CAPÍTULO XXXIX: LAS LEYES DEL UNIVERSO



   Prefería atrapar la red de la que ya era mi vida cotidiana, sin sobresaltos. Pero era la noche de que cayeran todos los velos, y Luke, mi querido Compañero, no tuvo piedad de mí, y estaba a punto de lanzarme el último de sus aguijones, como si mi vida tuviera que ir de animal dañino en animal dañino para que todos ellos me resucitaran. No podía ver que me aguijoneaba porque me amaba, para que no hubiera ningún secreto que nos volviese a separar, ninguna razón por la que yo aún tuviera que llorar. Lo había insinuado en el cuento, pero al fin lo dijo, la interrogación que yo más temía:
−“Déjame hacerte otra pregunta difícil y quizá dolorosa, pero no sin antes volver a asegurarte que te amo y que nada va a hacer que eso cambie: ¿también amas a Lucy, verdad?”

   ¿Qué podía hacer? Todo lo que últimamente era calma entre nosotros podía de repente volverse marejada. Podía perderlo de nuevo, pero Luke había dejado caer esa noche todas sus prendas, se había desvestido con amor dos veces ante mí, primero con su historia y después al decirme abiertamente que me amaba. Si correspondía a su esfuerzo, yo sólo podía hacer lo mismo, y soltarlo todo, aunque me angustiara, aunque se alejase de mi vida para siempre. Pero un instinto me decía que era mejor decir la verdad, que nada perdería por ello, tal vez porque ya no tenía nada que perder, y hablé:
−“Sí, Luke. Todavía no he tenido la calma para pararme a pensar desde cuándo, pero lo he descubierto esta misma noche. La amo.” −dije con voz entrecortada, y con miedo, pero con absoluta sinceridad.
−“Me mirabas, Nike, aunque casi no te veo, como si todavía esperaras que yo te diera, como respuesta, algún golpe inesperado. No has de temer, Compañero, eso es lo mejor que podría pasar. Y sí, te lo dice el hombre que comparte su lecho y la ama. Pero te dije que las sorpresas que traería el orden cronológico no habían terminado. ¿Qué entendiste cuando en el cuento te dije esta frase: “pero no sabían que para uno de los dos, Amor, el mendigo, tal vez se desperezaba ya debajo de algún puente, atento a la primera claridad, para salir al camino? Ella también te ama, Mendigo.”
    Supongo que lo debí mirar, en esa larga oscuridad, como aturdido y casi horrorizado. Eso era, de entre todas las cosas, lo último que esperaba oír. ¿Lucy me amaba? Pero, ¿cómo? ¿Desde cuándo? Entonces Luke empezó a hablarme de nuevo, primero para recomendarme que me calmara, que nada, al menos nada malo, iba a suceder. Después me contaría toda la escena que sucedería entre ambos el día que llegamos de la calle por vez primera. Perdóname, Protch, por contártela entonces deliberadamente a medias, pero había que seguir un orden cronológico y yo sólo lo supe entonces:
   Luke acababa de besar a su mujer y a continuación siguió un intenso diálogo entre los dos, que me fue contando hasta que llegó al punto clave:
−“Quiere a ese hombre.” −dijo Lucy al fin, dirigiéndose a su marido.
−“Te aseguro que ya lo quiero, mi amor.” −respondió él.
−“No es suficiente. Quiérelo más.” −replicó ella. Y hasta aquí te conté, Protch. El resto de la conversación ya no lo conoces. Pero siguió.
−“Lucy, mi vida, si lo quisiera más, acabaría enamorándome de él.”
   Ella esperaba, como si su marido todavía tuviera una nube que tapara sus ojos. Pero al fin habló: −“¿Acabarías enamorándote de él o lo amas ya?”
   Él no podía dar a eso una respuesta directa, pero no lo negó. Se midió entonces hasta que notó con claridad lo que su corazón intentaba decirle. Y al fin lo vio:
−“Es cierto −dijo entonces−, pero ¿qué clase de hombre soy? ¿Y qué clase de vida puedo darte? Sólo sé con certeza que te amo más que nunca, que no he dejado de amarte por esto.”
−“Lo sé. Y en cuánto a qué clase de hombre eres, respóndete a ti mismo sabiendo de dónde vienes y dónde estás ahora. Es bello lo que te ha pasado, Luke. Veo en tus ojos sinceros que no te avergüenzas de ello, además, y yo no voy a censurarte. Pero debes prepararte para algo que no esperas, mi amor: yo también lo amo.”
−“Supongo −me dijo entonces Luke− que la miré con cara de imbécil durante muchos segundos, intentando comprender qué era lo que estaba pasando, sin conseguirlo. Y sin embargo, no recuerdo haber sentido ningún tipo de celos o malestar.”
−“No me mires con esa extrañeza, mi vida −dijo Lucy−: siempre has sido más inteligente de lo que nadie supone, y estoy segura de que si quisieras ver, verías.”
−“Y entonces comprendí y al fin lo vi −me aseguró Luke−, tanto que no fueron necesarias las palabras. Pero ahora debes prepararte, Nike, para otra cosa que te sorprenderá. Y no quiero sobresaltarte, pero esto fue lo que vi: Lucy te ama desde que te conoce, desde el primer día. Tanto conmigo primero como después contigo lo que la enamoró fue la imagen del tremendo cambio que percibió en nosotros. Se enamoró, si quieres, de nuestra redención, Compañero. Y no hay nada mejor que medirse en su mirada. Cuando me observa, olvido quien fui, porque ella sólo ve al hombre que ahora es, al verdadero, no al que fue y tanto me asquea. Y tu caso es tan parecido que sólo necesitas el equilibrio de sus ojos para sentirte limpio al fin, y gozoso. Y notarás que no hablamos de lo que tú sentías por mí, los dos, ella y yo, ya lo sabíamos. Pero Lucy no había acabado.”
−“Pero hay algo más que percibo que aún no eres capaz de ver, Luke, que no veis ninguno de los dos, porque él lo siente ya pero no lo sabe todavía: Nike también me ama. Tarde o temprano se dará cuenta de lo que su corazón le está diciendo. Tranquilo, lo verá. Pero eso no le hará feliz porque sabes que no quiere separarnos. Para entonces, tú, Luke, debes tener algo preparado para aliviarle. Lo tienes ya (era imposible ocultarle algo a Lucy), pero lo necesitará porque presiento que cuando Nike se percate entrará en una auténtica desesperación. Y todo está como debe de estar.”
−“Así que hace muchos días, Nike −me dijo Luke− que tú estás en nuestra cama. No pasa uno sin que te nombremos, y ya puedes entender que reverenciamos tu nombre. Esa noche Lucy y yo sólo hablamos de lo que habíamos descubierto y nos hemos pasado quince días buscando una salida, que si aún no ves, luego te contaré. Pero no tengas miedo de amarla. Deja que fluya la sangre nueva de tu corazón por donde debe circular, pero sin miedos, decidas lo que decidas. Todo está bien. Todo estaba escrito.”
   Cuántas veces el terror que paraliza la sangre no es sino el heraldo de una próxima resurrección. Estuvo todo el tiempo ante mí, para que lo fuera mirando, pero el miedo me impedía verlo. Cada vez era una imagen más nítida del futuro, pero ya no asustaba. Aunque me quedara todavía el rastro de una protesta. Supongo, queridos amigos, que por fin lo veis, si no lo habéis comprendido ya mucho antes ─dijo Nike, entre bocado y bocado, inconsciente de que comía. Reminiscencias de hambres anteriores lo guiaban. Maudie y Protch tampoco habían asimilado lo que creían haber comprendido hace tiempo. Pero empezaban a aceptarlo─. Era una locura. No podía ser lo que yo pensaba. No era una solución: era el caos. Pero sí entendí, al menos, que ya no había motivos para marcharme. De manera inconexa, sin querer examinar el futuro, me puse a pensar en Lucy: toda la vida en la calle y aún se dejaba acunar por la belleza de lo desconocido. Intuía que gran parte de lo que podía suceder era obra o inspiración suya. Esa noche no vino a participar de la fiesta febril de la madrugada, pero supe de algún modo que había estado con nosotros todo el tiempo, y recordando las palabras de su marido, apostaría a que ya estaba en nuestra cama. En su asombrosa sabiduría, nunca temió por mí: sabía que Luke me rescataría y que de todos modos yo acabaría encontrando una fuerza que ignoraba tener. Su compañero, mi compañero, me miraba sin verme, pero me reconfortaba con su silencio, dándome tiempo a divagar, y a espantar lentamente un terror que se me iba alejando. Entonces habló para contarme otra escena, para seguirme dando algo valioso: tiempo, tiempo para asumir el futuro, que ya iba dejando sus huellas:
