CAPÍTULO LIX: ABRUMAR PARA NO ROMPER



    Réquiem por las flores y los árboles que habían vestido el Arrabal y ahora lo abandonaban desnudo, sin vida, dejando un rastro de desprovista luz en los alrededores de la hoguera. Ese enero del año 59 no fue del todo frío, pero dio comienzo a un año helado en lo interior, un año marchito, en el que mi hermano y yo comenzamos a encontrarnos y como tantas veces el umbral sería un calvero despoblado e inhóspito.

   Esa hoguera de finales de enero estaba apagada, vacilante, débil. Allí estaba mi tío Jairo comentando algún proyecto que tenía para el año que viene.
─“Mi hermana, James y yo hemos terminado una escuela a dos kilómetros de San Luis Talpa y sólo nos falta encontrar al profesorado. Necesitamos aún un profesor de lengua y uno de matemáticas –mi hermano Paul lo miró entonces reflexivamente-. James dará geografía y el próximo año pedirá una excedencia para estar todo el curso, y también Rosa enseñará historia. En vuestro año 59-60 –nos dijo a sus sobrinos- no veréis a vuestros tíos.”
   Notaba a mi hermano ensimismado, rumiando la información del tío Jairo, queriendo encontrar en ella algo de lo que aún carecía. Íbamos a levantarnos ya para ir a nuestras casas de Washington Street a dormir cuando llegó Anne-Marie. Nos quedamos un rato más. Esos días era un tema común la voladura del puente Rage. La carretera del norte había sido proyectada de nuevo y no iría ya por donde el puente. Famoso toda su vida útil por los suicidios, ya sin carretera y con su trágica historia, se pensaba dejar sólo el mirador del oeste para contemplar los saltos de Wrathfall y volar todo lo demás. De eso se hablaba también cuando llegó Anne-Marie.
─“He de contaros algo que acabo de oír en la plaza de la Basílica –miró a Olivia algo insegura-. Bueno, ya no es ningún secreto y acabaréis por oírlo. Mañana toda la ciudad hablará de ello. Parece ser que ha escogido los últimos días de su vida útil para que muera con uno más el puente de los suicidios. Y ha elegido que fuera allí, en su apellido. Todo parece indicar que ha sido un suicidio. Decían que ya estaba muy mayor y muy abatido con su hijo en la cárcel. Y no ha podido con tanto –Lucy, mi hermano y yo aguzamos el oído, además de mi abuela-. Dicen que ha muerto William Rage.”
   La noticia no dejó indiferente a su familia, aunque nunca se hubieran tratado. Lucy, Paul y yo nos quedamos en silencio. Bruce, Miguel, John, Luke, Nike y Richard esperaban que Olivia dijera algo.
─“En el fondo estaba esperando esa noticia –era difícil asegurar si sintió algún pesar-. Al menos ya puedo decir que he sobrevivido al lobo. Ahora ya tengo un año más de los que llegó a vivir mi señora. Ya no me debe quedar mucho.”
    Todos se apresuraron a indicarle que no debía decir eso, pero entendían lo que sentía. MI hermano y yo nos recogimos como cada noche a nuestras casas, y acompañamos a Armand y a Crystelle por Temple Road. Nos despedíamos al llegar al cruce con Washington Street y ellos continuaban hasta Deanforest. Hacía tres años que Armand decidió dejar la casa a su hermana, ya la señora Grover, y su marido, y él, que constantemente iba y venía a El Salvador se quedó con el palacete, ahora nombrado Deanforest Palace.
   Al funeral de William Rage no quiso acudir mi abuela y nadie le dijo nada. Tampoco fueron sus compañeros ni papá Luke o papá Nike. No fuimos sus nietos. Pero sí acudió mi madre. Lucy se encontró fuera de su elemento despidiendo a un padre al que nunca había conocido y se halló cara a cara con su segunda mujer. Mary Falk, la viuda, debió intuir que aquella pelirroja que lloraba en solitario algo alejada de la tumba de su marido, debía de ser su primera hija. También estaba allí, con un permiso penitenciario excepcional debido a las circunstancias, su hijo Bart. Su mirada se cruzó con la de su hermana pero no se dijeron nada.
