CAPÍTULO XXXI: SEGUNDO ALEGATO ANTE LOS TIBURONES



   Un tiburón despedaza a su víctima sin piedad; la muerde y la desgarra. Yo, que había navegado siempre en sus mismos templados mares, sabía bien que ahora era la presa y que no conocía la forma de no caer en sus dientes, o si caía, de desasirme. Con mis dificultades para andar, del brazo de Anne-Marie, conseguí penetrar a la postre en aquella reunión de escualos, y al final conseguí sentarme en la mesa redonda donde celebrábamos los consejos de administración. Mirando sus caras pude ver que lo que yo les iba a explicar no sería necesario, que ya lo sabían. Contaba, suponía, con una aliada. Estaba guapísima Anne-Marie Beaulière aquella mañana. Ya no estaba al día con su nuevo vestuario, pero llevaba un traje de chaqueta rojo que sí le sentaba bien, a pesar de que este color no era el que más le favorecía. Pero teñía su rostro de una pasión desconocida que parecía decir que iba a luchar por mí. Al menos debió gustarle saber que Nike no se quería ir del trabajo.

   Pero de los rostros de los otros cinco pude deducir que la mañana iba a ser dura, que no sería fácil hacer mi alegato y convencerlos. La máscara de Samuel Weissmann, como siempre, no dejaba ver ni un asomo de cuáles eran sus sentimientos esa mañana. Ayer parecía querer mi amistad y me había propuesto el cielo de la presidencia. Menos de 24 horas después un mendigo le iba a dar una respuesta. No sabía cuánto tiempo me dejarían hablar antes de despedirme con cajas destempladas. El rostro de Harold Blessing expresaba bien a las claras un fastidio infinito. No quería saber nada de su sobrino, y temía que yo, como hice en agosto, volviera a hablar de él. Parecía evidente que a Harold al menos lo iba a tener en contra. Tampoco me parecían benévolos los ojos de Norman Wrathfall. Pero debía estar volviéndome loco: de repente me recordó también a un ser querido. No sabía si achacárselo al hambre, pero en las últimas 24 horas me había pasado lo mismo dos veces. Por lo demás no pude evitar estremecerme al notarle un tono realmente enfermizo esa mañana. ¿Qué edad tendría? A mí me parecía que estaba cerca de los 80. ¿Es que de verdad Norman se había propuesto morir en el trabajo?
  Me tocó sentarme entre Walter Hope y Thaddeus Barrymore. Este último siempre había sido para mí un enigma. Lo mismo parecía estar de acuerdo con mi línea de actuación que lo encontraba extrañamente en contra. Era imposible saber qué pensaba de mí antes o qué pensaría de mí esta mañana. Ni siquiera sabía si habría podido contar con él de haber sido un día de trabajo más. Walter no se atrevía a mirarme. Su silencio y su rubor eran más que elocuentes. Con la atención de todos puesta en mí, intuí que de los asuntos que incumbían a la compañía se hablaría después, pero que esperaban oírme hablar cuanto antes. Así que como pude comencé:
−“No es fácil saber por dónde empezar, ya que parece ser que queréis oírme primero. Aunque creo que ya os lo figuráis. Sé que mi aspecto es muy extraño esta mañana, pero yo os lo quiero contar. Y supongo que ya sabéis que ayer estuve mendigando.”
−“Lo sabemos, Nicholas −me interrumpió el señor Weissmann, y con una mirada hostil, pero no dirigida a mí, dijo−. Walter Hope nos lo estaba contando.”
   Supe entonces con claridad que cualesquiera fueran las opiniones del presidente hacia mí, se sentía entonces realmente indignado con Hope, que no le gustaba nada que uno de sus empleados tuviera, sí, llamémosle así, una actitud de chivato. Pero me dirigí hacia Walter.
−“Lo que tú me viste hacer, Walter, es sólo lo que pasó al final de la jornada. La tarde fue mucho más larga. Y lo hice, créeme que no me siento avergonzado de contarlo, porque tenía y sigo teniendo hambre. Llevo 24 horas sin comer. Y porque los mendigos tenemos que hacerlo y…”
−“¿Primera persona del plural?” −me interrumpió Norman.
−“Primera persona del plural, Norman. Ahora sé que lo soy y que lo voy a seguir siendo, pase lo que pase aquí esta mañana. Sólo pretendo daros una explicación, no sólo porque os la debo sino porque sea posible o no, mi intención sigue siendo acabar mi contrato. Por mi parte podéis tener la seguridad de que trabajaría con dignidad, mucha más que la que tenía cuando llegaba al trabajo borracho. Y con respecto a esto, quiero rogaros, que si vuelvo a beber, no tengáis piedad de mí. Despedidme entonces de forma fulminante.”
−“¿Estás seguro de eso, Nicholas?” −inquirió entonces Samuel Weissmann, más sorprendido, en apariencia, que enojado.
−“Completamente seguro. El empleado Siddeley borracho no tiene cabida aquí. El mendigo Nike depende de lo que decidáis.”
−“Habla entonces. Te aseguro que al menos no tomaremos ninguna decisión sin escucharte.”
−“Es muy difícil contar el largo día de ayer sin estar seguro de poder decir algo.” −Miré al presidente implorándole al menos una orientación sobre si podía decirlo. Él, sin quitarse la máscara en ningún momento, nunca supe qué estaba pensando en realidad, tomó la palabra por mí.
−“Ayer le propuse a Nicholas Siddeley que me relevara en la presidencia de la Thuban Star −hubo un pequeño coro de murmullos y muchas miradas de asombro−. De haber aceptado, él pasaría a ser el cuarto presidente de esta compañía −me miraba sin malevolencia−. Pero no tuve respuesta.”
−“Algo me decía, señor Weissmann, que si aceptaba, me equivocaría. Ya os conté en agosto que había pasado once días con siete mendigos, y os parezca verosímil o no, ya entonces los quise tanto que la misma noche del 6 de agosto decidí quedarme para siempre con ellos. Pero por una razón que no voy a contar, supe que era imposible y me volví. Creo que desde entonces he desempeñado mi trabajo con honestidad, más de la que tenía cuando el caballerito Siddeley venía aquí cada mañana beodo. Y no dejé que mi vida privada se interpusiera en mis responsabilidades en la empresa. Pero me he pasado dos meses deseando volver a verlos. Sé que aunque lo explicara, nunca me entenderíais, pero no podía ir a visitarlos y desentenderme sin más de sus problemas. Yo necesitaba ser de su misma piel, un mendigo más, el octavo en llegar. Y ayer al fin lo hice. El señor Weissmann sabe bien que queríamos discutir su propuesta en una comida, pero que al no encontrar espacio libre donde sentarnos en The Golden Eagle, salimos a la puerta y me encontré con mi gran amigo Luke Prancitt, uno de los siete. Fuimos a comer, pero teníamos tantas cosas que contarnos que no llegamos a probar bocado. Y después me acerqué al fin a la Mano Cortada. Y allí supe que no hay paraguas que me protegiera de toda la sangre que mi corazón llovía. En ese momento lo supe. No sólo quiero vivir siempre con ellos, sino morir con ellos, vivir y morir como ellos. Allí encontré también mi propio lugar donde dormir. En un tienda en el Arrabal he dormido esta noche y allí quiero dormir a partir de ahora todos los días, los siete a mis costados. Después fui a la calle con Luke Prancitt. Pasamos un par de horas en la Basílica y algún tiempo más en las cercanías. Fue donde recibí mi primera limosna como mendigo: 20 budges, pero lo poco que reunimos mi compañero y yo no fue suficiente al final de la noche como para llegar a comer algo. Uno de ellos me contó en verano −mi mirada procuró apartarse entonces de Harold Blessing, pero no lo consiguió del todo− que a veces se veían impelidos a buscar comida en la basura, y fui yo el que le propuso tal idea a mi compañero. Aceptó y lo hicimos. Y fue entonces cuando Walter me vio. Eso es parte de nuestra vida diaria. Y lo más irónico es que ni siquiera nos sirvió. Quizá vieras, Hope, que había por allí muchas ratas. Así que −intenté ir concluyendo− volvimos con hambre al Arrabal. Me costó bastante esfuerzo porque ya era incapaz de andar, pero allí estuvo anoche mi norte. Y a partir de hoy todas las noches. Esta mañana con hambre, con frío mortal y sin poder caminar me he visto asaltado por mil tentaciones y he estado a punto de abandonar, pero un pequeño incidente ha conseguido darme la fuerza al fin que necesitaba −les estuve hablando de aquel choque casual con un joven ebrio y sus palabras posteriores de “apártate, mendigo”−. Y de ese modo, aunque no sabría explicarlo, finalmente, tras una larga batalla de dos meses, al fin sé quién soy. Soy el mendigo Nike.”
−“¿Y qué pretendes, mendigo Nike? −me habló Harold− ¿Quieres que nuestros clientes se entrevisten contigo después de haberte, a lo mejor, dado limosna la tarde anterior en la Basílica?”
−“No podrían reconocerme. Imagino que recuperaré mi capacidad de andar. Esta mañana no he podido darme una ducha y cambiarme de ropa por no ser capaz de llegar a Deanforest, y porque yo quería contaros todo lo que hice ayer y voy a seguir haciendo. Pero el lunes, aunque me rompa los pies o tenga que levantarme dos horas antes lo haré.”