─“Esta noche cuando empezaste a alejarte, cuando John te detuvo y entraste en su tienda, pude haber corrido de nuevo tras de ti, pues me asustó lo que vi en tu mirada, petrificada y doliente. Pero una vez más desperdicié la ocasión en mi terror de que verme entonces podía matarte. Y en su lugar detuve mis pasos y volví con ella, porque hablar con Lucy, cuando nada puede calmar, es siempre la última esperanza. A su lado nada parece terrible y lo comprenderás cuando permitas a tu corazón amarla sin reservas, cuando entiendas que yo no voy a objetar sino a regocijarme de tu amor por ella”.
─“Casi me asustó contemplar en su cara la traza de una sonrisa, que había estado allí y ahora tan sólo amortiguaba al verme casi aterrorizado. Los dos comprendimos las causas de tu desesperación: las palabras de Paul y descubrir, al fin, que la amabas. Sentí que una angustia infinita me impedía hablar, y ella lo hizo por mí”:
─“No creo que la locura pueda con Nike ─dijo entonces. Ella le señaló, con un gesto, que entraran en la tienda, para no ser oídos─. Aunque debe haber algo en la historia de algún antepasado ─ya no debía sorprenderme de que Lucy adivinara cosas que jamás le había contado. Y aun así su clarividencia me asustó─ que se lo haga temer. Tranquilízate, mi amor, es más resistente de lo que él mismo cree y acabará averiguándolo. Nada le va a pasar, ni siquiera temo que se aleje de nosotros otra vez. Ya habíamos aceptado que me amaba y que acabaría por descubrirlo, y no ha sido tarde, y eso no lo habría derrotado. Pero las palabras casi proféticas de nuestro hijo por poco han podido con él.”
─“No se me ocurre qué podemos hacer, mi amor”.
─“Tal vez yo pueda hacer algo en este momento, pero necesitará más a su compañero. Le hablarás de la calle y de la belleza cotidiana, y contigo encontrará la calma. Ahora es el momento de que le digas todo lo que has pensado decirle. Es la hora de que le cuentes tu historia y de que no temas expresarle que lo amas. Ve con él, Luke. Sé tú mismo, y al final de la noche veremos la belleza del hombre que amamos. Pero llévale también algo de mi parte. No le digas inmediatamente que lo amo, pues él todavía no sería capaz de comprenderlo y está muy lejos de esperarlo. Pero dile esto: “recuerda, Nike, que al final la Tierra reconoce a los hombres que reconocen a Sus hijos y que no abrirá bajo tus pies ningún abismo. Tal vez entonces desee prestar el corazón a oír tu cuento. Y sé que de ti fluirá la belleza y que en él irá entrando el calor, poco a poco, de nuestro amor”.
   Tenía que decir lo que sentía: “¡Qué mujer, Luke, qué gran mujer! Y está a tu lado, donde yo deseo que esté. Pero déjame preguntarte algo: ¿Lucy ha oído tu historia? ¿La conoce?”
−“Aún no, Nike. Yo quería que tú fueras el primero en oírla y después decidieras si alguien más la debe escuchar”
−“Entonces quiero pedirte algo; puesto que dices que se la puedo contar a quien quiera. Me gustaría ser yo el que lo haga, y no olvidar nunca las palabras que has usado. Ella verá, como yo, tu belleza.”
−“Gracias, Nike. Ya te dije que el cuento es tuyo. Y eso sería perfecto: tú y ella a solas empezando a compartir vuestro tiempo, y algo de mí al fondo.”
−“Soy yo el que debe dar las gracias esta noche. Pero permíteme usar de nuevo tus palabras para decir que todo está bien, que todo estaba escrito. Me gustan las cosas tal como están. Sólo ha cambiado que ahora estoy, al fin, desnudo, y ya no tengo nada que esconder. Me hace feliz ver cómo se aman la mujer y el hombre que yo amo. Todo está bien; todo estaba escrito.”
   Pero no iba a ser tan fácil para Luke, que necesitaba que las cosas se movieran. En ese momento se acercó más a mí, y me abrazó como nunca antes lo había hecho, con amor, como un torrente insospechado que se desbordaba. Empecé a notar su calor, y aunque tuve ganas de llorar, sabía que no era eso lo que él esperaba, ni lo que correspondía a aquella noche, la más hermosa de mi vida. Y acompañó su gesto con más palabras:
─“Nunca dejaremos  de ser compañeros, y esta noche hace frío. Los mendigos no temen tocarse y entrar en calor mediante ese contacto. Al menos esto, Nike, lo vamos a tener, porque quiero seguir contigo en la calle día tras día. Y no vas a poder evitar que le dé un fuerte abrazo al hombre que amo. Has descubierto esta noche tanto que no esperabas, que con ciertas cosas entenderé tu desconcierto, y te daré todo el tiempo que necesites. Pero eres valiente, y a ciertas novedades les puedes hacer frente ya. Como tú mismo has dicho, ya no hay motivos para que te marches ni para que ocultes lo que sientes. Y puesto que vas a seguir aquí, donde deseas estar, quiero seguir yendo a la calle contigo y cuando tengas frío haré lo posible por arrancártelo, como tú harías por mí. Y te amo. Y no me da la gana ocultártelo. Yo también estoy de estreno, e inauguro palabras y sensaciones. Sé que de ningún modo podrías hacer el amor conmigo esta noche, ni yo te lo voy a pedir. Pero yo tenía que hacértelo y las palabras podían ser tan intensas como el sabor de tu cuerpo. Abrázame, Compañero. Pase lo que pase ya todo será distinto.”
   Estábamos de estreno y me dejé llevar. Necesitaba sentirlo y paladear la estimulante nueva sensación de no tener miedo. Pero una vez más fui leído:
─“Te has pasado atemorizado la mayor parte de tu vida, y muerto de frío. Pero un mendigo que tiene frío no tiene compañero. Y yo necesito serlo. Bienvenido, Nike. Hace tiempo que somos ocho, y sólo faltaba que tú estuvieras seguro. Permítenos ahora que los otro siete te busquemos la mejor manta, y que como la más bella te cubra el amor de dos de ellos que quieren amarte. Tú y yo, los dos, hemos pasado instantes de terror. Anoche me retrasé un segundo porque el Pequeño Rey se iba a dormir y requería que lo arrullara, como cada noche, y cuando salí de mi tienda vi que ya no estabas con John, y a cada paso que daba sin encontrarte el vacío del pánico se apoderaba de mí. Ignoraba que saliste muerto de dolor, pero algo menos desesperado, y fue entonces cuando hablé con él y me reveló tantas cosas. Pero estás a mi lado y tengo que volver a abrazarte. El espectro del terror pasa y ya no se le oye. Debe haberse muerto. Estoy a tu lado. Estamos juntos. No te volveré a perder. Todo está bien.”
─“Perdóname, Luke. Tanto miedo he pasado que no he sido consciente del tuyo. Por eso te acepto este abrazo de amor. Creo que,  pase lo que pase, lo necesitamos. No me entenderás si te digo que anoche volví a ver a Horizon, como le llamábamos, uno de nuestros ponis en Siddeley Priory. Quería mucho a Simon, como todos nuestros caballos, y cuando mi abuelo lo despidió, empezó a notar su ausencia, tanto que yo creo que eso fue lo que acabó con él. Aunque nos dijeron que tenía la tan temida AIE, la anemia infecciosa equina. Fue un verano de mucho calor. Se desangraba. Nunca olvidaré su mirada: un llanto sin lágrimas desconcertado y vacío. Me clavó entonces un dardo que no he podido olvidar, que muchas veces después he vuelto a ver, cuando he sentido la misma sensación. Pero sólo pude devolverle mi impotencia. Lo miré con afecto y lo abracé: no podía hacer más. Murió cinco días después −suspiré−. Anoche volvió a mirarme, cuando sentí que había perdido el áncora a todas las respuestas.”
─“Nike, yo creo que hay una armonía en el Universo que quiere que las cosas sucedan, porque quizá el sentido de la vida sea aprender. Tu pequeño Horizon ha vuelto a mirarte para recordarte que él se fue, pero que tú tienes un camino, todavía por construir, pero sólido, que debes aceptar lo que se te regala. La armonía quiere que conozcamos el contrario de cada cosa, para poder después resucitar. Así, es el hambre de cada día lo que nos hace bendecir un viejo mendrugo, de ayer o de antes de ayer, y sentir que nos vuelven las fuerzas. Así, tanto dolor ha conseguido, único entre nosotros, que dieras la espalda a la Vergüenza, que no has conocido. Que no conocerás. Porque puedes arrepentirte y dejar la calle, pero mientras la camines irás cada día con paso firme y la mirada desnuda, queriéndola vivir, con orgullo. El dolor nos hace sabios. Incluso el miedo es necesario. Porque no hay oscuridad a la que no le llegue el lubricán. Ya es casi la hora.”


