CAPÍTULO LVII. GRANDEZA



   La colina se veía polvorienta, desarbolada, calva, una paradoja en aquel esplendor del  lago. Algo alejada de la orilla por el lado norte, la misma agua que daba la vida a sus colinas vecinas parecía descuidar los escasos arbustos que resistían en sus laderas. Había pocos árboles, pero escogió un viejo olmo con gran sombra y se sentó a meditar. Armand Protch necesitaba encontrarse a sí mismo. No tenía nada claro su  devenir en la vida y creía que ya tenía edad suficiente como para saberlo. Hacía un mes y poco más que había cumplido los 18, y era finales de septiembre del año 45.

   No lo tenía tan claro como su amigo Peter Matts, que había abandonado los estudios y se había puesto a trabajar de mecánico con ayuda de su tío Brandon, y confiaba en ser un día taxista como él. Sus amigos Paul y Kirsten eran buenos estudiantes y le hablaban a menudo de su deseo de ir a la universidad un día. Y su hermana Crystelle, con ayuda de su madre, había encontrado hueco por las tardes al salir del colegio para aprender algo de enfermería en la asociación Frederick Rage. Algo había en eso. A él no le gustaría trabajar con vendas o jeringuillas, pero le gustaría hacer algo por los demás. Debía meditar en serio qué iba a hacer con su vida y cómo de reflexionar en eso se trataba pero no se encontraba con fuerzas, se puso a recordar los últimos meses bien cargados de acontecimientos. Mas entonces se le volvía a la cabeza la separación de sus padres. En eso no. Mejor retroceder a junio, a la boda del tío de Peter.
    Anne-Marie Beaulière y Brandon Jones se habían pasado años sin creer en el matrimonio pero siempre teniendo claro que eran el uno del otro, mas ahora, ya cuarentones, habían tomado la decisión de casarse. Su amigo Nike -su antiguo amigo Nick, sonrió-, le confesó que pocas veces había entrado en la Basílica, pero esa mañana de finales de mayo el interior lucía espléndido y cálido. Por supuesto habían invitado a los siete y aunque era su jefa, pero  también amiga, no había descuidado a su padre y a toda su familia. También acudió su tío Herbert, que con bastones caminaba ya con tanta dificultad que sólo fue a la celebración, afortunadamente en casa de un primo de Brandon en Northchapel. Se lo notaba algo decaído pero ese día disimulaba bien sus amarguras. Estaba sentado junto a sus amigos Rosa y James, enfrente de Samuel Weissmann y de su hija Joan y tan cerca de Kirsten que la oía reír a menudo con su todavía novio Peter. Era una costumbre. Toda la vida habían sido novios, pero ella se distraía oyendo a Nigel, a quien solía llamar suegro. Hablaban de dioses egipcios. Pero pronto perdió el hilo de esa conversación cuando oyó a Samuel Weissmann hablando de repente con Nike y su querido tres.
─“Quizá no sea este el mejor momento para decíroslo, Nike. De todos modos la hora ha llegado. Mira, Susan y yo somos ya octogenarios. No sabemos cuánto tiempo nos queda, pero hemos pensado volver a Boston, donde los dos tenemos mucha familia. Mis hijos se quedan aquí. Joan seguirá en la Thuban y Susan y Samuel ya tienen hecha su vida con sus familias. Vendríamos de vez en cuando, al menos yo, porque he hecho muy buenos amigos en esta ciudad.”
─“Cielo santo, Samuel. Me he quedado sin palabras. Te vamos a echar mucho de menos.” –le dijo Nike.
─“Tengo tres hijos y con vosotros he llegado a tener hasta ocho más, pues tanto os he querido, y de entre ellos no puedo negar que he tenido hijos predilectos, mi querido Tres. En lo que me quede de vida me acordaré de vosotros, y de vuestros hijos.”
─“Y ellos de ti, Samuel –dijo Lucy-, siempre recordarán a su tío Sam, como ambos te dicen.”
