CAPÍTULO XIII: DOS MORDISCOS



   Me hallaba aún algo amodorrado, pues creo que tras el café volví a dormir un poco, y quizá, en un letargo tormentoso, me despertara bruscamente, tal vez gritando. Supongo que serían las 9 de la mañana. A esa hora, la visión de una cara nueva me atacó tan inesperadamente como una borrasca de viento cálido. El recién llegado era un hombre que tendría, además de más o menos mi edad, una estatura similar a la mía, o acaso fuera algo más bajo. El pelo castaño y ojos marrones, una chaqueta de pana beige, pantalón y botas marrones, y una camisa clara bastante sucia que, sin embargo, parecía retener la luz del día. Parecía un tronco bien aferrado a la tierra. Así lo vi por primera vez, reteniendo el primer sol en sus desgastadas vestimentas y en su radiante sonrisa. Olía algo a sudor y bastante a mugre, pero su alma pugnaba por asomar a través de su hollín. Todavía semidormido, mi pensamiento extravió su claridad y erré al saludarlo:
−“¿Bruce?” −pregunté esperanzado.


−“No −me dijo tendiéndome la mano, que estreché con calor− Luke. ¿Esperabas encontrarte con todos?”

−“Deseaba conoceros a todos. Perdona la confusión.”

−“No hay razón para ello. Yo también me he saltado el orden cronológico por el que íbamos a pasar a saludarte, una vez que supimos que querías vernos −en su mirada se adivinaba cierta turbación, como si fueran a reprochárselo− pero imagino que ya sabes que los demás estábamos vigilantes en la puerta por si tu estado de salud empeoraba, y creo haber oído un grito.”

−“Es posible que haya tenido una pesadilla. Bien, déjame intentarlo de nuevo. A ver si esta vez acierto −me aventuré− tú eres el séptimo y estás casado con Lucy, que creo que es la tercera.”

−“Es efectivamente la tercera −su sonrisa me transmitía seguridad. Tuve la impresión de que con él no habría temas de los que no se pudiera hablar− y es verdad que estamos casados, pero por las leyes de la Tierra, sin ningún papel que lo acredite. Pero es mi mujer, y ya habrás oído que vamos a ser padres muy pronto.”

−“Sí, lo he oído −y tenía que decir algo urgente que no se entendiera como que censuraba esta situación. Pues es cierto, Protch, que no tenía nada que objetar, y menos al conocer a Luke y más tarde a Lucy− y ¿tenéis pensado un nombre para el niño?”

−“Sí. Tenemos decididos dos nombres: si es niña se llamará Kirsten, como la hermana de su abuela, la madre de mi mujer; si es niño, Paul, como mi padre. Pero es posible que pienses que no es lo más sensato traer un hijo a este lodo.”

Era la primera cuestión difícil a la que me hizo contestarle. ¿Cómo hallar una respuesta sin ofenderlo y que además expresara mi propio pensamiento?
−“¿Y por qué no? −respondí con bastante convicción, pero mi cara transparente tuvo más efecto que mis palabras− Para traer un hijo a la vida, la única seguridad que deben tener unos padres es que van a quererlo, y a saber cuidarlo, y de eso estoy seguro.”

−“¿Sabes lo que se comenta de ti?”

−“Supongo que nada bueno. Hace años ofendí a Miguel, pero sobre todo a John. Ojalá pudiera desandar mi camino empedrado de ofensas −dije avergonzado− pero Miguel y John han sabido darme una bofetada muy necesaria.”

−“¿Una bofetada?”

−“No me he sabido explicar. Es como si me hubieran dado estos tres días un cachete de los que se les dan a los que están dormidos, diciéndoles algo así como: despierta, niñato, que hay una vida plena, como un océano de belleza, que te está esperando.”

−“Lo de que los hubieras ofendido no lo sabía. Sin embargo eso explica mejor que ahora sólo tengan buenas palabras hacia ti. Es cierto que estos tres días todos deseábamos conocer a Nicholas, o a Nike, como ahora sé que prefieres que te llamen. Pero teníamos ciertas referencias. Más que las palabras era que… a ver si lo sé expresar, sí, que en las caras de nuestros dos compañeros se notaba que estaban impresionados. Así que tranquilízate si has pensado que podíamos habernos formado una mala impresión de ti. Por cierto, todavía no te he preguntado cómo te encuentras.”

Después de informarlo sobre esta cuestión, y de que él me explicara que ahora, con su mujer embarazada, él iba a la calle mañana y tarde, añadió:

−“Pero me puedo quedar un buen rato a hacerte compañía, si en verdad lo deseas.”

Lo necesitaba. No sólo porque no quisiera estar solo, sino porque aunque desde el primer momento sentí que aún ignoraba todo sobre este desconocido, y que ciertas cosas sobre él podrían, quizá, molestarme, a pesar de todo su compañía sedaba. Es difícil explicarlo, Protch, pero todo empezó porque nos necesitábamos. Y el camino entre necesitar y querer tiene un trayecto corto. Tenía que preguntarle lo que desde hacía varios días me estaba intrigando:

−“Luke… déjame hacerte una pregunta. Verás, espero que no te ofendas, pero Miguel y John estos días no han dicho ninguna palabra y… es esto: ¿Con qué nombre te definirías a ti mismo?”

−“¿Con qué nombre me definiría? −no pareció entenderme, pero no tardó demasiado en ver claro− ah, comprendo. Quieres saber qué nombre le doy a mi, digamos, profesión, ¿no?”

