Un tiburón despedaza a su víctima sin piedad; la muerde y la desgarra.
Yo, que había navegado siempre en sus mismos templados mares, sabía bien que
ahora era la presa y que no conocía la forma de no caer en sus dientes, o si
caía, de desasirme. Con mis dificultades para andar, del brazo de Anne-Marie,
conseguí penetrar a la postre en aquella reunión de escualos, y al final
conseguí sentarme en la mesa redonda donde celebrábamos los consejos de
administración. Mirando sus caras pude ver que lo que yo les iba a explicar no
sería necesario, que ya lo sabían. Contaba, suponía, con una aliada. Estaba
guapísima Anne-Marie Beaulière aquella mañana. Ya no estaba al día con su nuevo
vestuario, pero llevaba un traje de chaqueta rojo que sí le sentaba bien, a
pesar de que este color no era el que más le favorecía. Pero teñía su rostro de
una pasión desconocida que parecía decir que iba a luchar por mí. Al menos
debió gustarle saber que Nike no se quería ir del trabajo.
Pero de los rostros de los otros cinco pude deducir que la mañana iba a
ser dura, que no sería fácil hacer mi alegato y convencerlos. La máscara de
Samuel Weissmann, como siempre, no dejaba ver ni un asomo de cuáles eran sus
sentimientos esa mañana. Ayer parecía querer mi amistad y me había propuesto el
cielo de la presidencia. Menos de 24 horas después un mendigo le iba a dar una
respuesta. No sabía cuánto tiempo me dejarían hablar antes de despedirme con
cajas destempladas. El rostro de Harold Blessing expresaba bien a las claras un
fastidio infinito. No quería saber nada de su sobrino, y temía que yo, como
hice en agosto, volviera a hablar de él. Parecía evidente que a Harold al menos
lo iba a tener en contra. Tampoco me parecían benévolos los ojos de Norman
Wrathfall. Pero debía estar volviéndome loco: de repente me recordó también a
un ser querido. No sabía si achacárselo al hambre, pero en las últimas 24 horas
me había pasado lo mismo dos veces. Por lo demás no pude evitar estremecerme al
notarle un tono realmente enfermizo esa mañana. ¿Qué edad tendría? A mí me
parecía que estaba cerca de los 80. ¿Es que de verdad Norman se había propuesto
morir en el trabajo?
Me tocó sentarme entre Walter Hope y Thaddeus Barrymore. Este último
siempre había sido para mí un enigma. Lo mismo parecía estar de acuerdo con mi
línea de actuación que lo encontraba extrañamente en contra. Era imposible
saber qué pensaba de mí antes o qué pensaría de mí esta mañana. Ni siquiera
sabía si habría podido contar con él de haber sido un día de trabajo más.
Walter no se atrevía a mirarme. Su silencio y su rubor eran más que elocuentes.
Con la atención de todos puesta en mí, intuí que de los asuntos que incumbían a
la compañía se hablaría después, pero que esperaban oírme hablar cuanto antes.
Así que como pude comencé:
−“No es fácil saber por dónde
empezar, ya que parece ser que queréis oírme primero. Aunque creo que ya os lo
figuráis. Sé que mi aspecto es muy extraño esta mañana, pero yo os lo quiero
contar. Y supongo que ya sabéis que ayer estuve mendigando.”
−“Lo sabemos, Nicholas −me
interrumpió el señor Weissmann, y con una mirada hostil, pero no dirigida a mí,
dijo−. Walter Hope nos lo estaba contando.”
Supe entonces con claridad que cualesquiera fueran las opiniones del
presidente hacia mí, se sentía entonces realmente indignado con Hope, que no le
gustaba nada que uno de sus empleados tuviera, sí, llamémosle así, una actitud
de chivato. Pero me dirigí hacia Walter.
−“Lo que tú me viste hacer, Walter,
es sólo lo que pasó al final de la jornada. La tarde fue mucho más larga. Y lo
hice, créeme que no me siento avergonzado de contarlo, porque tenía y sigo
teniendo hambre. Llevo 24 horas sin comer. Y porque los mendigos tenemos que
hacerlo y…”
−“¿Primera persona del plural?” −me
interrumpió Norman.
−“Primera persona del plural,
Norman. Ahora sé que lo soy y que lo voy a seguir siendo, pase lo que pase aquí
esta mañana. Sólo pretendo daros una explicación, no sólo porque os la debo
sino porque sea posible o no, mi intención sigue siendo acabar mi contrato. Por
mi parte podéis tener la seguridad de que trabajaría con dignidad, mucha más
que la que tenía cuando llegaba al trabajo borracho. Y con respecto a esto,
quiero rogaros, que si vuelvo a beber, no tengáis piedad de mí. Despedidme
entonces de forma fulminante.”
−“¿Estás seguro de eso, Nicholas?”
−inquirió entonces Samuel Weissmann, más sorprendido, en apariencia, que
enojado.
−“Completamente seguro. El empleado
Siddeley borracho no tiene cabida aquí. El mendigo Nike depende de lo que
decidáis.”
−“Habla entonces. Te aseguro que al
menos no tomaremos ninguna decisión sin escucharte.”
−“Es muy difícil contar el largo día
de ayer sin estar seguro de poder decir algo.” −Miré al presidente implorándole
al menos una orientación sobre si podía decirlo. Él, sin quitarse la máscara en
ningún momento, nunca supe qué estaba pensando en realidad, tomó la palabra por
mí.
−“Ayer le propuse a Nicholas
Siddeley que me relevara en la presidencia de la Thuban Star −hubo un pequeño
coro de murmullos y muchas miradas de asombro−. De haber aceptado, él pasaría a
ser el cuarto presidente de esta compañía −me miraba sin malevolencia−. Pero no
tuve respuesta.”
−“Algo me decía, señor Weissmann,
que si aceptaba, me equivocaría. Ya os conté en agosto que había pasado once
días con siete mendigos, y os parezca verosímil o no, ya entonces los quise
tanto que la misma noche del 6 de agosto decidí quedarme para siempre con
ellos. Pero por una razón que no voy a contar, supe que era imposible y me
volví. Creo que desde entonces he desempeñado mi trabajo con honestidad, más de
la que tenía cuando el caballerito Siddeley venía aquí cada mañana beodo. Y no
dejé que mi vida privada se interpusiera en mis responsabilidades en la
empresa. Pero me he pasado dos meses deseando volver a verlos. Sé que aunque lo
explicara, nunca me entenderíais, pero no podía ir a visitarlos y desentenderme
sin más de sus problemas. Yo necesitaba ser de su misma piel, un mendigo más,
el octavo en llegar. Y ayer al fin lo hice. El señor Weissmann sabe bien que
queríamos discutir su propuesta en una comida, pero que al no encontrar espacio
libre donde sentarnos en The Golden Eagle,
salimos a la puerta y me encontré con mi gran amigo Luke Prancitt, uno de los
siete. Fuimos a comer, pero teníamos tantas cosas que contarnos que no llegamos
a probar bocado. Y después me acerqué al fin a la Mano Cortada. Y allí supe que
no hay paraguas que me protegiera de toda la sangre que mi corazón llovía. En
ese momento lo supe. No sólo quiero vivir siempre con ellos, sino morir con
ellos, vivir y morir como ellos. Allí encontré también mi propio lugar donde
dormir. En un tienda en el Arrabal he dormido esta noche y allí quiero dormir a
partir de ahora todos los días, los siete a mis costados. Después fui a la
calle con Luke Prancitt. Pasamos un par de horas en la Basílica y algún tiempo
más en las cercanías. Fue donde recibí mi primera limosna como mendigo: 20 budges, pero lo poco que reunimos mi
compañero y yo no fue suficiente al final de la noche como para llegar a comer
algo. Uno de ellos me contó en verano −mi mirada procuró apartarse entonces de
Harold Blessing, pero no lo consiguió del todo− que a veces se veían impelidos
a buscar comida en la basura, y fui yo el que le propuso tal idea a mi
compañero. Aceptó y lo hicimos. Y fue entonces cuando Walter me vio. Eso es
parte de nuestra vida diaria. Y lo más irónico es que ni siquiera nos sirvió.