−“Pero, si como dices −me hablaba ahora Thaddeus−, esto va a ser definitivo, no parece que tenga mucho sentido. Tendrías que elegir o la calle o la Thuban. Imagínate que esta misma mañana haya clientes que se quisieran entrevistar contigo. La Thuban tiene bastante prestigio como para perderlo porque alguien te vea con tu aspecto actual.”
−“Te aseguro que esto no volvería a pasar. En cuanto pueda acercarme a Deanforest, traeré varios recambios de ropa limpia que introduciría en mi despacho. Sólo tendríais que darme una llave para tener acceso a las duchas. Finalmente, y al fin le doy una respuesta, señor Weissmann, ni puedo ni quiero ser el presidente. Y comprendo que tampoco pueda ser algo así como el vicepresidente. Quiero seguir aquí hasta que acabe mi contrato al menos, como un trabajador más. Y si es necesario, con un trabajo más bajo. Y estoy dispuesto a renegociar mis condiciones. ¿Puedo decirlas?”
−“¿Es que encima vamos a tener que subirte el sueldo?” −me preguntaba Walter, incapaz de disimular su inquina.
−“No, Walter. Me gustaría seguir siendo vuestro director de planificación económica, pero si lo consiguiera habría que hablar de sueldo y condiciones. Todos sabéis que soy un hombre extremadamente rico. Tengo bastante dinero como para vivir de él toda la vida. Y eso me separa de las personas que más quiero en este mundo. Debería hacer como ellos y renunciar a todo, pero habré de ir despacio y de momento con bastante prudencia, pues no sé lo que el mundo me puede deparar mañana.”
−“¿No te das cuenta, Nike, de que ellos quieren tu dinero?” −irrumpió Norman con la fuerza de un ariete hostil.
−“No, Norman. Piensa de mí todo lo que quieras. Cree que soy un ingenuo. Pero no voy a pasar por que a ellos se les haga una injusticia. Ninguno de los siete quiere mi dinero. Me quieren a mí, tal como soy. Déjame decirte que tú no los conoces. Pero a la más leve repetición de semejante insinuación, yo seguiré peleando por ellos.”
−“Propón tus condiciones, Nicholas.” −casi no es necesario que te diga que me interrumpió Samuel Weissmann. Era el único que me llamaba Nicholas.
−“Sin demasiado esfuerzo por mi parte, he llegado a tener una fortuna. Si difícil sería deshacerme algún día de todo lo que tengo, más difícil lo haría que la corriente de dinero me siga llegando. Y sé que no es habitual que un mendigo ocupe mi puesto de trabajo. Por eso lo que pretendo es seguir trabajando aquí hasta el fin de mi contrato, pero a coste cero, de modo que le saldría completamente gratis a esta empresa. No quiero ningún sueldo.”
−“Nicholas, tenemos que conocer la opinión de todos y seguramente tendremos que hacer después una votación. Pero si sigues trabajando aquí, ese sueldo, 0 dains, me parece que podría aumentarse.”
−“Podría aumentarse con uno o dos cafés cada mañana en el bar. Alcohol prohibido. Y nada más. Si consigo dinero en la calle, comeré algo, pero con lo que traiga. Si es otro día como el de hoy en que no he logrado traer nada, ni siquiera voy a comer.”
−“Nos saldrías demasiado barato, Nicholas. Sabes que a cierta hora abre el comedor. Podías entrar y pedir lo que quisieras.”
−“Gracias, señor Weissmann. Pero aunque sepa que lo puedo hacer, no lo voy a hacer. He de ser muy estricto con la comida.”
−“Así que tus condiciones son, si no te he entendido mal, déjame recapitular: 0 dains de sueldo. Que se te paguen uno o dos cafés en el bar. Una llave de las duchas. ¿Me olvido de algo?”
−“No se olvida de nada, señor Weissmann.”
−“Perdóname que te haga esta pregunta, Nicholas, pero ¿qué compromiso tendríamos de tu parte de que vas a cumplir tu contrato?”
−“Compromiso total, señor Weissmann. Creo que ahora soy un hombre íntegro. Si no lo creyera, no estaría aquí teniendo la desfachatez de suplicar que se me permita seguir haciendo mi trabajo. Y si no lo cumpliera, ruego a la empresa que tome medidas legales contra mí.”
−“No te sigas metiendo en más callejones sin salida, Nike −me decía Anne-Marie−. Creo honestamente que aquí nadie duda de tu integridad. En más de una ocasión ya la has probado. Que nadie olvide −seguía luchando por mí− que a este hombre podríamos estar votándolo ahora como presidente. Y no sólo renuncia a serlo, sino que nos habla de condiciones laborales ínfimas que ningún trabajador aceptaría.”
−“Todo eso está muy bien −interpuso Thaddeus−, pero seguimos con el mismo problema. Nike debería renunciar a ser mendigo y ahora mismo le aseguraríamos que su trabajo sigue aquí. Pero en su condición actual, daría mala imagen a esta empresa.”
−“No voy a renunciar a ser mendigo, Thaddeus.”
−“Maldita sea, Nike. Al final acabarás haciendo como mi sobrino −interpuso Harold− y nos dejarás plantado. ¿Qué confianza podemos depositar en un hombre que se gana la vida también pidiendo limosna en la Basílica?”
−“Yo no me desharía de un hombre como Nicholas tan fácilmente −sorprendió a todos como un látigo la voz del presidente−. Nos es absolutamente necesario y ahora nos ha jurado, y creo en su palabra, que trabajaría siempre dignamente y sin embriagarse. Y quisiera también recordaros una mera cuestión de números. Si observamos las ganancias de la compañía en agosto y septiembre, podríamos decir que la Thuban Star las ha triplicado con respecto a los meses anteriores. Ganamos más con Nicholas y además nos va a salir gratis. Para cualquier empresa sería un chollo contar con un hombre como él. Y sin riesgos. Cuando se cambie de ropa y se dé una ducha, nadie sabrá lo que estuvo haciendo la tarde anterior, como yo no sé si ayer alguno de vosotros fue al cine o se quedó en casa.  Y si os ponéis a repasar vuestra cuenta bancaria, notaréis que ha crecido notablemente estos dos meses, tanto que si no me equivoco −miró a Thaddeus− alguno de vosotros se ha podido permitir recientemente comprarse un coche de lujo.”
   Aquellas palabras parecieron tener efecto en Thaddeus Barrymore, quien no se ruborizó pero empezó a mirarme como si compartiera la opinión del presidente de que mi presencia en la Thuban era imprescindible para que él aumentara sus ganancias.
−“Y ahora vamos a votar” −dijo Samuel Weissmann. La hora de la sentencia iba a llegar. Pero antes habló mi querida Anne-Marie.
−“Votemos todos entonces en conciencia. Nike Siddeley es un extraordinario ser humano, pero en estos momentos quiero decir algo sobre su capacidad financiera, que será lo único que a la compañía le interese, en lo que deberíais meditar seriamente antes de emitir vuestro voto. Nuestro director de planificación económica no tiene relevo. Si es despedido, nos pasaremos años buscando en vano quien lo sustituya. Él maneja nuestros negocios con un enorme talento financiero. Y principalmente recordad todos lo que ha dicho el señor Weissmann: nos puede hacer a todos más ricos sin que tengamos que pagarle nada. Y al menos diré esto sobre su otra personalidad: si un día definitivamente ya no lo veo aquí seguiré yendo a verlo como mendigo, pero al menos mientras continúe trabajando en la Thuban Star, tendrá donde permanecer si un día se arrepiente. No tenemos nada que perder y sí mucho que ganar. Y aunque sea sólo por los extraordinarios servicios prestados, si no queréis tener en cuenta su enorme valor humano, nuestro compañero Nicholas Martin Siddeley se lo merece.”
−“Gracias, Anne-Marie.” −no pude menos que responderle emocionado.
−“Votemos.” −dijo al fin el presidente.
   La votación iba a ser a mano alzada. Era extraño estar allí aguardando que un despiadado veredicto finalmente me dijera qué se me iba a permitir hacer con mi vida. Todo me parecía irreal. Era como estar sentado en una butaca esperando la proyección de un documental sobre mi camino futuro. En la película de ayer me había visto como emperador de Newchapel. En la de hoy era sólo un pez entre los dientes de unos despiadados escualos que me iban a triturar a menos que encontraran pronto una presa mayor o más atractiva. El señor Weissmann anunció que en primer lugar deberían alzar la mano quienes no estuvieran de acuerdo en que yo siguiera allí. Levantaron su mano sin ningún titubeo Harold Blessing y Walter Hope, y al poco tiempo también Norman Wrathfall. Me quedé esperando que la alzara a continuación Thaddeus, que parecía tener la clara intención de hacerlo, pero que en definitiva no lo hizo. Finalmente fueron tres los tiburones que apetecieron mi carne. Pero para decidirse a devorarme había que votar a continuación quiénes querían que permaneciera en la Thuban Star con mis nuevas condiciones. Anne-Marie por supuesto levantó la mano enseguida y sin muchas vacilaciones al instante vi también el voto favorable de Samuel Weissmann. ¡Qué hombre tan extraño! En los dos últimos días cualquier destino que me acompañara en adelante parecía forzosamente ligado a sus arbitrios. Fueron tan sólo unos segundos en que pude observar el rostro de Thaddeus Barrymore como una cortina de dudas que se va descorriendo hasta dejar ver una ventana abierta a un día claro de certidumbres. Con decisión levantó la mano a mi favor. Tres a tres. En los rostros de todos se podía leer “Y ahora ¿qué?”
−“¿Qué se supone que debemos hacer ahora, señor Weissmann?” −se atrevió a preguntar al fin Walter.