−“Sí, eso es”

−“No me ofende −me tranquilizó−. Mendigo, desde luego. Es lo que yo digo al menos, pero no creas que todos los que lo son la usan. Hay quienes prefieren dar un largo rodeo y decir algo así como “los que vivimos en la calle”, o quienes prefieren no decir nada. Verás, no todos los mendigos viven en la calle: unos cuantos permanecen con algún pariente en algún hogar con buen techo, pero la necesidad les hace luego extender la mano, que creo que es de donde viene el nombre de mendigo. Aquí la usamos todos, Miguel y John también. Si no te la han dicho sería por respeto a ti. Podría ofenderte pasar unos días con gente que usa esa palabra −como observara una protesta en mi, de nuevo, cara transparente, añadió−: pero como no parece tu caso, puedes llamarme Luke, o puedes llamarme, sin ofensa, mendigo. Lo que te vaya pidiendo el corazón.”

Era inútil que no dijera lo que pensaba:

−“No sé si tengo corazón, Luke”

−“Vamos −me objetó con una sonrisa que traspasaba la carne−, todo el mundo lo tiene.”
−“Supongo que así será. O quizá es que no sepa dónde lo tengo. No me refiero al habitáculo, sino a la asociación que suele hacerse entre él y los sentimientos. Quizá, si los he tenido alguna vez, los he perdido. Bueno, perdona, no quiero molestarte con lo que, seguramente, no habrá de interesarte.”

−“Tal vez pueda entenderte mejor de lo que piensas, y desde luego no molestas. También he pasado por algo similar, o digamos que todavía estoy pasando. Pero créeme si te digo que el corazón siempre se encuentra. Acaso tengas el temor que tengo yo a volver a perderlo.”

−“Será mucho más fácil perderlo en mi lugar, entre los tiburones. No sé si Miguel, o sobre todo John, os han dicho algo sobre a qué me dedico −su mirada, también a veces transparente, me dio a entender que sí−. Tiburones: así acostumbran a llamarnos. Y están en lo cierto. Como estos escualos, somos algo depredadores, engordamos con la sangre ajena y nuestros dientes pueden destrozar. Los demás se nos apartan y se aterrorizan; con razón, pues no sólo devoramos cuando tenemos hambre. Es un nombre despectivo, pero sin duda muy apropiado. Y ha venido, en mi caso, con un añadido de lengua viperina, desdeñosa con todo el mundo. Creo que la palabra que me define es arrogancia. Y he tenido, sin duda, mi justa recompensa: soledad, dolor y vacío.”

−“Nike −me dijo con calor, transmitiéndome calma− el corazón perdido aparece así, con la primera sangre. La que le bombea la primera autocrítica −y suspiró−. Tienes corazón. Tú, al menos. Quizá yo también. Me ha estado funcionando los últimos meses. Pero quisiera saber algo más. Parece que contigo se puede hablar de todo.”

Era lo mismo que yo había pensado de él. La primera impresión que me produjo Luke es que, aunque aún no sabía por qué, nos parecíamos bastante. Los dos teníamos esa inconfundible aversión a lo que habíamos sido. Por esa razón, aunque tardé algún tiempo en saberlo, también para Luke yo era necesario. Era como si al contemplarme, estuviera observando la misma penumbra.

−“Pero me gustaría saber algo más sobre tu nombre; no lo había oído antes.”

−“Yo tampoco −quizá fuera la primera vez que fui capaz de sonreír−. No lo sé con certeza. Como ya sabrás, me llamo Nicholas, pero no había oído designar así a nadie antes. Creo que una antigua sirvienta me lo transformó en Nike. Y aunque quizá he oído rumores sobre el por qué, no estoy del todo seguro. Algo que ver con victoria, creo. Si es así, erró. Toda mi vida es fracaso.”
−“Nike −interpuso al ver mis continuados ayes− basta de lamentos. Me estoy preguntando… sí, tengo tiempo… pero no sé el que tú estarías dispuesto a dedicarme sin que yo consiga agotarte. En realidad, me gustaría contarte la historia de mi vida. ”
Cada acontecimiento de aquellos días era como uñas abiertas preparadas para hacer una dolorosa incisión en la carne. Todo conseguía atravesar mis músculos y al entrar me laceraba, pero fue justo entonces cuando empezaron a desgarrarse. Después de tres días en que había tenido un nuevo comienzo, el día en que cumplí 29 años comencé de nuevo. Me gustaría contarte la historia de mi vida… Luke temía que hubiera partes que yo no quisiera oír, episodios de los que se avergonzaba. Y yo… fui como esa playa casi dormida que observa aterrada la gigantesca ola que puede devastarla, como el monte que avizora la que toma por perniciosa manada que la desposeerá de sus pastos. Pero la costa no sabe que la lengua furibunda limpiará su arena; ni el monte conoce que del ataque del enfurecido rebaño llegará la nueva cosecha. Comencé de nuevo sin saber que nadie nos acerca una brújula para la hora de desorientación más profunda. Le prometí escucharlo; no sabía si tenía sentimientos, pero parecía que del corazón buscado surgieran mordiéndolo los primeros radios.

