Me hallaba
aún algo amodorrado, pues creo que tras el café volví a dormir un poco, y
quizá, en un letargo tormentoso, me despertara bruscamente, tal vez gritando.
Supongo que serían las 9 de la mañana. A esa hora, la visión de una cara nueva
me atacó tan inesperadamente como una borrasca de viento cálido. El recién
llegado era un hombre que tendría, además de más o menos mi edad, una estatura
similar a la mía, o acaso fuera algo más bajo. El pelo castaño y ojos marrones,
una chaqueta de pana beige, pantalón y botas marrones, y una camisa clara
bastante sucia que, sin embargo, parecía retener la luz del día. Parecía un
tronco bien aferrado a la tierra. Así lo vi por primera vez, reteniendo el
primer sol en sus desgastadas vestimentas y en su radiante sonrisa. Olía algo a
sudor y bastante a mugre, pero su alma pugnaba por asomar a través de su
hollín. Todavía semidormido, mi pensamiento extravió su claridad y erré al
saludarlo:
−“¿Bruce?” −pregunté
esperanzado.
−“No −me dijo
tendiéndome la mano, que estreché con calor− Luke. ¿Esperabas encontrarte con
todos?”
−“Deseaba conoceros a
todos. Perdona la confusión.”
−“No hay razón para
ello. Yo también me he saltado el orden cronológico por el que íbamos a pasar a
saludarte, una vez que supimos que querías vernos −en su mirada se adivinaba
cierta turbación, como si fueran a reprochárselo− pero imagino que ya sabes que
los demás estábamos vigilantes en la puerta por si tu estado de salud
empeoraba, y creo haber oído un grito.”
−“Es posible que haya
tenido una pesadilla. Bien, déjame intentarlo de nuevo. A ver si esta vez acierto
−me aventuré− tú eres el séptimo y estás casado con Lucy, que creo que es la
tercera.”
−“Es efectivamente la
tercera −su sonrisa me transmitía seguridad. Tuve la impresión de que con él no
habría temas de los que no se pudiera hablar− y es verdad que estamos casados,
pero por las leyes de la Tierra, sin ningún papel que lo acredite. Pero es mi
mujer, y ya habrás oído que vamos a ser padres muy pronto.”
−“Sí, lo he oído −y
tenía que decir algo urgente que no se entendiera como que censuraba esta situación.
Pues es cierto, Protch, que no tenía nada que objetar, y menos al conocer a
Luke y más tarde a Lucy− y ¿tenéis pensado un nombre para el niño?”
−“Sí. Tenemos
decididos dos nombres: si es niña se llamará Kirsten, como la hermana de su
abuela, la madre de mi mujer; si es niño, Paul, como mi padre. Pero es posible
que pienses que no es lo más sensato traer un hijo a este lodo.”
Era la
primera cuestión difícil a la que me hizo contestarle. ¿Cómo hallar una
respuesta sin ofenderlo y que además expresara mi propio pensamiento?
−“¿Y por qué no?
−respondí con bastante convicción, pero mi cara transparente tuvo más efecto
que mis palabras− Para traer un hijo a la vida, la única seguridad que deben
tener unos padres es que van a quererlo, y a saber cuidarlo, y de eso estoy
seguro.”
−“¿Sabes lo que se
comenta de ti?”
−“Supongo que nada
bueno. Hace años ofendí a Miguel, pero sobre todo a John. Ojalá pudiera
desandar mi camino empedrado de ofensas −dije avergonzado− pero Miguel y John
han sabido darme una bofetada muy necesaria.”
−“¿Una bofetada?”
−“No me he sabido
explicar. Es como si me hubieran dado estos tres días un cachete de los que se
les dan a los que están dormidos, diciéndoles algo así como: despierta, niñato,
que hay una vida plena, como un océano de belleza, que te está esperando.”
−“Lo de que los
hubieras ofendido no lo sabía. Sin embargo eso explica mejor que ahora sólo
tengan buenas palabras hacia ti. Es cierto que estos tres días todos deseábamos
conocer a Nicholas, o a Nike, como ahora sé que prefieres que te llamen. Pero
teníamos ciertas referencias. Más que las palabras era que… a ver si lo sé
expresar, sí, que en las caras de nuestros dos compañeros se notaba que estaban
impresionados. Así que tranquilízate si has pensado que podíamos habernos
formado una mala impresión de ti. Por cierto, todavía no te he preguntado cómo
te encuentras.”
Después de
informarlo sobre esta cuestión, y de que él me explicara que ahora, con su
mujer embarazada, él iba a la calle mañana y tarde, añadió:
−“Pero me puedo quedar
un buen rato a hacerte compañía, si en verdad lo deseas.”
Lo
necesitaba. No sólo porque no quisiera estar solo, sino porque aunque desde el
primer momento sentí que aún ignoraba todo sobre este desconocido, y que
ciertas cosas sobre él podrían, quizá, molestarme, a pesar de todo su compañía
sedaba. Es difícil explicarlo, Protch, pero todo empezó porque nos
necesitábamos. Y el camino entre necesitar y querer tiene un trayecto corto.
Tenía que preguntarle lo que desde hacía varios días me estaba intrigando:
−“Luke… déjame hacerte
una pregunta. Verás, espero que no te ofendas, pero Miguel y John estos días no
han dicho ninguna palabra y… es esto: ¿Con qué nombre te definirías a ti
mismo?”
−“¿Con qué nombre me
definiría? −no pareció entenderme, pero no tardó demasiado en ver claro− ah,
comprendo. Quieres saber qué nombre le doy a mi, digamos, profesión, ¿no?”
