CAPÍTULO XXX: VIDRIERAS



   Quería más. Un manto insuficiente de descanso me había cubierto tan exiguamente como el abrigo de piel de carnero. El sueño me había llegado pronto, pero fue intranquilo y dolorido, en una noche extremadamente fría, más pareciera de invierno, en la que continuamente tiritando, despertaba a menudo sobresaltado. Pero con luz suficiente para recordar donde estaba, ya sí en la tienda de Nike, volvía a coger el sueño enseguida.
   Mas la verdadera luz me llegó casi al amanecer. Luke había entrado en mi tienda y me zarandeaba afectuosamente. Tuve la suficiente lucidez para saber que yo estaba en el Arrabal y que mi compañero me estaba despertando. Ver su sonrisa cada mañana… si pudiera ser toda la vida así. Miré mi reloj de pulsera. Eran las 5 menos 10. Pero Luke me estaba hablando.

−“Llevo un rato intentando despertarte, Compañero. Pero no te preocupes. Hay tiempo de sobra.”
−“Hay tiempo de sobra para el que puede caminar, Compañero. Déjame ver cómo ando esta mañana.”
   Desde esa noche me acosté en otoño e invierno completamente vestido. La ropa era una masa arrugada y, con esa luz, cenicienta y sucia. Me puse de pie. Era como estar erguido sobre un campo de agujas. Y el frío de esa mañana machacaba los huesos. Con hambre, con frío extremo y sin poder andar se me presentaba una jornada que había de ser heroica. No sabía realmente cómo podría ir a la calle. Algo así le dije a Luke, que me decía que no me preocupara por la tarde, sino por la mañana.
−“De momento ya he hablado con Lucy para cambiarle el horario. Dentro de unas horas irá ella, y yo iré por la tarde con mi compañero, si sigue queriendo venir y si puede −y me lo repitió con énfasis−, sólo si puede. Si no, se quedará aquí como un buen muchacho y su compañero irá por los dos.”
−“Vaya compañero te ha salido entonces, Luke. Sea como sea, iré.”
−“Ya volveremos a hablar de eso por la tarde entonces −pero a esa hora no distinguía qué extraño fardo llevaba a hombros y me quería pasar−. Es una mañana descarnada. Hay mucho viento y lo notarás en la piel. Por eso te traigo esto −yo no había recordado buscar con qué cubrirme. Pero Luke estaba en todo. Era una chaqueta lo que me ofrecía, de pana color beige, algo mugrienta pero no demasiado sucia y con apenas hilachas. Cuando protesté preguntándole qué lo protegería del frío a él, me respondió que tenía otra chaqueta de algodón de un tono oscuro. No sabía entonces si me mentía, pero alguna vez se la vi puesta−. Habrá tiempo, Compañero, créeme. No malgastes inútilmente tus fuerzas. Será mejor que tomes antes un café. De hecho, al venir hacia aquí he visto que Olivia está ya levantada. Te está preparando uno en una hoguera junto a su tienda. Ve con ella. Yo me vuelvo con Lucy a dormir un par de horas más. Y recuerda que ayer por la tarde ya me dejaste vivir el honor de ser tu compañero. Y no puedes ir más allá de tu resistencia. Te queremos, Nike. Ve con nuestra bendición.”
   Y con esta nueva aprobación se marchó a su tienda. Yo me fui hacia el fuego y el café que me estaba preparando Olivia. Te digo que me fui, pero me supuso un infierno llegar hasta allí. Más de cinco minutos. Los pies no habían mejorado con el descanso. Las rozaduras eran clavos, antesalas de otro vía crucis que ese 5 de octubre tendría que vivir. Pero Olivia, que veía mis dificultades, vino hacia mí y me ayudó pacientemente a caminar hasta la hoguera. Una vez que se aseguró de que eran rozaduras, y  mientras yo me tomaba el café recién preparado, me dijo:
−“Tendré que comprar yogur −yo no entendía para qué, pero siguió− por si vienes esta tarde.”
   Si vienes esta tarde. A pesar de que sólo había pasado una jornada en la calle, que alguno de ellos dudara me dolía, mas no dije nada porque yo aún no les había demostrado nada. Y ¿qué podía decirle? ¿Estaba yo seguro de que esta fuera mi senda definitiva? Por su conversación deduje que todos sabían ya mi intención de acudir a mi trabajo, como todos los días, y volver con ellos cada tarde.
−“No tengo nada de comer, Nike. Igual si despierto a alguien…”
−“No despiertes a nadie, Olivia. Aguantaré como pueda.”
−“Ni la primera noche ni la mañana después son momentos ideales para hablar de la calle. No te haré preguntas. Tómate el café tranquilo. Algo de calor te llevará.”
   Pero el calor no me lo trajo el café, sino su presencia a mi lado. Estuvimos un buen rato en silencio pero ¡ay esa soledad acompañada, ese primer amanecer de regreso con ellos! La hoguera era un puente de luces vivas. Yo no había vivido aún el lubricán pero era esa hora previa al alba, llena de matices cambiantes y colores que lentos se van tornando blancos. Olivia llevaba un vestido multicolor, con rayas que componían un variado arco iris de tonos de fuego y niebla. Las lenguas de la hoguera lo dibujaban por momentos rojos puros, verdes sangrantes, blancos o amarillos de oro trocado en humo. Para alumbrar del todo esa cristalera ya sólo faltaba que, desviando un poco los ojos, volviera a contemplar unos fuegos fatuos. Esta vez eran de color amarillento lúgubre. Pero no eran las luces difuntas lo que me inquietaba esa mañana, sino el camino futuro de Nicholas Martin, una sombra, un cadáver, o tal vez, si antes no llegaba un exorcismo, el hecho de que el infame Siddeley siguiera ocupando el cuerpo de Nike. Por eso contemplaba los fuegos fatuos con cara de amargura y Olivia, que debía estar siguiendo mi mirada, habló:
−“También los vemos a veces a esta hora, sobre todo yo, que me levanto tan temprano, por eso nunca me coloco de cara al sur. No los mires, Nike.”
−“Si he vuelto a verlos, es que estoy de nuevo con vosotros. No me inquieta un fuego fatuo. Es el sobresalto de que no esperaba encontrármelo.”