Comenzó narrando los hechos que ya te he contado, pero dígase algo más, porque falta una perspectiva. Si no te voy explicando lo que iba sintiendo, nunca podrás conocerme. Su vida, resumida, ocupó poco más de una hora y agradecí que él me creyera digno oyente para conocerla y, llegado el caso, juzgarla. Desemejante y, sin embargo, tan similar a la mía. Fui encontrando casi sin proponérmelo paralelismos con mi camino tenebroso. Y me movía lo que ya había intuido que era mi necesidad: alguien a quien rodear con los brazos de mi afecto, a quien querer sin barreras de circunstancias o apellidos. Fue una nueva mordedura, la más inesperada. Porque el peligro de querer sin que nadie te lo haya explicado, y sin la seguridad de tener latidos, es que la sangre confunda las venas y extravíe el camino. Quizá porque amar siempre comience así, en una encrucijada preparada con mimo, pero tal vez para otros viajeros, y uno se halle en la senda por azar, en busca de otras flores, y observa que las rosas mueren y llega su embestida. Pero el agua que fertiliza viene sin que la tierra sepa que ha de empaparse para poder florecer, y yo no sabía que su agua fructuosa había de ser lluvia.

Fue su infancia, como casi todas, una felicidad inconsciente de sí misma. La nebulosa de sus primeros pasos disolviéndose en su primer regalo. A sus cinco años el vientre fecundo de Margaret, su madre, se abrió destapando la cinta que envolvía su más preciada sorpresa: su hermano James Prancitt.

−“Es que me llamo Luke Prancitt” −me aclaró.

Pero a veces es preferible un reloj parado a que sus agujas vuelvan a moverse, porque el ciclo de sus manecillas siempre termina marcando la hora del dolor. A punto de entrar en la adolescencia, todavía la vida imberbe, el huracán imprevisto de una madrugada cruel se llevó para siempre la fértil maquinaria del corazón ajado de su madre.

Un valle de lágrimas que no desembocaba en ningún paraíso, prometido o imaginado. Y a Luke no le importó llorar sin disimulo, evocando aquel tiempo de soledad helada. Y sin darme cuenta mi hielo empezó a cristalizarse con el suyo y formó el primer rombo con el que él y yo acabaríamos montando una vidriera. Él la había conocido y la lloraba. Yo nunca tuve el abrazo de mi madre. Pero los dos éramos hijos de la misma ausencia y nuestras lágrimas durante tanto tiempo habían carecido de la misma sal que nos cicatrizara. Sentí como mío su desierto y la sangre de este mendigo, que sí tenía corazón, empezó a bañarme.
Después vino la búsqueda de una fe, difícil de encontrar porque la había perdido su padre. Ya no bastaban los libros sagrados. Fueron años llamando a todas las puertas para limosnearla y todas se hallaban hostilmente cerradas. En esas condiciones mal podían sus pies doloridos ser bastón para su padre. Sólo podían caminar titubeantes hasta una juventud que le había llegado prematura y agrietada. Sin salidas y sin fe, buscó su imposible aliento en el ejército del aire, donde el hálito de una estabilidad sin creencias firmes a ratos soplaba en su desprotegido paracaídas.

Pobre llama que tímidamente alumbra antes de encontrar su vela. ¿Qué se hizo de ti, pobre Nicholas, destinado a morir antes de llegar a viejo, porque quisiste parir al niño Nike, que pugnaba por nacer entre plañideras? ¿Qué fue de tus suntuosas alcobas? ¿Dónde habías perdido tus olvidados predios? Si toda mi vida era frío, seguramente había ido de viaje en viaje en busca de calor y había dejado olvidadas las astillas con las que Luke fue preparando una inesperada hoguera. No sé si para no quemarme aparté algo el rostro de su fulgor para que él no pudiera notar que su luz había logrado alcanzarme y su calor me estaba abrasando. Aunque un relámpago había rasgado mi cielo por sorpresa, me había dejado tiempo suficiente para ver qué tierras se extendían abajo, en la llanura, anticipándome una larga y necesaria reflexión que mientras lo oía aplazaba, pero que esperaba su turno estremecida. Porque si lo que acababa de ver era cierto, y ¿cómo era posible?, la llanura entrevista estaba regada por inesperados ríos. Por eso te digo, Protch, que te cuides bien del mendigo Amor, que tiene el hábito a veces de reptar en nuestras míseras tiendas, pero que nunca fue educado en nuestra paciencia, y puedes hallarlo acomodándose en el salón cuando aún te hallas debatiendo si dejarlo pasar al vestíbulo.

Moby Dick me había despertado la querencia de leer, pero la literatura de Luke me estaba llegando sin libro. Honradas páginas que no buscaban transcender sino ayudarme a explicar y comprender. Y me dejaba ser ese lector con dignidad que merodea en los mismos paisajes, esperando nadar contigo en las mismas aguas, si templadas están las olas. Y acaso él estuviera leyendo conmigo, implacables voraces a la espera impaciente de nuevos capítulos. Y nunca he cerrado las tapas del libro Luke, cuyas hojas aún no he terminado de descifrar. Así que aún ignorando si tenía corazón, pero bruscamente suplicando que ese mendigo no pudiera captar en qué insólita dirección comenzaba a latirme, devolví mi atención a sus palabras.

Todavía esperando que una fe ineducada se posara en la campana de su paracaídas, distraído mientras olía el viento de la altura, un nuevo hachazo casi consiguió que se estrellara. Y no muy seguro de que yo quisiera oír lo que seguía, interrumpió su relato en la muerte de su padre para decirme:

−“No pensarás bien de mí cuando continúe, pero quiero contártelo. Mas no lo haré sin concederte la potestad de que me juzgues. Porque tú crees haber sido un miserable, pero yo sé que lo he sido. Nike, ¿alguna vez has oído la palabra bonehead? Yo ahora sólo digo calvo, pero la usé porque lo fui.”

