la recordaba emparejada con un tal Vince, mas no dije nada. Ya tendría ocasión de preguntarle a Luke.
   Y al poco tiempo tuve que plantearme si estaba en su sano juicio. Por su conversación lo parecía. Pero cada vez que pasaba una chica atractiva, hacía el mismo gesto. Se llevaba las manos a la cara, enfocaba a las mujeres y finalmente semejaba pulsar con un dedo un botón imaginario. Es decir, Protch, les hacía fotos, pero sin cámara.
   De todos modos, conversé un tiempo con él, lo bastante como para comprobar que hablando era un hombre bastante lúcido. Pero no tardó en irse, sin esperar siquiera la salida de los fieles. Decía que ya estaba bien abastecido para todo el fin de semana, y aconsejándonos, que si nos hacía falta algo, nos acercáramos a su arrabal a cenar con ellos. Parecía ser que si había un recién llegado a los Proscritos o a la Mano Cortada, se hacía una cena para conocernos todos bien, y me estaban invitando, ya que yo era la última adquisición en los dos arrabales del sur del río.
   Cuando se fue le hice un par de preguntas a mi compañero.
−“Pero, Luke, ¿Vera Lloyd no estaba saliendo con un tal Vince?”
−“¿La conoces?”
−“A Vera la vi dos veces en agosto. Pero sólo la conocí a ella. Me habló, a ver si los recuerdo a todos, de cuatro mujeres y dos hombres. Las otras tres se llamaban Katie, Evelyn y Loraine. Ellos eran Vince y Enoch. Y creí que Vera estaba saliendo con Vince.”
−“Y así era. No conozco los motivos, pero Vince acabó saliendo con Katie. No sé si Vera se sintió traicionada, pero unos días después, se juntó con Enoch. Parece algo complicado, pero igual te sorprende saber que siguen siendo todos excelentes amigos. Pero me querías preguntar algo más sobre Enoch, ¿verdad? Atrévete.”
−“A ver cómo te digo esto. Se lo ve un hombre cuerdo. Pero esos gestos que de vez en cuando hace, como si hiciera fotos…”
−“La vida de Enoch es bastante complicada. No te la sabría resumir. Cuando llegó a la calle, comenzaron a llamarle “pelado” y todavía sus compañeros, cariñosamente, lo hacen. Se ve que cuando lo conocieron, él hacía a menudo un ademán que indicaba que estaba sin un solo dain, “pelado”. Da gusto charlar con él. Y no pierde nunca su lucidez por más que su mente atormentada necesite alguna distracción inocente. Se pasa la vida haciendo fotos, no sólo de chicas guapas, ha fotografiado todos los lugares de interés de la ciudad. Lo curioso es que todo lo que “fotografía” de este modo, no se le borra jamás de la memoria, e incluso tiene varios álbumes: “los mejores momentos de los Proscritos”, “chicas guapas”, “la ciudad” y alguno más. A veces me los ha enseñado. Bueno, Nike, no vayas a cuestionar ahora mi juicio, pero describe las fotos que ha tomado y guardado en sus álbumes con tanto detalle que uno es capaz de verlas.”
   No hice ningún comentario. Si a Luke, que lo conocía, le parecía cuerdo, yo no iba a disentir. Y en una semana, confirmaría esta opinión. Y sí, Protch, hasta me enseñó el álbum de “la ciudad”, y cómodamente sentado junto a él, iba reconociendo cada lugar, incluso alguno en que aún no había estado. Y no me importa lo que pienses de mí, pero sus fotos de Hazington son realmente notables.
   La misa acabó y los devotos de St Mary fueron algo más generosos que los de dos días antes en la Basílica. Reunimos tres dains. Iba progresando. En mi segunda jornada en la calle había conseguido al menos reunir para nosotros. Ahora no me costó trabajo convencer a Luke de que me diera sólo una tercera parte, pues las otras dos iban a ser de él y de su mujer. Aún no sabíamos si podríamos volver por la tarde, aunque mirando al cielo parecía poco posible. Tal vez con paraguas, pensé, yo ya tenía uno también. Y quería seguir intentándolo por los demás, para llevarles algo, idea que en mis primeros días realmente me obsesionaba.  
   Nos paramos en alguna tienda por el camino, en alguna que abre los sábados por la mañana, pues había que invertir bien los tres dains, incluso el de Lucy. Nos los gastamos al final en donuts. El camino de regreso nos tomó un poco más por el tiempo que empleamos en la tienda, pero antes de las 2 ya estábamos de vuelta. Y por poco. Nada más subir al campamento, comenzó a llover. Caía en ráfagas discretas, pero decididas. Y el cielo parecía otra fotografía de Enoch, en la que podía ver que el tono oscuro de aquella masa compacta no iba a cesar en todo el día. No podía hacer otra cosa que encerrarme en mi tienda y leer, aún con esperanzas de que en algún momento escampara y de que Luke decidiera salir de nuevo. Entretanto comencé La Tempestad.
   Próspero, duque de Milán, un naufragio que debía haberse producido en un día como el de hoy (oía desde mi tienda la lluvia densa que convertía en océano al angustiado cielo), el espíritu de Ariel… Algún tiempo después me explicaron que Ariel quiere decir león de Dios. Otro león. Y sin duda sus rugidos se percibían claramente en los azotes que el temporal le estaba dando a mi tierra indefensa. Las pocas veces que me atrevía a mirar el exterior la contemplé toda encharcada, pero así se regarían las espigas de las que brotaría algún día otra vez la suave primavera.
   En un momento en que el dios del diluvio quiso condescender con sus criaturas, llamaron a mi puerta. Era Luke. Ni siquiera habíamos almorzado y el comprendió que un primerizo como yo estaría pensando cuándo tocaría comer. Me trajo tres yogures, y me alentaba a comerlos todos.
−“Hoy no será posible encender una hoguera. Dentro de unas horas, te traigo un par de donuts y después lo recomendable sería irse pronto a la cama.”
   Me estaba gustando La Tempestad, quiero decir la literaria. Era mejor quedarse toda la tarde dentro de la tienda acompañando a Próspero entre encantamientos, magia y brujería. Sólo un sortilegio hará que podamos salir mañana, pensaba. Sonidos de pisadas me hacían con alguna frecuencia sacar la cabeza del interior de mi lona. Fueron llegando todos los que faltaban: la señora Oakes y Olivia primero; Miguel y John después. Los saludaba cariñosamente, con tiempo suficiente para que ellos, provistos de paraguas, me dijeran que tal vez sería mejor pasar la noche en la “casa”. Pero no fue ese 6 de octubre cuando la conocí.
   Al final, y también, aunque corto el trayecto de su tienda a la mía, provisto de un buen paraguas, se acercó Luke a traerme la cena. Y volvió a marcharse. No sé si conoces, Protch, ese placer de no apartar la vista de un libro ni siquiera mientras comes. Dicen que seguramente fue su testamento, pero desde entonces, que ya creo haberlos leído todos, para mí lo mejor de Shakespeare es La Tempestad. Seguí, después de comer, con resolución, hasta el fin de un diálogo que me estaba atrapando. No lo acabé esa noche. Finalmente tuve que rendirme a la evidencia. La tromba que caía no sólo haría imposible la hoguera, sino que, Dios no lo quisiera, continuaría al día siguiente. Así que, ya vencido, me tendí, me acurruqué bien entre mantas y dos pieles de carnero, y en poco tiempo ya estaba dormido, soñando con leones, cuyas fotos veía en un álbum, sacadas sin cámara, algo borrosas pero donde se percibían hasta las ondulaciones de la sabana, apeteciendo para mañana ese rubio sol que la doraba.
   Mi primer domingo en la calle, si no fuera por la noche tan diferente, se diría gemelo al día anterior. Miré el aspecto del cielo. Seguía lloviendo y parecía imposible encender una hoguera, a pesar de la lluvia mansa. Iba a tener que empezarlo sin un café, y no estaba seguro de poder ganármelo en la calle. No sabía qué me diría Luke, pero yo esperaba ir. Conservaba la servilleta de Bruce, guía muy útil para mis primeras jornadas. Había misa en St Stephen a las 11 y en St Mary a las 12. Eran las ocho cuando Luke se acercó a mi tienda. Prefirió mojarse que traer paraguas para tan corto trayecto y tan insignificante lluvia.
−“Buenos días, Compañero. Ven, Bruce nos va a invitar a un café en The Last Road.
   Seguían invitándome. Yo no podía hacer otra cosa que encogerme de hombros y aceptar la situación. Esperaba que pronto llegase el día en que pudiera devolverles algo de todo el tesoro que ya me habían dado.
  Se veía bien que David Fieldman estaba acostumbrado a las charlas de Bruce, Luke y seguramente todos ellos. Cuando mi compañero me presentó como tal, David me acogió con una nueva sonrisa, y estuvimos charlando de los animales que veía por la vecindad. Él no sabía los nombres y le contamos cómo llamábamos a los gatos nosotros. Pero fue una charla corta. Luke y yo teníamos que decidir qué íbamos a hacer. Habría sido mejor, quizá, ir a St Stephen, pero Bruce me dijo que esa mañana la señora Oakes y Olivia iban a intentarlo allí y seguramente también Miguel y John. Él pensaba mojarse pero iba a ir a otros lugares de Riverside. Quería conocer St Stephen, pero si iba se daría la circunstancia de que allí estaríamos todos. Menos Lucy, que se iba a arriesgar a ir a la Basílica. Allí había misa a las 9. Al final convencí a Luke de coger los paraguas, y fuera cual fuera el clima, de ir a St Mary a las 12.