−“Llevamos casi un año aquí. Ya he tenido tiempo de acostumbrarme. No les temo; pero son un recuerdo molesto de dónde vivo y cuáles son mis circunstancias. Mas cuando llega la luz del día me sosiego. Toda mi vida ha sido así: luces y sombras, las mismas luces y las mismas sombras que tiene la calle. Pero a veces la belleza también está en lo mortecino. Éstos son fuegos de muertos; pero su claridad te recuerda que tú sigues viva. No, no son estas luces lo que me preocupa esta mañana, sino el viento.”
−“Sopla el poniente −le dije, como si fuera ya todo un experto−, y en esa dirección debo ir.”
−“Tendrás que marchar con el viento en contra. Espero que el poniente no se cambie en suroeste y tenga que pasar otra jornada de ábrego.”
    Olivia y el ábrego. Fuegos fatuos. Todo me era familiar. Estaba ya en mi patria gélida, descarnada, rodeado de los paisajes que se habían adueñado de mi alma.
−“Esa chaqueta es de mi yerno. La reconozco bien. Está sucia, pero es el mejor abrigo que puedes hallar en el Arrabal. Y cuando mi nieto no puede dormir, y suponemos que a es a causa del frío, a veces lo cubrimos con ella. Esta noche ha hecho frío, pero ha dormido de un tirón. Parece haberse sentido cómodo de que estés tan cerca de él.”
−“Gracias, Olivia.” −le dije emocionado.
   Había apurado de más aquel reconfortante café y debía irme ya o no llegaría nunca. Olivia me había estado reparando el alma con su serenidad luminosa de cada mañana. Le di un beso y me puse en pie.
   La chaqueta de Luke me daba calor y cobijo pero el frío cruento se petrificaba en las manos y en la cara. El viento soplaba en susurros de escarcha, sibilante y tembloroso. Ya casi estaba en Millers’ Lane cuando no sé por qué me dio por volver la cabeza. Y en ese instante sentí un estremecimiento. Era una mañana solemne de estrellas y muchas personas me han confesado que se han visto sacudidas por la misma impresión. No bastaba saberlo por los libros, había que observarlo en los cielos: grandioso, soberbio, majestuoso, allí estaba el cazador. Son más de siete estrellas las de Orión, pero lo vislumbré con arco, con escudo, fustigando al Tauro, más al oeste. Del gran cazador al pequeño rey, dadme fuerzas, luces del cielo, que pueda proseguir en esta helada sombra.
   Entre silbidos grises bajé hacia Millers’ Lane, tiritando y a paso de caracol. Astas y flechas me castigaba el viento. Cinco minutos se necesitan para ir por Millers’ Lane y Alder Street, pero tardé dieciséis. Mi intención seguía siendo ir a Deanforest primero, pero decidí coger por Dingate Street y si el tiempo no me llegaba, resignarme a acudir sólo a la Thuban Star.
   Al fin distinguía los restos de la antigua Puerta del Sonido, solamente un vestigio ya, unas piedras de lo que en su día fuera un arco que señalaba el punto que sellaba la ciudad por el oeste, ahora sólo el brazo de un espectro, una lengua burlona que parecía mofarse de mí. Si el hambre me acosaba, el frío en esos instantes me asesinaba. Hubiera sentido o no la Vergüenza la tarde anterior, esa fue una mañana de tentaciones y de ellas anduve vestido bastante tiempo. Me imaginaba sentado en el salón de Deanforest entre llamas ardorosas y rodeado de exquisiteces culinarias. Sentía deseos inauditos de llamarla mi casa. Sólo necesitaba un trozo de pan, apreciar el susurro de las llamas de la chimenea del salón, darme una ducha. O a esa hora un poco de dinero para un taxi. Ya ellos estaban en mí. Pero las tentaciones me hicieron colocarme por primera vez donde nunca había deseado: podía ir a visitarlos cada tarde y volver después a mi fuego, mi pan, mi ducha, mis libros, mi trabajo. Mas sabía que de todos modos había de sufrir el tener que dar explicaciones en la Thuban, y pensé que tal vez no me iban a permitir seguir trabajando allí. En mi situación financiera, eso no tenía demasiada importancia. Podía fácilmente encontrar otro trabajo, o podía perfectamente vivir sin trabajar. Pero el mundo que había temido perder, ¿estaba seguro de que me podía permitir perderlo? ¿De verdad puedo vivir sin ellos? Me imaginaba haciendo como Anne-Marie, asegurándoles que yo podía ser un amigo para toda la vida. Pero ¿vivir como ellos? ¡Qué locura! No llegaba a ninguna parte, ni con mis ajados pies ni con mi deteriorada mente.
   Dingate Street es bastante llana, pero en mis condiciones se me estaba haciendo cuesta arriba. Poco después de los restos de la Puerta del Sonido, mis ojos se quedaron fijos en un nombre que hallaron por azar sobre el escaparate de una tienda: Disserenascit. Recordaba una entrevista con el señor Alexander Burne, que había venido a nuestra compañía a negociar algo en representación de un hermano ingeniero que, por lo que entendí, esos días se hallaba indispuesto. Le tocó entrevistarse conmigo. Hay momentos en que es necesario hablar de otras cosas y con el señor Burne era fácil. Le pregunté por sus intereses y me estuvo explicando que él era anticuario y que iba a abrir un negocio en Dingate Street. Me dijo que lo llamaría Disserenascit. Al quedarme atónito con el nombre, él me explicó: “Es latín, señor Siddeley. Quiere decir el tiempo se serena.” Se lo veía un hombre soñador, afable, locuaz pero de hablar pausado, afectado, arcaico, cercano a los sesenta, pero muy seguro de cuál era su senda y sus prioridades en la vida. Me quedé sin saber qué decirle. Me imaginaba que el nombre no atraería clientela, pero después pensé que él era anticuario; quizá le viniera bien a su negocio un nombre anticuado.
