CAPÍTULO LVIII: SIN ESTRIDENCIAS




   Entraré en la historia sin estridencias, sin falso orgullo ni falsa modestia; me meteré en la trama cuando sea necesario para respetar cierto orden cronológico. Ha llegado la hora de desvelarme. No sé si a estas alturas el lector, si es que tengo algún lector, habrá sido capaz de reconocerme. He paseado por estas páginas aún sin pudor, pues no me veían, pero he sido como mi estrella, difusa y no muy reconocible mas al fin “como no quiero que mi escrito se considere apócrifo, he vencido a la tentación del anonimato y estará firmado”.

   Érase una vez la familia Rage. Es muy posible que se remontara a la Edad Media, pero de su vidriera sólo se percibió el brillo en el siglo XIX. Ambiciosos y fríos, los Rage consiguieron que se notara su nombre en los linajes que engalanaron la vieja Europa. Se fueron haciendo grandes con las compañías navieras, y fueron fondeando en muchos puertos. Hasta que Philip Rage se emparejó con la hija menor de los Fitzgerald, Alice. El amor nunca fue fantasma que rondara sus feudos y fue un mero acuerdo comercial. Los Rage y los Fitzgerald deseaban unir sus capitales y Philip Rage y Alice Fitzgerald navegaron en el mismo arroyo de fortuna. Astilleros y grandes edificios, origen de la fortuna Rage, casaron bien y Alice fue un mero adorno que no comprometía la estética del salón Rage-Fitzgerald. Por ella él se quedó en Hazington, ciudad a la que iluminó con sus esfuerzos y a pasos comedidos pero certeros fue de la construcción de barcos a la de avenidas y hasta un albergue de mendigos. Y el acero lo tentó. No fue Philip Rage quien fundó la Thuban Star, como muchos piensan. Sólo contribuyó con su dinero a dar realce a la compañía fundada por su amigo Norman Wrathfall. En ese tiempo hizo tanto por la ciudad que la convenció para transformar el Puente Halbrook en el Puente Rage. Su fortuna había aumentado tanto que fue tentado para el mundo de la banca y se fue con su mujer un tiempo a la Capital. Pero rumores de ser encarcelado por algún negocio turbio le hicieron poner pies en polvorosa y volverse a Hazington, donde tuvo una nueva tentación: la política. Fue alcalde varios años hasta que al fin se retiró y cuando pensaba envejecer en paz le llegó la factura de un negocio no planeado: la muerte. Tiempo ha pasado desde entonces, pero vuelvo a hablar de Philip Rage, como hice muy al principio, porque estoy hablando de mi bisabuelo. Aunque nací cuando él ya había muerto. Y de haber vivido, no habría reparado en mi existencia, y con él la palabra bisabuelo no es más que un vocablo de nueve letras.
   Dieciséis hijos tuvieron Alice y Philip y a casi todos colocaron en la línea de salida de las grandes metas. Sólo Carol y Frederick les salieron un poco díscolos, queriendo hacer algo por los demás. En el caso de Frederick incluso creando una asociación para rehabilitar toxicómanos. Pero por contraste otros hijos fueron el orgullo de su padre, como su segundo hijo varón. William Rage nunca tuvo que perder su tiempo en planear su futuro. El capital que le legaron lo usó para hacerse un nombre en el mundo de la hostelería y medio Hazington era suyo. Sus negocios estaban tocados por la varita del éxito y solo cerraron, al cabo de muchos años, el hotel Millbridge y el restaurante The Sword.  Y ya de muy joven quiso seguir a su padre en cazar una fortuna. Y puso sus ojos en los Rivers, quienes en ese momento manejaban los hilos de la banca y brillaban en perfumado oropel en Downhills. Los Rivers tenían dos hijas casaderas y este buen varón le echó el anzuelo a la mayor de las dos, a Olivia.
   No la consideraba más que como vástago de una fortuna y era evasivo y negligente con ella. Por eso buscaba en otros lechos. Y anduvo a la caza de mujeres dominantes y de hombres sumisos, mientras apenas utilizaba a su mujer para tener un hijo y continuar la estirpe. Preñada quedó pero él nunca conoció a su hija. Pero sabía que tenía una hija en la calle y por eso tentaba sólo a los mendigos hombres, para no caer en el incesto. E intentó sin saberlo arruinar a sus dos yernos, quienes sin embargo huyeron de la prostitución. Mal sujeto mi abuelo William, aunque de nuevo con él abuelo es sólo una palabra de seis letras. Ni sabe que existo. Mi abuela siempre me lo nombró como “el lobo”.
   Cuando Olivia lo abandonó habría sentido hasta alivio si no fuera porque podía perder el apoyo de los Rivers. Pero ya estaba emparejado con Mary Falk, mujer dominante de renta mediana que lo dominaba como él quería aunque tenían el acuerdo de que podían acostarse con otras personas y él siguió buscando otras mujeres y otros hombres para su mero deleite carnal pues el amor nunca entró en sus negocios y sin importarle que su mujer estuviera con otros. Disfrazaba su buen nombre con actos de caridad y de sostenimiento de la Basílica y negociaba con sus pastores su salvación espiritual. Cuando Olivia le concedió el divorcio se casó con Mary y tuvieron una criatura a la que llamaron Bartholomew.
   Bartholomew Rage siempre fue conocido como Bart. Había heredado lo peor de los Rage, de los Fitzgerald y de los Falk y siempre fue raíz que en su crueldad nunca alimentaba la savia de su árbol y nunca crecía. Hermano, palabra de siete letras, de mi madre Lucy, vecino y camarada de los meses oscuros de mi padre Luke. Había comenzado matando lagartijas, torturando gatos y un día fue detenido por un asesinato cometido años atrás. En un olmo de la Colina de los Caballeros fue encontrado el cadáver de Gareth Gains. La policía se había pasado años indagando hasta que al fin consiguieron que Bart Rage se desmoronase y confesase. Fue el mismo día del motivo de Verôme de Luke. Gareth había oído cómo éste hablaba de sus intenciones aviesas con Miguel y John, pero nunca llegó con los calvos a la lucha en la colina. En el ínterin Gareth y Bart se estuvieron tomando algo en el piso del segundo en Knightsbridge Street. Algo le contaría que le sentó tan mal a Bart, que, enceguecido, lo apuñaló. Y su crueldad estuvo presente después, pues antes de enterrarlo, lo decapitó. Su camino cruel prosiguió y siempre creyó que había seres humanos que no merecían la existencia. Y nunca pudo admitir que Luke hubiera luchado con los mendigos contra los calvos. Ese desplante nunca lo olvidó y durante años fue madurando una venganza hasta que un día le dio una paliza a Luke que le costaría un riñón. Fue así como sin saberlo hizo daño a uno de los maridos de su hermana. Qué habría hecho de saber que su antiguo vecino también tenía marido.