Quizá vieras, Hope, que había por allí muchas ratas. Así que −intenté ir
concluyendo− volvimos con hambre al Arrabal. Me costó bastante esfuerzo porque
ya era incapaz de andar, pero allí estuvo anoche mi norte. Y a partir de hoy
todas las noches. Esta mañana con hambre, con frío mortal y sin poder caminar
me he visto asaltado por mil tentaciones y he estado a punto de abandonar, pero
un pequeño incidente ha conseguido darme la fuerza al fin que necesitaba −les
estuve hablando de aquel choque casual con un joven ebrio y sus palabras
posteriores de “apártate, mendigo”−. Y de ese modo, aunque no sabría
explicarlo, finalmente, tras una larga batalla de dos meses, al fin sé quién
soy. Soy el mendigo Nike.”
−“¿Y qué pretendes, mendigo Nike?
−me habló Harold− ¿Quieres que nuestros clientes se entrevisten contigo después
de haberte, a lo mejor, dado limosna la tarde anterior en la Basílica?”
−“No podrían reconocerme. Imagino
que recuperaré mi capacidad de andar. Esta mañana no he podido darme una ducha
y cambiarme de ropa por no ser capaz de llegar a Deanforest, y porque yo quería
contaros todo lo que hice ayer y voy a seguir haciendo. Pero el lunes, aunque
me rompa los pies o tenga que levantarme dos horas antes lo haré.”
−“Pero, si como dices −me hablaba
ahora Thaddeus−, esto va a ser definitivo, no parece que tenga mucho sentido.
Tendrías que elegir o la calle o la Thuban. Imagínate que esta misma mañana
haya clientes que se quisieran entrevistar contigo. La Thuban tiene bastante
prestigio como para perderlo porque alguien te vea con tu aspecto actual.”
−“Te aseguro que esto no volvería a
pasar. En cuanto pueda acercarme a Deanforest, traeré varios recambios de ropa
limpia que introduciría en mi despacho. Sólo tendríais que darme una llave para
tener acceso a las duchas. Finalmente, y al fin le doy una respuesta, señor
Weissmann, ni puedo ni quiero ser el presidente. Y comprendo que tampoco pueda
ser algo así como el vicepresidente. Quiero seguir aquí hasta que acabe mi
contrato al menos, como un trabajador más. Y si es necesario, con un trabajo
más bajo. Y estoy dispuesto a renegociar mis condiciones. ¿Puedo decirlas?”
−“¿Es que encima vamos a tener que
subirte el sueldo?” −me preguntaba Walter, incapaz de disimular su inquina.
−“No, Walter. Me gustaría seguir
siendo vuestro director de planificación económica, pero si lo consiguiera
habría que hablar de sueldo y condiciones. Todos sabéis que soy un hombre
extremadamente rico. Tengo bastante dinero como para vivir de él toda la vida.
Y eso me separa de las personas que más quiero en este mundo. Debería hacer como
ellos y renunciar a todo, pero habré de ir despacio y de momento con bastante
prudencia, pues no sé lo que el mundo me puede deparar mañana.”
−“¿No te das cuenta, Nike, de que
ellos quieren tu dinero?” −irrumpió Norman con la fuerza de un ariete hostil.
−“No, Norman. Piensa de mí todo lo
que quieras. Cree que soy un ingenuo. Pero no voy a pasar por que a ellos se
les haga una injusticia. Ninguno de los siete quiere mi dinero. Me quieren a
mí, tal como soy. Déjame decirte que tú no los conoces. Pero a la más leve
repetición de semejante insinuación, yo seguiré peleando por ellos.”
−“Propón tus condiciones, Nicholas.”
−casi no es necesario que te diga que me interrumpió Samuel Weissmann. Era el
único que me llamaba Nicholas.
−“Sin demasiado esfuerzo por mi
parte, he llegado a tener una fortuna. Si difícil sería deshacerme algún día de
todo lo que tengo, más difícil lo haría que la corriente de dinero me siga
llegando. Y sé que no es habitual que un mendigo ocupe mi puesto de trabajo.
Por eso lo que pretendo es seguir trabajando aquí hasta el fin de mi contrato,
pero a coste cero, de modo que le saldría completamente gratis a esta empresa.
No quiero ningún sueldo.”
−“Nicholas, tenemos que conocer la
opinión de todos y seguramente tendremos que hacer después una votación. Pero
si sigues trabajando aquí, ese sueldo, 0 dains,
me parece que podría aumentarse.”
−“Podría aumentarse con uno o dos
cafés cada mañana en el bar. Alcohol prohibido. Y nada más. Si consigo dinero
en la calle, comeré algo, pero con lo que traiga. Si es otro día como el de hoy
en que no he logrado traer nada, ni siquiera voy a comer.”
−“Nos saldrías demasiado barato,
Nicholas. Sabes que a cierta hora abre el comedor. Podías entrar y pedir lo que
quisieras.”
−“Gracias, señor Weissmann. Pero aunque
sepa que lo puedo hacer, no lo voy a hacer. He de ser muy estricto con la
comida.”
−“Así que tus condiciones son, si no
te he entendido mal, déjame recapitular: 0 dains
de sueldo. Que se te paguen uno o dos cafés en el bar. Una llave de las duchas.
¿Me olvido de algo?”
−“No se olvida de nada, señor
Weissmann.”
−“Perdóname que te haga esta
pregunta, Nicholas, pero ¿qué compromiso tendríamos de tu parte de que vas a
cumplir tu contrato?”
−“Compromiso total, señor Weissmann.
Creo que ahora soy un hombre íntegro. Si no lo creyera, no estaría aquí
teniendo la desfachatez de suplicar que se me permita seguir haciendo mi
trabajo. Y si no lo cumpliera, ruego a la empresa que tome medidas legales
contra mí.”
−“No te sigas metiendo en más
callejones sin salida, Nike −me decía Anne-Marie−. Creo honestamente que aquí
nadie duda de tu integridad. En más de una ocasión ya la has probado. Que nadie
olvide −seguía luchando por mí− que a este hombre podríamos estar votándolo
ahora como presidente. Y no sólo renuncia a serlo, sino que nos habla de
condiciones laborales ínfimas que ningún trabajador aceptaría.”