   Me quedé cinco minutos mirando por el cristal de Disserenascit. Todo era una exhibición de lámparas, alfombras, muebles de otros tiempos. El espacio estaba atiborrado de cachivaches que yo no sabía siquiera qué eran o para qué servían, o mejor dicho, para qué habían servido. Me había quedado observando una figurilla antigua de bronce, una niña con una sombrilla. No sé por qué se te graban estas cosas en el recuerdo, pero ahí sigue esa niña, años después. Pero a continuación mi mente se perdió en un cuadro colgado en la pared, una hermosa representación de la maternidad, tal vez María con su hijo, pero no estuve muy seguro. Me acordé entonces de Lucy con el pequeño rey en sus brazos. Había sido un necesario descanso para los pies, pero debía seguir la marcha; y pronto me di cuenta de que caminaba llorando, en la mente tan sólo ella y su hijo. Pero también comprobé que justo cuando mis ojos comenzaban a llover, el viento daba ya sus últimos susurros y se marchaba del todo. A pocos pasos de la tienda me dije: “tenía razón, señor Burne. Disserenascit. El tiempo se serena.” Y Dios desde su solio debía estar contemplando la mañana.
   Llegaba a una nueva esquina. Tenía que elegir caminar por Longborough Street o por Havengrove Avenue. Con el recuerdo afectuoso de haber encontrado a Luke allí, habría escogido la primera, pero con hambre, ya a esas horas peligrosa, no quería pasar por los dos bares donde pude haber comido y no lo hice. Así que me decidí por la segunda.
   Pero justo al doblar la esquina, aún sigue en mis recuerdos un pequeño incidente que yo diría que me salvó. Me di de bruces con un joven insolente con claras muestras de embriaguez. Quizá a esas horas se retiraba a algún hogar a dormirla. Se lo veía francamente enojado por aquel choque casual. Tanto que llegó a decirme:
−“Apártate, mendigo.”
   Una palabra te puede cambiar la vida. O la necesidad de escucharla. Recordaba a Anne-Marie en verano diciéndome que parecía un mendigo. Pero parecer no es ser. Ayer por la tarde Luke, por primera vez uno de ellos, me había llamado mendigo, y lo hizo, creía recordar, dos veces: en The Silversmith cuando no comimos; y en sus palabras en mi tienda, su dulce canto que comenzaba “qué dignidad y qué belleza, Mendigo”, pero nadie, ni siquiera mi compañero, me había llamado así en la calle. Pero tuve que rectificarme: Luke me había llamado mendigo en la calle directa o indirectamente. Pero sólo él. Yo necesitaba oírselo a los otros mendigos y a la gente del otro lado. Porque tampoco lo había escuchado en la Exclusión, en The Sword. No me habían permitido el acceso, pero por lo que recordaba, había sido con estas palabras: “aquí no entra nadie que haya estado previamente en la escalinata de la Basílica.” Y finalmente le oía aquel vocativo a un absoluto desconocido que de esta manera me llamaba. Sin duda mis ropas, poco sucias pero muy arrugadas y empapadas por la lluvia, más la chaqueta de Luke, hacían que ahora sí tuviera tan claro aspecto de mendigo como para que alguien me diera ese vocativo. Son extrañas las reacciones que tenemos en momentos determinados de la vida. Aquel pequeño incidente fue para la mía transcendental, por eso aún lo recuerdo y por eso te lo estoy contando. Me forjó de manera definitiva; me dio nombre, cuerpo, historia. Cuando el joven pasó tuve que apoyarme en el alféizar de una ventana. Pero esta vez no tenían la culpa mis pobres pies. Sin darme cuenta comenzaba a soltar una gran carcajada: al fin alguien había dicho mi nombre. Yo, que había vivido toda la vida rodeado de números, para resucitar necesitaba palabras. Esa mañana sí que era un mendigo. Me daba cuenta de que los escasos viandantes me miraban con ojos esquivos o impertinentes. En sólo unas horas había cambiado de clase social. Ya mi piel participaba de las mismas sustancias que las de los siete. Pies agotados, Hambre encarnizada, Frío mortífero, Exclusión, Suciedad y arrugas, Escasez plena. Estaba viviendo todos los signos negativos, menos quizá la Vergüenza. No me había faltado ni la deletérea Tentación, que casi me aplasta. Pero al llegarme todos esos motivos de Verôme, notaba que al fin acababa mi Penumbra. Por todas estas cosas habían pasado los siete, desde toda la vida a casi un año, que llevaba Luke. O un día tan sólo, me sumé con orgullo. Veía pasar de tanto en tanto a algún mendigo, a esa hora de perros, ebrio y tambaleándose. ¿Qué teníamos ellos y yo en común? Además de mi pasado alcohólico, que no quería recordar… sí, ¿qué era lo que me venía a la cabeza? Unas palabras de Luke… la fuerza, tal vez fuera eso. No dejar que la miseria te derrotara sino plantarle cara a la puta la vida. Cada uno tenemos una historia diferente y un motivo, sea por necesidad, sea por elección, aquí hemos llegado y aquí seguiremos. ¡Aquí seguiré! Me repetía con fuerza. Cuando ellos tengan hambre, la viviré con ellos; cuando lloren, lloraré; cuando rían, reiré. Compartir la vida, ser de vosotros, seguir vuestro camino en la belleza y en la necesidad. El destino podía darme más golpes si lo que yo temía, la reacción de Luke al saber de mi amor, se cumplía. Pero en lo que dependiera de mí, yo ya había decidido. Quizá tenga que buscarme otro trabajo, pero esta mañana plantaré cara y daré explicaciones y les diré mi nuevo nombre y nuevas circunstancias.  
   Caminaba aún sin que mis pies me sirvieran de nada, pero con otra cara. Ya no hubo más tentaciones. Desde esa hora mi parte en el destino siempre la tuve aprendida. Ahora sólo faltaba ver qué número daban los dados que éste arrojara. Eran entonces pasadas las 6: empezaba a plantearme que ya no tendría tiempo de llegar hasta Deanforest. Iba a tener que dar explicaciones en el trabajo sobre mi jornada anterior en la calle y con claro aspecto de mendigo. Tampoco retener mi trabajo estaba en mis manos, pero yo iba a luchar. En no demasiado tiempo, me di de frente con unas luces en las que no había pensado: el cristal tentador de The Shining Bread of Dawn. La boca se me hacía agua contemplando el lugar donde había hecho mi última comida. Había otros sugestivos brioches y una amplia exhibición de tentadores alimentos. El señor Siddeley podía haber adquirido todo el surtido y todas las panaderías de la ciudad, pero el mendigo Nike no tenía dinero con que comprar nada.