 
─El sentido de la vida es aprender ─me interrumpió Maudie inesperadamente, como si estuviera rezando─: tan sencillo. Nike, “no sé qué pisadas te han traído hasta aquí; pero me alegro de que estén manchando la alfombra”. Fueron casi las primeras palabras que me dijo Herbert por teléfono, y ahora comprendo lo que él sintió. Déjame asegurarte que ésta es tu casa. Y no por la propiedad que no deseas. Pero entra cuando quieras y llénanos de barro.
   Sólo fui capaz de darle las gracias, entre lágrimas que no me permitieron añadir nada más. Soy un hombre afortunado. Entre nosotros creció un respeto que ya nunca se ha extinguido. La sabiduría de Maudie me recordaba a la de Lucy, pero enfocada en otra dirección, más de las cosas de cada día y, sin embargo, igual de estremecedora.


 
─“Hay una armonía en el Universo... en estos momentos me inunda, Luke. No voy a olvidar esta noche, y no me da la gana, como has dicho, relegar tampoco la desesperación anterior. Es el contrario que la armonía me ha dado para resucitar después, para respirar la belleza de esta madrugada a solas contigo... Es cierto que debe ser la hora del lubricán. ¿Salimos a verlo?”
   Luke estuvo de acuerdo y salimos con precaución, tanteando el frío. Seguía siendo penetrante, pero se había perdido el viento. Sabíamos dónde sentarnos: el mismo tronco de aliso donde habíamos estado unas horas antes. Ahora volvimos tan sólo el rumbo para colocarnos mirando al este. La primera claridad apareció tímidamente mientras tomábamos asiento. La chaqueta de Luke, que aún me cubría, iba a servirnos de nuevo. Me despojé de ella desdeñando el frío que ya conocía y me la puse un segundo en bandolera. Lo convencí para que entráramos cada uno en una manga, él por la izquierda, yo por la derecha, y así sentados, juntamos nuestros cuerpos que, a pesar del frío, pronto despidieron fuego. No quise ponerme, sin embargo, a clasificar emociones entonces. Él era, más que nunca, mi compañero, y aunque ya podía demostrarle que lo amaba, una vez más preferí tan sólo quererlo.
   Y llegó a su hora el lubricán. Todo el este empezó a cambiar de color como la luz de un tornasol, y alguna nube preñada del líquido agua adquiría de repente el tinte del fluido sangre, todavía esa sangre violácea, venenosa, de la primera herida del día. Y, al cabo de unos minutos, ya era esa emanación de sangre roja, sana, de la salud de una noche que está, sin embargo, muriendo para que nazca otro ser, para que nazca el día. Muerte tan sólo de unas horas… quien pudiera morir como la noche y renacer pocas horas después coronado de estrellas, o de brumas. Desde entonces adoro el lubricán, ese momento previo al amanecer, la primera claridad. También el alba, que es lo mismo para casi todos, pero los mendigos nos hacemos ricos con estas cosas: un momento más del día, dos tesoros al alcance de cualquiera. Igualmente me gusta el atardecer, cuando el día muere y ahora el ser vivo es la noche, que emerge vampira del veneno violáceo de la sangre de la jornada. No se le podía pedir más a una madrugada en la que no íbamos a dormir, y la belleza debe ser algo así: él y yo abrazados tiernamente mirando unas estrellas que todavía vivían y que no conocíamos entonces. Ambos sabíamos que ahora querríamos aprenderlas, para poseer otro tesoro, para extasiarnos contemplando a nuestra querida Régulo, que aún no se veía. Pero otras brillaban en una mañana sin niebla. Y creí distinguir, a mi izquierda, el carro de la Osa Mayor, y fui rico, inmensamente rico. Y aún habría regalos por venir, aunque no fuese capaz de aceptarlos inmediatamente. Pero que lentamente acabé tomando porque hay una armonía en el Universo que quiere que las cosas sucedan.
   En ese momento de transición hacia la aurora creí escuchar una remota melodía, extraña y pausada. Tal vez algún músico estuviera tocando cerca de allí, pero no creo que nadie se atreviera a tocar a esas horas, si no era mendigo. Y como nada hasta ahora me lo ha desmentido, desde entonces tengo para mí que lo que escuché esa mañana fue la música de las esferas. O quizá un músico gigante, casi divino, se entretuviera tocando la lira. Pero debió haberse herido al pulsar el instrumento y lo que ahora contemplábamos era su capa manchada de sangre, en esa transición del negro al violado, del rojo al blanco, hasta que triunfara el amarillo del día.
   El lubricán estaba próximo ya a pasarle el testigo al amanecer cuando Luke habló de nuevo:
−“Es una belleza ver siempre cómo emerge el día. Pero ese nacimiento me recuerda que aún no sabes que nacimos los Tres en la misma fecha. No sólo tú y yo, también Lucy. El mismo día y yo diría que casi a la misma hora: 30 de julio sobre las 7 de la mañana, al amanecer. Cada uno en la cuna que le tocó, para acabar los Tres en la misma cuna: la calle que nos alimenta. Otra señal del Universo. Pero ahora nuestras cunas podrían volverse la misma cama, pues aún queda algo que decir.  Vuelvo a repetir que eres un hombre valiente, y que no dirás que no sin haberme oído. Al menos, no todavía. Y no podrás tener un tiempo de reflexión sin saber primero qué tienes que meditar. El lubricán es como todo en la vida si se mira por ese cristal: un regalo inesperado, y ya has visto con nosotros el amanecer. Pero no te vas, y podemos verlo cada día; sobre todo cuando no haga tanto frío. Y hoy no sólo lo hace, sino que hay cosas que quedan por hablar. Podríamos volver a la cueva.”
−“Tienes razón en una cosa, Luke. Tal vez tengo una fuerza que yo no sabía que tenía, y que también me han dado tus palabras, una por una, que recordaré toda la vida. Por eso no sé qué me quieres decir −mentí− ni sé si estoy preparado. Pero ya siempre tendré una deuda con mi compañero. Y te lo debo. Te oiré. Volvamos a la cueva.”
−“Recuerda siempre, Nike, que para un mendigo tan válidos son el sí como el no. Oírme no te obliga a aceptar, pero al menos me gustaría que no dijeras que no sin antes pensarlo bien. Anda, entremos.”
  Volvimos a nuestra madriguera, para mí, desde esa noche y su recuerdo, uno de los lugares más bellos del mundo, o de mi mundo. Pero en esta ocasión fui yo el que se colocó junto a la puerta para evitarle a Luke −maldito señor Siddeley− el frío. Nos sentamos. Pero él no sabía cómo empezar:
−“La felicidad es un río de agua mansa, caudalosa y cristalina −dijo al fin, titubeando−, pero hay que tener previamente la voluntad de arrojarse a su cauce y querer nadar. Mas creo que nadar es una de tus mejores singularidades: no rechaces entonces ningún río. Hay un caudal que debe estar ya ante tus ojos, que ya me han demostrado que no se asustan de ver…”
−“Hay un río ante mis ojos −lo interrumpí−, pero no sé si sus aguas serán las mismas que las tuyas. Y sería imprudente mezclarlas. No tengo miedo a ver, sino a hacer después. En cualquier caso te oiré, y me oirás, pero no sé si esta noche, o ya casi amanecer, tendrás respuesta. Habla tú, por favor. Lo prefiero.”
−“Creo que el Universo nos está mandando señales de qué es lo correcto. Hace poco tiempo que las envía, pero ha dispuesto ya las piezas y todo está ordenado. Nike, cuanto antes te lo diga, mucho mejor, o puedo pasarme toda la mañana hablando de otras cosas, por miedo a tu negativa. Y en todo caso, tú puedes decir que no, pero hay otras dos partes que ya han decidido. Es esto: tú nos amas a los dos, y los dos nos amamos entre nosotros y te amamos a ti. ¿No ves adónde conduce todo esto?”
−“Quizá. Pero por favor −cuando el viento, como otro vampiro en aquella noche de vampiros, se había retirado a su ataúd, el aire helado de lo que temía soplaba cada vez con más voluntad de hacerse carne− dilo tú.”
−“Lucy y yo formamos una pareja casi perfecta, pero ahora tenemos que llenar un vacío, porque los dos te amamos y tú no estás entre nosotros, como Zosma en Leo. Y tú puedes conformarte con quedarte caballero en la distancia o venir a calentarte en nuestra hoguera: deberíamos formar un Tres. El número dos es casi siempre el seguido, o el correcto, pero no creo que siempre. Y no me gusta la palabra trío, muy respetable, pero seguramente usada casi siempre para una pulsión sexual, y la nuestra es una historia de amor; ni triángulo, porque es más bello ser marido, marido y mujer y nadie debería ser tan sólo el amante. Somos tres; deberíamos ser un Tres. Es la palabra que prefiero, pero elige la tuya libremente. Lucy y yo queremos compartir la vida contigo, con tu cuerpo y tu alma, tu risa o tu dolor, acompañarte… De este modo, cumpliendo mi promesa que coincide con tu deseo, la Pareja Sagrada nunca se romperá; tan sólo se expande. Y al fin y al cabo, mírame, Nike: yo no voy a luchar contra lo que siento. Creo que cuando el amor llega, nada se puede hacer, pero recuerda, además, tus propias palabras, y de dónde vengo. Si ahora también amo a un hombre y eso me parece tan hermoso, es que ya no hay, no puede haber, retroceso. No quiero que, no invitado, el calvo vuelva a llamar a esta puerta. Que se quede donde está, en su funesto recuerdo. Y sé que Lucy tampoco va a luchar. Le gusta lo que siente por ti.”