─“Gracias, Lucy. Qué felicidad haberte conocido. Has sido faro que tantas veces me has alumbrado con tu luz potente y un foco de claridad esplendorosa que iluminaba suficientemente el reflejo de los dos hombres a los que, después de mi hijo, más he querido. Por eso, ¿qué puedo decirte en esta hora, Luke? Aún recuerdo aquella tarde en la que mi todavía empleado Nike me presentó estremecido a un buen amigo a las puertas del bar The Silversmith. Y primero él y después tú me fuisteis enseñando que hay otras cosas en la vida además de la ambición. Que acumular dinero puede estar bien, pero que hay otras circunstancias que te llenan. Y además de vuestra amistad, me habéis regalado una estrella y cada verano me extasiaba mirando Altair. Con vosotros he aprendido los motivos de Verôme y hasta los dioses. Y no sé cuánto me puede quedar aún por vivir, pero mientras viva, vendré a Hazington a ver a mis hijos y a saludaros a todos vosotros.”
─“Es un placer haber contado tantos años con un hombre como tú –le dijo Luke-, que me ha demostrado sobradamente que la amistad no tiene barreras. ¿Cuándo os vais?”
─“Dentro de una semana. Pensaba despedirme de todos en el arrabal e iré allí algún día a verlo por última vez. Pero estáis todos aquí y empezaré ahora a despedirme de los demás. Pero antes déjame darte las gracias, Nike, por la gran amistad que me has demostrado todos estos años.”
─“Gracias a ti, Sam.”
   Pensaba que él, Armand Protch, también había sido amigo de los amigos de Nike y de su padre, y que echaría de menos a Samuel Weissmann, que al final tuvo palabras de cariño para con él en su despedida.
   La boda fue un cálido reencuentro de muchos amigos en la que Anne-Marie, ahora Anne-Marie Jones, tenía una belleza de espejo de nácar y su ya marido Brandon era la luz que se reflejaba.
   Fue tan sólo dos días después cuando su tío Herbert tuvo una apoplejía. Ya se encontraba con verdaderas dificultades para todo y aunque su tía Maude lo cuidaba y él era dócil y no le creaba problemas, se quejaba alguna vez de la indignidad en que lo había situado la vida. Su hermana y él acudían a Deanforest, el hogar de sus tíos, todos los días. Una de esas tardes se encontró con Nike, que conversaba con él.
─“La verdad es que cuanto antes me vaya mejor.”
─“No digas eso, Herbert.”
─“Siempre he querido que Maude me sobreviva. He sido muy feliz, Nike. Tantos años a su lado y amándonos hasta el último día. Y gracias a ti, he tenido incluso nietos. Lo siento por Paul y Kirsten, pero tú me has enseñado que la vida es un ciclo y yo ya he cumplido el mío. Ahora quiero irme pronto.”
─“Nos hemos de ir todos, Herbert, pero no tengas prisa. En cualquier situación puede haber dignidad.”
─“Te he querido mucho siempre, Nike. Tanto en tu infancia en Siddeley Priory como en tu segunda vida en la Mano Cortada. Y aún me emociona recordar aquellas dos semanas en que viniste a contarme tu historia y yo aún era Protch. Hasta que al fin me llamaste Herbert y me dejaste conocer a tu mujer, tu marido, tus compañeros y sobre todos a tus hijos. De ti al menos me puedo despedir, pues siento que ya me quedan pocos días. He sido muy feliz. Adiós, Nike. Y no llores tú ahora, Armand.”-le dijo.
    Y al final se fue como había querido irse, sin molestar, en muy poco tiempo. Fue el 10 de junio. Maude se lo encontró muerto en la cama. Telefoneó a Richard, que avisó a todo el mundo en el arrabal. Sus sobrinos Armand y Crystelle y sus nietos Paul y Kirsten fueron fuentes también en su funeral, un día en que el verano quiso anticiparse  y vestir su mejor traje. Nike estuvo todo el tiempo junto a Maude, que casi no se tenía en pie, pero fue capaz de decirle.
─“Esto es lo que él quería. Si yo me hubiera ido primero, él no habría sobrevivido ni dos días. Querido Herbert. No sé cómo podré continuar sin ti, pero tenemos unos nietos y unos sobrinos y yo me quedo mustia aquí a ayudarlos en lo que pueda.”