−“Quizá debatir hasta intentar convencer a alguien de que cambie su voto.” −dijo Harold mirando agriamente a Thaddeus. Tan claramente que éste le respondió.
−“No voy a cambiar mi voto, Harold. Me ha costado decidirme pero finalmente he tomado una decisión irrevocable.”
   Espero que nunca te arrepientas, Thaddeus, pensé para mí. Lo había visto mirar fijamente a Anne-Marie cuando ésta hizo su alegato en mi defensa y tenía la esperanza de que lo hubiera convencido por las razones financieras y conmovido lo suficiente como para que también influyera algo el factor humano.
−“En estos casos, es muy difícil para el presidente saber qué es lo correcto. Y más cuando creo que el voto de cualquiera de nosotros es ya inamovible. Así que creo que lo único que puede hacerse es ser plenamente democráticos en el consejo de administración. Hemos votado seis, pero aquí somos siete. No hemos dejado que vote nuestro aún compañero Nicholas Siddeley.”
   Era inaudito que los tiburones fuesen a dejar que su presa decidiera libremente, pero ya notaba que sus dientes no apretaban, que podía comenzar a desasirme y nadar en libertad hacia donde quisiera. En esos momentos más que nunca sólo podía pensar en que fuera como fuera pronto estaría otra vez con Luke en la Basílica. Pero tenía que hablar:
−“Yo no sé bien por qué razón ibais a permitir que trabaje un mendigo en la Thuban Star. No puedo hacer otra cosa que reiteraros mi compromiso de ser completamente honesto hasta el fin de mi contrato y pensar en el beneficio de todos vosotros. Dicho esto, no voy a cambiar ahora mis motivos o todo lo que he dicho anteriormente: mi intención era seguir aquí y si eso realmente depende de mi voto, decido quedarme.”
−“Entonces finalmente han sido cuatro votos a tres −resumía el señor Weissmann−. Si a alguien le parece injusto, que sostenga conmigo una conferencia en mi despacho. Pero no quiero que se reabra este debate cada semana. Así que queda establecido que Nicholas Siddeley seguirá en la empresa al menos hasta el fin de su contrato, el próximo mes de junio. Y después de ese plazo, yo personalmente intentaré convencerlo para que continúe con nosotros −y dirigiéndose ahora a mí, prosiguió−. Espero que entiendas, Nicholas, que tu decisión, que respeto, me obliga a volver a plantearme seguir aquí algún tiempo hasta que sea capaz de tomar decisiones sobre quién ha de relevarme. Puedes volver a tu despacho. En muy poco tiempo, te llevaré unas llaves de las duchas. Pero aunque entraras inmediatamente a darte una, tu aspecto cambiaría muy poco. Así que podrás tener un día burocrático, pero no recibirás hoy a ningún cliente. No importa mucho. Si el lunes tampoco puedes caminar hasta tu casa, no te faltará un coche que te acerque. Si puedes moverte sin problemas, traerás varios recambios de ropa limpia. Si no puedes, te llevaré hasta allí para que lo hagas. Pero eso será el lunes. Hoy me pasaré por tu despacho alguna vez. Quiero hablar contigo después en privado. Y nada más. Recordad todos que el consejo de administración ha permitido que Nicholas Siddeley continúe aquí. Ahora pasemos a debatir otros temas pendientes.”
   Seguimos reunidos durante casi una hora más. En mi ya doble condición de mendigo y de director de planificación económica, me resultaba muy difícil saber si debía intervenir. Pero habían decidido mantenerme y a duras penas, como miembro del consejo, me atreví a dar alguna indicación, al menos orientar a los que iban a seguir ganando dinero sobre cuál me parecía el mejor medio de que lo consiguieran con dignidad, sin herir a nadie. Así que intervine poco, pero intervine, enfrentándolos a las consecuencias de que me hubieran permitido seguir ahí al fin y al cabo. Walter y Harold me rodearon de constantes miradas agrias y algún reproche, llamándome de tanto en tanto mendigo Nike como si eso me fuera a hacer daño, cuando en realidad de entonces en adelante siempre ha sido una lisonja. Más o menos a las 10 y media terminó mi primer consejo de administración como mendigo. Y salimos. Mi intención era caminar como pudiera hasta el bar e informar a Richard de cuál era la situación. Pero en el pasillo, frente a mi despacho, Anne-Marie vino hacia mí y me rodeó con los brazos con tanta ternura que me derrumbé. Sin saber si sería conveniente, le di un beso en la boca después de dos meses.
−“Gracias, Nike.” −me dijo entre lágrimas sinceras.
−“Gracias a ti, Anne-Marie. ¡Dios! No deseo volver a hacerte daño. Sabes que no te amo, pero quiero darte la seguridad de que te voy a querer siempre. Eres imprescindible en mi vida.”
−“¿Sabes? Me ha costado mucho tiempo aprender algo tan sencillo como que nadie es culpable de sus sentimientos. Y verte hacer todo lo que has hecho esta mañana me funde contigo. Te pido perdón porque sé que no te he respetado del todo. Pero a partir de ahora, sé lo que quieras ser, que ya contarás definitivamente con mi apoyo. Y estaré siempre a tu lado vivas donde vivas y hagas lo que hagas. No me respondas. Sé que en este momento no encuentras palabras con que responderme y yo no las necesito. Contéstame mejor a esta pregunta. ¿Ibas a tu despacho o a otra parte?”
−“Se ve que con todo el mundo soy transparente. Pero mejor así. No volveré a hacer jamás ningún esfuerzo por ocultar nada. Iba hacia el bar a contarle a Richard lo que ha pasado.”
−“Tardarías más de media hora en bajar al bar, contárselo y subir. Has conseguido seguir aquí. No debes ser imprudente después. Yo misma me acercaré ahora a Richard y se lo contaré, y tú puedes hablar con él cuando llegue la hora de marcharte.”
  Así quedó acordado. Volví a mi despacho y me senté. Tantas cosas habían pasado desde la última vez que estuve allí dentro que a pesar de que sólo hacía 24 horas que no lo veía, me sorprendió su aspecto pulcro y ordenado. La butaca, la mesa, los archivos, todo me recordaba que seguía habiendo cierta sistematización en la que ya no era mi vida. Estuve sentado poco tiempo. A pesar de que no podía caminar, las emociones sumadas de todas las horas pasadas hicieron que quisiera estar de pie. Me acerqué un rato a mirar por la ventana. Ahora veía Vicar’s End desde el piso de arriba. Hacía bien poco que había estado sentado en un sucio umbral rodeado de frío y contenedores, sin estar seguro de ser capaz de mirarlo de nuevo desde mi despacho. Pero con el esfuerzo al menos de todo un día había conseguido retener arriba y abajo, y mi vida se tenía que mover necesariamente en ese ascensor.
   Me retiré de la ventana y me volví a sentar, justo a tiempo, porque entonces entró Samuel Weissmann.
−“Aquí tienes las llaves de las duchas, Nicholas. No vayas hoy. No estás tan sucio como para que sea imprescindible y lo importante es que tus pies reposen todo el tiempo que sea posible. Pero te traigo algo más. Nada nuevo; es lo de siempre: el puerto que nos reclama más acero. Y sigues siendo el director de planificación económica y debes echarle un vistazo a estos papeles antes de que me acerque a reclamarte tu opinión −iba a decir algo, pero me detuvo−. No digas nada ahora. Tengo tanto trabajo esta mañana que todavía no puedo tener una necesaria conversación contigo. Pero volveré. Espérame sobre la 1.”
   Y allí me quedé esperándole, sabiendo que tras la sentencia emitida por el consejo de administración, seguramente me quedaba otra sentencia de parte de mi presidente. Intenté concentrarme en la lectura de los papeles que me acababa de pasar. No podía. No era la constante desazón de saber que aún no estaba del todo claro mi futuro. Era muy difícil centrar tu atención en algo con el estómago vacío y lo desacostumbrado que estaba a esa sensación. Podía dejarme invitar por Richard o acudir al comedor. Suponía que si caía en la tentación me estaría permitido dentro de mi nuevo sueldo. Resistí, pero la consecuencia fue una mente incapaz de que la dejara fija en los proyectos de la empresa. El señor Weissmann llegó a la una menos cuarto. Lo vi entrar con un tazón de sopa.
−“Nicholas. El comedor ya estaba abierto y te he traído esto, precisamente sopa porque, bueno… si quieres considerarlo así, no es exactamente comida. Míralo mejor como algo de bebida con algún alimento, o si lo prefieres un necesario reconstituyente para darte fuerza.”
   Era evidente mi cara de protesta.
−“Gracias, señor Weissmann. No quiero ser rebelde pero preferiría no tomar nada. No puedo explicárselo de otra forma, y no creo que le valga, pero no me la he ganado.”
−“Lo que sí te has ganado es seguir trabajando aquí. Pero eso no te valdrá de mucho si no comes. Tienes mi aprobación y has tenido mi voto a favor. Mas no podría convencer a los demás si el hambre te impide concentrarte en tu trabajo.”
−“Claro que quisiera comer algo. El mero olor de esa sopa hace que mi estómago se rebele y con su rebelión toda la lucha interior que he sostenido en las últimas 24 horas no me valdría de nada. Perdóneme, señor Weissmann, pero es que no sé qué harían ellos en mi lugar.”
