CAPÍTULO XLIII: DE SOBRESALTO EN SOBRESALTO



   El amanecer era una llama de cabellos sueltos que acariciaba los alisos y el viento era un peine con púas de madera que los adecentaba y ornaba. O será que, consumado nuestro amor, Luke y yo regresábamos sin dormir y, palabras coherentes o no, abrazando por la aliseda al día que se iniciaba. Y al llegar al campamento Lucy nos mostraba un segundo amanecer naranja, mezcla del tímido amarillo del día con sus cabellos rojizos.
  Al vernos regresar, nos preguntó cómo habíamos pasado la noche y Luke se me adelantó y le dijo que traíamos novedades. Entonces hablé.
─“Lucy, corazón mío, caigo derrotado ante vosotros. Si somos ya una familia, estoy dispuesto a que seamos cinco. Hoy es 20 y ha de ser la noche de la Tercera Pareja. Si tú estás de acuerdo, haré lo posible para que tengamos un segundo hijo. Pero todos debemos trabajar.”
─“Querido Nike –me dijo con una sonrisa que entendí bañada de sol herido─. Hoy el día ha amanecido radiante, para tres que van a ser cinco. Con Luke concebimos la primera noche; contigo también ha de ser así. Y si vamos a ser cinco, coincido contigo en que todos debemos trabajar. En el Pueblo hay al menos cuatro peluquerías. Hoy buscaré trabajo. ¿Pero y vosotros?”
─“Ahora tengo que hablar con Richard y con Samuel, pero creo que ambos aceptarán que los dos trabajemos en el bar. Luke ahora; yo al acabar mi contrato.”
   Hablamos algo más en esa mañana iluminada de amor y creación. Pero en medio de ellos aguardaba la muerte como congoja. Llegué a la Thuban Star muy temprano porque quería hablar con Richard y me encontré con el cuadro inesperado de que ya había gente allí, todos cuchicheando en círculos. Samuel vino hacia mí.
─“Han venido todos porque los he llamado por teléfono. Contigo no podía hacerlo. Sí, esta madrugada ha fallecido Norman Wrathfall. Descanse en paz. El funeral será mañana a las 9 en el cementerio del norte. Iremos todos, así que mañana no habrá trabajo y hoy, la verdad, me temo que muy poco”
   El primer presidente de la Thuban Star acababa de apagarse y yo no supe qué decir, pero fui capaz de recordar que debía decírselo a John, quien también lo había conocido. Me contrariaba porque yo tenía dos peticiones que hacerle a Samuel y no era el día oportuno. De todos modos le hablé.
─“Siento lo que ha pasado, Samuel, y más porque quería rogarte dos cosas y no sé si ahora serán adecuadas.”
─“Tomémonos un café. Ni siquiera es la hora de comenzar a trabajar y parece que todos vamos a tener dos días de vacaciones.”
   Nos sentamos y pasé a contarle mi idea de trabajar en el bar, insistiendo en que de esa manera me tendrían a mano siempre por si querían consultarme algo.
─“No te voy a tener que convencer entonces de que sigas aquí, y ya había imaginado que te habíamos perdido. Es una buena solución. Y en cuanto a Luke, ya sabes que lo aprecio. Te pasaré otra llave de las duchas. Creo que Richard Protch estará de acuerdo. Para hacer las cuentas claras, creo que debería empezar el 1 de diciembre y de ese modo tendrá tiempo de hacerse con ropa adecuada. Ya sabes que no tenemos uniforme. Y en cuanto a ti, ¿tienes algo que contarme?”
─“Mucho, Samuel. Recuerda que te tengo que hacer una segunda petición. Anoche dormí con Luke, y esta noche con Lucy. Y vamos a tener dos hijos. Pero para eso tenemos que trabajar. También quería pedirte unos diez días libres. Esto no lo he hablado con Lucy ni con Luke. Es un proyecto personal, porque quiero ser como ellos.”
  Se lo conté y me entendió. Quedamos en que me los concedería y yo empezaría a trabajar en el bar el 10 de julio. Estuve de acuerdo, pero aún me quedaba hablar con Richard, al que le pareció perfecto. Pronto tendría a Luke, y al cabo de pocos meses a mí. Incluso había hueco para Lucy, caso de no encontrar trabajo.
    De vuelta a casa tuve una pequeñísima discusión con Luke, quien quería convencerme de que durmiera un par de horas, que esa madrugada no había descansado y tenía que estar bien despierto para esta noche. Tenía sentido lo que me decía, pero después de la jornada de ayer, no iba a dejar a mi compañero solo por nada.
─“Y no estaré solo, Nike. Apenas un par de horas. Cuando te despiertes, nos reuniremos en la Basílica, donde estaré esperándote. Puedo estar sin ti un rato: nuestra mujer lo merece.”
   Al final comprendí que tenía razón. Lucy merecía toda mi lucidez y no abandonaría a Luke. Asentí y puse el despertador a las 5. Ella había encontrado trabajo, pero me lo comentaría esa noche mientras me arreglaba el pelo. Dormí feliz en la que por última vez iba a ser mi tienda, ahora nuestra casita de campo.
   Desperté y no tardé en reunirme con él en la Basílica. Nos pasamos dos horas hablando de Lucy y del estremecimiento de que pronto seríamos cinco. Se nos dio bien el día y regresamos muy temprano. Lucy me indicaba que fuéramos a la roca, que me iba a cortar los cabellos. Y justo mientras lo hacía, me dijo:
─“Corazón mío, Luke me ha contado que le has dicho que empezará a trabajar el 1 de diciembre, en realidad el 3, que será lunes. Yo también. Mañana iremos a casa de James a conseguir ropa adecuada. Cuando ganemos dinero, se lo devolveremos. En cuanto a mí hoy, he tenido que explicarlo sólo en dos peluquerías. En la primera no tuve suerte, pero en la segunda decidieron hacerme una prueba, a una señora mayor y algo impertinente que se encontraba allí. Me dijeron que me aceptaban, pues incluso esa señora se marchó bastante satisfecha. Así que empiezo el día 1 en Amanda, justo enfrente del RASH, en Calvary Road. Igual te suena.”
    Ciertamente me había fijado en ella aquella noche que pasé con Luke en el albergue. Trabajaría para una señora llamada Amanda Cohen, de momento a prueba, de 7 a 10, así que nuestros horarios ahora eran: por la mañana Luke y yo en la Thuban y Lucy cuidando de Paul. Por la tarde ella mendigaría hasta las 6, solo por el barrio de Riverside. No quería espantar a la clientela. Nosotros, por la tarde con Paul los dos y en días alternos iríamos o solo Luke o solo yo. No queríamos distinguirnos de nuestros compañeros y quedamos así para compaginar trabajo y mendicidad. Ya no podría ir con Luke, pero estaría conmigo cada mañana en el bar. Perfectamente arreglados los cabellos, nos reunimos con los compañeros junto a la tienda de Olivia.
   Estuvimos sólo un rato en la hoguera antes de entrar en mi casa, la que fuera casa de Lucy y Luke, por primera vez para quedarme. Estuve taciturno y comenté que al día siguiente debía ir al funeral de Norman Wrathfall. John declinó. No le había tenido gran aprecio y no quería encontrarse con su tío Harold. Pero aquel comentario me depararía una gran sorpresa. Finalmente Luke se fue con Paul a la tienda pequeña y entré al fin con Lucy a completar nuestro tres y nuestro cinco.