   Esos días Olivia estuvo constantemente, día y noche, junto a su tía. Por supuesto la visitaban a diario sus padres, su hermana Crystelle y él. Y allí cada tarde se podía encontrar con Lucy y con Luke, pero sobre todo con Nike. Una de esas tardes, nada más llegar él, se marchó Olivia y su tía se quedó sola con Nike. Le pareció que ella, una semana después, quería hablar  con su amigo y él no sabía si levantarse o seguir allí un rato más. Por eso hablaban de otras cosas mientras lo miraban claramente como si quisieran quedarse a solas.
─“Ahora a la Estrella Polar ya no la alumbra Arcturo. Las osas se han quedado sin su guardián.”
─“Pero sigue sabiendo su lugar porque el brillo de Gemma persiste, alumbrando potente el mismo norte.”
   Ya no sabían de qué hablar y Armand acabó encontrando una excusa perfecta para salir del salón. Recordó que tenía un libro a medias y que éste se hallaba en la biblioteca.
─“Todavía no conozco el asesino de El Nombre de la Rosa. Voy a leer un rato, que me muero de curiosidad.”
   Todos en el arrabal lo habían leído, hasta los no habituales lectores Bruce o Miguel, con otro ejemplar que les había prestado James Prancitt. Y también devoraron El Péndulo de Foucault, otra obra maestra de Umberto Eco, difícil de leer pero de las que se dice acabada la lectura “ha sido un placer”. Con las dos quizá Eco hubiera puesto de moda la novela histórica. Era contradictorio que hubiera literatura de moda, como la ropa, de usar y tirar. Y otros se hicieron de oro escribiendo ideas supuestamente originales que ya se mencionaban en El Péndulo.
   Pero Armand no se fue a la biblioteca. Estaba demasiado interesado en saber de qué querían hablar Nike y su tía. Y estaba lejos de esperar oír lo que oyó.
─“Esta mañana –dijo Maude- se ha pasado por aquí Gerald Rivers. Me traía una copia del testamento. Sin que yo sepa por qué, pues Herbert no tenía ese capital, soy heredera de una fortuna. Y he supuesto que tú sabías algo, querido Nike.”
─“El dinero de los Siddeley es inagotable. Siempre me extrañó, cuando hace años os dije qué había hecho con mi dinero, que os creyerais que con la construcción de Earthkings se me había ido todo lo que tenía. Pero no me hicisteis más preguntas y lo agradecí. Por supuesto Paul y Kirsten no podían quedarse en la estacada y son Siddeley al fin y al cabo. Heredarán millones cuando sean mayores de edad. Pero ¿qué hacer con el resto? Mira, Maudie. Mi vida es insegura, rodeado constantemente por el hambre y el frío. Podía haberme ido antes que vosotros. Pero si no era así, ya no tenía nadie más a quien dejárselo, descartados mis compañeros que no habrían tocado jamás mi dinero, que vosotros, y puse una clausula en el testamento para que todo fuera a parar al final al superviviente de los dos.”
─“Me he encontrado con mucho más del que necesito. Mira, mi prima Selma también acaba de enviudar. Fuimos juntas al colegio y nos queremos mucho. Estaba pensando incluso aceptar su proposición de irme con ella a una casa que tiene en Inverness. Me lo tengo que pensar, porque aquí tengo a mis sobrinos y a mis nietos. Pero octogenaria ya, ¿qué podría ambicionar? Comprendo las razones que te guiaron un día, pero ¿qué haría yo con todo ese dinero?”
─“En todo caso, Maudie, yo no quiero recuperarlo. Te aseguro que mis hijos están bien provistos. Ya incluso duermen en sus casas de Washington Street. Si tú no lo deseas, déjaselo a alguien de tu familia.”
─“Los pocos parientes que tengo, como mi prima Selma, son ya ancianos. En todo caso, aunque no es familia de sangre, siempre he querido a Richard como a un hijo.”
─“Dáselo a Richard.”
─“Supongo que sabes que a Richard no le van bien las cosas últimamente.”