−“Ellos, Nicholas, tus compañeros, no dejarían que pasaras hambre. Ayer mismo Luke Prancitt aceptó tu invitación a comer. Y si esto no te vale, piensa. En poco tiempo estarás de nuevo con ellos en tu Arrabal. Todos sabrán que ayer no conseguiste comida. Por poco que te puedan dar, algo tendrán especialmente apartado para ti, y supongo que lo que te ofrezcan lo aceptarías.”
−“Lo aceptaría, sí. De ellos sí. Lo siento si le he parecido brusco, no pretendía ofenderle.”
−“Entonces tendría que ver si me puedo ganar un poco tu amistad.”
−“Perdóneme, señor Weissmann. Pero ¿de verdad le interesaría la amistad de un mendigo?”
−“Nicholas, contéstame francamente. Supongo que también pensarás, como todo el mundo, que llevo una máscara.”
−“Es lo que pensaba, sí.”
−“No te lo creerás, pero es la primera vez en muchos años que alguien tiene el valor de decírmelo. Llevo una máscara porque me parece absolutamente imprescindible. Tú que conoces uno por uno a mis empleados, ¿crees de verdad que podría trabar amistad con alguno de ellos? ¿O con el Nicholas Siddeley de hace muy poco? Una máscara te protege el rostro de cualquier ataque, pero debajo de ella puedo ser ¿quién sabe?... incluso un hombre sencillo.”
−“Señor Weissmann, ¿podría entonces llamarme Nike, como hace todo el mundo? Usted es hoy por hoy el único que me sigue llamando Nicholas.”
−“¿No te gusta tu nombre?”
−“No tengo nada contra Nicholas como nombre. Incluso me gusta algo. Objeto contra el hombre que he sido bajo esa denominación. Y por el contrario todos los que me quieren un poco me han llamado siempre Nike.”
−“Entonces ¿te atreverías tú a llamarme Samuel, o incluso que le eches algo más de valor y me llames solo Sam?”
−“De acuerdo, Samuel.” −me atreví por primera vez a emplear su nombre de pila.
−“Nike −me estremecí al oír a mi presidente al fin llamarme por mi verdadero nombre−, quiero hablar contigo de más cosas, pero antes respóndeme, por favor, ¿comerás?”
−“Ahora sí, Samuel. Acabas de hacer un verdadero esfuerzo por dejarme ver quién eres y mostrarme que deseas la amistad de un mendigo. Si no comiera ahora, sería un amigo desagradecido.”
   Empecé a tomarme la sopa entonces en su presencia. ¿Sería posible que entre los muchos bienes adquiridos en un solo día fuera a lograr también la amistad de Samuel Weissmann?
−“Verás, Nike. No se comienza una amistad sin verdadero respeto. Los muchos asuntos laborales de los que debemos hablar los abordaremos el lunes. Pero ahora quiero hablar con el mendigo y la verdad es que con tu mísero sueldo bien te has ganado que hoy tengas un día casi de vacaciones. Te oí decir esta mañana, creo que literalmente, “por una razón que no voy a decir” y entendí que esa razón, la que hubiese sido, te había impedido quedarte con ellos en agosto, ¿es así?”
   Una razón. Una circunstancia… ¡oh, Luke! Deberíamos tener una conversación sincera pronto. Samuel se está quitando la máscara. Yo me he deshecho ya de algunas, pero me sigue quedando la más importante, y debe ser tan hermoso sentir un día la brisa acariciándote en un rostro desnudo.
−“Es así, Samuel.” −me atreví a responderle. No sabía si él seguiría necesitando un amigo mendigo una vez que yo me hubiera desenmascarado. Pero no sentí miedo. Si debía decirlo una vez más, como siempre que saliera a relucir el nombre de Luke, yo sólo podía sentir orgullo.
−“Yo no sé verdaderamente si tendría derecho a seguir hurgando en tu intimidad, pero no puedo aspirar a ser tu amigo si no puedes contarme las cosas que más ocupan tu corazón. Y en cualquier caso, me cuentes lo que me cuentes, sólo sería, primero, si me lo quisieras contar, y segundo, asegurándote que Samuel Weissmann como jefe nunca te despediría por una respuesta.”
−“Sigue. Yo te respondería. Sólo estoy esperando a saber cuál es la pregunta.”
−“Yo no conozco a tus compañeros. Pero ayer tuve la suerte de que me presentaras a uno. En el rostro de Luke Prancitt pude ver lo mucho que se alegraba de volver a verte y lo mucho que te quiere. Pero mirando el tuyo, pude ver que lo quieres mucho pero que al mismo tiempo lo temes.”
−“Luke Prancitt es un gran amigo. Más que temerlo a él, temo a cuál podría ser su reacción en un momento determinado.”
−“Eso pensé. Y por eso, es una osadía que te diga esto, lo sé, pero creo que precisamente él es la razón por la que no te quedaste allí en agosto.”
−“La razón de que no me quedara allí entonces fue Luke, sí. Y Lucy, su mujer. Y Paul, el hijo de ambos, al que llamamos el pequeño rey.”
−“No sabía que estuviera casado ni que fuera padre. Pero quizá eso lo explique mejor, porque entonces…” −me miraba con una clara indecisión. No se atrevía a seguir.
−“Atrévete a hacer la pregunta, Samuel.”
−“No me temas, Nike. Está bien. Me atreveré a preguntarlo. Si la razón es Luke Prancitt, si lo quieres tanto pero no te sentiste capaz de quedarte allí, sólo se me ocurre una circunstancia −respiró profundo pero al fin lo dijo−: que te hubieras enamorado de Luke Prancitt. O de su mujer.”
−“Me enamoré profundamente de él nada más conocerlo. No podía quedarme allí porque mi presencia sólo supondría una mancha para toda la familia, y no sería capaz de explicarte cuánto quiero a Lucy y al pequeño rey. Estarían mejor sin mí. Así pensaba hasta ayer. Volver a verlo no era sólo recordar mi amor, que nunca he olvidado, sino un intenso deseo de estar de nuevo con todos ellos y abrazarlos. De no haberme enamorado, sería el octavo mendigo desde agosto. Bueno, Samuel, ahora ya lo sabes.”
−“Nike, un día con más tiempo deberías hablarme de los ocho que ya sois. Apenas os conozco a ti y a Luke. Y por referencias a la mujer de Luke, Lucy creo que la has llamado, al antiguo trabajador de la Thuban Star, John Richmonds, y a su pareja Miguel. McDawn, si no me equivoco. Su bufete sigue teniendo trato con nosotros. Nike, no sé si decirte que te respeto sería suficiente. Yo preferiría que me dieras un abrazo.”
   Y nos abrazamos entonces con absoluta sinceridad. Quién diría que sólo con la verdad uno empieza a granjearse amigos hasta en los lugares más insospechados. Mi amistad sincera con Samuel empezó esa mañana y puedo decirte Protch, que aún somos amigos.
−“Gracias, Samuel. Y si vamos a ser amigos me gustaría preguntarte por tu vida. Si no lo hago pronto, me pasaría como con Richard. Estoy tan centrado en las personas que quiero que acabo hablando siempre de mí.”
−“Vamos a tener muy poco tiempo hoy. Otro día me vas a permitir que te invite a comer, pero esta vez no será para hablar de negocios. Dime mejor quiénes sois.”
−“Ya nos conoces directamente o por referencias a cinco. Los otros tres son dos mujeres y un hombre. Mis compañeras, la señora Oakes, y Olivia, madre de Lucy y abuela del pequeño rey. El otro hombre es mi compañero y amigo Bruce.”
−“Luke Prancitt te quiere mucho. Eso se ve de a leguas. Y no hablaba por hablar ayer cuando te dije que me gustaría que un día comiéramos los tres juntos. Pero en estos momentos tengo verdadera curiosidad por comer a solas con él. Y no temas. Nunca te traicionaría. ¿Crees que aceptaría que lo invitara a almorzar?”
−“No sé si aceptaría. Sólo te puedo decir una palabra, críptica aún para mí, que soy un recién llegado: códigos. Pero sí te voy a contar que Luke sacó una buena opinión de ti. A lo mejor me responde que de acuerdo.”
−“Habla con él, y si te dice que sí, ruégale que se pase por aquí el lunes. A la 1 también. Y daré órdenes ese día para que se admita en el interior de la Thuban Star a cualquier mendigo.”
−“Acabáis de admitir a uno aquí hace unas horas. Gracias, Samuel. De corazón. Antes de irte −pues ya lo veía levantarse−, verás: los mendigos a veces estamos de un extraño humor y hoy mi corazón tiene razones para derramarse en verdadero agradecimiento. Un día de verano ellos me regalaron dos estrellas. Esta mañana pensaba, mientras hablaba con Richard, en regalarle una. Quisiera encontrar pronto otra que haga homenaje a Anne-Marie. Y una tercera para ti. Samuel, ¿quieres una estrella?”
−“Querido Nike. Uno viene un día tranquilamente al trabajo y se encuentra primero con que uno de sus empleados se ha vuelto mendigo. Luego toda la mañana va sintiendo un deseo cada vez mayor de conocerlo y darle su amistad. Antes me oíste decir que yo no me desharía de un hombre como Nicholas tan fácilmente. Ahora, llamándote por el nombre que deseas y ya eres, queriéndote hacer verdadera justicia, lo diría de otra forma: yo no me desharía de un hombre como Nike tan fácilmente. Soy muy mayor ya. Pero es un placer haberte conocido. Y si quieres de verdad regalarme una estrella, decídelo tú. Yo la aceptaría encantado.”
−“El símbolo de tu país es el águila, ¿verdad?”
−“El águila calva más concretamente, sí, ¿por qué?”
−“Hay una constelación casi encima de la Eclíptica llamada Aquila, cerca de Capricornio. No te preocupes. Si un día estás interesado, te explicaría lo mejor que sé, todavía muy poco, qué es eso de la Eclíptica. Pero te sentaría muy bien recibir su estrella más brillante: Altair, del Águila.”