−“Sí, eso es”
−“No me ofende −me
tranquilizó−. Mendigo, desde luego. Es lo que yo digo al menos, pero no creas
que todos los que lo son la usan. Hay quienes prefieren dar un largo rodeo y
decir algo así como “los que vivimos en la calle”, o quienes prefieren no decir
nada. Verás, no todos los mendigos viven en la calle: unos cuantos permanecen
con algún pariente en algún hogar con buen techo, pero la necesidad les hace
luego extender la mano, que creo que es de donde viene el nombre de mendigo.
Aquí la usamos todos, Miguel y John también. Si no te la han dicho sería por
respeto a ti. Podría ofenderte pasar unos días con gente que usa esa palabra
−como observara una protesta en mi, de nuevo, cara transparente, añadió−: pero
como no parece tu caso, puedes llamarme Luke, o puedes llamarme, sin ofensa,
mendigo. Lo que te vaya pidiendo el corazón.”
Era inútil
que no dijera lo que pensaba:
−“No sé si tengo
corazón, Luke”
−“Vamos −me objetó con
una sonrisa que traspasaba la carne−, todo el mundo lo tiene.”
−“Supongo que así
será. O quizá es que no sepa dónde lo tengo. No me refiero al habitáculo, sino
a la asociación que suele hacerse entre él y los sentimientos. Quizá, si los he
tenido alguna vez, los he perdido. Bueno, perdona, no quiero molestarte con lo
que, seguramente, no habrá de interesarte.”
−“Tal vez pueda
entenderte mejor de lo que piensas, y desde luego no molestas. También he pasado
por algo similar, o digamos que todavía estoy pasando. Pero créeme si te digo
que el corazón siempre se encuentra. Acaso tengas el temor que tengo yo a
volver a perderlo.”
−“Será mucho más fácil
perderlo en mi lugar, entre los tiburones. No sé si Miguel, o sobre todo John,
os han dicho algo sobre a qué me dedico −su mirada, también a veces
transparente, me dio a entender que sí−. Tiburones: así acostumbran a
llamarnos. Y están en lo cierto. Como estos escualos, somos algo depredadores,
engordamos con la sangre ajena y nuestros dientes pueden destrozar. Los demás
se nos apartan y se aterrorizan; con razón, pues no sólo devoramos cuando
tenemos hambre. Es un nombre despectivo, pero sin duda muy apropiado. Y ha
venido, en mi caso, con un añadido de lengua viperina, desdeñosa con todo el
mundo. Creo que la palabra que me define es arrogancia. Y he tenido, sin duda,
mi justa recompensa: soledad, dolor y vacío.”
−“Nike −me dijo con
calor, transmitiéndome calma− el corazón perdido aparece así, con la primera sangre.
La que le bombea la primera autocrítica −y suspiró−. Tienes corazón. Tú, al
menos. Quizá yo también. Me ha estado funcionando los últimos meses. Pero
quisiera saber algo más. Parece que contigo se puede hablar de todo.”
Era lo
mismo que yo había pensado de él. La primera impresión que me produjo Luke es
que, aunque aún no sabía por qué, nos parecíamos bastante. Los dos teníamos esa
inconfundible aversión a lo que habíamos sido. Por esa razón, aunque tardé
algún tiempo en saberlo, también para Luke yo era necesario. Era como si al
contemplarme, estuviera observando la misma penumbra.
−“Pero me gustaría
saber algo más sobre tu nombre; no lo había oído antes.”
−“Yo tampoco −quizá
fuera la primera vez que fui capaz de sonreír−. No lo sé con certeza. Como ya
sabrás, me llamo Nicholas, pero no había oído designar así a nadie antes. Creo
que una antigua sirvienta me lo transformó en Nike. Y aunque quizá he oído
rumores sobre el por qué, no estoy del todo seguro. Algo que ver con victoria,
creo. Si es así, erró. Toda mi vida es fracaso.”
−“Nike −interpuso al
ver mis continuados ayes− basta de lamentos. Me estoy preguntando… sí, tengo
tiempo… pero no sé el que tú estarías dispuesto a dedicarme sin que yo consiga
agotarte. En realidad, me gustaría contarte la historia de mi vida. ”
Cada
acontecimiento de aquellos días era como uñas abiertas preparadas para hacer
una dolorosa incisión en la carne. Todo conseguía atravesar mis músculos y al
entrar me laceraba, pero fue justo entonces cuando empezaron a desgarrarse.
Después de tres días en que había tenido un nuevo comienzo, el día en que
cumplí 29 años comencé de nuevo. Me
gustaría contarte la historia de mi vida… Luke temía que hubiera partes que
yo no quisiera oír, episodios de los que se avergonzaba. Y yo… fui como esa
playa casi dormida que observa aterrada la gigantesca ola que puede devastarla,
como el monte que avizora la que toma por perniciosa manada que la desposeerá
de sus pastos. Pero la costa no sabe que la lengua furibunda limpiará su arena;
ni el monte conoce que del ataque del enfurecido rebaño llegará la nueva
cosecha. Comencé de nuevo sin saber que nadie nos acerca una brújula para la
hora de desorientación más profunda. Le prometí escucharlo; no sabía si tenía
sentimientos, pero parecía que del corazón buscado surgieran mordiéndolo los
primeros radios.