─“Él sabrá qué hacer con él y además tiene dos hijos. A Armand y a Crystelle les puede hacer falta
   A Armand, que lo había oído todo, le pareció que de repente un volcán movía la tierra donde se asentaba. El dinero de los Siddeley podía acabar en sus manos. Y no sólo el dinero. Su tía Maude aún tenía algo que decir.
─“Y si me voy a Inverness, Nike… supongo que no quieres recuperar Deanforest. Quizá tus hijos…”
─“Mis hijos, te vuelvo a recordar, tienen ya una casa cada uno. No, Maudie. Dejé Deanforest hace tiempo. Y si tú te vas, aquí podrían vivir cómodamente tus sobrinos.”
─“Si me quedo en Hazington, me acabaré mustiando. Me iría a vivir con Selma sin dudarlo si no tuviera aquí nietos y sobrinos. Pero también es verdad que mientras tenga salud, un avión de vez en cuando lo arreglaría, y vendría a veros a todos. O también Paul, Kirsten, Armand y Crystelle pueden ir de tanto en tanto a Inverness. En fin, Nike, me vaya o no, dile a Gerald Rivers que se pase por aquí un día. Quiero hacer un testamento nuevo.”
   En cuestión de un mes su padre recibió notificación de los abogados de que se lo hacía propietario de una pequeña fortuna. Pero el dinero no podía aliviar sus dolores y acabó en manos de sus hijos. Hacía años que Richard Protch había hecho testamento con Gerald Rivers y Armand se encontró de repente propietario de Deanforest, compartido con su hermana, y dueño de un enorme capital con el que no sabía qué hacer.
   Porque su padre no quería nada. Si, ya no tenía más remedio que meditar sobre la crisis de sus padres. Armand había conocido toda la vida a Stuart Grainger. Era cocinero también en la asociación Frederick Rage, donde trabajaba su madre y era un viejo amigo de los dos. También había coqueteado con las drogas en su juventud, pero ahora tenía una visión calmada de las cosas y una armonía sosegada. Sonriente, franco, a veces dubitativo pero siempre certero, jovial y reflexivo. Pero él no podía quererlo. Había sido el culpable de la separación de sus padres. Muchas veces fueron de fiesta juntos, a comer, a tomar una copa, a un viaje, buen amigo de los dos.
   Pero desde abril a su madre se la veía ausente y no eran viejas secuelas de las drogas. Parecía infeliz. Armand le preguntaba y nunca tenía respuesta y una noche, volviendo de la cocina, oyó una conversación entre sus padres en el dormitorio.
─“¿Es Stuart, verdad?” –preguntaba su padre.
─“No te voy a mentir, Richard. Ya no puedo más.”
─“¿Es amor?”
─“Me temo que sí, cariño. Contigo quiero estar toda la vida, y además tenemos dos hijos en común. Pero –ya desesperada-, no puedo más. Ay si estas cosas las decidiera la razón y no el corazón. Yo no quiero estar sin ti.”
─“¿Stuart te ama?”
─“Sí.”
─“¿Y tú me amas?”
─“Supongo que sí. Pero sí sé que te quiero.  No deseo que el amor arruine mi vida. Pero ¿qué puedo hacer?”
─“Yo sí te amo. Eres mi mujer pero no me perteneces. He sido el hombre más feliz del mundo a tu lado, pero tu corazón ya tiene nuevo dueño. Déjame. Vete con él. Ya no me amas. Será amargo para mí, pero tú eres la mujer de mi vida y no puedo verte así” –dijo derrumbado.
   Fue cosa de una semana después cuando su madre ya no pudo más y se fue de casa. Era imposible darles una explicación a sus hijos y sólo hablaba de cese temporal de la convivencia, pero insistía en que Richard y ella se querían mucho y siempre sería así. Se notaba que era difícil lo que le tenía que decir a sus hijos, pero él, Armand, no hizo más preguntas. Y un día se fue. A su padre le quedaba grande la casa. El día parecía alargarse y no había rincón que no le recordara a Sarah. Armand lo veía llorar cada día sin encontrar respiro. Al cabo de una semana era habitual hallarlo en el Arrabal de la Mano Cortada. Pasaba las tardes allí. Así comenzó todo. Un sábado que Lucy y Nike estaban en la calle, su puso a conversar con Luke.