 
    Aun experimentados, fueron primerizos, porque Nike había estado con otras mujeres pero parecióle la primera vez. El amor nunca lo había inundado así, un diluvio de ternura en una fuente frutal con aroma de luna. Supo bien que Luke sabía a almendras; Lucy a manzanas. Y la hija del sol, podía serlo también de las estrellas, o de la luna, pues ella, colocada a la derecha, parecía bañada en los cabellos por la luz de seda de la Eclíptica. Sus cuerpos enredados fueron fructíferos. Bailaban al compás de las estrellas que nacían. Aprendieron el lenguaje del amor con amapolas de cariño, bejucos en el tacto, melodía en el oído. Tanta pasión que no bastaban cinco sentidos. Y finalmente decidieron tener una concepción inmaculada, pues cuando dos corazones se aman y se entregan para dar vida a un hijo, deseada promesa de trascender, ¿dónde está la mancha? Al fin durmieron algunas horas en el reposo febril del tres y del cinco consumados.


 
   Todavía amodorrado y algo desazonado por la intensa noche de amor y las escasas horas de sueño, inconsciente de casi todo, me senté a tomar un café en la hoguera con Olivia, a la que, sabiendo que iba al cementerio del norte, hice una promesa. Y al poco tiempo me puse en marcha. Tardé menos de una hora en llegar, pues éste se halla, como sabréis, al norte de Northchapel, a este lado de la autopista y del puente que cruza al barrio de Downhills.
   Allí se encontraba ya Anne-Marie y al poco tiempo se reunió con nosotros Harold Blessing. A él le tuve que decir que su sobrino había declinado venir. Me puso cara despectiva, pero no hizo ningún comentario. A ella le dije que todavía tenía este tipo de obligaciones sociales y que si no, tampoco habría venido. No se la veía tampoco con ganas de estar allí y prácticamente asintió a mis palabras. No sé si en ese momento mi querida Anne-Marie me comprendía, pero yo notaba su apoyo. Ya siempre lo tenía cuando hablaba con ella.
   No tardaron en abrir y en llegar todos los demás. Calles largas de cruces y lápidas en el suelo, y numerosas esculturas de ángeles que me parecieron estupefactos y algo desabrigados, Cristos no sé si bendecidores o desdeñosos, santos pálidos y de miradas perdidas, largas filas de desconsuelo y tal vez reproches por los pecados de los hombres. Pero yo sabía lo que buscaba y, en efecto, allí estaba, a la derecha, el panteón de los Rivers. Olivia venía de vez en cuando y lo llenaba de flores. Tres nombres en la puerta: Gerald, Linda y Kirsten Rivers, los abuelos y la tía de mi mujer. Comprendí que, aunque ya sólo eran polvo, había emparentado con su recuerdo. Oré por los tres y estuve un rato memorizando viejas oraciones y dialogando con Kirsten, embelesado y olvidado del frío reinante aquella mañana. Vertí unas lágrimas por ella y pensé que si hija tenía, debía llamarse así. Desde mi llegada a la ciudad, no había estado jamás dentro de un cementerio y recordé que vivía a orillas de San Albano y no había entrado. Seguí un rato más en muda conversación con la hermana de mi madre política –yo tampoco la llamo nunca suegra; no reconozco a mi querida Olivia en esas palabras─, intentando explicarle cuánto veneraba su memoria, y me reuní al fin con los demás.
   El funeral fue corto y no asistió demasiada gente: los miembros de la Thuban Star, las hijas de Norman que aún vivían –su hija mayor y su mujer habían fallecido ya─, y poca gente más. Me sorprendió el llanto desconsolado de Walter Hope. Estaba meditando qué podía significar cuando creí tener una visión. Incluso me restregué los ojos pero allí seguía, aparentemente orando, mi compañero Bruce. Me acerqué a él.
─“¡Bruce! –lo saludé con afecto─, ¿hoy vienes al norte? Pero es muy temprano.”
─“No estoy mendigando, Nike. Anoche hablaste de la muerte de Norman Wrathfall. Me llevé varias horas sin dormir considerando qué debía hacer. Pero al final me decidí a venir al funeral de mi abuelo.”
─“¿De… tu… abuelo? –la sorpresa me había dejado sin habla. Es verdad que una vez, mirando a Norman, le había encontrado similitud con alguien conocido. Ahora que miraba a Bruce de nuevo vi que era cierto que se parecían. Pero en ese momento fuimos interrumpidos por el señor Weissmann. 
─“Éste es mi compañero y amigo Bruce Scully, Samuel.”
─“Encantado de conocer a otro de los amigos de Nike. –Y se estrecharon las manos─. Ya conozco a dos de vosotros. Saludos a Luke Prancitt. Y por referencia a los cinco que me faltan.”
─“Es un honor, señor Weissmann.” –respondió Bruce, que no sabía qué decir.
   Samuel se alejó y mi compañero me hablaba. Los cinco hombres estábamos relacionados con la Thuban Star. El bufete de abogados de Miguel había tenido y seguía teniendo negocios con la compañía. John y yo habíamos trabajado allí y pronto lo haría Luke. Y aunque no comprendía nada el primer presidente de la empresa resultaba ser el abuelo de Bruce.
─“Quiero contarte ciertos secretos familiares que sólo conoce la señora Oakes, como luego comprenderás, muy interesada en mi familia. Pero a un amigo como Nike también se me apetece contárselo y desahogarme de muchas cosas. Me gustaría invitarte a un café. Hay por aquí un bar con muy buenas vistas.”
   Me despedí de todos con desgana y me detuve un segundo en el panteón de los Rivers.
─“Mi querida Olivia viene por aquí al menos una vez al mes a visitar a su hermana, y yo también vengo con frecuencia. Y algunas veces incluso ha cruzado a Downhills a ver Hunter’s Arrows, su antiguo hogar. Sigue siendo de los Rivers. El hermano de Olivia se lo vendió a un primo llamado Raymond. Ella viene a menudo a evocar viejos tiempos, pero no entra en la casa.”
   Me llevó a un bar llamado Burnt Hills, como las bajas montañas que se percibían más allá de la autopista. El bar, a esta orilla, te dejaba ver un hermoso panorama. Ocupamos una mesa amplia y con buena luz y Bruce empezó a hablarme titubeando, pero con rumbo claro.
─“Mi padre, Joe Scully, fue un mujeriego empedernido. No amaba a mi madre, pero aprendió a quererla y respetarla. No te puedo decir que mi infancia fuera dura a pesar de sus frecuentes crisis. Tuvo un solo amor en la vida y después de una larga enfermedad, antes de morir, deliraba y gritaba: ¡Maddie!, es decir, Nike, y no te estremezcas, Madeleine Oakes, nuestra compañera.”
─“Recuerdo que me contaste en verano que la señora Oakes pudo ser tu madre, pero no entendí el enigma y por respeto, no pregunté nada.”
─“Pero mi padre era un hombre ambicioso y esa fue su ruina. Todos estos secretos los sé, porque él me los desveló antes de morir, cuando yo contaba quince años. Era atractivo para las mujeres y las embaucaba fácilmente. Siempre quiso conocer a una mujer rica y se ve que, estando un día en el cine conoció a la hija mayor del viejo Norman, Beatrice Wrathfall, mi madre. Ella se enamoró perdidamente de él. Se vieron con frecuencia y se casaron. Pero a mi padre la historia le salió mal. Al viejo Norman, por entonces un ogro con carácter avinagrado, le sentó tan mal que mi madre se casara con el primer pobretón que quería su dinero que tuvieron una fuerte discusión. Al final le pasaba una pensión al mes, pero ella había sido su ojito derecho y nunca más se hablaron. A mí no quiso reconocerme. Nunca nos hemos visto, pero según me han contado su carácter ha cambiado con los años.”
─“Es cierto que tu abuelo era otro hombre con el paso de los años. Cuando me vine a esta ciudad, ya no presidía la Thuban, pero lo seguía viendo enérgico y arrogante. Pero si te puedo decir, Bruce, que en sus últimos días incluso se ha llevado bien conmigo, un mendigo.”
─“En aquellos tiempos, debió saber que tenía un nieto en la calle. Siempre supe de él, y ahora entenderás por qué evito siempre Avalon Road. No quería toparme con mi abuelo, y con alguien más, porque hay una segunda parte que también te va a sorprender. Norman no era el único familiar que tenía allí.”
─“¡Cielo santo, Bruce! Venir aquí para encontrarme con el tío de John, la familia de Olivia, y ahora tus familiares. Parece que estoy en casa.”