−“Todo eso está muy bien −interpuso
Thaddeus−, pero seguimos con el mismo problema. Nike debería renunciar a ser
mendigo y ahora mismo le aseguraríamos que su trabajo sigue aquí. Pero en su
condición actual, daría mala imagen a esta empresa.”
−“No voy a renunciar a ser mendigo,
Thaddeus.”
−“Maldita sea, Nike. Al final
acabarás haciendo como mi sobrino −interpuso Harold− y nos dejarás plantado.
¿Qué confianza podemos depositar en un hombre que se gana la vida también
pidiendo limosna en la Basílica?”
−“Yo no me desharía de un hombre
como Nicholas tan fácilmente −sorprendió a todos como un látigo la voz del
presidente−. Nos es absolutamente necesario y ahora nos ha jurado, y creo en su
palabra, que trabajaría siempre dignamente y sin embriagarse. Y quisiera
también recordaros una mera cuestión de números. Si observamos las ganancias de
la compañía en agosto y septiembre, podríamos decir que la Thuban Star las ha
triplicado con respecto a los meses anteriores. Ganamos más con Nicholas y
además nos va a salir gratis. Para cualquier empresa sería un chollo contar con
un hombre como él. Y sin riesgos. Cuando se cambie de ropa y se dé una ducha,
nadie sabrá lo que estuvo haciendo la tarde anterior, como yo no sé si ayer
alguno de vosotros fue al cine o se quedó en casa. Y si os ponéis a repasar vuestra cuenta
bancaria, notaréis que ha crecido notablemente estos dos meses, tanto que si no
me equivoco −miró a Thaddeus− alguno de vosotros se ha podido permitir
recientemente comprarse un coche de lujo.”
Aquellas palabras parecieron tener efecto en Thaddeus Barrymore, quien
no se ruborizó pero empezó a mirarme como si compartiera la opinión del
presidente de que mi presencia en la Thuban era imprescindible para que él
aumentara sus ganancias.
−“Y ahora vamos a votar” −dijo
Samuel Weissmann. La hora de la sentencia iba a llegar. Pero antes habló mi
querida Anne-Marie.
−“Votemos todos entonces en
conciencia. Nike Siddeley es un extraordinario ser humano, pero en estos
momentos quiero decir algo sobre su capacidad financiera, que será lo único que
a la compañía le interese, en lo que deberíais meditar seriamente antes de
emitir vuestro voto. Nuestro director de planificación económica no tiene
relevo. Si es despedido, nos pasaremos años buscando en vano quien lo
sustituya. Él maneja nuestros negocios con un enorme talento financiero. Y
principalmente recordad todos lo que ha dicho el señor Weissmann: nos puede
hacer a todos más ricos sin que tengamos que pagarle nada. Y al menos diré esto
sobre su otra personalidad: si un día definitivamente ya no lo veo aquí seguiré
yendo a verlo como mendigo, pero al menos mientras continúe trabajando en la
Thuban Star, tendrá donde permanecer si un día se arrepiente. No tenemos nada
que perder y sí mucho que ganar. Y aunque sea sólo por los extraordinarios
servicios prestados, si no queréis tener en cuenta su enorme valor humano,
nuestro compañero Nicholas Martin Siddeley se lo merece.”
−“Gracias, Anne-Marie.” −no pude
menos que responderle emocionado.
−“Votemos.” −dijo al fin el
presidente.
La votación iba a ser a mano alzada. Era extraño estar allí aguardando
que un despiadado veredicto finalmente me dijera qué se me iba a permitir hacer
con mi vida. Todo me parecía irreal. Era como estar sentado en una butaca
esperando la proyección de un documental sobre mi camino futuro. En la película
de ayer me había visto como emperador de Newchapel. En la de hoy era sólo un
pez entre los dientes de unos despiadados escualos que me iban a triturar a
menos que encontraran pronto una presa mayor o más atractiva. El señor
Weissmann anunció que en primer lugar deberían alzar la mano quienes no
estuvieran de acuerdo en que yo siguiera allí. Levantaron su mano sin ningún
titubeo Harold Blessing y Walter Hope, y al poco tiempo también Norman
Wrathfall. Me quedé esperando que la alzara a continuación Thaddeus, que
parecía tener la clara intención de hacerlo, pero que en definitiva no lo hizo.
Finalmente fueron tres los tiburones que apetecieron mi carne. Pero para
decidirse a devorarme había que votar a continuación quiénes querían que
permaneciera en la Thuban Star con mis nuevas condiciones. Anne-Marie por
supuesto levantó la mano enseguida y sin muchas vacilaciones al instante vi
también el voto favorable de Samuel Weissmann. ¡Qué hombre tan extraño! En los
dos últimos días cualquier destino que me acompañara en adelante parecía
forzosamente ligado a sus arbitrios. Fueron tan sólo unos segundos en que pude
observar el rostro de Thaddeus Barrymore como una cortina de dudas que se va
descorriendo hasta dejar ver una ventana abierta a un día claro de
certidumbres. Con decisión levantó la mano a mi favor. Tres a tres. En los
rostros de todos se podía leer “Y ahora ¿qué?”
−“¿Qué se supone que debemos hacer
ahora, señor Weissmann?” −se atrevió a preguntar al fin Walter.
−“Quizá debatir hasta intentar
convencer a alguien de que cambie su voto.” −dijo Harold mirando agriamente a
Thaddeus. Tan claramente que éste le respondió.
−“No voy a cambiar mi voto, Harold.
Me ha costado decidirme pero finalmente he tomado una decisión irrevocable.”
Espero que nunca te arrepientas, Thaddeus, pensé para mí. Lo había visto
mirar fijamente a Anne-Marie cuando ésta hizo su alegato en mi defensa y tenía
la esperanza de que lo hubiera convencido por las razones financieras y
conmovido lo suficiente como para que también influyera algo el factor humano.
−“En estos casos, es muy difícil
para el presidente saber qué es lo correcto. Y más cuando creo que el voto de
cualquiera de nosotros es ya inamovible. Así que creo que lo único que puede
hacerse es ser plenamente democráticos en el consejo de administración. Hemos
votado seis, pero aquí somos siete. No hemos dejado que vote nuestro aún
compañero Nicholas Siddeley.”
Era inaudito que los tiburones fuesen a dejar que su presa decidiera
libremente, pero ya notaba que sus dientes no apretaban, que podía comenzar a
desasirme y nadar en libertad hacia donde quisiera. En esos momentos más que
nunca sólo podía pensar en que fuera como fuera pronto estaría otra vez con
Luke en la Basílica. Pero tenía que hablar:
−“Yo no sé bien por qué razón ibais
a permitir que trabaje un mendigo en la Thuban Star. No puedo hacer otra cosa
que reiteraros mi compromiso de ser completamente honesto hasta el fin de mi
contrato y pensar en el beneficio de todos vosotros. Dicho esto, no voy a
cambiar ahora mis motivos o todo lo que he dicho anteriormente: mi intención
era seguir aquí y si eso realmente depende de mi voto, decido quedarme.”