Comenzó
narrando los hechos que ya te he contado, pero dígase algo más, porque falta una perspectiva. Si no te voy
explicando lo que iba sintiendo, nunca podrás conocerme. Su vida, resumida,
ocupó poco más de una hora y agradecí que él me creyera digno oyente para
conocerla y, llegado el caso, juzgarla. Desemejante y, sin embargo, tan similar
a la mía. Fui encontrando casi sin proponérmelo paralelismos con mi camino
tenebroso. Y me movía lo que ya había intuido que era mi necesidad: alguien a
quien rodear con los brazos de mi afecto, a quien querer sin barreras de
circunstancias o apellidos. Fue una nueva mordedura, la más inesperada. Porque
el peligro de querer sin que nadie te lo haya explicado, y sin la seguridad de
tener latidos, es que la sangre confunda las venas y extravíe el camino. Quizá
porque amar siempre comience así, en una encrucijada preparada con mimo, pero
tal vez para otros viajeros, y uno se halle en la senda por azar, en busca de otras
flores, y observa que las rosas mueren y llega su embestida. Pero el agua que
fertiliza viene sin que la tierra sepa que ha de empaparse para poder florecer,
y yo no sabía que su agua fructuosa había de ser lluvia.
Fue su
infancia, como casi todas, una felicidad inconsciente de sí misma. La nebulosa
de sus primeros pasos disolviéndose en su primer regalo. A sus cinco años el
vientre fecundo de Margaret, su madre, se abrió destapando la cinta que
envolvía su más preciada sorpresa: su hermano James Prancitt.
−“Es que me llamo Luke
Prancitt” −me aclaró.
Pero a
veces es preferible un reloj parado a que sus agujas vuelvan a moverse, porque
el ciclo de sus manecillas siempre termina marcando la hora del dolor. A punto
de entrar en la adolescencia, todavía la vida imberbe, el huracán imprevisto de
una madrugada cruel se llevó para siempre la fértil maquinaria del corazón
ajado de su madre.
Un valle de
lágrimas que no desembocaba en ningún paraíso, prometido o imaginado. Y a Luke
no le importó llorar sin disimulo, evocando aquel tiempo de soledad helada. Y
sin darme cuenta mi hielo empezó a cristalizarse con el suyo y formó el primer
rombo con el que él y yo acabaríamos montando una vidriera. Él la había
conocido y la lloraba. Yo nunca tuve el abrazo de mi madre. Pero los dos éramos
hijos de la misma ausencia y nuestras lágrimas durante tanto tiempo habían
carecido de la misma sal que nos cicatrizara. Sentí como mío su desierto y la
sangre de este mendigo, que sí tenía corazón, empezó a bañarme.
Después
vino la búsqueda de una fe, difícil de encontrar porque la había perdido su
padre. Ya no bastaban los libros sagrados. Fueron años llamando a todas las
puertas para limosnearla y todas se hallaban hostilmente cerradas. En esas
condiciones mal podían sus pies doloridos ser bastón para su padre. Sólo podían
caminar titubeantes hasta una juventud que le había llegado prematura y
agrietada. Sin salidas y sin fe, buscó su imposible aliento en el ejército del
aire, donde el hálito de una estabilidad sin creencias firmes a ratos soplaba
en su desprotegido paracaídas.
Pobre llama
que tímidamente alumbra antes de encontrar su vela. ¿Qué se hizo de ti, pobre
Nicholas, destinado a morir antes de llegar a viejo, porque quisiste parir al
niño Nike, que pugnaba por nacer entre plañideras? ¿Qué fue de tus suntuosas
alcobas? ¿Dónde habías perdido tus olvidados predios? Si toda mi vida era frío,
seguramente había ido de viaje en viaje en busca de calor y había dejado
olvidadas las astillas con las que Luke fue preparando una inesperada hoguera.
No sé si para no quemarme aparté algo el rostro de su fulgor para que él no
pudiera notar que su luz había logrado alcanzarme y su calor me estaba
abrasando. Aunque un relámpago había rasgado mi cielo por sorpresa, me había
dejado tiempo suficiente para ver qué tierras se extendían abajo, en la
llanura, anticipándome una larga y necesaria reflexión que mientras lo oía
aplazaba, pero que esperaba su turno estremecida. Porque si lo que acababa de
ver era cierto, y ¿cómo era posible?, la llanura entrevista estaba regada por
inesperados ríos. Por eso te digo, Protch, que te cuides bien del mendigo Amor,
que tiene el hábito a veces de reptar en nuestras míseras tiendas, pero que
nunca fue educado en nuestra paciencia, y puedes hallarlo acomodándose en el
salón cuando aún te hallas debatiendo si dejarlo pasar al vestíbulo.
Moby Dick me había
despertado la querencia de leer, pero la literatura de Luke me estaba llegando
sin libro. Honradas páginas que no buscaban transcender sino ayudarme a
explicar y comprender. Y me dejaba ser ese lector con dignidad que merodea en
los mismos paisajes, esperando nadar contigo en las mismas aguas, si templadas
están las olas. Y acaso él estuviera leyendo conmigo, implacables voraces a la
espera impaciente de nuevos capítulos. Y nunca he cerrado las tapas del libro Luke,
cuyas hojas aún no he terminado de descifrar. Así que aún ignorando si tenía
corazón, pero bruscamente suplicando que ese mendigo no pudiera captar en qué
insólita dirección comenzaba a latirme, devolví mi atención a sus palabras.
Todavía
esperando que una fe ineducada se posara en la campana de su paracaídas,
distraído mientras olía el viento de la altura, un nuevo hachazo casi consiguió
que se estrellara. Y no muy seguro de que yo quisiera oír lo que seguía,
interrumpió su relato en la muerte de su padre para decirme:
−“No pensarás bien de
mí cuando continúe, pero quiero contártelo. Mas no lo haré sin concederte la
potestad de que me juzgues. Porque tú crees haber sido un miserable, pero yo sé
que lo he sido. Nike, ¿alguna vez has oído la palabra bonehead? Yo ahora sólo digo calvo, pero la usé porque lo fui.”