−“Comprendo. Hace unas horas no habría podido asumir que ambos me amáis. Ahora lo asumo. Pero no creo que pueda pasar de aquí.”
−“No creo no es un no. Y comprendo perfectamente que no puedas decidir nada en tan sólo unas horas. Pero te daremos tiempo, todo el que necesites. En cualquier caso algo ha cambiado para siempre: Lucy y yo no sólo vamos a seguir amándote sino que no tenemos motivo alguno para fingir otra cosa, y seguiremos intentando convencerte. Habla con ella también, dile que la amas, sin miedo. Incluso puedes ir con ella a la calle cuando quieras. En todo caso no ves todavía que ya nada se puede hacer, excepto renunciar a la belleza de nadar, mas incluso así, seguiríamos, los Tres, apeteciendo el río.”
−“¿Cómo sería, Luke? No puedo imaginarnos a los tres en la misma cama, y me sigue gustando vuestro maravilloso número dos.”
−“Un número perfecto, sí, pero el Universo se expande, y podría hacerlo nuestro pequeño universo y una de sus estrellas podría darnos el calor que necesitamos. Recuerda que Leo, sin Zosma, no es más que un número dos invertido que mira a poniente. Alguna vez podríamos sumergirnos los tres en la misma cama, para santificar nuestro Tres. Pero seríamos, al mismo tiempo, tres parejas. Lucy y yo, por orden cronológico, podemos seguir siendo la Primera Pareja Sagrada, y ya nadie va a quitarnos el bello nombre que tú nos diste. Siguiendo ese orden, tú y yo seríamos la Segunda, y Lucy y tú la Tercera. Una perfecta unión de Tres con tres parejas. Y si te estás preguntando cómo lo haríamos, recuerda que en este momento tenemos dos tiendas: la tuya y la nuestra. Tú seguirías durmiendo, como hasta ahora, en tu tenducha miserable −se emocionó− pero sólo uno de cada tres días, cuando a Lucy y a mí nos toque seguir construyendo la inmensidad de lo que ya tenemos. Pero tu tienda nos va a servir a los tres −en sus palabras se notaba que él no dudaba y que había tenido tiempo para pensar en toda esta locura. Va a servir en lugar de puede servir. Luke parecía dar las cosas por escritas, y saber lo que ni yo mismo sabía todavía− y ahí dormirá cada noche la persona a la que corresponda, uno de cada tres días, la suerte de dormir solo mientras medita sobre la grandeza de que las dos personas que ama se están amando. ”
−“Y en la pobreza ─continuó─ incluso podemos tener escudo, y no temas por tu pasado de nuevo, porque este linaje es de mendigos y nunca pintaremos nuestras armas, ni las tendremos. Hay algo que, si te fijas bien, resume la tierra, la madera y el oro: nuestras tres cunas. Es la hojarasca, Nike: el oro del árbol que cae en la tierra.
−“Pero no es del todo verdad −siguió hablando con dificultad. Sabía que lo siguiente que diría podía resultarme más inaceptable− que la persona que no esté amando dormiría sola, porque tu tienda es mísera, pero caben dos. Y quien no esté amando estará queriendo, afortunado de tener a su lado al Pequeño Rey.”
−“El Pequeño Rey… −por un segundo, juro que tan sólo por un segundo, lo había olvidado− ¿a dónde quieres llegar, Luke?” ─pregunté con un hilo de voz, casi llorando otra vez, movido por una feroz sacudida.
─“Nike ─había dureza en su voz─, mi segundo nombre es Abram. Pero a diferencia de Abraham, yo no voy a entregar a mi hijo siguiendo los extraños arbitrios de un dios que en un momento determinado, cuando exigió de un padre el sacrificio del que era de su propia sangre, mostró su cara más innoble, llevado por un extraño celo de absurda fidelidad. Ni siquiera lo cedo, porque ese pequeño siempre será lo que más quiero, por encima de cualquier cosa, y siempre será mi hijo. Pero las leyes del Universo son más fuertes que nosotros. Lo que pretendo, y Lucy conmigo, es que seamos tres, que nos amemos los tres, y que el Pequeño Rey ─la voz se le quebraba─ sea el hijo de sus tres padres. Desde siempre lo has querido como si fuese tu propia sangre y te has ganado con él un derecho que no es de nadie, pero tuyo sí. Y no lo cedemos. Lo compartimos con quien siempre procurará su bien y que, como nosotros dos, vivirá pendiente de su bienestar sea cual sea el sacrificio. Nike ─de nuevo su voz se dulcificó. Pero ya no disimulaba su amor hacia mí─ siempre has querido contribuir a su comida. Decidas lo que decidas, ya no te vamos a negar ese derecho, que sólo será tuyo. Tan sólo esperábamos a que conocieras nuestro proyecto.”
─“Te agradezco tus palabras, Luke. Y déjame decirte que no tienes nada en común con Abraham, tan sólo el nombre. Se te ha dado la Belleza, pero también deberías ser el Amor, que esta noche has expresado en todas sus formas. Pero yo no puedo aceptar lo que decís, aunque comprenda vuestras razones y esté agradecido por vuestro generoso ofrecimiento”
─“Es que hay más, Compañero. Ya pensé que no te iba a mover saber cuánto lo quieres. Pero entonces tendré que volver a expresarte cuánto te quiere él a ti. En su mundo de dos meses y medio, él no sabe que los mayores han adjudicado al número dos todo aquello que consideran correcto. No ha tenido tiempo de la fealdad de haber sido ya civilizado y domesticado. Él ha dado su amor a tres personas por igual. Nike, en el tiempo de lo que he llamado tu exilio, siempre nos quiso a Lucy y a mí, a quienes entiende como sus padres. Pero se sentía incompleto. Lloraba a cada momento, a cada hora, más allá de por lo que llora cualquier niño, por sus necesidades básicas. Le faltaba el hombre que le regaló su amor de padre al nacer y lo bendijo, y a quien él ha sentido siempre como tal. Pero te fuiste, y en esos dos meses no dejó de llorar, para reclamar lo que se le negaba y tanto necesitaba: a su padre Nike. Cuando regresaste y volvió a mecerse en tus brazos ya estaba completo: dejó de llorar, porque sus padres eran tres.”
−“Y como no tenemos casi nada ─eso dicen, pero no me cambio por nadie─, tenemos dones, o si lo prefieres teologías, que también nos llenan. Y vivimos inmersos en el número ocho, para nosotros sagrado. Y no sé si has notado que los nombres que tú y yo nos hemos dado son siete, como el número imperfecto que éramos antes de tu llegada: gemelo, hermano, amigo, hombre, mendigo, compañero y amor mío. Cuéntalos, Nike. Son siete: falta uno. Y te amamos. Y queremos compartir contigo el resto de nuestros días. Y nuestro hijo ha de ser de los tres. Y me gustaría poder llamarte por el nombre que falta para que sean ocho, una palabra como la tierra, la madera y el oro: maestra, tronco y luz, un nombre estremecedor: padre. Y sólo así la cuenta de los nombres dados estaría completa.”
─“Tengo que pensar en todo esto, Luke. Siempre lo voy a querer. Pero puedo ser algo así como su padrino”.
─“Tú puedes elegir lo que prefieras, Nike. Y aceptaremos cualquier decisión que tomes. Sólo te pedimos que tengas un tiempo de reflexión, el que necesites. Pero Paul no te querrá nunca como padrino. Él no quiere reconocer aquello que no entiende y en su mente y en su corazón eres su padre, y vas a serlo siempre. Admitimos que tienes que decidir, pero el Pequeño Rey, Lucy y yo hemos decidido ya. Y recuerda que ya una vez nos diste otro regalo: tu comprensión por tener un hijo en la miseria. Y estamos seguros de que elegirás el hambre agradecido para que a ese niño, déjame por un segundo decir tu hijo, no le falte de nada. Lucy y yo ─pero podríamos ser Lucy, tú y yo─, nos encargaremos de su felicidad, la que tú le previste, con razón, en su nacimiento. Ella y yo no nos lo llevamos a la calle, pero vive aquí y deseamos que, de mayor, pueda elegir: los arrabales de la limosna o cualquier otro mundo. Y cuando pasen unos años queremos que tenga una educación, que vaya a alguna escuela. En ese momento no tenemos dudas de que elegirías el hambre con nosotros para que él lo pueda conseguir. O, si a eso nos lleva la vida, podríamos trabajar. Y estamos seguros de que también en ese caso, trabajarías. Harías, como un padre, lo que sea por él. Puedes seguir en la Thuban, tu Estrella, o puedes elegir otro trabajo, que también realizarías con amor, pues lo desempeñarías por él”.
─“Luke, no puedo decidir nada: tengo que pensar. Pero sí te puedo recordar algo ahora. Seguiré en la Thuban hasta junio, porque a ellos también les hice, si quieres, una promesa, y en ese mes termina mi contrato. Pero ya nada me aparta de aquí, y quiero ser como vosotros en todo y no retener nada que me pueda separar de vuestro camino. Me gustaba mi trabajo, pero a partir de esa fecha tendrán que continuar sin mí. Acepte o no vuestra propuesta, contribuiré, si me lo permitís, a su educación, y si es necesario, aceptaré cualquier trabajo y lo desempeñaré feliz ─¡gracias, Luke!─ porque sabré que estaré trabajando por él.”