−“Entonces finalmente han sido
cuatro votos a tres −resumía el señor Weissmann−. Si a alguien le parece
injusto, que sostenga conmigo una conferencia en mi despacho. Pero no quiero
que se reabra este debate cada semana. Así que queda establecido que Nicholas
Siddeley seguirá en la empresa al menos hasta el fin de su contrato, el próximo
mes de junio. Y después de ese plazo, yo personalmente intentaré convencerlo
para que continúe con nosotros −y dirigiéndose ahora a mí, prosiguió−. Espero
que entiendas, Nicholas, que tu decisión, que respeto, me obliga a volver a
plantearme seguir aquí algún tiempo hasta que sea capaz de tomar decisiones
sobre quién ha de relevarme. Puedes volver a tu despacho. En muy poco tiempo,
te llevaré unas llaves de las duchas. Pero aunque entraras inmediatamente a
darte una, tu aspecto cambiaría muy poco. Así que podrás tener un día
burocrático, pero no recibirás hoy a ningún cliente. No importa mucho. Si el
lunes tampoco puedes caminar hasta tu casa, no te faltará un coche que te
acerque. Si puedes moverte sin problemas, traerás varios recambios de ropa
limpia. Si no puedes, te llevaré hasta allí para que lo hagas. Pero eso será el
lunes. Hoy me pasaré por tu despacho alguna vez. Quiero hablar contigo después
en privado. Y nada más. Recordad todos que el consejo de administración ha
permitido que Nicholas Siddeley continúe aquí. Ahora pasemos a debatir otros
temas pendientes.”
Seguimos reunidos durante casi una hora más. En mi ya doble condición de
mendigo y de director de planificación económica, me resultaba muy difícil
saber si debía intervenir. Pero habían decidido mantenerme y a duras penas,
como miembro del consejo, me atreví a dar alguna indicación, al menos orientar
a los que iban a seguir ganando dinero sobre cuál me parecía el mejor medio de
que lo consiguieran con dignidad, sin herir a nadie. Así que intervine poco,
pero intervine, enfrentándolos a las consecuencias de que me hubieran permitido
seguir ahí al fin y al cabo. Walter y Harold me rodearon de constantes miradas
agrias y algún reproche, llamándome de tanto en tanto mendigo Nike como si eso
me fuera a hacer daño, cuando en realidad de entonces en adelante siempre ha
sido una lisonja. Más o menos a las 10 y media terminó mi primer consejo de
administración como mendigo. Y salimos. Mi intención era caminar como pudiera
hasta el bar e informar a Richard de cuál era la situación. Pero en el pasillo,
frente a mi despacho, Anne-Marie vino hacia mí y me rodeó con los brazos con
tanta ternura que me derrumbé. Sin saber si sería conveniente, le di un beso en
la boca después de dos meses.
−“Gracias, Nike.” −me dijo entre
lágrimas sinceras.
−“Gracias a ti, Anne-Marie. ¡Dios!
No deseo volver a hacerte daño. Sabes que no te amo, pero quiero darte la
seguridad de que te voy a querer siempre. Eres imprescindible en mi vida.”
−“¿Sabes? Me ha costado mucho tiempo
aprender algo tan sencillo como que nadie es culpable de sus sentimientos. Y
verte hacer todo lo que has hecho esta mañana me funde contigo. Te pido perdón
porque sé que no te he respetado del todo. Pero a partir de ahora, sé lo que
quieras ser, que ya contarás definitivamente con mi apoyo. Y estaré siempre a
tu lado vivas donde vivas y hagas lo que hagas. No me respondas. Sé que en este
momento no encuentras palabras con que responderme y yo no las necesito.
Contéstame mejor a esta pregunta. ¿Ibas a tu despacho o a otra parte?”
−“Se ve que con todo el mundo soy
transparente. Pero mejor así. No volveré a hacer jamás ningún esfuerzo por
ocultar nada. Iba hacia el bar a contarle a Richard lo que ha pasado.”
−“Tardarías más de media hora en
bajar al bar, contárselo y subir. Has conseguido seguir aquí. No debes ser
imprudente después. Yo misma me acercaré ahora a Richard y se lo contaré, y tú
puedes hablar con él cuando llegue la hora de marcharte.”
Así quedó acordado. Volví a mi despacho y me senté. Tantas cosas habían
pasado desde la última vez que estuve allí dentro que a pesar de que sólo hacía
24 horas que no lo veía, me sorprendió su aspecto pulcro y ordenado. La butaca,
la mesa, los archivos, todo me recordaba que seguía habiendo cierta
sistematización en la que ya no era mi vida. Estuve sentado poco tiempo. A
pesar de que no podía caminar, las emociones sumadas de todas las horas pasadas
hicieron que quisiera estar de pie. Me acerqué un rato a mirar por la ventana.
Ahora veía Vicar’s End desde el piso de arriba. Hacía bien poco que había
estado sentado en un sucio umbral rodeado de frío y contenedores, sin estar
seguro de ser capaz de mirarlo de nuevo desde mi despacho. Pero con el esfuerzo
al menos de todo un día había conseguido retener arriba y abajo, y mi vida se
tenía que mover necesariamente en ese ascensor.
Me retiré de la ventana y me volví a sentar, justo a tiempo, porque
entonces entró Samuel Weissmann.
−“Aquí tienes las llaves de las
duchas, Nicholas. No vayas hoy. No estás tan sucio como para que sea
imprescindible y lo importante es que tus pies reposen todo el tiempo que sea
posible. Pero te traigo algo más. Nada nuevo; es lo de siempre: el puerto que
nos reclama más acero. Y sigues siendo el director de planificación económica y
debes echarle un vistazo a estos papeles antes de que me acerque a reclamarte
tu opinión −iba a decir algo, pero me detuvo−. No digas nada ahora. Tengo tanto
trabajo esta mañana que todavía no puedo tener una necesaria conversación
contigo. Pero volveré. Espérame sobre la 1.”
Y allí me quedé esperándole, sabiendo que tras la sentencia emitida por
el consejo de administración, seguramente me quedaba otra sentencia de parte de
mi presidente. Intenté concentrarme en la lectura de los papeles que me acababa
de pasar. No podía. No era la constante desazón de saber que aún no estaba del
todo claro mi futuro. Era muy difícil centrar tu atención en algo con el
estómago vacío y lo desacostumbrado que estaba a esa sensación. Podía dejarme
invitar por Richard o acudir al comedor. Suponía que si caía en la tentación me
estaría permitido dentro de mi nuevo sueldo. Resistí, pero la consecuencia fue
una mente incapaz de que la dejara fija en los proyectos de la empresa. El
señor Weissmann llegó a la una menos cuarto. Lo vi entrar con un tazón de sopa.
−“Nicholas. El comedor ya estaba
abierto y te he traído esto, precisamente sopa porque, bueno… si quieres
considerarlo así, no es exactamente comida. Míralo mejor como algo de bebida
con algún alimento, o si lo prefieres un necesario reconstituyente para darte
fuerza.”
Era evidente mi cara de protesta.
−“Gracias, señor Weissmann. No
quiero ser rebelde pero preferiría no tomar nada. No puedo explicárselo de otra
forma, y no creo que le valga, pero no me la he ganado.”