   La primavera continuó como una joven bailarina alternando saltos y giros inesperados, cambiante y enloquecida y yo notaba a mi hermano taciturno y meditativo. Se ausentaba a menudo a pasear y conversaba con el tío Jairo, que ese año estuvo aquí hasta mayo. Él le hablaba de Asunción y Amparo, sus dos amores que no llegaron a cristalizar y de sus ya pocas esperanzas de tener pareja un día. Pero debían hablar de otras cosas. Un día inesperadamente Paul habló conmigo. Estábamos llegando ya a nuestras casas, vecinas la una de la otra, en Washington Street. Era una noche de mayo y mi tío Jairo acababa de regresar a su país.
─“Elased –solía llamarme así con una sonrisa cuando iba a hacerme alguna confidencia-, esta mañana he pedido en la universidad una excedencia de un año. El próximo curso no estaré aquí. No sé si estoy haciendo lo que me pide el corazón, pero quedarme en Hazington me parece mustiarme. Quiero ir con los tíos a El Salvador a ser el profesor de matemáticas de San Luis Talpa el curso que viene. Te lo tenía que decir a ti primero. Y algo temo de qué me dirán mamá, papá, papá y la abuela.”
─“Te voy a echar mucho de menos, Régulo. Pero es tu decisión y yo sólo puedo apoyarte. Te digo lo que un día le dijo el tío James a papá Luke: adelante con tu vida, con la que has elegido.”
   El 1 de septiembre se despidieron mi hermano, James, Rosa de Lima y Armand, quienes junto con mi tío Jairo formaron el que llamamos quinteto de El Salvador. Mi abuela se despidió de él con un beso de fuego diciéndole:
─“Adiós, cariño. No te olvides nunca de mí. Algún día volveremos a encontrarnos.”
    Yo seguí escribiendo la prehistoria de los habitantes de la Mano Cortada. Mi abuela leyó su historia, habiéndome alentado antes a contarlo todo  y ser sincera y valiente. Le dio tiempo a leerme su parte y aprobarla. Me animaba a no desfallecer y contar los caminos de todos y cómo se conocieron y amaron sus padres y vinimos al mundo mi hermano y yo. Ya eran los días de Internet y afortunadamente tenía en casa un ordenador donde fui escribiendo todo lentamente, donde era más fácil documentarse de algo que me hiciera falta, generalmente mitología o estrellas, y aunque contara con el asesoramiento de Nigel, era todo más seguro con información  global a mi alcance. También es sencillo corregir. Si escribes algo mal, le das a la tecla de rectificar y ya está. Y puedes releerte constantemente en busca de fallos y si alguno hay en capítulos ya escritos, lo cambias con brevedad y todo arreglado. Pero lo que no es sencillo es narrar algo autobiográfico. Cuanto más se conoce y se quiere a alguien, más temor aparece a contar sentimientos, descripciones o diálogos que no les hagan justicia. Pero a medida que escribía todos me animaban a plasmarlo con mi pobre arte, recordándome que había sacado la capacidad de mi tía Kirsten para hacer retratos y que también con las palabras lograba enmarcarlos en su paisaje y rodearlos de perspectiva y horizontes.
   Pero llegó octubre y con él un otoño y un invierno que habrían de ser de llanto. El 12 de octubre estaban ya casi todos en la hoguera. Sólo faltaba por regresar Olivia y allí estaba esa noche su hermano aguardándola. Lucy se levantó un momento para lavar algún plato en el río. Todos los demás conversaban animados en torno al fuego cuando oyeron algo que les erizó la piel. Era un grito espeluznante. Supieron que era Lucy. Bruce, Miguel, John, papá Luke, papá Nike, Richard, mi tío Gerald y yo acudimos corriendo al Kilmourne.