 
   Terminaron los tres de comer, si es que se le puede llamar comer a lo que hicieron Maudie, Protch y Nike ese mediodía. Herbert propuso entonces preparar un café y Nike aceptó, más porque era evidente lo que los otros dos, sus amigos ya, anhelaban, que por su propio deseo o necesidad. Sintió que no había costado apenas nada que sus antiguos fámulos lo comprendieran. Y que poco le podían dar, o mucho, a un hombre que no pedía demasiado: la amistad desnuda, una comida o un café, el inicio del sendero del futuro.


 
─“Gracias a ti ─siguió hablando Luke en boca de Nike─. Todo esto te está resultando muy difícil. Y lo sabemos. Y digo sabemos porque Lucy está aquí conmigo y comparte todo lo que te he propuesto y lo poco que falta. Porque falta una parte todavía, Mendigo. ¿Querrás oírme?”
─“Decida lo que decida siempre querré oír a mi compañero y, está bien, lo diré, para tentar qué sabor tiene el presente en mi boca: al hombre que me ama.”
   La conocía ya: la belleza de Luke. Pero toda belleza puede engrandecerse y cuando has esperado todo de un hombre tan espléndido, aún faltaba oír lo que le hizo enorme ante mis ojos: un amor tan grande hacia la vida, hacia las personas a las que él llamaba su mujer y su marido que no seré capaz de transmitíroslo.
─“Escúchame con atención ahora, Mendigo. Hace tiempo que Lucy y yo nos planteamos tener otro hijo. Pero desde hace dos semanas mi amor por ti, que crece cada día, me hace desear ardientemente tener también un hijo tuyo, un hijo que se parezca al único Nike que yo he conocido: el Nike mendigo. Mas sé que eso es biológicamente imposible. ¿Pero lo es siempre? Queda la adopción, pero nos harían miles de preguntas, y aunque podamos esconder que los tres nos amamos, no podríamos dejar de traicionar nuestra miseria. Cuando no parece haber ninguna salida y todas las opciones se han descartado, de repente aparece otra, luminosa, si se quiere ver. ¿Eres capaz de verla, Compañero?”
─“No, Luke, no puedo” ─sentí un frío helado y repentino pero no sabía de qué. Y esta vez sí que decía la verdad: no podía imaginarlo.
─“Seríamos dos hombres y una mujer. Y hay una forma de que tenga un hijo de los dos ─en ese momento, cuando empecé a comprender, ya no sentía miedo. No aceptaría la propuesta, pensé, pero Luke se me transformó en un gigante, en el dios Belleza. Y me sentí afortunado de verdad de haberlo conocido. Comprendí que a un hombre como él sólo se le puede amar, rendido, cuando las gotas de su sacrificio eran las primeras del agua de otro río: el río del amor puro, de la consciencia de que cuando se ama no existe lo imposible, porque amar transforma y crea─: podrías tú tener un hijo con ella, con nuestra mujer. ”
─“Te amo, Luke ─dije llorando y ahora sin querer ni siquiera evitarlo. Toqué tiernamente su hombro, en ademán no sabía si de agradecimiento o de estremecido asombro─, pero ¿cómo quieres que acepte eso?”
─“Sólo quiero que lo pienses bien antes de decir que no. Porque esto último puede llevar el tiempo que tú quieras, años si ese es tu deseo. Pero es bueno que lo sepas todo ya. Que sepas que Lucy, también aquí, está conmigo. Quiere otro hijo mío y otro hijo del otro hombre que ama. Pero cuando hayas de reflexionar, piensa en esto, Nike: nadie nos asegura que no nos vayamos a enfadar entre nosotros. Imagina que has aceptado el Tres y al Pequeño Rey como hijo. Sigue imaginando y piensa que un día tú y yo nos distanciamos por una tontería, o por una cosa seria de esas que permanecen y que destruye cualquier amor. Imagina que en ese momento ─se le escaparon entonces algunas lágrimas─ yo cometo la mayor iniquidad de mi vida y te impido que te acerques a Régulo o que lo veas más. Se te rompería el corazón, y no sería justo, porque tú eres su padre, tenga lo que tenga yo contra ti. Nunca, y tienes de mí una promesa que si no cumplo merecerá tu desprecio, te separaré de él. Del mismo modo, esa niña o ese niño será siempre el hijo de las dos personas que amo, y mía, mío también. Porque tú nunca me impedirías que le diera todo el amor que quiero darle como padre. Y como padre lo querré, aunque no lo haya engendrado. Será otro hijo de los tres, y contará ─déjame completar las palabras tuyas, que un día me hicieron más feliz la paternidad─ con la Sabiduría, la Belleza y la Conmoción de sus padres. Y será feliz, porque muchas personas, tres, le darán lo mejor de sí. Estoy seguro de que has pensado que esto que te digo es de mí un sacrificio ─acertó─ pero el único sacrificio será de los tres, que pasaremos, con placer, más hambre o más necesidad, por el bien de nuestros dos hijos”.