−“Lo que sí te has ganado es seguir
trabajando aquí. Pero eso no te valdrá de mucho si no comes. Tienes mi
aprobación y has tenido mi voto a favor. Mas no podría convencer a los demás si
el hambre te impide concentrarte en tu trabajo.”
−“Claro que quisiera comer algo. El
mero olor de esa sopa hace que mi estómago se rebele y con su rebelión toda la
lucha interior que he sostenido en las últimas 24 horas no me valdría de nada.
Perdóneme, señor Weissmann, pero es que no sé qué harían ellos en mi lugar.”
−“Ellos, Nicholas, tus compañeros,
no dejarían que pasaras hambre. Ayer mismo Luke Prancitt aceptó tu invitación a
comer. Y si esto no te vale, piensa. En poco tiempo estarás de nuevo con ellos
en tu Arrabal. Todos sabrán que ayer no conseguiste comida. Por poco que te
puedan dar, algo tendrán especialmente apartado para ti, y supongo que lo que
te ofrezcan lo aceptarías.”
−“Lo aceptaría, sí. De ellos sí. Lo
siento si le he parecido brusco, no pretendía ofenderle.”
−“Entonces tendría que ver si me
puedo ganar un poco tu amistad.”
−“Perdóneme, señor Weissmann. Pero
¿de verdad le interesaría la amistad de un mendigo?”
−“Nicholas, contéstame francamente.
Supongo que también pensarás, como todo el mundo, que llevo una máscara.”
−“Es lo que pensaba, sí.”
−“No te lo creerás, pero es la
primera vez en muchos años que alguien tiene el valor de decírmelo. Llevo una
máscara porque me parece absolutamente imprescindible. Tú que conoces uno por
uno a mis empleados, ¿crees de verdad que podría trabar amistad con alguno de
ellos? ¿O con el Nicholas Siddeley de hace muy poco? Una máscara te protege el
rostro de cualquier ataque, pero debajo de ella puedo ser ¿quién sabe?...
incluso un hombre sencillo.”
−“Señor Weissmann, ¿podría entonces
llamarme Nike, como hace todo el mundo? Usted es hoy por hoy el único que me
sigue llamando Nicholas.”
−“¿No te gusta tu nombre?”
−“No tengo nada contra Nicholas como
nombre. Incluso me gusta algo. Objeto contra el hombre que he sido bajo esa
denominación. Y por el contrario todos los que me quieren un poco me han
llamado siempre Nike.”
−“Entonces ¿te atreverías tú a
llamarme Samuel, o incluso que le eches algo más de valor y me llames solo
Sam?”
−“De acuerdo, Samuel.” −me atreví
por primera vez a emplear su nombre de pila.
−“Nike −me estremecí al oír a mi
presidente al fin llamarme por mi verdadero nombre−, quiero hablar contigo de
más cosas, pero antes respóndeme, por favor, ¿comerás?”
−“Ahora sí, Samuel. Acabas de hacer
un verdadero esfuerzo por dejarme ver quién eres y mostrarme que deseas la
amistad de un mendigo. Si no comiera ahora, sería un amigo desagradecido.”
Empecé a tomarme la sopa entonces en su presencia. ¿Sería posible que
entre los muchos bienes adquiridos en un solo día fuera a lograr también la
amistad de Samuel Weissmann?
−“Verás, Nike. No se comienza una
amistad sin verdadero respeto. Los muchos asuntos laborales de los que debemos
hablar los abordaremos el lunes. Pero ahora quiero hablar con el mendigo y la
verdad es que con tu mísero sueldo bien te has ganado que hoy tengas un día
casi de vacaciones. Te oí decir esta mañana, creo que literalmente, “por una
razón que no voy a decir” y entendí que esa razón, la que hubiese sido, te
había impedido quedarte con ellos en agosto, ¿es así?”
Una razón. Una circunstancia… ¡oh, Luke! Deberíamos tener una conversación
sincera pronto. Samuel se está quitando la máscara. Yo me he deshecho ya de
algunas, pero me sigue quedando la más importante, y debe ser tan hermoso
sentir un día la brisa acariciándote en un rostro desnudo.
−“Es así, Samuel.” −me atreví a
responderle. No sabía si él seguiría necesitando un amigo mendigo una vez que
yo me hubiera desenmascarado. Pero no sentí miedo. Si debía decirlo una vez
más, como siempre que saliera a relucir el nombre de Luke, yo sólo podía sentir
orgullo.
−“Yo no sé verdaderamente si tendría
derecho a seguir hurgando en tu intimidad, pero no puedo aspirar a ser tu amigo
si no puedes contarme las cosas que más ocupan tu corazón. Y en cualquier caso,
me cuentes lo que me cuentes, sólo sería, primero, si me lo quisieras contar, y
segundo, asegurándote que Samuel Weissmann como jefe nunca te despediría por
una respuesta.”
−“Sigue. Yo te respondería. Sólo
estoy esperando a saber cuál es la pregunta.”
−“Yo no conozco a tus compañeros.
Pero ayer tuve la suerte de que me presentaras a uno. En el rostro de Luke
Prancitt pude ver lo mucho que se alegraba de volver a verte y lo mucho que te
quiere. Pero mirando el tuyo, pude ver que lo quieres mucho pero que al mismo
tiempo lo temes.”
−“Luke Prancitt es un gran amigo.
Más que temerlo a él, temo a cuál podría ser su reacción en un momento
determinado.”
−“Eso pensé. Y por eso, es una
osadía que te diga esto, lo sé, pero creo que precisamente él es la razón por
la que no te quedaste allí en agosto.”
−“La razón de que no me quedara allí
entonces fue Luke, sí. Y Lucy, su mujer. Y Paul, el hijo de ambos, al que
llamamos el pequeño rey.”
−“No sabía que estuviera casado ni
que fuera padre. Pero quizá eso lo explique mejor, porque entonces…” −me miraba
con una clara indecisión. No se atrevía a seguir.
−“Atrévete a hacer la pregunta,
Samuel.”
−“No me temas, Nike. Está bien. Me
atreveré a preguntarlo. Si la razón es Luke Prancitt, si lo quieres tanto pero
no te sentiste capaz de quedarte allí, sólo se me ocurre una circunstancia
−respiró profundo pero al fin lo dijo−: que te hubieras enamorado de Luke
Prancitt. O de su mujer.”
−“Me enamoré profundamente de él
nada más conocerlo. No podía quedarme allí porque mi presencia sólo supondría
una mancha para toda la familia, y no sería capaz de explicarte cuánto quiero a
Lucy y al pequeño rey. Estarían mejor sin mí. Así pensaba hasta ayer. Volver a
verlo no era sólo recordar mi amor, que nunca he olvidado, sino un intenso
deseo de estar de nuevo con todos ellos y abrazarlos. De no haberme enamorado,
sería el octavo mendigo desde agosto. Bueno, Samuel, ahora ya lo sabes.”