   Enseguida la vieron llorando torrentes mirando al río. La luminosidad era suficiente para que todos pudieran notarlo. Su cuerpo sin vida se había quedado enganchado a unos juncos anexos al Puente del Menhir. Era evidente que se había ahogado. Su hermano lanzó un segundo grito desgarrador.
─“Olivia, cariño. ¿Por qué? ¿Por qué tengo yo que ser el último de los Rivers? Tú valías más que yo.”
─“Quedamos más Rivers, tío.” –fui capaz de decirle entre mis lágrimas desatadas. Nunca había llorado así.
   Permanecimos todos como estatuas horrorizadas sin saber qué hacer o qué decir. Sólo la voz de mi padre Nike, que dijo algo simple, pero de su misma simpleza, espeluznante.
─“Sopla el ábrego. Pero ya no te molestará más, querida Olivia. Ahora cada vez que sople te recordaremos.”
   Mi padre Luke estaba completamente en silencio abrazando también a mi madre con sus lágrimas y con una catarata de recuerdos, me confesaría días después, que se le habían venido a la mente. Pero rompió su mudez para decirle de repente a Nike.
─“Saquémosla del agua, amor mío. No se puede quedar ahí.”
   Con dificultades la llevaron a la orilla y al verla en la tierra todos parecieron ponerse de acuerdo y se persignaron. Su hermano estaba congelado, como incapaz de sentir, pero todo se le estaba muriendo por dentro. De todos modos, fue capaz de decir.
─“Soy ya muy mayor para encargarme de todo. Pero aquí al lado, en Alder Street, esquina con Temple Road, vive mi amigo Harry, que trabaja en una funeraria. Él me ayudará con todo. Dios mío, dijo cuando ya se marchaba, por qué, por qué, tú valías más que yo, cariño. La muerte no ha sido justa.”
   Quizá el corto paseo lo ayudara a sostenerse un poco, pero en breve tiempo regresó llorando, y se sentó un segundo en la hoguera con todos, menos con Lucy, que seguía en el río junto al cadáver de su madre. Al poco tiempo llegó una ambulancia que se llevó sus restos mortales a un tanatorio recién estrenado al sur de St Alban’s Road. Y todos nos fuimos allí.
   Esa noche amarga todo fue lágrimas y Luke y Nike no sabían cómo consolar a Lucy. Me acordé de mi hermano, que no lo estaba viviendo. De mi abuelita Maudie, mi única abuela ya, a la que tenía que recordar escribir para contárselo. Tanto la había querido y mis dos abuelas habían sido como hermanas. Allí estuvieron también Nigel y Peter; Sarah Protch con su hija Crystelle y su yerno Tristan; Anne-Marie Jones y su marido. Mi padre Nike rompió el silencio lacrimoso para decir:
─“Ahora soy el sexto. Pero me niego a no contar más a la señora Oakes y Olivia, y toda la vida seré el octavo.”
─“Y me temo que yo ahora soy la primera –dijo mi madre-. Amargo numero el 1. Prefiero quedarme toda la vida con el 3. Era hermoso tu número 2, mamá. ¿Qué voy a hacer ahora sin ti?”
  El funeral fue en el cementerio del norte. Ya descansaba junto a su hermana. Las dos estaban ya juntas y en paz. Gerald se seguía lamentando de ser el último pero reposaba en el pensamiento de que se habían tenido durante casi 20 años. Lucy recordó las palabras de su madre cuando el funeral de su señora, pero asimismo que Olivia había preferido siempre la palabra ave:
─“Ave, mamá. Siempre volando en paz a merced de los vientos, hasta que el último soplo te ha llegado. Pero los vientos esparcen las semillas y los que somos tu simiente te hemos de seguir. Ya os perdí a tu señora y a ti, pero he de vivir, pues tengo mis frutos y el ciclo de los Rivers debe continuar.”