 
   Esa noche, mañana ya, Nike estuvo por fin en Leo, el signo de su nacimiento, el mismo que compartía con Lucy y con Luke, y terminó entonces su recorrido por el Zodiaco. La Familia Sagrada, el león, empezaba a gestarse. Sólo faltaba una estrella para formar las cinco principales: Elased, la del sur de la cabeza del león, que ya estaba en tres mentes, dispuesta a darse a conocer, para alumbrar con su llegada a toda la constelación, una luz no muy potente pero sólida, que brillaría en las hogueras de amor ardiente de sus tres padres, y de Régulo, su hermano. Y tenía que nacer para quererlos.


 
   Todo esto me lleva, Protch, al primer día, cuando quisiste conocer algo sobre mi familia y no te dije nada porque yo mismo tardé un tiempo en aceptarla. ¿Cómo describírtela de repente, sin la preparación del orden cronológico? ¿Y qué podía decirte? Con todo lo que pensaras acertarías. Te dije que me gustaban los hombres porque por las circunstancias de mi vida tenía que decir lo que tanto tiempo negué, pero me gustan los hombres y las mujeres. Dudarías entonces si tuve hijos con un hombre o con una mujer. Con los dos, Protch. ¿Pero naturales, lo que sería sólo posible con una mujer, o adoptivos, que también puede ser con un hombre? Naturales y adoptivos, con hombre y con mujer, pensaras lo que pensaras, acertarías, pero ¿cómo explicártelo entonces? Mi familia empezó a formarse ese día, aunque yo mismo protesté y ahora verás que no la acepté fácilmente. Y tengo dos hijos, Protch, y a los dos los quiero más que a nada, pero a uno de ellos no lo engendré.
   A Protch se le hizo nudo la garganta y no pudo decir nada. Pero por una vez tuvo el mismo traidor que Luke y que Nike y su cara lacrimosa hablaba por él. En ella se vio que quería conocerlos y se imaginó a sí mismo con Maude cuidándolos a  ratos. “Serás abuelo sin haber tenido hijos”, empezaba a entenderlo. Quería conocer al Pequeño Rey, y al pequeño, o la pequeña ─Nike no lo había dicho y él no se lo iba a preguntar─ que ya debía formar parte del reino de la vida, pero que en el orden cronológico de su más querido mendigo aún no había nacido. Así que a él no le salieron las palabras, pero fue Maude quien habló:
─Nike: Herbert y yo podemos tardar algo en entenderlo, pero no has de tener cuidado por nosotros; lo entenderemos. Y lo único que se debe tener en cuenta es que estáis los tres de acuerdo, y que os queréis y respetáis. Me gustaría tan sólo pedirte un favor y excusarme por si lo que he hecho no te parece correcto. Mas cuando Herbert me iba contando la historia por teléfono, yo se la resumía a Mitch. Ya sé que casi no lo conoces, pero para él eres ahora algo más que una lejana leyenda del pasado y te está empezando a querer mucho. Vuestro bendito Tres primero le hará sonreír, por heterodoxo, pero estoy segura de que al final lo conmoverá y te querrá más todavía, y no sólo a ti ─sonrió−, sino a todos los que te acompañan. Y el favor que deseo pedirte es que me dejes contarle lo que falte.
─Me alegro de lo que me dices ─le devolví la sonrisa─ y no tienes que excusarte. Mi historia puede servir como el fuerte abrazo que me gustaría darle.
─Gracias ─dijo con dureza al tiempo que agradecida─ no se le prodigan últimamente los abrazos. Si realmente quieres hacerlo, déjame pensar cómo, pero podrás dárselo.
─Me falta mucho que contar, Maudie, pero no poseo ya ni un solo dain. Pero no te quepa duda de que lo haría ─dije con determinación.
─Entonces lo harás. Ya veremos qué se puede hacer. Y por favor sigue contándonos tu historia.