─“Pero he decidido que tú debes saberlo, porque eres mi amigo y trabajas con ellos. Te cuento la segunda parte, porque aunque sé que te ha de sorprender, trabajan contigo, y sé que cuando conozcas a toda mi familia, voy a tener tu respeto –asentí. Si alguna vez un café me conmovió, fue aquella mañana─. Ya te he dicho que el viejo Norman no volvió a ver a su hija, pero sus hermanas sí. Conocieron a Joe, y mi padre sedujo a su hermana Claire. Tuvieron un hijo. Mi abuelo no quería perder otra hija y debió de ser más débil. Su única preocupación era que no se llamara Scully y se inventaron la existencia de un tal Ian Hope[1], que había fallecido en batalla, como padre de la criatura. Deseaban que el niño fuera su esperanza. Y al ser un joven engreído, pero educado para el oficio, finalmente mi abuelo, su abuelo, lo enchufó en la Thuban Star. Mi madre murió ya, pero sí conocí a mis tías, que siguieron visitándome hasta que me fui a la calle. Mi tía Claire quería que su hijo y yo, hermanastros, hermanos de padre, nos conociéramos. Pero Walter Hope nunca ha querido saber nada de mí y, honestamente, yo tampoco. Sabe que existo, y  yo conozco su cara, pero poco más. No me extraña que llorara por nuestro abuelo, al que tanto le debe. No quiere saber nada con los mendigos, pero es irónico: de la Thuban habéis salido John y tú. Esta mañana, al saludar a mis tías, y entre ellas mi tía Claire, ha debido enterarse, si no lo sabía de antes, quién era yo. Lo respeto, pero no lo quiero mucho, Nike.”
─“No me extraña, Bruce. Norman tenía millones y ahora comprendo que podías haber tenido una vida diferente. Tu hermano y yo no nos llevamos muy bien, pero intentaré acercarme a él, por ti. Ahora te respeto más, Bruce, y no sabes cuánto te agradezco que me hayas contado todo esto.”
─“Somos amigos, Nike. Y debías saberlo. Anda, levantémonos. Lucy me dijo que hoy venía por Northchapel. Como hoy no trabajas, podíamos limosnear los tres juntos. Y no es necesario que guardes mi secreto y menos con tu mujer. Acabaré contándoselo a todos. Pero me alegra que tú ya lo sepas.”
   Pero antes había de pasarme de nuevo por el cementerio. Bruce me aguardó en la puerta: no quería encontrarse de nuevo con sus tías y su hermano. Todavía estaban todos allí. El funeral había acabado ya, pero estaban hablando con las hijas de Norman. Yo era malísimo para dar pésames pero me acerqué a Sonia, la hija mayor entonces y como pude, salí del trance de la condolencia. Me entraron ganas de dársela también a Walter Hope, pero me contuve: el hermano de Bruce no debía saber que yo lo sabía. Cumplido el doloroso trance, me acerqué a Samuel a preguntarle si ese día había trabajo. Incluso le protesté alegando que me había concedido diez días y que con éste serían muchos sin trabajar. Pero me dijo que la Thuban ni se abriría ese día, ni siquiera estarían por allí Richard o la gente del bar y que todos los negocios se pospondrían. Que podía irme a donde quisiera, me dijo sin nombrarme las calles, pero sabiendo bien que por ellas me movería. Sólo añadió que ahora sentía deseos también de conocer a Bruce y a todos los demás, principalmente a mi mujer y que, con mi permiso, la hora se acercaba de conocerlos a todos.
   Así que a la calle nos fuimos Bruce y yo con intención de deambular por Heathwood. Pero en America Street nos encontramos con mi mujer. Nunca antes había ido a la calle con dos personas. Esa mañana nos íbamos alternando las casas. Nunca he sido un hombre celoso, y se ve que Luke tampoco lo había sido ni lo era, porque Lucy iba con su primer amor y con el tercero y esa noche volvía a tocarle con Luke, el segundo hombre de su vida.
−“Lucy, corazón mío, esta noche debo hablar también con nuestro marido, pero tú puedes saberlo ya. Puedes dormir once noches seguidas con él y con nuestro hijo en medio, pues voy a estar ausente hasta el 1 de diciembre. Después volveremos a hacer las cuentas de tres en tres. Tengo diez días libres y voy a volver a mi país, porque necesito ver por última vez a los Siddeley y despedirme de ellos. Además mi primo más querido, Edmund –mentí─ se halla algo pachucho. Creedme: sólo serán diez días. Volveré.”
−“Lo sé, Nike. He hablado con la señora Oakes y cree que ya no te perderemos más”
   La señora Oakes. Recuerdo el día que me profetizó que estaría en el 60 y en el 3. Se me pasó deciros que el 7 de noviembre celebramos su cumpleaños en nuestro Arrabal, junto a los Proscritos, y yo todavía dilucidaba si el tres que me predijo era el tres que ya había formado. El 60, por supuesto, fue el número de días en que estuve exiliado.
   Estarás en el 60 y en el tres. Ahora sí lo asumía. Había que interpretar sus predicciones, pero siempre acertaba. Y no era la única. De repente me tambaleé cuando caí en otra de sus frases: “Y serán la Sabiduría, la Belleza y la Conmoción las que darán vida a la Creación.” La Sabiduría, la Belleza y la Conmoción… es decir, Lucy, Luke y yo.
   Por una de las esquinas de Heathwood, Lucy me decía:
−“En sólo tres días que llevamos con nuestro Tres, he notado que me miran como con cierta envidia, como si fuera la mujer más afortunada del mundo, porque tengo dos maridos. No sé, corazón mío, qué pensarás tú.”
   Se la notaba reacia a asumir que ella pudiera ser la más feliz de los tres, así que hablé:
−“¿Y qué se podría decir de Luke y de mí, corazón mío? Los dos tenemos marido y mujer que, para muchos seres humanos sería el ideal de felicidad. Todo está bien como está. Los tres somos igual de afortunados.”
   Viendo que uno de sus maridos lo pensaba así, se sintió mejor y no se volvió a hablar del tema. Por lo demás, la mañana se nos dio muy bien, como era habitual yendo con Bruce. Éste hablaba poco, dejando diplomáticamente hablar a solas a la tercera pareja.
    La tarde con Luke también se nos dio bastante bien. No le hablé de los secretos de Bruce, pero sí de cómo me había detenido respetuosamente en el pabellón de los Rivers. Le hablé de que me marchaba diez días, poniéndole la misma excusa que a Lucy.
   Ya en la hoguera los miraba a todos pensando que ahora no podía ser débil y que esta vez sí había de regresar pronto, aunque no sabía si no marcharía a un segundo exilio.
   En el vuelo de regreso a mi país, comparaba estos días de ausencia con los de agosto y septiembre en Deanforest. Entonces no tenía esperanzas de volver a verlos. Ahora serían sólo diez días. Pero temía sucumbir a la Tentación. Volvía a Gloucestershire, donde había pasado mi infancia y primera juventud, educado para ser uno de los reyes del condado, incrementando las rentas de mi linaje cubierto de oro. Incluso me imaginé viviendo allí con Lucy, con Luke, con Paul, con un segundo hijo, en la prosperidad de la empresa textil Siddeley que no declinaba. ¿Pero y los otros cinco? ¿Podía una fuerte tentación hacer que me olvidara de ellos? Ya me pareció estar sobrevolando el bosque de Dean. Alguno de aquellos manchones debía de ser Siddeley Priory. No tardaríamos en llegar a Gloucester y aterrizar.
   En Gloucester vencí la primera tentación, la de coger un taxi hasta Siddeley Priory y me fui en autobús. Me dejó en el cruce a Siddeley Priory. Sabía que debía andar unos dos kilómetros hasta mi antiguo hogar. Allí estaba yo, con aspecto inconfundible de pordiosero, caminando sin equipaje, sintiendo el olor del bosque, asfixiado por evocaciones y el regusto nostálgico de mi infancia con mis abuelos,  de los consejos de la abuela cuando entrábamos en el bosque contra el niño Nicholas, gran cazador de lagartijas o el recuerdo del abuelo llevándome al río Wye para que aprendiera a nadar. Los rostros nunca felices de mis abuelos Sheringham, que apenas lograban sobreponerse a la pérdida de su hija Alma, mi madre, pero que disimulaban ante mí y me llenaban la cabeza de historias en los que los protagonistas hallaban siempre la felicidad después de haber superado duras pruebas.