─“Hace 16 años que nos conocemos. Ahora sin Sarah y puesto que hace un año dejé de trabajar, ya no me sé ver sin vosotros. Espero no ser una molestia, Luke.”
─“Eres nuestro amigo, Richard. Aquí siempre serás bienvenido. Quédate a comer.”
─“Me pasa como me contaba Nike al principio. Me da pudor participar de vuestra comida sin aportar nada. No sé si ya con esta edad me podría decidir por hacer lo que todos vosotros habéis hecho. Entretanto, prefiero visitaros, pero irme a St Alban’s Road a comer. No puedo estar sin Sarah y ya no puedo hablar de ella con mis camareros Luke y Nike, pues ya no estoy allí.”
─“Tus camareros, no, pero aquí seguimos tus amigos, y no sólo Luke y Nike. Estamos contigo, Richard. Desahógate y háblanos de Sarah.”
─“No sé si esta situación será temporal o permanente, pero ya no me hallo sin ella.”
─“Ten cuidado, papá –le dijo entonces su hijo Armand con todo cariño-, que estoy recordando cómo Madeleine Oakes decía que el noveno signo era el Reconocimiento de la Aceptación o el Amor. Tú ya has reconocido y aceptado tu situación y la de los demás, y demostrando cuánto amas a mamá, te has hecho para mí la representación del amor, con A mayúscula.”
─“Gracias, Armand. Pero aún no me he reconocido como noveno mendigo.”
─“Aún no, amigo mío –le dijo entonces Nike, que regresaba con Lucy en ese momento-. Ni tienes por qué temer serlo. Sé que Luke habrá intentado convencerte para que cenes con nosotros y compartas nuestra hoguera. No seríamos buenos amigos si no te sientes cómodo en nuestra casa. Recuerda que todos hemos dormido más de una vez en la tuya.”
   Y al final Richard aceptó. Se le veía bien que no se decidía esa noche a volver a casa. Las paredes se le caían si dormía a solas, pues sus hijos ya lo hacían en Deanforest. Estuvo toda la noche de plática con ellos, oyendo las anécdotas que contaba Bruce o preguntando a Miguel por su país o su prima Brenda Dolores. Consintió en comer esa noche con ellos y cuando ya se habían retirado casi todos, le preguntó a Nike.
─“Según me dijiste, ahora dormís otra vez los tres juntos. Ya no usáis vuestra casa de campo, ¿no?”
─“La usamos para guardar chismes pero una persona cabe, ¿por qué?”
─“Me gustaría dormir aquí esta noche. No soportaría una cama vacía en mi piso de St Alban’s Road. Al menos en el arrabal sé que os tengo al lado. ¿Podría dormir aquí, Nike?”
─“Por supuesto, amigo mío. Si prefieres nuestra nada confortable casa de campo, es tuya.”
   Y su padre pasaría allí dentro cinco o seis noches. Al final se decidió, a solas no se atrevía, a acompañar a Luke y a Nike cuando iban solos, los días entre semana. Y le contó un día una conversación que había tenido con Nike.
─“Nunca seré como tú, amigo mío. No me voy a deshacer de mi piso en St Alban’s Road. Sarah podría volver y mis hijos van allí con frecuencia. Ahora duermen en la que fue tu casa y viven en gran parte con lo que fue tu dinero. Con propiedades, si me quedo aquí, yo solo sería un mendigo a medias.”
─“La señora Oakes creía que mi mente y la suya estaban conectadas. Creo que te digo lo que ella te diría si te cuento que el noveno mendigo, si quieres serlo, puede tener propiedades y quedarse con nosotros. No eres un mendigo a medias. Y en cuanto a lo que fue mío… hace años que no lo es. El dinero de los Siddeley ha llegado por extraños caminos a los Protch más jóvenes. Tus hijos sabrán qué hacer con él.”
   La noche se vestía de sombras en la colina mientras Armand recordaba una vez más cómo su padre se había quedado con ellos y ahora se daba la paradoja de que su hermana y él eran millonarios y su padre era el noveno mendigo. Unos pasos lo alertaron de que alguien se acercaba. No tuvo miedo: podía ser alguien conocido. Pronto advirtió que se trataba de James Prancitt, a quien él había llamado siempre tío James y como tío James lo saludó.