Los shinheads fascistas y los antifascistas. Los boneheads y toda su mansión de fanatismo y desprecios. No me resultaba sencillo ver ni el fantasma de uno en Luke, que ahora era tan cálidamente arena y olas tranquilas. Pero yo no tenía argumentos para juzgarlo. Sólo veía al hombre en que se había convertido después, el que sin violencia estaba comenzando a ser el rojo de mi sangre. Así que lo oí sorprendido, pero en calma y con un quitasol que me protegiera. Iba empezando a intuir por qué había pensado que éramos tan iguales.

   No quiso usar conmigo máscaras ni compasión consigo mismo. Sólo vagamente me insinuó su profundo dolor y su falta de fe como las losas que habían instalado en su camino, el que lo fue llevando hasta el odio. Tardes perdidas de fútbol entre insurgentes paseos a la guarida de Churchway. Peleas enconadas con los punkies que no las rehuían, amistades que nunca lo fueron, pasos perdidos. Pero no conseguía ocultarme el desdén que ponía cada vez que pronunciaba calvo; ni pudo taparme que ya había pedido perdón a sus escasas víctimas, unas de las cuales se lo dieron, otras se lo negaron, pero no sabía que ya había saldado la cuenta al disculparse, porque el verdadero perdón nunca lo había esperado.

En ese río de sangre negra había pasado apenas seis meses, acechando mendigos incautos y pobres extranjeros, hasta que la descuidada pasión de Miguel y John los había llevado a olvidarse de donde estaban y a besarse ingenuamente en la calle mientras estos pájaros pasaban. Víctimas perfectas y claramente señaladas: dos hombres que entre harapos se amaban, doble signo de pecados imperdonables.

−“Pero si has tenido paciencia en llegar hasta aquí, Nike, te suplico que ahora me oigas. Porque mi cabeza pronto iba a recuperar su pelo. En mi hora más vergonzosa vino a encontrarse conmigo mi motivo de Verôme.”

Motivo de Verôme. No podía saber de qué me estaba hablando y así se lo hice saber. Y la explicación que me dio, Protch, aún la recuerdo letra por letra, y por recordarla tan bien, así te la vertí el primer día. Aunque posteriormente oyera nuevas definiciones de este espectro, ninguna, quizá, tan acertada. Pero tú no tienes por qué recitar los salmos que ya forman parte de mi biblia.

   Verôme lo aguardaba en la Colina de los Caballeros, donde Miguel, precisamente él, iba a transformarlo, recuperándole lecciones que ya no recordaba haber estudiado. Miguel desde entonces en su pupitre, y Lucy apareciendo de repente, en un recodo de niebla, para quedarse guardada en los libros del amor que iba a estrenar. Y a golpes de corazón, cuando recordó dónde lo había dejado, su decisión de ser padre y de quedarse, mendigo al fin, en una lona de sabiduría con ella, y otras cinco almas protegiéndolo en la misma explanada. Me habló también del breve tiempo de los Caballeros y de su traslado, algo renuentes, a aquel prodigio de la Mano Cortada. Y allí paró, diciéndome que no podía seguir sin mi juicio.

¿Y cómo podía yo censurar sin guía su camino de hediondas tinieblas, si de la misma cloaca habían surgido mis fétidas palabras hacia los mismos hombres?

−“No sé qué esperas de mí, Luke, pero lo siento, porque ni quiero ni tengo argumentos para juzgarte. Un día me oirás también de dónde me llega a mí el arrepentimiento. Y al punto oscuro de donde venimos ninguno de los dos querría volver, pero tú ya tienes otra carretera. Y si no fuera por su olor a alquitrán, que nos diferencia, yo diría que somos gemelos.”

Gemelos… Así empezaron los nombres que Luke y yo nos dimos. Muy diferentes habían sido los padres que nos habían ideado, pero una fue nuestra madre. Amamantados en la misma soledad, habíamos pisado el polvo de la misma senda y ambos buscábamos una bifurcación por donde salirnos de ese camino.

−“Nike −interrumpió mis pensamientos de forma inesperada−, ya te he contado mi historia. Y aunque tengo cosas que hacer, podría quedarme más tiempo. ¿Realmente deseas que me quede?”

−“Realmente deseo que te quedes un rato más −y no supe disimular lo que ya era consciente de que sentía−. Casi te lo suplico. Creo que nos estamos entendiendo muy bien.”

−“No me has dicho si mi historia te ha ayudado en algo.”

−“Sí… Luke, tengo bastante que reflexionar, pero me vale saber que no estoy solo, como yo creía, que hay otro ser humano que está atravesando por las mismas dudas. Me vale de mucho saber que tú ya lo has conseguido; ahora tendré que ver si yo soy capaz, o primero habré de ver si realmente hay cosas de mí que quiero enterrar. Podría ser que lo que cambio hoy, reaparezca mañana, y que nunca deje de ser el mismo capullo.”

−“No podía ser de otra forma −era su expresión más usada, como si fuera su fe que todo estuviera predeterminado−, todo lo que dices me resulta familiar. Revivo al verme de nuevo reflejado en tu angustia. Es como si te hubiera conocido toda la vida, y así nos estamos hablando. Como si fueras mi taumaturgo, mi cirujano, una esquirla que se me ha desprendido de algún cristal, como… no sé, sangre de mi misma sangre. Necesitaba conocerte.”