−“Nike, un día con más tiempo
deberías hablarme de los ocho que ya sois. Apenas os conozco a ti y a Luke. Y
por referencias a la mujer de Luke, Lucy creo que la has llamado, al antiguo
trabajador de la Thuban Star, John Richmonds, y a su pareja Miguel. McDawn, si
no me equivoco. Su bufete sigue teniendo trato con nosotros. Nike, no sé si
decirte que te respeto sería suficiente. Yo preferiría que me dieras un
abrazo.”
Y nos abrazamos entonces con absoluta sinceridad. Quién diría que sólo
con la verdad uno empieza a granjearse amigos hasta en los lugares más
insospechados. Mi amistad sincera con Samuel empezó esa mañana y puedo decirte
Protch, que aún somos amigos.
−“Gracias, Samuel. Y si vamos a ser
amigos me gustaría preguntarte por tu vida. Si no lo hago pronto, me pasaría
como con Richard. Estoy tan centrado en las personas que quiero que acabo
hablando siempre de mí.”
−“Vamos a tener muy poco tiempo hoy.
Otro día me vas a permitir que te invite a comer, pero esta vez no será para
hablar de negocios. Dime mejor quiénes sois.”
−“Ya nos conoces directamente o por
referencias a cinco. Los otros tres son dos mujeres y un hombre. Mis
compañeras, la señora Oakes, y Olivia, madre de Lucy y abuela del pequeño rey.
El otro hombre es mi compañero y amigo Bruce.”
−“Luke Prancitt te quiere mucho. Eso
se ve de a leguas. Y no hablaba por hablar ayer cuando te dije que me gustaría
que un día comiéramos los tres juntos. Pero en estos momentos tengo verdadera
curiosidad por comer a solas con él. Y no temas. Nunca te traicionaría. ¿Crees
que aceptaría que lo invitara a almorzar?”
−“No sé si aceptaría. Sólo te puedo
decir una palabra, críptica aún para mí, que soy un recién llegado: códigos.
Pero sí te voy a contar que Luke sacó una buena opinión de ti. A lo mejor me
responde que de acuerdo.”
−“Habla con él, y si te dice que sí,
ruégale que se pase por aquí el lunes. A la 1 también. Y daré órdenes ese día
para que se admita en el interior de la Thuban Star a cualquier mendigo.”
−“Acabáis de admitir a uno aquí hace
unas horas. Gracias, Samuel. De corazón. Antes de irte −pues ya lo veía
levantarse−, verás: los mendigos a veces estamos de un extraño humor y hoy mi
corazón tiene razones para derramarse en verdadero agradecimiento. Un día de
verano ellos me regalaron dos estrellas. Esta mañana pensaba, mientras hablaba
con Richard, en regalarle una. Quisiera encontrar pronto otra que haga homenaje
a Anne-Marie. Y una tercera para ti. Samuel, ¿quieres una estrella?”
−“Querido Nike. Uno viene un día
tranquilamente al trabajo y se encuentra primero con que uno de sus empleados
se ha vuelto mendigo. Luego toda la mañana va sintiendo un deseo cada vez mayor
de conocerlo y darle su amistad. Antes me oíste decir que yo no me desharía de
un hombre como Nicholas tan fácilmente. Ahora, llamándote por el nombre que
deseas y ya eres, queriéndote hacer verdadera justicia, lo diría de otra forma:
yo no me desharía de un hombre como Nike tan fácilmente. Soy muy mayor ya. Pero
es un placer haberte conocido. Y si quieres de verdad regalarme una estrella,
decídelo tú. Yo la aceptaría encantado.”
−“El símbolo de tu país es el
águila, ¿verdad?”
−“El águila calva más concretamente,
sí, ¿por qué?”
−“Hay una constelación casi encima
de la Eclíptica llamada Aquila, cerca de Capricornio. No te preocupes. Si un
día estás interesado, te explicaría lo mejor que sé, todavía muy poco, qué es
eso de la Eclíptica. Pero te sentaría muy bien recibir su estrella más
brillante: Altair, del Águila.”
Águila seguramente enviada por Zeus para que transportara a su bello Ganímedes hasta el monte Olimpo, ave hermosa de los cielos de verano que llevaba ya en volandas a Nike por los senderos estrellados del sur. Ese cinco de octubre Nike empezó a ser el regalador de estrellas. Una para Richard, otra para Samuel Weissmann, Altair, joya brillante del águila estival, segundo vértice del triángulo de verano.
Águila seguramente enviada por Zeus para que transportara a su bello Ganímedes hasta el monte Olimpo, ave hermosa de los cielos de verano que llevaba ya en volandas a Nike por los senderos estrellados del sur. Ese cinco de octubre Nike empezó a ser el regalador de estrellas. Una para Richard, otra para Samuel Weissmann, Altair, joya brillante del águila estival, segundo vértice del triángulo de verano.
−“Creo que todavía se ve. A
comienzos de la noche. Si no, tendrás que esperar más o menos hasta junio. Si sabes
dónde está el sur, mira hacia allí. Es muy brillante y sabrás reconocerla. Y si
no fuera así te traería un libro que me ha prestado John que te ayudará a
reconocer a Altair, desde hoy tu estrella.”
−“Nike −ya estaba en la puerta−, con
Altair o sin ella, sería un placer para mí de verdad seguir contando con tu
amistad. Me alegro de que te quieran los siete. Me alegro de lo que te quiere
Anne-Marie. Sabes que en esta compañía se rumorea todo. Así sé que fuisteis
novios un día. Ahora comprendo también por qué ya no lo sois. Y me alegro mucho
también de tu amistad con Richard Protch.”
Ya estaba saliendo cuando lo tuve que llamar casi a gritos. Una sola
sílaba me había sobresaltado.
−“Samuel, vuelve un segundo, por
favor. Perdóname, pero ¿has dicho Richard Protch? ¿Te he oído bien? ¿Es ese su
apellido?”
−“Ya comprenderás que tengo que
saber bien el nombre de todos mis empleados. Y los del bar también lo son.
Puedo asegurarte que el camarero que tanto quieres se llama Richard Protch.
¿Por qué?”
−“Ese apellido no es muy frecuente,
¿verdad? Y conocí a un Protch anteriormente, un ser muy querido. Le preguntaré
a Richard si lo conoce. Gracias, Samuel, por todo.”
−“Puedes dar por terminado el
trabajo por hoy. Vete al bar, habla con él y explícale que ya te puede poner un
café, que es parte de tu nuevo sueldo. Y con total sinceridad te digo: está
siendo para mí un absoluto placer conocerte, Nike.”
−“Para mí también. Hasta el lunes,
Samuel.”
Un día casi de vacaciones, había dicho. Así había sido ese cinco de
octubre en la Thuban, pero con todo había realizado el trabajo principal:
luchar por que los dos mundos aún se me mostraran abiertos. El lunes siguiente,
me prometí, ya llegaría a la empresa siendo el mismo trabajador de siempre. Con
ese ímpetu, me costó menos esfuerzo del esperado llegar hasta el bar. Richard
estaba allí esperándome con su mejor sonrisa, deseando darme un abrazo.
−“Ponme un café, Richard. No me
tienes que invitar más. Es parte de mi sueldo.”
−“Lo sé. Anne-Marie estuvo aquí hace
un par de horas. Y la llamo así, porque ella me ha pedido expresamente que la
llame ya por su nombre. Y como no te voy a invitar a este café, ¿me permitirías
que te invite a algo que lo acompañe?”