  Mientras esperábamos el regreso de su mujer, Luke se recogió en su tienda con su hijo y yo en la mía terminando al fin La Tempestad. Al regresar de la calle, hice lo que no había hecho jamás, si bien ya sabes que nunca antes me había gustado leer. Volví a comenzar el mismo libro por el principio. Releer es desde entonces para mí tan apasionante como leer. Próspero, Miranda, Ariel y todos los demás habían okupado por unas horas mi alma y yo quería que rebuscasen bien y encontraran de mí una habitación donde tenderse cómodamente.
  Supimos que a Lucy no le había ido del todo bien y pertrechados de sendos paraguas volvimos a St Mary Luke y yo. Mas en días de lluvia la gente a veces deserta hasta de las iglesias. Mejor que el jueves, pero peor que ayer. Algo pudimos comprar aunque ya no recuerde qué. Luke me hablaba de que en el Arrabal quedaba algo de comida, sobre todo mucho pan, y así fue como también empecé a acostumbrarme a la delicia de comer pan con pan.
   A las 3 comenzó a llover tan fuerte que ya ni dentro de mi tienda me sentía seguro, y era ya casi un diluvio a las 7. Fue entonces cuando la señora Oakes vino a hablar conmigo.
−“Será mejor que pasemos la noche en la “casa”, Nike. Todos vamos a ir allí.”
−“Pero no tengo ni llave, señora Oakes.”
−“Entrarás con nosotros. Ya le he dicho a Luke que te haga cuanto antes una copia. Vamos ahora. Si no vienes, pasarás la noche en un campamento abandonado.”
  Al día siguiente tenía que trabajar y afortunadamente recordé llevarme el despertador antes de salir. También me llevé las mantas y las pieles de carnero. Fue una nueva impresión ver a los ocho bajo paraguas, cansinamente y en procesión, dirigirnos a las escaleras que conducían a la “casa”, algunos cargados con la poca comida que nos quedaba, principalmente mucho pan.
   Al final, con todos ellos, subí las mismas escaleras que había contemplado aquella noche al salir de Baphomet. Ésta ya no existía, pero la trasera de Alder Street sí. La escalera tenía más de un agujero, pero si caminas mirando los peldaños, no hay verdadero peligro. Fue Lucy la que introdujo su llave en la cerradura y por fin entramos todos.
   El antiguo hogar de Henry Shaw era pequeño, pero pronto vi las dos cosas que lo hacían entrañable y confortable. Estaba lleno de luz, y tenía muchas ventanas y un balcón, al que enseguida me llevó la señora Oakes, para que lo viera. Además se podía notar, que aun en los huesos, sin nada adentro, era un lugar sorprendentemente cálido, un regalo para los mendigos en las crudas noches de invierno. No tenía cuarto de baño, pero Miguel me llevó a ver una zona de la “casa” que no te voy a describir, Protch, que hacía las veces de tal.
   Para salir al balcón tuve que ponerme un abrigo. Mi primera compañera me llevó hacia allí para que avistara lo que se veía alrededor. Cuando llegamos sólo estábamos los ocho, y Paul, que venía entonces en brazos de su padre, pero la “casa” se fue llenando mientras conversábamos en el balcón. Esa noche dormimos allí 19 personas, todos en el suelo y envueltos en mantas. No había camas.
   Desde aquella lucerna abierta al universo, pude contemplar nuestras seis tiendas y todo el campamento. E incluso me pareció ver a Ted deambulando por allí en busca infructuosa de compañía humana. Suspiré y me volví a la señora Oakes.
−“Esta casa…” −comencé dubitativo.
−“Es el hogar de Henry Shaw, mendigo al final, pero tú te estás preguntando a quién pertenece, ¿verdad? −y mi rostro le dio respuesta afirmativa−. Hay tres mendigos que son ahora sus propietarios: Sheila Grant, de la Cañada de la Sangre; nuestro vecino Vincent McFarlane, de los Proscritos; y una tal Madeleine Oakes −y al mirarla con asombro, me confirmó−. Sí, Nike, soy una de los tres propietarios legales de esta casa. Cuando Henry murió, en su testamento dejó señalados tres nombres, de tres mendigos que él suponía que viviríamos siempre en la calle. Y en verdad los tres seguimos vivos y no nos hemos apartado de ella. Creo que ahora soy la más veterana de la ciudad, una vez que hace un año murió mi gran amiga Shannon. Nuestro vecino Vince es incombustible. Él fue elegido por los Proscritos, que cuando Henry murió también eran seis, pero otros seis. Sólo Vince ha resistido. Sheila Grant fue elegida de entre los mendigos del arrabal más al norte, que tal vez no conozcas, la Cañada de la Sangre. Y a mí me eligió de entre los mendigos de la Alameda de Umbra Terrae. Sí, Nike, entonces yo vivía solamente con Olivia y Lucy, en aquel umbroso retiro. Aún no había llegado Bruce y no nos habíamos trasladado al puente Wrathfall. Y ¿qué más quieres saber?”
−“¿Cómo fue que Henry Shaw se vino a la calle?”
−“En la ciudad hay varias casas okupadas. Pero ésta es la única que pertenece legalmente a los mendigos. Y por supuesto sus tres copropietarios, si quieres llamarnos así, hemos hecho copia de la llave a todos los de la ciudad. Sólo faltas tú, pero Luke te hará una mañana.”
−“¿Pero Henry Shaw?” −insistí.
−“No seas impaciente, Nike. Ya estaba llegando. En esta historia es fundamental que te diga otro nombre: Gary Blake. Fue compañero de armas de Henry de ya no recuerdo qué guerra, una de tantas en las que este país se ha visto envuelto; y primo de Cynthia, que llegó a ser Cynthia Shaw, la esposa de Henry. Era un gran amigo de los dos y frecuentaba a menudo la casa en que ahora estamos. Gary era, más que nada, un alcohólico, pero tenía una personalidad singular. Mira, contaba con muchos hermanos, cinco o seis, no recuerdo bien. Y cuando el alcohol lo llevó a la ruina, y a la calle, sus hermanos se ocuparon de él. Recolectaron entre todos para comprarle un cómodo y digno hogar en Evendale. Gary no pudo pasar de vivir un mes bajo ese techo. Le ocurrió como a muchos de nosotros: los amigos que se hacen en la calle son amigos para siempre. Sólo te lo puedo explicar diciendo que nuestra libertad, no tener que rendir cuentas ante nadie, es una emancipación, o si quieres, una bohemia, que ya no deseas perder. Gary hizo entonces algo impensable que aún se comenta entre los mendigos. Vendió el hogar que le habían regalado, y con lo que ganó, se estuvo alimentando, además de gastárselo en alcohol, hasta su muerte. Pero rompió con sus hermanos y no volvió jamás a pisar Evendale, a pesar de que él solía dormir allí, bajo los puentes del ferrocarril. Y ya concluyo. Cynthia murió en un accidente de tráfico. Su marido la amaba con lo que yo llamo un amor peligroso; había puesto a su mujer en el centro de todo su mundo. Y al morir, sin un centro claro, se sintió completamente abandonado. Sólo parecía cobrar vida durante las horas en que lo visitaba su amigo Gary. Una noche durmió con él, aquí, Nike, en la Mano Cortada, que hasta que llegamos nosotros estuvo abandonada. Empezó también a beber alcohol, el mismo que lo acabaría llevando a la muerte. Pero se contagió de esta libertad y al fin y al cabo, el que estaba muerto por dentro, antes de la muerte tuvo una segunda vida. La vivienda le pertenecía, aunque no dormía en su interior. Empezó por pasar alguna noche allí con Gary. Después invitó a Vince y a los primitivos Proscritos. A todos ellos les dejó una llave y bueno, así comenzó todo. Ahora todos los mendigos de la Ciudad tenemos una copia. Y Sheila, Vince y yo somos tan propietarios como Vera, Luke o tú.”
   Volvimos al interior, dos o tres rebanadas más de pan para cada uno y al fin me envolví en las mantas e intenté conciliar el sueño. No era fácil pernoctar entre tanta gente, sobre todo porque cuando ya estabas dormido, llegaba alguien de repente a la “casa” y te despertaba. Pero al final con todos a mi alrededor, lo conseguí. Paul, sin embargo, tuvo una noche sin llantos y durmió de un tirón, tan calentito como en su cuna, pero sabiendo que todos los corazones que amaba estábamos allí.
   El despertador sonó, como tenía previsto, a las cinco menos cuarto. Sin mucho desconcierto, me puse en pie y me despedí de mis compañeros que entonces estaban despiertos: Olivia, Lucy y Luke. Quedé con éste último en vernos antes de las 12 en Vicar’s End. Le expliqué cómo localizarla y le dije que yo sacaría la cabeza por la ventana de mi despacho y cuando lo viera llegar bajaría para recibirlo. Al marcharme descubrí que la “casa” de Henry Shaw estaba desvencijada, pero bastante limpia. Esa misma tarde la señora Oakes me diría que una vez por semana los Proscritos y los de la Mano Cortada subían y la limpiaban, sobre todo en estos meses de frío. Así que no tardé también en ocuparme de la limpieza de esta importante habitación de mi nueva casa.