   La detención de Bartholomew Rage fue llevada a cabo de forma discreta, pero algún comentario se escapó en la prensa. Su padre William se las vio y se las deseó para evitar las preguntas que constantemente le llovían. Bart era hijo único y nunca pudo recuperarse de aquel golpe. William Rage envejeció a años vista. El Lobo había puesto sus esperanzas en su lobezno y de repente perdía a su camada.
   Olivia Rivers se volvió a crear a sí misma cuando logró que naciera su hija y desde la tierra consiguió aportarle arcilla creadora y ya nunca más quiso ser la señora Rage. Debió concederle el divorcio a William porque este amenazaba con quitarle a Lucy  en los tribunales si no lo hacía. Y pronto aprendió a manejarse sin él. De Maureen Merton a Brenda McDawn, hasta que el devenir de sus amargos días la llevó a conocer a Madeleine Oakes, con la que pasó toda su vida. Y el Horror de su existencia fue Sabiduría magistral que vertió impertérrita en los arroyos de su hija con sus dos amores. Y la sangre Rivers prosiguió con sus dos nietos, siempre cobijados en su ternura, aprendiendo de ella a reconstruirse si la vida te lleva a conocer su peor cara. A menudo transmitiéndonos cuentos de belleza y enseñándonos a leer con ella lo que ella devoraba, a las puertas de su tienda, si no la interrumpían el ábrego o el norte, momentos en que se hallaba enloquecida y entrábamos en su interior donde cálidamente seguíamos conociendo el devenir de otros viajeros, a veces más reales que la propia sangre.
   Tantos años separado de ella su hermano, mi tío Gerald, hasta que al final pasaron casi 20 años otra vez juntos con auténticas llamas de cariño y ya no temían otra vereda escarchada. Educado para la ambición o la caza por mi bisabuelo Gerald Rivers I, y por la desfachatez de que Dios solo te ha de comprender si sigues las líneas marcadas por su denominada iglesia que le transmitía su madre, mi bisabuela Linda, solo podía recorrer su camino a tropezones, sólo podía aprender equivocándose, y duras escuelas fueron la cárcel y el exilio en el que durante años vivió en el corazón de su hermana. Pero tuvo una segunda oportunidad en sus sobrinos, a los que siempre entendió y acompañó en sus luminosas o umbrías sendas. Los dos hermanos vivían también en el recuerdo de su desaparecida hermana Kirsten, a la que más tarde volveré.
   Acostumbrada a no ser acurrucada por su padre biológico, Lucy, mi madre, nunca quiso ser Lucy Rage, ni años después Lucy Prancitt o Lucy Siddeley. No es fácil que la gente entienda que ha pasado toda su vida en la calle, pero ni aunque escribiera dos novelas podría encontrar palabras que expresen su belleza y su valentía, cómo ha descifrado siempre el libro de la vida habitando un lodazal, de apariencia estéril, y ha sacado jugo del barro ancestral de su morada no sólo para encontrar su felicidad sino para repartirla. Acunada de siempre por el padre Tierra es normal que en los años en que contaba cuentos a sus hijos a menudo ideara espíritus de las cavernas o todo tipo de inquilinos de sus oquedades. La más joven en encontrar su motivo de Verôme, asentada en su elegida habitación, conocería a los dos hombres con los que volvió a plantarse en su aromático jardín de días fértiles y noches de niebla o estrellas. Y aún trabajando en la peluquería de Amanda, donde se ha hecho ya de un nombre y es preferida por muchas clientas, tiene claro que la que fue su cuna de tierra será también un día el último traje que la cubra.
    Son varios los ríos que han desembocado en este riachuelo, y a su cauce contribuyeron las aguas de los Prancitt. Otras gotas las aportó Paul Prancitt. Hombre reflexivo desde su infancia, pronto fue llamado por la senda de la fe, y creyó que ahí estaría ya por siempre su orbe. Algo timorato, pero siempre sin dudas de cuál era su camino determinado de antemano por la providencia, acabó siendo el párroco de St Mark, iglesia humilde pero siempre abarrotada, como la religión a la que representaba. Allí podía haber pasado seguro el resto de sus días, pero todo plan de vida es alterado por un accidente. Y un día allí en la nave de la derecha, cuando el templo no tenía ningún feligrés todavía a esas horas, se halló estremecido al ver a María tomar vida y mirarse a sí misma, hasta que descubrió que estaba mirando a Margaret Pennington. Vagaba por la iglesia ensimismada en las esculturas pues había heredado de James Pennington, maestro artesano que aún hacía vidrieras, su gusto por la filigrana. Quizá un día, como mi bisabuelo James, quisiera dedicarse a esculpir o dar forma a la belleza. Entretanto comenzó el molde para albergar al corazón del párroco que se puso a hablar con ella. Y el destino cayó sobre los dos. A los pocos meses él comprendió que lo divino estaría siempre en él pero que no podría con la fuerza de lo mundano. Fue una difícil decisión dejar los hábitos pero era ya de Margaret, mientras su corazón resistió.
Ya tenían dos hijos cuando un viento se llevó a Margaret por la senda celeste que él había abandonado y llegaron los años de la pérdida de la fe. Ya era incapaz de entender el plan divino. Y sus hijos no podían ayudarlo.