   Al contemplar de nuevo Siddeley Priory, mis ojos pensaban por mí y se situaron en las cuadras y en mi dicha al conocer a Simon Bonner, los años de amistad con él. Y recordaba la amarga separación una tarde de finales de mayo en que me anunciaba que el abuelo Thomas lo había despedido. Me detuve también a contemplar las líneas ampulosas y el perfil algo fantasmagórico del viejo priorato que había sido durante siglos hogar principal de la familia Siddeley. En el interior un derroche de habitaciones, 52, de modo que la abuela solía decir con sorna que un huésped podía dormir en una distinta cada semana del año. Ocre el color de aquella imponente fachada, ocre toda mi vida, ocre Deanforest, ocres la tierra y el barro del Arrabal de la Mano Cortada. Al adelantarme al jardín, volvía a contemplar las estatuas de Minerva y Apolo, el dios defensor de rebaños y manadas; y Minerva, representando la sabiduría para que sin duda guiara con juicio a nuestro ganado. Tantas veces, de muy infante, me habían aterrorizado sus faces pétreas, hasta que, ya adolescente Nike, me riera de mis antiguos terrores. Minerva… ¿pero no era Lucy mi Sabiduría? Ella también fue la diosa que construyó la nave de los argonautas. Y Apolo, entre otras cosas, dios de la curación, pero ¿no había curado Luke mi vida con un cuento? Sin duda mis dioses no estaban allí, pero aquellas estatuas me invitaban a quedarme, a recuperar mi infancia. Sonaba una música de fondo. Debía de ser el primo Edmund, gran amante de la música, que estaba tocando el  piano. Al oírla, una cadencia suave y delicada, seguía recordando el olor de los árboles, la mirada de los abuelos, los sueños que de niño había atesorado. Con el rostro bañado en lágrimas, sabía que de todos modos debía entrar y pulsé al fin el timbre.
   Me recibió un rostro conocido, la vieja Leo, arrugada y decrépita, rondando los 70, a la que el primo Edmund había conservado. Al verme, le pasó lo que a ti, Protch, hace unos días. Tampoco me reconoció. No debían rondar mendigos por las casas solariegas lindantes con el bosque, y su cara expresaba fastidio y deseos de quitarme de encima.
−“¿Qué desea?” –me preguntó con intención de darme pronto con la puerta en las narices.
−“Usted es Leona Merrydale –le dije, y su rostro comenzó a mirarme inquisitivo─. Teóricamente sigue estando a mi servicio. Yo soy Nicholas Siddeley.”
    Su semblante se adaptó enseguida a la nueva situación y al tiempo que pedía excusas, se mostraba clemente.
−“¡Señor Siddeley!” –me saludaba inquieta.
−“Me alegra verla bien y todavía aquí, Leona. Anúncieme al primo Edmund y no deje de decirle en qué aspecto me ha encontrado. No quiero más incredulidad.”
   A Edmund Siddeley, que se levantó entonces del piano, tuve que decirle.
−“Soy lo que parezco, primo. Tengo que hablarte.”
   Edmund me había llamado por teléfono el 8 de agosto diciéndome que llevaba varios días llamándome y que no me había podido localizar. Me invitaba a su boda con Virginia Beads el próximo 20 de agosto, pero decliné. En esos días no quería precisamente encontrarme con los Siddeley. Y algo le conté sobre lo que me acababa de suceder: lo básico, la mordedura de una serpiente y que había pasado once días cuidado por siete mendigos. Pero tenía que hacerle ver que no era un excéntrico.
−“Tengo mucho que contarte, Edmund, sobre aquellos días y mis meses posteriores. Pero déjame decirte dos cosas: vivo en la calle y tengo una familia.”
    Iba prácticamente a comenzar mi historia cuando vi que bajaba Virginia Siddeley. Virginia, antes Virginia Beads, de los Beads de Castlehawk. Por si no lo recordáis, a 2 kilómetros de Siddeley Priory. Ella y yo habíamos pasado la infancia llenándonos de tierra o barro, y aprendió a nadar casi al mismo tiempo que yo. Nunca la había visto una mujer atractiva, baja y morena, pero recordaba que Edmund había estado enamoriscado de ella siempre y al final la había conseguido. Era evidente que se había casado embarazada y ya podría llevar cinco o seis meses de gestación. Le pregunté a Edmund cómo se hallaban sus padres y sus hermanos Lydia y Michael. Estaban todos bien de salud y de todo lo demás, pero me sorprendió diciéndome que su hermana era ya la señora Owen. Se había casado con Benjamin Owen, pero yo no supe bien quién era. Me detengo en estos pequeños detalles, porque supongo que os interesarán estas imágenes del pasado.
−“Sí, Nike, haz memoria. Lo venciste un par de veces en torneos de natación.”
−“Eso no me lo pone fácil. No soportaba perder y me preparaba siempre a conciencia para ganar –pero de repente se me hizo la luz─. Espera. ¿No será un imberbe de Cheltenham de buena familia, bastante pálido y delgado?”
   Me confirmó que era él pero que ahora estaba algo más entrado en carnes. No tenía sobrinos de momento. Me iba a hablar de cómo su padre Clarence, único hermano de mi padre, y él, llevaban los negocios en mi ausencia, pero lo interrumpí.
−“En realidad estoy aquí para haceros ver que todo eso ya no me interesa. Sentaos. Tengo una larga historia que contaros.”
   Me escucharon atentamente unas cinco horas, el tiempo que tardé en resumirles todo, desde el basilisco hasta la gran tentación del día 19 con su Horror y cómo tenía mujer, marido e hijo y posiblemente otro en camino. El rostro de Edmund había ido pasando por todas las fases, a veces emocionado, por lo que quise pensar que quizá me comprendería. Curiosamente el de Virginia mostraba respeto y asentimiento.
−“Nike, hay cosas que me cuesta entender, y no que te hayas enamorado de un hombre, pues al fin y al cabo, aunque nunca lo habría esperado de ti, hay casos en nuestra familia. Y también te has enamorado de una mujer. Pero aceptar la prostitución… vivir en la calle… me cuesta entenderlo, y no porque seas un Siddeley…”
−“Yo no llevo la sangre Siddeley –intervino Virginia─ y por eso quizá pueda entenderte mejor mirando tan sólo las consecuencias y estas son que te has alejado de una herencia demasiado pesada y que un día demostraste no desear yéndote a trabajar a la Thuban Star. Ningún Siddeley de tu línea sucesoria había tenido necesidad de trabajar, y ahí demostraste carácter. Y ahora las consecuencias que veo son que has dejado el alcohol, que quieres y eres querido, no sólo en tu arrabal, y que has formado tu propia familia.”
  Ahora comenzaba a entender qué había visto mi primo hermano en ella. El rostro y el cuerpo no lo son todo y comencé a ver a Virginia como una mujer muy atractiva. A Edmund le convencieron estos argumentos de su mujer y me mostró su respeto. Antes de interesarme por otros miembros de la familia, tenía que soltar lo que me había llevado hasta allí.
−“Siempre he creído, primo, que mi padre, su hermano Clarence y el hijo de éste, lleváis otra sangre más respetuosa y por eso pensé en su día que eras el mejor de los Siddeley y te dejé a cargo a ti de la mansión familiar y de la industria textil. Pero no he venido hasta aquí para contaros tan solo mi historia. En mis circunstancias no sólo son una pesada carga en absoluto deseada, sino que toda esa herencia me separa de los que quiero y deseo deshacerme de ese lastre. Quiero, Edmund, dejarte definitivamente Siddeley Priory y que toda la industria Siddeley pase a tu nombre y al de tu padre. Y que las casas de Gloucester y Cheltenham pertenezcan a tus hermanos. Como tu hermana y su marido viven en Cheltenham, para ellos podría ser la casa de esta ciudad y para Michael la de Gloucester.”
−“Te aseguro, primo, que no queremos nada. Tenemos ya bastantes propiedades. Todo esto es tuyo, y si lo dejas, te vas a arrepentir. Yo puedo seguir a cargo si lo deseas, pero dejar todo esto…”
−“Edmund, ¿de qué me voy a arrepentir? Todavía soy dueño de un hogar en Hazington y tengo tanto dinero que podría comprar cualquier hogar, incluso el equivalente a otro Siddeley Priory. No voy a tirar el dinero, eso sí te lo puedo asegurar, pero de momento, no lo deseo. Volver aquí, estar sentado en este salón y dormir ahora en mi vieja habitación, hace que me vuelvan las tentaciones. Pero con todas estas propiedades, perdería lo más valioso: la gente que quiero, mi familia, y viviría tan sólo el oro abrumador de la soledad. Crecí heredando una tradición opresora, cargando con el peso de tener a Martin Thomas, lo quisiera engendrar o no. Ahora la línea sucesoria pasaría a vosotros. Sé que antes no os estaba permitido, pero ya podríais incluso engendrarlo los dos.”
−“Me gusta el nombre de Martin Thomas, si es varón –dijo Virginia─. Si es niña, llevará mi nombre, pero si es niño… no lo teníamos pensado. Mi marido sólo desea que no se llame como él.”