−“Te comprendo perfectamente. Yo siento lo mismo −no entendía cómo podía hablarle así a un perfecto desconocido, pero era lo que vivía−, es como si fuéramos hermanos.”

Hermanos. Yo no podía saber aún que estaba destinado a compartir con él los días de mi nueva infancia. Dos vidas paralelas. La ausencia de los mismos padres. Un mismo sendero de lodo y charcos, sucio y sombrío, la misma necesidad de hallar los árboles, el río manso, las flores de la esperanza, que dieran a otra vereda. De diferente parto pero de la misma fuente, ya siempre sentiría las heridas de mi hermano Luke, idéntico deseo de compartir en lo futuro la misma escuela, la misma mochila. Los hermanos se conocen y se quieren, se acompañan en las futuras batallas, se conduelen y se consuelan. Nada de él podría, en lo venidero, resultarme ajeno.

Bruscamente detuvo el claroscuro de mis erráticos pensamientos:

−“¿Quieres otro café? −me sorprendió− Tardaría muy poco en preparártelo. Pero no sé si tenemos leche”

Lo interrumpí para decirle que no lo tomaba, generalmente, con leche. Al preguntarle si tenía tiempo, me dijo que me dedicaría más, que ese día tenía la despensa repleta.

La despensa repleta −pensaba al quedarme solo−. Comprendí que no les faltaría de comer esa jornada. Al regresar me insinuaría que Lucy debía alimentarse mejor ahora, para que sus pechos fueran fecundos, pero que podía permanecer a mi lado toda la mañana. Que le había caído muy bien y que deseaba acompañarme. Ese fue el día que mejor comí, Protch, pero no puedo recordar muy bien qué alimentos. Quizá, vampiro por primera vez, tuve bastante con la sangre de Luke. Vino entonces una primitiva impresión fugaz, sin ninguna intención aún de darle vida. La calle… la indignidad de pedir para comer, el cansancio y la humillación, y para mí la desazón de saber que me daban de comer con ella, pero sin vivirla.

Un pensamiento natural me llevó hacia John. Hubiera querido saber tantas cosas. ¿Cómo había vivido la calle, sus primeros días? Y una llamarada atroz chamuscó el pan, desayuno plácido, que masticaba. Un recuerdo desaseado de la barra de un bar, dos mendigos y una boca hiriente: la mía. Tenía la seguridad de haberlos alimentado con una ofensa, pero ¿no serían dos? Hasta este día no he podido decidir si también los insulté por mendigos.

   Cuando Luke regresó con un nuevo café, en mi cara delatora debía percibirse tal turbación que no pudo evitar preguntarme en qué estaba pensando. Se lo conté cariacontecido. Él intentó, una vez más, calmarme.

−“No creo que lo hicieras, Nike, porque, sinceramente, no creo ni que entonces hubieras conocido a muchos mendigos, y no habrías tenido muchas ocasiones para pensar en nosotros y despreciarnos. Pero yo sí los insulté. Mas Miguel y John son de los que pronto olvidan y te redimen si pueden ver a un hombre distinto en el mismo esqueleto. No lo pienses más. Sal de tus cenizas y perfila a un nuevo Nike vestido de un fuego que construya. Hay en ti combustible suficiente.

   La conversación podía haberse repetido pero mis pensamientos tocaron un nuevo punto. Fuego y combustible. Lo que había bebido en tres años podría haberme quemado. Pero en esos primeros cuatro días había podido asistir a mi bautizo y el agua que me derramaron fue una breve lucidez, un deseo de estrenarme si podía ver, como me acababa de decir ese mendigo, que tenía algo de fuego que construyera. Quería alzarme sobre la niebla que se cernía sobre mi arboleda y emprender el vuelo sobre mi floresta, si no estaba mustia. Pero ¿cuánto tiempo duraría ese vuelo de sobriedad hasta la próxima gota? Estaba creciendo sobre mí mismo inesperada madera, cosas que nunca habría sido capaz de ver, y no quería que me volasen nuevas astillas. Aún con dolor, debía permitir la floración y no podía oscurecer el vuelo a los nuevos insectos que deseaban poblarme. Esa mañana me planteé por primera vez arrinconar los venenosos brebajes, si no para siempre, pues no me atrevía, mísero náufrago, a pensar en un plazo muy largo, al menos para esos once días. No creía que fuera a ser capaz, pero había que intentarlo; y la salmodia de ese mendigo se desgranaba para ayudarme.

Estaba por decirme algo, pero lo interrumpí:

−“Luke, cuéntame algo más −iba a decir de ti− de vosotros, de vuestra vida. Si no te he entendido mal, estás aquí desde noviembre. Y desde entonces han sido…”

−“Nueve meses −me interrumpió−, toda una gestación, como la de mi hijo, pero no sé si naceré con él o ya he nacido. Y de todo este tiempo de deseados harapos, ¿qué quieres saber? ¿Qué te estás preguntando?”