   A aquellas palabras amargas le siguieron todos en cascada. Bruce, Miguel, John, Luke, Nike y Richard pusieron sus vocablos  de homenaje eterno y su hermano Gerald y yo cerramos el cortejo. Después volvimos a la Mano Cortada a seguir llorando. Mis padres pensaban que había que informar a mi hermano, que en su última carta contaba que seguía en El Salvador trabajando y sintiéndose realizado. Así que decidimos escribirle y nos respondió con una sentida misiva que habría leído con placer mi abuela. Pero nos contaba que acababa de casarse. Había conocido a la profesora sustituta de matemáticas, Ermelinda Andrea Cálix, y se habían casado el 15 de octubre. La carta nos llegó a principios de noviembre. Mi madre parecía estar algo más serena y se alegraba de que su hijo tuviera ya esposa. Nuestro pequeño rey nos contaba que seguiría en El Salvador, llorando por Olivia pero feliz por haber encontrado la felicidad en su mujer. Richard decidió pasar esa noche en la Mano Cortada junto a sus compañeros.
   No fue fácil hacer que se consolara Gerald, pero gran apoyo fue para él, quien lo dijera, Richard Protch y su mujer. Estuvieron día a día con él en ese duro invierno del año 59. Pero Richard le decía:
─“Hace años que somos amigos, Gerald. Quién nos lo habría dicho a nosotros en los severos años de la cárcel. Pero después tu hermana ha sido mi compañera. Podía haberme aborrecido y sin embargo siempre nos hemos querido como compañeros y hermanos. Y ha estado muy cerca de mí al final, como si supiera que en estos amargos momentos Lucy y tú me fuerais a necesitar.”
   Y ya los antiguos enemigos se abrazaron y supieron que serían amigos hasta el fin de sus días. No fue tan fácil consolar a mi madre. Hablaba un día con mi padre Nike y yo oí su conversación. Conversaban sobre el que desde hacía años era nombrado como el montículo de Olivia.
─“No sabré nunca qué ha sucedido. La vieron caminar cruzando el Puente de los Caballeros, como si fuera al barrio de Arcade. Pero allí no conoce a nadie.”
─“Pudo haberse dirigido al norte de la Alameda de Umbra Terrae o haber ido a la Colina de los Caballeros. ¿Qué te preocupa, corazón mío?”
─“Ya no existe el puente Rage. Pero sigue habiendo puentes para… ¿Tú crees, Nike, que se ha quitado la vida como mi padre?”
─“No tenemos por qué pensar que haya sido suicidio, como tu padre. O como mi padre, corazón mío. No sabía nadar. Nunca quiso que la enseñara. Pudo haber estado contemplando el Puente de los Caballeros y haber caído. Sea como sea, la muerte es un segundo y del modo que sea todos hemos de vivirla. Se ha ido para siempre, pero los últimos años, hablando con ella, sí se reconoció en ocasiones una mujer feliz. Ahora quiero verte a ti saliendo de esta crisis, Lucy, mi vida.”
─“Estos días vivo como puedo, corazón mío. Me ocurre que es difícil seguir adelante sin una fe, y sólo me sostengo por Luke, por ti y por nuestros dos hijos. Es imposible comprender a Dios a veces.”
─“Es imposible. Dios es inefable. Pero después de tantos años recorriendo las calles, yo lo veo como su representación: Dios es como la calle.”
   En diciembre se la veía ya más calmada. Pero el año había de terminar con un nuevo dolor. Mi madre tenía una cara más serena, pero por dentro llevaba un temor que un día se atrevió a expresarle a Luke.
─“Parece, mi amor, que nos estamos yendo en orden cronológico, y ahora debería tocarme a mí. Es un viento interior que me abrasa, como si ahora tuviéramos que enfrentar un nuevo vaticinio.”