 
─“Estoy dispuesto a vivir ─continué─ cualquier sacrificio por vuestro hijo, o por vuestros hijos. Realmente deberíais engendrarlo Lucy y tú, aunque aceptara el Tres, pues vuestra pareja, que tanto amo y tanto respeto, se formó antes de que me conocierais. Pero déjame pensar con calma, por favor. Dame tiempo, como tantas veces has dicho, ahora que conozco vuestra propuesta. Toda mi vida he sucumbido al pudor, que ha sido como una espina que se ha clavado hondo y no hay manera de quitarse. Y con él siempre a hombros, no puedo decidir nada, pues incluso me acobarda consentir en lo de vuestro maravilloso Tres. Pero una vez más, sé que podría arrepentirme de cualquier decisión que tome. No es fácil asentir a nada, Luke, sobre todo a lo último. Eso, seguramente, no creo que lo acepte”.
─“Bien, Nike. Como desde que estás aquí, al menos, no has conocido la Vergüenza, daremos la bienvenida a su familiar el pudor. Y claro que tendrás tiempo: no tenemos prisa. O sí. Verás, Compañero ─y de repente su voz vibró con un deje de amargura que no había estado allí en toda la noche─, medita también sobre el destino común de todos los hombres, que es en mi caso una amenaza en la que no he podido dejar de pensar. Pero yo he tenido tiempo ya de afrontarla, o eso diría, mas tú quizá aún no. Escúchame, Mendigo, si se cumple el Vaticinio, si un día cercano me tengo que marchar y dejar en la oscuridad a las dos personas que tanto amo, me quedará al partir el único consuelo de que estaréis juntos cuidando de nuestros hijos ─empezó a llorar─ y os dejaría el encargo a Lucy y a ti de que os améis, cada día más, y de que no me olvidéis. Por eso, Nike, decidas lo que decidas, si un día ya no me ves porque me he ido a donde no podáis alcanzarme, cuida de nuestros hijos, que serán tuyos también, y cuida de ella.”
   Todavía no sé cuál será el devenir de este malhadado Vaticinio. Pero Luke y yo llevamos varios años amándonos, intentando olvidar esta amenaza, y aunque no lo consigamos, al menos la posponemos. Cuando me lo recordó de nuevo, por no llorar, me acordé de lo que me dijo antes de que con Lucy nada parecía terrible. Lucy: todavía no he tenido ocasión de expresaros cuánto la amo. Mirarse en sus cristales y sentir lo que debe sentir el espejo que refleja el cuerpo que se tiene a sí mismo por perfecto. Sólo con ella me siento hermoso, puro, casi completo. Amarla como debe amar el mar a la gaviota, anuncio de buenas aguas y buena comida, peregrina de largos viajes que le cuenta al oído de las olas los secretos susurrados de lo que ha visto en otras latitudes. Quererla como el hambre al pan que se te regala, como el frío al vestido que protege y lo esconde. No haberla conocido sería como un verano sin la luciérnaga roja de Antares, como una primavera sin Régulo. Ella no parecía creer en vaticinios. La vida acabaría escribiendo el último acento sin faltar a la prosodia, cuando realmente fuese necesario, y los vaticinios sólo se acercaban a lo correcto, pero había que saber descifrarlos.
─“Piensa en cómo has sabido leernos a todos ─prosiguió─ mucho antes de que adquirieras la intuición que se gana en la calle. Y cómo has leído a la más grande de las mujeres: ya sabes que la señora Oakes no suele equivocarse, Nike”.
─“El tiempo que la he conocido me ha bastado para saberlo. Supongo, Luke, que lo que vio pasará, pero me aferro a Lucy, que no creo que tema realmente por tu bien, y déjame decir que ella también es sabia. Esperaremos cruzando los dedos. Pero podría ser que el oráculo sea el correcto, pero no su desciframiento. Algo puede no encajar: eres joven y estás lleno de vida, y Lucy y yo no vamos a permitirlo”.
─“Sea como sea, no nos sobra el tiempo, Mendigo, pero te lo daremos. Mas un hombre que sabe leer puede no necesitar demasiado, y sólo precisa probarse si puede nadar con nosotros o cree que se ahogará en estas aguas.”
─“No puedo ver el futuro, Luke. Pero sí puedo ver que me quedo, porque vuestro acto de amor inmenso me ha salvado, y ahora ya no temeré a nada. No veo probable, al menos, que lo acepte todo, pero sí me consta que vais a seguir intentando convencerme. Me gusta vuestro Tres, eso sí te lo puedo decir, aunque parezca una locura, pero es cierto que los mendigos tenemos nuestras propias leyes. Puede ser que eso lo acepte, y sin embargo no te quiero hacer concebir falsas esperanzas. Mas sea como sea ya no hay motivos para no decir que nos amamos los tres, y que por lo menos nuestra amistad está por encima de cualquier barrera. Pero en ese caso, ¿qué les contaríamos a nuestro compañeros?”
─“La verdad, incluso cuando, como ahora, sólo sea un proyecto. Y harán un esfuerzo por entendernos o al menos sé que nos respetarán. Creo que incluso algunos ya se lo han visto venir. Es imposible que no vean la limpieza de nuestros corazones, y podría haber alguna incomprensión, pequeña, pero sólo momentánea. Al final transigirán porque nos quieren, a los tres”.
─“Entonces de acuerdo, aunque nunca se lleve a cabo, pero sí creo que deben saber que estamos donde estamos sin que mi gran traidor vuelva a hacer de las suyas. No es hora de que siga escondiendo nada, y vosotros ni siquiera queréis que la verdad se esconda. A partir de ahora, yo tampoco, Luke. Prefiero ir con la sinceridad por delante”.
─“Amén. Y siempre diré, supongo que lo admites ya, que eres más fuerte de lo que pensabas. Y mira, Nike, somos tres: nos repartiremos la tarea. Creo que hay un hombre que esta noche no ha debido dormir, y se lo debes: puedes hablar con John y contarle todo lo que ha pasado y lo que hemos planeado. Así además tendrá algo que le ayude a mantener ocupada la cabeza en ausencia de Miguel. Lucy, por supuesto, hablará con su madre, y a mí me gustaría hablar con la señora Oakes. Queda Bruce, pero como sé que el aprecio que os tenéis es mutuo e inmenso, puedes ser tú también el que se lo digas. Además ─la luz empezaba débilmente a entrar en la cueva y pude ver entonces que Luke me guiñaba─ creo que sabe de tu amor por mí tanto como John, ¿no?”
─“Sí, Compañero. Lo adivinó y en ese momento me supuso un gran alivio no negárselo”.
─“No temas: por supuesto supo guardar tu secreto, pero me pareció adivinar que lo sabía”.
─“De acuerdo. Será como tú dices. Hablaré con John y Bruce”.
─“Ya viene entrando la luz del amanecer. Hoy no vamos a poder dormir y no es un buen día para que te dediques a meditar. Habla también con Lucy, demuéstrale tu amor sin temores y deja que este amanecer y su calma luz se te vayan infiltrando poco a poco: también vuestra historia de amor está en el alba, y os quedan horas de luz por vivir. Hoy sólo es día para amar y para desechar viejos terrores; y lo que tenga que llegar, llegará. Esta tarde quiero volver con mi Compañero a la calle. Con ella, Nike, puedes ir mañana o cuando ambos lo deseéis, mientras yo me quedo cuidando al Pequeño Rey. Y recuerda que te esperamos, que te deseamos y te queremos, y piensa en nosotros cuando reflexiones, recordando también que para esta mujer y para este hombre el mayor premio será poder darte a raudales nuestro amor, ese que te has ganado.”
─“Te amo, Luke, pero créeme que ni siquiera nos he imaginado haciendo el amor. Y, sin embargo..., de acuerdo: hablaré con ella. Tengo que decírselo también, debe saberlo por mí aunque lo sepa ya. Y gracias, Compañero. Te amaré siempre, aunque decida seguir en mi sombra, aunque renuncie a vuestra cascada de calor”.
─“Ni siquiera nos has imaginado haciendo el amor: leal hasta las espinas. Sí, comprendo, no te lo permitirías. Nike, dar rienda suelta a lo que sentimos escondería otra belleza: ni tú ni yo sabemos cómo se hace, pero lo iríamos aprendiendo. Mírame, Mendigo: el 18 de noviembre cumpliré un año con ella, déjame decir nuestra mujer, y un año en la calle. Ese día le tengo que hacer el amor a Lucy apasionadamente. Y tú necesitas tiempo. Si has tomado alguna decisión firme para cuando llegue noviembre, el día 19 haremos el amor tú y yo, y el 20 tú con ella. Y a partir de ahí cuenta los días de tres en tres: uno te tocará estar solo, al siguiente estarás conmigo y el tercero lo pasarás con ella. No sé qué decidirás, Nike, pero por si aceptas me gustaría que hicieras una cosa muy simple: hoy no hará mucho frío, a pesar del que nos ha estremecido esta noche. Puedes nadar o darte un baño completo. Pero desde hoy hasta el 19 de noviembre no vuelvas a dártelo. Cuando hagamos el amor, quiero sumergirme en tu esencia. Y deseo que seas tú el que elija qué debo hacer yo”.
─“Todavía no he decidido nada, Luke. ¿Cómo puedo contestarte? Pero te responderé de todos modos. Haz lo que creas más conveniente, pero por ti, no por mí. Nunca me ha asustado tu olor. Y si eligiera yo, te dejaría como estás”.
−“Repito que sabes ser valiente. Muy bien: hagámoslo así, tanto si es posible nadar como si nunca hacemos el amor. Recuerda que más o menos entonces habrá otra luna nueva: igual vuelves a renacer y nos das la mayor alegría, a Lucy y a mí, y el enorme placer de poder demostrarte que te amamos. En cualquier caso, espera a que cambie la luna: ella te dará capacidad de visión para elegir lo más conveniente”.
   Ya no sabía qué objetar y fue la primera vez en mi vida que fui yo el que sacó este tema.
−“Pero Luke −dije−, ni tú ni ella me habéis mirado bien. Contemplad mis orejas”.
−“¿Qué les pasa a tus orejas? −y de repente me las besó tiernamente, y esa fue, lo juro,   la última vez que las sentí toscas y desproporcionadas− a mí me gustan”.
−“¿No están demasiado separadas? Me han llamado muchas veces vampiro”.
−“¿Y qué hay de malo en ser un vampiro? Los tres lo somos un poco. Mira que tomamos la sangre del atardecer y la poca que queda en el lubricán y que a partir de ahora devoraremos estrellas. Y cuando el alba nos haga llorar, recordaremos la noche feliz y sus espectros. Renacemos con la oscuridad y cambiamos de vida con el sol de la calle −me miró de nuevo−. Son lindas, Mendigo −y empezó a tocármelas con dulzura−. Y en cualquier caso, me gusta todo este vampiro −sonrió. Y por primera vez devolví la sonrisa− que me ha mordido muchas veces”.
  Así fue como con ellos poco a poco aprendí a sentirme completo. Todos mis fantasmas se retiraban buscando una masa de niebla con que confundirse. Ya no los veo. Se fueron y no han regresado. La luz entraba ya en abundancia por la puerta de la cueva, matando a las últimas apariciones. Pronto amanecería.
−“Vámonos, Compañero −dijo Luke− empieza un nuevo día, y tienes que nadar, hablar con dos mendigos, decirle a una mujer que nos espera lo mucho que la amas. Los vampiros se recogen hasta la noche próxima en que por fin dormiremos. No pienses en nada y limítate a sentir. Y esta tarde con sueño iremos a la calle, a ganarnos el pan de nuestros hijos”.


 
   Nuestros hijos: todavía no era más que un proyecto, pero la noche interminable de aquel 20 de octubre jugaba al ajedrez e iba a mover las piezas a lo largo de sus casillas y a modificarles el movimiento. Una pareja se expandiría en tres con un hijo al que se le iban a entregar tres quereres. Y se había plantado la primera semilla para otro que estaba por venir. No es cierto entonces que al ser humano no se le haya permitido crear. Salieron al fin. En la cueva de la mendiga Sally quedó el rastro de dos hombres noctámbulos como en un altar de mutuos secretos abiertos, el suelo como la mesa pobre de los mendigos en la que la comida habían sido dos chocolatinas y la sangre de dos corazones, amistad y valentía, miedo y amor, y el acre condimento del frío. Ahora tocaba nadar, y por unas horas separarse; Luke para hablar con su mujer; Nike para informar a dos compañeros leales. Se separaron junto al dedo anular. Aún se veían algunas estrellas.  