−“Otro día te lo aceptaré encantado,
créeme. Pero hoy ya no es necesario. Samuel acaba de invitarme a una sopa. Y lo
llamo así −sonreí− porque él me ha pedido expresamente que lo llame ya por su
nombre. Curioso día, Richard. Debería haberme tocado perder, y no hago más que
ganar.”
−“Entonces quizá ahora quieras
contarme con más detenimiento lo que pasó ayer o qué es exactamente lo que ha
pasado esta mañana.”
−“Sigo conservando mi trabajo y
podría contarte todo eso otro día. En realidad quería verte por otra razón.
Después de dos meses te parecerá completamente estúpida esta pregunta, pero
dime, por favor, ¿tu nombre es en realidad Richard Protch?”
−“Sí, Nike. Me llamo Richard Protch
−su mirada fija en mí era entonces otra vidriera resplandeciente que deseaba
iluminarme sobre lo que él siempre había sabido y yo todavía no−. Y ahora que
lo sabes, ¿qué es en concreto lo que deseas preguntarme?”
−“Me parece que tienes un apellido
poco frecuente, pero yo he conocido a alguien anteriormente que lo comparte.
Por eso la pregunta es: ¿conoces a Herbert Protch?”
−“Herbert Protch es mi primo. Y su
mujer se llama Maude, a la que tú has llamado siempre Maudie. Han estado toda
la vida con tu familia, y te estuvieron sirviendo en Deanforest.”
−“¿Por qué no me lo has dicho
antes?”
−“Encontré trabajo en la Thuban Star
porque Herbert me contó que tú le habías dicho que se necesitaban camareros.
Aquí pronto vi que te llamaban todos Nike, sí, igual que ellos, pero entonces
tú y yo no hablábamos y eras para mí sólo el empleado Nicholas Siddeley. Estos
dos meses hemos hablado de muchas cosas muy necesarias y no tocaba que yo te
hablase de mi primo. De todos modos, el día que me contaste que habías
despedido a tus criados, estuve a punto de decírtelo, pero si recuerdas pronto
pasamos a hablar de otras cosas.”
−“Se fueron de Deanforest porque se
iban a cuidar de un tío llamado, si no me equivoco, Aurélien.”
−“Aurélien Protch es mi padre. Nike,
tú me has contado muchas cosas. Déjame que yo sea sincero ahora. Sólo te he
confesado que estuve en la cárcel. Allí fue donde conocí a Sarah, mi mujer, que
como sabes tiene veinte años menos que yo.”
−“¿Qué edad tienes, Richard?”
−“50 años. Mi primo Herbert tiene 14
más que yo. Verás, yo estuve en la cárcel por estafador. Sarah estaba allí por
un asunto de drogas. Los dos estamos ya rehabilitados o no te estaría contando
todas estas cosas.”
−“Sabes que tienes mi respeto,
Richard.”
−“Mi padre tiene una extraña
enfermedad crónica. Aunque te la nombrara no la habrías oído nunca
anteriormente. Cuando yo entré en la cárcel, él se quedó un tiempo a cargo de
una prima, también prima de Herbert. De repente los médicos le diagnosticaron
un tumor. No le daban mucho tiempo de vida. Y fue entonces cuando Herbert y
Maude se trasladaron a Orléans. Pero los médicos se equivocaron. Mi padre había
tenido un derrame cerebral y se ha recuperado. Sólo le ha quedado una secuela
en el lenguaje, a ratos casi ininteligible. Y después poco queda que contar. Al
salir de la cárcel me lo traje de Orléans. Y desde entonces vive en mi casa. Si
te acercas un día por allí, lo conocerás.”
−“¿Cómo están Herbert y Maude?”
−“Como realmente sé que tu interés
por ellos sale del corazón, no me voy a andar con circunloquios. Pero están
casi arruinados. El dinero que ganaron al servicio de los Siddeley lo perdieron
en unas desastrosas inversiones. Les habían prometido un milagro económico y
todo fue una estafa.”
−Sé que tienes muchas ganas de
hablar al fin de tu primo Rich. Así me lo nombraste cuando yo te estaba
contando la historia de Olivia, ¿recuerdas? Gracias por tu paciencia.
−Me pasé tres años imaginando locas
teorías sobre qué le habría ocurrido al señor Siddeley. Lo que menos podía
suponer es que habría bastado con que le hiciera preguntas a mi primo.
−Él nunca te lo habría dicho, porque
respetaba mi ruego de que no os dijera nada. De la casa hablaremos en su
momento. Pero esa mañana, al saber vuestra situación, pensé por primera vez en
dejaros Deanforest. Yo llevaba sólo un día como mendigo, y pensé, tú sabes bien
por qué, que tal vez aún me hiciera falta. Pero ese 5 de octubre, me di un mes
de plazo. Si para más o menos el 5 de noviembre mi realidad con Luke no se
había aclarado, yo podía fácilmente comprarme otro lugar donde vivir, y
Deanforest pasaría a vosotros. Richard me tenía al tanto cada día de vuestras
circunstancias. Si no me equivoco, en manos de vuestra prima Louise podíais
estar cómodamente otro mes. Pero ya definitivamente no iba a dejaros
abandonados.
−Nike, yo no sé si un día me
permitirás al fin que te dé las gracias.
−Me das las gracias cada día con tu
interés al escucharme, tu innegable afecto hacia mis siete compañeros. Otras
gracias me abrumarían porque serían dadas a un hombre que ya no soy yo. Déjame
preguntarte otra cosa, nada importante, pero tengo curiosidad. Estoy viniendo a
contarte mi historia desde el día 14. La noche anterior, día 13, te vi llorando
en Rivers’ Meet. ¿Venías quizá de St Alban’s Road de ver a Richard?
−A mi primo Rich; a Sarah, su mujer;
a sus hijos Armand y Crystelle; a mi tío Aurélien. Qué difícil me ha resultado
no intervenir cada vez que me decías sus nombres.
−Había que respetar el orden
cronológico, Protch. Te habría estado contando quizá una historia muy diferente
si antes de ese cinco de octubre yo hubiera sabido algo tan simple como que el
hombre del bar, amigo mío ya, se llamaba Richard Protch. Ya hablaremos de
Deanforest. Pero sí te puedo decir ahora algo que hace tiempo me urge decirte.
Yo no podía ¿comprendes?, dejárosla sin más y desentenderme de vosotros.
Debería haberme pasado por aquí antes, y lo habría hecho, si no fuera porque
siempre estuve informado de vuestra salud y vuestra situación. Y tenía dos
formas de saberlo. Por un lado, Richard, quien desde entonces me hablaba de su
primo y su mujer cada día. Y la segunda fuente de información era Bruce, que a
menudo se pasaba por aquí a saludaros. Por él sabía también que no tendríais
problemas en recibir un día a un mendigo. Debí haberme acercado mucho antes. No
lo hice, perdóname, porque creí imposible que me recibierais como mendigo Nike
y no como señor Siddeley. Ahora sé que me equivoqué.
−“Háblame de tu primo cada día.” −le
seguía rogando a Richard.