Los
shinheads fascistas y los antifascistas. Los boneheads y toda su mansión de fanatismo y desprecios. No me
resultaba sencillo ver ni el fantasma de uno en Luke, que ahora era tan
cálidamente arena y olas tranquilas. Pero yo no tenía argumentos para juzgarlo.
Sólo veía al hombre en que se había convertido después, el que sin violencia
estaba comenzando a ser el rojo de mi sangre. Así que lo oí sorprendido, pero
en calma y con un quitasol que me protegiera. Iba empezando a intuir por qué
había pensado que éramos tan iguales.
No quiso usar conmigo máscaras ni compasión
consigo mismo. Sólo vagamente me insinuó su profundo dolor y su falta de fe
como las losas que habían instalado en su camino, el que lo fue llevando hasta
el odio. Tardes perdidas de fútbol entre insurgentes paseos a la guarida de
Churchway. Peleas enconadas con los punkies que no las rehuían, amistades que
nunca lo fueron, pasos perdidos. Pero no conseguía ocultarme el desdén que
ponía cada vez que pronunciaba calvo;
ni pudo taparme que ya había pedido perdón a sus escasas víctimas, unas de las
cuales se lo dieron, otras se lo negaron, pero no sabía que ya había saldado la
cuenta al disculparse, porque el verdadero perdón nunca lo había esperado.
En ese río
de sangre negra había pasado apenas seis meses, acechando mendigos incautos y
pobres extranjeros, hasta que la descuidada pasión de Miguel y John los había
llevado a olvidarse de donde estaban y a besarse ingenuamente en la calle
mientras estos pájaros pasaban. Víctimas perfectas y claramente señaladas: dos
hombres que entre harapos se amaban, doble signo de pecados imperdonables.
−“Pero si has tenido
paciencia en llegar hasta aquí, Nike, te suplico que ahora me oigas. Porque mi
cabeza pronto iba a recuperar su pelo. En mi hora más vergonzosa vino a
encontrarse conmigo mi motivo de Verôme.”
Motivo de
Verôme. No podía saber de qué me estaba hablando y así se lo hice saber. Y la
explicación que me dio, Protch, aún la recuerdo letra por letra, y por
recordarla tan bien, así te la vertí el primer día. Aunque posteriormente oyera
nuevas definiciones de este espectro, ninguna, quizá, tan acertada. Pero tú no
tienes por qué recitar los salmos que ya forman parte de mi biblia.
Verôme lo aguardaba en la Colina de los
Caballeros, donde Miguel, precisamente él, iba a transformarlo, recuperándole
lecciones que ya no recordaba haber estudiado. Miguel desde entonces en su
pupitre, y Lucy apareciendo de repente, en un recodo de niebla, para quedarse
guardada en los libros del amor que iba a estrenar. Y a golpes de corazón,
cuando recordó dónde lo había dejado, su decisión de ser padre y de quedarse,
mendigo al fin, en una lona de sabiduría con ella, y otras cinco almas
protegiéndolo en la misma explanada. Me habló también del breve tiempo de los
Caballeros y de su traslado, algo renuentes, a aquel prodigio de la Mano
Cortada. Y allí paró, diciéndome que no podía seguir sin mi juicio.
¿Y cómo
podía yo censurar sin guía su camino de hediondas tinieblas, si de la misma
cloaca habían surgido mis fétidas palabras hacia los mismos hombres?
−“No sé qué esperas de
mí, Luke, pero lo siento, porque ni quiero ni tengo argumentos para juzgarte.
Un día me oirás también de dónde me llega a mí el arrepentimiento. Y al punto
oscuro de donde venimos ninguno de los dos querría volver, pero tú ya tienes
otra carretera. Y si no fuera por su olor a alquitrán, que nos diferencia, yo
diría que somos gemelos.”
Gemelos…
Así empezaron los nombres que Luke y yo nos dimos. Muy diferentes habían sido
los padres que nos habían ideado, pero una fue nuestra madre. Amamantados en la
misma soledad, habíamos pisado el polvo de la misma senda y ambos buscábamos
una bifurcación por donde salirnos de ese camino.
−“Nike −interrumpió
mis pensamientos de forma inesperada−, ya te he contado mi historia. Y aunque
tengo cosas que hacer, podría quedarme más tiempo. ¿Realmente deseas que me
quede?”
−“Realmente deseo que
te quedes un rato más −y no supe disimular lo que ya era consciente de que
sentía−. Casi te lo suplico. Creo que nos estamos entendiendo muy bien.”
−“No me has dicho si
mi historia te ha ayudado en algo.”
−“Sí… Luke, tengo
bastante que reflexionar, pero me vale saber que no estoy solo, como yo creía,
que hay otro ser humano que está atravesando por las mismas dudas. Me vale de
mucho saber que tú ya lo has conseguido; ahora tendré que ver si yo soy capaz,
o primero habré de ver si realmente hay cosas de mí que quiero enterrar. Podría
ser que lo que cambio hoy, reaparezca mañana, y que nunca deje de ser el mismo
capullo.”
−“No podía ser de otra
forma −era su expresión más usada, como si fuera su fe que todo estuviera
predeterminado−, todo lo que dices me resulta familiar. Revivo al verme de
nuevo reflejado en tu angustia. Es como si te hubiera conocido toda la vida, y
así nos estamos hablando. Como si fueras mi taumaturgo, mi cirujano, una
esquirla que se me ha desprendido de algún cristal, como… no sé, sangre de mi
misma sangre. Necesitaba conocerte.”