   Águila seguramente enviada por Zeus para que transportara a su bello Ganímedes hasta el monte Olimpo, ave hermosa de los cielos de verano que llevaba ya en volandas a Nike por los senderos estrellados del sur. Ese cinco de octubre Nike empezó a ser el regalador de estrellas. Una para Richard, otra para Samuel Weissmann, Altair, joya brillante del águila estival, segundo vértice del triángulo de verano.


 
−“Creo que todavía se ve. A comienzos de la noche. Si no, tendrás que esperar más o menos hasta junio. Si sabes dónde está el sur, mira hacia allí. Es muy brillante y sabrás reconocerla. Y si no fuera así te traería un libro que me ha prestado John que te ayudará a reconocer a Altair, desde hoy tu estrella.”
−“Nike −ya estaba en la puerta−, con Altair o sin ella, sería un placer para mí de verdad seguir contando con tu amistad. Me alegro de que te quieran los siete. Me alegro de lo que te quiere Anne-Marie. Sabes que en esta compañía se rumorea todo. Así sé que fuisteis novios un día. Ahora comprendo también por qué ya no lo sois. Y me alegro mucho también de tu amistad con Richard Protch.”
   Ya estaba saliendo cuando lo tuve que llamar casi a gritos. Una sola sílaba me había sobresaltado.
−“Samuel, vuelve un segundo, por favor. Perdóname, pero ¿has dicho Richard Protch? ¿Te he oído bien? ¿Es ese su apellido?”
−“Ya comprenderás que tengo que saber bien el nombre de todos mis empleados. Y los del bar también lo son. Puedo asegurarte que el camarero que tanto quieres se llama Richard Protch. ¿Por qué?”
−“Ese apellido no es muy frecuente, ¿verdad? Y conocí a un Protch anteriormente, un ser muy querido. Le preguntaré a Richard si lo conoce. Gracias, Samuel, por todo.”
−“Puedes dar por terminado el trabajo por hoy. Vete al bar, habla con él y explícale que ya te puede poner un café, que es parte de tu nuevo sueldo. Y con total sinceridad te digo: está siendo para mí un absoluto placer conocerte, Nike.”
−“Para mí también. Hasta el lunes, Samuel.”
   Un día casi de vacaciones, había dicho. Así había sido ese cinco de octubre en la Thuban, pero con todo había realizado el trabajo principal: luchar por que los dos mundos aún se me mostraran abiertos. El lunes siguiente, me prometí, ya llegaría a la empresa siendo el mismo trabajador de siempre. Con ese ímpetu, me costó menos esfuerzo del esperado llegar hasta el bar. Richard estaba allí esperándome con su mejor sonrisa, deseando darme un abrazo.
−“Ponme un café, Richard. No me tienes que invitar más. Es parte de mi sueldo.”
−“Lo sé. Anne-Marie estuvo aquí hace un par de horas. Y la llamo así, porque ella me ha pedido expresamente que la llame ya por su nombre. Y como no te voy a invitar a este café, ¿me permitirías que te invite a algo que lo acompañe?”
−“Otro día te lo aceptaré encantado, créeme. Pero hoy ya no es necesario. Samuel acaba de invitarme a una sopa. Y lo llamo así −sonreí− porque él me ha pedido expresamente que lo llame ya por su nombre. Curioso día, Richard. Debería haberme tocado perder, y no hago más que ganar.”
−“Entonces quizá ahora quieras contarme con más detenimiento lo que pasó ayer o qué es exactamente lo que ha pasado esta mañana.”
−“Sigo conservando mi trabajo y podría contarte todo eso otro día. En realidad quería verte por otra razón. Después de dos meses te parecerá completamente estúpida esta pregunta, pero dime, por favor, ¿tu nombre es en realidad Richard Protch?”
−“Sí, Nike. Me llamo Richard Protch −su mirada fija en mí era entonces otra vidriera resplandeciente que deseaba iluminarme sobre lo que él siempre había sabido y yo todavía no−. Y ahora que lo sabes, ¿qué es en concreto lo que deseas preguntarme?”
−“Me parece que tienes un apellido poco frecuente, pero yo he conocido a alguien anteriormente que lo comparte. Por eso la pregunta es: ¿conoces a Herbert Protch?”
−“Herbert Protch es mi primo. Y su mujer se llama Maude, a la que tú has llamado siempre Maudie. Han estado toda la vida con tu familia, y te estuvieron sirviendo en Deanforest.”
−“¿Por qué no me lo has dicho antes?”
−“Encontré trabajo en la Thuban Star porque Herbert me contó que tú le habías dicho que se necesitaban camareros. Aquí pronto vi que te llamaban todos Nike, sí, igual que ellos, pero entonces tú y yo no hablábamos y eras para mí sólo el empleado Nicholas Siddeley. Estos dos meses hemos hablado de muchas cosas muy necesarias y no tocaba que yo te hablase de mi primo. De todos modos, el día que me contaste que habías despedido a tus criados, estuve a punto de decírtelo, pero si recuerdas pronto pasamos a hablar de otras cosas.”
−“Se fueron de Deanforest porque se iban a cuidar de un tío llamado, si no me equivoco, Aurélien.”
−“Aurélien Protch es mi padre. Nike, tú me has contado muchas cosas. Déjame que yo sea sincero ahora. Sólo te he confesado que estuve en la cárcel. Allí fue donde conocí a Sarah, mi mujer, que como sabes tiene veinte años menos que yo.”
−“¿Qué edad tienes, Richard?”
−“50 años. Mi primo Herbert tiene 14 más que yo. Verás, yo estuve en la cárcel por estafador. Sarah estaba allí por un asunto de drogas. Los dos estamos ya rehabilitados o no te estaría contando todas estas cosas.”
−“Sabes que tienes mi respeto, Richard.”
−“Mi padre tiene una extraña enfermedad crónica. Aunque te la nombrara no la habrías oído nunca anteriormente. Cuando yo entré en la cárcel, él se quedó un tiempo a cargo de una prima, también prima de Herbert. De repente los médicos le diagnosticaron un tumor. No le daban mucho tiempo de vida. Y fue entonces cuando Herbert y Maude se trasladaron a Orléans. Pero los médicos se equivocaron. Mi padre había tenido un derrame cerebral y se ha recuperado. Sólo le ha quedado una secuela en el lenguaje, a ratos casi ininteligible. Y después poco queda que contar. Al salir de la cárcel me lo traje de Orléans. Y desde entonces vive en mi casa. Si te acercas un día por allí, lo conocerás.”
−“¿Cómo están Herbert y Maude?”
−“Como realmente sé que tu interés por ellos sale del corazón, no me voy a andar con circunloquios. Pero están casi arruinados. El dinero que ganaron al servicio de los Siddeley lo perdieron en unas desastrosas inversiones. Les habían prometido un milagro económico y todo fue una estafa.”