 
−Mientras me lo contabas, Nike, me daba cuenta de que por alguna razón ese brioche era importante. Ahora lo entiendo. Es decir que fue lo único que comiste en 24 horas.
−En más de 24 horas, Protch. Dejé varios minutos colgada la mirada del escaparate. Pero yo había ido a la calle el día anterior a educarme para el hambre. En esos cristales avanzaron las mayores lecciones de mi educación.
−Comprendo. Nunca en tu vida te habrías pasado tantas horas sin comer.
− Cuando llegué al Arrabal, la noche de la serpiente, y todo el día posterior pasé, como ya te he contado, treintaiséis horas sin comer. Pero entonces, lleno el estómago de venenos, no tenía hambre. Sin contar ese día, nunca he pasado sin ningún alimento ni siquiera doce horas. Ni alguna vez que tuve algún dolor de estómago. Ni en mis años ebrios.
−¿El alcohol quita las ganas de comer?
−Duerme las ganas de comer por unas horas, pero al final comes. No pasa hambre quien tiene dinero para comprar comida. En mis años tóxicos, comía con desgana, deseando acabar para volver a algún local en busca de más alcohol. Pero tampoco recuerdo haber sentido en esos momentos la sensación de tener hambre. Fue el primer día, Protch, pero he vivido desde entonces algunos iguales. Pero no me mires así: sé que deseas estar seguro, pero si te vale mi palabra, puedes tener la absoluta certeza de que como cada día, o casi todos los días.
−Me alegro entonces de que hayas desayunado hoy conmigo.
−Yo también, Protch. Y precisamente brioche. Ha sido muy evocativo. Perdóname, pero ya tengo que irme.
−¿No desayunarás mañana conmigo también, verdad?
−Está bien. En algo tengo que ceder. Desayunaré contigo todos los días, si así lo deseas.
  Y sin más palabras me fui de su casa. Al día siguiente, domingo, me encontré de nuevo engalanada la cocina. Esta vez no era brioche. Había toda una bandeja de dulces variados, de tortas y galletas. No quise abusar de su generosidad y comer en abundancia, pero algo comí, y desde entonces ya lo hice todos los días que faltaron para terminar mi historia. Ese domingo seguí mi relato en la cocina. Ya sabía de sobra que a Protch lo llenaba más comer de mis palabras que de los manjares.