−“Te comprendo
perfectamente. Yo siento lo mismo −no entendía cómo podía hablarle así a un
perfecto desconocido, pero era lo que vivía−, es como si fuéramos hermanos.”
Hermanos.
Yo no podía saber aún que estaba destinado a compartir con él los días de mi
nueva infancia. Dos vidas paralelas. La ausencia de los mismos padres. Un mismo
sendero de lodo y charcos, sucio y sombrío, la misma necesidad de hallar los
árboles, el río manso, las flores de la esperanza, que dieran a otra vereda. De
diferente parto pero de la misma fuente, ya siempre sentiría las heridas de mi
hermano Luke, idéntico deseo de compartir en lo futuro la misma escuela, la
misma mochila. Los hermanos se conocen y se quieren, se acompañan en las
futuras batallas, se conduelen y se consuelan. Nada de él podría, en lo
venidero, resultarme ajeno.
Bruscamente detuvo el claroscuro de mis
erráticos pensamientos:
−“¿Quieres otro café?
−me sorprendió− Tardaría muy poco en preparártelo. Pero no sé si tenemos leche”
Lo
interrumpí para decirle que no lo tomaba, generalmente, con leche. Al
preguntarle si tenía tiempo, me dijo que me dedicaría más, que ese día tenía la
despensa repleta.
La despensa
repleta −pensaba al quedarme solo−. Comprendí que no les faltaría de comer esa
jornada. Al regresar me insinuaría que Lucy debía alimentarse mejor ahora, para
que sus pechos fueran fecundos, pero que podía permanecer a mi lado toda la
mañana. Que le había caído muy bien y que deseaba acompañarme. Ese fue el día
que mejor comí, Protch, pero no puedo recordar muy bien qué alimentos. Quizá,
vampiro por primera vez, tuve bastante con la sangre de Luke. Vino entonces una
primitiva impresión fugaz, sin ninguna intención aún de darle vida. La calle…
la indignidad de pedir para comer, el cansancio y la humillación, y para mí la
desazón de saber que me daban de comer con ella, pero sin vivirla.
Un
pensamiento natural me llevó hacia John. Hubiera querido saber tantas cosas.
¿Cómo había vivido la calle, sus primeros días? Y una llamarada atroz chamuscó
el pan, desayuno plácido, que masticaba. Un recuerdo desaseado de la barra de
un bar, dos mendigos y una boca hiriente: la mía. Tenía la seguridad de haberlos
alimentado con una ofensa, pero ¿no serían dos? Hasta este día no he podido
decidir si también los insulté por mendigos.
Cuando Luke regresó con un nuevo café, en mi
cara delatora debía percibirse tal turbación que no pudo evitar preguntarme en
qué estaba pensando. Se lo conté cariacontecido. Él intentó, una vez más,
calmarme.
−“No creo que lo
hicieras, Nike, porque, sinceramente, no creo ni que entonces hubieras conocido
a muchos mendigos, y no habrías tenido muchas ocasiones para pensar en nosotros
y despreciarnos. Pero yo sí los insulté. Mas Miguel y John son de los que
pronto olvidan y te redimen si pueden ver a un hombre distinto en el mismo
esqueleto. No lo pienses más. Sal de tus cenizas y perfila a un nuevo Nike
vestido de un fuego que construya. Hay en ti combustible suficiente.
La conversación podía haberse repetido pero
mis pensamientos tocaron un nuevo punto. Fuego y combustible. Lo que había
bebido en tres años podría haberme quemado. Pero en esos primeros cuatro días
había podido asistir a mi bautizo y el agua que me derramaron fue una breve
lucidez, un deseo de estrenarme si podía ver, como me acababa de decir ese
mendigo, que tenía algo de fuego que construyera. Quería alzarme sobre la
niebla que se cernía sobre mi arboleda y emprender el vuelo sobre mi floresta,
si no estaba mustia. Pero ¿cuánto tiempo duraría ese vuelo de sobriedad hasta
la próxima gota? Estaba creciendo sobre mí mismo inesperada madera, cosas que
nunca habría sido capaz de ver, y no quería que me volasen nuevas astillas. Aún
con dolor, debía permitir la floración y no podía oscurecer el vuelo a los
nuevos insectos que deseaban poblarme. Esa mañana me planteé por primera vez
arrinconar los venenosos brebajes, si no para siempre, pues no me atrevía,
mísero náufrago, a pensar en un plazo muy largo, al menos para esos once días.
No creía que fuera a ser capaz, pero había que intentarlo; y la salmodia de ese
mendigo se desgranaba para ayudarme.
Estaba por
decirme algo, pero lo interrumpí:
−“Luke, cuéntame algo
más −iba a decir de ti− de vosotros, de vuestra vida. Si no te he entendido
mal, estás aquí desde noviembre. Y desde entonces han sido…”
−“Nueve meses −me
interrumpió−, toda una gestación, como la de mi hijo, pero no sé si naceré con
él o ya he nacido. Y de todo este tiempo de deseados harapos, ¿qué quieres
saber? ¿Qué te estás preguntando?”
−“Todo lo que desees
contarme, mientras no tengas que irte.”