  El tiempo había mejorado y Olivia, que tuvo tiempo de decírmelo, no preveía más lluvia en toda la semana, acaso algún chubasco aislado de corta duración. Ya no me costaba ningún trabajo caminar hasta Deanforest, y me hice la cuenta: media hora, a veces un poco más. Miraba el jardín queriéndome desapegar de toda su opulencia, pues intuía que no tardaría en llegar el día en que nunca más la habitara. Era una dicha entrar sabiendo que sólo vas a darte una ducha, buscar algo de ropa y volver al mundo que tú mismo has elegido. Me duché a conciencia, sabiendo que iba al trabajo, me cambié y perdí algo más de tiempo, pero no demasiado, en seleccionar la ropa que me iba a llevar a la Thuban. Caminar hasta allí era fácil y breve, pero cogí el Daimler, para llevar toda la ropa. En Avalon Road había una lavandería adonde podía llevarla cuando se ensuciara, y para eso sí estaba dispuesto a usar mi dinero Siddeley. En mi despacho habían instalado hacía bien poco un nuevo armario fichero, todavía casi vacío, que me iba a servir para guardar la ropa. Dejé el Daimler en la misma fachada de la compañía, así que ahora tenía el Chevrolet en Millers’ Lane, el Mercedes en Deanforest y el Daimler aparcado en Avalon Road.
   Nada más bajarme me encontré con Samuel Weissmann, que me estaba esperando. Quería que habláramos de varios temas, me dijo, y más tarde pasaría por mi despacho a ponerme al día. “Sólo un minuto”, le dije, “voy a llevar toda esta ropa”. Me acompañó y me ayudó a dejarla bien guardada en el armario fichero. Y enseguida bajamos y me invitó a desayunar. Saludé a Richard, que parecía impertérrito al verme llegar con Samuel, aunque de todas formas no se atrevió a hablar gran cosa. Mi jefe me quería decir que, dada la innegable hostilidad que me mostraban Walter y Harold, había decidido que mis próximos negocios pasaran sobre todo por las manos de Anne-Marie y Thaddeus. “Los tres juntos podéis formar un buen equipo. Contaréis conmigo en cualquier caso. Y con la supervisión de Norman, caso de que lo necesitéis.” En sus conversaciones uno por uno el viernes, había conseguido apaciguar a éste y convencer a Thaddeus de que ahora debía cooperar más que nunca conmigo, si quería seguir lucrándose. Esta conversación me recordaba la partida de ajedrez del cuento de Olivia. Las piezas se estaban moviendo y ahí conocí qué peones estaban dispuestos a formar conmigo el equipo rojo. Yo ya había llegado a la octava casilla, transformándome en mendigo; ellos aún no habían llegado y tenían tiempo de elegir qué pieza querrían ser cuando la alcanzasen.
  Y finalmente me preguntó si le había trasmitido ya su invitación a Luke y qué había respondido. Le dije que se pasaría por aquí a las 12 y que si no tenía inconveniente lo esperaría en el bar, hablando con Richard. Éste entonces hizo el gesto innegable de decir: “por fin voy a conocerlo, Nike.” Samuel me respondió que le parecía una buena idea y que le transmitiera a Prancitt que él bajaría sobre las 12 y media.
  Acabado el café, me acompañó al despacho donde estuvo más de una hora hablándome de los proyectos que ahora me correspondían. No te los mencionaré, Protch, sólo decirte de pasada, que como Thaddeus era el jefe de la sección industrial, en lo industrial debía moverme sobre todo en adelante. Viéndome duchado y limpio, me dijo que al día siguiente volvería a entrevistarme con clientes. Al fin se fue y logré con la mente bien orientada concentrarme en el trabajo. Hasta las 11 y media. A partir de ese momento todo fue hacer constantes viajes a la ventana a ver si Luke había llegado a Vicar’s End. Era demasiado temprano, pero aún así me impacientaba. Empecé a fumar un cigarro y antes de terminarlo, a las 12 menos 10, vi su silueta avanzando por el callejón y mirando hacia arriba. Lo llamé a gritos: “Luke, espera, que ahora bajo.”
   En tres minutos ya estaba junto a él. Al verlo en Vicar’s End no pude evitar darle un fuerte abrazo. Tanto tiempo mirando por esa ventana soñando con volver a verlo algún día y ahora estaba allí, en el callejón. Le iba a decir algo, pero se me adelantó:
−“Toma esta copia de las llaves de la “casa”, Nike. No era justo que aún quedara algo que nosotros vivamos y mi compañero no pueda vivir. A partir de ahora entra en esa casa cuando quieras. Es tuya también.”
−“Luke −cambié de tema al sentirme emocionado−, por esta puerta se entra al bar, pero al interior de la barra. Y quiero que conozcas la entrada principal. Ven conmigo.”
   Lo llevé decidido y con orgullo a Avalon Road. Le mostré la vidriera de la fachada y le enseñé a reconocer a Cástor y Pólux, a la izquierda.
−“Miguel y John hace mucho que están aquí. Y ahora vamos a pasar los otros gemelos.”
  Sean, nuestro portero, ya estaba aleccionado por Samuel a que dejara pasar a cualquier mendigo hoy. Conduje a Luke hasta el bar y recuerdo que me comentó que le parecía un palacio. Lo llevé a la barra ante Richard, que ya nos miraba con curiosidad y con su mejor sonrisa. Hice las presentaciones y enseguida se hablaron, como si se conocieran de toda la vida.
−“Bienvenido, Luke. Hace dos meses que tu compañero no me habla de otra cosa que no seáis vosotros. Creo que os conozco a todos ya. Déjame ver: esta mañana habéis entrado juntos el séptimo y el octavo. Y ahora me vais a permitir que os invite a los dos a un café. Y no me digas, Nike, que eso entra en tu sueldo. Estos cafés van a correr de mi cuenta.”
   Asentí, y aunque toda mi vida me había sentido un parásito, tenía que acostumbrarme a que ahora, a pesar de que lo seguía siendo, las continuas invitaciones surgían de la fuente clara de la amistad. Empezaron a conversar amigablemente, principalmente de mí. No siempre es grato quedarse a oír halagos sobre uno mismo y estaban consiguiendo que ya no supiera a dónde mirar. Pero Richard empezó a hacerme un gesto claro de que los dejara a solas, al tiempo que me transmitía que confiara en él. No sé si fue creíble la excusa de que tenía mucho trabajo, pero finalmente me fui, no sin antes quedar con Luke en la Mano Cortada sobre las 4.
  No recuerdo cómo transcurrió el resto de esa mañana. Pero en el Arrabal deseaba ver el rostro de mi compañero y que me hablara de sus entrevistas con Richard y Samuel. Y cuando finalmente nos encontramos, no pude evitar preguntarle de forma incoherente, tartamudeando.
−“¿Cómo te ha ido? Quiero decir… ¿qué… qué te han parecido?”
−“Creo que te puedo decir que Richard y yo nos hemos hecho buenos amigos. No sabía que era casi vecino. Me ha jurado que dentro de poco se pasará por aquí, que arde por conocernos a todos. Y Samuel es mejor persona todavía de lo que yo pensaba. Me ha llevado a The Golden Eagle. Cuando me preguntó a dónde prefería que fuéramos, le dije que a cualquier lugar menos The Silversmith. Allí fue donde no comimos, y sólo volvería allí contigo, un día que estemos dispuestos a apurar los platos. Hemos tomado Sunday Roast. Pero te puedo contar algo más esta tarde. Hoy tenemos sol y a las 5 hay misa en St Stephen. Ya es hora de que lo conozcas. ¿Vamos, Compañero?”
  Marchamos esta vez rumbo sur. En St Alban’s Road me iba fijando en la numeración, deseando ver el portal de la casa de Richard, pero no tardamos en llegar al número 21 y efectivamente allí torcimos a la derecha y en pocos pasos nos encontramos en la plaza de St Stephen.
   El verdadero centro neurálgico de Riverside, como seguramente sabrás, Protch, es la plaza de The Holy Ghost Church, pero las menudas torres gemelas de St Stephen me dieron en el rostro por sorpresa cuando no esperaba encontrarlas. Todo el templo es una redondez ocre que tímidamente se abre al sol del este con la cara rejuvenecida, tan joven como este barrio o segunda ciudad por donde Hazington se expandió no hace ni dos siglos. Pero el sol era una quimera. No me gustaba el plomo pringoso de esas nubes. Parecía que la gente se congregaba, pero poco a poco todo el mundo se fue marchando. Algún transeúnte nos dejaba caer algo en la mano. Pero en seguida llegó una mendiga que Luke también me presentó.
−“Es otra de nuestros vecinos, Nike. Katie Chamberlain.”
−“Así que tú eres Nike. Te estamos esperando para cenar todos juntos. Pero Vince ha pensado que mejor el domingo, que es su cumpleaños. Y sí, el apellido te suena. Soy una de los famosos Chamberlain de la ciudad. Hasta tengo una calle. Pero ya ves, algunos de los últimos Chamberlain estamos aquí abajo, casi en el lodo”