 
−Sé que tienes muchas ganas de hablar al fin de tu primo Rich. Así me lo nombraste cuando yo te estaba contando la historia de Olivia, ¿recuerdas? Gracias por tu paciencia.
−Me pasé tres años imaginando locas teorías sobre qué le habría ocurrido al señor Siddeley. Lo que menos podía suponer es que habría bastado con que le hiciera preguntas a mi primo.
−Él nunca te lo habría dicho, porque respetaba mi ruego de que no os dijera nada. De la casa hablaremos en su momento. Pero esa mañana, al saber vuestra situación, pensé por primera vez en dejaros Deanforest. Yo llevaba sólo un día como mendigo, y pensé, tú sabes bien por qué, que tal vez aún me hiciera falta. Pero ese 5 de octubre, me di un mes de plazo. Si para más o menos el 5 de noviembre mi realidad con Luke no se había aclarado, yo podía fácilmente comprarme otro lugar donde vivir, y Deanforest pasaría a vosotros. Richard me tenía al tanto cada día de vuestras circunstancias. Si no me equivoco, en manos de vuestra prima Louise podíais estar cómodamente otro mes. Pero ya definitivamente no iba a dejaros abandonados.
−Nike, yo no sé si un día me permitirás al fin que te dé las gracias.
−Me das las gracias cada día con tu interés al escucharme, tu innegable afecto hacia mis siete compañeros. Otras gracias me abrumarían porque serían dadas a un hombre que ya no soy yo. Déjame preguntarte otra cosa, nada importante, pero tengo curiosidad. Estoy viniendo a contarte mi historia desde el día 14. La noche anterior, día 13, te vi llorando en Rivers’ Meet. ¿Venías quizá de St Alban’s Road de ver a Richard?
−A mi primo Rich; a Sarah, su mujer; a sus hijos Armand y Crystelle; a mi tío Aurélien. Qué difícil me ha resultado no intervenir cada vez que me decías sus nombres.
−Había que respetar el orden cronológico, Protch. Te habría estado contando quizá una historia muy diferente si antes de ese cinco de octubre yo hubiera sabido algo tan simple como que el hombre del bar, amigo mío ya, se llamaba Richard Protch. Ya hablaremos de Deanforest. Pero sí te puedo decir ahora algo que hace tiempo me urge decirte. Yo no podía ¿comprendes?, dejárosla sin más y desentenderme de vosotros. Debería haberme pasado por aquí antes, y lo habría hecho, si no fuera porque siempre estuve informado de vuestra salud y vuestra situación. Y tenía dos formas de saberlo. Por un lado, Richard, quien desde entonces me hablaba de su primo y su mujer cada día. Y la segunda fuente de información era Bruce, que a menudo se pasaba por aquí a saludaros. Por él sabía también que no tendríais problemas en recibir un día a un mendigo. Debí haberme acercado mucho antes. No lo hice, perdóname, porque creí imposible que me recibierais como mendigo Nike y no como señor Siddeley. Ahora sé que me equivoqué.