−“Todo lo que desees contarme, mientras no tengas que irte.”
Me habló de un tiempo fecundo que para él había sido arcilla. Y apenas citó, como de pasada, a los que denominó mendigos de afuera, los compañeros de viaje que no eran de la Mano Cortada. Tantos con los que temía encariñarse porque podía reencontrarlos con una nube en la mente, con un río abrasivo en la garganta que se evaporara en más cielo nublado, con el corazón en un camposanto. A todos los unía la mirada esquiva de los que me nombró como del otro lado, la misma indignidad en la moneda. Me habló de sábanas descobijadas en “la casa” y de caridad gregaria en el RASH. Supe así de esa aparición hasta ahora desconocida, pues si alguna vez me la habían nombrado, la había olvidado. Él no parecía estimarlo mucho pero la calle, me dijo, es la madre y la puta, y muestra sus dos caras, el ave que parece cobijar a sus polluelos pero que inesperadamente enloquece y les da picotazos. Pero también tenía momentos buenos que contar. Fue con Lucy a lugares que ella mencionó como sus anteriores moradas. Y así conoció el puente Wrathfall, por el que el Kilmourne venía canturreando desde su agonía en el puente Rage. Luke se detuvo un segundo ahí para mirarme, como si lo que quería contarme fuera a hacerme daño, y desde entonces nunca estuve seguro de no haberme delatado. Lucy y él amándose bajo el mismo cosmos estremecido, ensuciándose de estrellas, la luna como jabón, perfumada de espliego.

Pero al que se quiere de verdad no se pretende cambiarlo. Y yo lo acepté con Lucy, como su savia transformadora. Nunca me ocultaron su amor, y por eso también los quise. Si algo tenía yo que mendigar, no era a él a quien tenía que pedir alguna limosna. Siguió hablándome de río y desnudez, de poros estrenados y asumidos, una primavera que había sido cálida y marzo como un algodón en la piel que más que tapar una sangre, la derramara en un caudal de acometidas, las estrellas las varillas de la noche, la primavera el abanico.  

Yo lo escuchaba con los labios agrietados, la piel estriada de viejas llagas, la sangre oscurecida por desalmadas toxinas. Una humedad de alcohol me había embrutecido y si nunca tuve una noche, como él, de marzo mojado en luna, es porque buscaba humedades en botellas llenas de un rocío que no era el que bebían los arbustos de la corriente. Él se había limpiado en Lucy, su caudal; yo seguía sucio como el puente que al cruzarlo promete el baño en el río. Por unos días, al menos, merecía zambullirme en una humedad sin venenos. Valía la pena cruzar sin tinieblas ese puente y ver qué luces vacilaban en la otra orilla. Titubeaba algo amedrentado en sus maderas, pero sólidos eran sus contrafuertes, los que sin saberlo aún me permitieron vadearlo.

−“Hasta ese día la quería −me siguió contando− pero querer es quedarse en la serenidad del río. Amar, que me llegó después, es el deseo de aprehender cada animal que nada, cada ramo de agua turbulenta, cada orilla arenosa, cada guijarro humedecido en su contorno.”

Todo lo que hablaba era agua y a mí me gustaba nadar y quise mojarme. Y su sangre, caudal revuelto, estaba levantando piedras donde sujetarme un nuevo corazón, en mis lodosas humedades. Que si en tres días se había intuido en fase menguante, entraba en la fase nueva, con apenas luz en su cerco, pero influyendo ya en mis mareas. Interrumpí mis pensamientos de agua y su explicación de querer y amar: dos rufianes que parecen gemelos, pero que no han venido del mismo parto. Sin haber terminado una esclusa para que por ese canal fluyese la sangre que ya empezaba a formar mi nuevo corazón, que nacía a oscuras, habló por mi boca la primera ola de la Urgencia:
−“Me estaba preguntando  −en realidad me preguntaba si no estaría yendo muy lejos, si podría el nasciturus que estaba en mis pensamientos tener alguna posibilidad de vivir− si sería posible nuestra amistad.”

−“Nike −me dijo con otra sonrisa. Para él no parecía haber temas imposibles−, aún no conoces a la diosa Urgencia, pero ya sopla a tu lado. Dímelo tú, si sería posible, nuestras circunstancias son muy diferentes…”

−“Pero no inverosímiles…”

−“No me dejaste continuar. Pero iba a decir algo parecido. Si tú lo crees, será posible. Cuando te hayas ido, no habrá distancias, pues nada más conocernos hemos asumido ambos que nuestra vida anterior es barro y si anhelamos que llegue a ser fértil, ningún tornado endiablado podrá destruir nuestra escultura. La amistad nace de la misma necesidad, de la misma búsqueda, y si viene un viento destructor, de su remolino haremos pirueta y de su devastación aliento.”

Amistad del aliento en el costado y bastón para el camino, amistad: alas para el vuelo. Para que fuera posible, yo debía perseverar en la aceptación de la libertad y el respeto. Y al fin Luke se fue, saliendo con un demoledor adiós, amigo mío, y yo me quedé sintiendo su ausencia como si a la tienda de Bruce le hubiera nacido otra grieta.

Sus palabras habían sido agua, y con su suciedad, sin que yo tuviera consciencia, estaban creando el barro con el que se iba formando el molde para alojar un corazón que sí tenía pero que me nadaba extraviado en el pecho. Pero para ocupar su lugar correcto le hacía falta nueva sangre, que Luke me donó para que roja me brillara y no se me amoratase.

   Si Miguel y John se habían ocupado de la siembra, Luke se había encargado de regar los campos, pero supe que sólo podría haber recolección si no le tenía miedo a las nuevas luces que percibía en la otra orilla, porque el puente que estaba atravesando era sólido pero inestable de resbaladizos guijarros, y la playa fluvial que adivinaba enfrente oscilaba en mi visión, aromatizada de senderos inexplorados. Julio moría y en su féretro portaba las cenizas de Nicholas Siddeley corriente abajo mientras el niño Nike las observaba amedrentado en el puente.