   Katie Chamberlain tenía una belleza difícil de describir. Estaba en sus hoyuelos. A ratos su rostro parecía picado de viruela y sin embargo eso, por extraño que parezca, combinado con el encanto de sus ojos verdes y su arrolladora personalidad, la hacía extraordinariamente atractiva. Tan socarrona, tan certera en sus palabras, siempre se preveía algo más tras las cortinas, que al final se desplegaban y te mostraban que el único punto que no habías querido mirar era el único valioso.
  Más de repente las nubes quisieron hacerse notar. Sólo fueron diez minutos, lo suficiente para que toda la plaza quedase desierta. Katie corrió hacia Riverside Avenue donde decía haber quedado para encontrarse con Vince. Hubo tres minutos de feroz granizo y Luke y yo, mientras buscábamos dónde ponernos a salvo, fuimos, como el santo de aquella iglesia, sanguinariamente lapidados. Mas no duró mucho y volvimos a salir del interior del templo, pues fue ahí donde nos refugiamos. La concurrencia nos miró un segundo con desdén, y con algún sobresalto, pues sus oídos no pudieron evitar oír los balazos que chocaban contra el ocre de las torres.
   Seguimos media hora más y cuando salieron los fieles tuvimos la misma fortuna de días anteriores: podíamos comprar comida para nosotros, mas no conseguimos nada para los demás. De todos modos, ya me había acostumbrado a no comer hasta que viéramos la suerte que les había correspondido a todos. Con sol de nuevo caminábamos de vuelta mientras yo le pedía a Luke que me contase algo más de su conversación con Samuel.
   Esa fue la primera vez aquellos días en que empecé a encontrarlo extraño. La rareza es que sus ojos no parecían estar donde estaba su mente. A veces se creyera que Luke no estaba allí. Temía en principio que estuviera enojado conmigo por algo, pero cuando al fin contestaba a una pregunta que me había costado a lo mejor hacérsela varias veces, me respondía el mismo compañero sonriente de siempre, acaso con una calidez insospechada, una ternura desconocida.
−“Me preguntabas por mi entrevista con Samuel. Verás, Compañero. Estos días tu vida se mueve por dos mundos. Mi interés por conocer a Richard y por comer con Samuel se basaba en saber en qué clase de manos estás en ese lado. Y el mismo motivo, amigo mío, tenía tu jefe en conocerme. Sabe que soy tu compañero y que para ti soy muy importante. Los dos te queremos, Nike, y ahora estamos más tranquilos. También he empezado una amistad con Samuel, y para eso, he tenido que desnudarme a fondo en unas palabras que un día quizá te cuente. Es un hombre sorprendente, difícil de escandalizar. Un hombre íntegro que está completamente de tu lado. No tengas ningún temor, Nike, en tratarlo siempre como un amigo de verdad.”
  Y poco más me dijo. Ya estábamos llegando al Arrabal, demasiado temprano, aunque pronto se vio que el granizo había hecho que los pies de todos tornaran asustados a nuestro campamento. Y no tardamos en encender una hoguera. Estábamos comiendo y, lo que ya me resultaba habitual, cada uno de nosotros contando cómo le había ido la jornada, cuando sentimos unos pasos que subían la loma. Luke, que miraba en aquella dirección, fue el primero en darse cuenta de su presencia.
−“Es Richard, Nike.”
  Me levanté con apresuramiento para saludarlo y darle la bienvenida a la que hacía unos días era mi casa.
−“Qué placer verte por aquí, Richard, amigo mío. Dame un fuerte abrazo.”
  Después del intenso saludo, se llevó un par de minutos reconociendo el terreno, como dándole su valoración. A continuación se dedicó a mirarme, primero sólo a mí; luego a mí en el entorno.
−“Ahora que te veo aquí, Nike, pareces pertenecer a este lugar. Y todo lo que te rodea es tuyo. También se ve que llevo dos meses mirándolo todo con tus ojos y esta tierra tiene el aire exacto de lo que me has hablado. Me gustaría pasarme por aquí una tarde que estés más desocupado y que me enseñes esos puentes, el río, el lago, la aliseda, todo lo que me has descrito. Pero a ver qué piensan de mí ahora tus compañeros. Me están mirando todos; Luke, al que ya tengo la suerte de conocer, con verdadero cariño. Pero los reconoceré a todos. No será necesario que me los presentes.”
−“Enseguida te llevo a la hoguera. No hay mucha comida, pero tenemos algo. ¿Querrías comer con nosotros?”
−“Vengo de mi casa y acabo de cenar, Nike. No te preocupes por eso.”
−“Está bien. Pero mira un minuto −era la hora y dentro de pocos días ya no se vería− hacia el nordeste −y no sabiendo dónde quedaba, se lo señalé−. Esa es tu estrella: Deneb −y también le indiqué Vega y Altair, todo el reconocible triángulo de verano−, y ese es el Cisne, tu constelación.” −y mis dedos le fueron marcando toda la cruz; o cisne que vuela despreocupado hacia el sur de la Vía Láctea.
−“Realmente pone los pelos de punta. El Cisne sobrecoge, pero estremece más tener un amigo que me la haya regalado.”
  Y fuimos hasta la hoguera. Richard los fue saludando uno a uno por sus nombres sin que yo se los hubiera presentado. Y además lo hizo en orden cronológico. Era más simple de lo que crees. Había conocido a Luke esa mañana; había trabajado con John. Sólo un día conoció a Miguel, pero había retenido su rostro. Por tanto el único hombre que le faltaba era Bruce. Y a las tres mujeres las conoció por su diferente edad. Al saludar a Olivia y a Lucy nada en su gesto indicaba que él tuviera motivos para aborrecer el apellido Rivers. Y John se le adelantó.
−“Nada de señor Richmonds, Richard. Ya solamente John. Pero es un placer volver a verte.”
   Le indicamos que se sentara entre nosotros. Lo hizo a mi lado, esta vez cara al norte. Mis compañeros le hicieron preguntas sobre su vida. Él dudaba si contar algo sobre su pasado más oscuro por respeto a las Rivers y al final sólo hablaba de cómo lo que yo les había contado había hecho que los reconociera a todos y supiera el orden en el que íbamos.
  Me llamó la atención cuán fijamente se miraron toda la noche Lucy y Richard, como si los dos compartieran con los ojos una información y estuvieran dialogando con las miradas, dándose apoyo mutuo en algún secreto iniciático que ambos compartieran y a los demás nos estuviese vedado. Era la primera vez que se veían y no dejó de parecerme extraño. Pero ya en voz alta, les preguntaba a Lucy y a Luke por Paul, y él les habló de sus dos hijos, de Armand y de Crystelle, sólo un mes más joven que el pequeño rey.
   Finalmente, con la excusa de que conociera mi tienda, Richard se levantó y al fin  pude hacerle la pregunta que tanto deseaba hacerle. Le señalé las seis tiendas, indicándole dónde dormíamos cada uno, y le rogué que entrara en la mía y sólo allí me respondió.
−“No temas por Luke, Nike. Él te quiere más de lo que tú piensas. Pronto vas a verlo. Esta mañana he confirmado todo lo que ya pensaba. No ha parado de hablarme de ti y en todas sus palabras he podido deducir que tu compañero es el mejor amigo que puedas tener. Yo te aconsejaría que apartes tus temores y que sigas dándole esa amistad que a él ya lo ha sobrecogido.”
  Seguí teniendo la impresión de que Richard no me lo decía todo, pero me bastaba saber que él y Luke se habían caído bien. Caminé con él de vuelta a la hoguera. Se iba a quedar un rato más.
   La noche brillaba en titilantes llamas y una sombra negra vino al calor del fuego. Richard lo acarició unos segundos, pero acabó en mis brazos.
−“Ted.” −afirmó.
−“¿Hay algo o alguien que no conozcas, Richard?” −le preguntó John con verdadera cordialidad.
−“Si lo conoce Nike, es muy posible que yo también, John.”
  La conversación siguió media hora más. Yo creo que después de la visita de Richard los siete me miraban de otra forma, como a un compañero que sabe describir su mundo con orgullo. Todos se pasaron ese tiempo oyendo las anécdotas que él empezó a contar de su adolescencia. Intervenían a menudo, pero poco Olivia, a la que se veía meditabunda, como si sospechara de algún modo el vínculo que unía a su hermano con Richard. De todos modos, cuando finalmente se fue, lo despidió con su mejor sonrisa. A partir de la noche de ese 8 de octubre, tu primo Rich, Protch, no ha dejado de venir a visitarnos.
   De la mañana del día siguiente poco tengo que contarte. Empezaron mis maquinaciones constantes con Anne-Marie y Thaddeus y comenzamos a saber con qué madeja nos habíamos de manejar y qué hilos mover. En lo futuro formamos un buen equipo de trabajo.
  Pero también debo decirte que Samuel me indicó que un tal señor Dewes, un abogado con el que debía entrevistarme por asunto de unos terrenos expropiados en beneficio de nuestra compañía, no podía celebrar conmigo la entrevista que tenía hoy fijada, pero que podría venir el viernes a las 5 de la tarde.