 
−“Háblame de tu primo cada día.” −le seguía rogando a Richard.
−“Nike, dentro de poco tiempo me pasaré de verdad por la Mano Cortada. Creo que prefieres que yo sea el primero en visitarte. Después, seguro que querrás venir un día a mi casa a conocer a mi mujer, mis hijos y mi padre.”
−“Amén, amigo mío. Te prometo ir pronto; así queda acordado. Ahora espero que me aceptes una estrella. A Samuel le he regalado una antes que a ti, pero la tuya la pensé primero, por unas palabras que me dijiste esta mañana −fue entonces cuando le regalé la estrella Deneb, del Cisne−. Ahora sí que me debo ir. Cogeré un autobús gracias a la invitación de un amigo estupendo. Y por fin puedo decirte lo que no te he dicho estos dos meses: vuelvo a casa.”
   Mi casa también tenía una habitación allí, en Avalon Road, de apariencia lujosa pero habitada por algunos corazones sencillos. Es un placer pasear por unos pasillos por donde se deja ver lo mejor de sus propietarios: Anne-Marie, Richard y Samuel. Ahora salía en busca de un autobús que sabía me dejaría en Alder Street, muy cerca de Millers’ Lane. No me pasé por Deanforest en busca de un despertador y otras cosas necesarias. Lo dejaría para mañana y entretanto seguiría confiando en el reloj interno de Luke.
   Nunca me encontraba en buenas condiciones de andar si quería verlos allí, mi familia ya, moviéndose libremente, respirando el terroso paisaje, llano y vegetal, suelo ardiente de nuestras alcobas.