−“Nike, dentro de poco tiempo me
pasaré de verdad por la Mano Cortada. Creo que prefieres que yo sea el primero
en visitarte. Después, seguro que querrás venir un día a mi casa a conocer a mi
mujer, mis hijos y mi padre.”
−“Amén, amigo mío. Te prometo ir
pronto; así queda acordado. Ahora espero que me aceptes una estrella. A Samuel
le he regalado una antes que a ti, pero la tuya la pensé primero, por unas
palabras que me dijiste esta mañana −fue entonces cuando le regalé la estrella
Deneb, del Cisne−. Ahora sí que me debo ir. Cogeré un autobús gracias a la
invitación de un amigo estupendo. Y por fin puedo decirte lo que no te he dicho
estos dos meses: vuelvo a casa.”
Mi casa también tenía una habitación allí, en Avalon Road, de apariencia
lujosa pero habitada por algunos corazones sencillos. Es un placer pasear por
unos pasillos por donde se deja ver lo mejor de sus propietarios: Anne-Marie,
Richard y Samuel. Ahora salía en busca de un autobús que sabía me dejaría en
Alder Street, muy cerca de Millers’ Lane. No me pasé por Deanforest en busca de
un despertador y otras cosas necesarias. Lo dejaría para mañana y entretanto
seguiría confiando en el reloj interno de Luke.
Nunca me encontraba en buenas condiciones de andar si quería verlos
allí, mi familia ya, moviéndose libremente, respirando el terroso paisaje,
llano y vegetal, suelo ardiente de nuestras alcobas.
Ya vamos aclarando mas personajes.
ResponderEliminarIr a ser despedazado y salir ganando lo que se quiere.
ResponderEliminarGanaré un café con el sudor de mi frente y mi trabajo por el día. Tarde y noche seré mendigo.
Amigo Samuel, amigo Richard, amiga Anne-Marie… ¿Para qué más?
Generosidad y protección: dar a los demás, mendigar para sí mismo.
Cada día me gusta más el personaje de Nike. Absolutamente claro en su psique, en sus temores, amores, dolores…un personaje construido de forma sólida que se va volviendo el eje del libro. Un personaje sin resquicios, sin fisuras. Un personaje cuyas características psicológicas y existenciales están clarísimas para el lector. Un lector que desea fervientemente ver mendigo al millonario -por verlo feliz y con los suyos. Algo que pocos harían, pero que en Nike se vuelve un deseo tan perentorio que obliga al lector a la empatía. Con él…con los ocho. Es imposible leer el libro y no pensar en la mendicidad, en los mendigos. Creo que la mayoría de ellos no eligen, pero algunos hay que sí, conozco algún caso de algún extranjero que mendiga por aquí teniendo una familia pudiente muy lejos… Pero es imposible, decía, no pensar en los mendigos, no repasar nuestra relación con ellos…no cambiarla, quizá, en algún caso.
Inor.
Nike se ha despojado de todo lo mundanal y va nutriéndose de vivencias ya adquiridas en su infancia de la mano de su amada abuela, sorprendiéndose como un niño con cada descubrimiento que hace de sí y de su entorno.
ResponderEliminarEste comentario ha sido eliminado por un administrador del blog.
ResponderEliminarComo seres humanos percibimos y somos conscientes, en distinto grado, de la existencia y sus condiciones. Y ante tal hecho, damos respuesta, sea con acciones u omisiones. La verdad tiene muchas aristas, es un poliedro que refleja en caras asimétricas una misma realidad, tiene la versión que cada uno le quiera dar, por eso presentarse, que no confesarse, tal como uno es, deja en claro cuál es la realidad, libre de interpretaciones, y quita la máscara a quien desde su propio interés se atreve a juzgarla. Ya con las cartas sobre la mesa, Nike entre la humildad y el orgullo eligió este último para el alegato de su realidad, se ofreció por un no sueldo y solo evitó la verdad no confesable, el motivo de su solicitud de continuidad.
ResponderEliminarEn el mundo de los tiburones las máscaras son necesidad, saber lo que se esconde debajo es un enigma, desde un cariz más ruin aun que la propia mascara a la benevolencia no sospechada. Los escualos huelen la sangre, atacan en manada según la grandeza de la pieza a cazar, y acechan a ese mendigo a tiempo parcial, con razones monetarias, de rivalidad y desprecio moral versus amistad y el cariño que ha cosechado (Anne-Marie, gran alegato en su defensa, el amor aunque no correspondido no muere en los corazones limpios y se muestra cuando la ocasión lo requiere) aprecio inesperado (Samuel Weissmann, amistad y bondad tras la máscara, el aliado impensado), y un enigma (Thaddeus Barrymore, que hace un momento pedía la renuncia de ser mendigo y tras una duda de breves segundos levanta su mano, otro si). Tres votos afirmativos contra tres negativos. El destino lanzó la moneda y salió cruz, Nike dejó su suerte en manos de los tiburones y ahora ese sino volvía a sus manos.
De Samuel Weissmann, Nike ya había escuchado las buenas palabras que son bondades vanas que no exigen sacrificio alguno y ahora iba a tener las bondades de hecho. Solo tenía derecho a beber algún café, ese era el estipendio pactado y que se vio obligado a aceptar, y según las nuevas reglas acatadas de los mendigos no podía negarse a la bebida que le ofrecía un amigo, Samuel Weissmann paso a ser Samuel, amigo, y casi Sam, y la bebida ofrecida, que no podía rechazar un plato de sopa para el ayuno del mendigo. La mayoría de las amistades surgen cuando comienzan las pequeñas confidencias personales. Nike empezó con la gran confidencia la amistad con Samuel, Luke. Y con un presente Altair la estrella mas brillante de la constelación Aquila. La amistad es virtud o algo acompañado de virtud. Su principio consiste en una benevolencia recíproca.
Richard, la sangre que corrió a la herida sin necesidad de ser llamada, Richard Procht y Nike los meandros de la vida, caudales que a la par llenan el mismo mar. La vida es casualidad, para mí el mas sorpresivo relato de este capítulo, también el mas tierno, discurre y nos descubre el autor por las cercanías vivenciales de ambos protagonistas, con una serie de interrogaciones que se van resolviendo a menudo que el diálogo avanza situando al lector en otra perspectiva respecto al asiduo oyente Protch y destapa por fin a Richard, personaje trazado con maestría y de gran carisma. Por conocimiento personal parte del diálogo de este final de capítulo me sensibiliza y emociona en particular.
Muy bien hilada y con un ritmo preciso, la amistad es el tema que pilota todo el capítulo, nos ofrece un perfil cuidado del personaje conductor, Nike, se relaciona a través del capítulo con el resto de protagonistas, que con mayor o menor peso en el relato van hilvanando todo el arco narrativo, a través de descripciones, metáforas, reflexiones y con un lenguaje preciso y bien cuidado, desarrollándose en un encadenado de "sorpresas" que llevan desde el veredicto, la sopa o el descubrimiento del otro Protch, manteniendo viva la atención del lector. Sin duda estamos ante otro de esos maravillosos paraísos llanesianos a los que nos está bien acostumbrando el autor.
Pol