−“Sé que no es tu horario laboral, Nike. Pero sería muy importante para la empresa que hables con él el día y hora que le viene bien. Y por lo que ya conozco a Luke, sé que a él no le importaría ir el viernes a la calle por los dos, y os podéis ver en cualquier sitio a la hora que determinéis.”
   Me suponía un contratiempo, sinceramente, no poder ir a la calle con mi compañero el viernes a primera hora de la tarde. Pero ser tiburón me era todavía muy necesario, y yo no podía desairar a la empresa, así que acepté. Y entonces le hice al fin la pregunta que me urgía, qué le había parecido Luke.
−“Cuando me lo presentaste el jueves, me pareció un hombre inteligente y afectuoso. Después de comer con él sé que fue sincero, realmente sincero. Me gustaría ser su amigo como me gustaría serlo de ti. No iré de momento a la Mano Cortada a veros. El poco tiempo libre que tengo, ahora que sé que no me vas a relevar, se lo quiero dedicar a mi familia, pero tanto Luke como tú vais a contar conmigo cuando os haga falta. Por lo demás, es un hombre extraordinario. Sabe encontrar la esencia de lo que realmente importa sin que haya habido palabras previas que nos indiquen que eso, y no otra cosa, era lo substancial. Y te quiere mucho, Nike. Si de algo te vale mi opinión, yo no tendría temor a Luke. Todo lo contrario. Te quiere más de lo que piensas. Y de momento, perdóname, Nike, no te voy a decir más. Estuvimos comiendo y hablando dos hombres que te queremos. Pero lo que hablamos es privado. Un día quizá lo conozcas.”
   Me dieron mucho que pensar aquellas palabras de Samuel, pero no supe descifrarlas. Por lo demás nada ocurrió aquella mañana que me parezca necesario contarte. Volví al Arrabal tras el trabajo, le referí a Luke, que ya me esperaba, que no podría ir con él el viernes a primera hora, y nos dispusimos a salir.
   Como el sol era una medalla que engalanaba el cuello de aquella tarde de octubre, mi compañero sugirió que probáramos fortuna de nuevo en la Basílica, que al ser templo tan principal, tenía una misa cada tarde. Hoy también a las 7. Como era muy temprano paramos primero en alguna plaza de Templar Village, el primer lugar donde estuve que no era una iglesia. La jornada comenzaba bien. Y mucho antes de la hora, estábamos de nuevo en la escalinata de St Paul. En esta ocasión fuimos los primeros. La posición que ocupes, como todo, es relativo. Estar arriba es óptimo para cuando salen los fieles; para la entrada es mejor abajo.
  Una señora de pelo entrecano y con bastantes arrugas, de aspecto mísero pero sonriente y optimista, se nos sentó en el escalón inmediatamente inferior. Luke me la presentó como Sheila Grant. Él no podía saber que la señora Oakes me había puesto en antecedentes. Supe nada más verla que ella era la energía de la Cañada de la Sangre. Aún me faltaba por conocer a Vince, pero allí estaba otra de los tres propietarios de la “casa”.
−“En la Sangre ya hemos oído hablar de ti, Nike. Nos sorprendería tu historia si no fuera porque ya conocemos las de Miguel, John, Luke; por no hablar de muchas de los Proscritos; o en mi arrabal las de, por ejemplo, los hermanos Spence.”
−“¿Nathan y Joey Spence?”
−“¿Los conoces?”
−“Ignoro con qué fortuna salieron de este mismo sitio hace cinco días, el jueves. Fue mi primer día en la calle.”
−“Su historia es lamentablemente algo muy repetido. Circunstancias que no podemos gobernar que hacen que lo perdamos todo. A mí me pasó algo parecido. Pero esos dos resistirán, mientras le quede alma a Nathan, el que se supone que es más fuerte de los dos. Joey se dijera que se apoya en su hermano, pero tiene algo. Creo que es el poder de su imaginación, historias que se inventa. Ya le he dicho que un día debería escribir.”
   Todo era diferente del jueves. El sombrero, hoy sí, se estaba llenando, y no sólo de tabaco. Los que subían al templo habíanse mostrado especialmente generosos. Fue una jornada de pocos limosnadores, pero los que contribuían se mostraban especialmente pródigos en monedas de dos dains. Yo miraba nuestra cosecha sin creerme del todo que tuviéramos tanto. Entretanto la conversación con la señora Grant seguía, pero más que nada ella se interesó por cada uno de los manos cortadas, como nos llamaba. Y no se olvidó de Paul, aunque sin ocultar del todo su velado reproche. Aquella mujer conocía muy bien a Olivia, había visto a Lucy crecer en la calle, pero no entendía del todo que ésta ahora hubiera tenido un hijo. Ése era nuestro sino, Protch, nadie que no fuera de los manos cortadas respetaba del todo a esa familia, para mí sacra. La misa acabó y llegaba el gran momento para los mendigos de arriba. Variable fortuna, pero fortuna al fin y al cabo. No hubo necesidad de ir a otro lugar después. Al recoger las ganancias del sombrero, habían sido 10 dains, un primula, aunque suelto; no llegamos a cambiarlo  por el billete amarillo.
  Caudal inesperado con el que mis mejillas se abrieron y todos los rasgos de mi rostro se me hicieron carcajada, bendita ventura, mano dichosa que se introdujo en el sombrero y sacó un capital. Yo, que tanto había tenido, era el hombre más feliz del mundo con 10 dains. Hoy sí podría llevarles algo a mis compañeros. Luke me miraba con el rostro emocionado. Sabía lo que eso significaba para mí. 9 de octubre, primer día que siendo ocho, el octavo pudo alimentarlos. Y no sólo eso. Mi compañero sugirió que incluso podíamos tomarnos antes un café. Yo asentí. Me creía en deuda con King Alfred, adonde me habían dejado pasar sin tomar nada. Allí fuimos Luke y yo y comentamos cómo nos había ido la jornada. También me preguntó sobre Sheila Grant. No quise juzgar a quien sólo había conocido media hora, pero le dije que me había parecido una resistente. Luke me miró y sonrió, confirmándome que como siempre nuestras opiniones eran gemelas.
   En la misma Castle Road había alguna pastelería abierta. Luke me contó algo más sobre su historia.
−“El primer día que conseguí llevar comida para los demás, Lucy y yo nos paramos aquí mismo y compramos una tarta de manzana. Y con lo que hemos sacado hoy aún nos sobrarán tres dains. Uno para cada uno, contando con Lucy. Mañana ya partes con un dain para tomarte dos cafés o lo que quieras.”
  La cena de aquella noche parecía una fiesta de cumpleaños, o sería la felicidad que yo aportaba. Las velas fueron mi sonrisa; tarta ya teníamos, y el pequeño rey parecía participar de mi regocijo y no dormía. Los compañeros despedían luces de amistad y me miraban como diciendo: “¿Lo ves, Nike? Ya lo has conseguido.” Pero yo les devolvía la mirada respondiendo: “Esto sólo es una pequeña parte de lo mucho que me habéis dado. Pero paciencia: empiezo a saldar mi deuda. Para pagaros todo lo que os debo tengo que estar aquí semanas, meses, años.” Ni siquiera la niebla que esa noche apareció pudo con el sol que en mi interior brillaba aquella noche. Ellos estaban acostumbrados a comer con niebla y ese fantasma nunca apagó sus hogueras. Cuando al fin penetré en mi tienda, dormí de un tirón, rendido pero al fin satisfecho.
  El miércoles 10 pareciera como cualquier día, pero la noche fue distinta. En la Thuban incluso los más hostiles se iban acostumbrando ya a mi doble condición. Supongo que Walter empezaba a comprender que no me iban a despedir y eso le haría pensar que, con Samuel de mi parte, era mejor hablarme con naturalidad. Y así, pude departir al fin con mi contable jefe. Y Harold vino a mi despacho a decirme que en tanto no le hablara de su sobrino, sería capaz de entablar conmigo necesarias conversaciones de trabajo. Las aguas se calmaban y en esa marea en calma cada día observaba que Richard, Samuel y Anne-Marie nadaban con el viento a mi favor.
   La tarde con Luke en la calle nos fue medianamente favorable. El caso es que me fui acostumbrando a reconocer las tiendas de alimentación que a horas vespertinas seguían abiertas y a comprar siempre lo más económico. Algo llevamos para los demás y ya nos habíamos sentado en la hoguera cuando de repente tuvimos una visita insospechada. Era un señor bien vestido que evidentemente venía buscando algo en nuestro arrabal. Lo vimos subir la cuesta, y justo en ese momento Miguel se levantó como con sobresalto y lo llamó por su nombre.
−“Señor Vinuesa.” −lo saludó inquieto.
−“¿Lo conoces?” −le preguntó John, que no las tenía todas consigo.
−“Es abogado, amigo de mi padre. Mas debería estar en Cádiz.” −pero ya estaba junto a él. El señor Matías Vinuesa tenía unos 50 años y a pesar de lo que venía a contar, se lo veía lacónico, contenido, flemático.