6 comentarios:

  1. Ir a ser despedazado y salir ganando lo que se quiere.
    Ganaré un café con el sudor de mi frente y mi trabajo por el día. Tarde y noche seré mendigo.
    Amigo Samuel, amigo Richard, amiga Anne-Marie… ¿Para qué más?
    Generosidad y protección: dar a los demás, mendigar para sí mismo.
    Cada día me gusta más el personaje de Nike. Absolutamente claro en su psique, en sus temores, amores, dolores…un personaje construido de forma sólida que se va volviendo el eje del libro. Un personaje sin resquicios, sin fisuras. Un personaje cuyas características psicológicas y existenciales están clarísimas para el lector. Un lector que desea fervientemente ver mendigo al millonario -por verlo feliz y con los suyos. Algo que pocos harían, pero que en Nike se vuelve un deseo tan perentorio que obliga al lector a la empatía. Con él…con los ocho. Es imposible leer el libro y no pensar en la mendicidad, en los mendigos. Creo que la mayoría de ellos no eligen, pero algunos hay que sí, conozco algún caso de algún extranjero que mendiga por aquí teniendo una familia pudiente muy lejos… Pero es imposible, decía, no pensar en los mendigos, no repasar nuestra relación con ellos…no cambiarla, quizá, en algún caso.
    Inor.

    ResponderEliminar
  2. Nike se ha despojado de todo lo mundanal y va nutriéndose de vivencias ya adquiridas en su infancia de la mano de su amada abuela, sorprendiéndose como un niño con cada descubrimiento que hace de sí y de su entorno.

    ResponderEliminar
  3. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  4. Este comentario ha sido eliminado por el autor.

    ResponderEliminar
  5. Como seres humanos percibimos y somos conscientes, en distinto grado, de la existencia y sus condiciones. Y ante tal hecho, damos respuesta, sea con acciones u omisiones. La verdad tiene muchas aristas, es un poliedro que refleja en caras asimétricas una misma realidad, tiene la versión que cada uno le quiera dar, por eso presentarse, que no confesarse, tal como uno es, deja en claro cuál es la realidad, libre de interpretaciones, y quita la máscara a quien desde su propio interés se atreve a juzgarla. Ya con las cartas sobre la mesa, Nike entre la humildad y el orgullo eligió este último para el alegato de su realidad, se ofreció por un no sueldo y solo evitó la verdad no confesable, el motivo de su solicitud de continuidad.

    En el mundo de los tiburones las máscaras son necesidad, saber lo que se esconde debajo es un enigma, desde un cariz más ruin aun que la propia mascara a la benevolencia no sospechada. Los escualos huelen la sangre, atacan en manada según la grandeza de la pieza a cazar, y acechan a ese mendigo a tiempo parcial, con razones monetarias, de rivalidad y desprecio moral versus amistad y el cariño que ha cosechado (Anne-Marie, gran alegato en su defensa, el amor aunque no correspondido no muere en los corazones limpios y se muestra cuando la ocasión lo requiere) aprecio inesperado (Samuel Weissmann, amistad y bondad tras la máscara, el aliado impensado), y un enigma (Thaddeus Barrymore, que hace un momento pedía la renuncia de ser mendigo y tras una duda de breves segundos levanta su mano, otro si). Tres votos afirmativos contra tres negativos. El destino lanzó la moneda y salió cruz, Nike dejó su suerte en manos de los tiburones y ahora ese sino volvía a sus manos.

    De Samuel Weissmann, Nike ya había escuchado las buenas palabras que son bondades vanas que no exigen sacrificio alguno y ahora iba a tener las bondades de hecho. Solo tenía derecho a beber algún café, ese era el estipendio pactado y que se vio obligado a aceptar, y según las nuevas reglas acatadas de los mendigos no podía negarse a la bebida que le ofrecía un amigo, Samuel Weissmann paso a ser Samuel, amigo, y casi Sam, y la bebida ofrecida, que no podía rechazar un plato de sopa para el ayuno del mendigo. La mayoría de las amistades surgen cuando comienzan las pequeñas confidencias personales. Nike empezó con la gran confidencia la amistad con Samuel, Luke. Y con un presente Altair la estrella mas brillante de la constelación Aquila. La amistad es virtud o algo acompañado de virtud. Su principio consiste en una benevolencia recíproca.

    Richard, la sangre que corrió a la herida sin necesidad de ser llamada, Richard Procht y Nike los meandros de la vida, caudales que a la par llenan el mismo mar. La vida es casualidad, para mí el mas sorpresivo relato de este capítulo, también el mas tierno, discurre y nos descubre el autor por las cercanías vivenciales de ambos protagonistas, con una serie de interrogaciones que se van resolviendo a menudo que el diálogo avanza situando al lector en otra perspectiva respecto al asiduo oyente Protch y destapa por fin a Richard, personaje trazado con maestría y de gran carisma. Por conocimiento personal parte del diálogo de este final de capítulo me sensibiliza y emociona en particular.

    Muy bien hilada y con un ritmo preciso, la amistad es el tema que pilota todo el capítulo, nos ofrece un perfil cuidado del personaje conductor, Nike, se relaciona a través del capítulo con el resto de protagonistas, que con mayor o menor peso en el relato van hilvanando todo el arco narrativo, a través de descripciones, metáforas, reflexiones y con un lenguaje preciso y bien cuidado, desarrollándose en un encadenado de "sorpresas" que llevan desde el veredicto, la sopa o el descubrimiento del otro Protch, manteniendo viva la atención del lector. Sin duda estamos ante otro de esos maravillosos paraísos llanesianos a los que nos está bien acostumbrando el autor.

    Pol

    ResponderEliminar