 
−Al final, supongo que ya sabréis que fue niño y que vino a la vida el pequeño Martin Thomas Siddeley.
−A finales de mayo –dijo Maudie─, como queríamos saber de ti, escribimos a Siddeley Priory creyendo que estabas allí. Nos respondió tu primo Edmund y nos invitó a pasar con ellos unos días. Martin Thomas es un niño precioso y, aunque yo no te vi nacer, le encontré incluso cierto parecido al pequeño Nicholas que cuidamos y quisimos.
−Edmund no nos mintió –alegó Protch─, pero no nos contó toda la verdad. Nos dijo que les habías legado Siddeley Priory, que te deshiciste de la industria Siddeley, de las casas de Gloucester y Cheltenham, que habías estado allí, pero que no les habías dado más explicaciones excepto que ahora eras un hombre feliz y carente de ambición, pero que por lo que ellos sabían, podías estar en América o ser misionero en el tercer mundo como tu prima Nicole.
−Estaban bien instruidos. Incluso los criados. Tuve que sobornarlos y prometerles que si no decían nada al matrimonio Protch, que podría venir un día, recibirían incluso más dinero. Y por tu primo Richard sabía que habíais estado en Siddeley Priory y que volvíais con más preguntas que respuestas, ignorantes de qué había sido de mí.
−De todos modos fue un placer –hablaba Maudie─ volver a ver a la vieja Leona y a los criados, que eran prácticamente los mismos, y saludar también a nuestra querida Ingrid.
−Edmund conservó a todos mis criados. En fin… ya tenía claro que iba a ayudar a gentes que formaran parte de mi pasado y que me hubieran querido, y también, como primos de Richard, de mi presente. Perdonadme por hacer que tanta gente que sabía de mí tuviera que mentiros.