    Nada podía hacer su hijo menor, mi tío James Prancitt, demasiado niño para encontrar en su interior asidero para su padre. De pequeño inseguro, encontró pronto su camino en la geografía y cuando su hermano se hizo mendigo, además de asacar un profundo respeto por sus decisiones, empezó a sentirse convulso con el hambre en el mundo y eligió el camino de una ONG, con la que voló hasta El Salvador y su corazón se quedó allí para siempre. Y allende el mar echaría raíces con Rosa de Lima Yucuaiquín y tanto han sido siempre el uno del otro que nunca se han prolongado en un retoño y no se han decidido jamás a darnos primos. Su cuñado Jairo se ha acostumbrado a venir a este país cada año y se ha encariñado con sus sobrinos.
   La historia de su hijo mayor Luke Prancitt, mi padre, tuvo un principio más duro, porque estaba destinado a conocer las impurezas antes de hallar la vidriera o redención  con la que se fue formando mi familia. Tras la muerte de su madre, empezó a encontrarse vacío y fue peregrinando en busca de una fe sin ser capaz de sostener a su padre, que paradójicamente también la buscaba después de habérsela bebido durante años. Y cuántas veces una fe deriva en fanatismo. Su primer camino fue accidental. Su antiguo amigo de la infancia Brian Philisey fue su peor influencia. Fue presentado a unos colegas durante un partido de fútbol y le hablaron de odio a los distintos y, mal que bien, mi padre fue saboreando esas fuentes amargas que pudieron haber sellado su destino. Seis meses en ese lodo hasta que llegó su motivo de Verôme. Tantas veces lo esencial se disfraza de accidente. Dos mendigos que se besaban fueron el origen de su despertar. Quién le diría que en su momento más oscuro acabaría encontrándose a sí mismo y en la Colina de los Caballeros se tornó el séptimo mendigo. El temor de haber estado a punto de convertirse en un asesino no se le apartaría de por vida, pero le sirvió para educar a sus hijos en el camino de la tolerancia y la comprensión. Y al deshacerse aquella noche del 18 de noviembre de sus vestiduras se deshizo también para siempre de los calvos. Estos no se deshicieron nunca de sus intransigentes ropajes, pero la vida los hizo viajar por caminos diversos: Gareth Gains estaba muerto. Bartholomew Rage entró en la cárcel cuando ya Sebastian Fraser había salido de ella. Habiendo estado preso por el asesinato de su  mujer, iba a ser muy difícil que encontrara una nueva pareja. No así Brian Philisey o Bill Dempsey, que acabaron casados con sendas maduritas tal vez algo crédulas. Es de suponer que siempre fueran fanáticos, pero que la vida les devolviera algo el pelo, lo justo para que ya no fueran más un peligro para nadie.
   El amor todavía no era palabra que se hubiera diluido en realidad pero mi madre y mi padre Luke se asumieron el uno al otro nada más conocerse. Era un 18 de noviembre que se fue convirtiendo en noche nebulosa, pues de las nebulosas nacen las estrellas y la constelación de Leo comenzó esa noche con la unión de Denébola y Algieba. Juntas idearon el nacimiento de Régulo y esa zona del zodiaco empezaría a alumbrar sus primeras tímidas luces. Y tanto moldearon la palabra amor que salió primorosa alfarería y en marzo la constelación ya comenzada empezó a fulgurar en la pasión primera de mis padres. Pero quien les dijera que aguardaban a mi padre Nike para despedir más brillo, Zosma por levante.
    También me inundó el río de los Siddeley, linajuda familia que incluso continuó su estirpe en el nuevo mundo. Arrogantes y de cierta tendencia colérica, pasaron siglos cubriendo de lana a la vieja Europa y mezclados al final en todo tipo de negocios. Lo que no solía entrar en sus planes era el amor, ese galán innecesario. Pero mi bisabuelo Thomas Martin no pensó que enfermara sus negocios enamorarse de Deborah Carter y ambos avanzaron juntos sin merma. Y engendraron a mi abuelo Martin Washington, al que quizá legaran la patología del amor, que vino a sellar su devenir. Por muy bien que tuviera planeada su vida, no contaba con conocer a Alma Sheringham, mi abuela, joven algo trovadora y etérea, llena de energía y salud. Pero apenas pudieron gozar de la vida juntos unos diez meses, los meses de su embarazo. Alma murió dando luz a mi padre y el joven Martin Washington no lo pudo soportar y acabó quitándose la vida. Réquiem por mis abuelos Siddeley. Amor fue de nuevo un bandido que hiere con sus flechas lacerantes y mi padre Nike, el fruto de ese profundo truhán, vivió toda su infancia con sus abuelos.
   Nicholas Martin lo bautizaron, hasta que mi también abuela Maudie, entonces su criada, lo llamara primera por el nombre por el que después fue conocido por todos. Educado para vivir cómodamente sin dar ni golpe, sorprendió a todos eligiendo algo que jamás habían tenido que hacer los Siddeley durante siglos: trabajar. Pero su Estrella Polar le empezó a marcar su norte, primero por Thuban, antes de hacerlo Zosma por la Eclíptica. Ahí se enamoró de John, se emparejó con Anne-Marie y se empezó a envenenar con tóxicos brebajes de fuego y desamparo. Pero de esas llamas infectas lo sacaría un día una mordedura, una serpiente instrumento del Universo para rectificarse.
   Mordido en cuerpo antes de serlo en alma, tuvo que vivir once días con siete mendigos, un imprevisto en su ordenada vida. Pero según pasaban los días, los fue queriendo en tierra y sangre, en luz de fogonazo que le hizo descubrir que el único punto importante era aquél al que aún no había mirado, el estremecimiento de querer sin ambiciones, de ser querido por quienes le hacían descubrir que había más cosas en su vida que oro. Y en esos once días se enamoró y por fin descubría que podía hacerlo en otra dirección. Y vio que ese sentimiento era bueno.