─“Hola, Armand. Estaba dando un paseo, pero en realidad mi mente, como podrás suponer, merodeaba San Luis Talpa.”
─“¿Qué proyectos tenéis ahora, tío James?”
─“Queremos crear algún hospital entre San Luis Talpa y San Pedro Nonualco. El problema es el que ya imaginas, el de siempre, nos falta financiación.”
   Un estremecimiento empezó a recorrerlo completamente cuando se dio cuenta de que en el mismo mes su padre y él acababan de encontrar su motivo de Verôme. Lo tenía delante de sus narices. Sus amigos Rosa y James se habían pasado la vida hablándole de El Salvador. Armand no quería una fortuna para satisfacer ninguna ambición. No sabía qué hacer con su vida porque le faltaba darse cuenta de que la necesidad en la que lo habían ido educando era la de hacer algo por los demás y había crecido sin grandes deseos para sí mismo. Podía hablarlo con Nike, porque el dinero había sido suyo y quería contar con su opinión, mas sabía que no se opondría. Entretanto ya tenía una respuesta que darle a su tío James.
─“Me gustaría ir a El Salvador, con tía Rosa y contigo. Y se pueden financiar varios hospitales, James. Yo pongo el dinero que os haga falta. Pero quiero echar una mano yendo con vosotros y quizá en los alrededores de San Pedro Nonualco pueda encontrar al fin un deseo para saber qué quiero hacer con mi vida.”
─“¿Estás seguro de que no te vas a arrepentir, Armand? Ese dinero que otrora fue de mi cuñado y de su familia ahora es tuyo y puedes meditar más detenidamente qué hacer con él.”
─“Tengo tanto, James, que bien puedo dilapidar un poco echándoos una mano. Me has hablado mil veces de que os faltaba un mecenas. Bueno, pues ya lo tenéis, al menos para uno o dos proyectos.”
   Y logró convencerlo. No tuvo nada que oponer Nike, que le recordaba que ese dinero ya no era suyo y que se alegraba de lo que Armand planeaba hacer con él. Una de esas tardes su hermana Crystelle había decidido que un día iba a estudiar podología. Su padre Richard alentó a sus dos hijos sintiéndose muy orgulloso de ellos y sentado al lado de Nike le preguntó:
─“Supongo que ahora que más o menos soy el noveno, puedo regalarles a mis hijos una estrella a cada uno.”
─“No nos pertenecen, Richard y desde luego nadie te va a censurar por darles estrellas a la sangre de tu sangre.”
─“Supongo que al ser su padre es fácil que quiera regalarles estrellas muy brillantes, pero aún no han sido dadas. Armand se ha echado el mundo sobre sus hombros. Y Crystelle quiere ayudar a los que como ella siempre hayan tenido un problema en el pie. El hombro y el pie. Betelgeuse para Armand y Rígel para Crystelle.
   Betelgeuse es alfa orionis, gigante roja, hombro este de Orión, a oriente de Bellatrix. Rígel es beta orionis, el pie occidental, junto a Saiph, el pie oriental. El cazador ya tenía con qué sostenerse y un hombro sólido con que sujetar las constelaciones adyacentes.
   Armand Protch veía la colina perder las últimas sombras de la tarde y transformarse en una noche vestida con una falda estampada de bombillas, de luces estelares a las que la insuficiente luna no tapaba aquella noche del 1 de octubre y era también parte del dibujo. Como otra tiniebla que se cernía sobre el lago, sintió unos pasos conocidos que se le aproximaron. Era James Prancitt.
─“Hola, Armand. Te veo muy meditabundo. Lo mismo ya te has arrepentido.”
─“No, tío James. Construiremos hospitales. Me dejaré guiar por lo que hagáis tía Rosa y tú.  
   Cogerían el vuelo a Centroamérica el 6 de octubre.
─“Y una vez construidos te sentirás realizado cuando pasees por su interior. ¿Vendrás adentro con nosotros, verdad?
─“Si, tío James. Entraré.”