   Y antes de que acabara, el año 59 vino con nuevo zarpazo. Pero mi madre se equivocó y la muerte se saltó dos puestos. Le pasó por alto y respetó también a Bruce, pero se detuvo en el quinto motivo de Verôme. El año estaba próximo ya a pasarle el testigo al 60, pero antes de ser sexagesimal, iba a derramarse como empezó, con lágrimas. La mañana del 28 de diciembre Miguel al despertar le dijo a John que lo dejara un rato más, que no se encontraba del todo bien. Y se besaron. Ese sería el último beso. Hora y media después John entró a despertarlo y lo halló sin vida. Parecía mirarlo con amor, como pidiéndole perdón por haber escogido Cástor, el gemelo mortal.
   John estuvo todo el día perdido, paseando y llorando. Apenas se tenía en pie en el funeral, también en San Albano, pues en el país de Miguel casi todo el mundo era católico. Fue enterrado  muy cerquita de la señora Oakes. De regreso a la Mano Cortada allí estuvieron toda la tarde los Proscritos, los que ahora eran. Vincent McFarlane había hecho las paces con su hermano Kenneth, que acababa de enviudar, y lo recogió en su casa con su mujer, porque al final se había casado con Katie, ya Katie McFarlane, y se habían ido a vivir a Evendale. Venían a menudo a ver a los Proscritos que ahora eran y a sus vecinos de la Mano Cortada. Enoch Reed había tenido varias parejas, pero ninguna le salió bien, y se conformaba con llevar su vida como podía siendo recepcionista en Earthkings. En cambio Evelyn Mills y Loraine Sparrow habían pasado toda la vida juntas e incluso se habrían casado de haber podido. Eso comentaban en la hoguera de aquella noche amarga.
─“Miguel y yo llegamos a planteárnoslo. Él tenía doble nacionalidad y en su país ya es legal que dos hombres se casen. Alguna vez lo pensamos. Pero nunca lo hicimos. Ahora no debo meditar nada más que en él y no es justo que piense en Mthandeni, mi primer amor, pero me sigue escribiendo. Parece ser que ha pasado la vida al lado de un tal Daniel Berasaluce, y al final, cuando salió la ley que permitía el matrimonio entre dos hombres, se casaron.”
   Pero los Proscritos habían cambiado. En la Cañada de la Sangre, tras la muerte de Sheila, había comenzado una diáspora. Myra, Sue y Elliott se fueron marchando, dejando solos a los hermanos Spence. Nathan y Joey nunca se fueron de la calle y en tanto se tuvieran el uno al otro seguirían allí. Pero se habían juntado a sus vecinos los Proscritos y ahora eran Enoch, Evelyn, Loraine, Nathan y Joey. Al marcharse Vince, Nike se quedó como único propietario de la “casa” de Henry Shaw, hasta que decidió ponerla también a nombre de Evelyn Mills y de Nathan Spence, que estuvieron de acuerdo con él.
  Al final los Proscritos se fueron y los manos cortadas permanecieron todos un rato más con él, que había decidido quedarse hasta que apareciera Cástor en los cielos. Y cuando al fin lo vio, lloraba verdaderamente derrumbado.
─“Quisiera ir por ti, Miguel, y si tuviera que ir al infierno y pudiera rescatarte, a él iría a traerte de vuelta o a quedarme allí contigo.”
    Mi padre Nike se acordó de unas palabras del cuento de Luke y después me las comentaría: Con Pólux, hijo de Zeus, manteniendo su voluntad de entrar en el Hades y rescatar a Cástor, su gemelo, y volverlo a la vida. Al final se quedó a solas con Bruce, y aún se veía incapaz de retirarse a dormir, ahora ya nunca más con su pareja. Su viejo compañero le hablaba.
─“Estaba recordando unas palabras –decía mientras lo abrazaba con fuerza- que a Luke le gusta repetir. Este duro invierno ha servido para abrumar nuestro corazón y no romperlo.”