   Decidió quedarse, pero entendió que era mejor desdecirse de esa resolución. Pensó que haría daño a quien amaba y con harto dolor se exilió. En el destierro fue madurando toda una fuente frutal que repartir en octubre cuando reapareció en su patria, tras una estancia en un restaurante para no comer más que el corazón. Y en su cuatro de octubre Nike anduvo las calles con mi padre y se enamoró de mi madre. Y se estableció en sus corazones y en su tierra hasta que Régulo lo llamó papá y se reconoció enamorado de su Hija del Sol, y retomó la senda de la desesperación.
   Fue entonces cuando mi padre Luke se transformó en imagen del verdadero amor. Rescató a su compañero de las tinieblas de su corazón lacerado y lo llevó a la cueva de la mendiga Sally, el lugar concreto que eligió el Universo para ser nebulosa donde se produjera la explosión que originara la constelación de Leo de mi familia, donde Luke se hizo contador de historias para inventar una nueva forma de hacer el amor, con las palabras y con la ternura, dejando primero que fueran expulsados los demonios para lentamente dejar que se percibiera su fecundo amor. Es imposible describir cuánto se querían mis padres y cómo con el cuento del Mendigo de la Cuna Dorada se volvieron a devorar tiernos y de pasión apetecibles, allí semienterrados en la oscuridad de la caverna mistérica, oyendo el río y el viento, desposeídos y huérfanos de calor y alimentos. En aquella cuna de las estrellas se sembraron las semillas de dos nuevos estremecimientos, y tres habían de ser padres para la estrella Régulo y mi padre Luke se volvió gigante contribuyendo con su intención mental a la concepción de Elased para que cinco estrellas fueran en adelante. Y la palabra aún tardaría en hacerse piel, pero el corazón ya dejó ver su sangre.
   Y fue así como vine a la vida. La redención y el amor de mis padres hizo que el Universo se conmoviera y de la pasión de tres fuera concebida y mi verbo vacilante nunca podrá expresar cuánto quiero a mi padre Luke, cómo se volvió estatua de amor supremo que se miraba en los ojos de mi madre y mi padre Nike para modelar el barro que me ideara. Y sus líneas de amor pronunciado transmitidas a papá Nike, que éste volcó en mis abuelos Protch y recitó también a Lucy. Y cómo no habría de vivir amando la literatura si mi madre me conmovió antes de nacer narrándome su evangelio cuando aún estaba germinando en su barriga.
   Esa desesperación de escribidora que me ha ido tomando pasado el tiempo en que papá Nike me contara su historia en las hogueras. Apenas tenía que suplicarle para que volviera a narrarme el origen de mi familia. Más difícil con Luke que se ruborizaba al exponerme así su corazón pero al que también embaucaba para que me contara de nuevo aquel cuento que enunciara por primera vez en la cueva de la mendiga Sally. Ambos me acunaron con ese pudor a menudo, pero mis padres no conocieron la vergüenza y yo me niego a que me posea. Fue algo después de la muerte de la señora Oakes y lloraba recordándola los meses en que Antares aún no estaba en los cielos, pero su presencia estelar se presumía y ponía techo a la mansión narrativa de mis padres. Pero la desesperación me llega cuando años después, llegada a mi motivo de Verôme, quise dar vida a mis padres, sus compañeros, sus amigos, mi hermano, mis abuelos, cada viajero que se haya cruzado con ellos en su camino en la vida. Y no es suficiente transmitirlos, quiero legarles una pátina de belleza a sus esculturas. ¿Por qué he querido que parezcan legendarios? Son mis padres, pero además pueden ser símbolos, luces que iluminen a los que vengan como ya han alumbrado a quienes los conocieron. Y tantas veces Nigel Matts me los ha comparado con héroes mitológicos, con diosas o dioses, con deportistas áureos, senadores, plebeyos o esclavos y he pasado horas en su regazo oyéndolo buscar símbolos para ellos o adornos de estrellas. Porque con él también las aprendí. Me vio nacer, estaba allí cuando le di el primer beso a la vida, y me ha acompañado siempre con una sonrisa sabiéndome su nuera. Pero de Nigel tengo que contar mucho más.
   Nací heredando el nombre de mi tía Kirsten. Mi abuela Olivia me dice que también he sacado de ella la belleza de sus rasgos y bastante de su inteligencia y de su carisma, pero es mi abuela y por tanto lo que me dice es disculpable. Soy sangre de su sangre y llevo el nombre de su querida hermana, ¿qué va ella a decir? A mi tía le encantaba cuidar de su jardín, de las rosas ardientes y perfumadas de Hunter’s Arrows; yo prefiero encargarme de los árboles, de las hojas y las raíces, del agua que los riega. Ella se deleitaba también con la pintura y pintó muchos cuadros, algunos inacabados que cuelgan todos de las paredes de la casa de mi tío Gerald; yo he preferido pintar palabras, retratar emociones, sentimientos, trayectorias, tentaciones, errores, amores… Si algo llevo de ti, tía Kirsten, gracias por lo que me haya tocado de tu sangre. Me habría gustado conocerte. Quizá en otra vida…
   Ya no lleva bien, pasada la treintena, ser llamado pequeño rey. Pero Régulo sí. Como yo soy conocida como Elased o emperatriz y toda la vida lo seré. Pero en su noble mirada se verá siempre la luz de su estrella y ha de ser perpetuamente un pequeño monarca para su séquito de conocidos en la existencia, su corte de aristócratas de su tabla redonda, su justicia repartida para su pueblo entusiasta al que ilumina con sus rayos. Es difícil recordar alguna disputa que mi hermano y yo hayamos podido tener en la vida, fuera de las travesuras de cuando éramos infantes. En estos años y a medida que los cumplíamos, sólo hemos tenido el cariño en el que nos han educado, la libertad y la belleza con la que nos han vestido, y una feroz ternura para entendernos y saber en cada momento qué es lo que necesitamos. Siempre despierto, al final se licenció en matemáticas y enseña en la universidad, al sur de Evendale. Pero me cuenta a menudo que aún le falta encontrar su verdadero camino.