3 comentarios:

  1. Luke le hace otra pregunta difícil a Nike: si acaso ama a Lucy también. Nike, atribulado, le responde que sí. Pero lo que no espera es lo que le tiene que comunicar ahora Luke: a saber, que Lucy también lo ama; algo que deja descalabrado y perplejo a Nike. Aquí es donde se retoma aquel diálogo viejo entre Lucy y Luke, donde ella le decía a él que amara a Nike. Y donde (y eso no lo sabíamos los lectores) Lucy le confiesa a su compañero que ella también ama a Nike. Y que sabe que Nike la ama también aunque aún no se haya percatado de ello…incluso sabe que, cuando Nike se dé cuenta de este hecho, caerá en la desesperación. Conversación profética que se ha ido cumpliendo paso a paso. Y todo está bien…todo estaba escrito.
    Los dos hombres están de estreno, digamos, en la cueva de Sally y se abrazan con calor y salen luego a ver el lubricán, esa primera luminosidad previa al amanecer. Se describe este instante con gran belleza, nos parece estar allí en medio del frío, ahora hecho fuego en una chaqueta compartida entre dos.. De pronto Luke le desvela otro secreto: que además de ellos, Lucy también nació un 30 de Julio sobre las 7 de la mañana…
    Luke le propone ser Tres…no un trío, no un triángulo donde uno es sólo amante. No. Le propone ser un Tres enamorado. Marido, marido y mujer. Tanto él como Lucy quieren tenerlo con ellos y compartir la vida los tres en cuerpo y alma. De este modo la Pareja Sagrada no se rompe, sólo se expande. Serán tres Parejas Sagradas a la vez: Lucy-Luke, Luke-Nike, Lucy-Nike. A este último le choca la idea, no se ve capaz, pero…se le sugiere que se tome el tiempo suficiente. Esta propuesta de Luke (y Lucy) a Nike, podría parecer descabellada o inadmisible para muchos lectores, pero es tanta la Belleza y el Amor, que se torna un hecho sencillo y comprensible dentro de la novela. Yo, que desdeño los tríos, comprendo el Tres de estos mendigos, en la novela es un Tres guiado por el amor y la belleza y, por tanto, no cabe vergüenza ni “pecado” (eso jamás), ni conmoción. Se torna algo perentorio, dado el amor mutuo que sostiene a esta hermosa tríada humana.
    Luke le cuenta también que el Pequeño Rey lloraba desconsoladamente cuando Nike se fue a su “exilio”, sin saber los padres por qué, pero que, al volver, logró calmar al niño de nuevo en sus brazos, como solía; porque sus padres eran tres y ya había vuelto el tercero de ellos. Gemelo, hermano, amigo, hombre, mendigo, compañero, amor mío…y falta un nombre: Padre. El niño irá a la escuela y a la edad que proceda, decidirá si quiere ser mendigo u otra cosa. Lucharán por él (los tres). Nike promete pensar, reflexionar sobre todo ello. Nike no ha conocido la Vergüenza, pero sí a su primo el Pudor (sonrío parafraseando a Luke). Éste último recuerda el Vaticinio y le ruega a Nike que se ocupe de los hijos y de Lucy si algún día él debe marcharse…
    Pero aún queda algo: Luke le propone que tenga un hijo con Lucy, que se parezca con Nike y que Luke pueda verlo como su propio hijo. Todas estas palabras no hacen sino acrecentar la Belleza de Luke ante Nike (y ante lectoras como yo). De la Pareja Sagrada, a la Familia Sagrada.
    (Nike tiene dos hijos, le dice a Maudie y Protch…pero uno no lo engendró él, el otro sí. Así que suponemos que se trata del Pequeño Rey y de otro hijo/a engendrado con Lucy)
    Nike ya no esconderá sus sentimientos en el campamento: no es necesario. Y Luke lo calma diciéndole que lo mejor es contar la verdad a los compañeros, que ellos sabrán respetar. Nike lo hablará con Bruce y John, pero Luke lo insta a que también hable con sinceridad a Lucy y le exprese sus sentimientos.
    “Ahora tocaba nadar, y por unas horas separarse; Luke para hablar con su mujer; Nike para informar a dos compañeros leales. Se separaron junto al dedo anular. Aún se veían algunas estrellas”
    Inor, gratamente sorprendida.

    ResponderEliminar
  2. Una partida de ajedrez poco común, pero aún así llena de amor.

    ResponderEliminar
  3. El rostro de Luke lo ocupaban sus ojos, absortos, dirigidos sin prisa, con abundancia profunda de fulgor, Nike esperaba la deseada saeta que adivinaba en ellos, la verdad no conocida, y lo que fue pronunciado con alma fue escuchado por el alma. "¿también amas a Lucy, verdad?". No es castigo el dolor que se desea, pero convulsa el sentirlo, "La amo", hincando aún más en su espíritu la flecha que causó el dolor. "Ella también te ama, Mendigo", esta vez fue un latigazo el que le flageló. ¿Cómo podía desear ese dolor?, ¿por qué esa palpitación constante de su amor y de sus sueños? Quedo confuso, aturdido, horrorizado en su dignidad. Y Luke le explicó que también había sentido el mismo dolor, una agua que fue lluvia, y esa lluvia que le atravesaba fue Lucy que limpió con el agua salida de sus palabras el insondable escondite de sus sentimientos.

    Las palabras de Lucy habían calmado el río desbordado en Nike, la Naturaleza freno la catástrofe y corrigió los cauces, de la misma forma que Luke en un abrazo templó la confusión y la locura en Nike, de nuevo hermano, compañero, mendigo junto a él.

    Y en Nike el estupor no pudo con la valentía. El valor se halla en la cúspide entre dos abismos, en el justo medio entre dos extremos, que son la cobardía y la temeridad. El cobarde está demasiado sometido a su miedo, el temerario demasiado indiferente a su vida. La virtud de un hombre se muestra cuando elige la huida con la misma firmeza de ánimo, o presencia de espíritu, que el combate.

    El amor, que hace que se ame bien lo que debe amarse, debe ser también amado con orden: la virtud es el orden del amor. Puede fatigarse el impulso que lo desencadena; pero el amor mismo no se fatiga. Cuando sientes el abrazo que ata tu espalda contra el pecho del amor, ya estás preso, puedes haberlo ignorado, callado, intentar olvidarlo, pero en ese momento caes en él y es cuando aceptas o no sus condiciones.

    "Tú nos amas a los dos, y los dos nos amamos entre nosotros y te amamos a ti".

    Con el lubricán llego la templanza a Nike, si la amistad y la valentía habían calmado los primeros zarpazos, ahora se iba a enfrentar a otro binomio: miedo y amor. Dentro de nosotros hay algo que no tiene nombre, esa cosa es lo que somos.

    Un vínculo de pareja implica equilibrios que se alcanzan, se pierden y se reconquistan, e incluye variadas dosis de humildad, locuras personales y alteraciones del sí mismo (del yo de cada componente). No hay un modelo de amor de pareja que pueda considerarse ideal o sano y tampoco lo contrario, no hay amor "logrado" ni hay punto de llegada, por lo que es único caso por caso.

    Uno y trino: uno en esencia, trino en las personas. No romper la Pareja Sagrada, la gran dignidad de Nike viene a ser resuelta por Luke, tres parejas y un sentimiento, Lucy y Luke la primera Pareja Sagrada, Luke y Nike la Segunda Pareja Sagrada y Nike y Lucy la Tercera Pareja Sagrada, y también se repartirían entre las dos tiendas el amor, en tres días, se amarían cada pareja, y quien no amara sentiría el cariño del pequeño Paul.

    Paul cerraba el círculo, sí eran tres y se amaban los tres, tres tenían que ser los padres del pequeño Rey, sin la indignidad de que fuera lo que fuera el devenir de esa trinidad nadie tendría el derecho exclusivo de padre progenitor pues los tres lo eran y lo serían a la vez, en las mismas obligaciones y los mismos sentimientos.

    Al mimbre, se le quitan las espinas, dejando los nodos de los tallos, la piel exterior debe ser eliminada, consiguiendo así la resistencia que tendrá una vez tejido, Nike necesitaba tejer nuevos mimbres.

    "Seríamos dos hombres y una mujer. Y hay una forma de que tenga un hijo de los dos" Un pudor que se convirtió en miedo recorrió el alma de Nike -"pero ¿cómo quieres que acepte eso?"-. Lo que nace del amor es aceptado con amor, y los bálsamos de Luke calmaron el corazón, aunque no la inquietud del alma en Nike. El pudor como recato, modestia, vergüenza y honestidad llegó a Nike.

    El último nombre dado: Padre

    Pol

    ResponderEliminar