 
   Al final me decidí a dejar atrás The Shining Bread of Dawn y ya sabía que no me quedaba elección. Marchar hacia Deanforest sólo supondría llegar por primera vez tarde al trabajo, y no deseaba hacerlo justo el día que necesitaba pelear por él. Pero a esa hora imaginaba que me iba a encontrar la Thuban Star todavía cerrada. De todos modos anduve hacia la entrada. Efectivamente las puertas de la compañía no estaban abiertas y me paré a pensar si no estarían en adelante así para mí, como una nueva Exclusión. Eran más o menos las 6 y 20, no podía llevarme ahí hasta las 7, en una mañana de despiadado poniente que tal vez reapareciera. Enseguida pensé en esperar hasta que abrieran en Vicar’s End. Algo de ese tiempo lo empleé en llegar al callejón con mucha dificultad, pero siendo un pasaje tan angosto, el cuchillo del poniente no tendría lugar por el que penetrar. Lo recorrí con un norte claro en mi pensamiento: sentarme en el umbral de la portezuela trasera del bar hasta que abrieran las principales.
   Vicar’s End era aquella mañana un río estrecho, oscuro, gélido y sucio, ni rico ni pobre, un compás de espera entre ambas situaciones, lo más humilde del próspero centro urbano. Era un lugar ideal para que la vida me situara en él ese 5 de octubre. Me senté agotado en el frío umbral gris del bar de la Thuban. Oía a los trabajadores de la limpieza en Castle Road. Al poco tiempo un camión de la basura vino a llevarse algún contenedor, sin darme tiempo a caer en la tentación de hurgar en ellos buscando algo de comer. Los empleados me veían pero no querían mirarme. Me empezaba a acostumbrar. Sólo uno de ellos me dirigió un educado “buenos días”. En esa hora cruda empecé a darme cuenta de que la apariencia lo es todo. Para cualquiera que me viera entonces, todo mi pasado y mis ambiciones no importaban. Pensarían que yo era solamente un mendigo que seguramente estaba allí durmiendo la mona. Aún sin poniente me empezaba a congelar, pero esa mañana descubrí el poder de taparse los hombros con las manos. En dos minutos el calor me comenzó a bajar por todo el cuerpo.
    Allí, casi en posición fetal, seguí cinco minutos más, repasando mi vida y mis circunstancias con una extraña certeza de saber definitivamente quién era. Podía perderlo casi todo, pero no podía hacerme reproches por lo que había hecho el día anterior. Había estado haciendo lo correcto. Alguna persona veía por los balcones cercanos, que me miraba un segundo y seguía con indiferencia a lo suyo. Me imaginaba qué habría estado pensando: “un mendigo borracho. Pero no creo que sea peligroso. Aunque podía haber escogido otro lugar donde pasar su embriaguez. Esperemos que se vaya pronto.” Sí, definitivamente se había movido el cristal de mi caleidoscopio y ya miraba con los ojos asentados en el lado de los mendigos.
   De repente se interrumpieron mis pensamientos al sentir cómo se abría la puerta del bar y emergía un rostro que reconocí inmediatamente, pero comprendía que él no se había dado cuenta de quién era yo, con tan débil luz y con mi aspecto, tan diferente a lo que estaba acostumbrado. Sin embargo, comenzó a  hablarme.
−“Pase adentro, buen hombre. Se debe estar congelando. La puerta principal se abrirá en media hora y para entonces tiene que marcharse, pero… −dejó la frase a medias. En ese punto algo debió ver en mi rostro que de repente se le hizo la luz. Pude notar el inmenso impacto que le produjo verme allí entonces con aquella apariencia y por su reacción evaluaba cómo podía ser la de los demás, los del piso de arriba, los tiburones− ¡Nike!”
−“Buenos días, Richard. ¿Me tengo que marchar cuando abran la puerta principal?”
−“No digas tonterías” −me examinaba sin crítica, con toda la amabilidad de la que sólo un buen amigo es capaz−. En el bar no pasarás frío. Pronto llegarán los demás −entonces supe que la puerta trasera daba acceso al interior de la barra. No tardé en salir de ella y encontrar donde sentarme. También a Richard había de darle explicaciones. Noté que observaba sin hacerme comentarios el suplicio que me suponía caminar un trayecto tan corto.
−“Te voy a preparar un café.” −añadió.
   En la Thuban Star un café valía entonces 70 budges. Yo sólo llevaba 50. Se lo comenté a Richard.
−“Gracias, pero la verdad es que no tengo con qué pagarlo. Podría traértelo mañana de Deanforest y entretanto me lo puedes apuntar. Un café me puede venir muy bien para entrar algo en calor. Pero no sé si aceptar porque no sé qué harían ellos en esta situación.”
−“Nike −me dijo con calor y total sinceridad−. No me lo vas a pagar. Te voy a invitar. ¿Somos amigos, no? Si me niegas este café, es que no valoras mi amistad. Y te invitaré también a algo que lo acompañe. Juraría que en estos momentos tienes hambre.”
−“Richard, me colocas en un difícil dilema −sonreí− Por supuesto que valoro tu amistad y veo que no me queda más opción que aceptar el café. Pero dicho esto, podría tener contigo un problema si no te admito algo comestible. Llevo 24 horas sin probar bocado. Los mendigos tenemos nuestros códigos, pero como yo aún no los conozco, me debo guiar necesariamente por esa orientación que ellos dicen que tengo. Todos habrán pasado antes por aquí. Por favor, por favor, no te lo tomes a mal. Ponme el café. Pero nada más.”
−“Está bien, Nike −y volviendo a examinar mi apariencia−, no te voy a hacer preguntas, y no sé si querrías contarme algo. Pero si lo deseas, juro escucharte con todo respeto.”
−“No te voy a negar que ayer estuve en la calle y…”
   El café ya estaba en la barra. Pero mi atención se desvió a causa de una luz extraña que no había contemplado antes en la Thuban. La puerta del bar estaba abierta y a través de ella se podía ver por dentro la vidriera de la fachada. Estaba amaneciendo y algún rayo del levante iluminaba aquel rincón que daba a poniente. Una claridad luminosa encendía los rostros, principalmente de Cástor y Pólux. Joyas de fuego sus ojos, parecieron encontrarse con los míos, y me puse a pensar como replicándoles. “Ahora soy yo el que marcha en busca de su vellocino. Pero a vosotros dos ya os conozco. Sois mis compañeros. Esperadme.” Los argonautas… debería haber seis figuras más. Pero tal vez la historia no contara que con ellos marchábamos la señora Oakes, Olivia, Lucy, Bruce, Luke y yo. Pero a Miguel y John el tinte de las olas en calma les daba un aspecto espiritual y sosegado. Recordaba a Luke diciéndome la tarde anterior “esta ciudad no tiene catedral”.
   Pero cuando un amanecer de otoño estalla, la luz es la hermosa timidez de una doncella que se despoja de los ropajes de los que ha estado entre oscuridades prisionera. Al poco se va llenando de cálidos resplandores y, ya desnuda, aún tiene tiempo de soltarse la melena. Todavía no había reparado en una vidriera a esa hora y comprendí entonces que la belleza se hace luz sin templos. Los de esta ciudad no las tienen, “pero tú y yo, Compañero, ayer formamos de nuestra amistad un santuario de luminiscencia derramada.