    Sangre que se ha de verter en la sangre, la sangre, útil para algún órgano vital y sin embargo, tantas veces se amorata, corrompida, y no beneficia a los miembros. Sangre que no nutre las venas, la sangre, que no acompaña a los latidos. Sangres hay que no aportan nada, como mi familia Rage, pero debe haber otros nutrientes que no han llegado por las arterias y sin embargo te ayudan a crecer.  Y nadie me va a negar que sean mis células mi padre Luke, mi bisabuela Madeleine o mis abuelos Protch.
   Mis abuelos Protch… Mi abuelo Herbert, entre cuentos y juegos, siempre contaba a sus nietos que había tenido una segunda vida gracias a la venida un día de mi padre Nike. También nos contó su versión de las palabras de aquel mendigo que había tornado su camino para desembocar en unos nietos a los que tanto quiso. Pero recordaba que había vivido prácticamente toda su vida queriendo a mi abuela Maude. Y si alguna vez tuvieron disputas, mi hermano y yo nunca las vimos y pasamos la infancia del palacete a Deanforest con unos abuelos más reales que la sangre. Con ellos la palabra es algo más que un vocablo de seis letras. Y mi resistente abuelita Maudie, con qué cariño nos ha enderezado siempre, qué vitaminas nos ha aportado en nuestros pequeños desánimos.  Y se ha pasado su tiempo viniendo desde Inverness dos o tres veces al año a ver a sus nietos y Paul y yo hemos estado a menudo con ella en esta ciudad. Sigue con su prima Selma Dickinson y las dos, casi centenarias, se han propuesto batir un record de vida. Apenas los dos hijos de Selma acuden a cuidarlas, pero ambas son capaces de vivir su tiempo juntas, acompañadas y sin dar molestias, sacando a la existencia el valor que siempre han poseído: la fuerza.
   Las explosiones comienzan en los sitios más imprevistos y nuestro big bang se originó en una catedral. No pudo tener mejor cuna mi bisabuela, una manta de canto y oración que fue extendiendo  a todos sus hijos, nietos y bisnietos, porque todos los que llegamos después y con ella alguna vez nos encontramos, hemos sido su familia. Tras años en un hogar, se volvió la primera diosa del desarraigo y aunque siempre dueña de la Penumbra, haces esplendorosos de luz pulida ha tenido para todos sus hijos, y una potente bombilla para acompañar a mi abuela Olivia, siempre su niña, y alumbrarla mientras estuvo a su lado y guiarla en sus pasos futuros. Apenas te conocí cinco años, bisabuelita, pero tu energía me ha de acompañar mientras viva. Cómo me hacías discriminar los diferentes senderos de la vida. El tuyo comenzó de verdad con Joe Scully y lo amabas aún años después de su muerte. Y siempre regalaste todo lo que tenías a su hijo, que no era tuyo, pero lo quisiste acaso más que si lo hubiera sido.
   Bruce Scully siempre fue “el mendigo rico”. Conocía perfectamente la ciudad y las posibilidades de cada calle, de cada casa, de cada inquilino, cuyo nombre retenía. Aún sigue con vigor alimentando a sus compañeros, repuesto de las amenazas de un vaticinio, y habiendo visto la luz, seguro de sí mismo e iluminando a todos. Nos hemos pasado la infancia mi hermano y yo recorriendo con él los caminos entre el lago y las montañas, siempre acompañados de chucherías y regalos que de repente descubría con una sonrisa, avanzando los senderos con el cayado de su afecto inquebrantable.
   Miguel McDawn y John Richmonds siempre fueron los gemelos Cástor y Pólux. Su vida anterior había podido ser disímil, quizá, pero una vez que se encontraron, aunque nunca fue un sendero de rosas, juntos recorrieron las mismas vicisitudes. Miguel nos hablaba a menudo de que a veces había mostrado incomprensión a mis padres. Es lo mejor que tiene: nunca le duelen prendas en reconocer dónde se ha equivocado. Pero siempre diciéndonos que no cometería con nosotros el mismo pecado. Posee la virtud de inventar un cuento de cada detalle cotidiano y así, cuando mi hermano y yo pinchamos un día el único balón que hemos tenido, ideó una historia de unos niños que al final acabaron pateando un planeta. El gemelo Pólux, a su lado, condensa la luz de las galaxias para él y para todos y a pesar de las crisis sabe que con él ha encontrado su camino para siempre. Abraza con su luminosidad el corazón de mis tres padres y ha sido en numerosas ocasiones confidente de sus circunstancias.
   Noveno mendigo fue Richard Protch, aunque él pensaba que sólo lo fuera a medias porque a veces dormía en su piso de St Alban’s Road. Pero eso fue así durante cinco años, cuando al fin Sarah volvió con él. Stuart Grainger era un caballero inteligente, respetuoso y comprensivo pero tenía su talón de Aquiles y al final fue también, cómo no, la ambición. Sabía que los dos hijos de Sarah eran dueños de una gran fortuna e intentaba convencerla de que algo podía sacar ella de lo mucho que tenían sus hijos, y de paso él, claro. Y del hastío Sarah fue pasando al desamor y casi al aborrecimiento. Nunca perdió la amistad con Richard y retomaron la vida que tenían con renovado amor. Mas él ya no podía deshacerse de sus compañeros. Pasaba las noches y las mañanas con Sarah pero las tardes mendigando, y después de departir un rato cada luna con ellos en la hoguera, volvía a St Alban’s Road con su mujer.
   A Anne-Marie Jones, de soltera Beaulière, siempre le mordió la desazón de amar a hombres que amaban a hombres y se iban a la calle. Pero su corazón se sosegó un día cuando conoció a Brandon y de su amor estaba segura. Caminaba en paz por un sendero de bonanza presidiendo aún la Thuban Star y colocándola siempre entre las primeras empresas del país. Contaba con el apoyo de John y Nike, que a menudo la asesoraban. De su gran lealtad a sus amigos, salió bañada de un respeto que se fue extendiendo por todos, siempre queriendo mucho a los dos hijos del tres, a los que repartía cariño y consejos. Se convirtió en gran amiga de la familia y con quince años mi padre Luke se decidió a contarnos el hasta entonces secreto de la donación de un riñón, pero nos pidió que no la abrumáramos con agradecimiento. Desde entonces mi hermano y yo hablamos de ella como nuestra querida tía Anne-Marie y nunca pasa una semana sin que ella y Brandon vengan a visitar el Arrabal.