 −“Me ha costado mucho trabajo encontrarte, Miguel. En Aubrey, Fielding & McDawn me remitieron a una dirección de una tal señorita Beaulière. Hace unas horas conseguí localizarla y me dijo que a ella no le había llegado ninguna carta.” −Miguel había dejado sus señas en el hogar de Anne-Marie. Su antiguo bufete había remitido la misiva a la dirección de ésta en Evendale. Varios días después supe que habían errado el número. El señor Aubrey había escrito un 14 tan ilegible que la enviaron al número 17, y Anne-Marie no conocía su existencia.
−“Pero, ¿qué le ha traído hasta aquí, señor Vinuesa? ¿Cómo están mis padres?”
−“Tu madre sigue bien. Pero el 1 de octubre mi amigo Matthew tuvo un infarto. Aún sigue en el hospital. Parece que se recuperará de éste. Pero tu padre, Miguel, es ya muy mayor y se plantea si podrá volver a verte. Me pedía encarecidamente que te encontrara.”
−“¿Y cómo está mi tío?”
−“No sé si será verdad lo que se cuenta de la vida paralela que suelen tener los hermanos gemelos. Pero fue al día siguiente cuando Mark McDawn tuvo también un infarto. Tu madre y tu prima Brenda Dolores se ocupan de los dos. Están en el mismo hospital. Quisiera, Miguel, que te vinieras conmigo a Cádiz en un vuelo que sale mañana.”
−“Usted está viendo mis circunstancias, señor Vinuesa. Llevo seis años en la calle. No me podría permitir un avión.”
−“Tu padre debía sospechar algo así cuando hace tanto tiempo que no sabe de ti. Y me ha dado dinero de sobra para pagarte el vuelo.”
−“Hay una cosa más −e inesperadamente le dio un beso a su gemelo−. Éste es John Richmonds, mi pareja. Hace tres años que estamos juntos. Debería venir conmigo.”
  Si Matías Vinuesa se sorprendió no dio muestras, en su flema, de sentimiento alguno.
−“No creo que fuera conveniente presentárselo ahora a un hombre que ha tenido un infarto, Miguel.”
 −“Debes ir sólo tú −sentenciaba John−. Éste no es el momento de conocer a mis suegros. Vamos a caminar un rato y lo hablamos. Ahora, más que nunca, te voy a mostrar todo mi amor y mi ternura.”
    Y ambos se apartaron media hora. El señor Vinuesa se quedó con nosotros y fue muy difícil saber qué decirle. Ya se le hacía áspero saber que el hijo de Matthew estaba en la calle y no era momento para que le habláramos de las historias de los demás. Así que fue un tiempo tenso en que a duras penas encontrábamos temas de conversación.
   Los dos gemelos regresaron con rostros espejos de que habían llorado un buen rato, y se habían dado consuelo y seguridad, le prometió Miguel a John, de que volvería pronto. Entretanto iba a escribirle con frecuencia a casa de Anne-Marie, que, sin duda, le acercaría las cartas a la Mano Cortada cuando las recibiera. Asegurado de que Miguel iría al aeropuerto a las 10 de la mañana del día siguiente, 11 de octubre, el señor Vinuesa se despidió de nosotros y allí quedamos siete personas que no sabíamos cómo mirar a Miguel o qué decirle. Hasta que al final le rogamos que nos contara cosas de sus padres o de su país.
−“Aunque he pasado allí muy pocos años, aquella es mi patria; y allí siguen mis padres, mi tío, mi prima. Me han dicho que desde que murió el dictador ya no hay quien la reconozca. Son mejores tiempos. Pero yo llevo varios años sin verla y no voy a volver para vivir acontecimientos felices. Me habría gustado llevar a John a pasear por el mar de Cádiz. Otra vez será; en ello confío −y volviéndose a su alma gemela−. No sé cómo podré sobrellevarlo sin ti. Ni un solo día hemos estado separados aún.”
−“Tu padre es lo único importante ahora, Miguel. Y en la distancia, seguiré contigo. Espero que vuelvas pronto y que nos traigas alguna buena noticia.”
   Sus seis compañeros lo fuimos dejando diplomáticamente a solas, para que vivieran su última hoguera juntos en algún tiempo.
   Casi no había dormido cuando a la mañana siguiente al levantarme, lo encontré en la hoguera con Olivia. Se preparaba mentalmente para despedirse de John y tomar un autobús para el aeropuerto. El señor Vinuesa lo esperaba a las 8 y media.
−“Espero verte de nuevo a mi regreso, Nike. Si no es así, déjame reiterarte que ha sido todo un placer conocerte y haber vivido contigo lo mejor de estos siete días que llevas con nosotros.”
−“Me verás, Miguel, te lo prometo. Sea como sea, a tu regreso me hallarás aquí. Y entretanto confío en saber por John que todo te va bien en tu país.”
   Al final me tuve que poner en pie. Ese día caminaba bien, pero quise apurar mis penúltimas horas en la hoguera con él, y no pude ir con tiempo, como cada mañana, a Deanforest. Así que al llegar a la Thuban, estrené la sensación de abrir con mi llave la amplia zona de las duchas, y darme allí la primera de una larga serie. A continuación subí a mi despacho y me cambié. Era algo nuevo que pronto iba a ser también una rutina.
  Del día 11 no te tengo mucho que contar. La tarde la pasamos de nuevo en la Basílica, pues yo le rogué a mi compañero que, ahora que llevaba una semana en la calle, volviéramos allí. La tarde, con sol radiante, también nos fue propicia. A mi regreso al Arrabal se me hizo extraño sentirlos llegar a todos poco a poco y no ver ya el rostro de Miguel. Su hueco en la hoguera se notaba demasiado, pero los hombros donde solía recostarse seguían allí. No sabía cómo mirarlo. John había ido a la calle solo muchas veces, pero siempre que volvía se reunía con Miguel. Ahora debía acostumbrarse a un tiempo de dolorosa soledad. Iba a retirarse ya cuando vimos subir a un rostro conocido en aquella semana de tantas visitas. Era Anne-Marie. Sabía por mí que su amigo John necesitaría más que nunca su compañía. Se me hacía extraña su llegada, aunque ya la había visto aquí, pues ahora venía también a visitarme.
−“Enseguida estaré contigo, Nike. Y con todos vosotros” −dijo con renovado calor−. Pero antes espero que John me lleve un rato a pasear y a conversar” −estuvo un minuto observando todo el campamento, pero sobre todo la última adquisición: mi tienda. Ella todavía no la había visto allí. Me dijo que a su vuelta esperaba que se la mostrara.
  John se renovaba, como el año con su primavera, cada vez que dialogaba con su querida Anne-Marie. No sé qué hombros le había prestado su gran amiga, pero volvió con otra apariencia, más sosegado, con luz prestada, como un planeta que sigue sabiendo en torno a qué sol girar aunque momentáneamente lo halle en eclipse. Durante muchos días no fui capaz de acercarme a John a preguntarle por Miguel y esperé que mi mirada de aliento bastara. Pero entonces a Anne-Marie le tocaba pasear de nuevo, ahora a mi lado, con el segundo amigo que se le había ido a la calle.
   La llevé a ver mi tienda. Entró en ella esperando encontrar no se qué miserias, pero cuando salimos dio un hondo suspiro y me dijo:
−“Me parece que por más cosas que pudiera decirte, de aquí ya no te vas a mover. Ahora tendré que venir más a menudo, también por ti. Nike, esa tristeza que tiene John… no lo había visto antes así. Te va a necesitar tanto como a mí. Como no podré pedirte que lo convenzas para sacarlo de la calle, te pediré algo bien diferente. No os apartéis de aquí si tenéis claro los dos que éste ya es vuestro lugar. Al menos, quiero que sigas donde quieres estar hasta que regrese Miguel, y seas para John un hogar cálido. Las brasas que necesita puede hallarlas en tu chimenea. Os quiero tanto −me sobresaltó su llanto sincero− que te prometo que por los dos voy a querer a los demás. Sí, también a Luke.”
   Conversábamos mirando al este. Sus últimas palabras me hicieron ver todos los esfuerzos que en los últimos meses había hecho Anne-Marie y cómo, aunque sus grandes amigos podíamos decepcionarla, ella tenía una fuente de cariño hacia nosotros que manaba ríos de renovado respeto, por muy turbio que fuera el cauce. Me había pasado varios días queriéndole regalar una estrella. Pero no había visto cuán fácil lo tenía. Richard tenía Deneb, Samuel era dueño de Altair. Y con tres corazones dilectos en la Thuban podía formar un triángulo de verano. Volví a mirar al nordeste y la señalé, blanca, brillante, majestuosa, la segunda más brillante del hemisferio norte.
−“Anne-Marie, espera un segundo: ¿te gustaría que te regalara una estrella?”
−“Cada día te pareces más a John. Pero con todo el tiempo que hace que lo conozco, no ha caído jamás en eso. Y de ti he tenido que aceptar últimamente cosas más amargas. Pero este regalo me gusta: ¿cuál me quieres regalar?”
−“Mira hacia allí. Ya mismo no se ve este año, pero reaparecerá cuando la primavera se vaya haciendo verano. Ésa tan brillante es Vega. Su constelación es la Lira. Pero la identificarás más fácilmente si distingues bien el triángulo de verano. John me contó que un día será de nuevo la estrella polar.”