 
   Volví a dormir en la confortable habitación en la que pasé mi infancia y me sentí abrumado al ver de nuevo mis trofeos de natación. Toda mi ropa continuaba llenando los armarios, pantalones, chalecos, incluso mis viejos bañadores. Y hasta encontré entre ellos a un antiguo peluche, una rana a la que en mi desamparo de infante convertí en amiga imaginaria y a la que llamé Alma, como una madre que había tenido y de la que no sabía nada. Me puse a mirar por uno de los tres balcones. Me di cuenta entonces de que la habitación de mi infancia sí daba al este. Todavía veía Aldebarán, Cástor y Pólux y si esperaba algunas horas, vería Régulo y toda mi familia. Pasé varios días de feroz tentación, mi mente dividida entre lo que había tenido y lo que tenía. Pero echaba de menos a la señora Oakes, y quise saber toda su historia; a Olivia, empedernida lectora. Además en mi vieja habitación se hallaban también ejemplares de Alicia en el país de las maravillas y de A través del espejo. Bruce, Miguel y John en los cielos y Siddeley Priory que ya no tenía sentido sin Lucy, sin Luke, sin Paul… Fueron días difíciles en que volví a verme tentado, mientras al mismo tiempo evocaba el lago nadando con Bruce y con Luke. Con Lucy esperaría a que volviera el buen tiempo. Ir con los tres a la calle, encontrarme en ella un día a la señora Oakes y a Olivia, en el campamento pensando cuentos que contarle un día al que ya era mi hijo. Fueron días de un callejón sin salida hasta que me salvó evocar una noche unas palabras de Richard: “ahora eres capaz de superar cualquier reto que se te ponga por delante” y me tranquilicé y supe encontrarme de nuevo y asumir que ya no podía permitirme perder todo lo que había construido. Y una tarde le tuve que comentar a Edmund:
−“Imagínate, primo, que un día me deshago de todo. Sé cómo eres y me consta que en esta casa mi mujer, mi marido, mi hijo o mis hijos y yo tendríamos una habitación y que nos dejarías estar aquí en tanto buscamos trabajo y dinero para encontrar un hogar.”
−“Gracias, Nike, por tener eso tan claro. Incluso visitaríamos un día el arrabal de la mano cortada en Hazington a ver cómo estás y si deseas recuperar lo que era tuyo, volvería a serlo, te lo prometo.”
−“Me encantaría veros en Hazington a Virginia y a ti. Pero no creo que quiera recuperar aquello de lo que estoy deseando deshacerme.”
−“Virginia y yo tampoco hemos seguido los patrones sociales y ella se casó embarazada. Haz de tu vida lo que prefieras, que conmigo vas a contar. Sólo te pido que el tiempo que estés aquí, te lo pienses todo muy bien.”
   Para no cansaros con esta parte de la historia deciros que pusimos todo en manos del abogado de los Siddeley, todavía joven, quien también intentaba convencerme de que no hiciera una locura y de que me lo pensara mejor. Era difícil oponerse a los argumentos del señor Hume, pero fui inflexible. Fue cosa de pocos días poner la casa de Gloucester a nombre de Michael Siddeley, la de Cheltenham para los señores Benjamin y Lydia Owen y Siddeley Priory para Edmund y Virginia Siddeley. Costó algo más dejar la Siddeley Co. en manos de Clarence y Edmund, pero se hizo. Si querían localizarme, les di tres teléfonos: de la Thuban Star, de Anne-Marie Beaulière y de James Prancitt, y el mismo 29 de noviembre cogía un vuelo de regreso a mi patria. Me habían sobrado dos días.
   Llegué muy temprano al arrabal, tanto que sólo encontré por allí a Luke cuidando de nuestro hijo. Una cascada de recuerdos me inundó los ojos de cristales al verlos de nuevo. Me abrazó emocionado y me pasó a mi hijo a los brazos y así estuve jugando con él hasta que regresara Lucy. Entretanto le conté pocas cosas de mi viaje, cosas que no tuvieran que ver con el dinero, que el primo Edmund estaba mejor de su supuesta enfermedad, que su hermana se había casado y poco más.
   Al llegar Lucy todo fue de nuevo un torrente de dicha. Le conté lo mismo que a nuestro marido y él y yo nos pusimos en marcha de nuevo hacia el norte por el pueblo. Como ya comenté, el 1 de diciembre era sábado, por lo que tanto ella como él comenzarían a trabajar el lunes 3. Ahora sabía que cada día par me tocaba ir sólo, los impares a mi compañero. Pero nos quedaban sábados y domingos, los primeros con ella; los segundos con él. Luke me hablaba de cómo hacer las cuentas para dormir ahora, pues yo había regresado dos días antes de lo anunciado.
−“Luke, puesto que esta noche estaba prevista para vosotros, debe seguir siendo así. Mañana viernes podríamos dormir los tres juntos cuidando de Paul. Y ya en diciembre haríamos las cuentas de nuevo. Es fácil, el 1 la Primera Pareja, el 2 la Segunda y el 3 la Tercera.”
  Respondió que le parecía bien. Después, se nos dio mal el día, pero a los demás no y comimos suficiente. Qué enorme ventura que después de ocho días estuviéramos todos tan bien, juntos en torno a una hoguera que no podía derrotar a un invierno que se había adelantado. Mi primer invierno en la calle se anunciaba crudo.
   El día 30 en la Thuban me topé con Samuel antes de entrar a mi despacho. Conversamos lo bastante como para que supiera que el gran objetivo que llevaba entre manos lo había conseguido.
   Algunas veces había que trabajar los sábados y me dijo que al día siguiente vendrían también Harold y Thaddeus, que iba a llegar una nueva remesa de acero de St Eustace y que yo debería ir también. Acepté. Tenía que informar a Lucy de que ese día sólo podría acompañarla media jornada. De todos modos, ya era así, porque por la mañana iba Luke y ella cuidaba de Paul y por las tardes, íbamos ella y yo y Luke cuidaba a nuestro hijo.
   Ya en mi despacho, sin saber por qué, sentí cierto recelo al cambio de mes. En la transición de julio a agosto había sido mordido. Empezando agosto nació mi hijo. El 1 de septiembre me quedé sólo en Deanforest. A comienzos de octubre me fui a la calle. Un mes después, comencé a aceptar a mi familia. ¿Y ahora qué? Quizá fuera una estupidez pero ese malestar se convertiría en obsesión al día siguiente.
   Esa fue una jornada triste, pues me tenía que despedir de ir con mi compañero entre semana, aunque al menos ya habíamos conseguido ir los viernes con regularidad. Pero la despedida tuvo un sabor dulce. Llegamos bien abastecidos y casi todos comieron de nosotros.
   Cálida la noche en que el calor de tres cuerpos pudo con el frío del exterior. Esta vez, por orden cronológico, Lucy en medio. Decidimos que si repetíamos, la próxima vez en medio Luke y en la tercera ocasión yo. No hemos dormido los tres juntos muchas veces, pues pronto comprobamos que nuestro hijo parecía oponerse a que no hubiera alguien durmiendo a solas con él y se despertaba a menudo. De todos modos, qué belleza la de tres corazones emitiendo ternura y amor al ritmo de los mismos latidos. Qué belleza que, siendo tres, éramos sólo uno, y ninguna ráfaga helada conseguía apagar de nuestro amor la hoguera.
   Comenzaba diciembre y me halló temprano en la Thuban Star. La mina de hierro de St Eustace nos era especialmente productiva y había que evaluar la calidad del acero enviado, la cantidad y hacer un balance entre lo que pagábamos y una estimación del beneficio que nos iba a producir, lo que me correspondía a mí. Después se enviaría a los altos hornos de Arcade.
   No era demasiado trabajo y no tenía muchas ocupaciones que apartaran mi mente de la gran inquietud que comenzó a invadirme, un desasosiego que iba creciendo y que no conseguía hacer que desapareciera. La señora Oakes creía que mi mente era capaz de ver muchas cosas. Bueno, yo no sabía qué pensar. Te dije el primer día que no soy clarividente, Protch, porque no me lo llego a creer del todo. Pero se ve que de vez en cuando acierto. Algo estaba pasando o iba a pasar en nuestro arrabal. Ese día también estaba Richard en el bar y comencé a hablarle cada vez con mayor desazón. Hasta que llegó un momento en que mi intranquilidad era tan grande que me atreví a subir al despacho de Samuel  a hablar con él. Ese día precisamente yo no debía estar allí. Le bastó con mirarme a los ojos para saber que algo extraordinario me pasaba.
−“Samuel, ¿es realmente necesaria mi presencia hoy aquí? Sé que abuso de tu paciencia, después de varios días libres pedirte esto. Otro día puedes ponerme horas extras, pero ¿podría irme hoy ya? El trabajo importante ya lo he hecho.”
   Me vio tan preocupado que me preguntó.
−“Por supuesto, Nike. Además, sabes que los sábados terminamos a las 12 y ya son las 11 y pico. Puedes irte ya, pero ¿qué pasa?”
−“Tengo un extraño presagio. Algo está pasando en casa y debo estar con ellos.”
   Se mostró comprensivo y me dejó salir, pidiéndome tan sólo que le telefoneara más tarde con lo que fuera. Le había transmitido mi intranquilidad y quería asegurarse de que nada pasara.
   Volví casi corriendo al Arrabal dejándome las piernas en ello, casi volando, y eran las 11 y media cuando alcancé Millers’ Lane y me topé con David Fieldman de The Last Road fuera de su bar y queriendo hablar conmigo.
−“Nike –ya hacía tiempo que me conocía y se atrevía a llamarme por mi nombre─, llevo un rato en la puerta del bar. No sé qué ocurre ahí arriba, pero yo que tú, me daría prisa por averiguarlo.”
  Subí la loma con un miedo creciente de que algo pasara y me encontré con un inesperado cuadro. Nueve jóvenes estaban allí con claras muestras de embriaguez. Intuí que se habían pasado la noche de juerga y aún seguían en ella, deseando continuar la diversión de forma violenta con los primeros mendigos que encontraran. Los jerseys de los niñatos componían toda la gama del arco-iris. No llevaban armas pero se les veía robustos. De nosotros, por suerte, estábamos todos allí, ahora que había llegado yo. Los seis estaban armados de los últimos leños de la hoguera de la noche anterior. Luke fue el primero en verme llegar, y me habló.
−“Nike, no deberías estar aquí. Si algo nos pasa, alguien debe cuidar de nuestro hijo.”
−“No nos va a pasar nada, Luke, pero si de morir se trata, vengo a morir. Soy uno de vosotros y no me voy a apartar de vuestro destino. No podría vivir sabiendo que, como un cobarde, me he desentendido.”
   No me replicó. Sabía que me entendía. Me fui rápidamente a los restos de la hoguera y así un tronco tan pesado que nadie lo había cogido. Sea como fuere, saqué fuerzas y pude con él. Si la cosa se ponía fea, estaba dispuesto a hacer mucho daño con él.
   A pesar de no tener armas, se envalentonaron y comenzó la lucha. Equivocadamente el leño de Olivia impactó en el pecho de John, quien por unos segundos quedó K.O. Entonces caí en la cuenta de algo en lo que al parecer nadie había caído. Emití un largo silbido, pronunciado y angustioso. Al poco tiempo acudieron los Proscritos, los 6, a la par que un par de rostros se nos hicieron visibles por la loma. David Fieldman acudía también, acompañado de un hombre joven y calvo que no conocíamos. Éramos ahora quince contra nueve. Uno de los niñatos dijo entonces:
−“Vámonos, Evan.”
   Fueron conscientes de su inferioridad y se marcharon y los quince nos sentamos un rato todos en el suelo. Agradecimos a los Proscritos el apoyo prestado, y también a David Fieldman y al desconocido que había venido con él, que se presentó mientras yo observaba que John estaba recuperado y que Bruce resoplaba. Se le notaba la tensión acumulada en aquellos intensos diez minutos.
−“Me llamo Brandon Jones –se presentó─. No me conocéis, pero yo sí he oído hablar de vosotros. Venía a visitar a mi hermana, la señora Matts. Ella y su marido viven justo en el piso de arriba de The Last Road. Me tomaba una cerveza primero en el bar. David quería que me quedase al cuidado, pero he preferido venir con él. En realidad, tenemos algo en común: dos gatos, Telemachus y Achilles. Pero pasan poco tiempo en casa. Prefieren deambular por aquí o cazando ratas en el vertedero. Me consta que por vosotros están bien cuidados y yo tenía que ayudaros. No sé qué diversión sacarán estos niñatos. No parecen skins.”
−“No son skins –interrumpió Luke, que consideraba su deber mantenernos informado de lo que aconteciera con los calvos─. Ahora sólo hay un grupo liderado por Dominic Charlton. De mi antiguo grupo, ¿qué decir? Sebastian Fraser sigue en la cárcel. A Gareth Gains parece habérselo tragado la tierra. Quizá se haya exiliado en otra ciudad por no volver a verlos. Pero Brian, Bart y Bill Dempsey se les han unido. Y quizá sea porque fuimos juntos al colegio, mantengo aún cierta amistad con Brian Philisey y sigo hablando con él porque me conviene seguir informado. Los de la Mano Cortada estamos inmunizados, parece ser, pero no el resto de los mendigos ni otros grupos sociales.”
   Mientras Luke hablaba, me percaté de que algo anormal le sucedía a Bruce y no pude menos que preguntarle:
−“¿Qué te ocurre, Bruce?”
   Pero éste ya era incapaz de hablar y con una mueca desfigurada, se señalaba insistentemente al pecho. Inmediatamente entramos todos en una suprema inquietud.
−“Tengo el Chevrolet aquí aparcado, con el depósito lleno. Llevémoslo al hospital urgentemente. Pero no cabremos todos.”
−“Nike –me dijo Luke─, John y yo iremos andando. Llévate a las tres mujeres.”
  Así se hizo. Gracias a Dios, el Chevrolet arrancó y en poco tiempo estábamos en el Arrabal de la Seductora y las murallas de Wall Street. El Philip Rage se hallaba al alcance de la mano. Llevado a hombros por cuatro personas, Bruce apenas se quejaba. Sobrevivía. Ya en el hospital tuve que hablar de nuevo.
−“Se llama Bruce Scully. Creemos que tiene un infarto. Yo me hago cargo de los gastos que acarree. Mi nombre es Nicholas Siddeley. Vamos. No hay tiempo que perder.”
  Cuando llegaron John y Luke le confirmamos que era un infarto y que lo estaban operando a vida o muerte. Seis rostros sobresaltados empezaron a verter lágrimas amargas, angustiosas en la señora Oakes, que deseaba darse cabezazos contra la pared. Quiso echarse la culpa: el Vaticinio parecía empezar a cumplirse. 