−“Esta ciudad sí tiene catedral, Luke.” −dije, según todas las apariencias, en voz alta.
−“¿Has visto a Luke?” −me preguntó, rápido en pillar mis murmullos
−“Sí, Richard. Seguro que lo has notado en mi apariencia o en mis dificultades para caminar. Estuvimos en la calle y, como puedes suponer, mendigando. Pero no sé si tendré tiempo siquiera de resumirte el largo día de ayer. No me pasé por el bar por la mañana a saludarte, porque Samuel Weissmann vino a esa hora a mi despacho a hacerme una oferta que no sé si se la podría referir a alguien. Pero estoy seguro de que a ti si podré. Guárdala de todos modos en secreto.”
   Mientras me bebía aquel necesario café que me iba dando fuerzas, le fui contando los hechos más importantes que condujeron a mi reencuentro con Luke, pero en ese punto él me hizo parar.
−“Nike, perdona que te interrumpa, pero me has hablado con temor de esto los últimos dos meses. ¿Ves como al final los reconociste?”
−“La coletilla favorita de Luke es no podía ser de otra forma. Al final, Richard, tú también has tenido razón, pero recuerda que yo no te lo negaba. La posibilidad de reconocerlos siempre la tenía en mente, pero me daba miedo reaccionar de forma contraria.”
−“¿Y cuál fue la actitud de Luke?” −me miraba otra vez sabiendo bien la respuesta.
−“Me estuvo regalando su amistad toda la tarde, toda la noche y esta mañana. Seguramente estoy siendo injusto con él. Pero tengo tanto miedo, Richard…”
−“Sabes que sólo lo conozco por lo que tú me cuentas de él, pero cada vez estoy más seguro. Luke siempre será tu amigo y yo creo que él te necesita. Deja de temerle. Yo no te voy a decir, como Anne-Marie, que no seas mendigo. Si eso es lo que te hace feliz, hazlo, pero sin temores. Acompáñalo en la vida con la cabeza bien alta. Hasta ahora sólo le has mostrado respeto y sé que siempre lo harás.”
−“Gracias.”
   A continuación le estuve contando que nos sentamos juntos a comer en The Silversmith pero que no comimos. Y allí, el impacto que me supuso oírlo al fin llamándome mendigo. Después mi regreso tras dos meses a la Mano Cortada y las lágrimas que vertí al verlos a todos. Le estaba contando la búsqueda de la tienda cuando me interrumpió para decirme:
−“Espera un minuto Nike. Me toca a mí abrir la puerta principal. Y ya son las 7 menos cuarto.”
   En su ausencia estuve considerando qué hechos eran los verdaderamente importantes pues supe que no tendría tiempo de enumerarle siquiera los principales. Y no sabía si habría otra ocasión.
−“Quisiera al menos resumirte −le dije cuando al fin volvió− lo que pasó en la Basílica. Pues sí, Richard, allí estuvimos, y en los alrededores, cerca de dos horas. Pero no voy a tener tiempo y he de ir a lo fundamental.”
−“Puedes pasarte más tarde por aquí.”
−“No sé si hoy podré bajar al bar, pues no sé siquiera si seguiré conservando mi trabajo.”
−“¿Tan claro lo tienes ya?”
−“No, Richard −sonreí amargamente−, si el destino tiene un contrato conmigo, yo sólo estoy cumpliendo mi parte. En lo que dependa de mí, yo ya he decidido. Ahora otros actores tienen que cumplir la suya, en la Thuban y en la Mano Cortada −y al notar que me observaba sin entender nada, añadí−. Walter Hope me vio. Ya tengo la certeza casi absoluta. Y no cuando estaba precisamente mendigando. Luke y yo estábamos entonces buscando comida en la basura, que ni siquiera comimos; estaba llena de ratas. Pero al menos déjame contarte que mucho antes fue una señora que venía de la dirección del Puente de los Caballeros la que depositó en mi mano los primeros 20 budges de mi nueva historia. Nunca voy a olvidarla. Ni tampoco lo que sucedió después. Al fin Luke me llamó compañero” −le dije con orgullo y la voz quebrada.
   Él volvió a asentir, mirándome como si llevara escrito un “ya te lo dije”, e intentaba explicarle cómo el hambre me había conducido a proponerle a Luke aquella degradación, pero antes me volvió a detener por el reparto del dinero.
−“Entonces me estás diciendo que Luke se quedó con 60 budges y tú con 50. No me parece propio de él quedarse con más.”
−“Se quedó con menos, Richard. Esos 30 budges del sombrero no los puede gastar. Seguramente esta tarde los volverá a colocar en su interior. Y cuando volvamos esta noche al arrabal, repartiremos lo que haya sin ellos, que seguirán haciéndonos falta mañana.”
−“¿Es que estás pensando en ir hoy también a la calle?”
−“Ya todas las tardes iré con él, siga o no siga trabajando aquí.”
−“Perdóname, Nike. Pero como yo estoy seguro de que Luke te quiere, creo que tu compañero −y recalcó bastante el nombre− no va a consentir que lo acompañes hoy. Puedes ir al arrabal, porque sé que no podré convencerte de otra cosa, pero ya tienes tienda. Quédate allí.”
−“Iré a la calle con él, aunque pierda los pies.” −repetí con obstinación.
−“Entonces me vas a obligar a ser severo contigo y decirte que si sigues deseando mi amistad, depende de lo que ahora me respondas. Yo no te voy a negar que acudas a donde tú quieras. Pero me vas a aceptar un dain para que regreses a la Mano Cortada en autobús. Y no me digas que puedes acercarte a Deanforest a por dinero o que puedes sacarlo de un cajero. Ni siquiera te molestes en devolvérmelo o en darme el cambio. Aquí tienes el dain. Y ahora dime que vas a hacer con él.”
   Era un amigo y al final tuve que rendirme. Tenía razón además. Si volvía al Arrabal andando, no podría ir a la calle. Lo acepté.
−“Y ahora me puedes contar, si quieres, qué pasó en aquel callejón con Hope.”
   Le seguí hablando de los pasos que dimos, de la mirada de Walter, si es que en verdad había sido él, fija en mí, de la lluvia, las rozaduras, algo del camino de regreso, cómo había dormido en el Arrabal al fin en la tienda de Nike; y de esta mañana apenas le conté el incidente de “Apártate, mendigo” y de cómo algo tan simple había conseguido que yo ya no tuviera más dudas acerca de qué debía hacer.
−“Y si fue Walter, y casi pondría la mano en el fuego, lo sabrán todos pronto. Y lo más seguro es que me expulsen del trabajo. De todos modos, yo quería contarlo. No quiero pasar por la vida mintiendo y, si me permiten seguir aquí, habrá muchos días en que cualquiera de ellos pueda verme en la escalinata de la Basílica o cualquier otro lugar. Así que no sé si podré venir a verte hoy o ningún otro día, Richard.”
−“Puedes tener la seguridad, Nike, de que si dentro de unas horas no te veo, acudiré esta misma noche al Arrabal de la Mano Cortada. Ya te dije que soy prácticamente vecino. Y en todo caso puedes pasarte por mi casa. Mi mujer estará encantada al fin de recibirte.”
−“¿Cómo sigue la pequeña Crystelle?”
−“19 días de vida. Es una niña muy tranquila hasta el momento. No llora apenas nada. Recuerda que sólo es un mes más joven que tu pequeño rey. Pero veo que se acerca Miss Beaulière. Déjame decirte tan sólo que al final, resumiendo uno de tus debates, la belleza de Nike ha podido con la fealdad que veías en Nicholas. El patito feo se ha convertido en cisne. Y yo seguiré ahí, siempre a tu lado, intentando iluminarte la cola.”