Me habló de
un tiempo fecundo que para él había sido arcilla. Y apenas citó, como de
pasada, a los que denominó mendigos de afuera, los compañeros de viaje que no
eran de la Mano Cortada. Tantos con los que temía encariñarse porque podía
reencontrarlos con una nube en la mente, con un río abrasivo en la garganta que
se evaporara en más cielo nublado, con el corazón en un camposanto. A todos los
unía la mirada esquiva de los que me nombró como del otro lado, la misma indignidad en la moneda. Me habló de
sábanas descobijadas en “la casa” y de caridad gregaria en el RASH. Supe así de
esa aparición hasta ahora desconocida, pues si alguna vez me la habían
nombrado, la había olvidado. Él no parecía estimarlo mucho pero la calle, me
dijo, es la madre y la puta, y muestra sus dos caras, el ave que parece cobijar
a sus polluelos pero que inesperadamente enloquece y les da picotazos. Pero
también tenía momentos buenos que contar. Fue con Lucy a lugares que ella
mencionó como sus anteriores moradas. Y así conoció el puente Wrathfall, por el
que el Kilmourne venía canturreando desde su agonía en el puente Rage. Luke se
detuvo un segundo ahí para mirarme, como si lo que quería contarme fuera a
hacerme daño, y desde entonces nunca estuve seguro de no haberme delatado. Lucy
y él amándose bajo el mismo cosmos estremecido, ensuciándose de estrellas, la
luna como jabón, perfumada de espliego.
Pero al que
se quiere de verdad no se pretende cambiarlo. Y yo lo acepté con Lucy, como su
savia transformadora. Nunca me ocultaron su amor, y por eso también los quise.
Si algo tenía yo que mendigar, no era a él a quien tenía que pedir alguna limosna.
Siguió hablándome de río y desnudez, de poros estrenados y asumidos, una
primavera que había sido cálida y marzo como un algodón en la piel que más que
tapar una sangre, la derramara en un caudal de acometidas, las estrellas las
varillas de la noche, la primavera el abanico.
Yo lo
escuchaba con los labios agrietados, la piel estriada de viejas llagas, la
sangre oscurecida por desalmadas toxinas. Una humedad de alcohol me había
embrutecido y si nunca tuve una noche, como él, de marzo mojado en luna, es
porque buscaba humedades en botellas llenas de un rocío que no era el que
bebían los arbustos de la corriente. Él se había limpiado en Lucy, su caudal;
yo seguía sucio como el puente que al cruzarlo promete el baño en el río. Por
unos días, al menos, merecía zambullirme en una humedad sin venenos. Valía la
pena cruzar sin tinieblas ese puente y ver qué luces vacilaban en la otra
orilla. Titubeaba algo amedrentado en sus maderas, pero sólidos eran sus
contrafuertes, los que sin saberlo aún me permitieron vadearlo.
−“Hasta ese día la
quería −me siguió contando− pero querer es quedarse en la serenidad del río.
Amar, que me llegó después, es el deseo de aprehender cada animal que nada,
cada ramo de agua turbulenta, cada orilla arenosa, cada guijarro humedecido en
su contorno.”
Todo lo que
hablaba era agua y a mí me gustaba nadar y quise mojarme. Y su sangre, caudal
revuelto, estaba levantando piedras donde sujetarme un nuevo corazón, en mis
lodosas humedades. Que si en tres días se había intuido en fase menguante,
entraba en la fase nueva, con apenas luz en su cerco, pero influyendo ya en mis
mareas. Interrumpí mis pensamientos de agua y su explicación de querer y amar:
dos rufianes que parecen gemelos, pero que no han venido del mismo parto. Sin
haber terminado una esclusa para que por ese canal fluyese la sangre que ya
empezaba a formar mi nuevo corazón, que nacía a oscuras, habló por mi boca la
primera ola de la Urgencia:
−“Me estaba
preguntando −en realidad me preguntaba
si no estaría yendo muy lejos, si podría el nasciturus que estaba en mis
pensamientos tener alguna posibilidad de vivir− si sería posible nuestra
amistad.”
−“Nike −me dijo con
otra sonrisa. Para él no parecía haber temas imposibles−, aún no conoces a la
diosa Urgencia, pero ya sopla a tu lado. Dímelo tú, si sería posible, nuestras
circunstancias son muy diferentes…”
−“Pero no
inverosímiles…”
−“No me dejaste
continuar. Pero iba a decir algo parecido. Si tú lo crees, será posible. Cuando
te hayas ido, no habrá distancias, pues nada más conocernos hemos asumido ambos
que nuestra vida anterior es barro y si anhelamos que llegue a ser fértil,
ningún tornado endiablado podrá destruir nuestra escultura. La amistad nace de
la misma necesidad, de la misma búsqueda, y si viene un viento destructor, de
su remolino haremos pirueta y de su devastación aliento.”
Amistad del aliento en el costado y bastón para el
camino, amistad: alas para el vuelo. Para que
fuera posible, yo debía perseverar en la aceptación de la libertad y el
respeto. Y al fin Luke se fue, saliendo con un demoledor adiós, amigo mío, y yo me quedé sintiendo su ausencia como si a la
tienda de Bruce le hubiera nacido otra grieta.
Sus
palabras habían sido agua, y con su suciedad, sin que yo tuviera consciencia,
estaban creando el barro con el que se iba formando el molde para alojar un
corazón que sí tenía pero que me nadaba extraviado en el pecho. Pero para
ocupar su lugar correcto le hacía falta nueva sangre, que Luke me donó para que
roja me brillara y no se me amoratase.