Porque Luke me había hablado del otro lado, el mío entonces, y yo no sabía si quedarme en esta orilla o cruzar. ¿Y cómo reconocer mi hambre si había estado siempre en mi opulencia más ocupado en la porcelana que en el alimento? Luke me había dado el agua, la sangre, la luz, el apetito necesario, pero las gotas calaban, la sangre se me helaba, deslumbraba su luz, desmayaba el hambre, y al puente lo mismo podía llegar el arco iris que derrumbarse en esta tormenta.

Si la claridad al otro lado del puente que había podido entrever era lo suficientemente consistente, ¿cómo habían podido ser tantas cosas? Quizá la garganta siempre ocupada en beber oscuridad me había impedido descubrir lo que en 29 años no había podido ver. Ese día no me ocupé de Moby Dick, pero cuando Luke se fue comenzó mi deseo de ser ballenero. Por ahí resopla… mi corazón, mi ballena blanca, la misma obsesión por encontrarlos. No tengas prisa, Achab, que quizá cuando ya no la persigas, porque acabas de hallarla, venga la muerte. Julio moría engendrando a Nike, que nacía tembloroso y con sobresalto.

Para nacer, tenía que enterrar muchas cosas. Las largas noches envenenadas, las madrugadas de delirios, el amargo despertar de la resaca, mis monstruos pálidos que nunca llegaban a carne, los años perdidos en los ebrios columpios de cada jornada. Tanta oscuridad… Debía permitir que el sol siguiera su curso, alejado de la tóxica luna que lo eclipsaba. Ya había tenido el propósito de mantenerme despejado en esos once días. Sólo entonces tomé la resolución de no volver a beber. Pero no tenía faros el puerto de llegada. Sólo se encendían tímidas luciérnagas, algo aterradas, en la costa de partida. No volvería a beber. A mí mente la ocupaban ahora nuevos delirios.

Pero retrasaba la luz de Luke que me había resultado más desconcertante. Y ningún maestro me había dicho que no se debe perder el tiempo en ver si te has enamorado, sino en saber qué hacer con ese amor después. Podía aceptarlo o no, pero no iba a cambiar la silueta que se hacía notar en el espejo. Nunca me había podido imaginar que el lecho del amor se me meciera con manos masculinas. Y lo sacudían con violencia, antes de que el niño supiera cuál era su cuna. Lo habían cubierto, además, de harapos, pero eso sí que nunca me importó. En realidad, no había nada que decidir. La percepción era clara; sólo hacía falta aprender a bailar con su fantasma y ver si podía aceptarlo.

Me revoloteaban, obsesivas entonces, imágenes de incontables mujeres, y sin misericordia me puse a analizar, una por una, qué había sentido. Vi muy claro que nunca había amado a Anne-Marie, y por el mismo sumidero se me fueron muchos rostros anteriores, pero no me podía desprender de la luz de Alison, recién llegado a esta ciudad. Quizá me obsesioné y lo confundiera con amor por la frustración de saber que ella nunca me amó. Pensé que si su dibujo también acababa desvaneciéndose, ya no me quedarían luminarias del pasado, y que quizá entonces hubiera estado jugando con ellas, nunca maltratándolas, pero sí tratándolas mal. Esto que te cuento en tan resumidas líneas me ocupó casi todo el día 30. Eso y dejar el alcohol. Pero hubo algo más.

   Las luces en el puerto de partida comenzaron a bailar fantasmagóricas. Parecía un caleidoscopio con el que se me viniera a la cabeza una sola silueta, pero diversas imágenes. Una cara despoblada, unos ojos que una vez me habían mordido… pero ¿cuándo?, unos labios en una taza de café, una sonrisa iluminada de estrellas. Súbitamente casi me puse a gritar cuando a todas esas efigies les pude poner un nombre: ¡John! Así que era eso. Una mañana de enero, un insulto, una despedida que tenía la apariencia de definitiva. No sé si quería verlo, pero aquella nueva luz lo explicaba todo. No me importaron los harapos, sino verlo del brazo de Miguel. Tal vez por eso lo insulté. Tal vez por eso comenzara a beber, pobre náufrago Nicholas, sin una boya a la que asirse. Había tenido corazón, pero no me había servido de nada. No era espejo diáfano y orientado; no reflejaba nada. Ahora tenía corazón y espejo, pero la imagen aturdía. Así que Luke no era el primer hombre de mi vida. John batallaba para que su nombre ocupara nítidas las primeras páginas. O quizá no habían sido las primeras. Pero el prólogo Simon fue lo último que escribí ese día.

Tal vez la fecha de tu cumpleaños no sea el mejor momento para escribir. Era mejor sentir a Luke en el verde de la tienda, en la ausencia de mis manos, en el despertar tumultuoso de la sangre herida, en cada recuerdo de su voz y sus palabras. Me había enseñado a ver las cosas de otra forma, y ya no podía saber a dónde iba mi vida, pero iba hacia algún sendero de descubierta belleza. Si aquel día había comenzado mi motivo de Verôme, Luke había sido seguramente el pianista que toca todas las partituras. Y yo quería oír su  fructífera melodía, en tanto viviera Nike, el niño oyente, y no murieran en mi corazón sus nuevas notas. Recordé el nombre de donde estaba y pensé que no morirían, pero que si no agarraban pronto su luz, podía perder las manos. Empezaba a saborear la armonía de mi largo motivo de Verôme, pero también la música mordía.