 
  Deneb es alfa cygni, la estrella de la cola de la constelación del cisne, tan brillante que junto a Vega y Altair forma el conocido triángulo de verano. Nike fue formando poco a poco los tres vértices de ese triángulo con las relaciones, lentamente amistades, que se estaba forjando en la Thuban Star, y ese mismo día, recordando sus últimas palabras, a Richard le regalaría la estrella Deneb.


 
−“Así que ya sabes −terminaba de decir Richard en presencia ya de Anne-Marie−. O te pasas hoy por aquí o esta noche me verás en la Mano Cortada. Y si hay algún problema, siempre puedes venir a mi casa, donde ya sabes que serías bien recibido. Mi mujer desea conocerte, y si eres mendigo también −me miró desafiante− ¿Recuerdas la dirección de mi casa?”
−“St Alban’s Road, 79, segundo izquierda −me miraba con curiosidad ante mi forma de retener su dirección, y por ello le aclaré−. Olivia es la segunda, y a ella le ataca el ábrego, que sopla desde la izquierda si miramos al norte. Cuando era muy joven, aprendí a buscarme trucos para recordar las cosas. Se ve que lo sigo haciendo.”
   Pero ya estaba con nosotros Anne-Marie. Se detuvo en seco al contemplarme.
−“¡Nike! −gritó− por el amor de Dios, ¿qué has estado haciendo? Aunque casi no necesito preguntártelo.”
−“Puedes suponerlo. ¿Quieres que te lo diga en dos palabras o te hago un amplio resumen? Ayer estuve pidiendo limosna con Luke. Sé que no debo decirte precisamente esto, pero por favor no me hagas ningún reproche: te necesito más que nunca. Quiero saber si puedo seguir contando contigo.”
−“Así que ya lo has hecho. Lo temía. Pero estaba segura de que lo harías, maldita sea la hora en que… pero no. Si no quieres que te haga ningún reproche, ve a tu casa inmediatamente, date una ducha y cámbiate.”
−“Esa era mi intención esta mañana. Pero fíjate. Intentaré llegar tan sólo a la puerta del bar. Mírame bien.”
   Pero no llegué. Sólo di dos pasos y ella comprobó bien que no podía andar.
−“Espérame entonces cinco minutos. Voy a dejar el coche aparcado en la misma fachada. Te llevaré a tu casa.”
−“Anne-Marie −fui rotundo−, gracias, pero no voy a ir a Deanforest. De todos modos, para el momento en que se reuniera el consejo de administración yo ya tenía pensado contarles un par de cosas, mucho antes de que eso ya no tuviera remedio −y le repetí lo que le había dicho a Richard−. Walter Hope me vio. La reunión es a las 9, ¿no? ¿Qué te parece si en esta hora y pico entro en tu despacho o tú vienes al mío y te cuento algo más?”
−“Está bien, Nike. Ay, Dios mío, estoy segura de que tendré que ir al Arrabal a veros a John y a ti. ¡Qué locura! Pero esto ya me lo veía yo venir.”
−“Tú no crees que pueda seguir trabajando aquí, ¿verdad?”
−“En estos momentos soy incapaz de pensar y no te puedo decir ni sí ni no.”
−“Pero puedes tener la seguridad de que yo voy a luchar. Este mendigo que ves quiere seguir trabajando aquí cada mañana.”
−“Entonces veremos. Aunque como te he dicho tantas veces, a la larga te vas a arrepentir. Bueno, antes de que te vean los demás, y puesto que te va a costar llegar hasta mi despacho, vámonos ya. Buenos días, Richard.”
   Después de una difícil caminata, al menos cogimos el ascensor, entramos en su despacho, y ahí, con más tiempo, le fui contando lo esencial del largo día de ayer. Era casi la hora del consejo cuando llegué a las cajas de cartón y las hamburguesas que no tocamos. Y a Walter.
−“Cielo santo, Nike, buscando comida en la basura. ¿Cómo quieres que entienda eso? Tú que tanto tienes.”
−“Sé que para todo el mundo es incomprensible, y yo no sé qué más decirte. Sólo intentaré hacer un nuevo esfuerzo. Busqué comida en la basura porque ellos tienen que hacerlo, y yo quiero ser exactamente igual que ellos, no sólo un amigo de paso. Y si no puedes entenderlo, ya no podría darte razones nuevas. Y ahora si quieres verme, si sigo trabajando aquí, me verás cada mañana en la Thuban; si no es así, me hallarás cuando vayas a abrazar a John.”
−“Iría a veros a los dos. Yo tendría muchas razones para no quererte. Pero te quiero, Nike. Ya veremos si acabo encontrando la forma de comprenderte y respetarte. No me pidas más. Sea como sea seguirás viéndome. Ya es la hora. Y pase lo que tenga que pasar entrarás a mi lado. Puedes seguir contando conmigo. Eso querías saber, ¿no? Sabes que soy muy lenta en comprender algunas cosas, y en el Arrabal deben pensar de mí que no los respeto demasiado. Pero lo acabaré haciendo con todos, y veo que contigo también. Esta mañana te haré falta. Te repito una vez más: te quiero mucho, Nike. Cuenta conmigo.”
   Mi querida Anne-Marie es así. Puedes suponer que se ha sumergido en la oscuridad, cuando las calles de su respeto te iluminan de repente con una farola inesperada. Siempre había intuido su gran corazón. Y cuando ella quiere a alguien, lo quiere para siempre y sean cuales sean las nuevas circunstancias. Ninguna había más difícil que saber que yo no la amaba. Pero ahí seguía: a mi lado y dispuesta a partirse la cara por mí si hacía falta.
  Cinco minutos empleados en caminar hasta la sala donde siempre se había reunido el consejo de administración y ya pude ver todas sus caras y ellos me vieron lento en caminar, sucio, casi un extraño esa mañana, un mendigo que se había colado sin insolencia en su empresa. Pude ver las caras de todos ellos. Walter Hope ya estaba hablando. No serían necesarias muchas explicaciones a los tiburones.