 
  Y alrededor del 12.000 antes de Cristo ya lo fue también. Vega, siempre en el cénit, su faro inagotable alumbra los cielos gran parte de las noches del año, en su camino de este a oeste. Parece que quiere decir “cayendo” o “aterrizando”, pero también ha sido llamada “vida de los cielos”, “mensajera de luz”, y más bellos nombres. Es oficialmente Alfa Lyrae: la Lira no se distingue bien, pero Vega te indica dónde debes hallarla. Nike ya le había propuesto a Samuel Weissmann que Anne-Marie dirigiera la Thuban y, como su estrella, tal vez un día relevara a Nike como luz polar en el mismo edificio que llevaba el nombre de otra guía del cielo anterior. Vega para Anne-Marie: en una semana, Nike había sido el regalador de estrellas, pero completado el triángulo de verano, descansó.


 
   Estuvo sentada con nosotros más de una hora y en su conversación con los siete que ahora éramos vi claramente que conocía al dedillo cada piedra de nuestros caminos. Le sentaba bien esa luz de simpatía que derramó con todos. Acompañó incluso a la señora Oakes a su tienda cuando ésta se retiró. Y al ver a nuestra habitual sombra nocturna, Ted, Anne-Marie se fue finalmente. A ella no le gustaban mucho los gatos.
   El viernes 12 lo viví casi entero de mal humor. Comenzaría, lo sabía, mi segundo fin de semana en la calle, pero parecía que no podía irme así como así del trabajo. Con lo poco que había ahorrado esos días, comí por primera vez en el comedor, más por hacer tiempo que por hambre. Después volví a mi despacho, donde me puse al día en algunos negocios e hice algún trabajo pendiente esperando al señor Dewes. Éste al fin llegó, pero un cuarto de hora tarde. Era de esos hombres que no están satisfechos con decirte una cosa una vez. Tuvimos que volver repetidamente sobre los mismos puntos, con aderezos de comentarios trillados sobre los beneficios que el acero había aportado al mundo. Me resultaba un cliente insufrible pero ya gozaba de años de experiencia en el disimulo y a las 6 y media logré finalmente quitármelo de encima, satisfechos al fin en los asuntos que interesaban a la empresa.
   Me había puesto de acuerdo con Luke en vernos en la Basílica. Pero no pude encontrarle, tan tarde llegué. Otro viernes que no había podido ir a la calle con él. Después supe que había tenido también un buen día, y un mes más tarde conocí que se había retirado pronto, la mente en francas tinieblas. Ese 12 de octubre se acababa de encontrar con William Rage.
   En la Mano Cortada me lo encontré en una escena que aún no había vivido. Luke se hallaba junto a la tienda de la señora Oakes. En el exterior, ésta había colocado una alfombra, pequeña y verdosa, que guardaba con celo y utilizaba de vez en cuando. Hacía las veces de tapete. La señora Oakes le estaba echando a Luke las cartas del Tarot.
−“Acércate, Compañero. Me he pasado varios meses con tanto temor al Vaticinio que no me había atrevido aún a que me echara las cartas. Pero al final le he pedido que lo hiciera y que mirara bien precisamente sobre eso.”
−“Pero sobre eso no consigo ver nada, Luke. Aunque todas las cartas me están diciendo lo mismo. No creo que con ellas logre ver si el Vaticinio se va a cumplir. Pero sí veo que vivas lo que vivas, vas a ser muy feliz. Noto que te acaba de llegar un nuevo motivo de felicidad y que no debes temer: serás capaz de mantenerlo.”
   A Luke le bastaba con ese augurio. Estaba claro que tenía razones nuevas para ser bienaventurado y que nuestra señora le confirmaba que, fueran las que fuesen, eran sólidas. Tan dichoso vi a mi compañero que cuando a continuación ella me preguntó si quería ver qué me decían las cartas, saqué valor y le dije que sí.
   Me aconsejó que me concentrara en algo intensamente, mientras ella barajaba. No conocía este ritual, pero desde entonces lo he vivido en numerosas ocasiones. Me hizo la que se conoce como tirada de tres: una carta representa el pasado, otra el presente y otra el futuro. Con las dos primeras estuve tan conforme que no tuve nada que objetar, y lo atribuí todo a la intuición y a su conocimiento personal de trazos de mi historia. Pero con la tercera, la que representaba mi futuro, me sorprendió.
−“Te ha salido la Emperatriz, Nike.”
   Era una mujer joven, en edad de procrear, sentada en su trono. Pero no pude evitar que  la mención de la Emperatriz me evocara el nombre con el que Lucy y Luke habrían podido llamar a su hija, si niña hubiese sido. Mi compañera me miraba con claros gestos de no entender nada, de asombro mayúsculo. Me explicaba que la Emperatriz representaba la femineidad activa, que era una carta de buen augurio si no salía en posición invertida. Me recomendó probar ahora con los arcanos menores. Son 56. Pero a la señora Oakes la seguí viendo confusa después.
−“Los arcanos menores no me están aclarando nada. Tal vez porque los miro por su habitual significado simbólico. El as de oros eres tú claramente y si observas toda la tirada te acompañan todos los cinco. Sé que de algún modo esto tiene que ver también con la Emperatriz. Sigo algo confusa, porque hay una parte que no soy capaz de leer, como si me encontrara con una mente impenetrable que tiene relación con todo lo que te digo. Lo más que te puedo dar como conclusión es esto: el uno se convertirá en cinco. No sé qué quiere decir, pero cada vez lo veo más claro. Es así, Nike, pero sólo se hará posible contigo.”
   El uno se convertirá en cinco. Has de esperar, Protch, pero la señora Oakes, hasta cuando no comprendía, siempre acertaba.
−“Todo este laberinto tiene que ver −concluía− con la Dignidad. Las de tus primeros nueve días aquí, que ya será una constante en tu vida. No te habrá sido fácil reaccionar ante todo lo que has visto y encontrar la manera de dar su verdadera medida a las cosas. Pero al final la Dignidad te ha dado unas plumas y te está invitando a alzar el vuelo.”
  Y Luke, que seguía por allí, concluyó:
−“Quizá se pueda hallar la Dignidad volando. O quizá, por haber tenido mi paracaídas un día, finalmente salté de la indignidad de mi vida, como tú lo estás haciendo ahora, Compañero, cuando en la calle que caminamos, encontré mis alas.”  