Si Miguel y John se habían ocupado de la
siembra, Luke se había encargado de regar los campos, pero supe que sólo podría
haber recolección si no le tenía miedo a las nuevas luces que percibía en la
otra orilla, porque el puente que estaba atravesando era sólido pero inestable
de resbaladizos guijarros, y la playa fluvial que adivinaba enfrente oscilaba
en mi visión, aromatizada de senderos inexplorados. Julio moría y en su féretro
portaba las cenizas de Nicholas Siddeley corriente abajo mientras el niño Nike
las observaba amedrentado en el puente.
Porque Luke
me había hablado del otro lado, el mío entonces, y yo no sabía si quedarme en
esta orilla o cruzar. ¿Y cómo reconocer mi hambre si había estado siempre en mi
opulencia más ocupado en la porcelana que en el alimento? Luke me había dado el
agua, la sangre, la luz, el apetito necesario, pero las gotas calaban, la
sangre se me helaba, deslumbraba su luz, desmayaba el hambre, y al puente lo
mismo podía llegar el arco iris que derrumbarse en esta tormenta.
Si la claridad
al otro lado del puente que había podido entrever era lo suficientemente
consistente, ¿cómo habían podido ser tantas cosas? Quizá la garganta siempre
ocupada en beber oscuridad me había impedido descubrir lo que en 29 años no
había podido ver. Ese día no me ocupé de Moby Dick, pero cuando Luke se fue
comenzó mi deseo de ser ballenero. Por ahí resopla… mi corazón, mi ballena
blanca, la misma obsesión por encontrarlos. No tengas prisa, Achab, que quizá
cuando ya no la persigas, porque acabas de hallarla, venga la muerte. Julio
moría engendrando a Nike, que nacía tembloroso y con sobresalto.
Para nacer,
tenía que enterrar muchas cosas. Las largas noches envenenadas, las madrugadas
de delirios, el amargo despertar de la resaca, mis monstruos pálidos que nunca
llegaban a carne, los años perdidos en los ebrios columpios de cada jornada.
Tanta oscuridad… Debía permitir que el sol siguiera su curso, alejado de la
tóxica luna que lo eclipsaba. Ya había tenido el propósito de mantenerme
despejado en esos once días. Sólo entonces tomé la resolución de no volver a
beber. Pero no tenía faros el puerto de llegada. Sólo se encendían tímidas
luciérnagas, algo aterradas, en la costa de partida. No volvería a beber. A mí
mente la ocupaban ahora nuevos delirios.
Pero retrasaba
la luz de Luke que me había resultado más desconcertante. Y ningún maestro me
había dicho que no se debe perder el tiempo en ver si te has enamorado, sino en
saber qué hacer con ese amor después. Podía aceptarlo o no, pero no iba a
cambiar la silueta que se hacía notar en el espejo. Nunca me había podido
imaginar que el lecho del amor se me meciera con manos masculinas. Y lo
sacudían con violencia, antes de que el niño supiera cuál era su cuna. Lo
habían cubierto, además, de harapos, pero eso sí que nunca me importó. En
realidad, no había nada que decidir. La percepción era clara; sólo hacía falta
aprender a bailar con su fantasma y ver si podía aceptarlo.
Me
revoloteaban, obsesivas entonces, imágenes de incontables mujeres, y sin
misericordia me puse a analizar, una por una, qué había sentido. Vi muy claro
que nunca había amado a Anne-Marie, y por el mismo sumidero se me fueron muchos
rostros anteriores, pero no me podía desprender de la luz de Alison, recién
llegado a esta ciudad. Quizá me obsesioné y lo confundiera con amor por la
frustración de saber que ella nunca me amó. Pensé que si su dibujo también
acababa desvaneciéndose, ya no me quedarían luminarias del pasado, y que quizá
entonces hubiera estado jugando con ellas, nunca maltratándolas, pero sí
tratándolas mal. Esto que te cuento en tan resumidas líneas me ocupó casi todo
el día 30. Eso y dejar el alcohol. Pero hubo algo más.
Las luces en el puerto de partida comenzaron
a bailar fantasmagóricas. Parecía un caleidoscopio con el que se me viniera a
la cabeza una sola silueta, pero diversas imágenes. Una cara despoblada, unos
ojos que una vez me habían mordido… pero ¿cuándo?, unos labios en una taza de
café, una sonrisa iluminada de estrellas. Súbitamente casi me puse a gritar
cuando a todas esas efigies les pude poner un nombre: ¡John! Así que era eso.
Una mañana de enero, un insulto, una despedida que tenía la apariencia de
definitiva. No sé si quería verlo, pero aquella nueva luz lo explicaba todo. No
me importaron los harapos, sino verlo del brazo de Miguel. Tal vez por eso lo
insulté. Tal vez por eso comenzara a beber, pobre náufrago Nicholas, sin una
boya a la que asirse. Había tenido corazón, pero no me había servido de nada.
No era espejo diáfano y orientado; no reflejaba nada. Ahora tenía corazón y
espejo, pero la imagen aturdía. Así que Luke no era el primer hombre de mi
vida. John batallaba para que su nombre ocupara nítidas las primeras páginas. O
quizá no habían sido las primeras. Pero el prólogo Simon fue lo último que
escribí ese día.
Tal vez la
fecha de tu cumpleaños no sea el mejor momento para escribir. Era mejor sentir
a Luke en el verde de la tienda, en la ausencia de mis manos, en el despertar
tumultuoso de la sangre herida, en cada recuerdo de su voz y sus palabras. Me había
enseñado a ver las cosas de otra forma, y ya no podía saber a dónde iba mi
vida, pero iba hacia algún sendero de descubierta belleza. Si aquel día había
comenzado mi motivo de Verôme, Luke había sido seguramente el pianista que toca
todas las partituras. Y yo quería oír su
fructífera melodía, en tanto viviera Nike, el niño oyente, y no murieran
en mi corazón sus nuevas notas. Recordé el nombre de donde estaba y pensé que
no morirían, pero que si no agarraban pronto su luz, podía perder las manos.