[1] Hope= Esperanza

4 comentarios:

  1. (I)

    Luke y Nike regresan de la cueva…de su segunda noche de amor (primera con los cuerpos). Nike le comenta a Lucy que sí quiere tener un hijo con ella; y Lucy le dice que deben intentar concebir esa misma noche, la primera, igual que con Luke. Le cuentan también a Lucy su deseo de trabajar de camareros en la Thuban y Lucy busca y consigue trabajo como peluquera. Esa primera noche de amor Nike-Lucy es relatada brevemente por el “narrador fantasma” con bellas palabras, en son de aromas, estrellas y luz.
    Nike va al funeral de Norman, el primer presidente de la Thuban, que ha fallecido. Allí, para su sorpresa, se encuentra con Bruce y, para doble sorpresa, éste le dice que tras pensarlo mucho ha decidido venir al funeral de…¡su abuelo Norman!. Samuel conoce a Bruce. Y luego, éste le contará algunos secretos a Nike. Por ejemplo, que su padre era un mujeriego y sólo tuvo un amor verdadero en su vida…la señora Oakes. Sorpresa para Nike, sorpresa para el lector –y de ahí que Bruce le dijera a Nike el verano pasado que la Sra Oakes podría haber sido du madre… El padre de Bruce embaucaba fácilmente a las mujeres y buscaba a una que fuera rica… hasta que conoció a su madre, Beatrice, que se enamoró perdidamente de él y se casaron. A Norman eso le sentó muy mal, discutió con su hija y nunca volvieron a hablarse… Tampoco reconoció a Bruce como nieto. Nike le comenta que Norman cambió en los últimos años y que incluso se llevaba bien con él, con un mendigo. Por todo ello, Bruce evitaba en sus salidas, como vimos en capítulos anteriores, Avalon Road, por no encontrarse con su abuelo. Pero aún hay más secretos… Las otras hijas de Norman sí conocieron al padre de Bruce, Joe…y éste sedujo a Claire, hermana de su madre. Tuvieron un hijo y el abuelo se vio obligado, por no perder a otra hija, a ser más flexible y se inventaron a un padre: Ian Hope, muerto en la guerra. El niño creció engreído y Norman lo puso a trabajar en la Thuban: es Walter Hope, que nunca ha querido saber nada de su “hermano” Bruce.
    Cuando Nike y Bruce se van del funeral se encuentran en la calle con Lucy y Nike le comenta que quiere ir a ver a los Sidderley a su país, y ha pedido por eso diez días (que Samuel le concede al principio del capítulo). Pero eso…es sólo una excusa.
    Dos de los designios de la Señora Oakes se van cumpliendo:
    “Recuerdo el día que me profetizó que estaría en el 60 y en el 3. (…) El 60, por supuesto, fue el número de días en que estuve exiliado. (…) Estarás en el 60 y en el tres. Ahora sí lo asumía. Había que interpretar sus predicciones, pero siempre acertaba. Y no era la única. De repente me tambaleé cuando caí en otra de sus frases: “Y serán la Sabiduría, la Belleza y la Conmoción las que darán vida a la Creación.” La Sabiduría, la Belleza y la Conmoción… es decir, Lucy, Luke y yo.”