4 comentarios:

  1. Una dura prueba, pero ya va pasando la peor.

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  2. (I)
    El breve y emotivo capítulo 29 presagia quizá más amores cruzados en el Arrabal… ¿Podría ser? ¿Será así? Lucy: la comprensión que insta a amar.
    (II)
    Nike y Luke: compañeros de mendicidad, de emotividad, de tantas cosas. La palabra “compañero” se torna para Nike en el horizonte anhelado, en su deseo más íntimo.
    Vuelta a casa (a la que no llegará), tras su primer día en la calle; vuelta a casa entre rozaduras hambre, frío, suciedad, exclusión, escasez…tentaciones, tentaciones... De pronto aquel cartel: disserenascit, y el tiempo se serenó. Y un borracho que pasaba le dio la luz que necesitaba: aparta, mendigo. Y se reconoció en su nueva vida, en ese vocativo feliz. Volvió la fuerza. “No podría ser de otra forma”, como dice siempre Luke.
    Descubrir de un plumazo que la vida es apariencia, que el mundo, todo es apariencia. Que la gente se alimenta mayormente de apariencias, contradiciendo al viejo Platón que tanto las detestaba.
    Encuentro con Richard. Café. Confianza.
    Anne-Marie: el cariño por encima de las incomprensiones.
    A punto de morir Nicholas Sidderley, va naciendo un cisne en su interior…
    Inor

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  3. Los siete y el pequeño Rey tienen en abundancia de los tesoros que verdaderamente importan, estoy convencida que ellos los vieron en Nike, antes de que él supiera que tbién los poseía, pero atiborrado de dinero y poder los había relegado. Nike me recuerda al Caballero de la armadura oxidada, que a de a poco, va despojándose de todo lo material y mundano y va redescubriéndose y valorando lo que le brindan. Quiero a Richard y a Anne Marie... mmmm... no recuerdo si lo leí o qué, pero hay ocho negativos, y otros ocho que acompañan verdad? De ser así ellos dos deben ser parte del último grupo :)

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  4. Responsabilidad significa ser capaz de responder, haciéndose cargo de los propios actos, decisiones y obligaciones. ... Incluso como en el caso de Nike, hacerse cargo de su vida, y no sería fácil, la vida, burlona ella, le estaba mermando, le enfrentaba a lo opuesto de su ser, la incomodidad, el frío, el dolor, pero su claridad, su deseo, le armaba de razones, por cada arañazo de la alevosa existencia Nike encontraba el ungüento que le aliviaba (el abrigo de piel de carnero, el zarandeo de Luke -aun así el más deseado despertar-, el mejor presente -la chaqueta de pana color beige, algo mugrienta y con apenas hilachas-) pero sobre todo se encontró algo más allá de las 5 menos 10 de ese día, su patria, su casa, Luke y Olivia en representación de sus amigos mendigos. Que otro despertar podría haber sido mejor. Los harapos de Nike, esos harapos que de otoño a invierno iban a ser perenne piel, tornaban en reflejos, recién nacida el alba, de virtud, la virtud que da la responsabilidad. El corazón de Nike latió impulsado por el amor y la esperanza, y no pensó en el hambre, la sed, el frío ni el sufrimiento. En aquella mañana solamente vio la libertad, la vuelta a la vida de unión y confianza con sus mendigos y consigo mismo.

    VIDRIERA. -Olivia llevaba un vestido multicolor, con rayas que componían un variado arco iris de tonos de fuego y niebla. Las lenguas de la hoguera lo dibujaban por momentos rojos puros, verdes sangrantes, blancos o amarillos de oro trocado en humo-.

    La vida son pasos, es empezar el camino a cada momento, a veces estos pasos no tienen destino y no sabemos donde nos llevaran, otras lo incierto de la meta nos hace pensar que mejor no empezar el camino, y así con los pies acuchillados, sin fuerzas, solo con su propia voluntad, el calor de las palabras y el café de Olivia y la chaqueta andrajosa de Luke, nuestro querido Nike comprendió que el caso es andar, sí andar.

    VIDRIERA. Disserenascit- el tiempo se serena-. Tras el escaparte de una tienda de antigüedades se amontonan variopintos deshechos de belleza de otro tiempo pasado, son cosas inconexas, polvorientas, que otrora tuvieron su lugar en la vida de alguien y ahora duermen en, tal vez, la vana espera de recuperar su antiguo esplendor. Es como la magia de mirar por el calidoscopio del tiempo.

    Y Dios desde su solio debía estar contemplando la mañana. (et in solio deus intuetur mane)

    -"Apártate, mendigo"-. Dignidad significa la calidad que una persona, situación o cosa merece tener. Representa realce y excelencia. "Mendigo" significó el reconocimiento que Nike necesitaba oír, el adecuado mérito y condición con el que con razón y justicia quería ser nombrado, y que le otorgaba la autoestima de ser digno de sí mismo en su propia elección de ser, que le hermanaba. La miseria significaba ahora su honra.

    VIDRIERA. -Hambre encarnizada, Frío mortífero, Exclusión, Suciedad y arrugas, Escasez plena-. La igualdad.

    El camino se hace recuerdo, brioche la única comida durante más de 24 horas, Vicar's End, ese callejón contemplado desde la ventana de su despacho que ahora lo acuna en el frío escalón de la puerta trasera del bar de la Thuban.

    PENÚLTIMA VIDRIERA: Richard: El calor del amigo, el auxilio solicito, el entendimiento, la firmeza (un dain), su reafirmarse y el orgullo de poder contar su primer día como mendigo. Próxima estrella, Deneb.

    ÚLTIMA VIDRIERA: Anne-Marie: La realidad inmediata, la firmeza de carácter, la cordura a gritos, la incomprensión impostada que va deviniendo en comprensión dolosa cuasi resignación al saber del Nike mendigo.

    Sin soltarnos de la mano el autor nos lleva por la senda que recorre Nike, sentimos su frío, nos hace escuchar el silbido del viento en una aliteración de "s", retorica utilizada con mesura pero efectivamente. Richard y Anne-Marie son perfilados con genialidad inigualable dibujados desde su humanidad atesoran una personalidad sugerente. Capítulo que seduce y atrapa, obliga a reflexionar y nos hace aún más deudos de ese cada vez menos taciturno y atormentado Nike.

    Pol

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