Empezaba a saborear la armonía de mi largo motivo de Verôme, pero también la
música mordía.
Podía
perder las manos. Nike había andado algo despreocupado y las habría metido en
alguna madriguera. Y le mordió el Escorpión. Y su mordedura había sido más
letal que la de la mitológica serpiente, porque ese aguijón nunca se le pudo
extraer. Y así, de la balanza de sus tres primeros días había pasado al punzón
inesperado, de Libra a Scorpio, a un Escorpión todavía sin el fuego de Antares,
que aún no conocía, pero que ya radiaba en sus feudos, el cielo de verano, el
primer verano estrellado de Nike.
−Di lo que quieras,
Protch. Pero di algo pronto.
−Así que fue de Luke.
No lo había adivinado. Y ¿qué más quieres que te diga, Nike? No sabías si
cruzar el puente. Algo me has dicho de que había una tormenta y acaso te
hicieran falta muchas cosas. Un paraguas, una manta y alguna luz. Y si aún no
las has encontrado, te las puedo prestar con mi verdadera amistad cuando más la
necesitas. Atrévete a cruzar también ese puente.
Aún no se
lo había dicho. Necesitaba primero que Luke irradiara en la historia que le
estaba contando:
−No podía ser de otra forma. Gracias, Protch.
Hay vamos descubriendo cositas.
ResponderEliminarDos almas gemelas (piensa Nike de Luke) que se encuentran. Dos sosías.
ResponderEliminarUn amor inconfesado -no es el primero que aparece en la historia.
Un amor en principio imposible que surge y debe callarse al menos por ahora cual secreto en labios sellados, secreto que sólo los astros deben saber...
¿Qué será de él?
Hay que esperar...
Inor
No puedo por menos de emocionarme a cada frase que leo.
ResponderEliminarQué nos deparará, ese amor que siente y calla?
Me bebo en tus letras todo el alcohol que destilas.
NIKE Y LUKE (NO PODIA SER DE OTRA FORMA)
ResponderEliminarCuando estas desesperado solo quieres que alguien venga a salvarte, pero la vida te somete a una dura prueba, y la elección es difícil. Hay momentos en la vida que pueden dejarte sin aliento, en los que, la esperanza y la desesperación te oprimen a la vez, y se mezclan el valor y el miedo, momentos que estás deseando alcanzar, pero que al mismo tiempo te aterran.
Ya es costumbre que antes de empezar un capítulo me fije en las últimas palabras del anterior para comprobar como el inicio del siguiente recoge ese testigo.
¡Qué extraño es vagar en la niebla! Ningún hombre conoce al otro. Vida y soledad se confunden. Cada uno está solo.
Capítulo de gran profundidad y grandes enseñanzas, con muchos pensamientos y muchas preguntas.
Nike se siente puro, sin tener la necesidad de gustar por adelantado el calor presentido, solo dejándose llevar por los razonamientos y las explicaciones de Luke, un par de sí mismo, extrañamente se suele decir que los opuestos o contradictorios son atraídos entre si, pero en este caso el descubrimiento de las vidas paralelas de otro ser de igual trayectoria es lo que hace que Nike se quede deslumbrado por la luz de Luke, "Amistad del aliento en el costado y bastón para el camino, amistad: alas para el vuelo".
Y Luke marchó "con un demoledor adiós, amigo mío", dejando a Nike con una única reflexión: Tengo necesidad de ir allí donde soy puro. Tengo necesidad de ti. El capitán Acab a la caza de su ballena blanca sin saber siquiera si desea alcanzarla. El amor como motivador para entrar en sí mismo, y salir a encontrarse con el otro, a construir vínculos amistosos fuertes, sanos y libres.
Me cuesta comentar, estoy bloqueado, me dejó muy tocado este capítulo, intenso, veraz, y que despierta mis añoranzas, poder encontrar alguien con quien poder conectar de esa forma, con o sin amor, aunque preferiría un valor superior, la amistad, mientras eso ocurre quizás baste con poder entablar un diálogo y ser capaz de hacerlo con humildad con la misma humildad y verdad que hace que sienta envidia de Nike y Luke.
Creí que no podría escribir nada, por la pureza del texto y la grandeza del autor, francamente estuve de nuevo a punto de lágrima, acuciado en tenerlo listo por motivos personales.
Pol
Motivo personal: Cinco de Enero de 2021, noche de Reyes, de niño fue tradición familiar, que mi madre seguía a rajatabla, el entregarnos los juguetes en la tarde del día 5, pero la ilusión no acababa un día antes de lo previsto, ya que en la mañana del día de Reyes y aun con el pijama pegado al cuerpo, nos encontrábamos siempre con una gran jarra de chocolate desecho, un enorme bol con nata fresca y churros y porras en grandes bandejas sobre la mesa, quizás conocedora de que la ilusión infantil es inagotable o bien llevada por un, también inagotable, instinto materno. Cabe decir que para poder poner todo esto sobre un estampado mantel tenía que madrugar y hacer una larga cola delante del establecimiento donde se vendían.
En justa correspondencia, porque todo regalo tiene su agradecimiento, quisiera que este comentario fuera mi regalo de Navidad anticipado a la mañana de Reyes, y hoy día 5 como mi costumbre familiar dicta, a quien ha hecho posible una lectura que en ciertos momentos hizo vibrar fibras a veces olvidadas en mí.