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  2. (II)

    Y Nike se va a su país, y a Sidderley Priory… A la llegada, en Gloucester, vence su primera tentación: tomar taxi hasta S.P. y se va caminando, mientras recuerda pasajes de su infancia y de su vida vividos allí. Su primo Edmund se ha casado y Nike se dispone a contarle su historia de los últimos meses…y lo hace durante cinco horas. Virginia será más comprensiva que Edmund, que finalmente también mostrará su respeto a Nike. Éste le legará a su primo hermano tanto Sidderley Priory como sus otros bienes en su país.
    Vuelta al Arrabal de la MC. Encuentros emotivos del Tres. Tras los 10 días de permiso, a Nike le toca trabajar en sábado pero una intranquilidad y desazón que se apoderan de él, le hacen irse pronto con un extraño presagio de que lo necesitan en su “casa”. Allí ve, al llegar, que nueve niñatos borrachos están envalentonados contra el campamento, mientras sus compañeros se defienden con troncos de la última hoguera. Nike coge el tronco más grande y tras empezar la lucha recuerda el silbido para llamar a los Proscritos, que aparecen por allí –ahora serán 15 contra 9, y obligan a los niñatos a salir corriendo. Un desconocido viene con ellos: el dueño de Achilles y Telemachus, dos de los gatos que cuidan en el campamento. Por ello, les da las gracias. Pero no acaban los sustos aquí…y de pronto notan que Bruce está en el suelo, desfigurado. Lo llevan al Hospital…ha sido un infarto, al parecer. Nike dice en el Hospital que él correrá con todos los gastos.
    Pobre Bruce…espero que el autor no me lo quite de en medio…es una personita maravillosa este Bruce.
    Inor

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  3. AMOR LUCY Y NIKE

    "Hablamos algo más en esa mañana iluminada de amor y creación. Pero en medio de ellos aguardaba la muerte como congoja".

    Nadie les había dicho de aquel embrujo del baile entre una piel pálida, otra teñida de sol y ambas temblorosas, ¿cómo lo iban a saber?. Ni habían imaginado el primer roce de labios, ni tan siquiera el espejismo que parecía arder en cada poro de la piel. Ni el deseo más recóndito les contó de todo aquello, ese fue el milagro que sucedió esa vez y que, al hacerlo, habló un lenguaje de secretos que, apenas desvelados, se perdían para siempre. Millones de secretos nacidos que no alcanzaban Elased. No olvidemos este 20 de noviembre, y trencemos entre los dedos mes a mes, porque quizás a esa estrella un secreto si llegó y anduvo juguetón sembrando su simiente.

    "Y finalmente decidieron tener una concepción inmaculada, pues cuando dos corazones se aman y se entregan para dar vida a un hijo, deseada promesa de trascender, ¿dónde está la mancha?".

    LOS SECRETOS DE BRUCE

    Formados por sombríos senderos y callejones los camposantos son el lugar de destino de todos los viajes definitivos, lo son también de los que tienen billete de vuelta a casa y solo llegan a ellos para pasear entre sus tumbas, visitar, honrar o despedir a los que allí duermen (cementerio significa "dormitorio" -koimeterion-), y es un lugar de pésames, condolencias, epitafios y...confidencias. Norman Wrathfall había fallecido, pero sus secretos fueron desenterrados. Bruce era nieto de Norman, de alguna forma los cinco hombres del Arrabal estaban relacionados con la Thuban Star. Pero no era ese su único secreto, Walter Hope era su hermanastro (hermano de padre). La saga familiar transitaba por vericuetos ciertamente insospechados.

    SIDDELEY PRIORY

    El camino a Siddeley Priory y la estancia en ella redimían de nuevo tentaciones que por momentos parecían resucitar otra vez a Nicholas. Para él fue como penetrar en el ámbito de otra época, el aire era más tenue en esa vasta guarida, el silencio era más antiguo, y el pasado era neblina visible en su luz decrépita.

    Nike sabía que no podía hacer acrobacias con su vida, y así llegaba para deshacerse de ese lastre. Por una vez respiraba y se sentía llevado en volandas, y todo era aún tan precario que valoró el riesgo de un malabarismo a tres, un breve fallo rompería ese equilibrio, demasiada negligencia para él, ya no era un Siddeley.

    La estancia fue agradable, recuerdos: de infancia, de libros, de Simon Bonner. El reencuentro con su primo Edmund y su mujer fueron las horas dulces de aquellos días, la melancolía por la lejanía de su familia del Arrabal también pesaba.

    "Imagínate, primo, que un día me deshago de todo. Sé cómo eres y me consta que en esta casa mi mujer, mi marido, mi hijo o mis hijos y yo tendríamos una habitación y que nos dejarías estar aquí en tanto buscamos trabajo y dinero para encontrar un hogar."

    ATAQUE DE LOS NIÑATOS

    Aporofobia: rechazo, aversión, temor y desprecio hacia el pobre. Se ha instalado en el imaginario colectivo la idea de que los pobres lo son por vagos, porque no quieren trabajar o han sucumbido a adicciones. Sea por ideología o sea por insensato divertimento la errónea superioridad de la que se siente poseedor el agresor se convierte en violencia y humillación hacia quien consideran objeto de su menosprecio.

    De nuevo un pálpito, un latido diferente, hizo intuir el peligro a Nike, que se encontró con un grupo de jóvenes, ebrios, que continuaban la "fiesta" agrediendo a sus mendigos. Los siete mendigos, el silbido que reclamó a los seis proscritos, el camarero David Fieldman y un tal Brandon Jones. Quince contra los nueve niñatos ebrios. Parecía que la huida de los agresores acababa con el incidente, pero desgraciadamente Bruce tensionado por los hechos fue víctima de un infarto.

    El capítulo termina aquí, con Bruce siendo operado a vida o muerte, mientras la señora Oakes, se echaba la culpa: el Vaticinio parecía empezar a cumplirse.

    Pol (1)

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  4. Un narrador puro en contraste con esos otros que en lugar de contar historias parecen más interesados en hacer juegos malabares con las palabras, un autor que con su honestidad dignifica su oficio como tal. El capítulo es un círculo vivencial, que empieza por el amor de la tercera pareja, sigue con una defunción que destapa secretos, posiblemente decisivos en lo sucesivo, continua con la reflexión y coherencia por parte del protagonista que viaja a sus orígenes para renunciar a ellos, y termina con la agresión y posterior punto y seguido al siguiente capítulo que el lector seguro no podrá resistirse a ojear dado el oficio del autor para generar agitación y zozobra al lector en la querencia que este tiene de sus personajes.

    Entre estos cuatro pilares en que se sustenta el capítulo están los nexos de unión narrativos que sitúan de nuevo al lector, con un lenguaje claro, pero elaborado, en las vivencias diarias de los protagonistas, a destacar la habilidad que tiene el autor en desarrollar sagas o introducir nuevos protagonistas que el lector intuye pueden ser posteriormente importantes en el devenir narrativo.

    Hacer notar, aunque todo el capítulo goza de una lectura agradable, fluida y hermosa, la belleza con la que se describe la primera parte "AMOR LUCY-LUKE", en la que el autor desarrolla el más fino de su esteticismo literario, ya nos tiene acostumbrados a sus bellas descripciones, pero en estos párrafos sabe captar, a un más si cabe, esa belleza, valiéndose de la sutileza y sin caer en estulticias ni groserías narrativas. A resaltar la breve, pero contundente, critica a la mácula de la concepción.

    Lo descriptivo también goza de la impronta del autor, de la que ya hemos tenido anteriormente constancia, es en Siddeley Priory donde la narrativa descriptiva del entorno físico y del interior psíquico confluyen. El lector se siente, como siempre, acompañado, guiado de la mano por todo el capítulo, como un observador privilegiado de lo que va sucediendo.

    En resumen otro capítulo perfectamente bordado, además el lector sigue disfrutando del bello discurso narrativo. el devenir de la historia y el pulcro y perfecto estilo gramatical, esto unido al juego de simbolismos y al hecho de que no debemos dar por baldío ningún detalle, pues es grandioso el mundo creado, y cualquier frase, cualquier nombre pueden ser significativos posteriormente, hace que no podamos más que estar absortos en la lectura, hermosa y dulce atadura literaria.


    Pol (2)

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