3 comentarios:

  1. La alegría de una boda...
    La tristeza de un funeral...
    Un testamento con mucho dinero que acaba en manos de dos jóvenes hermanos, igual que Deanforest. Ella estudiará, él se irá con James y Rosa a construir hospitales a El Salvador... Rígel para ella, Betelgeuse para él.
    Aparición del noveno mendigo que conservará su casa y su dinero... Sorpresa para el lector.
    Inor

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  2. Un noveno mendigo, un repartir herencias con final feliz para El Salvador.
    Herbert, ya nos dejó, desgraciadamente, pero con un buen sabor de boca, ha sido muy querido.
    Anne Marie, feliz en su matrimonio. Cuántas sorpresas agradables en éste capítulo.

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  3. ¿Hay una ley según la cual en nosotros existe algo más fuerte, más grande, más hermoso, más apasionado que nosotros mismos?, sí, nuestra propia ley.

    En este capítulo, otro exquisito ejercicio literario, lo que podía haberse resuelto en un mero relatar de acontecimientos, se convierte, por la singularidad de sus ficciones, en otra de las creaciones donde la honradez de su discurso es sustentado en la constante certeza de su prosa y en la belleza en la manera de contar las cosas. Un relato que te atrapa en un abrazo extraordinario para dejar de ser un lector ajeno y ser él o en él, y en las sensaciones de lo que en ese momento lees y sientes ya como algo propio. A lo largo de esta novela hemos recibido diferentes impactos, y esos impactos permanecen en la memoria con la misma fuerza que cuando fueron leídos, el relato es un apólogo vital, un devenir literario, que aprendemos a leer atrapando el signo antes del significado.

    Hay un salto temporal, Paul, Kirsten, Peter, Crystelle y Armand adquieren un peso narrativo propio, en particular Armand a quien el narrador (todavía oculto) toma como punto de vista para relatar lo que acontece. Despedida (mi querido Protch, compañero necesario en tantos capítulos), adiós sentido que utiliza el autor para ligar el relato con la fuerza expresiva de los sentimientos, retratados otra vez fielmente, otro esqueje narrativo trazado con un fuerte valor realista disfrazado de sencillez. Separación de Richard Protch y Sarah, esta vez la carambola dejo una bola en la tronera y sobre el tapete el causante Stuart Grainger, este suceso dará paso a otro hecho importante de la narración. Grandeza, por fin la resolutoria de la fortuna de los Siddeley, cuya exposición constituye por sí misma un relato dentro del relato.

    He de confesar que Anne-Marie es uno de esos personajes que me ha despertado diferentes sensibilidades a lo largo de la novela, por eso me parece un acierto que el autor derramara un ademán de ternura para comenzar el capítulo con su boda. Puestos a fabular sobre lo escrito uno se imagina a Brandon Jones que en un gesto muy suyo, sin alterarse, la inundó con la luz diáfana de sus ojos, y en una sola frase vertió toda la sabiduría con la que se había pertrechado: Recuerda siempre que lo más importante en un buen matrimonio es que la estabilidad sea la que de la felicidad. Por sus conocidos y antiguos rasguños Anne-Marie Beaulière entendió que aquella frase no escondía la amenaza mezquina que le persiguió en otro tiempo, sino la piedra lunar que les proporcionó a ambos tantos días dichosos.

    Richard sintió una corriente de aire que le vació de todo lo que llevaba dentro, llenándole de todo lo que se encontraba fuera. Richard el nuevo mendigo, fundamental como referencia por su cariz existencial, en un relato que juega con las luces y las sombras de la propia vida del personaje, esa es su grandeza, su valor, un personaje con corazón, con mente, y con ganas de dar sentido al mundo. En esa dinámica de simbolismos, reflexiones y moral del Arrabal encajó perfectamente este camarero jubilado.

    Es cierto que los seres son frágiles y cometen injusticias. El hombre es básicamente bueno, pero el hombre puede actuar mal o bien, y ahí reside su grandeza. El capaz mantiene buen orden, sabe mantener, renunciar o distribuir sus posesiones en justa medida a sus necesidades. Ni con la construcción de Earthkings ni con las dos casas que compró para sus hijos Nike se deshizo de su fortuna, había que darle un sentido al dinero, Y aquí empieza, lleno de razones, el destino de esa riqueza, Ni Lucy, ni Luke querrían, Maudie también rechazó, pero señaló a Richard para ser el que aceptará, aunque, el ahora mendigo, la reclinó. Y así pasó a sus hijos Crystelle y Armand la fortuna de los Siddeley. Es el azar o quizás esas paralelas que por fin se cruzan quien propició el encuentro entre Armand y James Prancitt "Me gustaría ir a El Salvador, con tía Rosa y contigo. Y se pueden financiar varios hospitales". GRANDEZA.

    Pol

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