─“Está casi roto, Bruce. Anoche no dormí y esta noche no sé si voy a ser capaz. Si no lo consigo, escribiré a Brenda Dolores. No ha tenido hijos y con ella se agotan los McDawn. Pero qué frío, qué soledad, qué dolor.”
─“Estaba pensando, John, que puedo dormir contigo. Ya soy muy viejo para aprender ciertas cosas. Mis cuatro compañeros hombres se han emparejado con hombres, aunque dos de ellos también con una mujer. Yo he vivido siempre sólo. Mis dos amores ya se fueron. Quizá mi vida habría sido distinta con un hombre. Pero ya no puedo hacer nada.”
─“Eres sabio, Bruce. Pero no digas tonterías. Cada uno es como es y en paz. A ver si vas a pedir perdón porque te gusten las mujeres.” –y fue la primera vez que John fue capaz de sonreír.
─“Puedo hacer algo, sin embargo. Toda la vida solo en la calle también cansa. Bueno, yo no soy Miguel ni lo puedo sustituir. Pero podíamos ir juntos por la Ciudad, John. Podíamos ser compañeros. Y lo que nos quede lo viviríamos juntos. No como pareja, pero sí al menos como pareja en la calle. Y hablaríamos de Miguel a todas horas. Yo también lo voy a echar mucho de menos.”
   No fue fácil convencerlo, pero aceptó. Incluso pasaron la noche castamente juntos. Días de frío en el corazón en los que John acababa de perder a su pareja, pero había ganado un compañero.
   Y con dificultad fue serenándose a su lado. No habría soportado la soledad, pero iba con un amigo a la calle, sólo a la calle. Estaba ya casi desdentado, pues nunca quiso ponerse dentadura postiza. Después de una semana, ya fue capaz de dormir solo, aunque necesitara una hora al menos de lectura. Se leyó de nuevo el último libro que Miguel había terminado, El Señor de los Anillos. Recordaba cómo su pareja prefería el personaje de Aragorn y él prefería el de Sam. Pero al fin habían llegado juntos al Monte del Destino y Frodo había tirado el anillo al volcán.
   Ese año 60 todos se lo leyeron y se hicieron verdaderos tolkienianos. Hasta repasaron el Silmarillion y el Hobbit, ansiosos por devorar más de ese mundo que había creado J.R.R. Tolkien. Con la dignidad de toda una vida había logrado crear un orbe fantástico  con la habilidad de hacerlo verosímil y hasta era creíble que ahora estuviéramos en la Cuarta Edad y que hubiéramos tenido una prehistoria con elfos, enanos y hobbits compartida y uno se lo leía y no tenía problemas en creer que el destino de la humanidad dependiera de que se tirara un anillo a un volcán. Magistral Tolkien. Su mundo fantástico alumbró el siglo XX y seguirá dando luz por siglos.
   El año 60 sin embargo trajo nuevas vidas. Nigel llegó un día al Arrabal con dos gatos, hembra y macho, que había encontrado desnutridos y mustios cerca de las montañas. Hablaba con Nike.
─“Me los voy a quedar, Nike. Ahora lo importante sería buscarles nombre. Pero no caigo en más nombres con Te-”
─“Ni yo tampoco Nigel. Pero se me ocurrirían otros nombres, uno de hembra y uno de varón, muy cercanos a nosotros, si nos saltáramos una consonante en el alfabeto y dejásemos la vocal, o sea Ve-”
─“Dime qué se te ocurre.”
─“La gata podría llamarse Vera y el gato Verôme.”
─“Sería perfecto volver a ver a vuestra vecina la Proscrita y también de ese modo podré hacer lo que habéis hecho todos vosotros: mirar a Verôme a la cara. Me gustan esos nombres.”
   Y todos conocieron esa noche  a Vera y Verôme, que como habían hecho todos los gatos anteriores prefirieron enseguida a Bruce y a Nike.