   Samuel Weissmann pasó los últimos tiempos algo delicado, pero siempre sonriente y satisfecho. Venía a este país un par de veces al año y tuvo energías suficientes hasta el año 50. Una mañana un runrún en la Thuban se fue haciendo persistente, hasta que telefoneó su hija Joan y comunicó que su padre acababa de fallecer de una enfermedad, pero no dio detalles. El funeral iba a ser en su país y sus amigos no pudieron asistir a él, ni al de Susan Weissmann, su mujer, que fue sólo dos meses después. Además de Anne-Marie, que seguía necesitándola como adjunta, a su hija Joan la quisieron siempre mucho Richard, Luke y Nike. La apoyaron constantemente y supieron que eternamente tendrían a alguien con el apellido Weissmann en sus corazones.
   Toca hablar un poco de la generación más joven, de los que son más o menos de mi edad. Y sólo unos meses menos, mi novio Peter Matts. Empezamos el noviazgo a los dos años, como en un juego, y hemos pasado toda la vida considerándonos novios. Nunca hemos tenido ni el más mínimo roce. Es noble y abierto, comunicativo y jovial y siempre ha presumido de querer a una estrella leoncita que se acurrucaba en su redil de carnero. Siempre hemos vivido juntos cada experiencia en la vida y sólo ha habido un pero. Para nosotros no ha existido esa cosa necesaria en tantas parejas: el amor. Si ha habido otras mujeres que lo hayan herido, no lo sé. Pero es posible que el mayor daño le haya venido de mí. Y si un día la amargura te lleva a culparme de algo, perdóname, Peter. Puede que la vida nos haya hecho caminar juntos, pero no hemos de concluir juntos nuestro viaje. Y tu padre nos observa desde una corta distancia, intentando averiguar qué nos ha sucedido.
   Armand Protch supo su verdadero camino apartando las cortinas de la ambición que le negaban la vista al patio de la prosperidad. No se dejó cegar por los laureles y halló su verdadera senda prestando sus manos a los que les hacía falta sin importarle que quedaran llagadas. En El Salvador tenía lecho dos meses al año pero aún no ha encontrado tálamo. No ha descubierto dama con la que acompañarse. Bueno, o caballero. No tengo sospechas de que le gusten los hombres, pero no se debe dar por hecho que un varón deba buscar una hembra.
   Crystelle Protch siempre ha sido mi mejor amiga. Desde niñas hemos compartido juegos y confidencias. Yo no le hablaba de hombres pues toda la vida he estado emparejada con Peter, pero le asesoraba en sus escasos líos amorosos. A todos los hombres les encontraba una pega, y la palabra que la define es sensatez. Incluso bromeaba con eso diciéndome que por lo más bendito le quitara un poco de su famosa e inútil  prudencia. Y  así cuando heredó un montón de dinero, supo conservar la cabeza y dedicarse a lo que siempre había deseado ser. Estudió podología y se convirtió en la eminente doctora Protch. Y quizá perdió el sentido cuando se enamoró de un camarero del hospital, el mismo oficio que había tenido su padre antes de ser mendigo, llamado Tristan Grover. Fueron novios muy poco tiempo, pues él había sido alcanzado en lo profundo por las flechas de Cupido, y se casaron el año 57, y hoy ella sigue trabajando en el hospital, siendo ahora la eminente doctora Grover.
   Para esbozar al menos todas las figuras de esta novela he sido asesorada por el sentido común de mi querido “suegro” Nigel Matts. Entre que me vio nacer y que toda la vida he sido novia de su hijo, me ha querido siempre con un afecto especial y constantemente ha estado a mi lado con su apoyo desde que al cumplir veintinueve años, los mismos con los que mi padre Nike decidió echarse a la calle, edad de las grandes decisiones en mi familia, llegara mi motivo de Verôme y me decidiera a plasmar las vidas de mis seres queridos. Es imposible describir cuánto lo quiero y cómo me ha instruido en estrellas, símbolos o mitología, nunca cansado, siempre con su asesoramiento discreto y el visto bueno que me daba con cada capítulo que le entregaba. Él los ha conocido a todos y no siempre como mero espectador. Y con nosotros no ha podido conseguir lo imposible, recuperar a su querida Shirley, pero ha dejado en cada uno gotas limpias de su corazón afectuoso.
   Los años han pasado con su apariencia lenta pero siempre demasiado veloces y ahora he de detenerme en el año 59, importante para mí porque fue cuando empecé a escribir, y del que aún tengo que contar sinsabores o esperanzas. Pero antes me he de referir a un incidente ocurrido a finales del año 55. Todos respiraban tranquilamente en acompañado reposo en las hogueras cuando llegó Anne-Marie con el rostro convulso y  se sentó a cenar con todos. Siempre había hablado con cariño de Barcelona desde que fue en esta ciudad donde se enamorara. Y devoraba cualquier noticia que la nombrara. Acababa de leer en un periódico que tres niñatos habían quemado en un cajero a una mendiga. Lo de menos era la excusa que pusieron de que antes se había metido con ellos. Arrojaron a su cuerpo una garrafa de disolvente y a continuación un cigarrillo encendido que hizo explosión. Todos hicieron silencio y lentos comenzaron a llorar, quizá mejor homenaje que una oración por su alma. A comienzos del nuevo siglo el mundo sigue su labor de descomposición y algunas generaciones dejan ver sin pudor sus heces y no hay lágrimas que devuelvan el sentido común perdido. Se fueron de la hoguera estremecidos y sin saber qué palabras usar. La crueldad del mundo, bárbara e inexplicable, un día podría tocarles a todos ellos. Mi abuela Olivia miró a las estrellas, besó a la noche y cuando aún podían oírlos los demás, dijo: “Réquiem por María Rosario Endrinal Petit.” Vaya por ella también este capítulo, réquiem. Pero que siga estremecida, pues aún hay que narrar, mi contenida voz.