7 comentarios:

  1. Buena la receta para los pies y eso de la emperatriz deja la intriga en el aire.

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  2. Estaba haciendo un largo comentario de este capítulo y el portátil se me quedó sin batería... Mañana cuando me levante, con un té caliente al lado, escribiré sobre él, ya que es un capítulo lleno de presagios, de conversaciones secretas, de intriga... La Thuban tiene tres corazones y ahora Nike ha completado con Anne-Marie el triángulo de verano.
    Mañana comentaré con detalle, siento este aparte.
    Inor
    PD: No publiques esto, Danny...sino el de mañana.

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  3. Nike le cuenta a Luke sus tentaciones camino de la Thuban…todo lo sucedido con los tiburones, el cumplimiento de su contrato con la empresa por las mañanas y la mendicidad por las tardes. La renuncia a su sueldo por un café. En definitiva, su deseo de ser, seguir siendo el octavo. El cariño de Luke por él va creciendo cada día y se emociona ante todo lo que le cuenta Nike, al que no dejan salir a mendigar esa tarde, dada su dificultad al caminar, para que Olivia pueda hacerle una cura en los pies. Olivia, que cura los pies de sus compañeros con sus ungüentos mágicos a base de yogurt y vinagre.
    Lucy cuenta a Nike que la noche anterior, tras su primera jornada de mendigo con Luke, tuvo una conversación con éste. Esa conversación es por ahora un secreto en la novela, pero intuyo que un gran secreto que terminará desvelándose y, creo, tiene que ver con el triángulo Lucy-Luke-Nike. Casualmente, el lunes Samuel ha quedado con Luke y, además de pasar un rato agradable, el propio Samuel le comentará después a Nike que hablaron de muchas cosas…que no le cuenta por ser privadas. En este punto, he pensado que la conversación Luke-Samuel tenía que ver con la de Lucy-Luke. Algo similar he pensado cuando Richard, en su visita a los ocho, le ha dicho a Nike cuánto lo quiere Luke y que no debe preocuparse ni temer.
    Aparece la figura de David, otro camarero afable del bar más barato al que acuden los mendigos. También la de Henry Shaw, cuya historia terrible y enternecedora acaba con la entrega legal de su casa a los mendigos de la zona. Allí pasarán los ocho la noche del domingo, dada la lluvia torrencial que cae. Pero llega el lunes, cinco de la mañana, y hay que prepararse para volver a la Thuban…a ejercer de extraño e inusual tiburón.
    Otro mendigo que aparece y que se hará amigo de Nike en un futuro (según le cuenta éste a Protch), será Enoch Reed, de los Proscritos. Curiosa su costumbre de sacar fotos sin cámara continuamente, estando cuerdo, y coleccionar esas fotos invisibles para hablarte de ellas con detalle y que puedas “verlas”. Enoch, que está con Vera, y ésta antes con Vince…pero todos tan amigos, le cuenta Luke a Nike.
    Por otra parte, aunque los primeros días de mendicidad de Nike con su Compañero Luke no son nada prósperos, ese lunes por la tarde logra diez dains. La alegría de un millonario ante su tesoro de diez míseros dains es la alegría del lector, sin duda… Cuando leía el capítulo ayer calentaba mi cena…pero sólo pude comer cuando Nike logró ganar dinero suficiente para alimentar a los ocho. Un gran momento muy bien relatado, sencillo y enternecedor, de la faceta de Nike como mendigo. Su único afán es ganar unos dains por y para sus compañeros.
    Asistimos también en este capítulo, creo, a la rendición plena de Anne-Marie. No le ha quedado otra que aceptar la doble vida de Nike y hacerlo con respeto y cariño. Nike le regalará la estrella Vega. En la Thuban, tres corazones comprenden, respetan y quieren a los mendigos: Richard, Samuel y Anne-Marie. Y Nike los ha puesto en el cielo hermosamente, les ha regalado una estrella a cada uno que, juntas, formarán un hermoso triángulo de verano.
    Los gemelos…otro gran símbolo en el libro, otra gran metáfora. Cástor y Pólux en las vidrieras, en el cielo…en todas partes. Nike-Luke, casi gemelos, compañeros. John-Miguel. El padre y el tío de Miguel, gemelos de verdad; ambos enferman de lo mismo y al final del capítulo Miguel debe tomar un avión para irlo a ver. Dejar el Arrabal por unos días…
    El capítulo acaba con un nuevo misterio. La lectura de cartas a Nike por parte de la Señora Oakes, en cuyo futuro aparece la Emperatriz. ¿Acaso Lucy?
    Capítulo, en definitiva, lleno de misterios y secretos, de fortalecimiento del cariño entre Luke y Nike y de establecimiento de lazos de amistad futura (Samuel y Luke, David y Nike, Richard y Luke, Enoch y Nike…) Capítulo de conversaciones importantísimas no desveladas aún para el lector que nos llenan de intriga y nos fuerzan a seguir leyendo.
    Inor

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  4. Se me olvidó decirlo: el concepto de Digniad recorre el capítulo. Dignidad de Nike, que aún no ha sentido la Vergüenza, al parecer (Luke le cuenta que sí la sintió el primer día que mndigó con Lucy...no por ella en absoluto, sino por sí mismo)
    Dignidad de Nike en la calle, como mendigo, como persona, como millonario que tira sus comodidades por la borda y se entrega por amor a la mendicidad, por convicción, por la llamada del destino. Dignidad que Luke le hace ver, sin duda, una y otra vez.
    Me pregunto... ¿Acaso no se está enamorando Luke de Nike? A veces lo parece... Ay, cuántas dudas, intuiciones e intrigas, no puedo dejar de leer...
    Inor

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  5. Magnífico Capítulo!!...Le hace honor a su nombre.
    Me ha encantado que sin quererlo ni desearlo, Nike haya conjugado de momento, sus dos mundos, sacando de ambos lo mejor, el amor y la amistad... :)

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  6. PRIMERA PARTE

    Cuanto más tiempo vacila un hombre delante de la puerta, más fácil resulta verle mascullando la convicción de que el mundo y el hombre son imperfectos, una imperfección frente a la que el ser humano se echa la culpa a sí mismo. El regreso al Arrabal, la explicación de su "proceso", la conclusión de que la sentencia no se pronunció de una vez, si no que el procedimiento era en sí la sentencia. Despejar las dudas sobre todo de Miguel, la impaciencia de Luke que genera la preocupación de amigo. El regreso a casa al fin y al cabo. El regreso a ser curado, un mejunje para sus pies, una manta para el frío de sus temores, y una esperanza que se empieza a buscar en los bolsillos: encontrar una "familia".

    El hombre que sintió vergüenza habló con el hombre que no la sentía. La valentía es la posición intermedia entre el miedo y la osadía, pero vergüenza, dignidad y orgullo son finas telas por donde se va filtrando la autoestima, sentir vergüenza de uno mismo, es el altruista resultado de significarnos como lo que somos, la percepción evaluativa de nosotros mismos, ante los ojos ajenos. Luke y su vergüenza: la jerarquía de las necesidades de reconocimiento propio, se basa en la necesidad de aprecio, que se divide en dos aspectos, el aprecio que se tiene uno mismo (Luke caído en vergüenza desestima su amor propio fruto de las dudas y poco convencimiento de sus acciones), y el respeto y estimación que se recibe o se da a otras personas (Luke y el orgullo que genera el amor que siente por Lucy, su reconocimiento, aceptación, es el resultado de su no vergüenza ajena). Entendemos la no vergüenza de Nike en el cultivo que hace su personalidad de la soberbia, entendida en positivo, como una virtud elevada, propia de hombres afectos a la razón o al espíritu, la cual conduce a una honestidad absoluta consigo mismo.

    -Soy un parásito, Bruce-, ¿cuántas veces hemos oído esta expresión de alguien?. ¡Ay Nike!, la firmeza de tus costuras no te permite estar ocioso, las polillas van dejando en la tela que cubre tu dignidad sus agujeros circulares, la responsabilidad por lo que no haces, entendido como separación del grupo, desigualdad, y no ser merecedor de lo que se recibe van convirtiéndose en el tormento de la preocupación. Inimaginable la felicidad que sentirás el día que puedas traer no para tres, o cuatro, si no para ocho. ¡Ay el fervor!

    El relato transcurre ligero, sereno, a modo de pinceladas suaves recorremos el devenir de Nike, sus pensamientos, las conversaciones, todo con prosa suave, utilizando el lenguaje literario para captar nuestra atención en la historia. Se respira paz en la lectura, un deambular calmado que nos facilita información y nos sitúa en los usos, costumbres del Arrabal y de sus habitantes. Es en definitiva una sucesión de fotogramas, bellos, precisos. Una agradable "lluvia mansa" que se acompasa a la mano tendida que el autor nos ofrece generosamente.

    Los protagonistas cuentan todos con su nombre y otra característica: apellido, no creo recordad alguno que no lo tuviera, por pequeño papel que puedan desarrollar en la historia el creador les otorga la bendición del segundo nombre. En este capítulo plagado de personajes hay uno que por su simpatía reclama mi atención: el bueno de Enoch Reed, el carismático y "pelado" mendigo fotógrafo, de instantáneas mágicas. La aparición de un nuevo personaje es una pequeña gota de lluvia en la mejilla, cuyo deslizar presagia un nuevo gozo para el lector.

    Pol

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  7. SEGUNDA PARTE

    Felicidad. -9 de octubre, primer día que siendo ocho, el octavo pudo alimentarlos-.

    Polux y Castor, la vidriera, Thuban, Samuel, Richard. Nike la ilusión con que corre un niño a abrazar a su hermano....... Luke. Los dos mundos de Nike se encuentran, se conocen cara a cara, una conversación no revelada entre Samuel y Luke. Un pasaje que es todo alegría, la dignidad y el orgullo de Luke colorean su áurea, no hay conflictos los dos universos se integran sin colisión. ¿Y dónde está Nicholas?, desapareció.

    El relato continúa ligero, tranquilo, van sucediendo muchas cosas, la tranquilidad no es signo de poco caudal, los mendigos de fuera, las salidas de Nike y Luke, la marcha de Miguel, la congoja de John, entre otros. Aparece Anne-Marie su cariño que emana respeto es recompensado por una nueva estrella Vega.

    Tirada de tres, la Emperatriz, el uno se convertirá en cinco..............

    Nadie nos otorga nuestro valor personal, no depende del reconocimiento externo. Sí, es difícil de definir, pero se basa en el reconocimiento de la propia persona de ser merecedora de respeto. La dignidad es totalmente individual, innata; ha de ser respetada por todos, pero no concedida por nadie. La palabra respeto también es importante, cada individuo, es un fin en sí mismo y no puede ser usado, bajo ninguna circunstancia, como mero medio para algo. Pero, además, la dignidad lleva a la responsabilidad. Los conceptos de libertad y responsabilidad aparecen indisolublemente unidos al de dignidad. De aquí deviene la grandeza de este personaje, de Nike, reencontrándose con su yo perdido por gracia de sus estrellas, los mendigos, su filosofía de vida, su mundo paralelo al real, pero que es más auténtico si cabe, todo esto es defendido con el orgullo del hombre que al que no venció la vergüenza. Ya sé que este capítulo no es definitorio en cuanto a una apreciación exhaustiva del concepto dignidad, pero llegados a este punto se observa un perfil de Nike suficientemente claro y vale la pena resaltarlo.

    Destacar que el autor consigue captar la atención del lector con el uso especial del lenguaje, apartándolo voluntariamente del lenguaje corriente con el conseguido fin de embellecer la expresión, fijando la atención del que lee no solo en lo que se dice sino en la forma de expresarlo, esta forma de expresividad especial implica que el escritor tiene también una forma especial de interpretar el mundo, de una manera inédita y diferente.

    Pol

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