   El verano del año 60 ya estaba próximo al equinoccio de otoño cuando un amanecer de fuego vieron subir la cuesta a Paul. No venía sólo de El Salvador. Traía a una hermosa joven con él. Era trigueña y voluptuosa, con suficiente energía como para acompañar al pequeño rey con optimismo toda la vida. Aunque quizá ya no debían llamarle pequeño rey. Con ellos venía también en los brazos de su padre su continuación en la tierra.
─“Éste es mi hijo, Régulo se llama. Pudimos registrarlo con ese nombre. Nació el 31 de julio, entre vosotros y nosotros. Y también es Leo. Su madre y yo nos hemos estado informando de las estrellas de Leo y le hemos dado dseta leonis, Adhafera.”
   Adhafera, dseta leonis, gigante blanco-amarilla situada en la melena del león. Parece que su nombre quiere decir rizo y ya se le veía alguno al pequeño Régulo, la nueva savia de mi familia. La selva proseguía con nuevos leones y me estremecí al ser consciente de que ya tenía un sobrino.
    Paul se quedó un rato mirando con los ojos llorosos la que había sido tienda de su abuela y se sosegó pensando que ella se alegraría de no haber conocido su muerte. Después se fundió con John en un sentido abrazo y las palabras no hicieron falta.
─“Ahora es el turno de tu generación, Paul.” –le dijo John.
   Ermelinda Andrea Cálix era batalladora y estremecía tener a esa mujer incansable como parte de la familia. Se veía bien que iba a ser cómoda la relación con sus suegros. Régulo dormía feliz en el comienzo de su viaje por la vida y toda la familia lo miraba embelesada. Nike dijo de repente lo que seguramente mis tres padres estaban sintiendo.
─“Ya somos abuelos.”
   Los Tres se abrazaron. Habían gozado de años de felicidad los tres juntos y su sangre se seguía renovando. Paul volvió a hablar.
─“Hemos estado un tiempo más en El Salvador para que lo conociera un mes la familia de Ermelinda. Y para registrarlo correctamente. Le hemos podido poner mis tres apellidos y el apellido de su madre. Así que vuestro nieto se llama Régulo Prancitt-Rivers-Siddeley Cálix. Este año al menos lo pasamos en este país. Y yo creo que ya nos quedamos a vivir en Washington Street, 21.”
   Comenzaban días de vida, de arroyos de sangre renovada, de esperanza y felicidad. El Arrabal de la Mano Cortada seguía brotando fértil nuevas simientes y parecían reír estrepitosos nuevos días sin niebla, puros y cálidos.

4 comentarios:

  1. Voladura del puente Rage y final inesperado del penúltimo Rage...
    Encuentro inesperado de Lucy en un funeral con un ser con el que no se saludará...
    El pequeño Rey allende los mares: trabajo y amor.
    Enorme y profunda pena con una muerte por mucho que se esperara. Quizá no con ese trágico final. Desolación, llanto... Lucy: amargo número 1.
    Todavía en el año 59 y sin recuperarnos aún, otro final -esta vez inesperado, un nuevo zarpazo del destino de nuestros personajes que nos conmociona...
    Mthandeni se casa con un tal Daniel Berasaluce (un claro guiño del autor)
    Año 60...se hacen tolkienianos, podríamos decir...
    Vera y Verôme, nuevos compañeros de Nigel.
    Los 3 son ya abuelos...abrazos, emoción.
    Inor

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  2. Más acontecimientos inesperados y dolorosos. La muerte de los que un día fueron matrimonio, un hermanastro que volverá al sitio del que no debería volver a salir.
    La muerte de Miguel y la soledad de Jhon.
    Pero la alegría del nuevo vástago, eso siempre es motivo de seguir adelante.