Kirsten Prancitt-Rivers-Siddeley.

4 comentarios:

  1. Capítulo sorprendente donde se nos desvelan muchas incógnitas. Algunas, en las que no hubiéramos soñado jamás pero, todas ellas, bien encajadas en el puzzle de la novela.
    El narrador...por fin se nos presenta y firma lo que ha escrito: la novela que hemos leído, en resumiidas cuentas. El narrador es el escritor de la obra, pero ¿Quién es? Quien nosotros no imaginamos, desde luego, pero una vez más...hemos dicho como Luke: No podía ser de otra manera :)
    Se repasa someramente la vida de los ocho en los últimos años, de sus hijos, de Richard y Sarah (que vuelven juntos) y sus hijos, de James y Rosa, Samuel y su esposa, etc... Y también la de otros personajes como los Rage que nos depara hechos sorprendentes... Bart va a la cárcel por asesinato, pero...se desvelan misterios sobre él que quizá asombren al lector, misterios que Danny tenía escondidos para este capítulo.
    El escritor-narrador empieza a escribir en el año 59...
    Y un nombre...María Rosario Endrinal Petit, quemada viva en Barcelona por unos desalmados. Noticia que les trae Anne Marie y que los hace llorar junto a la hoguera...
    Inor

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  2. Misterios desvelados y sorprendentes.
    Un capítulo escrito con mucho tacto el cual nos ha hecho conocer alguna que otra sorpresa.