 

Podía perder las manos. Nike había andado algo despreocupado y las habría metido en alguna madriguera. Y le mordió el Escorpión. Y su mordedura había sido más letal que la de la mitológica serpiente, porque ese aguijón nunca se le pudo extraer. Y así, de la balanza de sus tres primeros días había pasado al punzón inesperado, de Libra a Scorpio, a un Escorpión todavía sin el fuego de Antares, que aún no conocía, pero que ya radiaba en sus feudos, el cielo de verano, el primer verano estrellado de Nike.


 

−Di lo que quieras, Protch. Pero di algo pronto.

−Así que fue de Luke. No lo había adivinado. Y ¿qué más quieres que te diga, Nike? No sabías si cruzar el puente. Algo me has dicho de que había una tormenta y acaso te hicieran falta muchas cosas. Un paraguas, una manta y alguna luz. Y si aún no las has encontrado, te las puedo prestar con mi verdadera amistad cuando más la necesitas. Atrévete a cruzar también ese puente.

Aún no se lo había dicho. Necesitaba primero que Luke irradiara en la historia que le estaba contando:

−No podía ser de otra forma. Gracias, Protch.

4 comentarios:

  1. Dos almas gemelas (piensa Nike de Luke) que se encuentran. Dos sosías.
    Un amor inconfesado -no es el primero que aparece en la historia.
    Un amor en principio imposible que surge y debe callarse al menos por ahora cual secreto en labios sellados, secreto que sólo los astros deben saber...
    ¿Qué será de él?
    Hay que esperar...
    Inor

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  2. No puedo por menos de emocionarme a cada frase que leo.
    Qué nos deparará, ese amor que siente y calla?
    Me bebo en tus letras todo el alcohol que destilas.

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  3. NIKE Y LUKE (NO PODIA SER DE OTRA FORMA)

    Cuando estas desesperado solo quieres que alguien venga a salvarte, pero la vida te somete a una dura prueba, y la elección es difícil. Hay momentos en la vida que pueden dejarte sin aliento, en los que, la esperanza y la desesperación te oprimen a la vez, y se mezclan el valor y el miedo, momentos que estás deseando alcanzar, pero que al mismo tiempo te aterran.

    Ya es costumbre que antes de empezar un capítulo me fije en las últimas palabras del anterior para comprobar como el inicio del siguiente recoge ese testigo.

    ¡Qué extraño es vagar en la niebla! Ningún hombre conoce al otro. Vida y soledad se confunden. Cada uno está solo.

    Capítulo de gran profundidad y grandes enseñanzas, con muchos pensamientos y muchas preguntas.

    Nike se siente puro, sin tener la necesidad de gustar por adelantado el calor presentido, solo dejándose llevar por los razonamientos y las explicaciones de Luke, un par de sí mismo, extrañamente se suele decir que los opuestos o contradictorios son atraídos entre si, pero en este caso el descubrimiento de las vidas paralelas de otro ser de igual trayectoria es lo que hace que Nike se quede deslumbrado por la luz de Luke, "Amistad del aliento en el costado y bastón para el camino, amistad: alas para el vuelo".

    Y Luke marchó "con un demoledor adiós, amigo mío", dejando a Nike con una única reflexión: Tengo necesidad de ir allí donde soy puro. Tengo necesidad de ti. El capitán Acab a la caza de su ballena blanca sin saber siquiera si desea alcanzarla. El amor como motivador para entrar en sí mismo, y salir a encontrarse con el otro, a construir vínculos amistosos fuertes, sanos y libres.

    Me cuesta comentar, estoy bloqueado, me dejó muy tocado este capítulo, intenso, veraz, y que despierta mis añoranzas, poder encontrar alguien con quien poder conectar de esa forma, con o sin amor, aunque preferiría un valor superior, la amistad, mientras eso ocurre quizás baste con poder entablar un diálogo y ser capaz de hacerlo con humildad con la misma humildad y verdad que hace que sienta envidia de Nike y Luke.

    Creí que no podría escribir nada, por la pureza del texto y la grandeza del autor, francamente estuve de nuevo a punto de lágrima, acuciado en tenerlo listo por motivos personales.

    Pol

    Motivo personal: Cinco de Enero de 2021, noche de Reyes, de niño fue tradición familiar, que mi madre seguía a rajatabla, el entregarnos los juguetes en la tarde del día 5, pero la ilusión no acababa un día antes de lo previsto, ya que en la mañana del día de Reyes y aun con el pijama pegado al cuerpo, nos encontrábamos siempre con una gran jarra de chocolate desecho, un enorme bol con nata fresca y churros y porras en grandes bandejas sobre la mesa, quizás conocedora de que la ilusión infantil es inagotable o bien llevada por un, también inagotable, instinto materno. Cabe decir que para poder poner todo esto sobre un estampado mantel tenía que madrugar y hacer una larga cola delante del establecimiento donde se vendían.
    En justa correspondencia, porque todo regalo tiene su agradecimiento, quisiera que este comentario fuera mi regalo de Navidad anticipado a la mañana de Reyes, y hoy día 5 como mi costumbre familiar dicta, a quien ha hecho posible una lectura que en ciertos momentos hizo vibrar fibras a veces olvidadas en mí.

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