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  3. La honra es la nobleza del cielo, así como el honor es la nobleza de la tierra. La honra se alcanza con hazañas por un servicio a un ideal terreno; el honor, no: el honor ya lo tiene uno al nacer. Solamente debe conservarlo y no perderlo. Quien mal hace, bien no espere, William Rage es uno de los primeros adioses de este capítulo. Era el estertor de los días del puente Rage, que llevaba su nombre y en sus piedras grabado su destino. Sin honra ni honor así murió, como vivió, y allí el lobo dio su postrer aullido, esta vez lastimero y desesperado. El exmarido de Olivia y padre de Lucy, no dejo un recuerdo grato, solo Lucy leyó en su conciencia la necesidad de despedirse de aquel padre que nunca lo fue, un respeto que él nunca tuvo. Bart también estaba allí, una muda mirada, un instante frío le dedico su hermana.

    Ay como me doléis, Olivia, Miguel, hermosos, bellos personajes, que última palabra decir, mi alma entera ha vibrado en vuestra intangibilidad, tan radiante, otra salve por vosotros, quizás los dos momentos más intensos de todo este relato. No tengáis, no tengo, queja pues el autor se ha esmerado en vuestro adiós, en los diálogos que acompañan vuestra perdida, y aunque pérfido con el lector por quitarle el placer de vuestra abstracción, este mismo leyente le agradece por haber creado vuestras dos almas, vuestras vivencias claras y serenas, y también vuestras penurias, y en su último homenaje os ha dedicado un epílogo, un ejercicio metaliterario donde subyace toda vuestra hermosura, sois dos miembros de una saga que nos ha aportado el gusto por la lectura. El autor nos sitúa ante nuestras querencias literarias, sin resquicios, y es cuando uno se da cuenta del vacío que habéis dejado, porque duele, porque la ausencia importa.

    El autor vuelve a enfrentar al lector ante sus propios sentimientos, sabedor del amor forjado, capítulo a capítulo, hacia sus personajes. En un recorrido que produce distintos estados anímicos, desde el inicio con la muerte de William Rage, introduciendo un matiz, la conciencia de Lucy, y un destello opaco, la indiferencia hacia su hermano Bart, dos puntos que invitan a la reflexión. Parece suavizar la intensidad con la partida del quinteto de El Salvador, pero es apenas un instante, Olivia es encontrada muerta, un alto estado de tristeza invade la narrativa y al lector, se vive el duelo en el entierro, en la salve de Lucy y en la narrativa que acompaña y detalla cada rotura de alma en cada personaje, relatado con cariñoso respeto, tiene momentos brillantes en algunos pasajes y tiernamente sentidos en los diálogos, pues pareciera que la muerte pueda verse atravesando el espíritu de todas las cosas, y de los mendigos de ojos húmedos oír su voz mojada. Sin duda ya zaheridos por la fuerza de este devenir el lector espera, y ruega, por un oasis de tranquilidad, tranquilidad que encuentra en el fluir narrativo que nos acerca al próximo rasguño. Siempre prisionero del relato, la más luminosa de las perdidas se produce, Miguel, y con John sentimos el dolor de su gemelo, la mano tendida de Bruce que viste su desnuda soledad, un bálsamo que refresca la herida, pero no llega a calmar el dolor. Pero el autor no nos puede dejar dolidos, Régulo ha nacido, el hijo de Paul, sangre de todas las sangres del Arrabal es presentado, y con esta alegría acaba un capítulo......

    ..... de universos a pie de letra, de saber del alma más de lo que sabe el cuerpo, del entorno herido y desgarrado que nos conduce a la herida inmediata para luego acercarnos a la herida íntima. Una de las grandes virtudes literarias del autor, y aún no referida, es el dominio del tempo en sus historias, la sabia dosificación de intensidades en el torrente narrativo, en este capítulo queda patente este dominio, picos y valles que seducen y atrapan al lector, para con solvencia y habilidad arrancarle la conmoción, estilo directo, sencillo, rotundo, creando una atmosfera general del capítulo con intensidades variables que son rebajadas aquí o allá según el momento literario.

    Pol

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