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  3. "Entraré en la historia sin estridencias, sin falso orgullo ni falsa modestia"

    Y gracias por estar ahí, al otro lado, detrás de las palabras, de los párrafos, de este libro, tu libro, de este capítulo, algo más que un capítulo, de esa complicidad que creas entre escritor y lector y que hace que sepan estar distantemente juntos. Sé que es poco, es cuanto ahora puedo dar, decir, agradecer; sin dudas, para hablar de lo que siento, ese "dulce amarum" que es la invención de la soledad a la que uno se obliga cuando acaba de leer para volcarse, ojos cerrados, a reposar la literatura. Repuesto, calmo el espíritu, y sosegado en la perspectiva, me valgo de la glosa, en consuelo o expectación, sirviéndome de algunas que otras palabras o añadiendo un adjetivo de más, que es otro de mis infames hábitos, y con mi mente entera puesta en el escritor y en lo escrito me atrevo a decir que en su lectura he conocido esas páginas que no caen y se consumen en los ojos, dejándome llevar de la mano por caminos literarios que llegan a ese ser, ese tener, ese querer poder tras el punto y final, cruzar el puente que hay, con un pie puesto en el silencio, entre el pensamiento y la literatura.

    Y, en todo este relato, otra vez la historia tiene que contarse dos veces, como siempre el mismo camino ya es diferente, desde los ojos de quien lo ve a nuestros ojos leyentes, algunas respuestas aparecen en palabras de otros, en sus historias que fueron pinceladas cortas no resueltas, secretos que se desvelan, y todos son mencionados porque nadie se puede omitir, nadie se puede reemplazar porque todos están hechos de detalles hermosamente bellos. Al fin y al cabo, se nos concede la posibilidad de recordar todo aquello que hemos leído, todo ello además resuelto y agrandado, seguros que aceptar es la opción más conveniente, estamos tan ciertos de la integridad y belleza del ovillo que tiramos despreocupadamente del hilo, y seguimos la lectura.

    No quiero ser un ladrón de sueños. El gran secreto desvelado. No caeré en la infamia de decirlo, no hurtaré el gozo a ningún lector de llegar a este punto y recorrer grafía por grafía hasta averiguar su identidad y ya de ahí seguir su relato por el resto del capítulo, hasta llegar a su final, donde la gran emoción que se siente al ver la rúbrica de su nombre completo nos está esperando.

    Gareth Gains, una extraña muerte de motivo desconocido, y aquí el autor nos deja con dos preguntas, ¿qué conversación tuvieron para que Bartholomew Rage lo matara?, y ¿por qué tardo dos días en enterrarlo?, decisiones abiertas al pensamiento del lector. Una duda, decapitación, ¿saña literaria?, o ¿acento en la maldad del personaje?. Cuando el autor quiere jugar al escondite con sus personajes usa una táctica, que ahora se puede desvelar, no les pone apellido, eso pasa con Bart "el calvo", aquí se resuelve otra parte de los puzzles que se van desarrollando, de manera intencionada y a pinceladas inteligentes en la novela, se le da apellido y nombre completo a este calvo, y se desvela un árbol genealógico (otro más dentro del capítulo) que inició William Rage, sirva esta mención como muestra de los muchos secretos desvelados, es difícil hablar de ellos sin destapar algún indicio de lo que no se tiene que hablar. Capítulo de obligada relectura, por su forma y por su fondo, pieza clave e indiscutiblemente bien narrada de esta novela.

    María del Rosario Endrinal Petit, Tenía 51 años. La mofa y humillación fueron los leños, la saña y la crueldad fueron las llamas con las que tres niñatos le robaron la vida. Descansa en paz, Charito.
    Pol (1)

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  4. Y ahora atado a no comentar, por no descubrir, las cosas que no se pueden explicar, que ya están explicadas en el relato y convertidas en literatura, hablaré pues de este extraordinario y magnifico capítulo que se aborda con una lectura lenta, atenta, saboreando sus palabras, con el devenir de personajes bosquejados en perfectas descripciones, historias, genealogías. Y con calma, releyendo muchas veces esto y aquello, admirando la enormidad de la prosa, la pericia en su construcción, para caer, por supuesto, seducido por el sortilegio narrativo y por la curiosidad de un argumento en el que están perfectamente marcados sus diferentes tiempos, situando al lector en la época concreta de los personajes, de su historia, en este salto temporal a su actual momento, además de por la sensibilidad de su fluida expresión y por un artificio de desvelados misterios, plenos de ternura. Y he aquí como tendría que ser siempre la narrativa, valiente, hermosa, lírica y trascendente, alejándonos de la idea, personal, de creer que no hemos vivido lo bastante como para no tener una historia que contar.

    Al narrador oculto: las palabras pueden ser triviales o extraordinarias según la forma en que se digan. Y esa forma depende de la profundidad de la región del alma de donde procedan, sin que la voluntad pueda hacer nada. Y, por un maravilloso acuerdo, alcanzan la misma región en quien las escucha. De tal modo que el que escucha pueda discernir cuál es el valor de esas palabras. No sé cuál será tu voz, el tono, la cadencia, el suspiro leve de tus fraseos, pero en tus palabras hay un desafío constante, no un lugar de reposo, hay un moverse, un suave deslizarse entre la armonía o el conflicto, entre la alegría o la tristeza, y en esa dualidad también desde la esencia de su existencia, el ser uno consigo mismo y no el huir de sí mismo. Necesito tu voz.

    Al autor: Los seres humanos nos conocemos y, a pesar de todos los esfuerzos que podamos realizar, no nos conocemos. Conocemos a nuestros semejantes y, sin embargo, no los conocemos. Cuanto más avanzamos hacia las profundidades de nuestro ser, o el ser de los otros, más nos elude la meta del conocimiento. El conocimiento como curiosidad nos incita a sentir el deseo de penetrar en el secreto del alma humana, en el núcleo más profundo de esa inquietud te mueves, tú, autor, creando sus universos, dotándoles de espíritu, queriéndoles a todos, si a todos, y demostrando que eres un hacedor de almas al cincelar sus semblanzas. Necesito tu curiosidad.

    Y no voy a decir más, porque todo lo que podría decir ya lo ha dicho el autor, en cada párrafo, en el hilvanado de una prosa impecable, diáfana, donde no falta nada porque se recoge todo o todo lo que es necesario recoger o abarcar para hacer asequible el relato, manteniendo con ello una expectación viva. La vida es un pequeño espacio de luz entre dos nostalgias, la de lo que aún no has vivido y la de lo que ya no vas a poder vivir.

    Pol (2)

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